El despegue económico cultural de la isla de Cuba
(1762-1834) – Monografias.com
El despegue económico cultural
de la isla de Cuba (1762-1834)
La ocupación de La Habana y sus alrededores por
las fuerzas militares inglesas en 1762 significó un duro
golpe para la monarquía española que
aprendió a valorar la importancia estratégica que
para su política colonial tenía la posesión
de Cuba y es especial La Habana, "Llave del Nuevo Mundo". Es por
ello que negoció la devolución de esta a cambio de
la extensa colonia de La Florida, territorio prácticamente
abandonado por la autoridades de España.
Pero el daño político fue aún
mayor, la pujante oligarquía habanera, que durante estos
primeros sesenta años del Siglo de las Luces habían
consolidado un poder económico basado en la
producción azucarera, fue la que más se
benefició con esta ocupación, por las medidas de
liberalización del comercio y el contacto directo con la
economía más poderosa y floreciente de aquellos
años, la inglesa. Por esta razón el monopolio
comercial español y en primer lugar el ejercido por los
comerciantes de Cádiz y Sevilla quedó desarticulado
y obsoleto, emergiendo en esta coyuntura una oligarquía
criolla, principalmente habanera, ambiciosa, autosuficiente y
unida alrededor del logro de su objetivo principal, convertir a
Cuba en la principal abastecedora de azúcar para el
mercado mundial de la época.
Los diez meses que duró la ocupación
británica fueron de mucha importancia para los pobladores
de la ciudad, principalmente para los ricos criollos habaneros
que tuvieron un breve período de comercio con Inglaterra y
sus posesiones, sin trabas arancelarias, ni intermediarios, lo
que le permitió valorar las ventajas de una
política de libre comercio y el alcance que este
podría tener para la economía de la isla. Se
calcula que más de 500 buques ingleses vinieron al puerto
de La Habana, intercambiando mercancía y esclavos de los
cuales fueron introducidos entre cinco mil y diez mil
principalmente para el uso de la industria azucarera.
A pesar de los beneficios económicos la
población criolla no era partidaria de la ocupación
inglesa y mantuvo una actitud fría para con el ocupante y
de rechazo con aquellos que colaboraron con las autoridades
inglesas, animados por un patriotismo criollo de apego a sus
tradiciones y costumbres más cercanas a España que
de Inglaterra.
La sociedad criolla de La Habana y su Cabildo, respetado
por los ingleses en sus funciones de gobierno local, creó
un fuerte sentimiento de reproche a las autoridades y al
ejército español que tan mal habían
defendido la ciudad.
Ante esta realidad y a la salida de los ingleses de La
Habana en 1763, la monarquía española ensaya en
Cuba una nueva política que venía dando frutos en
la península bajo el impulso del rey Carlos III
(1759-1788), el Despotismo Ilustrado, a través de
mecanismos que habían dado tibios resultados en las
regiones peninsulares, la creación de las Sociedades
Patrióticas de Amigos del País y el Real Consulado
de Comercio.
El Despotismo Ilustrado encontró en Cuba un
terreno abonado, un sentimiento criollo de pertenencia y
diferenciación con el peninsular, que ha venido madurando
a lo largo de tres siglos; una economía con posibilidades
de desarrollo y una clase rica dispuesta a invertir para acelerar
el desarrollo económico y social de la isla. Por ello la
nueva política colonial se propone mejorar el status con
la aplicación de medidas económicas y sociales que
aceleraran el desarrollo de la isla y aumentaran los beneficios
para la Corona.
El gobierno español comienza por mandar al frente
del gobierno colonial de la isla a funcionarios capaces y de
probada pericia para introducir gradualmente los cambios acordes
con las aspiraciones de los criollos y los intereses de la
metrópoli que incluirán una apertura al
conocimiento y las ciencias que beneficiara al
país.
Estos Capitanes Generales comienzan las grandes obras
defensivas de la ciudad que impidieran una nueva ocupación
de la misma; se reconstruyen los castillos del Morro y La Punta y
se completa el anillo con la enorme fortaleza de La Cabaña
y las no menos imponentes del Príncipe y Atarés,
que junto a los baluartes y castillejos hicieron de La Habana,
una plaza inexpugnable. Entre tanto se autoriza en 1765 el
comercio directo de Cuba con nueve puertos españoles, en
1789 se autoriza la libre introducción de
esclavos.
En 1763 llega a Cuba como Capitán General
Ambrosio Funes Villalpando, conde de Ricla acompañado de
Alejandro O"Reilly, inspector general del ejército; ellos
inician la organización y reforma de las defensas de La
Habana: le continúan en la Capitanía General de
Cuba, Antonio Mª Bucarelli (1769-1771) y Felipe de
Fondesviela, marqués de la Torre (1771-1777), "un
típico gobernador ilustrado atento a las cuestiones
urbanísticas y culturales"[1].
Con el inicio de la secesión de las trece
colonias inglesas de Norteamérica, España apoya a
los independentistas norteamericanos y entra en un nuevo estado
de guerra con Inglaterra que beneficia a los comerciantes de la
isla por sus vínculos con los aliados de España y
el hecho de ser La Habana la principal base para la reconquista
de las Luisiana y la Florida.
En 1790 comenzó en Cuba el gobierno de Luis de
las Casas(1790-1796), notable representante del Despotismo
Ilustrado y activa figura que supo vincularse al grupo habanero
culto y acaudalado encabezado por el abogado Francisco de Arango
y Parreño, verdadero líder del grupo criollo que
conformó la política económica de la isla
durante el período. Junto a él es nombrado
José Pablo Valiente, Intendente de Haciendas, la mano
ejecutiva de las autoridades coloniales.
Ambos, Don Luís de las Casas y Valiente fueron
incondicionales ejecutores de los intereses de la
oligarquía azucarera habanera, pagados por esta que los
hicieron socios de sus negocios[2]y por esta
razón ponderados por este grupo social como los "mejores
gobernantes coloniales que pasaron por la isla", créditos
que aún repite la historiografía cubana.
La oligarquía criolla fue cobrando una gran
fuerza económica a lo largo del siglo XVIII, que la lleva
a fines del mismo a iniciar un momento de liderazgo, no solo
económico, sino cultural y político en los asuntos
que tuvieran que ver con Cuba.
El Capitán General Luis de las Casas
desarrolló una inteligente política administrativa
apoyado por el gobierno central. Escuchó el criterio de
los criollos en materia de desarrollo económico de la
isla, quitó trabas jurídicas que dificultaban el
comercio, alentó la trata de esclavos africanos, base de
la plantación capitalista y apoyó todas aquellas
medidas que se le propusieron para modernizar el país y la
sociedad. Fue la mano ejecutora de los proyectos de la
oligarquía criolla que inició un período de
auge, como nunca había alcanzado.
La década del noventa del siglo XVIII
venía precedida de una serie de acontecimientos
políticos y sociales muy importantes: la
insurrección y liberación de las Trece Colonias
Inglesas de Norteamérica (1783), la Revolución
Francesa contra la monarquía (1789) y el inicio de la
Revolución antiesclavista de Haití (1791).
Fundamentalmente esta última por la repercusión que
en la economía de la isla tuvo la destrucción de la
rica colonia de Saint-Dominique por las dotaciones de esclavo en
lucha por su emancipación. Habían destruido las
prósperas plantaciones que abastecían a Europa de
azúcar, café y otros productos tropicales, creando
un desabastecimiento de estos productos en el mercado mundial y
la subida de precios.
Esta coyuntura hizo que los hacendados criollos y las
autoridades españolas vieran la posibilidad de convertir a
Cuba en un rico estado, si se aprovechaban las circunstancias, se
aumentaba la producción y se creaban las condiciones para
aligerar las barreras del monopolio comerciales que
imponía España y alcanzaban la libre trata de
esclavos, base económica de las grandes
plantaciones.
Lograr estos objetivos fue el empeño de Francisco
de Arango y Parreño, Apoderado del Ayuntamiento de La
Habana quien rindió un brillante informe sobre el futuro
económico de Cuba en un documento conocido como:
"Discurso sobre la Agricultura y los medios de
fomentarla"(1791), presentado en el momento en que los
precios del azúcar subía tras la Revolución
de Haití, lo que hizo posible que el Rey de España
concediera el libre comercio de esclavo(24/nov./1791), la primera
y más necesaria aspiración de la oligarquía
de la isla.
La libertad comercial, otro reclamo de los ricos
criollos, recibió la oposición de los ricos
comerciantes monopolistas de Cádiz con poderosos intereses
también entre la oligarquía habanera y tuvo que
esperar.
La invasión de España por Napoleón
Bonaparte (1808) y el inicio de la guerra de liberación en
la propia España, provoca el debilitamiento de los
vínculos metrópoli colonia en
Hispanoamérica, lo que da lugar al inicio del proceso
independentista en el continente.
Ante los hechos consumados la burguesía criolla
da un paso audaz con relación a los sucesos que ocurren en
España, Francisco de Arango y Parreño, el
líder de aquel influyente grupo y el más alto
exponente del pensamiento burgués en la América
española, presenta en julio de 1808 ante el Ayuntamiento
Habanero, un proyecto para constituir una Junta
Tuitiva[3]de los derechos del monarca depuesto y
de gobierno local independiente, hasta tanto se restableciera la
monarquía en la península
ibérica.
Tan audaz fue la propuesta que los elementos más
conservadores de la colonia, los poderosos comerciantes,
refaccionarios e intermediarios se oponen y frustran el intento
de los más liberales liderados por Arango, que tiene que
replegarse y dar marcha atrás a su
propuesta[4]
Esta actitud anticipa lo que ocurrirá meses
después en el resto de las colonias española en
América, que fueron creando Juntas de gobiernos y
declarándose posteriormente independientes, mientras los
hacendados criollos permanecieron fieles a la Corona, temerosos
de una posible sublevación de la enorme masa de esclavos
africanos que sostenían la producción y se
convirtieron en sólidos aliados de la Monarquía
tanto en el proceso de reconquista en América, como en su
lucha contra la burguesía liberal en
España.
Los hacendados criollos habían conformado un
influyente grupo de presión en Madrid que ayudó
mucho en el apoyo de sus intereses económicos y que
explica cómo entre 1790 y 1819 lograran del gobierno
monárquico de Fernando VII la aprobación de un
conjunto de instituciones sociales, jurídicas y
políticas que garantizara el amplio ámbito
ejecutivo del que gozaron[5]
La economía criolla de Cuba dependía ya
totalmente de la mano de obra esclava y en medio de la crisis
revolucionaria del momento consolidó un poder
económico en manos de los oligarcas criollos que fue
decisivo en la restauración de la monarquía en la
península y del afianzamiento del estatus colonial en
Cuba.
La proclamación de la Constitución Liberal
de Cádiz en 1812 enfrentó a los conservadores y
ricos criollos con los liberales de España, al intentar
estos abolir la esclavitud y mantener los privilegios de los
comerciantes gaditanos, por lo que la restauración de
Fernando VII fue apoyada por la influyente oligarquía
criolla que alcanzó durante su reinado una mayor
participación en el gobierno de la colonia y una marcada
influencia en la política del rey con respecto a
Cuba.
Arango y Parreño fue designado Consejero de
Indias (1816), nombramiento con rango ministerial, en tanto se le
concedieron a los criollos las principales demandas pedidas:
desestanco del tabaco (1817), libertad de comercio (1818),
ratificación de la propiedad de la tierra (1819) y fomento
de la emigración blanca.
Durante el reinado de Fernando VII los Capitanes
Generales nombrados se guiaron por las necesidades de los
hacendados y cogobernaron con los Intendentes de Haciendas,
administradores de la economía de la Isla, entre los que
sobresalieron el propio Arango y Parreño, Alejandro
Ramírez y Claudio Pinillo, Conde de Villanueva, impulsores
de grandes reformas modernizadoras en el país.
En poco menos de seis décadas la
oligarquía criolla consolida un poder que se traduce en su
incorporación a la clase de hijodalgo comprando
títulos y convirtiéndose en la más numerosa
nobleza de cualquier provincia española, prueba de ello
son los 43 títulos de Castilla, 17 Grandes Cruces, 77
Caballeros de Isabel la Católica y Carlos III, 7
Consejeros Honorarios, 11 Oidores, 6 Secretarios del Rey, 14
Intendentes, 17 Auditores, entre otros
privilegios.[6]
La muerte del rey Fernando VII y la llegada del
capitán General Miguel Tacón y Rosique,
cambió las relaciones entre la oligarquía criolla y
el poder colonial.
Este será el período de
consolidación y maduración de la plantación,
pilar principal de la estructura económica del capitalismo
colonial dependiente desarrollado por la oligarquía
criolla con la mano de obra esclava como base para su desarrollo
y grandes ganancias[7]
La plantación típica era en este
período una empresa capitalista
agrícola-industrial, cuya base era la mano de obra
esclava, destinada a producir para el mercado mundial. La parte
agrícola la componían unas 90 caballerías de
tierra, unas 50 de ellas dedicadas a caña de azúcar
y el resto a servicios propios de la producción y
mantenimiento de la mano de obras esclava. La parte industrial
era el ingenio donde se elaboraba el azúcar y contaba con
una dotación de unos 400 esclavos africanos promedio,
destinados a hacer funcionar ese complejo productivo.
Había una pequeña fuerza de trabajadores libres que
incluye a los técnicos, mayorales, administrador,
contador, etc.[8]
En este empeño fundacional de las grandes
plantaciones azucareras en el occidente de Cuba jugó un
importante rol la emigración franco-haitiana, desalojada
por la revolución antiesclavista de la vecina isla y que
asentó en buena parte del territorio oriental en las
regiones de Guantánamo y Santiago de Cuba y en el
occidente de la isla, donde su capital económico y su
pericia tecnológica impulsó el desarrollo azucarero
en la isla. Técnicos franceses fomentaron los grandes
ingenios del valle de Güines, introdujeron el trapiche de
agua perfeccionado, los trapiches horizontales, los nuevos
sistemas de transmisión de fuerza para los trapiches y
muchas otras innovaciones que revolucionaron la
fabricación de azúcar en la
isla[9]
En medio de este auge económico se produce la
abolición de la esclavitud en Inglaterra y sus colonias,
lo que determinó una fuerte presión política
de los ingleses sobre las autoridades españolas para que
hicieran lo mismo en sus colonias. Ya conocemos de la
reacción contraria de la oligarquía criolla ante el
intento de los liberales españoles por abolir la
esclavitud, por lo que finalmente se firma el tratado
anglo-español (23/sep./1817) que fija el fin del comercio
negrero para el 30 de junio de 1820.
La medida incentivó el comercio de esclavo en la
isla ante la perspectiva de la abolición de la trata y
entre 1816 y 1820 se introdujeron en la isla 111
014[10]esclavos, en su mayoría
traídos por compañías negreras de la isla
que ya copaban el negocio de la venta de esclavos.
Con la entrada en vigor del tratado aboliendo la trata
de esclavos, comienza un triste capítulo de continuidad de
la misma con la anuencia de las autoridades españolas, el
enriquecimiento de los "negreros"[11].
Según fuentes confiables entre 1820 y 1860 fueron
introducidos en Cuba de contrabando entre 356 mil y 375 mil
esclavos.[12]
En este período se produjo un cambio de
consecuencia capital para la historia de Cuba: el predominio de
los Estados Unidos en el comercio cubano, desplazando a
España como metrópoli económica de la
isla.
La independencia de las Trece Colonias Inglesas de
Norteamérica y la creación de los Estados Unidos
como nación, provocó que los ingleses cerraran sus
colonias caribeñas al mercado norteamericano lo que
determinó que esa nación buscara y encontrara en
Cuba un destino comercial para sus producción y un
proveedor de mercancías tropicales para la nación
norteña, esto unido a la libertad comercial practicada por
los productores y comerciantes de la isla desde fines del siglo
XVIII, a pesar de que su autorización oficial se produjo
en 1818, benefició a los Estados Unidos y a la
oligarquía criolla y peninsular de la isla que junto a las
autoridades coloniales obtuvieron grandes ganancias en este
comercio bilateral.
Ya en 1826 las importaciones de la isla desde
España ascendían a 2 858 793 pesos y la
exportaciones a 1 992 629 pesos. Ese mismo año la colonia
de Cuba importaba de los Estados Unidos 7 658 759 pesos y
exportaba 6 132 432 pesos[13]a partir de este
momento esta situación de dependencia económica de
los Estados Unidos se fue profundizando.
Autor:
Ramón Guerra
Díaz
[1] Mª Luisa Laviana Cuetos:
México, Centroamérica y Antillas, 1863-1808 en
Historia de las América III, Sexta Parte,
Capítulo VII: 504, España, 1991
[2] La oligarquía criolla
regaló a Luis de las Casas, un ingenio azucarero en el
valle de Güines y le ayudaron a construir otro, todo bajo
dueños supuestos, en tanto José Pablo Valiente
tenía importantes negocios en La Habana y fue
codueño del mayor ingenio de la época, “La
Ninfa”, junto a Francisco de Arango y Parreño
(Tomado de El Ingenio, tomo I: 58)
[3] Tuitivo, va. Der. Que guarda, ampara y
defiende.
[4] Mary Cruz Zárate,
“Félix Varela y su tiempo”, en el
periódico Juventud Rebelde, 19 de noviembre de 1988.
[5] Manuel Moreno Fraginal, El Ingenio. Tomo
II: 121
[6] Carta del Capitán General Dionisio
Vives, 1832 citado por Fernando Ortiz en Los Negros Curros,
1986.
[7] Manuel Moreno Fraginal, citado por
López Segrera en “Cuba: Capitalismo dependiente y
subdesarrollo”: 74
[8] Ídem
[9] Para más información ver El
Ingenio, Manuel Moreno Fraginal. Tomo I: 72-73. La Habana,
1986.
[10] Manuel Moreno Fraginal, El Ingenio. Tomo
I:271
[11] Este negocio estaba en manos
fundamentalmente de comerciantes radicados en La Habana y otros
puertos importantes de la isla, con no menos de veinte firmas
que burlaban la fiscalización inglesa y mataron a miles
de africanos traídos en condiciones inhumanas en sus
barcos.
[12] Ídem nota 10
[13] Ramón de la Sagra: Historia
económica, política y estadística de la
isla de Cuba.: 200-205, citado por López Segrera en OC.:
71