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La justicia en las instituciones de vigilancia y control


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    Para Michel Foucault, la
    principal pregunta con relación a este tema sería
    ¿cómo se entiende el problema de la justicia en
    una sociedad
    disciplinaria en la que predomina la vigilancia y el control?

    En su obra Vigilar y castigar. Nacimiento de la
    prisión, Foucault
    organiza su análisis con base a cuatro ejes
    principales, a saber: Suplicio, Castigo, Disciplina,
    Prisión. Dentro del capítulo dedicado a la
    "disciplina" hace referencia a "Los medios del
    buen encauzamiento" y "El panoptismo".

    Como él mismo lo destaca: "La disciplina
    'fabrica' individuos; es la técnica específica de
    un poder que se
    da en los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de
    su ejercicio. No es un poder triunfante que a partir de su propio
    exceso pueda fiarse en su superpotencia; es un poder modesto,
    suspicaz, que funciona según el modelo de una
    economía calculada pero permanente"
    (Foucault, M. Vigilar y castigar. Buenos Aires.
    Siglo XXI. 1989. Pág. 175)

    El ejercicio de la disciplina se despliega en tres
    aspectos fundamentales: la vigilancia jerárquica, la
    sanción normalizadora y el examen. La vigilancia se ejerce
    partir de la mirada sobre el otro, con la finalidad de vigilar
    permanentemente su comportamiento, para que éste no se
    desvíe del cauce normal. "El aparato disciplinario
    perfecto permitiría a una sola mirada verlo todo
    permanentemente".

    Las escuelas militares son un buen ejemplo del inicio de
    este tipo específico de control sobre los cuerpos: "Educar
    cuerpos vigorosos, imperativo de salud; obtener oficiales
    competentes, imperativo de calidad; formar
    militares obedientes, imperativo político; prevenir el
    libertinaje y la homosexualidad, imperativo de moralidad"
    (Foucault, M. Obra citada. Pág. 177).

    La vigilancia es un operador decisivo para la
    economía del control y la física del poder que
    se desplegará al interior de las instituciones.
    La figura del "celador" en las prisiones y del "preceptor" en las
    escuelas, es la concretización de este programa de
    vigilancia que se construye en favor de la normalidad.

    La vigilancia es un extremo de este programa
    disciplinario, en el otro extremo se encuentra la posibilidad de
    castigar las conductas impropias, los comportamientos desviados.
    La sanción normalizadora cuenta en primer lugar con
    ceremonias (ritual de la circunstancia) que hacen al
    disciplinamiento de los individuos. Formar fila, mirar al frente,
    estarse quietos, ocupar el banco en el lugar
    que se les asigna a cada uno, saludar a las autoridades,
    levantarse a un costado del pupitre cuando ingresa un directivo o
    un profesor, son
    comportamientos que aseguran la rectitud y la aceptación
    de las normas.

    En segundo término, la disciplina requiere de un
    modo específico de castigar. El castigo supone una doble
    referencia jurídico/natural, es decir, la
    reglamentación que se impone en la institución y un
    orden natural que la sostiene o legitima, que por ser considerado
    natural no entra en discusión. Esto significa una pura
    heteronomía en la creación de las
    normas.

    En tercer lugar, el castigo debe ser correctivo. Pero su
    importancia no sólo radica en el re-encauzamiento de la
    conducta, sino en
    lograr, gracias al arrepentimiento, la repetición de un
    comportamiento que se considera necesario para la permanencia del
    orden. Castigar es ejercitar, Foucault dice que el castigo
    disciplinario "es menos la venganza de la ley ultrajada que
    su repetición, su insistencia redoblada".

    En cuarto término, el castigo es un elemento
    doble de gratificación/sanción. "Este mecanismo de
    dos elementos permite cierto número de operaciones
    características de la penalidad disciplinaria. En primer
    lugar la calificación de las conductas y de las cualidades
    a partir de dos valores
    opuestos del bien y del mal; en lugar de la división
    simple de lo vedado, tal como la conoce la justicia penal, se
    tiene una distribución entre polo positivo y polo
    negativo; toda la conducta cae en el campo de las buenas y de las
    malas notas, de los buenos y de los malos puntos. Es posible
    además establecer una cuantificación y una
    economía cifrada. Una contabilidad
    penal, sin cesar puesta al día, permite obtener el balance
    punitivo de cada cual. La 'justicia' escolar ha llevado muy lejos
    este sistema, cuyos
    rudimentos al menos se encuentran en el ejército o en los
    talleres" (Foucault, M. Obra citada. Pág. 185).

    Lo que hoy conocemos como el programa de premios y
    castigos, propio de un esquema meritocrático, es el
    núcleo de este motor que pone en
    movimiento la
    maquinaria de la escuela como una
    institución disciplinaria.

    Por último, en quinto lugar, la
    distribución según los rangos o grados, que hace a
    la jerarquización del personal a cargo
    de la vigilancia, que tiene como objetivo
    señalar las desviaciones y destacar las competencias,
    aptitudes y recompensas.

    El arte de castigar
    "no tiende a la expiación ni aún exactamente a la
    represión". Su finalidad es la de definir una regla a
    seguir, y para tal fin utiliza ciertos tipos de operaciones
    diferentes: "referir los actos, los hechos extraordinarios, las
    conductas similares a un conjunto que es a la vez campo de
    comparación y espacio de
    diferenciación".

    "La penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y
    controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias,
    compara, diferencia, jerarquiza, homogeiniza, excluye. En una
    palabra, normaliza" (Foucault, M. Obra citada. Pág. 188).
    Foucault en Historia de la locura
    desarrolla la siguiente tesis: "la
    locura no es una enfermedad, es una historia". Afirmación
    que escandalizó a los psiquiatras cuando fue presentada
    esta obra en 1961, podemos decir desde esta perspectiva que la
    anormalidad también es una historia. La "episteme"
    dominante en cada época, designa lo que considera normal
    de acuerdo a los discursos y
    los dispositivos que sostienen la noción de normalidad a
    seguir.

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