Política y
ontología
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Aparentemente, el debate
contemporáneo del nietzscheanismo se organiza en torno a la
pertenencia o no del autor intempestivo a la "historia de la metafísica".
Este dilema emerge bajo la égida de la interpretación heideggeriana (1961),
siempre lista para asimilar en su narrativa las manifestaciones
del pensamiento.
No obstante, esta encrucijada –tan decisiva para muchos-
nos tiene sin cuidado: no le tememos a la palabra
"metafísica", ni a su modernización en
términos de ontología. Nos encontramos en un mundo
donde las creencias valorativas como acicates de la voluntad han
sido trituradas por la velocidad
histérica de las imágenes,
y donde la secularización escéptica de toda
filosofía ha entronado como ídolo último a
la racionalidad tecno-científica.
El discurso del
fin de la metafísica –aunque no lo quiera-
contribuye a la impotencia de la vida y a la hegemonía de
la metafísica tecnológica, que es la que simula
mejor su imparcialidad.
Es evidente que Nietzsche
rechaza los dualismos de la antigua metafísica y desmonta
las ingenuidades del idealismo,
pero en beneficio de un proyecto
filosófico afirmativo y liberador.
La lectura
heideggeriana pretende incorporarlo en la metafísica de la
subjetividad, señalando una reincidencia en el sujeto como
fundamento último de valor. Pero la
noción de voluntad de poder
entendida como pathos es un padecer, un impulso inmanente,
una afección presente en todos los seres vivos; no una
característica del humano como tal.
Es un principio de razón suficiente, debe
comprenderse como la diferencia interna que mueve a la
vida. Deleuze es aficionado a encontrar este tipo de principios: de
Bergson extrae el concepto de
impulso vital que agita a la vida y diversifica sus
formas; en Hume identifica a la pasión como
motor
inmanente que anima los cuerpos; en Spinoza reconoce el conatus
como deseo interno de los seres a persistir en su ser y
como incitación a la expresión de sus
modalidades.
2
El nietzscheanismo se reconoce en un anti-platonismo y
en un anti-dualismo, porque quiere encontrar las lógicas
de movimiento y
reposo que anidan en los acontecimientos materiales y
que expresan cierta relación entre fuerzas.
De aquí el proyecto de Deleuze: una lógica
del sentido y una ontología de la diferencia. Contra la
trascendencia divina, el sentido emerge como efecto de superficie
no esconde ninguna profundidad o altura. Contra la conciencia
trascendente, es la voluntad de poder la que interpreta y valora,
la vida surge espontáneamente como voluntad de afirmar su
diferencia. Frente a las metafísicas de la presencia, la
identidad y el
ser, recupera la impronta bergsoniana y afirma una
ontología del devenir.
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