Historia de la Cultura Cubana (1838-1878) (Parte 3) –
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Historia de la Cultura Cubana (1838-1878)
(Parte 3)
De lo criollo a lo cubano, una literatura en
busca de su identidad
La literatura criolla en la isla tenía ya un
desarrollo proporcionado por el auge iniciado en el
período anterior y el afianzamiento de las
características de identidad que los creadores nacidos o
"aplatanados" en la misma, identifican con el paisaje
geográfico y humano, el clima y un ser apegado a la
comarca en la que había nacido o crecido y el
enfrentamiento de problemáticas políticos y
sociales que habían tenido que resolver a su manera
aún cuando no estaban del todo dentro de la "ley" y la
"ética" real y de la Iglesia. El criollo levantisco y
emprendedor encuentra desde finales del siglo XVIII modo de
expresar sus sentimientos a través de los escasos
periódicos que circulaban precariamente en La Habana y las
principales villas o a través de la décima que
circula de modo oral y luego escrita o con otras formas de
expresión literarias que se van haciendo habituales en la
medida que las personas más cultas entran en contacto con
los moldes de moda o contemporáneos, imitando primero y
poco a poco asimilando las formas al decir conveniente de su
espiritualidad.
Con la llegada del romanticismo al país, la
intelectualidad criolla lo acoge como estilo idóneo para
expresar sus inquietudes de búsquedas de sus raíces
nacionales, sirviéndose de él para identificar y
describir las costumbres que le son comunes. El costumbrismo se
manifiesta como actitud crítica de la intelectualidad
criolla, aspirante a reformar el régimen colonial, aunque
sin tocar el origen del problema social del país, que es
la esclavitud y la situación colonial.
El costumbrismo asoma en la isla desde principios del
siglo XIX, pero alcanza madurez en este período, alentado
por la necesidad de reflejar el mundo insular del criollo en sus
múltiples formas, lo mismo para resaltar los aspectos que
lo definen, como para hacer crítica a los rasgos negativos
o con los que no se identifica esta élite criolla,
interesada en ser ella misma, pero marcando distancia de su
pasado humilde y mestizo. El medio ideal es el periódico y
luego las revistas literarias que proliferan con su carga de
calidad, novedad y brevedad. En cuanto a género el
costumbrismo se expresa en la narrativa, la lírica y el
teatro.
El artículo de costumbre se caracteriza por su
brevedad, con un énfasis mayor en las descripciones y
utilizando con frecuencia narraciones y diálogos. Su
principal objetivo es recrear costumbre o escribir de un lugar
típico, por lo que se limita a describir sin entrar a
profundizar causas u orígenes.
Entre los articulistas de costumbres sobresalen,
José María de Cárdenas (1812-1883),
colaborador habitual de la prensa habanera bajo el
seudónimo de Jeremías de Docaransa y cuyos trabajos
fueron recopilados en "Colección de artículos
satíricos y de costumbres" (1847). En la obra
sobresalen los temas campesinos, literarios y urbanos,
enfatizando en los aspectos censurables y ridículos de la
sociedad de la época, según su
apreciación.
José Victoriano Betancourt (1813-1875), rememora
el pasado y describe personajes y costumbres de ciertos sectores
marginales habaneros como los "negros curros" y los
"ñañigos". Sobresalen entre sus numerosas
colaboraciones, los artículos: "Los curros del Manglar",
"Velar el mondongo" y "La tortilla de San Rafael".
Sobresale por la calidad de sus trabajos Anselmo
Suárez y Romero (1818-1878), quien incursionará
también en la novelística, y que como articulista
de costumbres utilizará un lenguaje más cuidado que
sus colegas del género. Su obra aparecen compendiadas en
el libro, "Colección de artículos" impreso
en 1859.
El español Blas de San Miguel recopila en 1852
una antología de costumbres criollas, "Los cubanos
pintados por sí mismo" y donde de modo tendencioso
toma aquellas crónicas y artículos que satirizan y
ridiculizan al hijo de esta tierra y no por un balance de calidad
y temática que matice sus intenciones.
En las décadas de los sesenta y setenta aparecen
los artículos de Luis Victoriano Betancourt (1843-1885),
que se centró en las críticas al juego, los abusos
médicos, de los abogados, de los comerciantes y la
educación de la juventud. Lo mejor de su obra fue
compendiada en el volumen, "Artículos de
costumbres" (1867)
En este período se dan a conocer las colecciones
de artículos de costumbres de Juan Francisco Valerio,
Francisco de Paula Gelabert, Felipe Poey, Idelfonso Estrada y
Zenea, Manuel Costales y Govantes y José Agustín
Millán.
El teatro popular mantiene una línea autoral que
viene desde principios del siglo XIX y que adquiere notables
éxitos con el sainete y otras variantes del teatro
cómico, en estos autores el costumbrismo es base de la
pegada o no en el público que se identifica con las
situaciones de los libretos y los personajes tipos que van
surgiendo.
Entre los autores del período son citables,
José María de Cárdenas (Jeremías de
Docaransa) con la comedia "Un tío sordo" (1848),
José Victoriano Betancourt, "Las apariencias
engañan" (1847) y Rafael Otero, escritor de teatro
cómico, entre ellos muchos sainetes, como "Cuatro a
una" (1865).
José Agustín Millán fue
también sainetero con abundante obra y aceptable sentido
del humor. En sus obras se refleja la época en un
acercamiento a las costumbres y modos del ambiente de la isla,
principalmente habanero. En 1857 recoge en dos tomos sus piezas
teatrales en un acto, aunque su más apreciada pieza es en
tres actos, "El camino más corto" (1842), en la
que están presente los elementos fundamentales del bufo
cubano, aunque el lenguaje de sus personajes aún suena muy
peninsular.
Lugar aparte para el gallego Bartolomé
José Crespo y Borbón (1811-1871), Creto
Gangá, conocido sainetista habanero que incursiona como
escritor de costumbres en sus versos, "Las habaneras pintadas
por sí misma" (1847), en el que presenta quince tipos
femeninos de La Habana, utilizando su conocido lenguaje del negro
bozal.[1]
El desarrolló un trabajo costumbrista cargado de
intencionalidad, mofándose de los gustos populares y en
especial de los negros. Destacables son sus obras, "Un
ajiaco" o "La boda de Pancha Jutía y Canuto
Raspadura" (1847) y "Debajo del tamarindo"
(1864).
Como resultado del teatro sainetero y costumbrista que
se venía haciendo en la isla desde principios del siglo
XIX surge a finales de la década del sesenta del mismo
siglo el teatro bufo. Los autores para este teatro fueron muchos
y prolíferos, aunque la calidad literaria no fue la mayor
preocupación de los "teatreros". Cabe mencionar a
Francisco Fernández autor de la pieza "Los negros
catedráticos" (1868), pieza que marca el debut del bufo,
que era por demás un teatro más de ver que de
leer.
La narrativa no costumbrita también encuentra
desarrollo en la prensa de la época. Sobresaliendo Domingo
del Monte con su prosa culta y depurada de apego
neoclásico en sus ensayos, artículos literarios y
sus cartas.
En 1837 se publica en La Habana la novela, "La
heredera de Almazán" o "Los caballeros de la
banda" de José María Aldueza, español
radicado en Cuba, y que está considerada la primera novela
escrita en Cuba; ese mismo año Ramón de Palma
(1812-1860) publica en la prensa la leyenda "Matanzas y
Yumurí", el primer trabajo de prosa narrativa escrita
por un criollo; de este autor publica la revista El
Álbum en 1838, sus relatos "El cólera en
La Habana" y "Una pascua en San Marcos", esta última
con una tímida alusión crítica a la
esclavitud que inquieta a la sociedad colonial en la isla. Por
último José Antonio Echeverría (1815-1885)
escribe, "Antonelli" (1839), relato de corte histórico que
puede clasificarse como cuento largo o noveleta.
Cirilo Villaverde (1812-1894) se inicia en la literatura
con largos relatos publicados en las revistas de su tiempo. Entre
1837 y 1845 da a conocer, "La peña blanca",
"Engañar en la verdad", "Una cruz negra", "La joven de la
flecha de oro" y "Cecilia Valdés" (1839), que años
después rescribiría para convertirla en su
más famosa obra.
En 1839 aparecen las dos primeras novelas escritas por
criollos, "Francisco" de Anselmo Suárez y Romero
(1818-1878) y "El Guajiro" de Cirilo Villaverde. El
primero da a conocer su novela en la tertulia de Domingo del
Monte pero su publicación tardó varios años
por el sutil contenido crítico contra la
esclavitud.
Otros narradores extranjeros asentados en el país
o de paso por el mismo escribieron narrativa de viaje,
impresiones del país o realidad ficcionada, mención
para el español Antonio Frauchi Alfaro quien
publicó en España, 1846, la novela "El foro de
La Habana y sus misterios" o "Un oficial de
causas", obra en la que refleja la corrupción de las
autoridades coloniales en Cuba y el acercamiento objetivo al
problema de la esclavitud. Novela de pocos merecimientos
literarios, llama la atención por el tratamiento de temas
vedados a los autores de la isla.
Otro ejemplo es la novela, "El sol de Jesús
del Monte", publicada en París (1852) del canario
Andrés Avelino de Orihuela, quien vivió mucho
tiempo en Cuba. Mezcla de realidad y ficción, basa su
argumento en el período de la Conspiración de la
Escalera.
José Ramón Betancourt publica en 1856 la
novela de costumbres, "Una feria de la Caridad en
183…", que se convirtió en un acontecimiento
editorial en la Cuba colonial al publicarse varias veces, siempre
ampliada por su autor, hasta la versión definitiva en
1885. La obra traza un cuadro del período 1835-1845 con
énfasis en dos de los flagelos endémicos de la
misma, el juego y el bandolerismo.
Ramón Peña (1819-1861) trabaja en su
narrativa la contemporaneidad que vive sin obviar las
críticas sociales. En España publica sus novelas de
temas cubanos, "Gerónimo el honrado" (1857) e "Historia de
un bribón dichoso" (1860)
En 1866 Esteban Pichardo da a conocer su
novela, "El fatalismo", de limitados valores formales, pero
interesante modo de combinar ficción y realidad,
así como cierto acercamiento a la crítica
social.
Otros escritores notables de la narrativa de la
época fueron, Manuel Costale (1815-1866), autor de la
noveleta, "Florentina" (1856) y Pedro José
Morrillas (1803-1881) creador del "Rancheador" (1839),
relato de gran fuerza realista donde el afán de venganza
de los campesino desencadena el drama entre cimarrones y
perseguidores.
Domingo del Monte (1804-1853), se da a conocer con el
poemario "Romances Cubanos" (1829) de inspiración
neoclásica deliberadamente dirigido a buscar una
poesía propia que fuera expresión del
espíritu criollo. Su gran cultura y su sólida
posición económica lo llevan a impulsar sus planes
a través de la revista, "La Moda" (1829-1830) y sus
colaboraciones en otros medios en los que además de
poesía publicó crítica literaria.
Miembro de la Sociedad Patriótica, comparte el
empeñó de mejoramiento cultural para la isla,
iniciando en 1834 sus célebre tertulias en las que se
gestó buena parte de la cultura literaria del momento, por
la calidad de los intelectuales que a ella acudían y por
la autoridad cultural del anfitrión.
En esas tertulias se desarrolló la "poesía
criollista", con sus vaivenes entre el neoclasicismo y el
romanticismo, contrapeso reformista de la burguesía
criolla a los intentos independentistas que le precedieron. Del
Monte no fue ajeno a esto y en los momentos en que se agudizan
las contradicciones entre criollos y peninsulares, embridó
el verso de los mejores vates, disolviéndose sus
inquietudes sobre los destinos de Cuba en el
pesimismo.
La narrativa encontró también espacio en
las tertulias delmontinas haciéndose eco de muchos de los
problemas que aquejaban al país, entre ellos la esclavitud
para la que nunca encontraron una respuesta.
Asiduos a estas reuniones fueron los poetas Gabriel de
la Concepción Valdés (Placido), mulato; José
Jacinto Milanés, Juan Francisco Manzano, negro liberto e
Ignacio Valdés Machuca: prosistas como Anselmo
Suárez y Romero, Ramón de Palma, Cirilo Villaverde,
José Antonio Echeverría, José Mª de
Cárdenas y Luis Victoriano Betancourt; publicistas
Francisco de Frías, Ramón Zambrana, José
Silverio Ruiz y Gaspar Betancourt Cisneros; científico,
Felipe Poey y otras personalidades de la intelectualidad criolla
que hicieron de esta tertulia la expresión más alta
de la cultura habanera.
Las tertulias delmontinas se desarrollaron hasta 1843,
no sin la ojeriza velada de las autoridades coloniales
españolas. Allí se discutieron las dudas
reformistas de la intelectualidad de la época, opuesta al
régimen de las "facultades omnímodas", cuyo
más fiel representante fue el Capitán General
Miguel Tacón y Rosique, pero temerosos de una
sublevación de esclavos que barriera sus
privilegios.
Las tertulias del Domingo del Monte fueron el refugio de
una intelectual inconforme con la sociedad colonial de la isla.,
conscientes de que el sistema esclavista era a la vez fuente de
riquezas y de estancamiento para una sociedad criolla ya esbozada
y que para nada contaba con la gran masa africana a la hora de
hablar de formación cultural.
Brillaron en estas reuniones dos poetas criollos
continuadores de la corriente romántica iniciada en Cuba
por José María Heredia, uno de ellos fue Gabriel de
la Concepción Valdés (1809-1844), quien firmaba
bajo el seudónimo de Plácido, mestizo de
fácil versificación, poesía dispar pero que
alcanza en algunos momentos de su lírica relevancia
estética. Fue muy conocido en su época
fundamentalmente en Matanzas, donde era asiduo a veladas y
tertulias y habitual colaborador de la prensa literaria. En 1838
publica su tomo de "Poesía" obra que lo reafirma como uno
de los buenos poetas criollos del momento, luego publica otros
dos folletos, "El Veguero" (1841) y "El hijo de la
maldición" (1843). En los momentos en que gozaba de
más reconocimiento social fue detenido, juzgado y fusilado
por su controvertida participación en la
"Conspiración de la Escalera", en un proceso en el que
poco o nada se le probó, pero su origen humilde y mestizo,
lo hizo la víctima necesaria para el escarmiento de su
raza.
El otro vate romántico de este período, lo
fue el criollo José Jacinto Milanés (1814-1863), al
que le señalan la fuerte influencia de Domingo Delmonte en
la creación de su obra lírica, de un romanticismo
melancólico que se destaca en sus elegías y en su
mirada a la tierra natal, víctima de sus convenciones y su
tiempo, la locura desequilibra su talento, aunque deja tiempo
para la entrega de una obra dramática muy destacable y
fundacional.
La poesía de esta época no se libró
del acercamiento al costumbrismo enfatizado, en el caso de los
poetas criollistas, en los campesinos y su idealizada forma de
vivir en la naturaleza cubana. En tanto los siboneyistas llegan
al extremo de inventarse un pasado aborigen, casi de
ficción, al tratar de describir e historiar la vida de los
habitantes originarios del archipiélago cubano.
Ambas vertientes líricas tienen al criollo y la
naturaleza de la isla como tema principal y son a la larga parte
de la corriente romántica constumbrista de moda por estos
años, pero no solo esto sino que se imbrican en el proceso
de reafirmación nacional que marcará toda la
primera mitad de siglo XIX como antecedente del surgimiento de la
nacionalidad cubana.
En los primeros años de la década del
cuarenta del siglo XIX se inicia un crecimiento de revistas
literarias y culturales que continuaban la tradición de
los primeros periódicos al publicar las colaboraciones de
los intelectuales de la isla sobre diversos temas, incluyendo los
artísticos y literarios. La Habana y las principales
ciudades vieron aparecer revistas de muy buena factura y que eran
el vehículo para una lírica criolla, con una media
de regular calidad, en la que aparecen poetas y poesía que
irán conformando una literatura.
Después de 1844 estaban censurados o silenciados
los principales poetas románticos de la isla, José
María Heredia, Francisco Manzano, Gabriel de la
Concepción Valdés y José Jacinto
Milanés; sobrevino un período de poesía
intrascendente, cercana a los modelos foráneos, de rimas
forzadas, poca inspiración y tendencia a la
superficialidad y la sensiblería, en el que predominaban
la sonoridad y grandilocuencia sobre el sentido. Pese a esto
seguían presente en ellos los temas referidos a la tierra
natal y la exaltación de la naturaleza cubana.
Sobresalen en esta continuidad del movimiento
romántico criollo, Ramón de Palma, Francisco Orgaz,
Francisco Javier Blanchié, José Gonzalo
Roldán Felipe López de Breñas y Narciso
Foxa.
Paralelo a esta poesía romántica de
folletín, continúa el desarrollo de una
poesía criollista de tendencia nativista. En ella el
campesino de la isla se presenta idealizado, cantando
décimas, jugando gallos, entretenido en bailes domingueros
y desenvolviéndose en un romance bucólico casi
perfecto. Se ignora que existe la esclavitud, como principal
flagelo de la sociedad cubana y otros problemas que
interrumpían esa perfección de este campo lleno de
campesinos blancos, Es la visión reformista de la sociedad
criolla representado por los cultos poetas de esta tendencia,
Domingo del Monte, Ramón Velez y Joaquín Lorenzo
Luaces, este último la principal figura de la
lírica nativista.
Paralelo a este grupo de cultos poetas, despuntan en los
campos y pueblos del interior un nativismo popular, influido por
el primero, pero que alcanzan los mejores momentos de este
movimiento al acercarse al tema con mayor naturalidad. Juan
Cristobal Nápoles Fajardo (1829-1862), El
Cucalambé, es la principal figura de esta poética,
que tiene en la décima su principal vehículo de
expresión.
El Cucalambé es el cantor de la flora y los
campos de Cuba, en sus décimas está la patria hecha
naturaleza y por eso nadie fue más popular. El hombre de
campo encontró con él su lenguaje, sus
sentimientos, cantados con naturalidad y fluidez. En 1857 publica
su poemario "Rumores del Hórmigo", su
único cuaderno de versos y al desaparecer en 1862 se hizo
una leyenda de cubanía persistente.
Como continuación del movimiento de la
lírica criollista se configura en la década del
cincuenta la poesía siboneyista, que tuvo en José
Fornaris (1827-1890) su principal vate, su poesía fue
expresión de calidad y buen gusto, sobresaliendo por su
sencillez, espontaneidad y facilidad rítmica.
A partir de la aparición de su libro "Cantos
del Siboney" (1855) se sistematiza la aparición de
poemas que tengan como tema al hombre originario de estas islas.
El tema no era nuevo, otros habían cantado a los
aborígenes de Cuba, pero no tenían la
intención política del grupo siboneyista, que
esconde tras la idílica búsqueda del origen un
sutil desacuerdo con el régimen colonial. El grupo
publicó la revista, La Piragua (1856-1857) y
entre sus miembros se contaban Velez Herrera, Joaquín
Lorenzo Luaces y El Cucalambé.
Frente al folletín lírico de corte
romántico se produce una reacción de buen gusto que
toma fuerza en la segunda mitad de los cuarenta del
decimonónico y se afianza en la década siguiente.
Encabeza esta reacción, Rafael María Mendive
(1821-1886), desde las páginas de la revista La Habana
(1853-1857) que fundara y codirigiera con José de
Jesús Quintiliano García.
Su obra se caracteriza por su sencillez, emotividad y
claridad en las ideas, formas de hacer que habían quedado
truncas desde hacía una década. Más no fue
solo la publicación de su obra el aporte de Mendive, sino
la selección de sus colaboradores de la revista, la
calidad tipográfica de la misma y sobre todo las tertulias
literarias que preparó, continuadoras de las que
dirigió Domingo del Monte, aunque sin la influencia de
ellas.
Joaquín Lorenzo Luaces también
formó parte de este movimiento renovador aunque sus
preocupaciones no fueron estéticas, sino políticas,
como lo demuestra su inclusión en el grupo siboneyista.
Escribió romances cubanos y el extenso poema
"Cuba" de tono mitológico. En 1857 editó
un cuaderno con sus poemas.
Otro de los importantes restauradores de la
lírica criolla fue Juan Clemente Zenea (1832-1871), quien
evoluciona del romanticismo folletinesco a una poesía de
calidad, caracterizada por su cubanía, el desarraigo,
nostalgia por el pasado, vaguedad, melancolía y
ensoñación propia de los románticos, pero
con un compromiso político que lo lleva a la muerte por
fusilamiento en 1871.
Zenea publica desde muy joven en la prensa de la isla y
hacia los años sesenta llega a desarrollar una labor
promocional y crítica desde las páginas de la
Revista Habanera, codirigida por Enrique Piñeiro y
clausurada luego de dos años de circulación por sus
intenciones filo independentista.
En su lírica cuenta con poemas de diversas
temáticas, entre ellas la patriótica, pero su mayor
calidad está en las elegías, cuyo mejor ejemplo es
el romance "Fidelia", incluido en su poemario
"Cantos de la tarde" (1860).Incursiona en la
crítica literaria y artículos de costumbres.
Ejemplo de ello son sus ensayos, "Sobre la literatura en los
Estados Unidos" y "Lejos de la patria, memoria de un
joven poeta" (1859), con carácter
autobiográfico.
Completando esta segunda hornada de poetas
románticos de la isla, está Luisa Pérez de
Zambrana (1825-1922), de origen campesino, influida por el
criollismo popular llega a ser la expresión más
sincera del decir poético de esta época,
cantándole a la vida rural, el paisaje y las costumbres,
con un lenguaje sencillo en los que pueden reconocerse los giros
idomáticos del criollo.
Su contacto con el campo, la naturaleza y la vida
rústica dan a su poesía la mayor sinceridad. Desde
los catorce años da a conocer sus primeros poemas y en
1856 aparece su primer tomo de poemas, seguido por un segundo en
1860, prologado por Gertrudis Gómez de
Avellaneda.
Tras este grupo de destacados poetas e influidos por
ellos, aparecen numerosos autores que incluyen a poetisas como,
Julia Pérez Monte de Oca, Úrsula Céspedes de
Escamaverino, Mercedes Valdés Mendoza y el poeta Federico
García Copley.
La renovación poética de esta segunda
generación de románticos criollos alcanza su
madurez hacia 1860 con la aparición de los poemarios de
Zenea y la Zambrana y el regreso triunfal de la Avellaneda ya
reconocida por entonces como una de las más importantes
intelectuales en lengua hispana, consagrada por su teatro y su
poesía.
Durante los tres años de su permanencia en Cuba,
entre 1860 y 1863 la Avellaneda funda la revista Álbum
de lo Bueno y de lo Bello, en donde se pronuncia contra el
mal gusto y en la que publica sus novelas "Dolores (1861) y "El
artista barquero" (1861) a más de su asiduas
colaboraciones para el Diario de la Marina, el
más importante de los periódicos
habaneros.
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), nacida
en Puerto Príncipe[2]escribe desde muy
joven, tanto en prosa como en versos, su formación
intelectual es criolla al educarse en el seno de su familia
camagüeyana.
Pese a la distancia y el tiempo de residencia en
España reclamará su condición de criolla,
manteniendo en su nostalgia los recuerdos de su tierra tanto en
poesía como en prosa, pero sobre todo en sus cartas en el
que está latente la añoranza por la tierra que le
vio nacer.
Su prosa es lo más significativo dentro de este
período de la cultura criolla, era narrativa de corte
realista con temas propios de los románticos, como sus
novelas de temas históricos, la más famosa
Sab (1841), considerada la primera novela abolicionista,
"Dos Mujeres" (1842-1843), Espatolino (1844) y
Guatimozín (1846), está última
tenida por la crítica como la mejor novela
romántica escrita en España; también escribe
cuentos a partir de temas oídos en su tierra y que ella
hace leyendas, "El aura blanca", "La baronesa de Joux", El
cacique de Turmequé" y "La velada del helecho" o "Donativo
del diablo".
El teatro de la Avellaneda la reafirma como la figura
femenina de más relieve en lengua hispana durante el siglo
XIX. Durante veinte años mantiene sus obras en los teatros
españoles, llegó a escribir veinte obras en los
géneros de tragedia, drama y comedia, aunque serían
las tragedias las que le dieron fama.
En 1840 escribió su primera pieza para el teatro,
el drama "Leoncia" y en 1844 su primera tragedia,
"Munio Alfonso", insertada en la corriente de teatro
medievalista. Otras obras suyas fueron las tragedias, "El
Príncipe de Viana" (1844), "Egilona" (1845),
"Saúl" (1846), "Recaredo" (1851) y
"Baltazar" (1858). Esta última es considerada su
mejor obra, basada en un tema bíblico y mantenida en
cartelera cincuenta noches de representaciones en
Madrid.
Sus comedias aunque no alcanzan la calidad de las
tragedias, se ajustaron a las exigencias de su época, al
punto de gozar de mucho éxito, especialmente "La hija
de las flores" (1852) y "El millonario y la maleta"
(1870).
En el teatro de la Avellaneda sobresale su
preocupación ética en temas como la fidelidad, el
amor, el cumplimiento del deber y la actitud de sus personajes
ante situaciones extremas.
"Nadie ante que ella estuvo mejor dotado, nadie tuvo
su talento dramático, su fuerza poética, su sentido
escénico; nadie confió tanto en el teatro como
forma de expresión propia, pero la influencia
española le impidió ir más allá de un
mundo débilmente romántico y tímidamente
realista"[3]
Entre 1837 y 1840 se consolida el movimiento teatral en
La Habana que con la construcción del Teatro Tacón
pasa a ser la primera plaza teatral de América Latina. A
partir de entonces se escribieron y representaron obras de teatro
con mayor regularidad, dando el caso singular de que los autores
imprimían y distribuían la obra antes de
representarla a fin de garantizar el éxito en la
taquilla.[4]
En 1837 Ramón de Palma escribe "La
Prueba" o "La vuelta del Cruzado" iniciadora del
teatro romántico en la isla. Al siguiente año se
escriben y representan un buen número de piezas teatrales,
"Don Pedro de Castilla" de Francisco Javier Foxá;
el drama "Guillermo" de José María
Alqueza; "La sacerdotisa del Sol" de Juan Miguel Losada;
la comedia "Yo no me caso" de Francisco Gabito y el
drama "Enrique Conde de San Gerardo" o "Clotilde de
Bolti" de Domingo Montalvo.
De modo simbólico o velado muchos creadores
criollos llevaron a la escena las contradicciones que en esta
época ya eran evidentes entre peninsulares y gente del
país, por ello sus obras tenían siempre el agudo
sentido de reivindicar sus derechos y marcar el sentido de
diferencia a través de pasajes históricos o de
ficción extrapolados a otras épocas y otros
contextos.
El teatro romántico criollo, como casi toda la
literatura hecha en la isla, nace restringido pero no deja de
marcar a su manera inteligente y velada las contradicciones con
la metrópoli. Tal vez el más señalado sea
José Jacinto Milanés cuyo teatro siempre
levantó suspicacia en los censores. En 1838 da a conocer
su primera pieza, "El Conde Alarcos", todo un suceso
para los habaneros, porque el drama ético que vive el
Conde entre el amor y la obediencia marca el pensamiento
político criollo del momento.
Con iguales intenciones fueron sus obras, "A buen
hambre no hay pan duro" (1840), "Por el puente y por el
río" (1840), "El poeta en la Corte" (1840),
censurada durante seis años por su abierta censura a los
aduladores del poder, y el conjunto de entremeses, "El
Mirón Cubano" (1840-1842), en el que se maneja el
costumbrismo en el teatro de un modo más elaborado e
intelectual.
Joaquín Lorenzo Luaces como dramaturgo acude
también a personajes históricos para reflejar
problemáticas contemporáneas, escribe piezas
variadas y de calidad que incluyen, tragedias, dramas y comedias,
muy pocas de ellas representadas. En sus comedias reflejan
problemáticas del país en las que están
presente los rasgos que distinguen lo nacional, entre ellas,
"El becerro de oro" (1859) y "La escuela de
Parientes". Escribió también, tragedias de
carácter histórico, "Arturo de Osberg"
(1867) y "Aristodemo" (1867)
José Fornaris incursiona en la temática
campesina en su teatro, en dramas como "La hija del pueblo"
(1865) y "Amor y sacrificio" (1866); el Cucalambé
escribió también un drama con temática
rural, "Consecuencia de una falta" (1858)
El período comprendido entre 1838 y 1878 se
caracteriza por las inquietudes políticas cada vez
más desafiantes de los criollos, en la medida en que se
afianza la nacionalidad en la isla y se agudizan las
contradicciones con la metrópolis. Esto provoca el
surgimiento de una corriente de pensamiento anexionista, producto
del temor de los ricos criollos de perder la esclavitud como base
de su enriquecimiento; el resurgir de un reformismos apaciguador
y la propagación de la independencia como única
salida a la situación político-social del
país.
La propagación de estas ideas políticas
fue seguida por fuerte censura, represión y
expulsión o abandono voluntario del país de cientos
de criollos que se asentaron y defendieron desde otras tierras
las mismas. Por eso desde el exilio muchos de ellos publicaban y
hacían llegar a Cuba sus libros, folletos, revistas y
periódicos promoviendo una literatura política que
en principio fue hecha solo desde el extranjero y luego desde
territorio de la Cuba insurrecta.
Una de las más tempranas manifestaciones de este
fenómeno fue la publicación en New York del
poemario, "El laúd del desterrado" (1858) que
recoge poesías patrióticas de cubanos que tuvieron
en el exilio: José María Heredia, Juan Clemente
Zenea, José Agustín Caballero, Pedro Santacilia,
Miguel Teurbe Tolón, Pedro Ángel Castellón,
Leopoldo Turla y otros.
El grueso de la literatura política se
hacía en la prensa de la emigración que circulaba
clandestina en Cuba, aunque también se publicó
durante el breve período de libertad de prensa de
1869.
Durante el período insurrecional se dan a conocer
en el extranjero un grupo de obras de teatro conocidas como
"teatro mambí". En México Alfredo Torroella estrena
su pieza teatral, "El Mulato" (1869) y aparecen las
"Alegoría Cubanas" (1869) de Juan Ignacio Armas
Céspedes y "Dos cuadros de la insurrección
cubana" (1869) de Francisco Víctor Valdés;
Luis García Pérez da a conocer en 1874, "El grito
de Yara" y Diego Vicente Aguilera su poema dramático, "La
muerte de Plácico". Es un teatro de barricada, de
encendido patriotismo y pocos valores
estéticos.
En la manigua sobresale la oratoria de Ignacio
Agramonte, Rafael Morales (Moralitos), Luis Victoriano
Betancourt, Salvador Cisneros Betancourt, Miguel Gerónimo
Gutiérrez y Eduardo Machado Gómez. Entre los
emigrados se destacan como oradores, José Miguel Mestre,
José Morales Lemus, Enrique Piñeyro y Manuel de
Quesada, entre otros.
De la producción lírica en los campos
insurrectos se conoce la recopilación hecha por
José Martí en 1893, "Los poetas de la
guerra", en la que se reúnen poemas de
disímiles autores, diversidad de estilo y calidad, entre
los más reconocidos están José
Joaquín Palma, Antonio Hurtado del Valle, Miguel
Gerónimo Gutiérrez y Ramón Roa.
En España el joven José Martí
publica dos de sus primeras obras políticas: "El presidio
político en Cuba" (1871) y "La República
Española ante la Revolución Cubana" (1873). La
primera obra testimonial y desgarradora que denuncia la
situación de las cárceles coloniales en Cuba y la
segunda obra de madurez política que emplaza a los
liberales españoles a darle la independencia a Cuba. Ambas
son exponentes de los valores éticos de la prosa martiana
y dejan entrever los rasgos que caracterizarán la prosa
martiana en su madurez.
También en España, Fermín
Valdés Domínguez escribe su testimonio sobre los
hechos del fusilamiento de los estudiantes de medicina en 1871,
en un libro que tituló "27 de noviembre" (1873) y
Francisco Javier Balmaseda escribe su testimonio de deportado a
las posesiones españolas en África tropical en el
libro, "Los confinados a Fernando Poo, impresiones de un viaje a
Guinea" (1869)
Autor:
Ramón Guerra Díaz
[1] Lenguaje de negro bozal. Forma deformada
que tenían los negros venidos de África de hablar
el español, aprendido en el duro contacto diario de la
esclavitud y mezclado con vocablos de sus dialectos.
[2] Actualmente recibe el nombre de Camaguey,
capital de la provincia homónima de Cuba.
[3] Instituto de Literatura y
Lingüística: Diccionario de la Literatura Cubana:
100, 1984
[4] Rine Leal: La Selva Oscura. Tomo I