- Modernidad
y secularización: la dimensión heurística
en la teoría sociológica - Secularización
I, la diferencia en la mirada del
Ángelus - ¿Es
indispensable reconstruir la categoría
secularización? - Bibliografía
Ambigüedades en Torno a la
Secularización
¿Dónde estoy? ¿A
dónde voy?
Antes había aquí un
sendero,
ahora hay un montón de
escombros.
Y donde el camino era liso para
venir
la rocalla me cierra el
paso.
En vano subo y bajo;
¿Dónde topo yo con mis
esfinges?
Reclamo de Fausto a
Mefistófeles.
"Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula
Ángelus Novus. Se ve en él a un
Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre
lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajado, la boca
abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese
aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que
para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos,
él ve una catástrofe única, que acumula sin
cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El
ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y
recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del
Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el
ángel no puede plegarlas.
Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el
futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de
ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo
que llamamos progreso". Con esta metáfora Walter Benjamin
intenta explicar el marco de la modernidad sobre
la cual la sociedad ha
construido una ilusión de progreso ascendente donde los
viejos esquemas quedan atrás y la promesa de un futuro
pleno se abre en el horizonte. Entre las ruinas queda la religión como algo
superado y sobre el cual el ser mítico quisiera regresar,
buscando quizá la vieja certidumbre de un orden que se
imponga al caos que vive en la tempestad. El Ángelus Novus
no es otra cosa que la imagen que la
sociedad moderna se ha construido de sí misma.
La metáfora es poderosamente sugestiva para
abordar el tema de la secularización. Por un lado parece
imponerse el esquema de la razón ascendente sobre
cualquier otra mirada del mundo. Por otro, y de manera
simultánea, es el ángel quien voltea sobre las
ruinas, no para regresar, sino para tener un sentido del rumbo de
su vuelo. Si no pudiera reconocer la distancia que le separa de
las ruinas no podría establecer su ruta, no
distinguiría entre el cielo y la tierra. Es
en la metáfora de la tormenta que las ciencias
sociales intentan explicar el despegue del vuelo y los
asideros confiables para alcanzar la promesa de un supuesto
Paraíso.
La secularización es en este caso el interregno
(por demás ambiguo) que separa lo religioso de la
razón, lo tradicional de lo moderno, la decadencia de lo
inédito. Sobre la categoría secularización
se ha construido gran parte de la semántica de la modernidad,
señalándola en diferentes direcciones:
diferenciación de esferas sociales, privatización, individuación,
transposición de creencias y modelos de
comportamiento, desinterés de la sociedad
por la religión y desacralización del mundo. Vista
de esta manera, lo sagrado quedaba como una etapa superada por el
desarrollo de
la modernidad. Sin embargo, el incremento recurrente de
acontecimientos donde la religión es central ha dado al
traste con esta idealización de un progreso lineal y
secular. Tenemos que dar cuenta del por qué lo religioso
se nos presenta más vivo que nunca, cuando había
sido fijado como ruina del pasado.
El problema no es entonces de la religión, sino
de los esquemas heurísticos sobre los que las ciencias
sociales han hecho sus diagnósticos de la modernidad.
Recordemos que son las ciencias sociales las que se erigen en la
conciencia de la
modernidad, buscando explicar las formas en que es posible el
orden social y la cooperación entre los individuos
más allá del cálculo
egoísta.
Para conseguir este propósito fue necesario
establecer distinciones en tiempo y
espacio que le permitieran reconocer su unicidad. Una de estas
distinciones fue la religión, la cual actuaba en sociedades
consideradas pre-modernas como el eje del orden social. Era
necesario explicar la distinción de ese orden basado en la
religión respecto a un orden distinto en la sociedad
contemporánea. Se estableció así un juego de
espejos en que a través del otro se pudiera reconocer uno.
Los estudios de los clásicos en sociología así lo muestran. No es
gratuito que todos ellos hayan elaborado análisis sobre las distinciones del
anterior orden religioso y el nuevo orden social. Pero no
trataban de establecer un esquema jerárquico entre el
pasado y el presente donde la religión era simplemente un
fósil sobre el cual se investiga. Por el contrario,
veían la necesidad de intercalar la descripción de las funciones
anteriores de la religión y lo que ésta tiene que
ver con el orden social contemporáneo.
Sin embargo, los pensadores contemporáneos
simplificaron la lectura de
los clásicos sobre la religión y establecieron la
categoría secularización como una condición
sine quo non sobre la que la modernidad fue posible. La
categoría secularización se convirtió en un
axioma sobre la cual se explicaba cómo la sociedad moderna
se distanciaba de la tradición para acceder al plexo de la
racionalidad. Un axioma no es discutible y con el paso del tiempo
se vuelve una condición natural de un periodo, un
Zeitgeist del que no podemos escapar.
La naturalización de la secularización
eliminó toda posibilidad de historizar el concepto, es
decir, observarlo como una construcción – histórica y hasta
ideológica- que la
Ilustración, y posteriormente las ciencias sociales,
establecieron para explicar los cambios del orden
social.
La naturalización de la categoría
permitió establecer una distinción de tipo
deontológico: un deber ser de lo moderno frente a lo que
es deseable excluir, en este caso la religión. De esta
manera era posible explicar la decadencia de la religión y
el surgimiento de otras formas en un orden social donde el eje
religioso es prescindible: Habermas en sus distintos trabajos
apuesta a que la ética
comunicativa es la heredera de lo religioso, Alexander por su
parte cree en los valores
culturales como sustitutos de las cosmogonías establecidas
en las sociedades tradicionales, mientras que Giddens apuesta a
una transformación de los esquemas de confianza y conocimiento
que la modernidad proporciona frente al mundo como sustitutos de
la religión.
A pesar de fijar el proceso de
secularización como indispensable para comprender las
transformaciones de la sociedad, los pensadores
contemporáneos no definen lo que entienden por dicho
proceso. En el mejor caso explicitan lo que Weber y
Durkheim
realizaron en sus respectivos trabajos, partiendo de esos
supuestos para analizar los cambios. Diluyen el concepto en
esquemas comprensivos más amplios, y en algunos casos la
categoría parece volverse accesoria y no sustantiva para
la metateoría.
Esto ha dado pauta para la ambigüedad de la
categoría, apuntado hacia una polisemia del significado.
Lo interesante de la ambigüedad es que no queda sólo
en una discusión de tipo filológico o
semántico. Por el contrario, la indefinición deja
abierto la dimensión normativa sobre la cual se imagina
una sociedad mejor o, en todo caso, como apaciguar las angustias
existenciales de una sociedad que, como el Ángelus
Novus, se muestra
errático en su vuelo a un Paraíso que quizá
no existe. Recordemos que el mundo es demasiado complejo para ser
gobernado por axiomas. Y ello nos lleva entonces a cuestionarnos
sobre lo heurístico de la secularización y la
amplitud para comprender la complejidad del fenómeno
religioso. ¿Cuál es la diferencia entre el concepto
y el fenómeno? ¿Cuál es el papel social de
lo religioso en la modernidad? ¿Es necesario reconstruir
la discusión sobre la categoría o es necesario
fijar un nuevo esquema heurístico que nos permita incluir
a lo religioso como un fenómeno tan moderno y secular como
otros ámbitos? Para ello es necesario revisar brevemente
algunas consideraciones que la teoría
sociológica contemporánea ha fijado al
respecto.
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