- El lugar del discurso
socrático: la a-topía - La
transmisión - Los convocados
al banquete - La
costumbre - Deslizamiento
de escenas y de discursos - El daimon y
los discursos platónicos - La otra escena
del banquete
1. El lugar del
discurso
socrático: la a-topía
El diálogo
como forma expresiva no constituía en tiempos de Platón
una excepción en el discurso filosófico, muy al
contrario fue este el modo dialógico que llevó al
discurso filosófico hacia una forma más enunciativa
doctrinal. Se trata, pues, de un discurso modélico que se
define por la búsqueda (zétesis) de la
verdad (aletheia) y que, tal vez, marque el ocaso de todos
los grandes ideales con los que la polis gustaba engrandecerse.
Sin duda, los agentes de estos discursos
operaron también grandes cambios en la forma de
articulación significante, tal vez, gracias a las
exigencias propias de actividades que requerían un
lenguaje
eminentemente persuasivo y un virtuosismo apoyado en el arte de la
retórica.
El oficio de sofós (1)
se ejercitaba afilando la palabra y atendiendo
minuciosamente a los efectos del lenguaje. Los sofistas cobraban
un precio por
educar en la palabra de estrategia
cautivadora y, a cambio, el
ejercicio del poder ganaba
con su riqueza discursiva.
En el contexto de todos estos discursos del saber (
tanto en el de la politeia, en el de la tékhne
psykhé de los trágicos y los compositores de
ditirambos, en el de los poetas, como en el de los artesanos),
Sócrates
podía considerarse como a-topós, como un
pensador exclusivo e inclasificable. A todos logró poner
en su contra. Y tanto fue así, que cada saber se vio
concernido, plasmando por distintos derroteros, en la
acusación del filósofo, el delito de hacer
del logos, un lógos deinós
(terrible); es decir, la mayoría vio en su excentricidad
una manipulación del lógos. Esta
atopía socrática la ha marcado Platón con
tres términos: extranjero, héroe y
tábano.
Efectivamente, a Sócrates podía
imaginársele como un tábano para la polis y sus
intereses. En el proceso que
culmina en su juicio a muerte se hace
sentir la molestia de su aguijón a los que duermen el
sueño de la confianza política. Ya en el
año de la representación de Las nubes, en 423,
Aristófanes ataca al filósofo
(2) por cuestionar aquello que constituye los
pilares de la polis. Se le acusa de no ser consciente
(a-phronós) y, a la vez ser un temerario. Se le
acusa de falta de cuidado y de impiedad en sus juegos
dialécticos sobre el amor, las
mujeres y el culto; poniendo con su actitud en
serio peligro los cimientos de la moralidad
ancestral. También se le puede considerar extranjero. El
mismo habla desde su a-topía nombrándose
como extranjero y pidiendo a sus jueces que no se preocupen por
su forma extraña de hablar, sino por si lo que dice es
justo. Aquí resuenan también las palabras de
Protágoras en el discurso platónico: "El extranjero
que recorre las grandes ciudades persuadiendo a los mejores de
entre los jóvenes para que abandonen la
compañía de los otros y lo sigan a él, con
la convicción de que su trato los hará mejores,
debe ir con cuidado, porque no son pocos los celos y
animadversiones que irá suscitando"
(3)
Por último, Platón lo iguala a Aquiles,
pues su postura heroica no le permitía abandonar
posiciones y retirarse "…de la misma manera que Aquiles no
podría convivir con la vergüenza de no vengar a
Patroclo." En efecto, la batalla desigual con la polis dejaba
traslucir un deseo inédito, que no podía encontrar
el reconocimiento benevolente, pero sí marcar un nuevo
destino para el discurso filosófico: el cuidado de
sí, frente a… y señoreando sobre la
politeia, valga decir, sobre la tékhne
politiké. Pero, tras ese cuidado de sí,
sancionado por la gnosis seautón delfica, su daimon
le empujaba sigilosamente a una muerte segura. Ese cuidado de
sí no es sino el corazón
socrático: la metonimia de una búsqueda imposible
de la gnosis seautón, la metonimia de un deseo
de…verdad imposible. Ante la muerte,
Sócrates se empecinará en la no refutación
del oráculo délfico, allí donde Pitia le
vaticina: "No hay nadie más sabio que
Sócrates" (4) el deseo de saber
y la muerte se anudan.
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