La filosofía en la definición de la
identidad del adolescente – Monografias.com
La filosofía en la
definición de la identidad del adolescente
En el presente trabajo escrito me propongo abordar desde
la múltiple perspectiva filosófica y
psicológica una problemática propia del
adolescente: la definición de su
identidad.
Antes de reflexionar sobre la problemática
relativa a la definición de la identidad del adolescente,
es necesario diferenciar identidad con identificación.
"Esta última alude a un proceso defensivo del yo por el
cual el menor adquiere una seguridad relativa y transaccional al
"identificarse" parcialmente con personas de su entorno. El
destino de la totalidad de las identificaciones no es formar
acumulativamente una identidad final, porque ésta
–aunque las incluya– constituye una forma nueva e
imprevisible. La posibilidad de auténtica intimidad se
alcanza cuando hemos logrado la certeza de la propia
identidad"[1].
El joven necesita, ante todo, definir su identidad. El
adolescente se pregunta ¿Quién es
él? El muchacho de una manera consciente o
inconsciente se pregunta: "¿Quién soy yo?"
Él está buscándose a sí mismo, y por
ello debe tratar de responder a esa pregunta antes de preguntarse
qué hará en la vida. El joven busca su propia
identidad, ya que una de las tareas de la adolescencia es saber
quién es él realmente. En la búsqueda de la
identidad el estudiante debe ir integrando no sólo los
elementos nuevos que han surgido dentro y fuera de él,
sino también debe asumir toda su vida pasada que no puede
ser eliminada. Según Estanislao Zuleta, la identidad es la
esencia de nuestro ser; y la desgracia de nuestro ser es que no
tengamos una identidad dada, que tengamos que conquistarla, con
nuestra vida, con nuestra historia; y agrega que la persona es
capaz de hacerse matar en la búsqueda de una identidad,
que es lo que más nos hace falta; que es lo que más
nos oprime no tener. La identidad coincide con la totalidad del
ser.
La identidad se define como el conjunto de rasgos
propios de un individuo que lo caracterizan frente a los
demás, o como la conciencia que una persona tiene de ser
ella misma y distinta a las demás, o el hecho de ser
alguien o algo, el mismo que se supone o se busca. Según
el psiquiatra Sergio Muñoz
Fernández[2]entendemos por identidad la
sensación de continuidad y mismidad, es decir, de ser uno
mismo y lo que le permite al individuo diferenciarse de los
demás. "¿Qué es la identidad y cómo
surge en el desarrollo del adolescente? Identidad, significa
principalmente adecuación y fortaleza del yo: equilibrio,
madurez, integridad personal, razonabilidad y confiabilidad;
adecuado grado de satisfacción personal y de
adaptación y responsabilidad social; expresión
espontánea y seguridad en uno mismo. La identidad del
individuo se desarrolla desde la niñez, con las
experiencias positivas y negativas que se adquieren durante el
desarrollo psicológico, social y fisiológico. El
concepto de identidad es un término muy amplio que engloba
los aspectos generales de la personalidad del sujeto en su
totalidad, en las que se suscriben fundamentalmente la
integración de nuevas culturas y su asimilación de
normas sociales, valores, creencias, costumbres, etc., que
determinan las características e interacciones personales
y sociales de los componentes más significativos en el
mundo único y personal del ser
humano"[3].
La identidad indica la individualidad de cada persona
para definirla en función de sus propios atributos
personales. "La palabra identidad también se usa
para referirse a la coherencia de nuestro propio yo, tanto
física como psíquica a lo largo del
tiempo"[4]. Su propia identidad es el conjunto de
conocimientos acerca de quién es y qué es.
"Quizás la tarea más importante de la adolescencia
consiste en la búsqueda (o más bien la
construcción) de la propia identidad; es decir, la
respuesta a la pregunta "quién soy en realidad". Los
adolescentes necesitan desarrollar sus propios valores, opiniones
e intereses y no sólo limitarse a repetir los de sus
padres. Han de descubrir lo que pueden hacer y sentirse
orgullosos de sus logros. Desean sentirse amados y respetados por
lo que son, y para eso han de saber primero quiénes
son"[5]. Ningún adolescente quiere ser
copia de otra persona, así sean sus padres, por más
que los ame y respete. "Ésta es la época de los
ideales y de las utopías, que hacen variar el
comportamiento ante familiares y personas
conocidas"[6]. La psicóloga y
socióloga Daniela Castaldi señala que el
adolescente paulatinamente dejará de idealizar lo relativo
a su hogar, girando menos en torno de sus padres y buscando
relaciones con personas nuevas de las cuales aprenderá
otras visiones para iluminar con renovadas luces su universo.
"Estos hechos implican un gran esfuerzo, a nivel de trabajo
psíquico: de a poco el púber se va transformando en
adolescente y, al igual que la mariposa abandona su primer cuerpo
para poder volar, el adolescente deberá resignar lugares,
certezas, comodidades, para buscar por sí mismo un nuevo
ropaje, una nueva identidad. Sin dudas se servirá de los
cimientos que hayan otorgado por sus padres y otras personas
significativas para comenzar a construir un nuevo edificio, pero
ahora no serán ellos los "dueños de la verdad", ni
aquellos seres perfectos que en otra época
imagino"[7].
El problema crítico en esta etapa, según
el psicólogo Eric Erikson, consiste en encontrar la propia
identidad. En su opinión, la identidad se logra al
integrar varios roles en un patrón coherente que le brinde
el sentido de continuidad o identidad internas. "El problema
básico de la adolescencia es establecer un sentimiento
seguro de identidad. Desde el punto de vista del joven esto es
esencialmente contestar al interrogante:
"¿Quién soy yo?"[8]. En
concepto de Erikson, ese ¿Quién soy yo? Es
la ideología del adolescente. "Esta
ideología es el marco básico dentro del cual los
adolescentes se ven a sí mismos y su mundo y, lo que es
más importante, evalúan sus experiencias
cotidianas. Éstas son básicamente las ideas que
utilizan para entender el mundo, más el sistema de valores
que les sirve de base para juzgar lo correcto y lo incorrecto, lo
bueno y lo malo. En lugar de verse a sí mismos en
función de diversas sensaciones físicas o de
diversos papeles, la ideología del adolescente le da una
base para obtener un sentido integrado de sí mismo, lo
cual le da a su vida dirección y
significado"[9].
Durante la adolescencia, el joven tiene que descubrir
quién es él en realidad debido a que su problema
esencial consiste en construir un sentimiento seguro de
identidad, es decir, contestar de manera satisfactoria para
éste al eterno interrogante de "Quién soy
yo?". Un sentido claro de su propia identidad implica saber
"¿quién soy yo y qué quiero de la
vida?". Durante la adolescencia el joven ingresa dentro de
sí mismo y se formula diversos interrogantes
metafísicos, porque quiere ir más allá de lo
cotidiano, de su realidad inmediata, en procura de buscar la
razón de su ser íntimo y de quienes lo rodean para
desarrollar su ser auténtico; así, logra liberarse
de su inseguridad y de su hastío. El psicólogo
Robert S. Feldman, plantea que "para casi todos los
adolescentes, responder a las preguntas "¿quién
soy?" y "¿cómo encajo en el mundo?"
representa uno de los retos más complejos de la vida.
Aunque estas preguntas se siguen planteando a lo largo de la vida
de una persona, en la adolescencia toman un significado
especial"[10].
El adolescente se pregunta si es normal lo que siente y
lo que le ocurre; su cuerpo y su intimidad son dos interrogantes
que no sabe cómo comprender. Quisiera recurrir a alguien y
a veces no acierta a quién. Inspecciona libros dudosos con
una curiosidad ansiosa. Su inseguridad, su desconfianza, crecen
dentro de un medio que lo sigue abrigando como antes, pero que
él no quiere aceptar. La sensibilidad se agudiza; nadie es
tan susceptible como el adolescente. Ninguno tampoco experimenta
el miedo al ridículo como él y teme particularmente
que se burlen de su cuerpo en crecimiento incipiente, de su
rostro (ni niño, ni adulto) y se repliega para defenderse
mejor, según él
cree"[11].
Esta etapa de la vida, estudiada por Erikson
–conocida como identidad versus confusión de
roles–, "representa un período de prueba
importante, ya que las personas buscan y quieren determinar lo
que es único y especial respecto de sí mismas.
Intentan descubrir quiénes son, cuáles son sus
habilidades y qué tipos de papeles podrían
desarrollar mejor el resto de su vida –en resumen, su
identidad–. La confusión al elegir el rol más
apropiado puede provocar una falta de identidad estable, la
adquisición de un rol socialmente inaceptable como es el
del delincuente, o dificultad para mantener, en el futuro,
relaciones personales fuertes. En el período de identidad
versus confusión de roles, es palpable una gran
presión por identificar lo que deseamos hacer con nuestra
vida. Debido a que esta necesidad espera de ellos, los
adolescentes pueden encontrar esta etapa especialmente
difícil. La etapa de identidad versus confusión de
roles tiene otra característica importante: minimiza la
dependencia en los adultos como fuentes de información, y
un viraje hacia el grupo de pares como fuente de juicios
sociales"[12].
En la búsqueda de tan compleja respuesta, el
adolescente atraviesa por la amarga etapa de los ensayos y
errores, que no siempre se manifiestan en cambios extremos
de un punto de vista a otro. En el joven son normales los
períodos de hondas preocupaciones por determinar
qué es lo verdadero, qué es lo falso, qué es
lo bueno, qué es lo malo, qué es lo correcto y
qué es lo incorrecto. La adolescencia es una etapa de
compromiso con los valores, esperanzas e ideales que en el futuro
se convertirán en el centro interior de la identidad del
joven. "La adolescencia es la época en la que las y los
jóvenes definen su posición ante la familia, sus
compañeros y compañeras y la sociedad donde
viven… Los y las adolescentes comienzan a tomar riesgos y
a experimentar; se comportan de esa manera debido a que
están pasando de un mundo centrado en la familia a un
mundo centrado en la comunidad, dentro del cual empezarán
a definir su propia identidad"[13].
En el complejo proceso dinámico,
sinérgico, sistemático, holístico y
dialéctico de desarrollar su propio sentido de identidad,
el adolescente prueba diversos puntos de vista, oscilando a veces
de un extremo a otro en breve tiempo, reflejando la pauta de
ensayos y errores en búsqueda de valores y creencias que
puedan servirle de referencia ideológica para su adecuada
identidad. En esta etapa clave de la existencia se desarrolla en
el adolescente un sentido íntimo y fundamental del yo, una
idea de identidad que va más allá de sensaciones
físicas o de roles sociales. "La adolescencia es descrita
como una época en la que el adolescente busca, quiere
llegar a ser alguien pero no sabe cómo, es por eso que el
adolescente hace ensayos que en ocasiones pueden ser mal vistos
por la familia y la sociedad, olvidándonos los adultos que
estos ensayos son necesarios para que consolide su
identidad"[14].
En este período, en el que, por su
condición natural de ser un individuo único e
irrepetible, no quiere ser copia de los demás, anhela
experimentar un sentimiento de independencia y de ser una persona
única por derecho propio. "Todo joven tiene, por ley de
vida, afán de independencia. Si no sabe cómo
convertir lo externo en íntimo manteniendo e incluso
acrecentando su autonomía personal, se ve tentado a dejar
de lado cuando ha recibido de sus mayores –es decir, de
fuera– en cuestión de usos y costumbres, criterios y
normas morales, dogmas religiosos y prácticas piadosas,
para ver de configurar su vida en el futuro conforme a criterios
propios, elaborados en su interioridad. Esta ruptura con la
"tradición" no supone sólo un alejamiento de sus
padres, sino, más radicalmente, de la realidad que le
rodea y con la que tiene que configurar su vida. Este alejamiento
anula de raíz en buena medida su capacidad de crear
encuentros, y, por tanto, su poder creativo"[15].
El adolescente, en búsqueda de independencia, necesita
saber quién es él realidad, en procura de
establecer su identidad genuina, determinar sus propios valores,
y enriquecer y afirmar su personalidad. "Tal vez la tarea
más importante de la adolescencia es descubrir
quién soy yo realmente. Los adolescentes
necesitan desarrollar sus propios valores y asegurarse que no
están simplemente repitiendo sin pensar las ideas de sus
padres. Deben descubrir lo que pueden hacer y sentirse orgullosos
de sus propios logros. Queridos y respetados por lo que son: los
adolescentes buscan su identidad en muchos
espejos"[16].
El joven que alcanza la definición de su
identidad no debe actuar o tomar sus decisiones fundado en
órdenes, costumbres o caprichos. Fernando Savater, en su
libro Ética para Amador (dirigido, precisamente,
hacia a los adolescentes), señala que para no ser borregos
hay que "pensar dos veces lo que hacemos", es decir, reflexionar
profundamente sobre nuestros actos; porque, para hacer uso
legítimo y responsable de nuestra libertad, "más
vale alejarse de órdenes, costumbres y caprichos". En la
dimensión de la libertad, el obrar humano no puede estar
condicionado por órdenes, costumbres, caprichos, premios o
castigos, es decir, con fundamento en aquello que quiere
gobernarnos desde afuera. Se debe obrar desde dentro de nosotros
mismos, desde el fuero de nuestra propia voluntad, buscando hacer
lo bueno para nosotros y para los demás. Jorge Restrepo
Trujillo piensa que "si el hombre es libertad, se ha ido
acentuando ésta como capacidad de autodeterminación
o autenticidad frente a lo que la condiciona o instrumentaliza,
bajo generalizaciones como la del poder, la cultura o la
naturaleza"[17].
Como el joven necesita saber qué es lo que en
realidad quiere, no puede ser imbécil, ética y
moralmente hablando. Esta imbecilidad se refiere a la ignorancia
de no saber darse la buena vida. Si el imbécil cojea no es
de los pies, sino del ánimo. Según Fernando
Savater, hay varios modelos de imbéciles que necesitan
bastón, es decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera,
ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la
reflexión propias:
"A. El que cree que no quiere nada, el que dice que
todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta
permanente aunque tenga los ojos abiertos y no ronque. B. El que
cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo
contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar
y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la
vez.
C. El que no sabe lo que quiere ni se molesta en
averiguarlo. Imita los quereres de los vecinos o les lleva la
contraria porque sí, todo lo que hace está dictado
por la opinión mayoritaria de los que lo rodean: es
conformista sin reflexión o rebelde sin
causa.
D. El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y,
más o menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere
flojito, con miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas, termina
haciendo siempre lo que no quiere y dejando lo que quiere para
mañana, a ver si entonces se encuentra más
entonado.
E. El que quiere con fuerza y ferocidad, en el plan
bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo
sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina
confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo".
El imbécil necesita bastón, o sea apoyarse en cosas
de afuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y
la reflexión propias. Un imbécil, es decir, o lo
que es lo mismo, un borrego no se toma la libertad en serio, y lo
serio de la libertad es que cada acto libre que hago limita mis
posibilidades al elegir una de
ellas"[18].
Como vivimos en un mundo de posibilidades, hay que
elegir. Libertad es poder elegir lo que hacemos o decimos; "esto
me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por lo tanto no
lo quiero". La libertad nos permite decidir, pero es importante
saber qué estamos decidiendo. Para esas decisiones hay que
pensar mucho, porque muchas veces tenemos ganas de hacer algo que
se vuelve en contra, y nos arrepentimos. Debemos elegir por
nosotros mismos. Tenemos que ser capaces de "inventar en cierto
modo la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han
inventado para uno". Para ser auténticamente libres no
debemos preguntarle a nadie qué debemos hacer con nuestra
propia vida, debemos preguntárnoslo a nosotros mismos. "Si
deseas saber en qué emplear mejor tu libertad, no la
pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de
otro y de otros, por buenos, sabios y respetables que sean:
interroga sobre el uso de tu libertad… a la libertad
misma"[19]. La existencia humana y la libertad son
inseparables desde un principio.
Este hombre "imbécil" del que nos habla Savater
tiene estrecha relación con el hombre con "minoría
de edad" (incapacidad para valerse de su propio entendimiento o
de hacer uso de su razón) de Kant, con el hombre
"unidimensional" (perdido en la racionalidad tecnológica)
de Marcuse, con el hombre "inauténtico" (que vive en
estado de interpretado: no interpreta nada, y es interpretado
constantemente; vive inmerso en el discurso del otro, vive todo
el día recibiendo el discurso del otro, formando su
inconsciente o su consiente, su subjetividad; vive en medio de
una avalancha de informaciones, de interpretaciones.) de
Heidegger, con el hombre "sin atributos" (una especie de ser
vacío, sin destino, sin iniciativa propia, sin
propiedades, sin relación consigo mismo) de Musil, con el
hombre mecánico ("el homo mechanicus", interesado en la
manipulación de máquinas, fascinado por lo
mecánico, indiferente por la vida y atraído por la
muerte y la destrucción) de Fromm, con el hombre "masa"
(que no pretende hacer con su vida ninguna cosa particular, y no
puede, ni quiere, ni concibe, detenerse en su acción
inmediata, en su carrera desenfrenada por satisfacer sus
apetitos) de Ortega y Gasset, con el hombre "mediocre" (imitador,
envidioso, sin ideales, rutinario, sin personalidad, pobre en
carácter, pasivo, pacotilla, normal, vulgar, incapaz,
conformista, sombra, hipócrita, vicioso, domesticado,
inferior, tránsfuga, conservador, infame, servil, sancho,
dogmático, espíritu débil, adulador,
quitamotas, adocenado, maledicente, criticastro, perezoso,
funcionario, ambicioso, contemplador, ambiguo) de José de
Ingenieros, con el hombre sin espíritu crítico (no
piensa por sí mismo), con el hombre "vanidoso" de Fernando
González Ochoa (vive de apariencias, es un ser
vacío, imitador, "copietas", le falta personalidad), con
el hombre del "rebaño" (el hombre borrego)… Con
respecto al hombre borrego, es procedente poner atención a
la reflexión de Ana Judith Quevedo
Barragán:
"Su proyecto de vida consiste en no pensar ni
decidir por sí mismo, es el hombre masificado y
despersonalizado, hecho según moldes sociales. Dependiente
de las personas y del ambiente, cede sin resistencia a los
estímulos de la propaganda y se amolda fielmente al
pensar, desear y vivir del medio: "donde va Vicente, donde va la
gente". Elige sin criterio personal. Al escoger trabajo,
profesión, sigue el gusto de sus padres, de sus amigos o
de la moda. No soporta estar solo un momento. Su ley es seguir a
la mayoría y en rebaño va donde lo
llevan"[20].
Como el adolescente se está examinando,
reexaminando, evaluando y reevaluando, comparte o confronta sus
puntos de vista, sus opiniones, sus cosmovisiones y su particular
manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad, se
interesa por los valores, las creencias, los ideales y las
expectativas de los adultos, y de esta forma desarrollar con
confianza su sistema de valores y lograr un seguro y maduro
sentido de identidad. Si el joven tiene el conocimiento, el
valor, la osadía, la voluntad y el denuedo inteligente,
posee las herramientas de fondo y con sentido, que le
indicarán a dónde ir y qué es lo que quiere,
porque si éste no sabe a dónde va, ni cómo
va, posiblemente llegará a otra parte. "Hay muchos caminos
sin viajero; hay aún más viajeros que no tienen su
senda[21]
La psicóloga Leonor Noguera Sayer precisa que
gracias a la identidad, como elemento constitutivo del ser
humano, somos como somos en cada momento, y se teje como un hilo
conductor que reúne nuestras imágenes parciales
para hacernos unitarios e integrados a pesar de los diversos
movimientos, respuestas y actuaciones. Esa identidad se alimenta
y se refleja, además de lo físico, en lo
psíquico, en donde se resume en la manera de pensar y de
sentir. "A su lado podemos hablar de lo social, como el escenario
para la interacción desde el momento del nacimiento y de
donde provienen mensajes continuos de lo que en ese grupo y
ambiente se considera prioritario, bueno o malo, motivo de
reconocimiento o prestigio o de rechazo y censura. En la
vertiente social de la identidad está el complejo conjunto
de valores, creencias, modas, etc., que dan fisonomía a un
grupo humano determinado, y que influyen en la identidad del
mismo y de los individuos que lo conforman… La identidad
no es sinónimo de semejanza ni remedo o culto al pretexto
cronológico con que se patenta la madurez o la
sabiduría; la identidad es un complejo de resultado de
cada momento, donde lo propio es lo original, con infinitas
posibilidades de expansión… La verdadera identidad
recrea la experiencia a través de la reflexión y,
con el concurso del pensamiento, es capaz de demoler las murallas
que hasta entonces guardaron lo propio como la verdad
única. La identidad fundamental es el eterno descubrir los
infinitos proyectos que habitan en el interior de cada uno y que
se fortifican o mueren en los ejercicios de
interacción… La identidad, como fuerza que pugna
por conservarse igual a sí misma, extiende sus dominios al
terreno de los conflictos psicológicos, de las angustias,
de los dolores… Los deseos, las necesidades, los
sentimientos, las habilidades y/o las limitaciones, convergen en
la trama compleja y más profunda de la identidad, que
trasciende de lo convencional y, paradójicamente, a nada
le otorga un valor absoluto; en su esfuerzo de autocrítica
permanente, reconoce la importancia de las nuevas experiencias
como océano inagotable de enseñanzas, ajustes y
cambios, que conducen a otras definiciones para la
vida"[22].
El logro de la identidad es tan crucial para el proyecto
de vida del joven, porque ésta depende que se viva de
acuerdo a como se piensa y no se termine pensando de acuerdo a
como se vive. No se puede vivir de la vida del otro en lugar de
vivir la propia vida. Si se quiere construir un proyecto de vida
que posibilite la autorrealización y la búsqueda de
la felicidad, supremo fin de la existencia, hay que vivir
conforme a como se piensa. Pensar de acuerdo a como se vive, es
decir, vivir una vida inauténtica, inexorablemente conduce
a optar por opciones como la delincuencia, la
drogadicción, la cultura "traqueta", las
ideologías, los dogmas religiosos, el facilismo, la
mentalidad del "rebaño", los idiotas útiles para
los oscuros procesos electoreros… "La adolescencia es, hoy
por hoy, la edad más difícil de la vida. La
adolescencia consiste en la transición de la niñez
a la pubertad, la etapa en que hace su aparición la
sexualidad; es la hora de estrenar autonomía y la
oportunidad de gozar de la música, del licor, de la droga
y del sexo. Es la edad en que el ser humano se encuentra
más indefenso: pocos principios, pocos valores, poca
voluntad, escaso conocimiento de la vida y de las funestas
consecuencias de las fiestas. Durante la rumba, ellos buscan
sentir experiencias cada vez más fuertes, que produzcan
mayor placer, excitación, y finalmente, el éxtasis.
Recordemos algunos efectos de semejantes experiencias:
desorientación, cansancio, soledad, vacío,
tristeza, depresión y, para rematar, intentos de
suicidio"[23]. El referido psiquiatra Muñoz
Fernández aclara que "una transición adecuada de la
adolescencia permitirá al chico o a la chica encontrar
"eso" que andaba buscando que es justamente su identidad; le
permitirá establecer una relación diferente con sus
padres, con amigos, con intereses diversos pero definidos, por
ejemplo, decidir qué quiere estudiar y elegir una pareja
con la cual pueda compartir su
vida"[24].
En cuanto a la problemática de la juventud, Erich
Fromm llama la atención cuando afirma que ésta
considera aburrida y sin sentido la vida en algunas familias.
"Por ello, esos jóvenes se alejan de sus hogares, buscando
un nuevo tipo de vida, y se sienten insatisfechos porque no
tienen oportunidad de realizar esfuerzos constructivos. Muchos de
ellos fueron originalmente los más idealistas y sensibles
de la generación joven; pero en este punto,
faltándoles tradición, madurez, experiencia y
sabiduría política, se sienten desesperados,
narcisistamente sobrestiman sus capacidades y posibilidades, y
tratan de lograr lo imposible mediante el uso de la fuerza.
Forman los llamados grupos revolucionarios y esperan salvar al
mundo con actos de terror y destrucción, sin advertir que
sólo contribuyen a la tendencia general a la violencia y a
la inhumanidad. Han perdido su capacidad de amar y la han
remplazado por el deseo de sacrificar sus vidas. (El sacrificio
de sí mismo con frecuencia es la solución para los
que ardientemente desean amar, pero que han perdido la capacidad
de hacerlo y ven el sacrificio de sus vidas una experiencia
amorosa del más alto grado). Pero estos jóvenes que
se sacrifican son muy distintos de los mártires del amor,
que desean vivir porque aman la vida, y que aceptan la muerte
sólo cuando se ven obligados a morir para no traicionarse.
Los actuales jóvenes que se sacrifican son los acusados,
pero también los acusadores, al mostrar que en nuestro
sistema social algunos de los jóvenes mejor dotados llegan
a sentirse tan aislados y sin esperanzas que para librarse de su
desesperación sólo les queda el camino de la
destrucción y el fanatismo"[25].
El filósofo y psicólogo Luis
Duravía precisa que los adolescentes tienen necesidades de
seguridad, de independencia, de experiencia, de un ideal de vida,
de encontrarle sentido a la vida, de sentirse en paz con todos y
con la naturaleza, de expresar en forma simbólica su
interioridad recién descubierta, de intimidad, de
ídolos, de amistad y de amor. Así mismo, necesita,
para su armónico equilibrio, lograr la condición de
independencia, modificar su sistema de valores, desarrollo de su
heterosexualidad concreta y serena, y buscar una nueva y
definitiva identidad. Esta última es tan importante que
podría considerarse como el resumen de todos estos logros
o tareas.
En concepto de Duravía, el adolescente tiene que
ir reorganizando todos los elementos nuevos que han entrado en su
cuerpo y en su psique y llegar a dar una respuesta a la pregunta
"¿Quién soy yo?", porque solamente si
llega a definir bien su propia identidad, evitando la
confusión y dispersión, podrá el adolescente
llegar a la intimidad, saliendo de sus propias fronteras. Aclara
que no se trata sólo de la identidad sexual, sino la
identidad en todos los aspectos que le permitan definirse como
persona por lo que es y lo que vale, y con las ideas claras de lo
que se propone, y también identificar sus propios
principios, creencias, cosmovisiones… como aspectos
distintos de los que tienen los demás; es decir, en
particular a la identidad del yo como persona independiente. Eso
sería lo que Erikson define como la intensa experiencia de
la capacidad del yo para integrar esas identificaciones con las
vicisitudes de la libido, con las actitudes desarrolladas con
base en talentos innatos y con las posibilidades por los diversos
papeles sociales.
El fracaso en la construcción de la identidad del
adolescente puede traer graves consecuencias, debido a que
ésta es una de las tareas más importantes de ese
momento de la existencia del joven. Entre éstas,
según Duravía, encontramos que los eventos nuevos
que acaecen en su vida lo pueden desequilibrar; puede hallar
dificultades para definir bien sus límites y
posibilidades; es posible que sea refractario a las relaciones
afectivas que es esencialmente la salida de sí mismo,
apertura, donación, ruptura de los propios límites
(en opinión de Erikson, los mismos amores de los
adolescentes –que requieren confianza, autonomía,
iniciativa, sentido de industriosidad y de identidad– son
en gran parte un intento por definir su propia identidad
proyectando sobre otra persona la imagen que tienen de su propio
yo, para así verla reflejada y con más claridad);
la confusión de identidad le ocasiona cambios frecuentes
de opinión, de actitud, y hasta de moralidad con el
transcurso del tiempo, de los lugares y de las personas con las
que trata; la difusión de identidad le dificulta armonizar
los estados interiores del yo con frecuencia contradictorios, sin
que logre concluirlos. "La identidad negativa es la que elige
quien busca definirse por oposición o rechazo de lo que
ofrecen los patrones ideales de la sociedad vigente. Esta
actitud, de carácter hostil, expresa una conducta
desesperada por no poder admitir los conflictos de una realidad
cultural vigente… La incapacidad de definir nuestra
identidad o el peligro cierto de perderla, se vinculan con la
quiebra de los sistemas de
valoración"[26].
Así se encuentra que el adolescente no tiene la
capacidad de reflexionar críticamente sobre su propia
conducta, es incapaz de unas relaciones estables con los
demás, no tiene un sistema de valores claro y definido.
"En este caso el muchacho renuncia a gobernar su vida, a tomar
decisiones y a la irresponsabilidad en la sociedad y se deja
llevar por motivaciones inconscientes. El resultado más
evidente es un estado de indecisión y confusión.
Pero también se puede volver amargado y agresivo contra la
sociedad y se aliena dedicándose a actitudes de protesta
contra la sociedad misma; por ese camino llega fácilmente
a la droga como medio para escaparse de sus decisiones y
responsabilidades… Frente a la posible confusión de
identidad, el joven se dará cuenta con pánico que
el tiempo está pasando y que si no toma algunas decisiones
el tiempo mismo las tomará en su lugar. Frente a las
nuevas responsabilidades que asoman al final de la adolescencia
el joven puede dejarse dominar por el miedo y huir dejando el
estudio y la familia, renunciando a ocupar un puesto en la
sociedad"[27].
Con respecto a "los amores de los adolescentes" a que se
refiere Ericsson, un texto de filosofía del bachillerato
precisa que el amor da origen a una especie de conciencia de
orientación, conciencia de la dirección que la
persona misma es en su más íntima esencia y que
debe seguir si quiere tener la esperanza de ser capaz de
consentir definitivamente a su existencia, a su ser, a la
realidad total[28]Como el amor es el llamado del
otro a la subjetividad, el adolescente evita el egoísmo.
El otro es una subjetividad palpitante y no una cosa; es un
proyecto que se le ofrece para realizarlo juntos. La adolescencia
es un proceso complejo y "una etapa de la evolución que no
puede ser suficientemente comprendida si no la insertamos dentro
de las coordinadas de lo psicobiológico y lo
psicosocial… Hay que promover la valentía de los
adolescentes que alientan ideales relativos al destino del sexo y
el amor, nutridos de fe y que renuevan el camino del verdadero
encuentro entre personas. La vida sexual bien vivida no produce
resentimiento, ni renuncia, ni pasividad. Por el contrario, es un
modo de enriquecerse, de manifestarse activamente y de
experimentar la admirable unidad de
dos."[29].
Aunque la difícil tarea de la construcción
de la identidad del adolescente es una labor personal de cada uno
de ellos, es fundamental el aporte de los agentes socializadores
como la familia, la escuela, los jóvenes de su edad
(coetáneos), los medios de información y la
religión; pero en la labor de educadores corresponde
básicamente a los padres de familia, a los
coetáneos y a los profesores. El psicólogo Charles
Morris señala que "según Erikson, la adolescencia
es el tiempo en que los jóvenes buscan su identidad.
Empiezan a tomar decisiones por sí mismos, proceso que es
emocionante y que a la vez produce estrés. El adolescente
está indeciso entre escoger uno u otro estilo de vida,
pudiendo sufrir una crisis de identidad. El influjo de
los padres parece ser el factor decisivo en su capacidad de
establecer un sentido claro e independiente del yo. El grupo de
coetáneos también ejerce presión para que se
conforme a él. Las normas de los padres y de los
coetáneos influyen en la manifestación de la
sexualidad"[30].
El aludido Ariel Bianchi, respecto a la dinámica
de la interacción con los coetáneos y la
pertenencia a un grupo, señala que la experiencia con los
coetáneos puede subsumir la individualidad, el grupo
procura ejercer un tutelaje sobre el adolescente, que se somete a
sus normas, valores y sanciones. El adolescente busca asemejarse
a sus coetáneos, y lo que más teme es la
segregación de los iguales. "El grupo brinda,
también, un espacio vital, una peculiar región
física y humana donde resolver tensiones, agresividad,
inquietudes sexuales. Ahí encuentra el adolescente un
territorio permisivo, fuera del control adulto. En este peculiar
campo puede moverse con libertad y despojarse de presiones. Es a
la vez un espacio exento de vedas, apto para la espontaneidad, y
una región cálida donde encontrar simpatías
y afinidades. En sus descargas de acción, de palabras, de
gestos, hay una afirmación implícita:
"aquí no hay adultos". Esto no implica que se
haya desprendido de obligaciones, controles y sanciones, puesto
que el grupo de los pares también lo hace, pero no son las
mismas que las de ellos (los mayores), de quienes trata de
segregarse y diferenciarse…. El adolescente vuelve al yo,
como mundo interior a explorar, como eje de oposición, de
afirmación y resistencia al mundo. Es el momento egotista,
del culto contradictorio a sí mismo, que tanto agrede como
se agrede, que sueña, quiere, ansía, desde
sí mismo a los demás; que se aísla en la
torre de marfil o se desespera por ser dueño de la
realidad"[31].
A juzgar por lo que señala Morris, los
adolescentes que tienen relaciones satisfactorias con sus padres
tienen mayores oportunidades de lograr una fuerte identidad. "El
influjo de los padres parece ser el factor más importante
que afecta a la capacidad del adolescente para lograr un sentido
claro independiente de su yo", precisa el psicólogo O.
Siegel (citado por Charles Morris). El psicólogo J. J.
Cónger, citado por Morris, señala que "los
adolescentes que tienen una relación satisfactoria con su
padre y su madre tendrán también mayores
probabilidades de adquirir una fuerte identidad". El mismo
Cónger asegura que los coetáneos también son
importantes en la búsqueda de identidad. "En una
época en que el adolescente debe escoger entre ocupaciones
–indica–, estilo de vida, ideologías y modelos
de roles sexuales de los más heterogéneos, la
comprensión y el apoyo de los coetáneos es
indispensable". Feldman señala que la teoría de
Erikson precisa que "paulatinamente, el grupo de pares tiene
mayor importancia, lo que les permite entablar relaciones
íntimas, parecidas a las de los adultos, y ayudar a
clarificar su identidad personal". El psiquiatra Sergio
Muñoz Fernández aclara que "el adolescente siente
la necesidad de estar menos tiempo con sus padres, lo que le va a
permitir desprenderse de ellos y estar en posibilidad de
establecer nuevas relaciones principalmente con otros
adolescentes"[32]. Además de la importante
y trascendental influencia de los padres de familia y de los
otros adolescentes, en la búsqueda de la identidad del
joven, también son decisivos otros factores que
interactúan en la cotidianidad de éste. "En
definitiva, el logro de una buena identidad dependerá de
muchos factores, pero en particular de las etapas anteriores y de
las motivaciones y valores que le ofrece el ambiente familiar y
social"[33].
En el escenario educativo corresponde a los profesores y
a los psico–orientadores, pero en quien recae una gran
responsabilidad es en los docentes de filosofía. "El
objetivo primero y fundamental de la educación es el de
proporcionar a los niños y a las niñas, a los
jóvenes de uno y otro sexo una formación plena que
les permita conformar su propia y esencial identidad, así
como construir una concepción de la realidad que integre a
la vez el conocimiento y la valoración ética y
moral de la misma. Tal formación plena ha de ir dirigida
al desarrollo de su capacidad para ejercer, de manera
crítica y en una sociedad axiológicamente plural,
la libertad, la tolerancia y la solidaridad"[34].
El docente de filosofía debe transformarse en una especie
de "consejero filosófico" con el ánimo de asesorar
al discente y enseñarlo a filosofar, respetando su
autonomía dentro de un ambiente de tolerancia y de
diálogo asertivo, auténtico, biunívoco y
argumentado, evitando el autoritarismo y el dogmatismo, y
fomentando una actitud de empatía para que pueda potenciar
sus facultades que le permitan saber dónde está,
para dónde va y qué es lo que quiere. "En efecto,
si no sabe definir quién es, qué valores tiene, de
qué es capaz, tampoco sabrá qué hacer en la
vida, será un eterno inseguro y dependerá de las
opiniones de los demás"[35].
Quien no logre definir su identidad le será
difícil reflexionar críticamente sobre su conducta,
será incapaz de relaciones estables con los demás y
no contará con un sistema claro y definido de valores. "Es
necesario prever el ambiente favorable en el que, antes de
cualquier otra cosa, se aprendan los sentimientos, los valores,
los ideales, las actitudes y los hábitos de
significación ético social. Es ésta una
responsabilidad conjunta primero de la familia y después
de la escuela; formar personas socialmente adaptadas de modo que,
al salir del círculo familiar y escolar, puedan ocupar el
lugar que les corresponde en la comunidad de los
ciudadanos"[36]. En una dinámica
sinérgica, padres y docentes, de manera segura,
deberán ayudarlos y apoyarlos para afrontar este periodo
de confusiones y contradicciones internas. Este binomio formador
necesita "incrementar las normas, el orden y fomentar el
acercamiento afectivo hacia el y la adolescente… Los y las
adolescentes deben recibir orientación y
preparación en esta etapa de su vida, ya que en ella se
presentan grandes inquietudes y cambios emocionales de
importancia; por lo tanto es indispensable que establezcan una
fluida comunicación con personas de su confianza (padres y
docentes)"[37].
Respalda mi aserto la novela filosófica El
mundo de Sofía, que en sus comienzos interroga a la
adolescente Sofía Amundsen con la pregunta más
filosófica de las preguntas: "¿Quién
eres?"[38]. Interrogante que,
inexorablemente, transformará radicalmente la manera de
pensar, de estar en el mundo y de ser de Sofía. A medida
que se le plantean profundas inquietudes y aprende a
planteárselas con profundidad ella misma, ésta va
aprendiendo a desarrollar y fortalecer su espíritu
crítico, a pensar por sí misma y a obtener el logro
de su identidad. La novela arrancó "a Sofía de lo
cotidiano para de repente ponerla ante los grandes enigmas del
universo"[39].
Así la filosofía haya sido estigmatizada
como un ejercicio anacrónico, tedioso y denso para la
juventud, la filosofía es aquella actividad que refresca y
renueva las ideas y que además orienta hacia la
búsqueda de identidad en los jóvenes en su sentido
de vida y su situación en el mundo. "A pesar de la
relevancia que actualmente han tenido las ciencias
técnicas, la filosofía no debe dejarse de lado ya
que es un saber que humaniza y el cual se debe de impartir en los
jóvenes y, sobre todo, en la etapa de la adolescencia
donde el individuo comienza sus cuestionamientos hacia las cosas
y las costumbres, que es donde surge la búsqueda de la
identidad… El despertar en ellos esa estudiosidad que los
llevará a fines más elevados hacia su madurez para
no caer en la indiferencia y el vago escepticismo al abordar las
cuestiones más importantes y más interesantes en la
vida humana… Se debe dar entender que siendo humano se es
filósofo. Ya que por la naturaleza pensante el hombre
busca voluntaria o involuntariamente resolver problemas, entender
ideas, buscarle un sentido a la realidad. Y aquel que ejerce la
filosofía entiende más de sí mismo y del
mundo que le rodea. Ser filosofo no es ser inadaptado de la
realidad sino por el contrario, ser filósofo es buscar su
sitio y el sentido de sus actos en la realidad. Es buscar
entender y tener en claro quien se es y hacia donde dirige su
vivir"[40].
La dimensión personal de interioridad, que hace
de la persona un ser independiente frente al mundo, abierto al
mundo de valores, de ideas y de sentimientos, "hace referencia a
la búsqueda constante de identidad, como el encuentro de
la persona consigo misma y de ésta con los demás".
Es por ello que "perder la identidad es perder lo propio que le
pertenece a la persona, aquello que la singulariza y que le abre
la posibilidad de enriquecimiento con el otro. Perder la
identidad es ser masa, es ser uno con las
cosas"[41].
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