- 1.
Introducción - 2. La noción de
riesgo en la sociedad actual - 3. Riesgo vs.
peligro - 4. Aspectos generales del
riesgo - 5. Los riesgos en la
sociedad actual
Abstract
La sociedad actual se caracteriza, entre otras cosas,
por la mundialización tanto de los procesos
productivos como de las comunicaciones
y, por lo tanto, de las relaciones
humanas. Paralelamente, los riesgos
derivados de los avances
tecnológicos aumentan día a día su
número, a la vez que superan con creces los límites de
lo local, por lo que dichos riesgos se convierten en elemento
central del proceso de
globalización. El objeto de esta comunicación es, en consecuencia,
aproximarse al concepto de
"sociedad del riesgo",
aclarando sus significados y los aspectos más destacados
que caracterizan las sociedades
occidentales, conformadas en torno a la idea
de las potencialidades (negativas y positivas) de la
ciencia.
Palabras clave:
· dependencia
· globalización
· posmodernismo
· sociedad de la
información
· sociedad del
conocimiento
Si por algo se han caracterizado las sociedades
post-industriales es, sin duda, por haber creado unas condiciones
de vida tales que los grandes riesgos se han hecho algo
cotidiano. Convivimos con ellos de tal manera que los hemos
interiorizado y aceptado como una parte más de la realidad
cotidiana.
No obstante, algunos de estos riesgos son asumidos
voluntariamente y sin conflictos
aparentes, mientras que muchos otros se ven envueltos en graves
polémicas y protestas. Lo curioso del asunto es que son
precisamente aquellas situaciones que más frecuentemente
producen daños las más fácilmente asumidas
por la sociedad. Los riesgos de la vida diaria (el tabaco, los
accidentes de
circulación, los crímenes…) son aceptados como
"normales" a pesar de que el número de muertes que
producen son mucho mayores que las grandes catástrofes,
objeto habitual de contestación y de protesta social; si
bien es cierto que son éstos últimos sobre los que
menos control puede
ejercer el individuo.
De igual manera, las diferentes formas de afrontar los
riesgos a los que continuamente nos vemos expuestos son tan
diversas como distintos los individuos unos de los otros. Por
tanto, lo que para algunos es tolerable, para otros se convierte
en totalmente inadmisible. Paralelamente, la gestión
de dichos riesgos se establece a través de una doble
actuación; por un lado, la acción
individual de cada uno, y por el otro, la
administración de tales potencialidades por parte de
los poderes públicos (gobiernos, empresas,
organizaciones, etc.) Es en esta doble vertiente,
a menudo contradictoria, donde los riesgos cotidianos son objeto
de debate. Por
ejemplo, la gestión (individual y colectiva) de los
riesgos derivados de la exposición
la humo del tabaco se vuelve extremadamente complicada en
función
de la multiplicidad de intereses que actúan sobre el
tema.
No obstante, en la sociedad actual no sólo existe
una globalización de los riesgos individuales (en la
práctica totalidad de los países industrializados
aparecen en una medida u otra los riesgos antes mencionados) sino
que los grandes riesgos actúan potencialmente en todo el
mundo, superando las fronteras creadas por el hombre.
Está la sociedad actual tan interrelacionada que lo que
afecta a unas colectividades repercutirá necesariamente en
el resto, tanto directa como indirectamente.
Debido, por lo tanto, a la presencia constante del
riesgo en las sociedades modernas y a la inmediatez de sus
consecuencias se hace necesaria una aclaración de lo que
significa hoy por hoy el concepto de "sociedad del riesgo",
expresión unida necesariamente a otros conceptos tan
extendidos como son el de "sociedad de la información" o
"globalización". Precisamente el objeto de esta
comunicación no es otro que acercarnos a la noción
que existe del riesgo en estos años iniciales del siglo
XXI, caracterizado, hasta el momento, por una
interconexión global nunca antes
conocida.
2. La noción de riesgo
en la sociedad actual
Indudablemente, las sociedades modernas
post-industriales están condicionadas y determinadas por
el advenimiento de la cultura del
riesgo. Numerosos autores han analizado y escrito acerca de las
características de la nueva sociedad global, conformada
invariablemente por las potencialidades (positivas y negativas)
de la ciencia, por
lo que aquí sólo esbozaremos brevemente algunos
puntos de interés.
La globalización ha supuesto el desbaratamiento
de los supuestos fundamentales a partir de los cuales pensamos,
organizamos y vivimos la sociedad como una unidad territorial que
se cohesiona en torno a instituciones
políticas nacionales (Beck; 1998a).
Significa que la unidad del Estado y de la
sociedad nacional se derrumba. En la nueva sociedad su papel lo
han pasado a ocupar y desarrollar las empresas transnacionales y
organismos supranacionales, que son los auténticos
protagonistas y principales actores de una economía organizada a
escala
mundial.
El proceso de mundialización puede ser definido,
por lo tanto, como "la progresiva extensión de las
formas de relación y de organización social que desbordan los
espacios tradicionales y se expanden hasta absorber el mundo
entero" (Vallespín; 2000: p.31) Todo ello significa,
fundamentalmente, que ya casi nada de lo que sucede en el mundo
limita sus repercusiones a un espacio geopolítico concreto. La
interdependencia de sistemas se ha
producido en todos los aspectos de la sociedad, desde los
más puramente económicos hasta los humanos, los
políticos o los culturales.
Como consecuencia y causa de ello, ha surgido la llamada
"sociedad-red",
ampliamente tratada por Castells (Castells; 1999) en la que la
inmediatez de relaciones, fundamentada en los avances
tecnológicos (en especial las telecomunicaciones), ocupa un lugar esencial. La
nueva sociedad de la información domina de modo destacado
las interrelaciones del sujeto con su entorno, pero entendido
éste no como su contexto más directo y concreto,
sino como el total de las sociedades industrializadas que tienen
acceso a dichas telecomunicaciones (no podemos obviar que, aunque
extendida a nivel mundial, la transferencia de información
no es sino unidireccional ya que el acceso a dicha
información se limita en gran medida a los países
más industrializados, por lo que todavía no podemos
hablar de la culminación del proceso).
A la sombra de dicho proceso globalizador, ha surgido
una sociedad en la que la multiplicidad de recursos y
opciones se encuentra a la orden del día. No obstante, de
igual manera que las potencialidades del sistema se han
visto aumentadas de manera sustancial, se ha producido la
expansión de los riesgos derivados de ellas. Crece, por
tanto, "la incontrolabilidad de las consecuencias perversas de
la modernidad"
(Beiraín; 1996: p.13) Hoy en día los riesgos se han
convertido en una característica más de la
sociedad, no porque antes no existiesen, sino por su propia
naturaleza y
extensión, ahora sí definitivamente
global.
Lo que ocurre es que los riesgos aparejados al avance de
la sociedad ya no se circunscriben de ningún modo a los
límites ficticios de las fronteras, por lo que no es
posible expulsar ni apartar hacia fuera los peligros potenciales
de nuestros actos. Cualquier actuación (sea positiva o no)
tiene unas consecuencias que son susceptibles de alcanzar a todo
individuo del planeta, ya sea para bien o para mal.
Así pues, siguiendo a Giddens y a Beck, puede
afirmarse que la modernidad es una cultura del riesgo. Se han
eliminado riesgos que anteriormente podían tener
consecuencias catastróficas para los individuos, pero al
mismo tiempo se han
ido creando otros nuevos. A través de los avances
tecno-científicos, creamos nuevos factores de riesgo
desconocidos hasta la fecha.
La fase actual de la modernidad (o de la
post-modernidad) se caracteriza, por lo tanto y a partes iguales,
por la creación y proporción del bienestar
así como por la producción de unos riesgos cada vez
más difícilmente controlables por las instituciones
encargadas de su vigilancia.
Lo novedoso de la situación no es ya, como
decíamos, la existencia del riesgo, sino su verdadera
magnitud y la práctica imposibilidad de mantenerlo, en
cierta medida, "bajo control". En las sociedades tradicionales,
los riesgos existían y de igual forma eran incontrolables
o imprevistos, pero la diferencia consiste en que la
previsión de que sucediesen podría situarse en unos
márgenes "razonables". La modernidad, por el contrario, ha
traído unos riesgos incalculables aparejados a la toma de
decisiones públicas.
Es más, la
organización social ya no descansa tan solo sobre la
administración y distribución de los recursos. Ahora,
más que nunca, tenemos que tener en cuenta la
distribución de las consecuencias no deseadas o
"colaterales" de los actos que se derivan de la mencionada
toma de
decisiones de relevancia pública.
Las sociedades modernas, pues, se diferencias de las
preindustriales, en función de la distribución de
sus riesgos. Fundamentalmente, se trata de la distinción
entre "sociedad de riesgo" y "sociedades de peligro".
De esta forma, aquellas colectividades preindustriales
se identifican claramente al predominar en ellas las situaciones
de peligro frente a las de riesgo. Sin embargo, las sociedades
occidentales actuales (post-industriales) se han venido
determinando en cuanto al alcance global de sus
riesgos.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre uno y
otro concepto? En ambos casos se trata de la posibilidad futura
de recibir daño o
perjuicio alguno debido a una situación concreta. El
peligro normalmente surge de forma natural y objetiva sin
necesidad de intervención humana, además de que,
por lo general es susceptible de ser observado directamente, sin
mediación alguna.
El riesgo, en cambio, se
desprende de forma directa de una actuación humana. Es
decir, la diferencia estriba, fundamentalmente, en una
"cuestión de atribución o
imputabilidad"(López Cerezo y Luján;2000:
p.23). El riesgo es la percepción
social del peligro; se trata, por tanto, de una cuestión
subjetiva (lo que para algunos es un grave riesgo para otros es
perfectamente asumible) y se necesita de un intermediario
especializado para hacerlo reconocible.
Las decisiones de los individuos derivan en riesgos
debido a las características de la sociedad moderna, en la
que las pretensiones de dominio racional
de sus actos no son cumplidas, sino que en realidad las
consecuencias escapan todo lo posible de dicho control
instrumental, aspectos tratados, entre
otros, por autores como Adorno o
Horkheimer.
Beck argumenta que, a diferencia de los peligros
incontrolables, fruto de una naturaleza ajena por completo al ser
humano, y característicos de las sociedades premodernas;
en la actualidad existe un nuevo carácter que radica en su simultánea
construcción científica y social. Lo
cual quiere decir que la ciencia se convierte, al
instrumentalizarse al servicio del
hombre, en
causa, instrumento de definición y fuente de
solución de riesgos. De igual manera, la no
prevención (e incluso la misma prevención)
tecno-científica, política,
económica o individual de un peligro se convierte
necesariamente en un riesgo al introducirse la variable humana de
la ciencia.
4. Aspectos generales del
riesgo
La noción de riesgo está caracterizada
fundamentalmente por su componente futuro. Los riesgos tienen que
ver con "la previsión, con destrucciones que no han
tenido lugar pero que son inminentes" (Beck, 1998b: p.39) y
esto es, precisamente, lo que los hace totalmente reales; aunque
Beck opina, por otra parte, que tienen al mismo tiempo, un doble
componente real e irreal. Por un lado, las evidencias
previas conforman la realidad del riesgo, pero al estar
ineludiblemente supeditado a la confirmación futura,
éste se convierte en algo todavía irreal por la
imposibilidad de ser palpable. El ser humano necesita, en muchas
ocasiones, "ver para creer", y el caso de los riesgos no es una
excepción. Aunque normalmente se suele aceptar la
opinión de los expertos, la falta de una experiencia
propia que la confirme hará que ésta pierda
valor.
En este sentido, es necesario mencionar la naturaleza
social del riesgo. Ante todo hay que tener en cuenta que el
riesgo como tal es única y exclusivamente una
percepción social. El riesgo es creado en sí mismo
a partir del momento en que es reconocido socialmente. Se crea,
por tanto, cuando identificamos un suceso aparentemente
inofensivo como un posible daño futuro. Al hacerlo, se
modifica la anterior visión que teníamos de dicha
situación para adaptarla a la idea del posible mal. Se
puede afirmar, entonces, que no existe ninguna conducta libre de
riesgo precisamente por el carácter social del mismo. Es
más, la "no toma" de decisiones es ya una decisión
en sí misma fundamentada en la propia idea de
riesgo.
En definitiva, la percepción social del riesgo
implica necesariamente un juicio de valor: en primer lugar se
identifica la situación inicial y después se
analiza y se enjuicia para saber si existe riesgo alguno. La
estimación de riesgo implica, por lo tanto, la
valoración negativa de las posibles consecuencias del
hecho analizado.
Todo ello viene a indicar que el riesgo se basa,
fundamentalmente, en su componente subjetivo, por lo que no es
posible distinguir entre el riesgo y su percepción, ya que
viene siendo en cierto sentido lo mismo. De hecho, no
existe apenas diferencia entre el riesgo real y el percibido, de
tal modo que generalmente las propias percepciones alteran de
manera sustancial las probabilidades reales del riesgo. Un hecho
inicial y aparentemente inofensivo (o fácilmente
solventable), al ser identificado como una posible contingencia
futura, se convertirá, con toda seguridad, en un
riesgo mucho mayor de lo que era en un principio
En definitiva, el riesgo es eminentemente subjetivo por
todo lo que tiene de objeto social. Existe a causa de que los
individuos asumen y perciben que existe. Sin esa
percepción, la amenaza a la que hace referencia el riesgo
seguiría existiendo de forma real, pero nunca sería
considerada como tal, por lo que podría decirse que
socialmente no existiría.
Es más, el peligro inherente que se encuentra
implícito en la idea de riesgo, seguiría estando
ahí, por lo que las consecuencias negativas serían
iguales o incluso peores que si las hubiésemos
identificado como potencialmente perjudiciales. La
apreciación del riesgo provoca que éste exista
desde el punto de vista del individuo, pero no así desde
el punto de vista real, pues su existencia como peligro no
está condicionada a la percepción y al conocimiento
humanos.
Así, la percepción de los riesgos nunca se
hará de forma pareja a la dimensión real del mismo.
La familiaridad de una situación provoca que se minimicen
los posibles daños posteriores al considerarlos
reconocidos y por lo tanto, totalmente controlados. La
familiaridad y la cercanía generan y crean una confianza
que no siempre se corresponde con la situación real de
peligro; de esta forma, se ignoran o desestiman aquellos que nos
son más comunes, al tiempo que restamos igualmente
importancia (incluso hasta ignorarlos) a aquellos que son
extraordinariamente infrecuentes (al menos para nosotros). La
confianza que subyace al hábito hace que nos consideremos
a nosotros mismos como expertos en la materia
declarando una inocuidad que no siempre acompaña a los
hechos y que a menudo contradice la opinión de los
expertos (Douglas; 1996: pp.57-71).
Al ser las entidades humanas y los individuos que las
dirigen, a través de sus decisiones, los culpables
últimos de la mayoría de los riesgos sociales de
hoy, no cabe duda de que el propio concepto de riesgo está
íntimamente ligado al de responsabilidad. Todo cálculo y
gestión de
riesgos tiene como consecuencia una elección, la cual,
vistos sus posteriores resultados, debe conllevar necesariamente
la asunción de las responsabilidades de dichas
consecuencias.
"Si (los daños) son vistos como
fortuitos, serán entendidos socialmente como peligros;
pero si se perciben como fruto de decisiones, entonces
serán entendidos como riesgos que conllevan
imputabilidad respecto al responsable de la acción"
(López Cerezo y Luján; 2000).
Aún así, surge un problema de cierta
magnitud respecto del principio de responsabilidad del riesgo. La
sociedad actual ha pasado de un reparto de poderes
"centro-periferia", teorizado por Wallerstein, a otro más
complejo que ha venido siendo llamado por diversos autores, tales
como Ramonet o Beck, "modelo
archipiélago". En este nuevo modelo, no existe un
único centro, sino que se presentan varios en una red compuesta de
múltiples elementos de tal forma que es casi imposible
saber cuál es el principal. Pues bien, lo mismo ocurre con
el control de riesgos: de manera similar, pierden su facultad de
tener un culpable único al que se le puedan imputar todos
los daños causados.
Tanto es así que en la sociedad actual se produce
otra situación novedosa: la responsabilidad queda diluida
por completo. En última instancia, la existencia del
riesgo implica la acción u omisión del ser humano,
pero ¿hasta qué punto existe en este sentido la
noción de responsabilidad? No siempre está claro el
grado de responsabilidad de cada parte implicada, pero la
tendencia actual es a responsabilizar al propio sistema de
cualquier daño obviando el papel que se ha jugado
personalmente en ello. La lógica
es que si el sistema (o la sociedad en último caso) es el
culpable del riesgo en cuestión, los individuos pueden
seguir actuando de la misma manera la necesidad de responder de
sus actos ante nadie. La culpabilidad
de los males queda diluida de tal forma que moralmente los
verdaderos causantes no se consideran como tal, ya que su
actuación sería vista como meramente
circunstancial.
La naturaleza de muchos de los riesgos actuales (sobre
todo de los tecnológicos) acentúan el grave
problema de responsabilidad existente en las sociedades
post-industriales. Aún así, no sólo se trata
de una cuestión de responsabilidad personal, pues se
hace difícil no ya admitir culpa, sino tan siquiera
definirla, debido a que la gran mayoría de los riesgos
actuales son consecuencia (directa e indirecta) de una
acumulación de factores.
Sea como sea, la imputabilidad de responsabilidades se
hace tremendamente difícil (por no decir imposible) desde
el momento en que, como dice Bechmann (López Cerezo y
Luján; 2000: p.135), para que ello suceda deben existir
dos factores:
· por un
lado, la previsibilidad; es decir, el
conocimiento preciso de las consecuencias que tendrá
una acción.
· por otro,
un agente al que se le pueda achacar dichas
consecuencias.
Es evidente que la toma de decisiones en la sociedad
actual no se ciñe a este modelo, ya que las
tecnologías cuentan con una gran diversidad de actores de
todo tipo, con una cierta incertidumbre acerca del daño
causado y con unas consecuencias por lo general imprevisibles, ya
sea en forma de grandes catástrofes (accidentes nucleares,
por ejemplo) o por su carácter acumulativo (las
consecuencias negativas del humo del tabaco).
5. Los riesgos en la sociedad
actual
En este sentido, independientemente del grado de
responsabilidad aceptado por cada uno de los actores,
podríamos distinguir dos grandes tipos de riesgos: los
llamados "globales" y los "individuales".
· a)
Riesgos "globales"
Se trata de aquellas posibles contingencias futuras
cuyos resultados producen efectos dañinos a grandes
grupos de
individuos sin limitar su campo de acción a un territorio
concreto. Es decir, son las grandes catástrofes que
afectan una población de gran magnitud sobrepasando
cualquier frontera y
limitación física. Los ejemplos
más claros serían, sin duda, las catástrofes
nucleares (de manera inmediata) o el efecto
invernadero (con un carácter acumulativo y
oculto)
Vivimos en una era de globalización total
(economía, comunicaciones, tecnología…) pero
lo que más caracteriza a la nueva sociedad mundializada
es, precisamente, la internacionalización de los grandes
riesgos (lluvia
ácida, vertidos petrolíferos, efecto
invernadero, etc). El hecho más destacado de esta sociedad
es que es imposible aislarse de los riesgos. Cada vez más,
los hechos producidos en una parte del mundo se encuentran
interrelacionados de manera directa en el resto del planeta; no
hay, pues, posibilidad de darle la espalda a estas nuevas
situaciones de peligro. Los avances científicos y
tecnológicos han expuesto a la totalidad de la
población mundial a unos riesgos que van aparejados a
ciertos beneficios que sólo disfrutan unos pocos y es
precisamente ahí donde radica una de las mayores paradojas
de la sociedad actual.
· b)
Riesgos "individuales"
Paralelamente a dichos grandes riesgos, existen lo que
podríamos llamar pequeños riesgos cotidianos, que
igualmente son susceptibles de afectar a grandes sumas de
individuos, pero cuyas consecuencias son sufridas de manera
individual.
Se trata, efectivamente, de problemas que
afectan a una gran parte de la sociedad (por no decir a toda)
pero no de la misma forma que las catástrofes antes
referidas. Son, por ejemplo, los automóviles, el uso de
aparatos eléctricos en la vida diaria, accidentes
laborales o la exposición a sustancias perniciosas
(tabaco, agentes contaminantes, etc.). Afectan a tantas personas
por el tremendo número de casos que se producen en la
sociedad, pero en realidad se trata de situaciones personales e
individuales. Son, en este sentido, riesgos globales en tanto en
cuanto afectan a individuos de todos los rincones del mundo, ya
que el modelo social occidental se multiplica y reproduce (sobre
todo sus defectos y sus peligros) en prácticamente todas
las partes del planeta.
Por otro lado, la sociedad civil no
es capaz de percibir la gran mayoría de los riesgos a los
que nos enfrentamos debido a su carácter fundamentalmente
tecnológico. Los profanos no somos capaces de distinguir
las causas de unos daños, a menudo latentes, fruto de
nuestros actos si no recibimos la información de un
"intermediario" capacitado. Otra cosa es que nuestra propia y
limitada experiencia nos haga desconfiar de su juicio o
ignorarlo, pero eso no elimina la necesidad de que un experto
haga explícitas las consecuencias de las acciones
humanas.
Sucede, por tanto, que el científico se convierte
en el "chamán" de la tribu, en aquel que nos pone en
contacto con la causa y con la solución de nuestros males.
La ciencia nos provee de los recursos necesarios para hacer
frente a los riesgos de la sociedad, pero al mismo tiempo crea y
recrea una y otra vez esos u otros riegos
tecno-científicos.
Es por ello, precisamente, que Beck hace una crítica
de la racionalidad científica, al acusar a la ciencia de
totalizadora y, en cierto modo, de crear riesgos para su propia
supervivencia. Ya no sólo es la naturaleza, el hombre y la
sociedad lo que se somete a los criterios científicos,
sino que es ella misma la que debe someterse a su propio control.
La ciencia pasa, de esta forma, a la definición y
atribución de los errores autogenerados (Beck, 1998b:
p.207) en lugar de depender de situaciones y sucesos
preexistentes.
La ciencia es, por lo tanto, el medio a través
del cual salimos de la situación de incertidumbre en la
que ella misma nos ha situado. Vivimos en una sociedad en la que
dicha incertidumbre se une a la imposibilidad de control sobre
las propias condiciones de existencia. Es por ello por lo que sin
los juicios y análisis científicos, no
podríamos conocer las consecuencias y los daños
posibles que producirán nuestras propias decisiones.
Surge, en este contexto, la imposibilidad de conocer a
través de la experiencia personal, pero en cambio
sí existe de manera destacada el conocimiento a
través de la experiencia de otros. De todos modos, estos
juicios sólo son aceptados en función de las
pruebas y las
conclusiones que cada uno extrae de sus hábitos
cotidianos, tal y como hemos explicado anteriormente cuando
hablamos sobre la familiaridad de los riesgos.
Entonces, ¿hasta qué punto recelamos u
otorgamos credibilidad a los discursos
expertos? La importancia de ello radica, así mismo, en el
canal informativo utilizado, que habitualmente se trata de
los medios de
comunicación de masas. En la sociedad actual, conocida
como la "era de la información" a pesar de que
todavía es un porcentaje mínimo de la
población mundial el que tiene acceso a dicha
información, existe una cierta ambivalencia respecto a los
llamados "mass media".
Por un lado se ha producido la sacralización de
los mismos hasta tal punto que lo único real es aquello
que se manifiesta a través de ellos. Como consecuencia,
sólo los riesgos expuestos en los medios son
reales, y cuando dejan de salir, dejan, simplemente, de existir
para la sociedad.
Al mismo tiempo, existe cierto recelo hacia los propios
medios debido a que suelen estar dirigidos por grandes intereses
comerciales, por lo que la credibilidad de los mismos queda en
gran medida en entredicho.
En este sentido, el acceso mayoritario a ciertos canales
de información provoca necesariamente un "ruido", una
"información estática"
que no se filtra y que relativiza generalmente el peligro
potencial de ciertas situaciones. Esta avalancha de
información crea la falsa sensación de
conocimiento, lo que evita apreciar la verdadera magnitud de
ciertos riesgos. Igualmente, otro canal informativo de gran
relevancia son los rumores (hoy de magnitud global) que suelen
contribuir a difundir falsas ideas y juicios equivocados, pero
cuya credibilidad es, en ocasiones, superior a la de las noticias
verdaderas.
Aún así, la responsabilidad última
de decidir qué riesgo es asumible y cuál no, se
encuentra en manos de los individuos, de tal forma que en
última instancia todos nos convertimos en expertos. La
subjetividad del concepto implica necesariamente que la
existencia del riesgo (o más bien su magnitud) está
en el actor social que lo contempla. Se trata, en fin, de la
"cultura del riesgo", diferente para cada sociedad y en cada
individuo.
Actualmente la ciencia se encuentra íntimamente
ligada al resto de los aspectos de la vida social,
fundamentalmente a la política y a la economía. En
este sentido, puede verse seriamente manipulada por los poderes
fácticos de forma que los resultados, o al menos la
enunciación pública de ellos, responda a los
intereses de un grupo en
particular. Así, por ejemplo, existen numerosas denuncias
contra las compañías tabaqueras por, presuntamente,
manipular diversos estudios sobre los resultados perniciosos de
la adicción al tabaco para mostrar a la opinión
pública unas conclusiones menos negativas de lo que en
realidad deberían ser.
Las implicaciones sociopolíticas de la ciencia se
ven claramente en cuanto a que son conformadoras e inspiradoras
de la gestión pública de los riesgos. De esta
manera, se produce una separación entre la "ciencia
académica" y, por así decirlo, la "ciencia
aplicada" o "reguladora". Las implicaciones y las
características ente una y otra difieren en algunos
puntos, ya desde las propias metas hasta la metodología procesal o las instituciones
que se encuentran detrás de las investigaciones.
Así, para la utilidad
pública y política de la ciencia, ésta debe
de tener como meta el discernimiento de "verdades" relevantes
para la formulación de políticas concretas. De
igual manera, las instituciones promotoras de los estudios suelen
ser la industria o
los propios gobiernos, mientras que para la ciencia
académica, éstas son, por ejemplo, las
universidades u organismos específicos de investigación.
La gestión pública del riesgo, basada en
la experiencia científica, debe de estar dirigida a la
reducción general de las situaciones susceptibles de
generar daños futuros. Lo que ocurre es que normalmente
debe hacerse un cálculo de riesgos para evaluar hasta
qué punto, la evitación de un mal no provoca otro
de mayor tamaño que el que se pretendía evitar.
Numerosos son los ejemplos en los que las medidas tomadas para
hacer frente a un peligro han resultado provocadoras de otro
distinto. En este caso, la decisión debe venir dada por un
cálculo de admisión de riesgos que evalúe
objetivamente si los beneficios resultantes serán mayores
que los perjuicios.
En definitiva, la sociedad actual no podría ser
concebida sin entender la presencia constante de riesgos y el
cálculo individual de los mismos, a la hora de decidir
cuáles de ellos asumimos y cuáles no. En este
sentido, los riesgos latentes y poco visibles son aceptados
más fácilmente que aquellos más evidentes,
de igual manera que las conductas con unas consecuencias muy
lejanas son consentidas en mayor medida que aquellos cuyos
resultados sean más inmediatos, aún cuando
éstos sean menos perniciosos.
Sea como fuere, lo que es indudable es el hecho de que
hoy casi no podemos hablar de riesgos personales, ya que toda la
sociedad occidental se sustenta en actuaciones potencialmente
peligrosas, en tanto en cuanto basadas en el desarrollo
tecnocientífico. La exposición a estos riesgos es
ahora total para la inmensa mayoría del planeta, en una
sociedad de la información que, lejos de acercarnos
soluciones,
contribuye en muchos casos a crear confusión acerca de una
realidad ya de por sí poco clara.
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Este artículo es obra original de
Sergio Gómez Rodríguez y su
publicación inicial procede del II Congreso Online del
Observatorio para la CiberSociedad: http://www.cibersociedad.net/congres2004/index_es.html"
Sergio Gómez
Rodríguez