En gran parte, nuestra comprensión de los procesos
fisiológicos ha avanzado impulsada por la apremiante
necesidad de entender y "curar" la enfermedad. Es nuestro
afán por evitar el dolor, el sufrimiento, una de las
razones que llevan a preguntarnos por los mecanismos de
funcionamiento del organismo y los procesos mediante los cuales
podemos restaurar su función
normal o, cuando menos, mitigar el dolor. Fue el estudio de los
trastornos mentales lo que constituyó la principal
motivación para que, en el siglo pasado, se
hicieran importantes avances en el
conocimiento sobre el cerebro y la
conducta humanas.
Actualmente, posibilidades inquietantes como el hecho de que las
enfermedades
degenerativas tengan un origen infeccioso, o la sola existencia
del sida, son una
importante fuerza de
empuje para el desarrollo de
las ciencias
biomédicas.
El hombre moderno
enfrenta múltiples incógnitas respecto a su destino
individual y colectivo: el desarrollo de la
investigación médica ha demostrado el peligro
potencial de la avalancha de productos
químicos que inundan el planeta; aunado todo ello a la
constante insistencia de los medios de
comunicación con noticias
médicas diversas, algunas presentadas de forma racional y
otras meras especulaciones, determina que tengamos hoy siempre
presente el problema de la salud y que las sociedades
más avanzadas se cuestionen sobre el camino para
desarrollar una mejor calidad de
vida y, sobre todo, ofrecer a sus poblaciones una vejez digna.
El estudio del cerebro y, particularmente, de las enfermedades
degenerativas y las adaptaciones del hombre a diversas
alteraciones cobra así una particular relevancia en el
mundo moderno. Como ya lo dijera Woody Allen, la mayoría
de nosotros consideramos al cerebro como nuestro segundo
órgano favorito y, en cuanto al otro —el
favorito— no representa en general una fuente importante de
problemas de
salud y en la vejez prácticamente ya no cuenta. Este
notable interés
por los asuntos relacionados con la salud ha determinado la
amplia difusión de libros
médicos, de historias clínicas, que relatan con
detalle los síntomas de tal o cual paciente, y se enredan
en largos recuentos acerca de la evolución de algunos padecimientos y el
análisis cuidadoso de las adaptaciones y
cambios del organismo durante la enfermedad. Destacan las obras
de Oliver Sacks,1 (neurólogo londinense residente en Nueva
York), basadas en historias clínicas y relatos de las
vivencias y avatares de diversos pacientes con padecimientos
neurológicos, que se han convertido en importantes
referentes de la cultura
contemporánea.
En una entrevista
reciente Sacks se reconoce como alumno, al menos en lo
espiritual, del gran neurólogo ruso Alexander R. Luria, y
confiesa su pasión por las narraciones de los grandes
naturalistas como Humboldt, Darwin y
Wallace.2 De hecho, en sus obras, Oliver Sacks rebasa el relato
neurológico y, a partir del contacto con sus pacientes, al
indagar en sus conductas, costumbres y formas de encarar la
realidad, desarrolla una visión naturalista del hombre y
de su enfermedad en interacción con el mundo que lo rodea.
Habita en sus pacientes, revive mitos y
tradiciones, estilos de vida, maneras de preparar los alimentos, formas
de pensar la vida, la muerte y la
enfermedad. Con esto contribuye a generar una nueva mirada sobre
el hombre, su
sociedad, sus
costumbres, pero realizada con la precisión y la metodología de las ciencias
naturales. Sacks estudia al hombre concibiéndolo en un
entorno social y natural —ecológico—, poniendo
en relieve sus
singularidades, lo irrepetible. Por ello, en su mirar es
indispensable el concurso de varias disciplinas y especialidades
para generar esta concepción que, partiendo del problema
médico del individuo,
evita aislarle en reduccionismos y diagnósticos generales,
y lo ubica con toda su complejidad en su contexto social,
cultural y ecológico. Desde el origen de los tics y las
posturas anormales, pasando por el caso abrumador de un pintor
que pierde la capacidad de ver el color, o el de un
cirujano cuyas manos presentan movimientos involuntarios
incontrolables, Sacks aborda también casos más
sutiles y desgraciados como el del músico que confunde a
su mujer con un
sombrero, o el del enfermo que desconoce parte de su cuerpo y
pretende arrojarlo de la cama. El hombre con su mundo, simple o
complejo, dinámico o inmutable, percibido o imaginado,
pero siempre único, y cuyos límites
son los de su devenir consciente; ésta es la trama de las
obras de Oliver Sacks: un conjunto de relatos acerca del telar
maravilloso que es la mente. Existe una pregunta central en estos
textos: ¿puede el hombre, a través de la
enfermedad, de la alteración del funcionamiento normal de
la mente, conocerse a sí mismo? ¿Es la enfermedad
neurológica uno de los caminos que permiten al individuo
profundizar en el conocimiento
de su yo?
El hombre y la manera en que vive sus enfermedades son el
elemento que permite atisbar en este mundo interior, escarbar en
el significado de nuestra memoria. Los
relatos clínicos contribuyen en forma significativa a
develar la naturaleza de
nuestro ser y la forma como se construye y reconstruye nuestro
mundo interior. Valor
particular tienen los cambios patológicos que nos hacen
desconocernos y, en casos extremos, nos llevan a perder el hilo
del relato interno que se teje a lo largo de nuestras vidas y que
le da continuidad y sentido a nuestro yo.
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