Análisis del cuento "La flor"-Leónidas Barletta

2732 palabras 11 páginas
Cuento: La flor
Autor: Leónidas Barletta Después entraron dos muchachos, indecisos, y Margarita los miró en la combinación de los tres espejos del local. Afuera se había detenido un aire frío, duro, que la gente empujaba tercamente. En la trastienda, en cambio, la atmósfera era tibia y los grandes canastos de flores despedían un vaho dulzón que mareaba. La vieja Aurora apoyó las manos en el mostrador y se inclinó hacia adelante, torciendo de lado la cabeza como si pretendiese insinuar que su oído andaba remiso. Margarita oyó que uno de los muchachos decía, con la voz velada:
Una corona…blanca…
Mejor roja…-apuntó el otro, con una voz que estridía sin ser alta.
Blanca…-insistió el primero en un tono apagado y añadió: -En la cinta
…ver más…

El latido del reloj repercute en sus sienes. Podría ser que él se cansara de esperar y se fuera. O que creyese que está enferma y no ha ido a trabajar. Una impaciencia rencorosa le hace deshojar con furia las últimas dalias para evitarse el trabajo de engancharlas en la corona.
Ya está, doña – dice al fin mientras se quita a tirones el delantal y lo cuelga de un clavo en la pared.
Hasta mañana. Y sale corriendo, aturdida. El aire frío le quema los dedos machucados, le pela los bordes de la nariz, pero le despeja la cabeza a pesar de sentirse chocada, empujada, apartada, por seres de rostro lavado, inexpresivo, que llevan a pasear sus carteras o sus corbatas. En la esquina encuentra a Fernando. Lo examina con lentitud, para saber si está enojado. Él le pregunta:
¿Qué te pasó?
Y… ya sabés… a último momento, una corona… Se miran desconsoladamente. Ninguno de los dos quiere ser feliz, sino inmensamente desdichado, porque así entienden el amor. Y cuando se reúnen y con cautela se revisan en el fondo de los ojos para ver si siguen siendo los mismos, sienten un delicioso alivio que les hace olvidar el cansancio cotidiano y se prestan las manos y la cara, y cada una de las partes del cuerpo, bebe en la otra, el vigor necesario para seguir existiendo. Se amaban. Y habían llegado a decirse: ¡eternamente! Ella procedía con tanta ansiedad como si tuviese que morir al minuto siguiente. Se abandonó sobre el brazo de él y murmuró:

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