I. La sumisión al poder de la
guerra perpetua
Según han diagnosticado varios de los más
importantes pensadores vivos de nuestro tiempo, en el mundo
globalizado se vive en estado de excepción, en una guerra
permanente que se quiere perpetua, bajo una agresividad cotidiana
y micropolítica producto del predominio de esa competencia
capitalista que se ha erigido ya como la única relación
social entre los seres humanos suplantando a todas las
demás. Estamos sumergidos en una suerte de totalitarismo
sutil en el que lo real ha desaparecido suplantado por la imagen
y el simulacro de una vida ausente.
Si el marxismo descubrió la doctrina de la
alienación, el pensamiento contemporáneo no cesa de
afirmar que ésta ha llegado a ser absoluta y que ya no cabe
más que la realización de prácticas singulares de
ironía o de cinismo para poder describir y narrar los no
acontecimientos que nos rodean. Los diagnósticos son
apocalípticos pero, como en los diálogos de
Platón, el uso de la ironía no permite saber hasta
qué punto se esgrimen en serio o en broma. No se puede
discriminar bien si la ambivalencia de los contenidos se debe a
una estrategia contra la censura, a una realidad de las cabezas
pensantes o a un reflejo de lo que aparece en el mundo en que
vivimos.
"Lo mejor no es la guerra ni la sedición PLATÓN (Leyes 628c) |
De los dos mil conflictos armados que asolaban el planeta
cuando comenzamos el nuevo milenio, el de Irak fue y es el
más notorio, pero la guerra se cierne sobre cada esquina y
cada calle de las grandes ciudades, de esas megalópolis
inhabitables en crecimiento ciego, corrupto y exponencial, que
conforman nuestra casa.
Ya el viejo Platón señalaba en sus tantas veces
criticadas Leyes que "lo mejor no es la guerra ni la
sedición -antes bien, se ha de desear estar libre de ellas-,
sino la paz recíproca acompañada de buena concordia"
(Leyes 628c). Pero nuestro mundo actual, en lugar de por la senda
de la cooperación, la amistad y la concordia, lleva el barco
del planeta hacia la catástrofe del naufragio, embebido de
egoísmo, guerra y discordia por doquier.
Recientemente, en sus Normas para el parque humano
(1999) señaló Peter Sloterdijk -con gran escándalo
para muchos- una de las políticamente incorrectas verdades
del barquero intelectual, es decir, del que percibe que la nave
corre el peligro de irse a pique y siente la obligación de
formular una advertencia. Afirmaba el filósofo en ese
opúsculo que el humanismo clásico como ideal de
mejoramiento de la humanidad a través de su ilustración
en las ciencias y las artes era ya un programa caduco y
vacío, urgiendo la reflexión y el pensamiento sobre un
nuevo modelo de mejoramiento y convivencia:
"Por el establecimiento mediático de la cultura de masas
en el Primer Mundo en 1918 con la radio, y tras 1945 con la
televisión, y aun más por medio de las revoluciones de
redes actuales, la coexistencia de las personas en las sociedades
del presente se ha vuelto a establecer sobre nuevas bases. Y no
hay que hacer un gran esfuerzo para ver que estas bases son
decididamente post-literarias, post-epistolográficas y,
consecuentemente, post-humanísticas. Si alguien considera
que el sufijo 'post-' es demasiado dramático, siempre
podemos reemplazarlo por el adverbio 'marginalmente', con lo que
nuestra tesis quedaría formulada así: las síntesis
políticas y culturales de las modernas sociedades de masas
pueden ser producidas hoy sólo marginalmente a través
de medios literarios, epistolares, humanísticos".
Peter Sloterdijk: Normas para el parque humano (1999)
http://www.heideggeriana.com.ar/comentarios/sloterdijk.htm
Postula así una certeza provocativa que deja a todos los
que labramos con medios literarios en una posición
nostálgica y quijotesca, situando al propio pensador en un
lugar paradójico al procurar solucionar problemas
contemporáneos con instrumentos anacrónicos. Si Don
Quijote era patético por pretender mantener una moral
caballeresca en tiempos modernos y por querer solucionar
conflictos renacentistas con herramientas medievales, el escriba
intelectual de hoy estaría pretendiendo mantener una moral
humanística en tiempos posthumanistas y queriendo solucionar
conflictos postmodernos con instrumentos ilustrados: La imagen ya
no tiene un estatuto de conocimiento inferior a la palabra y las
clásicas categorías de la jerarquía
gnoseológica de la metafísica han saltado hechas
pedazos. Así, el recientemente fallecido pensador Jean
Baudrillard dedicó su vida a poner de manifiesto que lo real
había desaparecido ante una proliferación de
imágenes que simulaban unos acontecimientos que ya no
podían suceder. La sobredeterminación de una
hiperrealidad virtual al estilo de la película Matrix, daba
por concluido el proceso de globalización, dejando una leve
esperanza para la palabra y el lenguaje como microespacio
inalienable desde el que actuar y en el que habitar.
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