- Su origen
religioso - Su historia
- La transmisión de la
enseñanza - El simbolismo de las
líneas o el principio del tres - El ambiente y los
requisitos - La técnica
- Reglas básicas de la
academia Sangetsu
El Camino de las Flores, del japonés
Kado, donde Ka tiene el mismo sentido que Hana (flor) y Do
significa camino, es como originalmente se conocía en
Japón
el arte de los
Arreglos Florales o Ikebana.
La palabra Ikebana deriva de Ikeru (hacer vivir, llegar a la
esencia de algo) y Hana, flor, (que se pronuncia como bana).
Ikebana quiere decir: «dar vida a la flor»,
«vivificar las flores», expresión muy
utilizada por las Academias Sanguetsu. En el contexto oriental,
la palabra flor (Hana) incluye toda especie de plantas: ramas,
hojas, hierbas, raíz, musgo, etc. Todo esta incluido en
esta idea de vivificación floral.
La presencia de flores transforma un ambiente,
modifica a las personas, vitaliza toda la atmósfera. Es como si
su espíritu lo penetrara todo. La convivencia con las
flores perfuma la naturaleza
humana.
El Arte Floral nació en Oriente, con el
propósito de expresar ciertos conceptos filosóficos
de la religión budista. Todo lleva a creer que su
cuna fue la antigua India. La
tradición nos habla de monjes hindúes que fueron
los primeros en recoger cuidadosamente las flores dañadas
por ventiscas o marchitas por el calor para
cuidarlas, en un intento de mantenerlas vivas.
En los templos budistas se colocaban delante de la imagen sagrada
del Buda ofrendas de
ramos y flores simples, o miniaturas de jardines en recipientes
de bronce. Pero el sentimiento presente en estas ofrendas
comenzó a expresarse en la manera en que eran colocadas
las flores. La rama central y más alta apuntaba hacia el
cielo; al lado de ese núcleo se agrupaban los otros
tallos, a derecha e izquierda, de forma simétrica, y un
tercer grupo de
tallos más bajos alrededor del centro servían de
soporte para mantener la unión del conjunto.
El primitivo arte de los Arreglos Florales, que los monjes
budistas ofrecían como sacrificios o como regalos
honoríficos en los templos, se radicó en
Japón, donde fue desarrollándose, diversificando
sus reglas y creando nuevos estilos. Este desarrollo se
debe al espíritu artístico y a la simplicidad y
sensibilidad del pueblo japonés en relación al
medio ambiente
y a las plantas, cuidadas y protegidas con mucho celo y respeto.
También contribuyó la inmensa variedad de flores
existentes en ese país, hoy conocido como el
«jardín del mundo», o el «país de
las flores».
Fue en los inicios del siglo VII cuando este arte llegó
a Japón, a través de China y de
Corea, casi simultáneamente al budismo, cuando
el príncipe Shotoku Taishi envió la primera
misión
japonesa a China que trajo libros
clásicos, obras de arte y enseñanzas sobre la
«Ceremonia del té», el «Tiro con
arco» y el «Arte floral».
Entre los siglos VI y XV se crearon muchos estilos, como el
Kenka, cuyos arreglos se ofrecían a los dioses, a Buda y a
los seres queridos que ya no estaban en nuestro mundo. Otro
estilo fue el Rikkwa, que significa flores erectas, por colocarse
con precisión vertical como elevándose al cielo,
como oraciones materializadas. Era un estilo con clase,
austero, difícil, hecho en jarrones chinos y practicado
sólo por los monjes y nobles. Se usaba para adornar los
altares y ocasionalmente los palacios. El más reciente
estilo, el «Sangetsu», fue creado por Mokiti
Okada.
El proceso de
popularización del Ikebana tuvo su inicio en el s. XVII,
pero sólo a finales del siglo XIX se abrieron las primeras
escuelas que permitieron el acceso a las mujeres (hasta entonces
era practicado sólo por hombres).
LA TRANSMISIÓN DE LA
ENSEÑANZA
Durante varios siglos, este arte fue transmitido en la
práctica de maestro a discípulo, de manera oral,
con pocas palabras, o a través de gestos mudos. Las
enseñanzas eran guardadas en el más absoluto
secreto, no sólo con respecto a los contenidos puramente
espirituales, sino también respecto a las técnicas
especiales, como por ejemplo los diversos medios para
prolongar la vida de las plantas. En Oriente siempre se valoró
la comunicación en silencio, la
transmisión de corazón a
corazón, con la intención oculta de no permitir que
el discípulo aprendiese una lección de
«memoria»,
sino que descubriese el espíritu del arreglo floral por su
propia experiencia.
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