Alain Badiou fue discípulo de Jean Paul Sartre, Louis
Althusser y Jacques Lacan. Para Badiou la Filosofía no es
una práctica académica sino más bien una
manera de abordar los problemas; lo
que le interesa es analizar las condiciones en las que un
pensamiento se
torna activo.
Comparte el escenario filosófico de la Francia
contemporánea con Michel Foucault, Gilles
Deleuze y Jacques Rancière, todos ellos formaban un
grupo en el
que el interés y
el encuentro con la política era un
compromiso muy fuerte.
Los pensadores europeos, a partir del año 1975,
perciben que la propuesta y la experiencia del socialismo
estaban naufragando. Se anuncian entonces el fin de los grandes
relatos y el fin de las utopías, "los nuevos filósofos" (como los denominaba Deleuze)
afirmaban que la filosofía también había
llegado a su fin.
La crítica
hacia los totalitarismos abarcaba tanto al marxismo como
al fascismo. Y, en
la búsqueda de los autores intelectuales
de semejante desastre político, la filosofía ocupa
el banquillo de los acusados. Badiou se mantendrá en la
defensa de la filosofía y en la búsqueda de una
nueva forma de hacer y pensar la política.
"(…) nuestros filósofos, echándose el
siglo sobre las espaldas, y finalmente todos los siglos desde
Platón,
han decidido declararse culpables . Ni los
científicos, tantas veces sentados en el banquillo, ni los
militares, ni tan siquiera los políticos han considerado
que las masacres de este siglo afectaran seriamente a su gremio.
Los sociólogos, los historiadores, los psicólogos,
todos medran en la inocencia. Tan sólo los
filósofos han interiorizado que el pensamiento, tropezaba
con los crímenes históricos y políticos de
este siglo, y de todos los siglos de los que éste procede,
a la vez como obstáculo a toda continuación y como
tribunal de una felonía intelectual colectiva e
histórica". (1)
Renunciar a la filosofía, clausurarla (como
diría Castoriadis) y llevar a la política a un
sistema puro de
representación, es renunciar a la aspiración por la
justicia.
Badiou la define en estos términos: "Llamaremos justicia a
aquello con lo cual una filosofía designa la verdad
posible de una política" (2)
Para él existen cuatro condiciones de la
filosofía: el amor, el
arte (poema),
la política y el matema.
Si la filosofía es la producción de alguna forma de verdad, esta
se realiza en el despliegue de esas condiciones. Como afirma
Badiou:
"La verdad no es una constatación ni un juicio
sino una producción, una creación, una novedad que
resulta de un devenir. Desde Platón, la
filosofía distinguió cuatro posibilidades: producir
verdades sobre la realidad objetiva del mundo (las verdades
científicas); sobre las apariencias sensibles fabricando
otras apariencias (las verdades artísticas); la
creación de nuevas figuras sobre la sociedad (las
verdades políticas)
y la creación de nuevas figuras sobre la relación
íntima con los demás (las llamadas verdades
amorosas). Retomando esta idea, yo sostengo que en la ciencia, el
arte, la política y el amor
están los grandes procesos de
producción de verdad". (3)
Ahora bien, esta producción de verdad se da en
términos diferentes a lo planteado en la metafísica
anterior a Heidegger y en la teoría
del lenguaje
anterior al "giro lingüístico".
En los años setenta se presenta un nuevo
horizonte ontológico y lingüístico para el
discurso
filosófico de las últimas décadas del siglo
XX.
La apuesta de Badiou no pasa, como en el caso de
Derrida, por el deconstructivismo; su propuesta afirma que hay
que rescatar a la filosofía pero desde otra mirada, desde
otra impronta; para Badiou el deconstructivismo sólo nos
deja escombros, fragmentos, dispersión.
Si lo propiamente humano es el lenguaje,
toda filosofía entonces resulta una filosofía del
lenguaje; parafraseando a Wittgenstein "los límites de
mi mundo son los límites de mi lenguaje". Pero
¿qué es lo propio del lenguaje para Badiou?. Lo
propio del lenguaje, su ley, es la
inconsistencia. Aquello que para los filósofos
analíticos debíamos evitar: la ambigüedad y la
vaguedad del lenguaje, para Badiou es su propia inconsistencia,
inevitable y constituyente.
Esta es, entonces, una época de inconsistencia,
para la cual una filosofía debe transformarse en
una teoría consistente de la inconsistencia . Lo
que equivale a decir que debemos plantear una nueva ontología, del ser de todo lo que es,
entendiendo a lo que es como lo inconsistente.
Pero ¿qué ha sido la filosofía en
sus inicios, en sus comienzos antes de la era cristiana?. La
filosofía es, desde siempre, la pregunta por el cambio y la
permanencia, por la unidad y la multiplicidad, por el devenir y
lo que persiste en ese devenir. Hay filosofía y ciencia porque
hay uno, hay permanencia.
Entonces, la tarea que debemos emprender, es la de
retomar la lucha entre lo uno y lo múltiple. En la
multiplicidad estalla la consistencia, lo uno, lo que permanece.
Y, no es sencillo pensar lo múltiple sin el uno, sin la
unicidad.
Es Platón quien se percata de esto y de la
necesidad de recurrir a la matemática
si queremos pensar en la unidad y en la multiplicidad. Cuando
Badiou pretende realizar una ontología del múltiple
puro, necesita recurrir al platonismo: "si el uno no es, nada
es", dice Platón en su diálogo
Parménides , y lo que intenta Badiou es un
platonismo de lo múltiple .
La matemática puede pensar lo impensable: el
vacío y el infinito. Pero aquí se trata de una
matemática fundada en una Teoría de conjuntos. Un
conjunto es un múltiple. Un múltiple puro es pura
multiplicidad, multiplicidad de la multiplicidad.
¿Qué ocurre entonces con la ontología?. Es
aquí donde aparece Heidegger, quien plantea que la
ontología ha confundido el ser con el ente. Al abrir la
interrogación por qué el ser y no más
bien la nada los filósofos no responden con el ser
sino con el ente.
El ser no debe confundirse con el lenguaje, en este
punto existe una vasta discusión con relación a lo
que afirmó Heidegger al decir que "el lenguaje es la
morada del ser", no se trata de un nominalismo y no se reduce a
la cosificación de la lengua.
Que el ser no se confunda con el problema de la lengua
quiere significar para Badiou que entre el ser y el lenguaje hay
mundo, por lo que cuestiona la soberanía de la lengua.
Y, mientras que para Heidegger el mundo es un plexo de
significados, para Badiou el mundo es multiplicidad. El ser es
esencialmente inconsistente, lo uno es la única manera que
el ser se deja decir, pero es uno en el lenguaje, no el
mundo.
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