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Personalidad, comunicación y educación. El papel de la interacción profesor-alumno en la educación




    Personalidad, comunicación y educación. El
    papel de la interacción profesor-alumno en la
    educación de la personalidad del niño de 6 a 8
    años – Monografias.com

    Personalidad, comunicación y educación. El
    papel de la interacción profesor-alumno en la
    educación de la personalidad del niño de 6 a 8
    años

    Resumen:

    El presente estudio tiene como objetivo analizar la
    influencia de la gestión del maestro, durante la
    interacción profesor-alumno, en la educación de la
    personalidad del niño de 6 a 8 años.

    La investigación responde a una perspectiva
    metodológica cualitativa y para la recogida de datos se
    utilizó, como técnica fundamental, la
    investigación bibliográfico-documental.

    En el informe que se presenta se sistematizan elementos
    teóricos en torno a la personalidad y su evolución,
    se exponen algunas reflexiones que abordan la influencia del
    maestro en la educación de la personalidad de los
    niños en edades comprendidas entre los 6 y los 8
    años, se muestran determinadas concepciones respecto a la
    Comunicación pedagógica, y se destaca la necesidad
    del conocimiento pedagógico teórico y
    práctico por parte de los profesores para propiciar un
    tipo de comunicación que favorezca la
    educación.

    Palabras clave: personalidad, interacción
    profesor-alumno, niñez mediana, educación de la
    personalidad, comunicación educativa, educación del
    carácter.

    La personalidad: espejo y
    reflejo.

    "Somos, ante todo, el resultado de lo
    que la vida ha hecho de nosotros"

    Proverbio inglés

    Antes de iniciar cualquier valoración en torno a
    la formación y desarrollo de la personalidad, y de la
    influencia que sobre ella ejerce la gestión del maestro,
    se hace imprescindible analizar, al menos someramente, algunas de
    las múltiples concepciones existentes alrededor de
    ella.

    Una sistematización de las variadas definiciones
    que se han esgrimido en torno al concepto de personalidad,
    pudiera arrojar que, en sentido general, esta se refiere a la
    organización, la integración más compleja y
    estable de contenidos y funciones psicológicas que
    intervienen en la regulación y autorregulación del
    comportamiento en las esferas más relevantes de la
    vida.

    La personalidad es dinámica, constituye una
    entidad abierta en perenne intercambio con el exterior y tiene
    como núcleo a la esfera motivacional. Se caracteriza por
    ser una realidad subjetiva, activa, singular e irrepetible, en
    cuya base está la unidad de los procesos cognitivos y
    afectivos, y viene a ser el nivel más complejo de
    integración de los procesos
    psicológicos.

    En el proceso de desarrollo de la personalidad influyen
    las llamadas funciones o formaciones motivacionales complejas
    que, de acuerdo con lo establecido por la bibliografía
    consultada, son la configuración de sentidos
    psicológicos en torno a un área determinada de la
    vida del sujeto.

    Existen cinco grandes ramas de estas funciones, que
    están relacionadas con el sistema de valores, principios,
    creencias e ideas que afectan al sujeto acerca de la vida y del
    entorno que le rodea, y pudieran resumirse en: el proyecto de
    vida, que equivale al sistema de motivos que le permiten al
    individuo la orientación de su conducta presente en pos de
    objetos situados temporalmente a largo plazo; la
    autovaloración, que integra de modo articulado el concepto
    que tiene la persona de sí misma; los ideales o
    imágenes idealizadas de lo que se quiere hacer proyectado
    hacia el futuro; la concepción del mundo, que se expresa
    de modo diferente en cada sujeto y se articula así mismo
    hacia lo interno de la personalidad; y las intenciones
    profesionales, que integran un sistema de contenidos y funciones
    psicológicas referidas al ámbito
    profesional.

    Desde diversas perspectivas teóricas se han
    estudiado los factores que condicionan el desarrollo de la
    personalidad. Refiriéndose indistintamente a ellos como
    estructura, determinantes o componentes, la mayoría de los
    estudiosos coincide en que la personalidad tiene un aspecto
    biológico, en tanto tiene su origen en la
    información genética; un aspecto social, a partir
    de que el idioma, la cultura y las costumbres son rasgos que nos
    permiten establecer diferencias entre las personas; y un
    componente individual o psicológico. La personalidad, por
    tanto, es resultado de la propia naturaleza bio-psico-social y
    espiritual del hombre.

    En la génesis de la personalidad se encuentran
    elementos de origen hereditario y elementos de origen ambiental.
    La herencia proporciona una constitución física y
    una dotación genética, mediante las cuales se van a
    captar los estímulos del medio y se les va a dar
    respuesta. El ambiente, por su parte, proporciona elementos de
    interpretación, pautas para dar significado y respuesta a
    esos estímulos. La influencia simultánea de ambos
    elementos va a dar origen y a determinar la personalidad de cada
    individuo, en la cual influirá, además, el elemento
    subjetivo y el carácter activo del hombre en la
    construcción de su personalidad, que media la influencia
    social.

    Las distintas teorías psicológicas
    recalcan determinados aspectos concretos de la personalidad y
    discrepan unas de otras en torno a su desarrollo,
    organización y manifestaciones en el
    comportamiento.

    Una de las corrientes de pensamiento más
    influyentes es el Psicoanálisis, de Freud, que
    sostenía que los procesos del inconsciente dirigen gran
    parte del comportamiento de las personas. Para Freud, la
    personalidad tiene, entre sus estructuras fundamentales, el
    preconsciente, compuesto por recuerdos y aprendizajes no
    conscientes, pero que pueden llegar a serlo fácilmente; y
    el inconsciente, que se compone de deseos y recuerdos reprimidos
    que quieren encontrar satisfacción. Entre estas dos
    estructuras sitúa a la censura, a la función de
    represión, cuya finalidad radica en impedir que pase a la
    conciencia lo que está en el inconsciente.

    Alrededor de 1920, y como consecuencia de una
    evolución de su pensamiento, Freud propone una nueva
    estructura de la personalidad: el yo, que se compone de
    elementos conscientes, preconscientes e inconscientes; el
    ello, que contiene todas las pulsiones innatas
    reprimidas; y el superyó, heredero del "complejo
    de Edipo", que equivale a una moral arcaica que resulta de la
    interiorización de las prohibiciones sociales.

    Otra corriente importante en los estudios de la
    personalidad es la teoría conductista, representada por
    psicólogos como B. F. Skinner, quien hace hincapié
    en el aprendizaje por condicionamiento, y considera al
    comportamiento humano determinado por sus consecuencias; y
    Watson, quien es conductista radical, y lleva el elemento social
    al extremo, al punto de considerar que podía hacer de un
    niño lo que él quisiera, un delincuente, un
    artista, etc.

    Asimismo, se destaca la teoría del humanista Carl
    Rogers, el cual asevera que la personalidad se construye a partir
    de una sola "fuerza de vida", a la que llama la tendencia
    actualizante. Esto puede definirse como una motivación
    innata presente en toda forma de vida dirigida a desarrollar sus
    potenciales hasta el mayor límite posible. Rogers
    entendía que todas las criaturas persiguen hacer lo mejor
    de su existencia, y si fallan en su propósito, no
    será por falta de deseo.

    Pese a la variedad de pensamiento en torno al tema, casi
    todas las teorías vienen a establecer rasgos de la
    personalidad y crean cierta tipología.

    El conductismo interpreta a la personalidad como una
    conducta habitual aprendida, como un modo estable de dar
    respuesta a los estímulos ambientales. La teoría de
    Dollar y Miller, por ejemplo, establece que los rasgos de la
    personalidad no son sino hábitos, respuestas estables y
    aprendidas ante determinados estímulos. Estos
    teóricos insisten en que el aprendizaje se realiza gracias
    a los esfuerzos que se reciben en el ambiente en que se vive,
    especialmente a los verbales.

    Un estudio de las teorías cognitivas nos lleva a
    la misma conclusión. Para G. A. Kelly, el hombre
    estructura el mundo y anticipa los acontecimientos, cada uno
    posee una gran cantidad de estructuraciones de la realidad. Estas
    estructuraciones constituyen la personalidad, y la propia
    experiencia hace que cada individuo vaya alterando sus
    estructuraciones.

    El humanismo, por su lado, subraya el papel de la
    autoconciencia y la autovaloración en la regulación
    conductual y el equilibrio emocional. Constituye una
    visión optimista del ser humano, el cual tiende a la
    actualización y al comportamiento óptimo. La
    visión que presenta de la personalidad es
    holística, integradora y dinámica, haciendo
    énfasis en los procesos motivacionales conscientes como
    elementos decisivos en la regulación del comportamiento
    humano.

    Partiendo de estos preceptos podemos afirmar, entonces,
    que en la formación y desarrollo de la personalidad ejerce
    un papel fundamental la educación, en tanto en la
    personalidad se van a expresar los elementos de esta y de la
    influencia social recibida.

    La educación de la
    personalidad en los niños.

    El recorrido educativo institucionalizado, más o
    menos formalizado, se extiende durante varias etapas de la vida,
    pero es en los primeros tramos donde adquiere capital
    importancia. La emergente personalidad, al margen de imprevistos
    biográficos o de cualquier otra circunstancia
    incontrolada, se "moldea" en función de la
    educación proporcionada. En ese sentido, el papel de la
    educación en las escuelas no está en esculpir la
    personalidad infantil, sino en facilitar que el propio
    niño asuma paulatinamente el protagonismo en ese proceso
    de construcción personal.

    Hablar de la educación de la personalidad de un
    niño implica enfocar el análisis en los factores
    necesarios e indispensables en la formación integral de la
    niñez, hacia la determinación de conductas
    saludables.

    Los primeros años de la entrada del niño a
    la escuela, período reconocido por los estudiosos como
    "niñez mediana", son esenciales en la formación y
    desarrollo de su personalidad, puesto que son momentos de muchos
    cambios en la vida del infante. La llegada a la escuela hace que
    entre en contacto permanente con el mundo exterior por lo que, en
    esta etapa, se adquieren rápidamente habilidades
    físicas, sociales y mentales, la amistad se hace cada vez
    más importante e independizarse paulatinamente de la
    familia se convierte en una meta relevante.

    Jean Piaget, importante teórico en el abordaje de
    estos temas, ofrece un análisis de la personalidad desde
    una división por períodos o estadíos
    evolutivos. Al analizar las características de los
    niños en las edades comprendidas entre 6 y 8 años
    plantea que, en esta etapa, los infantes poseen un pensamiento
    intuitivo, con regulaciones representativas articuladas, y
    desarrollan ya operaciones concretas, aunque con carácter
    simple. Para él, en esta etapa los niños ajustan
    progresivamente la imagen de sí mismos y amplían
    las relaciones con los otros, que serán cada vez
    más significativas e importantes.

    Estudios realizados en el 2001 por el National Center
    for Education in Maternal and Child Health, revelan que dentro de
    los cambios emocionales, sociales y cognoscitivos más
    trascendentales de esta etapa se encuentran:

    • El niño aprende a tener una noción
      más clara de lo bueno y lo malo.

    • Comienza a entender el concepto de
      futuro.

    • Entiende cada vez más su lugar en el
      mundo.

    • Presta más atención a la amistad y al
      trabajo en grupo.

    • Desea cada vez más encajar entre los amigos y
      ser aceptado por ellos.

    • Adquiere rápidamente habilidades
      mentales.

    • Tiene mayor capacidad para describir sus
      experiencias y hablar acerca de sus ideas y
      sentimientos.

    • Muestra menos atención a sí mismo y
      más interés en los demás.

    Diferentes autores, entre los que se destacan Kohlber,
    Erikson, Osterrieth y Freud, señalan que el período
    de los seis a los doce años es de grandes logros en la
    vida del niño. Adquiridos ya los primeros hábitos
    de la vida social, el niño llegará a consolidar su
    identidad, a adquirir conciencia de sus capacidades y
    limitaciones, a percibir su situación en el mundo social,
    a aceptar las normas, a adoptar comportamientos cooperativos, a
    evolucionar desde posiciones de heteronomía moral a
    posiciones de autonomía y acuerdo, y a desarrollar
    actitudes y comportamientos de participación, respeto
    recíproco y tolerancia.

    El ingreso del niño en la escuela supone un
    vuelco en su vida con relación a la etapa precedente. A
    partir de ahora, aparece la actividad de estudio como
    núcleo del régimen escolar, "esta actividad
    seria, socialmente importante y obligatoria, tiene como objetivo
    fundamental la asimilación por parte del infante de un
    sistema de conocimientos, como etapa inicial de su
    preparación para la vida adulta
    ", dice la Dra. Laura
    Domínguez García. En estas circunstancias, el
    proceso docente-educativo, dirigido por el maestro,
    ejercerá una notabilísima influencia en el
    desarrollo de la personalidad, tanto de los procesos
    cognoscitivos como de la esfera afectivo-motivacional.

    En ese sentido, podemos destacar el surgimiento del
    pensamiento conceptual, el carácter voluntario y
    consciente que adquieren los procesos de percepción,
    memoria y atención, así como una mayor estabilidad
    en la esfera motivacional, que se expresa en un control
    más efectivo del comportamiento.

    En esta etapa, el escolar comienza a participar en
    nuevas actividades de índole política, cultural,
    deportiva y científica, lo que contribuye al surgimiento y
    desarrollo de nuevos y variados intereses.

    La actividad de juego sufre diversas transformaciones,
    se amplía y se complejiza: el juego de roles
    continúa desarrollándose, pero ahora bajo otros
    conceptos, y aparece el juego de reglas. En el juego de roles los
    temas se hacen más variados y trascienden la experiencia
    directa del niño, a los varones les gusta representar
    profesiones heroicas, mientras las niñas prefieren otros
    roles como el de maestra y doctora. "En este juego,-dice
    Domínguez García- los niños empiezan a
    representar no solo las cualidades valiosas de otras personas,
    sino que comienzan a incluir las suyas propias".

    Los niños comienzan a practicar también,
    con sistematicidad, el juego de reglas, lo que influye en su
    desarrollo moral, puesto que implica la sujeción de su
    conducta a determinadas normas. En ese sentido, para Piaget, la
    conciencia de la regla se refiere a la forma en que los
    niños representan el carácter sagrado o decisorio
    de estas. En la edad escolar, la regla es considerada como
    sagrada, y toda modificación constituye una
    trasgresión, respeto que va disminuyendo a finales de esta
    etapa.

    El sistema de interrelaciones que rodean al escolar lo
    coloca en una nueva posición social dada por su
    situación objetiva y por el conjunto de exigencias que
    derivan de esta y la trascienden. El grupo escolar y la
    posición que el niño ocupa dentro de este
    desempeñan un papel importante en el desarrollo de la
    personalidad.

    Para Domínguez, a partir de las exigencias que
    plantean al niño los sistemas de actividad y
    comunicación de la nueva situación social del
    desarrollo, y sobre la base de los logros alcanzados en el
    desarrollo de la personalidad en la etapa preescolar se producen
    las adquisiciones psicológicas propias de este
    período.

    Durante esta etapa, el niño es capaz de orientar
    su comportamiento no solo por los objetivos que le plantean los
    adultos, sino también por otros que se propone
    conscientemente, logrando un control más activo de su
    conducta.

    En este período se produce la posibilidad de
    formación de cualidades morales como motivos estables de
    la conducta. Respecto a ello, Fernando González destaca
    cómo la valoración social constituye una importante
    vía para la formación de la
    autovaloración.

    Como adquisiciones fundamentales del desarrollo de la
    personalidad durante la infancia encontramos el surgimiento del
    pensamiento conceptual, el carácter consciente y
    voluntario de los procesos psíquicos, así como el
    surgimiento de sus intereses vinculados al conocimiento
    científico de los objetos y fenómenos de la
    realidad. Es por ello que la forma en que se estructura la
    enseñanza en la escuela influye de manera determinante en
    el desarrollo de la personalidad del escolar.

    A estas edades lo ideales presentan un carácter
    concreto y el modelo elegido se encuentra generalmente entre las
    personas cercanas al niño, por lo que no es de
    extrañar, entonces, el papel definitivo que ejerce el
    maestro, en su interacción diaria con el pequeño,
    sobre la educación de su personalidad.

    • La influencia del maestro.

    El niño, durante la edad escolar, pasa en las
    aulas gran parte del día, de ahí que el entorno
    escolar se configure como un espacio privilegiado de
    socialización emocional, y el profesor, quiéralo o
    no, se convierta en su referente más importante en cuanto
    a actitudes, comportamientos, emociones y
    sentimientos.

    Los profesores se erigen como un modelo adulto a seguir
    por sus estudiantes, y más en las edades tempranas, cuando
    el niño recién inicia su vida escolar. El maestro,
    sobre todo en la enseñanza primaria, se convierte en un
    modelo de inteligencia emocional insustituible.

    Las necesidades de los alumnos en el aula de clases se
    satisfacen de acuerdo con las relaciones que se producen con su
    profesor, especialmente las de carácter afectivo, de
    protección, de participación y de
    aprendizaje.

    Para Bruner, el aprendizaje es un proceso activo en el
    que los educadores construyen nuevas ideas o conceptos basados en
    el conocimiento pasado y presente, de ahí que le educador
    deba "comprometerse" en un diálogo activo con el educando.
    No obstante, Bruner se limita a reconocer la labor del educador
    más vinculada a la instrucción, a la
    enseñanza socrática.

    Superada esta visión, en la actualidad se insiste
    en un nuevo rol del docente, sugiriéndose su
    responsabilidad de actuar como mediador entre el educando y la
    compleja red informativa que sobre él confluye. Tal
    sugerencia se apoya en la Teoría de la
    Comunicación, que junto con la Teoría de Sistemas y
    las Teorías Cognoscitivas del Aprendizaje, constituye uno
    de los pilares fundamentales de la nueva concepción de la
    tecnología educativa.

    La Filosofía Marxista define la
    determinación materialista y dialéctica del
    desarrollo del sujeto a partir de dos procesos básicos: la
    actividad y la comunicación. En los sistemas de actividad
    y comunicación en que se desarrolla el hombre se crean las
    necesidades para estimular o no las particularidades subjetivas
    de la personalidad. El individuo va configurando su subjetividad
    sobre la base de aquello que necesita para individualizar su
    expresión y alcanzar sus objetivos. El medio no
    participativo no estimula el desarrollo de la personalidad, sino
    que lo bloquea e induce a la pasividad, el conformismo, la
    reproducción y la inseguridad.

    Kan Kalix, autor de la corriente de la pedagogía
    marxista, define a la comunicación pedagógica como
    un tipo especial de comunicación profesional -la del
    profesor con sus alumnos, tanto en el aula como fuera de ella-
    que tiene lugar en el proceso de enseñanza y
    educación y posee determinadas funciones
    pedagógicas.

    Leontiev, por su parte, la define como la
    comunicación del maestro con los escolares en el proceso
    de enseñanza, que crea las mejores condiciones para
    desarrollar la motivación del alumno y el carácter
    creador de la actividad docente, para formar correctamente la
    personalidad del estudiante.

    De acuerdo con estas definiciones, la
    comunicación en el sentido pedagógico, no puede
    reducirse a un proceso de mera transmisión de
    información, sino que debe basarse en la
    interacción, en la elaboración conjunta de
    significados entre los participantes del proceso
    docente.

    Para Landivar, es en la comunicación educativa
    donde ocurren, precisamente, los métodos de
    interacción propios de toda la relación humana, en
    donde se trasmiten y recrean todos los significados. De
    ahí que la comprensión por el maestro de la
    educación como un proceso de interacción y
    diálogo tiene importantes repercusiones en la
    concepción del proceso docente real.

    Una enseñanza realmente educativa y no meramente
    instructiva solo tiene lugar cuando las relaciones entre profesor
    y alumnos no son únicamente de transmisión de
    información, sino de intercambio, de interacción e
    influencia mutua.

    Uno de los retos fundamentales de la educación
    del siglo XXI radica en intentar la formación activa de la
    personalidad de los educandos mediante un rico proceso de
    comunicación participativa, para lo que debe lograrse que
    la comunicación cumpla con sus tres funciones principales:
    la informativa, la afectiva, y la reguladora.

    La comunicación que establece el maestro con el
    niño, su estilo y habilidades en ese sentido, serán
    primordiales en su labor de educador de la
    personalidad.

    Según la perspectiva constructivista, la
    comunicación educativa constituye el proceso mediante el
    cual se estructura la personalidad del educando, lo que se logra
    a través de las informaciones que esta recibe, y por medio
    de las reelaboraciones que se producen como resultado de la
    interacción con el medio ambiente y con los propios
    conceptos construidos.

    Dicho esto, no podemos entender al proceso de
    aprendizaje reducido a un esquema mecánico de
    comunicación, por cuanto, el educando, como receptor, no
    es un ente pasivo, sino que es un ser que reelabora los mensajes
    según sus propios esquemas cognitivos.

    Desde la perspectiva humanista, el docente debe
    considerar que la comunicación en el aula necesita de un
    carácter clínico o didáctico que implica el
    reconocimiento por parte del maestro de que su misión es
    la de optimizar el desarrollo de los aprendizajes, aplicando
    estrategias y métodos de rigurosidad científica y
    actuando de una manera profundamente objetiva.

    El profesor, a partir de cómo realice su
    función docente, va a propiciar en sus estudiantes el
    aprendizaje de determinados vínculos. Por esto, su manera
    de ser y sus dinámicas a la hora de impartir la clase,
    cobran una importancia especial, no solo en función del
    aprendizaje académico, sino también en el
    aprendizaje de socialización que registrará el
    alumno a través de las relaciones vinculares que practique
    en el aula y en la escuela, de ahí que la acción
    docente debe trascender el ámbito de la relaciones en
    clase y proyectarse en las relaciones hacia la
    sociedad.

    La influencia de un docente autoritario promueve en los
    niños la violencia, el rencor y la baja autoestima. El
    desarrollo del niño sometido al influjo de este tipo de
    docente quedará marcado porque el pequeño
    tomará dicho modelo como una forma natural de
    comportamiento, afectando negativamente su desarrollo personal,
    puesto que a través del tiempo se irá reflejando
    este patrón de actuación en su conducta diaria,
    tanto en la escuela, como fuera de ella.

    Un docente democrático, por otra parte, estimula
    la participación de sus alumnos en el análisis y en
    la búsqueda de solución a sus problemas, crea un
    clima de confianza para que las opiniones de todos sean valoradas
    en su justa medida, suprime los obstáculos y contribuye al
    desarrollo de la discusión y del diálogo, lo que se
    verá reflejado, a posteriori, en la personalidad del
    niño. El educador democrático se preocupa por
    fomentar la aceptación y el respeto entre sus estudiantes,
    por actuar como facilitador, permitiendo el desarrollo de las
    características individuales de cada uno de sus
    alumnos.

    Si analizamos la propuesta hecha, en 1986, por Albet
    Bandura, podemos y debemos asumir que el objetivo del educador
    será crear o modificar las estructuras mentales de los
    alumnos y alumnas para introducir en ellas el conocimiento y
    proporcionar una serie de procesos que le permitan adquirir este
    conocimiento.

    Bandura analiza la conducta dentro del marco
    teórico de una reciprocidad tríadica: interacciones
    recíprocas de conductas, variables ambientales y factores
    personales. Según la postura cognoscitiva social, los
    individuos no se impulsan solamente por fuerzas internas, ni son
    controlados y moldeados automáticamente por
    estímulos externos. La relación que se establezca,
    entonces, entre el estudiante y el profesor, va a depender de
    cómo se comuniquen en función del logro de un
    aprendizaje significativo y de calidad.

    Vigotsky, bebiendo de la fuente del constructivismo
    social, enfatiza acerca de la influencia de los contextos
    sociales y culturales en el conocimiento, y apoya un modelo de
    descubrimiento del aprendizaje. Para él, la
    educación de la personalidad pone un gran énfasis
    en el rol activo del docente, mientras que las habilidades
    mentales de los estudiantes se desarrollan naturalmente a
    través de varias rutas del
    descubrimiento.

    La relación entre alumno y profesor es
    considerada por Vigotsky a partir del presupuesto de que el
    aprendizaje es una actividad social colaborativa que no puede ser
    enseñada a nadie, depende del estudiante construir su
    propia comprensión. Desde esta perspectiva, se hace
    relevante la motivación y el estímulo permanente
    del docente hacia el alumno.

    "La participación democrática en la
    escuela no es solo un fin, sino un eficaz medio para el
    desarrollo de la personalidad de los alumnos y maestros. El
    ejercicio de la participación democrática en la
    educación ha estado presente, a partir de la Escuela
    Nueva, en múltiples concepciones y prácticas
    educativas que estimulan en los educandos la condición de
    sujetos de su propio aprendizaje",
    dicen Natalio Extremera y
    Pablo Fernández-Berrocal.

    La educación democrática, como proceso
    comunicativo, como diálogo entre maestro y alumno, supone
    no solo cambios en la concepción y organización del
    proceso docente, sino también en los papeles que
    tradicionalmente se les ha asignado a educadores y a educandos,
    sin que desaparezca la autoridad moral y
    científico-técnica del docente. El clima de
    relaciones de respeto y afecto que se promueve en una
    educación democrática, facilita no solo el
    aprendizaje, sino especialmente el desarrollo de la personalidad
    del estudiante.

    La comprensión del aprendizaje en este contexto
    pedagógico puede expresarse como un proceso en el cual el
    educando, bajo la dirección directa o indirecta del
    maestro, en una situación especialmente estructurada para
    formarlo individual y socialmente, desarrolla capacidades,
    hábitos y habilidades que le permiten apropiarse de la
    cultura y de los medios para conocerla y enriquecerla. En el
    proceso de esa apropiación se van formando también
    los sentimientos, intereses, motivos de conducta, valores; es
    decir, se desarrollan simultáneamente todas las esferas de
    la personalidad.

    La educación del carácter para la
    educación de la personalidad.

    El ambiente en que se desarrolla el hombre, y los
    procesos de socialización en los que se inmiscuye a lo
    largo de su vida tendrán una influencia indiscutible y
    modeladora sobre su personalidad.

    Algunos teóricos reconocen, como requisito
    esencial en el proceso de educación de la personalidad, la
    educación del carácter. Esta educación
    implica para el maestro enseñar a los estudiantes los
    valores humanos básicos como la honestidad, la
    generosidad, la libertad, la igualdad, el respeto y la
    responsabilidad. Su objetivo radica en educar a los niños,
    desde edades tempranas, para que mantengan una conducta
    moralmente aceptable.

    "El carácter no es innato, depende de la
    herencia y de la influencia del medio
    – afirma Miguel
    Zapater- y, por tanto también de la educación.
    La educación del carácter consiste, en primer
    lugar, en la adquisición de valores o ideales de conducta
    coherentes con la dignidad de la persona".

    Leontiev plantea que "el carácter es la
    combinación original individual de las cualidades
    fundamentales de la personalidad que distingue a un sujeto dado
    como miembro de la sociedad, expresan su actitud hacia el mundo
    que le rodea y se manifiesta en su conducta y en sus
    actos".

    La educación del carácter corresponde, en
    primera instancia, a la familia, que desde el momento del
    nacimiento, debe prever un plan con los valores para ello; a la
    sociedad, que debe ofrecer un medio ejemplificador; y,
    aquí va el aspecto que nos ocupa, a la escuela, de
    ahí la necesidad de que el pacto educativo establezca un
    mínimo de valores comunes en los que educar, sin los que
    la convivencia en la sociedad se hace difícil. Los medios
    para adquirir esos valores e ideales son la enseñanza y el
    ejemplo, adaptados a las características de cada etapa
    educativa.

    En su artículo Educación del
    carácter, núcleo de la personalidad
    ,
    José Antonio Marina, plantea que es prioritario que el
    concepto de deber se introduzca en el mundo del niño
    coincidiendo con su entrada en la enseñanza
    primaria.

    El aprendizaje de la responsabilidad es otro de los
    grandes temas de la educación del carácter. Thomas
    Lickona, reconocido experto de la educación primaria,
    establece una propuesta de modelo de formación del
    carácter centrado en dos aspectos fundamentales: la
    educación del respeto y la educación de la
    responsabilidad.

    La educación de la responsabilidad comienza
    encomendando pequeñas responsabilidades a los niños
    y, a partir de los seis o siete años, ayudándolos a
    reflexionar sobre la diferencia entre acciones voluntarias y
    acciones casuales, sobre la necesidad de prever las consecuencias
    y planificar los comportamientos.

    Esta educación, en la escuela, tendrá el
    aula de clases como uno de los escenarios principales, y al
    maestro como su hilo conductor fundamental. Es en el aula donde
    el maestro recibe un gran intercambio de acciones físicas
    y afectivas de sus alumnos que le resultan continuas, ineludibles
    e irrepetibles pero que se incorporan a su experiencia y lo
    convierten en un ente activo en la conducción del
    aprendizaje. Reconocer que el trabajo docente es ejercido por
    sujetos concretos, poseedores de una historia e influenciados por
    su época, así como por el momento en el cual viven,
    lleva a romper el esquema ordinario que considera al ejercicio
    magisterial como actividad homogénea y nos acerca a un
    nuevo planteamiento donde se reconoce que es en la docencia y en
    la práctica cotidiana donde se "construye" al maestro, y
    que estos factores también estarán determinado la
    influencia ejercida por este sobre sus estudiantes.

    Ya Gramsci citaba a la docencia como "el trabajo
    viviente del maestro que se produce dentro de una sociedad y en
    un momento histórico determinado, donde cada uno de los
    actores refleja sus relaciones civiles y culturales diversas y
    antagónicas".

    Si seguimos el curso de estos planteamientos, podemos
    afirmar, entonces, que el estudiante no solo recibe aprendizaje
    cognoscitivo en la escuela, sino que también avanza en su
    proceso de formación a través del aprendizaje de
    formas específicas de establecer vínculos, de
    relacionarse con los demás. La mayor parte de la
    información estudiada y aprendida en las aulas de la
    escuela será olvidada, en la medida en que no es utilizada
    en la vida diaria, pero estos otros aprendizajes de
    socialización permanecerán allí,
    sedimentados en el alumno, y se constituirán como patrones
    de conducta que formarán y estructurarán su
    personalidad.

    Referencias
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    digital.

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    Concepción del proceso de
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    ¿Qué es la Educación Popular?
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    Consultado el 5 de diciembre de 2011 en
    www.alfredolugo/educacion/valoreseticosdelmaestro.net

    Marina, J (2010) Educación del
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    .
    Consultado en Cuadernos de Pedagogía Nº396. Documento
    digital.

    Ortiz, E (2004) Un modelo de personalidad
    para la formación de valores en la educación
    superior. Consultado el 5 de diciembre de 2011, en
    http://www.psicologiacientifica.com/bv/psicologia-186-1-un-modelo-de-personalidad-para-la-formacion-de-valores-en-la.html

    Ojalvo, V (s/f). Educación
    democrática: ¿utopía o realidad?

    Documento digital.

    Sainz, L (s/f). La comunicación
    en el proceso pedagógico: algunas reflexiones
    valorativas.
    Documento digital.

    Torres, O (s/f). Técnicas para el trabajo en
    grupo
    . Documento digital

    Trujillo, F (s/f). Motivación a
    través de la actividad: en busca de la creatividad
    perdida
    consultado el 25 de septiembre de 2011, en
    http://www.uhu.es/cine.educacion/didactica/0083motivacion.htm

    Autor:

    Mayelín García Román/
    Yanelys González Fernández/ Rosabel Novales
    Ojeda

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