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Escuela y futuro



Partes: 1, 2

    1. Entre el porvenir y el
      devenir
    2. Futuro y
      utopía
    3. Los procesos
      de desinstitucionalización
    4. ¿Una
      escuela inaugurada por las tecnologías?
    5. ¿Una
      escuela desinstitucionalizada?
    6. La escuela
      que encarnamos y queremos

    Hablar de la escuela y el
    futuro en un momento como el presente significa un desafío
    a la imaginación y casi un acto de valentía. La
    primera pregunta no es por la escuela, sino por el futuro.
    Habría que invertir los términos y plantear para la
    conferencia el
    título de esta manera: Futuro y escuela.

    Eso haremos para ordenar nuestro discurso. La
    pregunta por el futuro es mucho más amplia que la pregunta
    por la escuela. Si nos aclaramos un tanto la primera parte de la
    expresión, tal vez podremos detenernos luego en nuestros
    establecimientos.

    Toda la historia del ser humano ha
    sido el intento de proyectar futuro, de empujar el futuro hacia
    delante, de prever la existencia personal,
    familiar, grupal, de una organización, de un país incluso,
    para poder
    anticipar lo más posible lo que será de
    nosotros.

    Doy algunos ejemplos para aclarar esto: cuando la guerra del
    Golfo Centroamérica tenía petróleo
    para tres días, en tanto que Estados Unidos
    contaba con reservas declaradas para tres meses.

    Para el año próximo se anticipa la posibilidad
    de la muerte de
    diez a quince millones de personas en Etiopía, porque las
    lluvias no llegaron y los suelos ya no
    resisten la acción
    del ser humano.

    El promedio de vida de un niño de la calle es de 10 a
    15 años, más allá no hay nada y en todo caso
    si se sigue en la existencia, es casi como en calidad de
    sobreviviente.

    Una de las sensaciones más terribles para cualquiera de
    nosotros es cuando el futuro se nos viene encima, cuando no
    podemos empujarlo más allá de unos pocos meses e
    incluso días. Lo tenemos literalmente pegado a nuestra
    existencia y no podemos proyectarlo. Pienso en quienes
    están peleando por la comida de mañana, con una
    enfermedad que llega cuando la miseria hace imposible toda
    defensa.

    Proyectar futuro significa, en el plano familiar, poder criar
    dignamente a los hijos, poder asegurarles estudios por diez o
    quince años, poder asegurarse a uno mismo el retiro cuando
    la vejez.

    Lo decimos también de esta manera: ¿de
    cuánto futuro dispones? Insisto en que la pregunta vale
    para una situación personal o familiar y para un
    país entero. En el mío, la Argentina, hemos pasado
    en pocos años de un 20% de pobreza a un 53%,
    el futuro se ha estrechado para la mitad de la población y continúa
    estrechándose.

    Y vale esto para las instituciones.
    Podemos preguntarnos, para anticipar algunas reflexiones,
    ¿de cuánto futuro dispone la escuela? Más
    aún, ¿de cuánto futuro dispone esta escuela?
    ¿Cuánto pueden proyectar hacia delante sus
    educadores, sus estudiantes?

    Entre el porvenir y el
    devenir

    Hay dos miradas sobre la palabra futuro que marcan con
    fuerza el
    sentido que le reconocemos: porvenir y devenir.

    La primera acentúa la pasividad: algo viene desde
    quién sabe dónde. Si el mañana llega a
    nosotros es que de alguna manera ya está prefijado. Por
    eso, el extremo de esta mirada se sintetiza en la palabra
    destino, que etimológicamente alude a atar, sujetar,
    fijar. Estamos ante una forma de pasividad ante el futuro.

    La expresión devenir se liga más a la
    raíz griega de la palabra futuro: yo nazco, yo crezco. El
    devenir es el proceso por el
    cual alguien o algo llegan a ser. Se acentúa aquí
    la iniciativa ante el futuro. No hay destino, no hay lugar para
    los juegos de los
    astrólogos, no hay nada prefijado, sólo nos toca
    como individuos, como grupos, como
    organizaciones, como países, construir el
    futuro.

    Estamos de acuerdo con esta última perspectiva. No
    tiene ningún sentido aceptar, para algo tan precioso como
    nuestras vidas, el inexorable camino que quién sabe
    qué dioses nos habrían fijado.

    Pero, ¿y si de todas maneras nos fueran impuestos
    futuros? ¿Y si a pesar de etimologías, de rechazos
    a viejas tradiciones de corte magicista, de reacciones ante
    propuestas que pretenden negarnos la capacidad de llegar a ser,
    estuviéramos insertos en una trama en la cual se va
    decidiendo nuestro futuro?

    La población argentina no eligió, en el caso de
    mi país, un incremento de la pobreza de
    más del 30% en un período de doce años. Los
    niños
    de la calle, los niños de la violencia, los
    niños del abandono, los niños de la
    exclusión, no optaron por sus condiciones cotidianas de
    existencia. El sistema de
    salud de mi
    país no tomó la decisión de autodestruirse,
    de avanzar a un estrechamiento terrible de las posibilidades de
    atención de los sectores mayoritarios de la
    población, a un desmantelamiento de los hospitales
    públicos, a una privatización que beneficia sólo a
    unos pocos.

    Partes: 1, 2

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