- Introducción
- Tiempo
de adviento - Simbolismo
- Duración y Ritual
- Origen
Histórico - Corona
de adviento - Los
personajes del Tiempo de Adviento - La
Navidad - Conclusión
El siguiente trabajo tiene como objetivo comprender que
es el tiempo de adviento y tratarlo más a fondo. Descubrir
sus orígenes etcétera. Además, vamos a estar
observando lo que es la navidad que muchos creen que es una
fiesta para comer y vacacionar y la celebran sin saber lo que
están celebrando; por este motivo espero aprender todo
acerca de estas dos celebraciones.
En este trabajo espero aprender la importancia de la
navidad y de el tiempo de adviento ya que es de suma importancia
aprender sobre estas celebraciones que muchos de nosotros
celebramos sin saber lo que estamos celebrando ni el significado
y el porqué de que se celebren estas fiestas.
El adviento (latín: adventus
Redemptoris, «venida del Redentor») es el primer
período del año litúrgico cristiano, que
consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento de
Cristo. Su duración es de 21 a 28 días, dado que se
celebran los cuatro domingos más próximos a la
festividad de Navidad. Los fieles lo consideran un tiempo de
reflexión y de perdón.
Marca el inicio del año litúrgico en casi
todas las confesiones cristianas. Durante este periodo los
feligreses se preparan para celebrar la conmemoración del
nacimiento de Jesucristo y para renovar la esperanza en la
segunda Venida de Cristo Jesús, al final de los tiempos, o
Parusía .
Durante el adviento, se coloca en las iglesias y
también en algunos hogares una corona de ramas de pino,
llamada corona de adviento, con cuatro velas, una por cada
domingo de adviento. Hay una pequeña tradición de
adviento: a cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud
que hay que mejorar en esa semana, ejemplo: la primera, el amor;
la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y la cuarta, la
fe.
Los domingos de adviento la familia o la comunidad se
reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la
Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al
templo para ser bendecida por el sacerdote.
El adviento es el primer periodo del año
litúrgico católico, que consiste en un tiempo de
preparación para el nacimiento de Jesús. Su
duración es de veintiuno a veintiocho días, dado
que se celebran los cuatro domingos más próximos a
la festividad de Navidad. El adviento es el período que se
encuentra en el comienzo del Año Litúrgico
católico y empieza cuatro domingos antes de Navidad. Dura,
por lo tanto, cuarenta días, e incluye siempre exactamente
cuatro domingos. El primer domingo de adviento, al marcar el
día de comienzo del año litúrgico, es
necesariamente el domingo siguiente al de la fiesta de Cristo Rey
(que señala el último domingo del año
litúrgico). El primer domingo de adviento cae entre el 27
de noviembre y el 3 de diciembre. Venida de Cristo a la tierra;
"Donde entendemos que muchas cosas del primer advenimiento
están puestas en sombra, (quiero decir) escondidas, cuyo
cumplimiento se cumplirá en el segundo adviento, porque el
Apóstol dice que Cristo nos resucitó consigo y nos
hizo asentar consigo en las cosas. El sentido del Adviento es
avivar en los creyentes la espera del Señor. Se puede
hablar de dos partes del Adviento:
Primera Parte
Desde el primer domingo al día 16 de diciembre,
con marcado carácter escatológico, mirando a la
venida del Señor al final de los tiempos.
Segunda Parte
Desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la
llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar
más explícitamente la venida de Jesucristo en las
historia, la Navidad.
Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento
están tomadas sobre todo del profeta Isaías
(primera lectura), también se recogen los pasajes
más proféticos del Antiguo Testamento
señalando la llegada del Mesías. Isaías,
Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de
creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la
venida del Señor Jesús.
La Iglesia prepara la Liturgia en este tiempo para
lograr este fin. En la oración oficial, el Breviario, en
el Invitatorio de Maitines, llama a sus ministros a adorar "al
Rey que viene, al Señor que se acerca", "al Señor
que está cerca", " al que mañana
contemplaréis su gloria". Como Primera Lectura del Oficio
de Lectura introduce capítulos del profeta Isaías,
que hablan en términos hirientes de la ingratitud de la
casa de Israel, el hijo escogido que ha abandonado y olvidado a
su Padre; que anuncian al Varón de Dolores herido por los
pecados de su pueblo; que describen fielmente la pasión y
muerte del Redentor que viene y su gloria final; que anuncian la
congregación de los Gentiles en torno al Monte Santo. La
Segunda Lectura del Oficio de Lectura en tres Domingos
están tomadas de la octava homilía del Papa San
León (440-461) sobre el ayuno y la limosna como
preparación para la venida del Señor, y en uno de
los Domingos (el segundo) del comentario de San Jerónimo
sobre Isaías 11:1, cuyo texto él interpreta
referido a Santa María Virgen como "el renuevo del tronco
de Jesé". En los himnos del tiempo encontramos alabanzas a
la venida de Cristo como Redentor, el Creador del universo,
combinados con súplicas al juez del mundo que viene para
protegernos del enemigo. Similares ideas son expresadas los
últimos siete días anteriores a la Vigilia de
Navidad en las antífonas del Magníficat. En ellas,
la Iglesia pide a la Sabiduría Divina que nos muestre el
camino de la salvación; a la Llave de David que nos libre
de la cautividad; al Sol que nace de lo alto que venga a iluminar
nuestras tinieblas y sombras de muerte, etc. En las Misas es
mostrada la intención de la Iglesia en la elección
de las Epístolas y Evangelios. En las Epístolas se
exhorta al creyente para que, dada la cercanía del
Redentor , deje las actividades de las tinieblas y se pertreche
con las armas de la luz; que se conduzca como en pleno
día, con dignidad, y vestido del Señor Jesucristo;
muestra como las naciones son llamadas a alabar el nombre del
Señor; invita a estar alegres en la cercanía del
Señor, de manera que la paz de Dios, que sobrepasa todo
juicio, custodie los corazones y pensamientos en Cristo
Jesús; exhorta a no juzgar, a dejar que venga el
Señor, que manifestará los secretos escondidos en
los corazones. En los Evangelios la Iglesia habla del
Señor que viene en su gloria; de Aquel en el que, y a
través del que, las profecías son cumplidas; del
Guía Eterno en medio de los Judíos; de la voz en el
desierto, "Preparad el camino del Señor". La Iglesia en su
Liturgia nos devuelve en espíritu al tiempo anterior a la
encarnación del Hijo de Dios, como si aún no
hubiera tenido lugar. El Cardinal Wiseman ha dicho:
Estamos no sólo exhortados a sacar provecho del
bendito acontecimiento, sino a suspirar diariamente como nuestros
antiguos Padres, "Cielos, destilad el rocío; nubes,
derramad al Justo: ábrase la tierra y brote la
salvación." Las Colectas en tres de los cuatro Domingos de
este tiempo empiezan con las palabras, "Señor, muestra tu
poder y ven" – como si el temor a nuestras iniquidades previniera
su nacimiento.
Todos los días de Adviento debe celebrarse el
Oficio y Misa del Domingo o Feria correspondiente, o al menos
debe ser hecha una Conmemoración de los mismos,
independientemente del grado de la fiesta celebrada. En el Oficio
Divino el Te Deum, jubiloso himno de alabanza y
acción de gracias, se omite; en la Misa el Gloria in
excelsis no se dice. El Aleluya, sin embargo, se
mantiene. Durante este tiempo no puede hacerse la
solemnización del matrimonio (Misa y Bendición
Nupcial); incluyendo en la prohibición la fiesta de la
Epifanía. El celebrante y los ministros consagrados usan
vestiduras violetas. El diácono y subdiácono en la
Misa, en lugar de las dalmáticas usadas normalmente,
llevan casullas plegadas. El subdiácono se la quita
durante la lectura de la Epístola, y el diácono la
cambia por otra, o por una estola más ancha, puesta sobre
el hombro izquierdo entre el canto del Evangelio y la
Comunión. Se hace una excepción en el tercer
Domingo (Domingo Gaudete), en el que las vestiduras
pueden ser rosa, o de un violeta enriquecido; los ministros
consagrados pueden en este Domingo vestir dalmáticas, que
también pueden ser usadas en la Vigilia de la Navidad,
aunque fuera en el cuarto Domingo de Adviento. El Papa Inocencio
III (1198-1216) estableció el negro como el color a ser
usado durante el Adviento, pero el violeta ya estaba en uso al
final del siglo trece. Binterim dice que había
también una ley por la que las pinturas debían ser
cubiertas durante el Adviento. Las flores y las reliquias de
Santos no debían colocarse sobre los altares durante el
Oficio y las Misas de este tiempo, excepto en el tercer domingo;
y la misma prohibición y excepción existía
relacionada con el uso del órgano. La idea popular de que
las cuatro semanas de Adviento simbolizan los cuatro mil
años de tinieblas en las que el mundo estaba envuelto
antes de la venida de Cristo no encuentra confirmación en
la Liturgia.
No se puede determinar con exactitud cuando fue por
primera vez introducida en la Iglesia la celebración del
Adviento. La preparación para la fiesta de la Navidad no
debió ser anterior a la existencia de la misma fiesta, y
de ésta no encontramos evidencia antes del final del siglo
cuarto cuando, de acuerdo con Duchesne [Christian Worship
(London, 1904), 260], era celebrada en toda la Iglesia, por
algunos el 25 de Diciembre, por otros el 6 de Enero. De tal
preparación leemos en las Actas de un sínodo de
Zaragoza en el 380, cuyo cuarto canon prescribe que desde el
diecisiete de Diciembre hasta la fiesta de la Epifanía
nadie debiera permitirse la ausencia de la iglesia. Tenemos dos
homilías de San Máximo, Obispo de Turín
(415-466), intituladas "In Adventu Domini", pero no hacen
referencia a ningún tiempo especial. El título
puede ser la adición de un copista. Existen algunas
homilías, probablemente la mayor parte de San
Cesáreo, Obispo de Arlés (502-542), en las que
encontramos mención de una preparación antes de la
Navidad; todavía, a juzgar por el contexto, no parece que
exista ninguna ley general sobre la materia. Un sínodo
desarrollado (581) en Mâcon, en la Galia, en su canon
noveno ordena que desde el once de Noviembre hasta la Navidad el
Sacrificio sea ofrecido de acuerdo al rito Cuaresmal los lunes,
miércoles, y viernes de la semana. El Sacramentario
Gelasiano anota cinco domingos para el tiempo; estos cinco eran
reducidos a cuatro por el Papa San Gregorio VII (1073-85). La
colección de homilías de San Gregorio el Grande
(590-604) empieza con un sermón para el segundo Domingo de
Adviento. En el 650 el Adviento era celebrado en España
con cinco domingos. Varios sínodos hicieron cánones
sobre los ayunos a observar durante este tiempo, algunos
empezaban el once de Noviembre, otros el quince, y otros con el
equinoccio de otoño. Otros sínodos prohibían
la celebración del matrimonio. En la Iglesia Griega no
encontramos documentos sobre la observancia del Adviento hasta el
siglo octavo. San Teodoro el Estudita (m. 826), que habló
de las fiestas y ayunos celebrados comúnmente por los
griegos, no hace mención de este tiempo. En el siglo
octavo encontramos que, desde el 15 Noviembre a la Navidad, es
observado no como una celebración litúrgica, sino
como un tiempo de ayuno y abstinencia que, de acuerdo a Goar, fue
posteriormente reducido a siete días. Pero un concilio de
los Rutenianos (1720) ordenaba el ayuno de acuerdo a la vieja
regla desde el quince de Noviembre. Esta es la regla al menos
para algunos de los griegos. De manera similar, los ritos
Ambrosiano y mozárabe no tienen liturgia especial para el
Adviento, sino sólo el ayuno.
Colores litúrgicos
Los colores litúrgicos son los colores
específicos que se utilizan para la liturgia cristiana.
Los colores sirven para subrayar las características de un
tiempo determinado del año litúrgico, destacar una
fiesta o feria determinada del calendario o una ocasión
especial.
Rito Romano
Blanco: este color simboliza paz y
alegría .Se refiere a la virtud de la fe. Es usado en
los momentos principales del calendario litúrgico:
Navidad y Pascua. También se usa en fiestas dedicadas
a la Virgen, ángeles y santos no mártires .Es
el color de los cultos eucarísticos, incluida la Misa
del Jueves Santo y la administración del
viático. Se usa en liturgias de acción de
gracias y en los entierros y sufragios de párvulos
.Durante los Períodos de Pascua y Navidad, este color
se puede usar en Funerales y durante el resto del año,
a criterio de los deudos con el Celebrante
Principal.Morado: este color simboliza la preparación
espiritual. Se usa en Adviento y en Cuaresma, tiempos de
preparación para la Navidad y la Pascua
respectivamente. También se usa en la
administración del sacramento de la penitencia y en
general en todo tipo de actos penitenciales. Desde la reforma
litúrgica se dispone su uso para los sufragios por los
difuntos. Según el calendario litúrgico
tradicional también se usa en las temporadas de
petición, en las vigilias y en los domingos de
sexagésima y quincuagésima.Verde: Este color simboliza la virtud de la
esperanza. Es usado durante el Tiempo Ordinario,
después de Navidad hasta Cuaresma, y después de
la Pascua hasta el Adviento, en los domingos y en aquellos
días que no exigen otro color. Es tiempo de esperanza
por la venida del Mesías y por la Resurrección
salvadora respectivamente.Rojo: este color simboliza la sangre del martirio y
la fuerza del Espíritu Santo. Se refiere a la virtud
de la caridad. Es usado en las fiestas de la Pasión
del Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo,
de los santos mártires y del Espíritu Santo.
También en la administración del sacramento de
la Confirmación y en las liturgias dedicadas a los
instrumentos de la Pasión. En la Santa Sede, se usa
como Color de Luto, para los Funerales de un Cardenal o del
Sumo Pontífice.Rosa: este color simboliza una relajación del
rigor penitencial y se utiliza potestativamente en la misa
del domingo Jadee (el tercero de Adviento) para indicar la
cercanía de Navidad y el domingo Laetare (el cuarto de
Cuaresma) por la misma cercanía de la
Pascua.Negro: este color simboliza el luto y el sufragio
por los difuntos, por lo que se usa en las celebraciones
exequiales y en los entierros, aunque tras la reforma
litúrgica su uso es potestativo en lugar del morado.
En el rito romano tradicional se usa el Viernes Santo,
así como en las representaciones del entierro de
Cristo. Actualmente este color sólo está en
desuso tras la reforma litúrgica de Pablo
VI.
Otros colores
España e Hispanoamérica tienen el
privilegio de usar el color azul, que simboliza la pureza y la
virginidad, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción,
patrona de este país, y en sus celebraciones votivas,
aunque por extensión se utiliza en otras fiestas de la
Virgen.
Los ornamentos de fondo dorado pueden sustituir a
ornamentos de cualquier color en ocasiones de especial
solemnidad, excepto al morado y al negro.
Los ornamentos de fondo plateado pueden sustituir
exclusivamente a los de color blanco.
La corona de adviento es una tradición
cristiana que simboliza el transcurso de las cuatro semanas de
adviento. Consiste en una corona[1] de ramas (generalmente de
pino o abeto) con cuatro (o en ocasiones cinco) velas. Comenzando
el primer domingo de adviento, el encendido de una vela puede
acompañarse de la lectura de la Biblia y oraciones.
Durante las siguientes tres semanas se encienden el resto de las
velas hasta que la semana anterior a Navidad las cuatro velas
están encendidas. Algunas coronas de adviento incluyen una
quinta vela, la "vela de Cristo", que se enciende en Navidad.
Esta tradición tiene propios orígenes, hace dos mil
años atrás. Para poder ayudar a los fieles, en su
mayoría dedicados a la agricultura, el calendario de la
iglesia, al igual que el de los judíos, musulmanes y
paganos era estacional en aquellos tiempos, combinando las fechas
señaladas, celebraciones y rituales con las labores
propias de sus creyentes.[2] El adviento coincide en el
hemisferio norte con el invierno, con los días cortos y
poco luminosos que preceden a la Navidad. El nacimiento de Cristo
comenzó a celebrarse el 25 de diciembre de cada año
ocupando el lugar de las saturnales y el Diez Nata lis
Solís Invicti, Festival del Nacimiento del Sol
Inconquistado, festividad romana dedicada al Sol Invictus y
vinculada al solsticio de invierno.
El anillo o corona de ramas de árbol perenne
decorado con velas era un símbolo en el norte de Europa
mucho antes de la llegada del cristianismo, que al igual que con
otras tradiciones acabó siendo integrado en su
simbología. El círculo es un símbolo
universal relacionado con el ciclo ininterrumpido de las
estaciones, mientras que las hojas perennes y las velas
encendidas significan la persistencia de la vida en mitad del
duro y oscuro invierno. Algunas fuentes sugieren que la corona,
reinterpretada como un símbolo cristiano, era de uso
común en la Edad Media, mientras que otras consideran que
no se estableció como tradición cristiana hasta el
siglo XVI en Alemania. El uso como calendario previo al
día de Navidad se atribuye ampliamente a Johann Hinrich
Wichern (1808-1881), un pastor protestante alemán, pionero
en el trabajo misionario entre los pobres de las ciudades. Era
1839, y los niños de una escuela que Wichern había
fundado preguntaban a diario si el día de Navidad
había llegado. El pastor construyó un anillo de
madera, hecho con una vieja rueda de carreta, con diecinueve
velas rojas pequeñas y cuatro velones blancos. Encendieron
una vela pequeña cada día de la semana durante el
adviento, y los domingos, una de las cuatro velas
grandes.
Isaías: figura de espera por la
SalvaciónJuan Bautista: figura de
preparaciónMaría: Virgen de la esperanza y Madre del
Salvador
1.-LA FIGURA DE LA ESPERA:
ISAÍAS
La elección de las lecturas de Adviento nos ha
puesto en frecuente contacto con Isaías. Conviene
reflexionar un poco sobre su personalidad. Los textos
evangélicos no dicen nada de la personalidad del profeta
Isaías, pero le citan. Incluso podemos decir que, a
menudo, se le adivina presente en el pensamiento y hasta en las
palabras de Cristo. Es el profeta por excelencia del tiempo de la
espera; está asombrosamente cercano, es de los nuestros,
de hoy. Lo está por su deseo de liberación, su
deseo de lo absoluto de Dios; lo es en la lógica bravura
de toda su vida que es lucha y combate; lo es hasta en su arte
literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su gusto
por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Es uno de
esos violentos a los que les es prometido por Cristo el
Reino.
Todo debe ceder ante este visionario, emocionado por el
esplendor futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida
de un Príncipe de paz y justicia. Encontramos en
Isaías ese poder tranquilo e inquebrantable del que
está poseído por el Espíritu que anuncia,
sin otra alternativa y como pesándole lo que le dicta el
Señor.
El profeta apenas es conocido por otra cosa que sus
obras, pero éstas son tan características que a
través de ellas podemos adivinar y amar su persona.
Sorprendente proximidad de esta gran figura del siglo VIII antes
de Cristo, que sentimos en medio de nosotros, cotidianamente,
dominándonos desde su altura espiritual.
Isaías vivió en una época de
esplendor y prosperidad. Rara vez los reinos de Judá y
Samaria habían conocido tal optimismo y su posición
política les permite ambiciosos sueños. Su
religiosidad atribuye a Dios su fortuna política y su
religión espera de él nuevos éxitos. En
medio de este frágil paraíso, Isaías va a
erguirse valerosamente y a cumplir con su misión: mostrar
a su pueblo la ruina que le espera por su negligencia.
Perteneciente sin duda a la aristocracia de Jerusalén,
alimentado por la literatura de sus predecesores, sobre todo
Amós y Oseas, Isaías prevé como ellos,
inspirado por su Dios, lo que será la historia de su
país. Superando la situación presente en la que se
entremezclan cobardías y compromisos, ve el castigo futuro
que enderezará los caminos tortuosos. Lodts escribe de los
profetas: "Creyendo quizá reclamar una vuelta
atrás, exigían un salto hacia adelante. Estos
reaccionarios eran, al mismo tiempo, revolucionarios". Así
las cosas, Isaías fue arrebatado por el Señor "el
año de la muerte del rey Ozías", hacia el
año 740, cuando estaba en el templo, con los labios
purificados por una brasa traída por un serafín (Is
6, 113). A partir de este momento, Isaías ya no se
pertenece. No porque sea un simple instrumento pasivo en las
manos de Yahvé; al contrario, todo su dinamismo va a
ponerse al servicio de su Dios, convirtiéndose en su
mensajero. Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel al
que sólo le quedará un pequeño soplo de
vida. Los comienzos de la obra de Isaías, que
originarán la leyenda del buey y del asno del pesebre,
marcan su pensamiento y su papel. Yahvé lo es todo para
Israel, pero Israel, más estúpido que el buey que
conoce a su dueño, ignora a su Dios (Is 1,
2-3).
La Doncella va a dar a
Luz
Pero Isaías no se aislará en el papel de
predicador moralizante. Y así se convierte para siempre en
el gran anunciador de la Parusía, de la venida de
Yahvé. Así como Amós se había
levantado contra la sed de dominación que avivaba la
brillante situación de Judá y Samaria en el siglo
VIII, Isaías predice los cataclismos que se
desencadenarán en el día de Yahvé (Is 2,
1-17). Ese día será para Israel el día del
juicio. Para Isaías, como más tarde para San Pablo
y San Juan, la venida del Señor lleva consigo el triunfo
de la justicia. Por otra parte, los capítulos 7 al 11 nos
van a describir al Príncipe que gobernará en la paz
y la justicia (ls 7, 10-17).
Es fundamental familiarizarse con el doble sentido de
este texto. A aquel que no entre en la realidad ambivalente que
comunica, le será totalmente imposible comprender la
Escritura, incluso ciertos pasajes del Evangelio, y vivir
plenamente la liturgia. En efecto, en el evangelio del primer
domingo de Adviento sobre el fin del mundo y la Parusía,
los dos significados del Adviento dejan constancia de ese
fenómeno propiamente bíblico en el que una doble
realidad se significa por un mismo y único acontecimiento.
El reino de Judá va a pasar por la devastación y la
ruina.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros",
reconfortará a un reino dividido por el cisma de diez
tribus. El anuncio de este nacimiento promete, pues, a los
contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su
oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y
la devastación. Príncipe y profeta, ese niño
salvará por sí mismo a su país.
La Edad de Oro
Pero, por otra parte, la presentación literaria
del oráculo y el modo de insistir Isaías en el
carácter liberador de este niño, cuyo nacimiento y
juventud son dramáticos, hacen presentir que el profeta ve
en este niño la salvación del mundo. Isaías
subraya en sus ulteriores profecías los rasgos
característicos del Mesías. Aquí se contenta
con apuntarlos y se reserva para más tarde el tratarlos
uno a uno y modelarlos. El profeta describe así a este rey
justo: (Is 11, 1-9).
Ezequías va a subir al trono y este poema se
escribe para él. Pero, ¿cómo un hombre
frágil puede reunir en sí tan eminentes cualidades?
¿No vislumbra Isaías al Mesías a
través de Ezequías? La Iglesia lo entiende
así y hace leer este pasaje, sobre la llegada del justo,
en los maitines del segundo domingo de Adviento. En el
capítulo segundo de su obra, hemos visto a Isaías
anunciando una Parusía que a la vez será un juicio.
En el capítulo 13, describe la caída de Babilonia
tomada por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar este
acontecimiento histórico para ver la venida de
Yahvé en su "día". La descripción de los
cataclismos que se producirán la tomará Joel y la
volveremos a encontrar en el Apocalipsis (Is 13,
9-ll).
Esta venida de Yahvé aplastará a aquel que
haya querido igualarse a Dios. El Apocalipsis de Juan
tomará parecidas imágenes para describir la derrota
del diablo (cap. 14).
En los maitines del 4.° domingo de Adviento,
volvemos a encontrarle en el momento que describe el advenimiento
de Yahvé: "La tierra abrasada se trocará en
estanque, y el país árido en manantial de aguas"
(35, 7). Se reconoce el tema de la maldición de la
creación en el Génesis. Pero vuelve Yahvé
que va a reconstruir el mundo. Al mismo tiempo, Isaías
profetiza la acción curativa de Jesús que anuncia
el Reino: "Los ciegos ven, los cojos andan", signo que Juan
Bautista toma de este poema de Isaías (35,
5-6).
Podríamos sintetizar toda la obra del profeta
reduciéndola a dos objetivos:
El primero, llegar a la situación presente,
histórica, y remediarla luchando. El segundo, describir un
futuro mesiánico más lejano, una
restauración del mundo. Así vemos a Isaías
como un enviado de su Dios al que ha visto cara a cara. El
profeta no cesa de hablar de él en cada línea de su
obra. Y, sin embargo, en sus descripciones se distingue por
mostrar cómo Yahvé es el Santo y, por lo tanto, el
impenetrable, el separado, Aquel que no se deja conocer. O,
más bien, se le conoce por sus obras que, ante todo, es la
justicia. Para restablecerla, Yahvé interviene
continuamente en la marcha del mundo.2.-LA FIGURA DE LA
PREPARACIÓN: JUAN BAUTISTA
Isaías está presente en Juan Bautista,
como Juan Bautista está presente en aquél al que ha
preparado el camino y que dirá de él: "No ha
surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el
Bautista". San Lucas nos cuenta con detalle el anuncio del
nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25).
Esta extraña entrada en escena de un ser que se
convertirá en uno de los más importantes jalones de
la realización de los planes divinos es muy del estilo del
Antiguo Testamento. Todos los seres vivos debían ser
destruidos por el diluvio, pero Noé v los suyos fueron
salvados en el arca. Isaac nace de Sara, demasiado anciana para
dar a luz. David, joven y sin técnica de combate, derriba
a Goliat. Moisés, futuro guía del pueblo de Israel,
es encontrado en una cesta (designada en hebreo con la misma
palabra que el arca) y salvado de la muerte. De esta manera, Dios
quiere subrayar que Él mismo toma la iniciativa de la
salvación de su pueblo.
El anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza
en el marco litúrgico del templo. Desde la
designación del nombre del niño, "Juan", que
significa "Yahvé es favorable", todo es concreta
preparación divina del instrumento que el Señor ha
elegido.
Su llegada no pasará desapercibida y muchos se
gozarán en su nacimiento (Lc 1, 14); se abstendrá
de vino y bebidas embriagantes, será un niño
consagrado y, como lo prescribe el libro de los Números
(6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. Juan es ya
signo de su vocación de asceta. El Espíritu habita
en él desde el seno de su madre. A su vocación de
asceta se une la de guía de su pueblo (Lc 1,
17).
Precederá al Mesías, papel que
Malaquías (3, 23) atribuía a Elías. Su
circuncisión, hecho característico, muestra
también la elección divina: nadie en su parentela
lleva el nombre de Juan (Lc 1, 61), pero el Señor quiere
que se le llame así cambiando las costumbres. El
Señor es quien le ha elegido, es él quien dirige
todo y guía a su pueblo.
Benedictus Deus Israelei
El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema
que, a la vez, es acción de gracias y descripción
del futuro papel del niño. Este poema lo canta la Iglesia
cada día al final de los Laudes reavivando su
acción de gracias por la salvación que Dios le ha
dado y en reconocimiento porque Juan sigue mostrándole "el
camino de la paz".
Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios
en su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza la
alianza que había prometido. El papel del precursor es muy
preciso: prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), da a su
pueblo el "conocimiento de la salvación. Todo el
afán especulativo y contemplativo de Israel es conocer la
salvación, las maravillas del designio de Dios sobre su
pueblo. El conocimiento de esa salvación provoca en
él la acción de gracias, la bendición, la
proclamación de los beneficios de Dios que se expresa por
el "Bendito sea el Señor, Dios de Israel". Esta es la
forma tradicional de oración de acción de gracias
que admira los designios de Dios. Con estos mismos
términos el servidor de Abrahán bendice a
Yahvé (Gen 24, 26). Así también se expresa
Jetró, suegro de Moisés, reaccionando ante el
relato admirable de lo que Yahvé había hecho para
librar a Israel de los egipcios (Ex 18, 10). La salvación
es la remisión de los pecados, obra de la misericordiosa
ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan deberá, pues, anunciar un bautismo en el
Espíritu para remisión de los pecados. Pero este
bautismo no tendrá sólo este efecto negativo.
Será iluminación. La misericordiosa ternura de Dios
enviará al Mesías que, según dos pasajes de
Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12),
"iluminará a los que se hallan sentados en tinieblas y
sombras de muerte" (Lc 1, 79).El papel de Juan, "allanar el
camino del Señor". Él lo sabe y se designa a
sí mismo, refiriéndose a Isaías (40, 3),
como la voz que clama en el desierto: "Allanad el camino del
Señor". Más positivamente todavía,
deberá mostrar a aquel que está en medio de los
hombres, pero que éstos no le conocen (Jn 1, 26) y a quien
llama, cuando le ve venir: "Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo" (Jn 1, 29).Juan corresponde y quiere corresponder a lo
que se ha dicho y previsto sobre él. Debe dar testimonio
de la presencia del Mesías. El modo de llamarle indica ya
lo que el Mesías representa para él: es el "Cordero
de Dios".
El Levítico, en el capítulo 14, describe
la inmolación del cordero en expiación por la
impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa
en el servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el
capítulo 53, que lleva sobre sí los pecados de
Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a sus
discípulos, le ve como la verdadera Pascua que supera la
del Éxodo (12, 1) y de la que el universo obtendrá
la salvación. Toda la grandeza de Juan Bautista le viene
de su humildad y ocultamiento: "Es preciso que él crezca v
que yo disminuya" (Jn 3,30).Todos verán la
salvación de Dios
El sentido exacto de su papel, su voluntad de
ocultamiento, han hecho del Bautista una figura siempre actual a
través de los siglos. No se puede hablar de él sin
hablar de Cristo, pero la Iglesia no recuerda nunca la venida de
Cristo sin recordar al Precursor. No sólo el Precursor
está unido a la venida de Cristo, sino también a su
obra, que anuncia: la redención del mundo y su
reconstrucción hasta la Parusía. Cada año la
Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de su actitud
frente a su mensaje. De este modo, Juan está siempre
presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo
debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La
Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tiene como misión
preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia.
Pero recibirla exige la conversión. Entrar en contacto con
Cristo supone el desprendimiento de uno mismo. Sin esta ascesis,
Cristo puede estar en medio de nosotros sin ser reconocido (Jn l,
26).
Como Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de no
hacer pantalla a la luz, sino de dar testimonio de ella (Jn 1,
7). La esposa, la Iglesia, debe ceder el puesto al Esposo. Ella
es testimonio y debe ocultarse ante aquel a quien testimonia.
Papel difícil el estar presente ante el mundo, firmemente
presente hasta el martirio. Como Juan, sin impulsar una
"institución" en vez de impulsar la persona de Cristo.
Papel misionero siempre difícil el de anunciar la Buena
Noticia y no una raza, una civilización, una cultura o un
país: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya"
(Jn 3, 30). Anunciar la Buena Noticia y no una determinada
espiritualidad, una determinada orden religiosa, una determinada
acción católica especializada; como Juan, mostrar a
sus propios discípulos donde está para ellos el
"Cordero de Dios" y no acapararlos como si fuéramos
nosotros la luz que les va a iluminar. Esta debe ser una
lección siempre presente y necesaria, así como
también la de la ascesis del desierto y la del
recogimiento en el amor para dar mejor testimonio.
Preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena
Noticia, es el papel de Juan y el que nos exhorta a que nosotros
desempeñemos. Hoy, este papel no es más sencillo
que en los tiempos de Juan y nos incumbe a cada uno de
nosotros.
El martirio de Juan tuvo su origen en la franca
honestidad con que denunció el pecado. Juan Bautista
anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que
llamó así a Cristo. Citemos aquí el bello
Prefacio introducido en nuestra liturgia para la fiesta del
martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente su vida
y su papel:
"Porque él saltó de alegría en
el vientre de su madre, al llegar el Salvador de los hombres, y
su nacimiento fue motivo de gozo para muchos. El fue escogido
entre todos los profetas para mostrar a las gentes al Cordero que
quita el pecado del mundo. El bautizó en el Jordán
al autor del bautismo, y el agua viva tiene desde entonces poder
de salvación para los hombres. Y él dio, por fin,
su sangre como supremo testimonio por el nombre de
Cristo".
3. LA FIGURA DE LA ESPERANZA: VIRGEN
MARÍA
La primera venida del Señor se realizó
gracias a ella. Y, por ello, todas las generaciones le llamamos
Bienaventurada. Hoy, que preparamos, cada año, una nueva
venida, los ojos de la Iglesia se vuelven a ella, para aprender,
con estremecimiento y humildad agradecida, cómo se espera
y cómo se prepara la venida del Emmanuel: del Dios con
nosotros. Más aún, para aprender también
cómo se da al mundo el Salvador.
Sobre el papel de la Virgen María en la venida
del Señor, la liturgia del Adviento ofrece dos
síntesis, en los prefacios II y IV de este
tiempo:
"…Cristo Señor nuestro, a quien todos los
profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de
Madre, Juan lo proclamó ya próximo y
señaló después entre los hombres. El mismo
Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al
Misterio de su Nacimiento, para encontrarnos así, cuando
llegue, velando en oración y cantando su
alabanza".
La Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje de
los personajes del Adviento: de la venida del Señor. Por
eso, cada día, durante el Adviento, se evoca, se agradece,
se canta, se glorifica y enaltece a aquella que fue la que
accedió libremente a ser la madre de nuestro Salvador "el
Mesías, el Señor" (Lc 2,11).
Entresaco tres textos de los tantos que uno se encuentra
en honor de la Bienaventurada Madre de Dios, en todo este
Misterio preparado y realizado. Son de la solemnidad de santa
María Madre de Dios:
"¡Qué admirable intercambio! El Creador del
género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen
y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su
divinidad" (antífona de las primeras
Vísperas).
"La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno;
la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la
maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha
visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya"
(antífona de Laudes).
A partir de la segunda parte del Adviento, la
preponderancia de la Madre Inmaculada es tan grande, que ella
aparece como el centro del Misterio preparado e iniciado.
Así las lecturas evangélicas del IV Domingo, en los
tres ciclos, están dedicadas a María. Y en las
misas propias de los días 17 al 24, correspondientes a las
antífonas de la O, todo gira alrededor de ella. Y con
razón.
En las vísperas del primer domingo de Adviento,
la antífona del Magnificat está tomada del
evangelio de la anunciación: "No temas, María,
porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
seno y darás a luz un hijo".
El lunes de esta primera semana, en las vísperas,
la antífona del Magníficat será: "El
ángel del Señor anunció a María y
concibió por obra del Espíritu Santo".
En las vísperas del jueves se canta:
"Bendita tú entre las mujeres". En las vísperas del
segundo domingo de Adviento: "Dichosa tú, María,
que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor
se cumplirá". En los laudes del miércoles hay una
lectura tomada del capítulo 7 de Isaías: "Mirad: la
Virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le
pondrá por nombre Emmanuel…". El responsorio del viernes
después de la segunda lectura del oficio, está
tomado del evangelio de la anunciación en Lc 1, 26, etc. Y
podríamos continuar con una larga enumeración. Esta
enumeración interesa porque muestra cómo la
presencia de la Virgen es constante en los Oficios de Adviento,
así como en el recuerdo de la primera venida de su Hijo y
en la tensión de su vuelta al final de los
tiempos.
La Navidad (latín: nativitas,
«nacimiento») Es una de las festividades más
importantes del cristianismo —junto con la Pascua de
resurrección y Pentecostés. Esta solemnidad, que
conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén, se celebra
el 25 de diciembre en la Iglesia católica, en la Iglesia
anglicana, en algunas comunidades protestantes y en la Iglesia
ortodoxa rumana. En cambio, se festeja el 7 de enero en otras
iglesias ortodoxas, que no aceptaron la reforma hecha al
calendario juliano para pasar al calendario conocido como
gregoriano, nombre derivado de su reformador, el papa Gregorio
XIII.
Los angloparlantes utilizan el término
Christmas, cuyo significado es "misa (mass) de
Cristo". En algunas lenguas germánicas, como el
alemán, la fiesta se denomina Weihnachten, que
significa "noche de bendición". Las fiestas de la Navidad
se proponen, como su nombre indica, celebrar la Natividad (es
decir, el nacimiento) de Jesús de
Nazaret.
Existen varias teorías sobre cómo se
llegó a celebrar la Navidad el 25 de diciembre, que surgen
desde diversos modos de indagar, según algunos datos
conocidos, en qué fecha habría nacido
Jesús.
En la Iglesia Católica
Para el catolicismo la Navidad no solo es un día
de fiesta, sino una temporada de fiestas, y de la misma forma que
la Pascua, contiene un tiempo de preparación, llamado
Adviento, que inicia cuatro domingos antes del 25 de
diciembre.
Es costumbre que se celebren varias misas en Navidad,
con distinto contenido según su horario. Así, la
noche anterior (Nochebuena) aunque sea domingo, se reza la famosa
Misa de Gallo o Misa de Medianoche; en algunos
lugares hay incluso una Misa de la Aurora que se celebra
precisamente al amanecer del 25 de diciembre. Y la Misa de
Mediodía, en la que es costumbre que antes o
después de ella, el Papa dé un mensaje de Navidad a
todos los fieles del mundo, este mensaje es conocido como
Urbi et Orbi (en latín: a la Ciudad de Roma y
al Mundo). Algunos ortodoxos celebran la Navidad junto con
la Epifanía. Adoración de los Magos de Oriente y
los pastores.
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