La Revolución Industrial inglesa y sus innovaciones tecnológicas
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industriales - La
industria textil - La
máquina de vapor - La
industria química - La
industria siderúrgica - La
cerámica y el carbón - Nuevos
transportes - Bibliografía
básica
Tecnología
e innovación industriales
Los historiadores que se sienten más
atraídos por el carácter revolucionario del cambio
industrial, llaman la atención sobre la rápida
mecanización y el crecimiento de la industria del
algodón en las últimas dos décadas del siglo
XVIII. Casi un siglo antes, sin embargo, y con sólo unos
pocos años de diferencia, se hicieron otras dos
innovaciones cuyo impacto podría considerarse
todavía más fundamental para la
industrialización, aunque tuvieron que pasar algunos
años antes de que se advirtiera su importancia. Estas
innovaciones fueron el proceso para fundir el mineral de hierro
con coque, lo cual liberó a la industria del hierro de la
dependencia exclusiva del carbón vegetal, y la
invención de la máquina de vapor
atmosférico, una nueva y poderosa máquina motriz
que primero complementó y que luego acabó
reemplazando a los molinos de viento y de agua como fuentes de
energía inanimada.
La industria
textil
El crecimiento de la industria de algodón se
debió a razones de demanda como el aumento de la renta per
cápita, el crecimiento de la población y los
mercados externos, y de oferta como las innovaciones
tecnológicas y nuevas formas de organización del
trabajo.
El proceso de producción de telas consta de cinco
pasos: hilar, tejer, lavar, blanquear y colorear. Los dos
primeros son mecánicos y el resto son
químicos.
La industria textil había adquirido importancia
en Gran Bretaña ya en la era "preindustrial" con el
sistema de putting-out. La manufactura de bienes de lana
y de estambre era la de mayor importancia, si bien en Escocia e
Irlanda, a diferencia de lo que pasaba en Inglaterra y Gales,
predominaba el lino. En Inglaterra se obligaba por ley a enterrar
a los cadáveres envueltos en sudarios de lana, mientras
que en Escocia ese privilegiado estatus estaba reservado al lino.
La industria de la seda, introducida en las primeras
décadas del siglo XVIII, empleó fábricas y
maquinaria accionada por energía hidráulica, a
imitación de las italianas; la demanda de seda, no
obstante, era limitada, debido a un alto costo y la competencia
del continente.
Como la de la seda, la manufactura del paño de
algodón era una industria relativamente nueva en Gran
Bretaña. Introducida en Lancashire en el siglo XVII,
probablemente por inmigrantes del continente, fue estimulada por
las leyes de principios del XVIII. Al principio esta industria
empleó los procesos manuales utilizados en la lana y el
lino, usando, debido a la debilidad del hilo, la urdimbre de lino
para producir un tejido llamado fustán.
Al ser nueva, la manufactura del algodón estuvo
menos sujeta que otras industrias a las restricciones impuestas
por la legislación estatal y los reglamentos gremiales y a
las prácticas tradicionales que obstruían los
cambios técnicos. Ya en la década de 1730 se
intentó inventar maquinaria que ahorrase mano de obra
tanto en el hilado como en el tejido. Las primeras
máquinas de hilar no tuvieron éxito, pero en 1733
un mecánico de Lancashire, John Kay, inventó la
lanzadera volante, que permitía a un solo tejedor hacer el
trabajo de dos, lo que aumentó la presión de la
demanda de hilo. Incorporada a los pequeños telares
manuales rompió el equilibrio existente entre las
operaciones de hilar y tejer –cada tejedor necesitaba ahora
de un mayor número de hiladores.
Si ya antes eran necesarias cinco o seis personas
hilando para mantener ocupado a un tejedor con los nuevos telares
aumentó de manera notable la demanda de hilo. Hasta
entonces el proceso de hilado se realizaba con la rueca o con el
torno de hilar: el trabajador con sus manos o accionando un pedal
hace girar una rueda que mueve un único huso donde se va
enrollando el hilo.
En 1760 la Society of Arts se sumó al
incentivo del mercado ofreciendo un premio para quien inventara
una máquina de hilar que funcionara. En pocos años
se inventaron varios dispositivos para el hilado mecánico.
El primero fue la spinning- jenny, máquina de
hilar de husos múltiples, de James Hargreaves, inventada
en 1764 pero sin patentar hasta 1770. Era una máquina
relativamente simple; de hecho, era poco más que una rueca
con una batería de varios husos en lugar de uno. No
requería energía mecánica y podía
manejarse en una cabaña, pero permitía a una
persona hacer el trabajo de varias.
Ante la nueva demanda de hilo la respuesta sería
la máquina hiladora spinning-jenny que
multiplicaba la capacidad de los hiladores, aunque
aún utilizaba como energía la fuerza humana de los
trabajadores.
La spinning-jenny, máquina de hilar que
permite el manejo de varios husos, lo que multiplica la capacidad
de hilado del trabajador. Sigue siendo una máquina que
utiliza la energía humana más productivamente:
antes el trabajador movía la rueda para accionar un solo
huso. Ahora con el mismo esfuerzo el hilo se va enrollando en
numerosos husos que pueden apreciarse en la parte inferior de la
ilustración.
Probablemente el salto a un sistema industrial se dio
con la invención de una máquina hiladora que
utilizaba como fuerza motriz el agua, la llamada water
frame patentada por Richard Arkwright en 1769. Arkwright,
originalmente barbero y elaborador de pelucas, no fue
probablemente quien lo inventó, siendo su patente a la
postre, anulada, pero fue el innovador textil que tuvo más
éxito como hombre de negocios. Como el bastidor de agua
operaba con energía hidráulica y era grande y caro,
condujo directamente a un sistema fabril que tomó como
modelo el de la industria de la seda. Las fábricas, sin
embargo, se construían casi siempre cerca de corrientes de
agua en el campo o en pueblos pequeños, de forma que no
redundaron en concentraciones urbanas de trabajadores. Por otra
parte, como era la energía hidráulica la que
accionaba la maquinaria, las primeras fábricas
exigían relativamente pocos hombres adultos, cuya
función era la de trabajadores cualificados y
supervisores; la mayor parte de la mano de obra consistía
en mujeres y niños, que eran más baratos y
más dóciles.
La water frame debe ser considerada como un
invento que supone un enorme salto cualitativo. Hasta entonces
las máquinas de hilar, como la spinning-jenny, se
limitaban a ser una versión mejorada de los antiguos
tornos de hilar: necesitaban la fuerza humana como energía
y la presencia de un trabajador muy especializado. Arkwright
consideró la utilización de caballos para mover su
máquina hasta que en 1771 se decidió por crear una
factoría en Cromford aprovechando la corriente del
río. Una gran fábrica llena de máquinas
hiladoras movidas por energía hidráulica que
requerían mano de obra no muy especializada: un sistema
que se extendió por toda la geografía
británica y que se utilizó en otras actividades
textiles y pronto en otros sectores manufactureros. Es la
invención de una maquinaria que precisa enormes cantidades
de energía la que llevará a la industria a
concentrarse en grandes fábricas (factory
system).
El más importante de los inventos relacionados
con el hilado fue la mule-jenny (mula) de Samuel
Crompton, así llamada porque combinaba elementos de la
jenny y del bastidor. Perfeccionada entre 1774 y 1779,
pero nunca patentada, la mula podía hilar un hilo
más fino y resistente que cualquier otra máquina o
hilador manual, después de ser adaptada a la
energía de vapor. Hacia 1790, se convirtió en el
instrumento predilecto para el hilado de algodón. Al igual
que el bastidor de agua, permitía el empleo a gran escala
de mujeres y niños pero, a diferencia, favorecía la
construcción de enormes fábricas en ciudades donde
el carbón era barato y la mano de obra abundante.
Manchester, que tenía solamente dos hilaturas de
algodón en 1782, tenía cincuenta y dos veinte
años después.
Las nuevas máquinas de hilar invirtieron la
presión de la demanda entre el hilado y el tejido, y
llevaron a una búsqueda más insistente de una
solución a los problemas del tejido mecánico. El
desafío consistía ahora en construir telares que no
fueran movidos por el hombre, cosa que logró en 1785
Edmund Cartwright, un clérigo sin formación ni
experiencia en mecánica o textiles, quien obtuvo una
patente para un telar mecánico accionado primero por
caballos y luego por energía hidráulica. Multitud
de pequeñas dificultades prácticas, no obstante,
obstaculizaron el progreso del tejido mecánico, y no fue
sino hasta el decenio de 1820, cuando la firma de ingenieros
"Sharp and Roberts" de Manchester construyó un telar
mecánico mejorado, que la maquinaria empezó a
reemplazar masivamente a los tejedores de telar
manual.
La mecanización del hilado pronto puso de
manifiesto sus ventajas y, a pesar de que muchos trabajadores
observaban las nuevas máquinas con desconfianza e
iniciaron las primeras protestas obreras, pues pensaban que les
quitaban sus puestos de trabajo; en los últimos veinte
años del siglo XVIII se emprendieran intentos por
mecanizar otras labores textiles como el tejido. El paso
más importante se dio con la puesta en marcha de los
primeros telares mecánicos movidos con máquina de
vapor. Ya hacia 1785 Cartwright había patentado un telar
mecánico movido por fuerza hidráulica. En los
años siguientes, varios inventores perfeccionaran este
telar al que conseguirán aplicar la fuerza del vapor de
una forma eficiente. Hacia 1800 una frenética
carrera se había iniciado en Gran Bretaña que
haría surgir cientos de fábricas donde
máquinas movidas con la energía del vapor hilan y
tejen.
La historia de las invenciones en la industria textil
arroja luz sobre el nuevo mundo que surge con la
industrialización: cuando un invento mejora la
productividad de una rama de la industria, inmediatamente se hace
sentir la necesidad en otras ramas para responder a la nueva
demanda.
La máquina
de vapor
La máquina de vapor supone el mayor logro
tecnológico del siglo XVIII y es la piedra angular del
desarrollo de la revolución industrial en Gran
Bretaña. Ya en 1705 el inventor Thomas Newcomen
patentó de máquina de vapor para bombear el agua
que se infiltraba en las explotaciones mineras. Se trataba de un
simple cilindro en el que se introducía vapor de agua que
impulsaba el pistón hacia arriba. Después el
cilindro era rociado con agua fría y la presión
atmosférica impulsaba el pistón hacia abajo. El
hecho de tener que enfriar y calentar el cilindro para cada
movimiento hacía que la máquina de Newcomen fuese
muy ineficiente y solo tuviese éxito para achicar agua en
las minas de carbón donde el combustible era casi gratis.
A partir de 1763 James Watt, introdujo importantísimas
mejoras como añadir un condensador separado del cilindro
que evitaba las enormes pérdidas de energía de la
máquina de Newcomen.
En los años siguientes Watt introdujo numerosas
innovaciones en sus patentes destacándose entre
estas la adición de un cigüeñal y una rueda
para conseguir un movimiento rotatorio que posibilitará su
aplicación en las fábricas, el ferrocarril y la
navegación en los últimos años del siglo
XVIII y los primeros del XIX. A mediados del siglo XIX la
potencia de trabajo instalada en forma de máquinas de
vapor era ya, en Gran Bretaña, superior a la fuerza humana
de todos los obreros británicos. Se había entrado
de lleno en la era de la mecanización.
El progreso tecnológico no se detuvo aquí,
sino que dio un gran salto hacia delante cuando, desde fines del
siglo XVIII comenzó a aplicarse la energía de vapor
a las máquinas de hilar y tejer. Patentada por Watt en
1769 y perfeccionada por este y por Boulton seis años
más tarde, la máquina de vapor creó una
fuente de energía inanimada mucho más fuerte y
regular que el agua.
A las innovaciones técnicas
acompañó un rápido aumento en la demanda de
algodón. Como Gran Bretaña no cultivaba
algodón, las cifras de las importaciones de algodón
en bruto proporcionan una buena indicación del ritmo al
que la industria se iba desarrollando. Desde menos de 500
toneladas al inicio del siglo, las importaciones se elevaron
hasta 2.500 toneladas en la década de 1770, en
vísperas de las innovaciones más importantes, y a
más de 25.000 toneladas en 1800. En un primer momento
India y Oriente fueron las principales fuentes de abastecimiento,
pero su producción no se expandió con la suficiente
rapidez como para satisfacer la creciente demanda. Se
empezó a producir algodón en las islas
caribeñas de Gran Bretaña y en el sur de
Norteamérica, pero el alto coste de separar a mano las
semillas de la corta fibra americana, aun empleando esclavos, la
desalentó hasta 1793, año en que Ed Whitney, un
individuo de Nueva Inglaterra que visitaba el Sur, inventó
la desmontadora mecánica de algodón. Esta
máquina cumplió tan bien su cometido, que los
estados del sur de los Estados Unidos no tardaron en convertirse
en el principal proveedor de materia prima de lo que muy pronto
sería la primera industria británica. En 1860 Gran
Bretaña importó más de 500.000 toneladas de
algodón en bruto.
Las innovaciones en el hilado y el tejido, junto con la
desmontadora, fueron las innovaciones más importantes en
la industria del algodón, pero de ningún modo
fueron las únicas que influyeron en ella. Toda una serie
de pequeñas mejoras tuvieron lugar en todos los niveles de
la producción, desde la preparación de las fibras
para el hilado a la decoloración, el teñido y el
estampado. Al disminuir los costos de producción
empezó a exportarse un porcentaje cada vez mayor, en 1803
el valor de las exportaciones de algodón sobrepasaban las
de lana, y la mitad o más de los productos de
algodón, del hilo y de la tela terminaron en mercados de
ultramar.
La industria
química
El aumento de la productividad en los procesos
mecánicos creó incentivos para la innovación
en los químicos. Las sustancias orgánicas fueron
progresivamente sustituidas por otras inorgánicas mucho
más abundantes y baratas. La fabricación de sosa
caústica, ácido sulfúrico y cloro a gran
escala permitió lavar, suavizar y blanquear un
número cada vez mayor de tejidos.
La industria química experimentó una
expansión y diversificación importantes. Algunos de
los avances fueron consecuencia del progreso de las ciencias
químicas, especialmente el asociado al químico
francés Antoine Lavoisier (1743-1794) y sus
discípulos, pero surgieron más de los experimentos
empíricos de los fabricantes de jabón, papel,
vidrio, pinturas, tintes y textiles, cuando intentaron hacer
frente a la escasez de materias primas. Es más que
probable que en el siglo XVIII los químicos aprendieran de
las industrias que utilizaban productos químicos, tanto
como éstas se beneficiaron de su ciencia. El ácido
sulfúrico, una de las sustancias químicas
más versátiles y ampliamente utilizadas, constituye
un buen ejemplo. Aunque ya era conocido por los alquimistas, su
producción era tan cara como peligrosa por sus propiedades
corrosivas. En 1746 John Roebuck, industrial que también
había estudiado química, ideó un proceso de
producción económico utilizando cámaras de
plomo; en asociación con otro industrial, Samuel Garbett,
inició la producción de ácido
sulfúrico a escala comercial. Entre otros usos inmediatos,
su producto se empleó como agente decolorante en la
industria textil en lugar de leche agria, manteca, orina y otras
sustancias naturales. El ácido sulfúrico fue
reemplazado a su vez en la década de 1790, cuando firmas
escocesas introdujeron el gas de cloro y sus derivados como
agente decolorante, un descubrimiento del químico
francés Claude Berthollet.
Otro grupo de productos químicos ampliamente
utilizados en los procesos industriales fue el formado por los
álcalis, especialmente la sosa cáustica y la
potasa. En el siglo XVIII estas se producían quemando
materia vegetal, especialmente varec y barilla, pero como la
oferta de estas algas marinas era poco elástica y se
buscaron nuevos métodos de producción. Fue otro
francés, Nicholas Leblanc, quien descubrió en 1791
un proceso para producir álcalis utilizando cloruro de
sodio o sal común. Al igual que la decoloración a
base de cloro de Berthollet, el proceso de Leblanc se
aplicó comercialmente por primera vez en Gran
Bretaña. Esta sosa artificial tenía muchos usos
industriales en la fabricación de jabón, vidrio,
papel, pintura, cerámica y otros productos, y
producía asimismo otros valiosos productos derivados, como
el ácido clorhídrico.
La nueva maquinaria obligó a pasar del
putting–out al sistema fabril. El tamaño de
las water-frame, de las mule-jenny y de los
telares mecánicos, así como su dependencia de
fuentes de energía inanimada desembocaron en la
creación de fábricas donde se concentraron y
encadenaron las fases de la producción y donde se
procedió a una nueva organización del trabajo. La
disminución de los costos y la existencia de un mercado
competitivo provocaron la caída de los precios que
incrementó la demanda de los tejidos de algodón
producidos en fábrica y la ruina de los productores
domésticos y artesanos, lo que explica la aparición
de los movimientos luddistas.
La drástica reducción en el precio de las
manufacturas de algodón influyó en la demanda de
los paños de lana y lino, y suministró tanto
incentivos como modelos para innovaciones técnicas. No
obstante, a diferencia del algodón, estas industrias
estaban incrustadas en la tradición y las regulaciones, y,
por otra parte, las características físicas de sus
materias primas también hicieron que fueran más
difíciles de mecanizar. La innovación de esas
industrias apenas había empezado antes de 1800, y no
fueron totalmente transformadas hasta la segunda mitad del siglo
XIX.
La industria textil arrastró a los sectores que
les proporcionaban inputs y maquinarias (algodón,
carbón, siderurgia y química). Fomentó la
urbanización y por la tanto industrias como la
construcción y los servicios. Contribuyó a
incrementar el comercio y a mejorar los transportes.
La industria
siderúrgica
Después del algodón la industria que
más creció fue la siderúrgica,
suministradora de bienes de capital. Esta industria sufrió
cambios importantes como el uso del coque, el pudelado y la
fabricación de acero. La minería, la siderurgia y
la construcción naval exigían concentraciones de
capital y mano de obra. Aparece la industria concentrada de tipo
capitalista. Un primer tirón de la demanda de hierro
provino de la revolución agraria, del crecimiento de la
industria textil y de la construcción.
La organización de la industria
siderúrgica presentaba caracteres capitalistas en la etapa
de producción del hierro colado y dulce porque las
instalaciones estaban concentradas y existía trabajo
asalariado. Sin embargo la transformación de esos inputs
en bienes finales estaba organizada mediante el putting-out
system. Los comerciantes compraban el hierro dulce y lo
distribuían entre los talleres artesanales pagando a los
herreros un tanto por pieza y comercializando los
productos.
El sistema presentaba obstáculos para la
producción. El primero era la utilización de
carbón vegetal, insumo de oferta limitada. Una segunda
rémora era el uso de energía hidráulica,
toda vez que fuelles, martillos y laminadoras se movían
con poca velocidad y dejaban de funcionar en períodos de
estiaje. El último inconveniente lo originaba la baja
productividad de los herreros.
Se habían hecho muchos intentos para reemplazar
el carbón vegetal por el carbón de piedra en los
hornos altos, pero las impurezas de este último los
habían condenado siempre al fracaso. En 1709 Abraham
Darby, un herrero cuáquero de Coalbrookdale, en
Shropsbire, procesó el combustible de hulla siguiendo el
mismo procedimiento que utilizaban los otros herreros para
conseguir el carbón vegetal a partir de la madera es
decir, calentó el carbón en un contenedor cerrado
para eliminar sus impurezas en forma de gas, quedando un residuo
de coque, una forma casi pura de carbono, que utilizó
entonces como combustible en el horno alto para hacer hierro en
lingotes.
A pesar del avance tecnológico de Darby, la
innovación se difundió con lentitud; todavía
en 1750 solamente un 5% del hierro en lingotes británicos
se producía con combustible de coque. El problema de la
escasez relativa de carbón vegetal terminó en 1767,
cuando Watson logró transformar la hulla en coque. El
problema que creaba la energía hidráulica en los
altos hornos se resolvió gracias a John Wilkinson, que en
1776 construyó fuelles movidos a vapor. Estas dos
innovaciones elevaron considerablemente el rendimiento de los
altos hornos, de manera que surgió el desafío de
encontrar un método más rápido para afinar,
cosa que resultó posible después que Henry Cort
descubriera el pudelado.
No obstante la sostenida alza del precio del
carbón vegetal a partir de 1750, junto con innovaciones
como la del proceso de pudelación y laminación de
Henry Cort en 1783-84, acabaron liberando la producción
del hierro en su conjunto de la dependencia del combustible de
carbón vegetal. El proceso de Cort fundía hierro en
lingotes en un horno de reverbero, de forma que el hierro no
entraba en contacto directo con el combustible: luego, el hierro
fundido se removía o "pudelaba" con palas largas para
ayudar a que se quemara el exceso de carbono. Finalmente, el
hierro semifundido se hacía correr por rodillos acanalados
que, a la vez que extraían más impurezas, daban la
forma deseada a las barras de hierro forjado. Por último,
y dado que los hornos de reverbero incrementaron la productividad
en la fase de obtención de hierro dulce, hubo que instalar
energía de vapor en las laminadoras y
martillos.
Integrando todas esas operaciones en un mismo lugar,
generalmente allí donde se producía el
carbón o cerca, los fundidores consiguieron
economías de escala, y tanto la producción total de
hierro como la proporción hecha con combustible de
carbón se aceleraron enormemente. Para finales de siglo la
producción de hierro había aumentado a más
de 200.000 toneladas, prácticamente todo fundido con
coque, y Gran Bretaña se había convertido en el
principal exportador de hierro y productos de hierro.
El aumento de la producción siderúrgica
chocó con la baja productividad de los herreros, lo que
impulsó cambios tecnológicos y de
organización del trabajo que desembarcaron a la larga en
el sistema fabril.
La industria siderúrgica es, junto con la textil,
básica para entender la industrialización de Gran
Bretaña. El desarrollo de este sector es posterior al
textil. La siderurgia era ya desde hacía siglos una
importante actividad en Gran Bretaña, aunque su futuro
estaba amenazado por la progresiva escasez de carbón
vegetal: el creciente uso doméstico de madera, la
construcción de las flotas y la propia siderurgia estaban
a punto de acabar con los bosques británicos.
La energía de vapor se empleó por primera
vez en la industria de la minería. Como la demanda de
carbón y metales se incrementaba, se intensificaron los
esfuerzos por extraerlos aunque fuera profundizando en las minas
más que nunca. Pese a que se inventaron muchos
dispositivos ingeniosos para eliminar el agua de las minas, la
inundación siguió constituyendo el mayor problema,
así como el obstáculo principal para la
expansión de la producción. En 1698, Thomas Savery,
un ingeniero militar, obtuvo una patente para una bomba de vapor,
a la que llamó, de forma muy apropiada, "la amiga del
minero". En la primera década del siglo XVIII se erigieron
varias, principalmente en las minas de estaño de
Cornualles, pero el dispositivo tenía algunos defectos
prácticos entre ellos, tendencia a explotar. Thomas
Newcomen, un diestro ferretero familiarizado con los problemas de
la industria de la minería, puso remedio a esos defectos
por medio de experimentos de prueba y error, y en 1712
logró levantar su primera bomba de vapor
atmosférico en una mina de hulla de
Standffordshire.
La máquina de Newcomen hacía pasar el
vapor desde una caldera a un cilindro que contenía un
émbolo conectado por medio de un balancín en forma
de T a una bomba. Una vez que el vapor había presionado el
émbolo hasta el extremo del cilindro, un chorro de agua
fría dentro del cilindro condensaba el vapor y creaba un
vacío, permitiendo al peso de la atmósfera
presionar sobre el émbolo y accionar la bomba de
ahí el nombre de máquina de vapor
atmosférico. La máquina de Newcomen era grande,
requería un edificio aparte para alojarla, incómoda
y cara; pero también era efectiva, si bien no eficaz
térmicamente.
Para el final del siglo se habían erigido ya
varios centenares en Gran Bretaña, y también varias
en el continente. Se emplearon sobre todo en minas de
carbón, donde el combustible era barato, pero
también lo fueron en otras industrias mineras. Asimismo se
utilizaron para elevar el agua que hacía funcionar las
norias cuando la caída natural era inadecuada, y para el
abastecimiento público.
La principal deficiencia de la máquina Newcomen
era su enorme consumo de combustible en proporción con el
trabajo que producía. En el decenio de 1760, James Watt,
un "creador de instrumentos matemáticos", técnico
de laboratorio de la Universidad de Glasgow, fue requerido para
preparar un pequeño modelo operativo de la máquina
de Newcomen que se empleaba con propósitos de
demostración en el curso de filosofía natural.
Intrigado, Watt empezó a experimentar con la
máquina; en 1769 sacó una patente para un
condensador separado, que eliminaba la necesidad de alternar el
calentamiento y el enfriamiento del cilindro. Varias dificultades
técnicas, entre ellas obtener un cilindro lo
suficientemente uniforme para evitar que se escapara el vapor,
lastraron todavía durante un tiempo el desarrollo de la
máquina y retrasaron su uso práctico varios
años. Entretanto, Watt formó una sociedad con
Matthew Boulton, un próspero ferretero de cerca de
Birmingham, que le proporcionó el tiempo y los medios
necesarios para seguir experimentando.
En 1774, John Wilkinson, un fabricante de hierro de las
proximidades, patentó una nueva máquina taladradora
para hacer cañones, que también servía para
fabricar cilindros de máquina. El año siguiente,
Watt obtuvo una prórroga de 25 años de su patente,
y la firma de Boulton y Watt comenzó la producción
comercial de máquinas de vapor. Uno de sus primeros
clientes fue John Wilkinson, que la empleó para accionar
los fuelles de su alto horno.
La mayoría de las primeras máquinas de
Boulton y Watt se utilizaron para bombear las minas,
especialmente las de estaño de Cornualles, donde el
carbón era caro y, por tanto, el ahorro en consumo de
combustible, comparado con la máquina de Newcomen,
considerable. Pero Watt hizo más mejoras, entre ellas un
regulador para ajustar la velocidad de la máquina y un
dispositivo para convertir el movimiento alternativo del
émbolo en un movimiento rotatorio. Este último en
particular abrió la posibilidad de multitud de nuevas
aplicaciones para la máquina de vapor, como en los molinos
de harina y en el hilado de algodón. La primera
fábrica de hilado movida directamente por una
máquina de vapor empezó su producción en
1785, precipitando de forma decisiva un proceso de
cambio que ya estaba en marcha.
La mayor productividad de la industria
siderúrgica redujo costos y precios haciendo que la
demanda de hierro creciera en detrimento de la de sus bienes
sustitutivos como la madera, la arcilla y el cobre. Ello
incrementó la producción originando efectos
multiplicadores mayores que los de la industria algodonera. La
siderurgia arrastró la minería y la industria de
maquinaria. Lateralmente a la urbanización y los
servicios, así como a los astilleros, ferrocarriles,
maquinaria, puertos y canales.
Algunos datos sobre la producción de hierro
pueden ilustrar el enorme crecimiento de este sector, y
así, si en 1720 la producción de hierro era de
25.000 toneladas en 1796 ya ascendía a 125.000, y en 1850
ya pasaba de 2.500.000 toneladas. En 1851 para albergar la
Primera Exposición Universal celebrada en Londres se
construyó el Crystal Palace, fabricado íntegramente
de hierro y vidrio.
Símbolo de los nuevos tiempos es la
construcción en Coalbrookdale (finalizado en 1779)
del primer puente fabricado íntegramente con hierro. Sin
el hierro (y pronto el acero) de buena calidad y barato producido
en las nuevas factorías británicas hubiese sido
imposible el desarrollo de la máquina de vapor de Watt,
los raíles ferroviarios y las locomotoras, los cascos de
los modernos barcos de vapor…
Los cambios técnicos relacionados con los
textiles de algodón, la industria del hierro y la
introducción de la energía de vapor constituyen la
médula de la llamada revolución industrial en Gran
Bretaña, pero no fueron las únicas industrias que
experimentaron tantos cambios. Del mismo modo, tampoco todos
ellos exigieron el uso de energía mecánica. Al
mismo tiempo que James Watt estaba perfeccionando la
máquina de vapor, su ilustre compatriota Adam Smith
relataba en Wealth of Nations (La riqueza de las
naciones) el gran aumento en la productividad obtenido en
una fábrica de alfileres sencillamente con la
especialización y la división del trabajo. En
algunos aspectos, la fábrica de alfileres de Smith puede
considerarse como emblema de las diversas industrias dedicadas a
la producción de bienes de consumo, desde objetos
sencillos, como ollas y cacerolas, hasta los más
complejos, como relojes de pulsera y de pared.
La
cerámica y el carbón
Otra industria representativa fue la manufactura de la
cerámica. La introducción de la porcelana de China
desembocó en que se pusiera de moda entre los ricos para
sustituir a la vajilla de oro y plata, a la vez que
suministró un modelo para objetos más
prácticos. Simultáneamente, la creciente
popularidad del té y del café y el aumento de los
ingresos entre las clases medias les llevó a preferir la
vajilla de porcelana hecha en el país a los cuencos y
servicios de mesa de madera o peltre. Igual que en la industria
del hierro, el creciente precio del carbón vegetal indujo
a la industria de la cerámica a concentrarse en
áreas bien provistas de carbón de piedra.
Staftordshire se convirtió en el lugar preeminente de esta
industria, produciendo cientos de pequeños maestros
allí para el mercado nacional. Aunque algunos de los
más progresistas, como Josiah Wedgwood, introdujeron el
uso de máquinas de vapor para moler y mezclar las materias
primas, en su mayoría dependían de una
división general del trabajo para aumentar la
productividad.
La industria del carbón, cuyo crecimiento se
había visto estimulado con la escasez de madera para
combustible, y que a su vez había propiciado la
invención de la máquina de vapor, continuó
siendo en su mayor parte una industria basada en el trabajo
sumamente intensivo, si bien también requería mucho
capital. Sus productos derivados también se revelaron
útiles. El alquitrán de hulla, subproducto del
proceso del coque, sustituyó al alquitrán natural y
la brea para los pertrechos navales cuando las Guerras
Napoleónicas cortaron el abastecimiento del
Báltico, y el gas de hulla iluminó las calles de
Londres ya en 1812.
Nuevos
transportes
La mayor producción creó excedentes que
comercializar. Era preciso renovar los medios de transporte para
el tráfico mayor, rápido y barato. Hasta mediados
de 1840 las mejoras se consiguieron gracias al acondicionamiento
de viejos caminos, la construcción de canales a los
clippers –barcos de vela con gran capacidad de
carga y capaces de doblar la velocidad de los antiguos
veleros.
Fueron las minas de carbón las responsables de
los primeros ferrocarriles en Gran Bretaña. Cuando las
minas se hicieron más profundas, con largos túneles
subterráneos, mujeres o niños, a menudo las esposas
e hijos de los mineros, llevaban el carbón a rastras hasta
la galería principal, para allí subirlo. En el
decenio de 1760 se usaron ponies en los
subterráneos de algunas minas, y estos no tardaron en
tirar de carros con ruedas sobre vías de chapa
metálica, y por último sobre raíles de
hierro fundido o forjado. Ya antes, en el siglo XVII, se
habían usado vías y railes en la
superficie, en la proximidad de las minas, para facilitar el
acarreo, siendo caballos los animales de tiro más usuales.
En las grandes regiones mineras del estuario del río Pyne,
en las cercanías de Newcastle, y en el sur de Gales, los
raíles se extendieron desde las minas hasta los
embarcaderos que había a lo largo del río o a la
orilla del mar, hacia los cuales descendían las
carretillas llenas de carbón por su propio peso. Estas,
una vez vacías, retornaban a las minas tiradas por
caballos y, en los primeros años del siglo XIX, por medio
de máquinas de vapor fijas que tiraban de ellas mediante
cables. Cuando se utilizó con éxito la primera
locomotora en Gran Bretaña, había ya varios cientos
de millas de vías férreas.
La locomotora de vapor fue el producto de un complejo
proceso de evolución con muchos antecedentes. Su
antepasado más importante era, claro está, la
máquina de vapor mejorada por James Watt, aunque la
máquina de Watt era aún demasiado grande e
incómoda y no generaba suficiente energía por
unidad de peso como para ser útil a las locomotoras. Por
otra parte, el mismo Watt se oponía al desarrollo de la
locomotora a causa de su peligro potencial y disuadió a
sus ayudantes de que trabajaran con ella. Mientras estuvo en
vigor su patente para el condensador independiente, hasta 1800,
se impidió su progreso efectivo. Pero, además de la
propia máquina de vapor, el diseño y la
construcción de las máquinas locomotoras
requería el desarrollo de máquinas herramientas
precisas y potentes. John Wilkinson fue uno de los ingenieros que
brillaron en esta faceta. Otro fue John Smeaton fundador de la
profesión de ingenieros civil, cuyas innovaciones llevaron
la eficacia de las ruedas hidráulicas y las
máquinas de vapor atmosférico a su punto
máximo, y uno más de esta galería, Henry
Maudsley inventó hacia 1797 un torno cortatornillos con
corredera de apoyo que hizo posible la producción de
piezas metálicas exactas.
La primera locomotora la ingenió en 1801 ó
1804 el británico Richard Trevihick un ingeniero de minas
de Cornualles y se empleó para el acarreo de mineral de
hierro a la fábrica siderúrgica Penydaren en Gales.
Trevithick utilizó una máquina de alta
presión, a diferencia de Watt, y diseñó su
locomotora para que se moviese por caminos corrientes. Aunque
técnicamente funcionaba, esta locomotora no resultó
un logro económico porque los caminos no podían
soportar su peso. En 1822 construyó otra locomotora,
destinada a correr por una corta vía férrea de una
mina en la cuenca minera del sur de Gales; una vez más,
aunque la locomotora funcionó, los ligeros raíles
de hierro fundido no pudieron soportar el peso. Tras varios
intentos parecidos, Trevithick se dedicó a la
construcción de máquinas de bombeo para las minas
de Cornualles, campo en el que obtuvo éxitos
importantes.
Aunque muchos otros ingenieros, como John Blenkinsop,
contribuyeron al desarrollo de la locomotora, fue George
Stephenson, un autodidacta, el que alcanzó el éxito
más notable. Empleado como constructor de máquinas
en el distrito minero de Newcastle, en 1813 llevó a cabo
una máquina de vapor fija que se servía de cables
para hacer regresar las carretillas de carbón
vacías hasta la mina desde los muelles de carga. En 1822
convenció a los promotores del proyecto de línea
férrea entre Steckson y Darlington, trayecto minero, para
que utilizaran tracción de vapor en lugar de caballos, y
en su inauguración, en 1825, él personalmente
condujo una máquina de diseño propio. La
línea Liverpool-Manchester, considerada generalmente como
la primera línea de ferrocarril de transporte, se
inauguró en 1830. Todas sus locomotoras fueron
diseñadas y construidas por Stephenson, cuyo "Rocket"
había ganado las famosas pruebas de Rainhilí el
año anterior.
El éxito de estas líneas provocó el
boom de la construcción ferroviaria en
Inglaterra, y después en Bélgica, Francia y
Alemania. El montaje de las redes exigió grandes
inversiones privadas y públicas de capital. Las inglesas
fueron financiadas por compañías privadas. La red
principal belga la construyó el Estado y las secundarias,
empresas privadas. En Francia y Alemania, la financiación
fue mixta: el Estado proporcionó a las
compañías terrenos gratuitos y subvenciones,
garantizando también a sus accionistas una rentabilidad
mínima. El uso de la energía de vapor en el
transporte marítimo tardó más en
generalizarse.
Después de 1830, las inversiones necesarias para
financiar industrias cada vez más costosas y el
ferrocarril crecieron enormemente, aumentando la demanda de
capital y surgiendo dos instituciones que las nutrieron: las
sociedades anónimas y la banca mixta o industrial.
Mediante la emisión de acciones que se retribuían
con dividendos las primeras lograron atraer el ahorro privado y
reunir de ese modo grandes capitales en manos de los socios
fundadores. Los bancos por su parte, al captar el ahorro
proveniente de grandes fortunas concedieron préstamos a
largo plazo a la industria.
Bibliografía
básica:
Rondo Cameron, Historia Económica
Mundial. Desde el Paleolítico hasta el Presente,
Alianza Universidad Textos, Cuarta reimpresión
1996Selección de Lecturas de Historia
Universal de Leonor Amaro Cano, La Habana, Editorial
Pueblo y Educación.Estudios sobre el desarrollo del
capitalismo. Maurice Dobb.
Autor:
Jacqueline Laguardia Martínez