La labor del intelectual y los premios Nobel de Literatura (página 2)
Frente a la competición destructiva del neoliberalismo
actual el agonismo intelectual que han representado los concursos
de ensayo de los
últimos tres siglos en Occidente, lejos de la
dogmática disputatio medieval, queda como muestra de la
creatividad
existente en un momento dado de la historia; no para corroborar
un dogma o vender un sistema, sino
sobre todo como muestra de innovación ante el reto de resolver nuevos
problemas.
La
motivación más noble de la tarea intelectual es
el deseo de resolver problemas vigentes y la voluntad de
construir un mundo más justo, con el concurso de la
razón y la inteligencia.
Siendo el premio más grande de los que se
atribuyen a los intelectuales
en el siglo pasado y en el presente, el Premio Nobel,
eminentemente el de Literatura, tan sólo
dos de los muchos grandes a los que les fue otorgado ese
galardón lo rechazaron y, ambos, podemos decir, por
razones ligadas al comunismo: nos
referimos a Boris Pasternak, en 1958 y a Jean-Paul Sartre, en
1964.
A pesar de su abrumadora fama mundial hay que decir a
favor de Sartre que éste, como Spinoza, mantuvo su vida
sencilla, con pocas posesiones materiales y
permaneció activamente comprometido con la mejora de la
sociedad en
que habitaba hasta el final de su vida. Y en cuanto a Boris
Pasternak, el autor de la célebre novela Doctor
Zhivago (1957) fue uno de los principales escritores de
poesía
de la Rusia
soviética, sin que sus propias críticas al sistema
en que habitaba y la proscripción de su famosa novela -que
nos e publicaría en Rusia hasta 1987- le llevasen a dar
nunca la espalda al proyecto
comunista.
Los motivos del rechazo de tan cuantioso y prestigioso
premio por ambos son sujeto de conjeturas hermenéuticas
sobre la conciencia del
intelectual, luego añadiendo una más, al menos muy
verosímil, a las interesadas especulaciones sobre la
subjetividad de los grandes hombres al acometer dignas acciones;
proponemos considerar que tal rechazo bien pudiera tener una
íntima relación con los principios
generales de un arte comunista.
Al menos a aquel principio que dijese que no habría que
respetar y considerar por igual al inventor de la dinamita
e instigador del Premio, Alfred Nobel, que a los benefactores de
la humanidad.
Se dice que fue por el arrepentimiento ante la
destrucción que su invento más famoso
provocó en la guerra que
Alfred Nobel terminó donando en su testamento la riqueza
proporcionada por la propiedad
privada de la patente (para que con ello se instituyesen los
premios que llevan su nombre en Literatura, Medicina,
Física,
Química y
el de la Paz).
Al ser preguntado Sartre argumentó dos clases de
razones para su rechazo del Nobel de Literatura, unas de naturaleza
subjetiva y otras de naturaleza objetiva: "La razón
subjetiva se desprende de mi concepción del intelectual,
del escritor, que tiene que ser un realista crítico y
rechazar toda institucionalización de su función
(…). Diría incluso que si la literatura se
institucionaliza, pues bien, forzosamente muere"
(Jean-Paul Sartre, en: "Entrevista a
Jean-Paul Sartre". Paris, octubre-noviembre de 1965, por Jorge
Semprún. Cuadernos del Ruedo Ibérico, nº3). En
Sartre la filosofía ha dejado de ser contemplativa y ha
pasado a ser práctica, una literatura de compromiso con la
transformación de la realidad. El intelectualismo
consagrado a legitimar y sancionar el estado de
cosas vigente de los pensadores integrados dócilmente en
instituciones
que premian sus sumisiones al sistema se contrapone a los
insobornables e incorruptibles intelectuales libres, siempre en
un difícil equilibrio
entre la institucionalización y la marginación,
cayendo en cuanto anomalías antes del lado de lo segundo
que del lado de lo primero al romperse la negociación con la realidad existente a
favor de las realidades por venir. Por eso en la misma entrevista
en que aduce sus razones para rechazar el premio Nobel se
compromete Sartre con la posición del socialista
utópico, pese a la existencia real de la URSS, diciendo:
"No creo que el socialismo exista
hoy en parte alguna. Creo que hay países más
adelantados que otros, porque han socializado sus medios de
producción". Los motivos que hicieron que
otros pensadores se retractasen de su pasado socialista para
abrazar el triunfo del capitalismo no
afectaban a Sartre, cuyo compromiso no dependía de los
avatares de los programas de
encarnación del lógos comunista sobre
la tierra,
sino de la idea concebida y sostenida pese a los yerros,
traiciones, conveniencias y derrotas, su compromiso era
filosófico.
El carácter no contingente sino necesario del
pensamiento y
su praxis, en
Sartre, no le convertía en ciego a los acontecimientos
mundanos, sino que su verdadero realismo
venía avalado por el hecho de permanecer atento a la
promoción de lo posible antes que ha la
consolidación de lo dado. Así, la razón
objetiva que sostuvo el pensador francés para darse el
lujo de dejar impreso en la Historia el ejemplo de propiciar un
espaldarazo y una lección a la Academia sueca fue de lo
más realista: "Consiste en que tal vez pueda aceptarse un
premio internacional, pero sólo si lo es
realmente.
Es decir, si en una situación de tensión
Este-Oeste, se atribuye tanto al Este como al Oeste, en
función únicamente del valor de los
escritores. Así ocurre con los premios Nobel
científicos. Los premios Nobel científicos se
atribuyen a rusos, a americanos, a checos, a hombres de cualquier
país. Es un premio que sólo tiene en cuenta el
aporte científico de tal o cual individuo.
Pero, en literatura, no ocurre así. Sólo ha habido
un premio soviético. Se trata de un gran escritor,
Pasternak, que merecía ese premio desde hace veinte
años. Pero, ¿cuándo se le da? En el preciso
momento en que se quería crear dificultades al gobierno de su
país. Se trata aquí, y así lo ha entendido
todo el mundo, de una maniobra.
No acuso a ningún miembro de la Academia Sueca de
haber hecho una maniobra: son cosas que se producen casi
objetivamente, ¿no es cierto? Pero considero que no es
posible aceptar un premio que no es verdaderamente internacional,
que es un premio del Oeste. Como para mí, precisamente, el
verdadero problema reside en el enfrentamiento cultural del Este
y del Oeste, la unidad en cierta medida contradictoria de ambas
ideologías, su conflicto, su
libre discusión, pienso que ese premio se dio de una
manera que no me permitía aceptarlo, objetivamente"
(Ibid.).
Por su parte y en su momento, Boris Pasternak,
había argumentado su rechazo de una manera algo más
breve y concisa que el pensador francés, pero pudiera
decirse que su rechazo venía avalado por idénticas
razones. Lo que hizo fue enviar un telegrama a la Academia sueca
cuatro días después de saber que le habían
concedido el premio, declinando recibirlo ante la seguridad de que
se pretendía con éste forzar su deserción y
traición a la Rusia soviética: "Considerando el
significado que esta recompensa tiene en la sociedad a la que yo
pertenezco, debo rechazar tan inmerecido premio que me ha sido
otorgado. Por favor, no reciban mi voluntario rechazo con
disgusto". Y aunque declinó el premio la concesión
del mismo por parte del capitalismo llegó a provocarle
problemas en Rusia. Merced a iniciativas como la de un falso
dibujo para el
St.Louis Post-Dispatch (oct.1958), de William Henry Mauldin,
dibujante y fotógrafo que, vaya casualidad, se
había iniciado en la carrera política en 1956 con
la intención de ser congresista en New York. En el dibujo
(falso, pues Pasternak jamás fue detenido) aparecía
el escritor en Siberia diciéndole a otro supuesto preso
que su crimen era haber ganado el premio Nobel para la literatura
y preguntándole por su falta. Con actuaciones como la
antecedente la posición de Pasternak en su país
quedó comprometida hasta su muerte por
cáncer de pulmón en 1960.
Obviamente, tanto Pasternak como Sartre sabían de
los desastres de la guerra y del principal uso de la dinamita,
así como sabían de donde provenía la soldada
de ese galardón, como era utilizado el premio por
Occidente con fines políticos ligados a los intereses del
capitalismo y, además, sabían muy bien que no
siempre lo habían concedido a quien realmente tuviese los
mayores méritos para merecerlo.
El primer ruso en recibir el Nobel no había sido
Tolstoi, sino que había sido un prosista, Ivan Bunin, ya
en 1933, escritor cuyo mayor mérito era el de oponerse a
los bolcheviques, cosa que se quiso equilibrar el año
posterior al rechazo de Sartre, cuando se le concedió a
Mijail Sholojov. Y si recientemente se lo han otorgado a Harold
Pinter o con anterioridad a Saramago y a Dario Fo, ha sido
realizando esos cálculos de "ahora se lo damos a un
rebelde, mañana a un integrado y pasado a un reaccionario,
para así tener contentos a todos". Con todo, al menos
Pinter aprovechó el Nobel para poder decir,
por dos veces, siendo invitado a hablar a los parlamentarios en
la Cámara de los Comunes de Londres y especialmente
a Tony Blair, que "El hedor de la hipocresía resulta
asfixiante"; en relación a la política de los
Estados Unidos
e Inglaterra
respecto a la guerra de Irak y a otras
de las fechorías del imperialismo
anglosajón.
Lo que es en el séptimo arte, en 1973, el actor
Marlon Brando recibió el Oscar por El Padrino, pero
se negó a aceptarlo aduciendo que Hollywood discriminaba a
la población indígena,
humillándola y tergiversando su historia en multitud de
películas del oeste, cosa absolutamente cierta. Aunque
Sartre y Brando eran ya muy adinerados cuando rechazaron Nobel y
Oscar respectivamente, se pudieron permitir el gesto; de modo que
el mayor héroe de los rechazos hacia la compra-venta de las
obras y del arte por el capitalismo del siglo XX fue sin duda
Pasternak, a quienes los capitalistas difaman cuando aseguran que
rechazó el premio por temor a ser deportado.
Y no es que los escritores o los actores, como cualquier
otro trabajador, no tengan derecho a vivir de su labor (o no se
vean forzados a vender su fuerza de
trabajo) pero,
siendo ejemplares intelectual, moral y
políticamente para los demás hombres, esto es,
constituyendo sus gestos y obras modelos de la
correlación entre teoría
y praxis (de que exista algún vínculo entre lo que
se dice, lo que se piensa y lo que se hace) es digno de atención considerar si sus actos y sus
ideas están interrelacionados.
La revelación del Premio Nobel de Literatura de
1999, Günter Grass, de su participación en las SS
nazis al final de la Segunda Guerra
Mundial, justo antes de sacar al mercado su
Autobiografía en 2006, dice muy poco de lo oportuno
de la enmienda en el momento de generar publicidad antes
de sacar un libro al
mercado y de lo inoportuno que hubiese sido el haberse
pronunciado antes sobre tal acontecimiento biográfico;
pues hubiera perdido con ello, probablemente, la oportunidad de
ser nobelable y, desde luego, sin duda, el privilegio de ser
condecorado como ciudadano de honor de una ciudad alemana. Ahora
bien, al juzgar a Grass, como a cualquier otro, no puede tomarse
un acontecimiento puntual de la juventud para
evaluar toda una vida, como si ésta tuviese que
presentarse absolutamente puritana y sin mancha alguna. El que
critica de forma linchatoria no sólo tendría que
hacerlo de una posición inmaculada, como Luciano Canfora
ha dejado claro al escribir sobre el affaire Grass, sino que
habría de ser superior intelectual y moralmente al
condenado:
"Hace ya algunos años, en Italia se
trató de linchar al estudioso que en junio de 1992
descubrió y publicó, habiendo hablado antes
largamente con el propio Bobbio, la carta escrita
por un Bobbio treintañero a Mussolini en julio de 1935
mediante la que realizaba una instrumental genuflexión
política en beneficio de la propia posición
académica. Por fortuna fue el mismo Bobbio quien dio la
razón a su entrevistador y declaró culpable su
propio silencio que había durado casi sesenta años.
En aquella época hubo incluso quien desvarió sobre
un complot encaminado a cerrarle a Bobbio el camino hacia el
Quirinal. Y así va el mundo: moralismo de corriente
alterna. Por no hablar del abismo que media entre la inmadura
elección de un quinceañero en un país que se
desmorona y que no ha recibido otra educación que la del
régimen y la decisión fríamente adoptada, en
tiempos por completo tranquilos, por un astuto académico.
Revelación espontánea, la de Gunter Grass. No como
la de Mitterand cuando sale a la luz su presencia
activa en Vichy, de adulto, no de adolescente. Nadie le
exigió entonces que dejase la presidencia. En
conclusión, la improvisada persecución verbal
urdida contra Günter Grass, si bien carece de fundamento
moral alguno y es tan sólo una jugada cínica, sin
embargo resulta muy reveladora respecto del clima de la
actual Alemania. Una
voz crítica, tradicionalmente no conformista,
cual es la suya, molesta: y en consecuencia, todo argumento
resulta útil para golpearla, incluso un sobresalto de
hiperantifascismo de pura fachada" (Luciano Canfora El caso
Günter Grass: antifascismo de fachada y moralismo de
corriente alterna. Sin Permiso-Rebelión
24-9-2006).
Las vidas se evalúan en su conjunto, motivo de
que no proceda la descalificación del todo en vista de una
pequeña parte; si bien en contrario, un acto grande y
heroico, beneficioso para la humanidad, bien puede redimir varios
pequeños errores, fallos y maldades, puntuales. Los
griegos decían precisamente a causa de las consideraciones
antecedentes que de nadie podía decirse que había
sido feliz hasta que no había agotado hasta el
último de sus días. De ahí que sólo
las leyendas de
los santos se nos presentan como vidas inmaculadas en todos y
cada uno de sus momentos y de sus actos.
Otra cosa muy distinta son las vidas que se han visto
obligadas a transitar en la mentira, que han presentado siempre a
los poderes vigentes en cada momento, conveniente
pleitesía, adulación y justificación. Muchos
se escudarán en la sofística como medio de
presentar una máscara al poder para no ser presa de su
violencia,
pero al cabo del tiempo, si se
usan demasiadas caretas, se acaba olvidando como habría de
ser el propio rostro y desconociendo la propia cara. Por eso no
conviene deslizarse por la vía del engaño. No
porque se coja antes a un mentiroso que a un cojo sino porque de
tanto mudar de faz, puédese ésta endurecer, como
retrato de Dorian Grey y empezar con flexible careta para
terminar siendo un caradura, esto es, de una catadura que a nadie
guste probar.
Sobre el affaire Grass se preguntaba y
respondía el infatigable Vargas Llosa durante el verano
pasado en el que se destapó el asunto: "¿Afecta lo
ocurrido a la obra literaria de Günter Grass? En absoluto
(…). ¿Y sus pronunciamientos políticos y
cívicos que ocupan una buena parte de su obra
ensayística y periodística? Perderán algo de
su pugnacidad, sin duda, sus fulminaciones contra los alemanes
que no se atrevían a encararse con su propio pasado ni
reconocían sus culpas en las devastaciones y horrores que
produjeron Hitler y el
nazismo, y se
refugiaban en la amnesia y el silencio hipócrita en vez de
redimirse con una genuina autocrítica.
Pero, que quien estas ideas predicaba con tanta
energía tuviera rabo de paja, pues él
escondía también algún muerto en el armario,
no significa en modo alguno que aquellas ideas fueran equivocadas
ni injustas". Indicando que en la sociedad del espectáculo
en la que vivimos pronto se olvidará ese hecho pero que en
la historia de las letras no sería olvidado El tambor
de hojalata, la mejor obra del escritor alemán. Y
aunque las ideas de Vargas Llosa no sean necesariamente falsas
por ser él un hombre tan de
paja neoliberal, en el conjunto de su itinerario
político-literario no cabe duda de que, a diferencia de lo
que dice el hispanoperuano sobre la literatura -que sólo
es una labor de entretenimiento de las masas aburridas y
tediosas- estamos entre los que consideramos, muy al contrario,
que toda labor artística y de pensamiento que no
está respaldada por la propia biografía y
encaminada a la mejora de uno mismo y de la humanidad en su
conjunto es, en cierto modo y en cierto grado, manifiestamente
fraudulenta.
¿Pasó ya el tiempo del intelectual
comprometido? ¿Desapareció de la faz de la tierra el
guía artístico, la vanguardia del
intelecto, el ejemplo viviente de su propia obra? Nietzsche lo
señaló al pedirle absoluta coherencia al Richard:
"¿Cuál de vosotros está dispuesto a
renunciar al poder porque sabe y experimenta que el poder es
malo?" (Nietzsche Richard Wagner en Bayreuth, 11). El
músico no iba a renunciar a la gloria en aras de la
redención, incumpliendo sus propios postulados. Discutible
resulta si aceptar el homenaje que merecía en Bayreuth
pudiera considerarse un episodio de traición al proyecto
común con el filósofo. Ahí están su
música,
sus escritos y sus actos.
Frente al poder del señor de los anillos se
yergue la necesidad de que por la sangre del poeta
épico corra algo de la epopeya formándose
así su carácter, su ética
íntima (êthos), de modo que pueda
considerársele como un artista auténtico y
no como un vendido. De ahí que Heidegger al hablar de la
doctrina platónica de la verdad y del mito de la
caverna nos indicase que educación
(paideia), formación, estudio y verdad
(alétheia), estaban esencialmente vinculados antes
de la modernidad. Sin
embargo hoy en día difícilmente se
encontraría a alguien que rechazase el millón de
euros a que asciende el Premio de la Dinamita y a los contratos que
supone para la compra-venta de su obra como mercancía. Y
no sólo por la cuantía económica del asunto
sino porque también implica para el autor el
conocimiento por el público de su trabajo, la
posibilidad de que llegue a manos de los demás el regalo
que se les ha confeccionado concienzudamente.
Así, lejos del dinero y del
poder vemos que autenticidad y responsabilidad, en lugar
de éticas antitéticas seguirán formando
parte de la labor del intelectual que pretenda merecer respeto,
credibilidad y dignidad
suficientes como para ser emuladas y atendidas por las
generaciones futuras. A este respecto no importa tanto el bando
en el que se milita o la adhesión ideológica que se
otorga como la coherencia con la que se lleva esa acción
a cabo. Cuando Diógenes Laercio escribió las vidas
de los filósofos ilustres lo hizo porque la
antigüedad las consideraba como ejemplares y dignas de
emulación.
De todos sabido que entre algunos premios a los
intelectuales a veces se tercia el tongo mediante la
intervención del tendero editorial, sobre todo cuando los
fastos se celebran en tierras capitalistas. Así susurran
siempre las malas lenguas en los ambientes intelectuales, esos en
los que todo el mundo habla mal de todo el mundo y en los que,
entre mentirosa baba de basilisco y rastrero insulto del
bestiario, se dice de vez en cuando alguna verdad, como que, por
ejemplo, entre los famosos premios Anagrama de Ensayo, siempre
será mejor el finalista que el premiado.
Lejos sin embargo de la intención de éstas
líneas el juzgar sobre la idoneidad de ningún
premiado en ningún certamen que celebre las aportaciones
de la inteligencia al planeta y del talento a la humanidad, sino
a lo sumo se critica a los jueces, y aun así no
habrían de contestar éstos a quien desde tan abajo
les condenase. Ya que, como indicaba Rousseau en
una de sus controversias, sólo se está forzado o
compelido a responder ante el más sabio o el de mayor
autoridad,
nunca a los ignorantes:
"He de responderle, ya que usted mismo me fuerza a ello.
Si sólo hubiera atacado mi libro, le habría dejado
decir cuanto quisiera; pero se mete usted también con mi
persona y,
cuanto mayor es su autoridad entre los hombres, menos puedo
callar ante su voluntad de deshonrarme" (J.J.Rousseau Escritos
polémicos. Editorial Técnos. Madrid 1994.
«Carta de
J.J.Rousseau a Christophe de Beaumont. Arzobispo de París,
Duque de San Clodoaldo, Par de Francia,
Comendador de la Orden del Espíritu Santo, Director de la
Sorbona, etc» [18 de noviembre de 1762]).
Sólo una persona con peso y autoridad igual o
semejante a quienes grandes y medianas cosas han escrito tiene
legitimidad para poder emitir un juicio sobre las mismas y no por
mor de un respeto de anacrónicas jerarquías sino
por una evidencia actual. La maledicencia es un gran deporte en el mundo egotista y
narcisista del capital y del
espectáculo, televisión
y parlamento dan el mal ejemplo, algo que emponzoña
más a quien vomita que a quien recibe. Para toda la
pútrida baba de basiliscos, mientras lo sean, ha de valer
lo que Sócrates
dijo en una ocasión: no hay que extrañarse de que
los asnos rebuznen o de que suelten frecuentemente una coz.
Tampoco hemos de extrañarnos si nosotros rebuznamos o
coceamos, pero extraño e inaceptable es que nos rebuzne el
sabio.
Afortunadamente, tanto para los que somos ignorantes
como para los que son sabios, el ser humano, en virtud de su
plasticidad, es tanto capaz de descender hasta el asno como de
ascender hacia el dios. De nosotros depende en buena parte que la
tendencia a lo primero no sea lo que prime en nuestra existencia
y de que enderecemos las energías en la dirección de lo noble, justo, bello, bueno
y verdadero en lugar de hacia sus contrarios. Pero todo esto
¿para qué? ¿Cuál es el objetivo de
esbozar unas Migajas filosóficas?
El meta y el premio de seguir el ejemplo de los grandes
y olvidarse de lo pequeño es alcanzar la propiedad
colectiva de las ciencias y las
artes, la declaración como patrimonio de
la humanidad de todas las proezas de la razón, así
como lograr que el cultivo de las artes y las ciencias queden
garantizadas a todos por la protección y fomento libre de
quienes se consagran a ellas.
Después de mucho enfermizamente criticar, al
final de la inestable juventud, muchos se dan cuenta de que
más noble y fructífero es el halago de las buenas
obras que el resentimiento hacia las malas, que lo grande y
hermoso sólo puede surgir de la plenitud y no de las
carencias, de las virtudes y no de las frustraciones; que quienes
vienen después habrán de recorrer los caminos que
otros recorrieron antes para procurar ser mejores que los que les
precedieron y devolver con creces lo bueno que se ha
recibido.
Quizás alguien pudiera pensar que Sartre y
Pasternak son mejores que Günter Grass -en todos los sentidos que
la palabra griega "aristós"
pueda alcanzar- pues avanzaron más aún en el
camino hacia la ejemplaridad y la verdad, pero Grass es
igualmente un gigante, al que estar agradecidos. Luego
quizás sólo podemos decir que los primeros son
mayores ejemplos para los venideros que el segundo, siendo los
tres ejemplares, afirmación de simple opinión que
reconoce que no cuenta con la vara de medir ni de juzgar en
general; sino tan sólo con la presunción de que lo
semejante engendra a lo semejante.
Resulta ante ellos ridícula una sociedad como la
nuestra, la de la masa de borregos del capitalismo consumista, en
la que cualquier "idiotes" -en
el sentido etimológico de la palabra griega, que indica
tan sólo a cualquier particular- se cree con derecho a
juzgar a quienes no lo son. El motivo es que en el mundo de la
adoración del becerro de oro ya no se
juzga como ciudadano ante el tribunal de la razón sino
como cliente ante el
tribunal del consumidor, una
muestra más y una demostración palpable de que el
lugar de la política lo ha ocupado el mercado. Una
alteración con funestas consecuencias en todos los
órdenes de la existencia.
Llega entonces el tiempo de la epojé, de
la suspensión del juicio, y, con ésta, el
convencimiento, rememorando tiempos mejores, de que el mayor
premio del cultivo de las artes y las ciencias no puede ser
el dinero ni
la gloria, el poder o los placeres, sino el convertirse en un
hombre mejor y promover la conversión de otros en mejores
hombres. Así habrá que seguir,
socráticamente, kierkegaardianamente y marxianamente,
hasta que la humanidad, nuestra humanidad, alcance su plenitud y
elimine su desgracia.
Simón Royo Hernández
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