Historia del cristianismo y de la reforma. Las 95 tesis de Lutero (página 2)
Los seguidores de Lutero estaban ansiosos
por hacer de él un santo y sus oponentes para
desacreditarlo. ¿Pudo influir en la historia éste
hecho para admitir las críticas respecto a "leyendas" de
Lutero no veraces?
Erwin Iserloh en 1961 abre un debate
poniendo en duda el hecho de que Lutero "clavara" las 95 tesis en
la iglesia de Wittenberg el 31-10-1517. Los protestantes hicieron
intentos para demostrar que Lutero sí había clavado
realmente las tesis, pero hoy en día va cobrando fuerza la
tesis de Iserloh creyéndose las tesis enviadas y no
clavadas literalmente.17
La predicación de las indulgencias
no sólo se basaba en una incorrecta lectura del derecho
canónico sino que además servía para
satisfacer la avaricia de determinadas personas. Mediante estas
predicaciones, se pasaba por alto que Dios perdona a los
creyentes en Cristo que se arrepienten y no a los que compran una
carta de indulgencia.
La cuestión fundamental, era que se
había perdido el objetivo de predicar el evangelio, al
permitir que aspectos como las indulgencias centraran la
atención de las personas y perdieran de vista el objetivo.
Las 95 tesis eran un escrito profundamente católico e
impregnado de una encomiable preocupación por el pueblo de
Dios y la imagen que éste pudiera tener de la
jerarquía. Además, en buena medida, lo expuesto por
Lutero ya había sido señalado por autores
anteriores.18
En 1517, Martín Lutero, un
teólogo alemán, publicó 95 tesis que
más tarde
darían lugar a la iglesia protestante.
Me pregunto qué tesis
necesitaríamos escribir hoy para reflexionar sobre los
errores que cometemos en estos tiempos, pero os dejo con las 95
tesis originales. Creo que son muy educativas, aunque es
necesario recordar el contexto histórico en que fueron
escritas.
Por amor a la verdad y en el afán de
sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes
proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero,
Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de
esta última disciplina en esa localidad. Por tal
razón, ruega que los que no puedan estar presentes y
debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por
escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
1. Cuando nuestro Señor y Maestro
Jesucristo dijo: "Haced penitencia…", ha querido que toda
la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido
de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada
con la confesión y satisfacción) que se celebra por
el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta
solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia
interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones
de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena
mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera
penitencia interior), lo que significa que ella continúa
hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa
alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su
arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna,
sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o
remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado.
Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá
íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la
culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en
todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han
sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser
impuesto a los moribundos basándose en los
cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos
beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre
hace una excepción en caso de muerte y de
necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los
sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas
en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de
transformar la pena canónica en pena para el purgatorio,
parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos
dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas
no se imponían después sino antes de la
absolución, como prueba de la verdadera
contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas
sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes
canónicas, quedando de derecho exentos de
ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen
consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es
tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por
sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la
pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror
de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio
y el cielo difieren entre sí como la desesperación,
la cuasi desesperación y la seguridad de la
salvación.
17. Parece necesario para las almas del
purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la
caridad.
18. Y no parece probado, sea por la
razón o por las Escrituras, que estas almas estén
excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la
caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas
en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza
de su bienaventuranza ni aún en el caso de que nosotros
podamos estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de
remisión plenaria de todas las penas, significa
simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de
aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos
predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es
absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las
indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena
alguna a las almas del purgatorio que, según los
cánones, ellas debían haber pagado en esta
vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en
todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro
que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es
decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte
de la gente es necesariamente engañada por esa
indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de
las penas.
25. El poder que el Papa tiene
universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo
posee en particular sobre su diócesis o
parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la
remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del
poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la
intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos
que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la
caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la
moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en
aumento, más la intercesión de la Iglesia depende
sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si
todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que
recordar lo que, según la leyenda, aconteció con
San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la
sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que
haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre
verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere
indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados
junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su
salvación mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos
que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don
divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón
sólo se refieren a las penas de la satisfacción
sacramental, las cuales han sido establecidas por los
hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana
aquellos que enseñan que no es necesaria la
contrición para los que rescatan almas o
confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente
arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y
culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que
esté vivo o muerto, tiene participación en todos
los bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación
le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de
indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la
participación otorgadas por el Papa no han de
menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho,
constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los
teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo,
ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y la verdad
de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y
ama las penas, pero la profusión de las indulgencias
relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da
ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas
deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea
equivocadamente que deban ser preferidas a las demás
buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos
que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la
compra de indulgencias se compare con las
obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que
aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra
mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de
caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por
las indulgencias, sino a lo más, liberado de la
pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos
que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da
su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no
son las indulgencias papales, sino la indignación de
Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos
que, si no son colmados de bienes superfluos, están
obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún
modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos
que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad
y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos
que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita
cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes
que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las
indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su
confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el
temor de Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos
que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de
indulgencias, preferiría que la basílica de San
Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la
carne y los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos
que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de
su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los
pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para
ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera
menester.
52. Vana es la confianza en la
salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque
el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como
prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los
que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo
la predicación de la palabra de Dios en otras
iglesias.
54. Oféndase a la palabra de Dios,
cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más
tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa
que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con
una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio
(que es lo más importante)deba predicarse con cien
campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el
Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente
mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales
resulta evidente por el hecho de que muchos de los pregoneros no
los derrochan, sino más bien los atesoran.
58. Tampoco son los méritos de
Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran, sin la
intervención del Papa, la gracia del hombre
interior
y la cruz, la muerte y el infierno del
hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la
iglesia eran los pobres, mas hablaba usando el término en
el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos
que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito de
Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Está claro, pues, que para la
remisión de las penas y de los casos reservados, basta con
la sola potestad del Papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el
sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de
Dios.
63. Empero este tesoro es, con
razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean
postreros.
64. En cambio, el tesoro de las
indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace
que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son
redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres
poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son
redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los
hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores
pregonan con gracias máximas, se entiende que
efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
68. No obstante, son las gracias más
pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la
piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están
obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las
indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún
más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos sus
oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios
ensueños en lugar de lo que el Papa les ha
encomendado.
71. Quién habla contra la verdad de
las indulgencias apostólicas, sea anatema y
maldito.
72. Más quien se preocupa por los
excesos y demasías verbales de los predicadores de
indulgencias, sea bendito.
73. Así como el Papa justamente
fulmina excomunión contra los que maquinan algo, con
cualquier artimaña de venta en perjuicio de las
indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a
los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan en
perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las
indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan
absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya
violado a la madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las
indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los
pecados veniales, en concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa
hoy, no podría conceder mayores gracias, constituye una
blasfemia contra San Pedro y el Papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el
actual Papa, como cualquier otro, dispone de mayores gracias,
saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de
sanidad, etc., como se dice en 1ª de Corintios 1
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con
las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de
Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los
obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales
se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de
indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas,
resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa,
frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los
laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el
Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima
caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual
sería la más justa de todas las razones si
él redime un número infinito de almas a causa del
muy miserable dinero para la construcción de la
basílica, lo cual es un motivo completamente
insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué
subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por
qué el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones
instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar
por los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es
esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual
conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero,
redimir un alma pía y amiga de Dios, y por que no la
redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita
caridad hacia esa misma alma pía y amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué
los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso
desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se
satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de
indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué
el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los
más opulentos ricos, no construye tan sólo una
basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de
hacerlo con el de los pobres creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es
lo que remite el Papa y qué participación concede a
los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a
una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría
hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace ahora una vez,
concediese estas remisiones y participaciones cien veces por
día a cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus
indulgencias, busca más la salvación de las almas
que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e
indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente
eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de
los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con
razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de
sus enemigos y contribuir a la desdicha de los
cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se
predicasen según el espíritu y la intención
del Papa, todas esas objeciones se resolverían con
facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos
profetas que dicen al pueblo de
Cristo: "Paz, paz"; y no hay
paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas
que dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos
que se esfuercen por seguir a
Cristo, su cabeza, a través de
penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al
cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la
ilusoria seguridad de paz.
Wittenberg, 31 de octubre de
1517.
2.3 LA LOCURA DE LUTERO
Si fijamos nuestra mente en la santidad de
Dios, el resultado nos puede perturbar. El espíritu de
Martín Lutero fue turbado debido al profundo conocimiento
del carácter santo de Dios. La inusual personalidad de
Lutero fue formada en parte por su estudio sobre Dios.
¿Mejoró o distorsionó esto su personalidad?
¿Se purificó o se atormentó su
espíritu por su encuentro con Dios?
"¿Amo a Dios? Algunas veces le
odio." Esta es una expresión extraña saliendo de
los labios de un hombre tan respetado por su celo religioso como
Lutero. Pero así es. Él se destacó por hacer
declaraciones fuera de lo común. "A veces Cristo me parece
un juez airado que viene a mí con una espada en sus
manos."
¿Estaba este hombre loco? Antes de
responder a esta pregunta, examinemos algunas
características de la vida y la conducta de Lutero que han
hecho que se le juzgue como tal. La primera clave para un perfil
de Lutero se encuentra en sus tempestuosos arranques de
cólera y en su lenguaje exagerado. A él le gustaba
llamar a sus críticos "perros." "Los perros comenzaron a
ladrar," diría él cuando las reacciones de sus
críticos llegaban a sus oídos. Su lenguaje era a
veces terreno, salpicado con referencias
escatológicas.
Consideremos un ejemplo de la
réplica de Lutero a la diatriba de Erasmo:
"Me parece una pérdida de tiempo
contestar sus argumentos. Lo he hecho ya una y otra vez, y
Phillip Melancthon, en su insuperable volumen sobre las doctrinas
de teología, las ha aplastado en el piso. Ese libro, en mi
opinión, merece vivir mientras existan libros para leer,
tanto para ser colocado en el canon de la iglesia; mientras que
su libro me impresiona por ser tan inservible y pobre que tengo
la conmiseración de usted por haber arruinado su precioso
brillante uso del lenguaje con tan algo tan vil. Me parece
escandaloso exponer material de tan baja calidad entre los
adornos de tan rara elocuencia. Es como usar platos de oro o
plata para servir basura del patio, o
excremento".19
La tempestuosa conducta de Lutero
surgió en una importante reunión de Marburg. Los
líderes del nuevo movimiento protestante se unieron para
arreglar sus desacuerdos acerca de la Cena del Señor. En
medio del diálogo, Lutero comenzó a golpear la mesa
con su puño, diciendo una y otra vez, "Hoc est corpus
meum, hoc est corpus meum." ("Esto es mi cuerpo.") Sus
arranques fueron similares a los que hicieron famoso a Nikita
Khrushchev cuando azotó su zapato en las naciones
unidas.
Lutero era a veces incontrolable. Era dado
a las explosiones de carácter. Sus insultos, llamando a la
gente perros por ejemplo, eran severos. Pero estas cosas, aunque
suficientes para cuestionar su decoro, no tenían que ver
con perder su juicio. Pero hay más sobre Lutero que su
forma de hablar. Su conducta era a veces absolutamente grotesca.
Desde temprano, lo afligían una variedad de fobias. Una
historia bien conocida dice que Lutero caminaba en medio de una
severa tormenta cuando un rayo cayó tan cerca de él
que lo tiró al suelo. El gran historiador de la iglesia y
biógrafo de Lutero, Roland Bainton, cuenta la
historia:
"En un caluroso día de Julio de
1505, un viajero solitario caminaba al lado de la Villa de
Stotternheim. Era joven y pequeño, más robusto.
Vestía con el uniforme de un estudiante universitario.
Mientras se acercaba a la villa, el cielo se nubló.
Repentinamente comenzó a llover y se desató una
tormenta. Un rayo iluminó la penumbra y derribó al
hombre al suelo. Luchando por levantarse, gritó
aterrorizado, "Santa
Ana, ¡ayúdame!" y me
haré monje."
Este hombre que invocó a un
santo, más tarde habría de repudiar el culto a los
santos. Este que prometió hacerse monje, más tarde
renunció al monasticismo. Este hijo fiel de la iglesia
católica, más tarde conmovió la estructura
del catolicismo medieval. Este siervo devoto del papa, más
tarde identificó a los papas con el anticristo. Este joven
era Martín Lutero.2
Poco después de esta experiencia,
Lutero cumplió su voto. Renunció a sus estudios de
leyes y entró al monasterio para la decepción de su
padre, Hans. El temor de una muerte violenta, como una
expresión del juicio y el castigo divino, espantaba a
Lutero. El sufrió enfermedades estomacales y de piedras en
los riñones toda su vida. En más de una
ocasión predijo su muerte. Numerosas veces estuvo seguro
que estaba a sólo días o semanas del sepulcro.
Aquel rayo se grabó en su memoria con una cicatriz que
nunca olvidó.
No todos reaccionan de la misma manera a un
encuentro cercano con la muerte. Varios años atrás
tres golfistas profesionales fueron derribados al suelo por un
rayo durante una torneo. Uno de los tres, Lee Trevino,
sufrió una herida en la espalda que limitó
severamente su carrera. Cuando fue entrevistado en un programa de
televisión acerca del incidente, el anfitrión le
preguntó a Trevino, "¿Qué aprendió de
esta experiencia?" A lo que este contestó, "Aprendí
que si el Todopoderoso quiere jugar donde usted está,
mejor quítese de su camino."20
Trevino ganó unas risas por su
experiencia. Lutero por su parte, se ganó una nueva
carrera como monje y teólogo. Los problemas estomacales
crónicos de Lutero han sido relacionados con sus problemas
psicosomáticos. Sus fobias neuróticas
parecían ir directamente a su estómago, afectando
su digestión. Su problema con la flatulencia era
legendario, debido en parte a sus descripciones exageradas. Sus
escritos están salpicados con referencias a sus constantes
eructos y escapes de gases. Él dijo, "Si se me escapa un
gas en Wittemburg, lo van a oír en Lipzig."
Afortunadamente, Lutero fue capaz de
encontrar un uso santificado para su flatulencia. El
aconsejó a sus estudiantes que los escapes de gases eran
un instrumento efectivo para repeler los ataques del diablo. En
otras ocasiones Lutero habló de resistir a satanás
tirándole un frasco de tinta. Así este hombre
describió su batalla con satanás como la de un
hombre bajo ataque. Estaba seguro que él era un objetivo
personal del príncipe del infierno.
Sus historias de satanás son ideales
para los psicólogos, que ven en estos relatos dos
indicaciones de desequilibrio mental. Por un lado se piensa que
Lutero sufría de alucinaciones, y por el otro de delirios
de grandeza pensando que el príncipe de las tinieblas lo
había escogido como su objetivo favorito. Pero desde el
punto de vista ventajoso de la historia de la iglesia, no debe
sorprendernos que en el siglo dieciséis, el poder
satánico podría haberse enfocado muy fuertemente
sobre Martín Lutero.
Otro episodio que ha hecho a los
psiquiatras fruncir el ceño, fue la primera misa que
celebró Lutero. Él ya se proyectaba como un
prometedor teólogo y no era tímido, aunque su
futuro como orador público y predicador aún era
desconocido para sus contemporáneos. La celebración
de su primera misa después de su ordenación fue el
debut de Lutero como clérigo. Su padre Hans casi se
había reconciliado con la decisión de su hijo de
abandonar una lucrativa carrera de leyes por la vida del
monasterio, e inclusive sentía cierto orgullo por su hijo,
el sacerdote. De tal suerte, la celebración de la misa fue
motivo de orgullo para su familia, la cual asistió a tal
evento.
Nadie esperaba lo que sucedió.
Lutero comenzó la ceremonia con mucho porte, proyectando
una conducta sacerdotal de confianza y autocontrol. En el momento
de la oración de consagración de la hostia, en el
que Lutero por primera vez habría de ejercitar su
autoridad sacerdotal para evocar el poder de
Dios en el gran milagro de la
transubstanciación (la transformación del pan y el
vino en el cuerpo y la sangre de Cristo), éste se
tambaleó.
Se paralizó en el altar, como
traspasado por una flecha, sus ojos se pusieron vidriosos y gotas
de sudor aparecieron en su frente. Un nervioso rumor llenó
la congregación, la cual urgía al joven sacerdote a
que continuara. Hans Lutero se inquietaba cada vez más,
sintiendo que una ola de vergüenza paternal lo
sobrecogía. El labio inferior de su hijo comenzó a
temblar mientras trataba de decir la misa, pero ninguna palabra
salía de su boca. Regresó desmoralizado a la mesa
donde su padre y los invitados de la familia estaban sentados.
Había fracasado, arruinando la misa y humillando a
él y a su familia. Hans estaba furioso, pues había
hecho una generosa contribución al monasterio y ahora se
sentía humillado en el mismo lugar en el que había
venido a presenciar el triunfo de su hijo. Reprendió a
Martín, y se preguntó si su hijo tenía lo
necesario para ser sacerdote. Martín defendió su
llamado apelando a la convocatoria celestial que él
sintió por su experiencia en la tormenta eléctrica.
Hans le replicó, "Quiera Dios que no haya sido una
aparición del diablo."
¿Qué sucedió en el
altar? Lutero ofrece su propia explicación de lo que le
pasó cuando estaba a punto de decir las palabras, "Nos
ofrecemos a Ti, el Dios vivo, eterno y verdadero.":
"Ante estas palabras yo me quedé
estupefacto y aterrorizado. Pensé para mí mismo,
"¿Con qué lengua voy a dirigirme a tal Majestad, si
todos los hombres deberían de temblar aún ante la
presencia de un príncipe terreno? ¿Quién soy
yo para levantar mis ojos o mis manos hacia la majestad divina?
Los ángeles lo rodean. Uno solo de sus movimientos hace
temblar la tierra, ¿y yo, un miserable y pequeño
pigmeo diré, "yo quiero esto y pido aquello"? Porque yo
soy polvo y ceniza, lleno de pecado y estoy hablándole al
Dios vivo, eterno y verdadero."21
Pues, estos episodios son consideraciones
menores en cuanto a los testimonios sobre la cordura de Lutero.
Nuestra atención debe dirigirse hacia uno de los momentos
más dramáticos de su vida y para todo el
cristianismo. La prueba suprema en la vida de Lutero, la
ocasión para su más elevado conflicto vino en el
Concilio Imperial de Worms en el año de mil quinientos
veintiuno. Delante de los príncipes de la iglesia y el
estado, y la del santo Emperador Romano Carlos, el hijo de un
minero de carbón estaba siendo juzgado por
herejía.
Los eventos se habían salido de
control desde que el profesor de Teología había
clavado sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los
Santos en Wittemburg. Estos fueron puntos de debate que Lutero
estaba exponiendo para una disputa teológica. El no quiso
encender un fuego nacional o internacional. Alguna gente,
probablemente estudiantes, cogieron esas tesis e hicieron uso del
maravilloso nuevo invento de Gutemberg—la imprenta. En dos
semanas las tesis estaban siendo discutidas en Alemania. Bainton
presta una expresión de Karl Bart para explicar lo que
sucedió: "Lutero era como un hombre ascendiendo en la
oscuridad de la escalera de caracol, en la cima de una vieja
catedral. En esas penumbras, él trató de
sostenerse, y su mano cogió una soga, que era la soga de
la campana."22
Una tormentosa controversia tomó
lugar. Las tesis fueron enviadas a Roma, al papa Leo. La leyenda
dice que Leo las leyó y dijo, "Lutero es un borracho
alemán; ya pensará diferente cuando esté
sobrio." El conflicto llegó hasta las órdenes
monásticas y a los teólogos. Lutero se
involucró en debates, el más serio en Augsburgo y
Leipzig. Finalmente, fue censurado en la publicación de
una bula papal. Su título, Exsurge Domine, viene de las
palabras de apertura: "Levántate, oh Dios, y juzga tu
causa, que cerdos salvajes han invadido tu viña."
Después de que la bula fue publicada, los libros de Lutero
fueron quemados en Roma. El apeló para una audiencia con
el emperador. Finalmente la reunión se realizó en
Worms, donde a Lutero le fue dado un salvoconducto para hacerse
presente. Lo que sucedió en Worms fue legendario. Las
leyendas surgen de los eventos. Hollywood le ha dado su toque de
glamour a esta escena. La imagen prevaleciente de Lutero es la de
un valiente héroe desafiando a una jerarquía
maligna. A Lutero se le pregunta, "¿Se retracta usted de
sus escritos?"
Nos imaginamos a Lutero de pie, sin temor a
los oficiales, y diciendo con su puño cerrado en el aire,
"¡Esta es mi posición!". Luego le vemos volverse y
alejarse osadamente del salón mientras la gente lo
vitorea, se monta en su caballo blanco y galopa hacia el
horizonte para comenzar la Reforma Protestante. Pero esto no es
lo que sucedió.
La primera sesión tuvo lugar el 17
de Abril. El aire estaba electrizado por la emoción del
momento. Lutero se había expresado atrevidamente antes de
su llegada diciendo, "Esta será mi retractación en
Worms: "Previamente dije que el Papa es el vicario de Cristo; me
retracto. Ahora digo que es el adversario de Cristo y el
apóstol del diablo."23
La multitud esperaba más
declaraciones atrevidas. Contenían su emoción,
esperando que el cerdo salvaje se desbordara. Cuando la
Reunión Imperial se abrió, Lutero se paró en
el centro del salón; a un lado estaba una mesa con sus
libros controversiales. Un oficial le preguntó si eran
suyos. Él contestó, su voz poco más alta que
un susurro, "Los libros son todos míos y he escrito
más." Luego, vino la pregunta decisiva de su
disposición para retractarse. La asamblea esperó su
respuesta. Pero no hubo puño levantado, ni desafío.
De nuevo Lutero respondió inaudiblemente, "Les ruego que
me den tiempo para pensarlo." Como sucedió en su primera
misa, Lutero se tambaleó. Su confianza lo abandonó;
el cerdo salvaje fue de repente como un cachorro lloriqueando. El
emperador estaba asombrado por la petición, y se
preguntó si ésta no podría ser más
que una táctica dilatoria, un artilugio teológico.
Sin embargo, le concedió clemencia dándole
veinticuatro horas más para pensar.
Esa noche en la soledad de su cuarto,
Lutero escribió la que creo, es una de las oraciones
más conmovedoras jamás escritas. En ella se revela
el alma de un hombre humilde postrado ante su Dios,
desesperadamente buscando el coraje para permanecer solo delante
de hombres hostiles. Para Lutero era su Getsemaní
privado:
"¡Oh Dios, Todopoderoso Dios
eterno! ¡Cuán terrible es el mundo! Mira cómo
su boca se abre para tragarme, y cuán pequeña es mi
fe en Ti!…
¡Oh, cuan débil es la
carne y cuan fuerte es el poder de Satanás! Si tuviera que
depender de la fortaleza del mundo, todo se
acabaría… La campana de la muerte ha sonado…
la sentencia ha sido dictada… ¡Oh, Dios! ¡Oh,
mi Dios! Tú ayúdame en contra de la
sabiduría de este mundo. Haz esto, te lo ruego; tú
deberías de hacer esto… por tu gran poder…
la obra no es mía sino tuya, yo no tengo nada que ver
aquí… no tengo nada por lo cual contender con estos
hombres grandes del mundo. Preferiría vivir mis
días con paz y felicidad. Pero la causa es tuya… y
es justa y eterna. ¡Oh Dios, ayúdame! ¡Oh
Dios, fiel e inmutable! Yo no me apoyo en el hombre porque
sería vano. Lo de los hombres es inestable, todo lo que
procede de él fallará. ¡Dios mío, Dios
mío! ¿No me escuchas? ¡Dios mío,
¿Acaso no vives más?! No, Tú no puedes
morir, solamente te estás ocultando, me has escogido
para p 73 este trabajo. ¡Yo lo sé!…
Por eso Oh Dios, cumple tu voluntad. No me abandones, por el amor
de tu amado Hijo, Jesucristo, mi defensa, mi escudo y mi
fortaleza. Señor, ¿dónde
estás?… Dios mío, ¿dónde
estás?… Ven, te lo ruego, estoy listo…
Mírame preparado para ofrecer mi vida por tu
verdad… sufriendo como un cordero, porque tu causa es
santa y es sólo tuya. No te dejaré ir, no, ni aun
por la eternidad. Y aunque el mundo estuviera saturado de
demonios y este cuerpo, que es obra de tus manos, fuese arrojado
y pisoteado, cortado en pedazos y consumido hasta las cenizas, mi
alma es tuya. Sí, tu propia Palabra me lo asegura. Mi alma
te pertenece y habitará contigo para
siempre.
¡Amén! ¡Oh Dios,
envía tu ayuda!…
¡Amén!"24
Más tarde del día siguiente,
Lutero regresó a la sala. Esta vez su voz no tembló
ni se alteró. Trató de responder a la pregunta
dando un discurso. Su inquisidor finalmente le demandó una
respuesta: "Te mando Martín, responde claramente y sin
rodeos. ¿Repudias o no tus libros y los errores que ellos
contienen?"25
Lutero replicó:
Puesto que vuestra majestad y vuestras
señorías desean una respuesta simple,
responderé sin rodeos y directamente: A menos que sea
convencido por las Escrituras y por la razón clara, yo no
aceptaré la autoridad de los Papas y de los Concilios,
porque ellos se contradicen unos a otros. Mi conciencia es
cautiva de la Palabra de Dios, por ello no puedo retractarme de
nada, porque ir en contra de la conciencia no es bueno ni es
seguro. Esta es mi posición, no puedo hacer otra cosa.
Que
Dios me ayude.
Amén.
¿Las palabras de un hombre loco? Tal
vez. La pregunta radica en cómo puede un hombre atreverse
a oponerse al Papa y al emperador, a los Concilios y a los
Credos, y a toda la organización de la autoridad del
cristianismo. ¿Qué arrogancia tiene que haber para
contradecir a los más refinados académicos y a los
más altos oficiales de la iglesia, para poner sus propios
poderes mentales e interpretación bíblica en contra
de todo el mundo? ¿Es esto arrogancia y egomanía, o
son sólo las reflexiones de un genio bíblico, un
santo valiente? o ¿Simplemente son los delirios de un
maniático? Cualquiera que sea el veredicto, esta
determinación solitaria, para bien o para mal,
dividió al cristianismo en dos.
No obstante la importancia de este evento
tanto para la iglesia como para la vida personal de Martín
Lutero, no fue la principal razón por la cual los futuros
académicos juzgaran a Lutero demente. Hubo algo aún
más extraordinario, más morboso, ciertamente
macabro acerca de este hombre. Tenía que ver con los
hábitos de conducta de Lutero mientras fue monje en el
monasterio. Como tal, Lutero dedicó su vida a una rigurosa
austeridad. Se propuso ser un monje perfecto, ayunaba por
días y se sometía a severas formas de auto
flagelación, y traspasaba las reglas del monasterio en
asuntos de autonegación. Sus vigilias de oración
eran más largas que las de cualquiera. Rehusaba las
cobijas que se le asignaban, y se congelaba casi hasta la muerte.
Castigaba su cuerpo tan severamente que luego comentó que
fue en su celda de monje donde dañó permanentemente
su sistema digestivo. Acerca de esta experiencia escribió,
"Yo era buen monje y guardaba las reglas de mi orden tan
estrictamente, que si algún monje llegara al cielo por su
monjería, habría sido yo. Todos mis hermanos en el
monasterio que me conocían, lo pueden verificar. Si
hubiese seguido así por más tiempo, me
habría matado a mí mismo con vigilias, oraciones,
lecturas y otros trabajos."26
La práctica más
extraña de Lutero tenía que ver con su
hábito diario de confesión. El requerimiento era
que todos los pecados fuesen confesados. Lutero no podía
pasar un día sin pecar, así que sentía la
necesidad de ir diariamente al confesionario buscando
absolución. La confesión era una parte regular de
la vida monástica. Los otros hermanos veían
regularmente a sus confesores y decían, "Padre, he pecado,
anoche estuve despierto después de que se apagaron las
luces leyendo mi Biblia con una candela," o "Ayer en el almuerzo,
codicié la ensalada de papas del hermano Felipe."
(¿En cuántos pecados puede meterse un monje en el
monasterio?) El padre confesor escuchaba, otorgaba la
absolución y asignaba una penitencia. Eso era todo, y se
tomaba sólo unos minutos.
Pero no así con el hermano
Martín. Él estaba perturbando al padre confesor,
pues no se satisfacía con una breve descripción de
sus pecados. Él quería asegurarse de que
ningún pecado quedaba sin confesar. Entraba al
confesionario y se estaba allí por horas diariamente. En
una ocasión Lutero se pasó seis horas confesando
los pecados que había cometido el día
anterior.
Los superiores del monasterio comenzaron a
tener dudas acerca de él. Consideraban la posibilidad de
que él fuera un holgazán que prefería
estarse confesando, que estudiar y realizar sus otras tareas.
También se consideró que pudiese estar mentalmente
balanceado, a punto de sufrir una seria psicosis. Su mentor,
Staupitz, finalmente se enojó y reprendió a Lutero:
" "Mira," le dijo, "si esperas que Cristo te perdone, trae algo
para perdonar—parricidio, blasfemia, adulterio—en
lugar de todos estos pecadillos … Dios no está
enojado contigo. Tú estás enojado con Dios.
¿No sabes que Dios te manda tener esperanza?"
"27
¡Aquí está! Este era el
aspecto de Lutero que más le ha valido el veredicto de
locura. El hombre era radicalmente anormal. Su complejo de culpa
era distinto a cualquiera antes de él. Era tan morboso en
su culpa, tan turbado en sus emociones, que ya no podía
funcionar como un ser humano normal, ni siquiera como un monje
normal. El seguía escapando de la tormenta de rayos.
Bainton lo resume así:
"En consecuencia, la más temible
inseguridad lo acechaba, el pánico invadía su
espíritu. Su conciencia estaba tan inquieta como para
ponerse a temblar ante la caída de una hoja. El horror de
la pesadilla atrapaba su alma, temeroso de despertar a media
noche para encontrarse con los ojos del que venía a tomar
su vida. Los ángeles se retiraban; los demonios
gesticulaban con llamados maliciosos a su alma impotente. Estos
eran los tormentos de los que Lutero repetidamente
testificó que le eran peores que cualquier enfermedad
física jamás sufrida.
Su descripción concuerda con un
reconocido tipo de desorden mental donde uno se siente tentado a
preguntarse si su turbación debería ser considerada
como producto de una auténtica dificultad religiosa o de
una deficiencia gástrica o glandular."28
¿A qué se debía la
conducta de Lutero? Una cosa es cierta: cualquiera que son los
mecanismos que todos usamos para callar nuestra conciencia, no
funcionaban para Lutero. Algunos teóricos arguyen que una
persona demente puede tener una visión más aguda de
la realidad que una normal. Pensemos en el hombre agobiado por la
ansiedad que va al psiquiatra y se queja de estar tan paralizado
por el miedo, que no p 76 puede ir ni a un día de campo.
Cuando el psiquiatra lo analiza, el hombre explica que él
teme que podría chocar su carro camino hacia el parque,
ser mordido por una serpiente venenosa, ser alcanzado por un rayo
o atragantarse con un bocado.
Todos estos miedos representan
posibilidades reales. La vida es peligrosa. Howard Hugues, con
todos sus millones, no podía encontrar un ambiente donde
estuviera totalmente a salvo de los ataques hostiles de los
gérmenes. Por ejemplo, nadie puede asegurar que todos los
días de campo serán seguros. La percepción
del hombre de que todas las cosas podrían salir mal es
correcta, pero aun así él es anormal, porque ha
perdido las defensas que nos capacitan para superar los peligros
que nos rodean cada día.
Hay algo sobre los antecedentes y de la
personalidad de Lutero que con frecuencia sus analistas pasan por
alto. Ellos no toman en cuenta que antes de ir al monasterio,
Lutero se distinguió como una de las mentes jóvenes
más iluminadas de Europa en el campo de la jurisprudencia.
Lutero era brillante. No había ningún problema con
su mente. Su comprensión de los sutiles y difíciles
puntos de la ley lo hacía sobresaliente. Algunos lo
celebraban como a un genio legal.
Se dice que hay una fina línea entre
la genialidad y la locura y que alguna gente la cruza para
atrás y para adelante. Quizás ése era el
problema de Martín Lutero. Él no estaba loco. Era
sin duda un genio que tenía un entendimiento superior de
la ley. Una vez que aplicó su astuta mente legal a la ley
de Dios, vio cosas que mucha gente no ve. Lutero examinó
el Gran Mandamiento, "Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas y con toda tu mente;" y "Amarás a tu
prójimo como a ti mismo" (Lucas 10:27). Entonces
él se preguntó a sí mismo,
"¿Cuál es la Gran Transgresión?" Algunos
responden esta pregunta diciendo que el gran pecado es matar,
adulterar, blasfemar o no creer. Lutero disentía. El
concluyó que si el Gran Mandamiento era amar a Dios con
todo el corazón, entonces la Gran Transgresión era
no amar a Dios con todo el corazón. El vio un balance
entre las grandes obligaciones y los grandes pecados.
La mayoría de la gente no piensa de
esta manera. Ninguno de nosotros guarda el Gran Mandamiento por
cinco minutos. Superficialmente, podemos pensar que lo hacemos,
pero en los momentos de reflexión descubrimos que no es
así. Tampoco amamos a nuestro prójimo como a
nosotros mismos. Podemos hacer lo posible para evitar pensar
profundamente sobre esto, pero siempre hay una incómoda
sensación en el fondo de nuestra mente que nos acusa de
quebrantar este mandamiento todos los días. Como
Isaías, sabemos que nadie más guarda el Gran
Mandamiento también, y es aquí donde encontramos
consuelo: nadie es perfecto. Todos nos quedamos cortos en amar
perfectamente a Dios, así que, ¿para qué
preocuparse por ello? Eso no hace a la gente normal pasarse seis
horas confesando. Si Dios castigara a todos los que fallan en
guardar el Gran Mandamiento, tendría que castigar a todo
el mundo. La prueba es muy grande, demasiado exigente; no es
justa. Dios tendrá que juzgarnos a todos sobre una
curva.
Lutero no lo vio de esta manera. Él
se dio cuenta que si Dios juzgara sobre una curva, tendría
que comprometer su santidad. Suponer que Dios hará eso es
una suprema arrogancia y necedad. Dios no rebaja sus propias
medidas para acomodarse a las nuestras. Él siempre es
absolutamente santo, recto y justo. Pero nosotros somos injustos,
y allí radica nuestro dilema. La mente de Lutero era
acosada con la pregunta, ¿Cómo puede una persona
injusta sobrevivir en la presencia de un Dios justo? Lutero
agonizaba en aquello en lo que de todos se sienten
cómodos: "¿No saben que Dios habita en luz
inaccesible? Nosotros, criaturas débiles e ignorantes,
queremos probar y entender la incomprensible majestad de la
indescifrable y maravillosa luz de Dios. Nos preparamos y nos
acercamos, ¿Qué hay de extraño entonces que
esa majestad nos sobrecoja y nos quebrante?"
Lutero era el polo opuesto al personaje
bíblico del joven rico que vino a Jesús inquiriendo
acerca de su salvación:
"Un hombre principal le
preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué
haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo:
¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino
sólo Dios. Los mandamientos sabes: No adulterarás;
no matarás; no hurtarás; no dirás falso
testimonio; honra a tu padre y a tu madre". (Lucas
18:18–20)
Hay algo que con frecuencia la gente pasa
por alto en este conocido encuentro de Jesús con el joven
rico: el significado del saludo de este hombre hacia
Jesús. Él le llamó "Maestro bueno."
Jesús no lo pasó por alto. Él supo de
inmediato que estaba hablando con un hombre cuyo entendimiento de
la palabra bueno era superficial. El hombre
quería hablar con Jesús sobre la salvación.
En lugar de eso, Jesús sutilmente cambió la
conversación acerca de lo que era bueno, y
aprovechó para enseñarle una inolvidable
lección sobre el significado de qué es
"bueno."
Jesús se fijaba en el saludo:
"¿Por qué me llamas bueno?" y acentuaba la
cuestión con una calificación rígida:
Ninguno hay bueno, sino sólo Dios." Levantamos un
aviso aquí. Algunas personas, incluso teólogos
eruditos, se han atropellado sobre estas declaraciones de Cristo.
Algunos oyen a Él diciendo en efecto, "¿Por
qué me llamas bueno? No soy bueno. Solo Dios es bueno. No
soy Dios y no soy bueno." Pero aquí Jesús no estaba
negando su divinidad, ni su bondad en ninguna manera. En el
contexto de un buen conocimiento de Cristo, habría sido
propio para el joven rico llamar a Jesús bueno, porque
Él era bueno. Era la encarnación de sumo bien. El
punto es que el joven rico, no sabiendo esto, estaba honrando a
Jesús como un gran maestro, sin saber que le estaba
hablando al Dios encarnado.
Obviamente, el joven rico no conocía
su Biblia. Había fallado en entender el Salmo
14:
"Dice el necio en su corazón: No
hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay
quien haga el bien. Jehová miró desde los cielos
sobre los hijos de los hombres para ver si había
algún entendido que buscara a Dios. Todos se desviaron, a
una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno." (Salmo 14:1–3)
Este salmo es citado y amplificado en el
nuevo testamento por el apóstol Pablo. El mensaje es
inconfundible. Nadie hace el bien, ni siquiera uno. Este "ni
siquiera uno" borra toda posibilidad para la confusión. La
acusación no permite excepciones salvo para el Hijo de
Dios, quien es el único que hizo lo bueno. El
espíritu humano se desentiende ante esta acusación
universal. Seguramente las Escrituras exageran.
Nosotros conocemos gente que hace lo bueno,
algunos con frecuencia. Reconocemos que nadie es perfecto. Todos
nos resbalamos ocasionalmente, pero aún hacemos cosas
buenas de vez en cuando, ¿no es así? ¡No!
Esto es precisamente la manera en que el joven rico pensaba. El
medía la bondad con una regla equivocada; evaluaba las
buenas obras desde la ventajosa posición del rasero humano
y externo.
Dios manda que nosotros hagamos cosas
buenas. Nos manda a dar a los pobres y nosotros damos a los
pobres. Esta es una buena obra, ¿no es así? Pues,
sí y no. Es buena en el sentido de que se ajusta a lo que
Dios manda. Por ese lado, hacemos el bien con frecuencia. Pero
Dios también mira el corazón. A Él le
interesan nuestras motivaciones. Para que una buena obra
satisfaga la medida de la bondad de Dios, debe brotar de un
corazón que ama a Dios y a su prójimo
perfectamente. Puesto que ninguno de nosotros alcanza ese
perfecto amor por Dios y por el prójimo, todas nuestras
obras externas están contaminadas. Ellas llevan la mancha
de nuestras motivaciones corruptas. La lógica de la Biblia
es ésta: Puesto que nadie tiene un corazón
perfecto, nadie hace una obra realmente buena.
La ley de Dios es el espejo de la verdadera
justicia. Cuando ponemos nuestras obras ante este espejo, el
reflejo muestra nuestras imperfecciones. Jesús puso este
espejo ante los ojos del joven rico: "Los mandamientos sabes:
No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no
dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu
madre." (Lucas 18:20). Los mandamientos que Jesús
mencionó al joven rico son los de la así llamada
segunda tabla de la ley, que son los mandamientos que tratan con
nuestra responsabilidad hacia nuestros semejantes. En este
sumario están ausentes los primeros mandamientos que
tratan explícitamente de nuestras obligaciones directas
hacia Dios.
¿Cómo respondió el
joven rico? A él no le afectó. Miró
calmadamente al espejo y no vio imperfecciones. Él
contestó, "Estas cosas las he guardado desde mi
juventud" (Lucas 18:21). Imagine la arrogancia e ignorancia
de este hombre. Encuentro difícil entender la paciencia de
Jesús. Yo no habría podido contener mi
indignación diciendo algo como, "¡Qué!
¿Has guardado los mandamientos desde que eras muchacho?
Tú no has guardado ninguno de los mandamientos en los
últimos cinco minutos. ¿No oíste el
Sermón del Monte?
¿No te das cuenta que si te enojas injustamente
con alguien haz violado el más profundo significado de la
ley contra la muerte? ¿No sabes que si deseas a una mujer
quiebras la ley más profunda del adulterio? ¿Nunca
has codiciado?
¿Honras siempre a tus padres?
Tú estás loco o ciego. Tu obediencia ha sido
externa, cuando mucho. Tú sólo obedeces
superficialmente.
Así es como yo hubiese reaccionado,
más no Jesús. Él fue más sutil y
efectivo: "Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te
falta una cosa. Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres,
tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme"
(Lucas 18:21).
Si alguna vez Jesús habló
irónicamente fue aquí. Si tomásemos sus
palabras literalmente concluiríamos que esta
conversación la sostuvieron los dos hombres más
justos de la historia, que fue un diálogo entre el Cordero
sin mancha y un cordero con una sola mancha. Me encantaría
oír a Jesús diciéndome que a mi
perfección moral sólo le falta una cosa, pero
nosotros sabemos bien que esto no es así. Especulando y
tratando de penetrar en los pensamientos secretos de
Jesús, podemos imaginarnos que Él pensó algo
como esto: Oh, tú has guardado todos los mandamientos
desde niño. Bueno, veamos. ¿Cuál es el
primer mandamiento? Oh, sí, "No tendrás dioses
ajenos delante de mí." Veamos cómo te va con
ése.
Jesús lo puso a prueba. Si
había algo en el joven rico antes que Dios, era el dinero.
Jesús lo desafió precisamente en este punto, el
punto de su obediencia al mandamiento número uno: "Ve,
vende todo lo que tienes…" ¿Qué hizo
éste hombre? ¿Cómo lidió él
con su única mancha? Él se fue con tristeza porque
tenía grandes posesiones. El hombre fue puesto a prueba
ante los Diez Mandamientos, y fracasó en la primera
pregunta del examen. El punto de este relato no es establecer una
ley que obligue al cristiano a deshacerse de todas sus
propiedades privadas. El punto es que entendamos lo que es la
obediencia y lo que la bondad requiere. Jesús le
siguió la corriente a su pretensión y el hombre se
desplomó.
Cuando Jesús conoció a otro
hombre joven siglos más tarde, no tuvo que
enseñarle una compleja lección para que entendiera
su pecado. Él nunca le dijo a Lutero, "Una cosa te falta."
Lutero ya sabía que a él le faltaban multitud de
cosas. Él era un abogado; había estudiado la ley
del antiguo testamento; conocía las demandas de un Dios
puro y santo, y eso lo estaba volviendo loco. El genio de Lutero
dilucidó un dilema legal que no pudo resolver.
Parecía no haber solución posible. La pregunta que
lo acosaba día y noche era cómo un Dios justo
podía aceptar a un hombre injusto. Él sabía
que su eterno destino dependía de la respuesta, pero
él no podía hallarla. Mentes inferiores iban
disfrutando alegremente la vida en su ignorancia. Ellos se
satisfacían pensando que Dios comprometería su
propia excelencia y los dejaría entrar al cielo.
Después de todo, no sería tan maravilloso si los
excluían a ellos. Dios tenía que calificar sobre
una curva. Cada muchacho hace sus travesuras, y Dios es
suficientemente grande como para no irritarse por unas cuantas
faltas.
Dos cosas separaban a Lutero de los
demás hombres: Primero, él sabía
quién era Dios. Segundo, él entendía las
demandas de la ley de Dios. Dominaba la ley, y a menos que
llegara a entender el evangelio, moriría en tormento.
Entonces sucedió: la máxima experiencia religiosa
de Lutero. No hubo rayos, ni tinteros volando. Tuvo lugar en su
solitario estudio. La llamada "experiencia de la torre" de Lutero
cambió el curso de la historia del mundo. Fue una
experiencia que envolvía un nuevo entendimiento de Dios,
un nuevo entendimiento de su divina justicia. Fue un
entendimiento de cómo Dios puede ser misericordioso sin
comprometer tal justicia. Fue una nueva comprensión de
cómo un Dios santo expresa su santo amor:
"Yo anhelaba grandemente entender la
Epístola de Pablo, a los Romanos y nada lo impedía
sino una expresión, "la justicia de Dios," porque yo
pensaba que se refería a la justicia donde Dios es justo y
trata justamente castigando al injusto. Mi situación era
que, aun siendo un monje impecable, yo estaba frente a Dios como
un pecador atormentado de conciencia, sabiendo que mis
méritos no lo aplacarían. Como resultado, yo no
amaba a un Dios justo y airado; más bien lo odiaba y
murmuraba contra Él. Sin embargo, me aferraba al querido
Pablo y tenía un gran anhelo por saber de qué
estaba hablando. Noche y día yo reflexionaba hasta que vi
la conexión entre la justicia de Dios y la
declaración de que "el justo por la fe vivirá."
Entonces entendí que la justicia de Dios es esa justicia
por la cual a través de la gracia y la pura misericordia
Dios nos justifica por la fe. De allí en adelante
sentí como si hubiese nacido de nuevo y hubiese entrado
por las puertas del paraíso. Toda la Escritura tomó
un nuevo significado, y donde antes la "justicia de Dios" me
llenaba de odio, ahora llegó a ser para mí
inexpresablemente dulce con gran amor. Este pasaje de Pablo fue
para mí la puerta del cielo …"
"Si tienes una verdadera fe en Cristo
como tu Salvador, entonces tienes un Dios de gracia, porque esa
fe te guiará hacia el corazón y la voluntad de
Dios, abriéndote sus puertas para que conozcas la gracia
pura y el amor desbordante. Ver a Dios en fe es que veas su
fraternal y compasivo corazón, en el cual no hay ira, ni
falta de gracia. El que ve a Dios como airado no ve en El
correctamente, sino que mira a través de una cortina como
si una nube negra se le hubiese puesto frente a su
rostro."29
Como Isaías antes de él,
Lutero sintió la brasa ardiente sobre sus labios.
Él sabía lo que significaba sentirse desolado; fue
quebrantado por el espejo del Dios santo. Posteriormente,
afirmó que antes de probar el sabor del cielo, Dios tuvo
que colgarle sobre el abismo del infierno. Pero Dios no
arrojó a su siervo al abismo sino que lo salvó de
caer en él. Él le probó a Lutero que era a
la vez el Dios justo y el que justifica al pecador. Cuando Lutero
entendió el evangelio por primera vez, las puertas del
paraíso se abrieron de par en par, y él
entró por ellas.
"El justo por la fe vivirá." Este
fue el grito de batalla de la Reforma Protestante. La idea de que
la justificación es sólo por la fe y por los
méritos de Cristo solamente, es tan central para el
Evangelio que Lutero le llamó "el artículo sobre el
cual, la iglesia se sostiene o cae." Él sabía que
eso sería el artículo sobre el cual él mismo
se sostuviera o cayera.
Una vez que Lutero comprendió las
enseñanzas de Pablo en Romanos, nació de nuevo. La
carga de su culpa fue levantada. El enloquecedor tormento
terminó. Esto significó tanto para este hombre, que
lo hizo capaz de estar firme contra el Papa y el Concilio, el
príncipe y el emperador, y si fuese necesario, contra todo
el mundo. Él había entrado por las puertas del
paraíso, y nadie iba a arrastrarlo de regreso. Lutero fue
un protestante que sabía por qué estaba
protestando. ¿Era un loco? Tal vez. Pero si lo era,
nuestra oración es que Dios envíe a esta tierra una
epidemia de este tipo de locura, para que nosotros también
podamos saborear la justicia que es sólo por la
fe.30
CONCLUSIÓN
En el inicio remoto de la teologa
bíblica se encuentra en el ámbito de la reforma
protestante. Lutero ha dejado bien claro que para Él la
Sagrada Escritura era "la fons et iudex de todas las
cuestiones de fe y de doctrina".31
Dios se sirve de los hombres, de sus
capacidades intelectuales y de todos los dones. La base por
nuestro servicio hacia Dios es la justicia que viene de Él
y la seguridad que en el juicio en los tiempos finales
dirá: "¡Inocente!".
Esta justificación viene por fe, por
el perdón de Jesús y no podemos añadir nada
más. ¡Confianza! La más grande reforma tiene
lugar cuando un hombre empieza a comprender y a aceptar en su
corazón la perfección de la gracia de
Dios.
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http://www.heiligenlexikon.de/index.htm?Glossar/inquisition.htm,
01.02.2005, la inquisición era formada por los Dominicanos
y Franciscanos, pero los dominicanos eran más numerosos.
La meta al inicio era luchar contra los Waldenses y los
Albigeois.
2 García Villoslada, Ricardo,
[Dir.], Martín Lutero, I, 339.
http://webs.advance.com.ar/pfernando/DocsIglMod/Lutero_95tesis.htm
3 Lutero: "Durante el año 1513 me
volví de nuevo hacia la interpretación de los
salmos, creyendo que había avanzado bastante en el estudio
de las epístolas de Pablo, Romanos, Gálatas y
Hebreos. Estaba preso por el profundo deseo de comprender el
autor de Romanos. No porque no estaba decidido a estudiarla
intensivamente, me obstinaba solamente en la siguiente palabra
"en el evangelio la justicia de Dios se revela" (ROM. 1:17). Pues
era el término "la justicia de Dios" que yo odiaba, pues
tenía la costumbre de comprender según la
interpretación de todos los teólogos de la
filosofía escolástica, como justicia "formal" o
"activa", en el sentido que Dios se revela como justo, puniendo
los pecadores que son injustos.
4 de Andrade, C. C. (2002). Diccionario
Teológico: Con un Suplemento Biográfico de los
Grandes Teólogos y Pensadores (234–235). Miami, FL:
Patmos.
5 de Andrade, C. C. (2002). Diccionario
Teológico: Con un Suplemento Biográfico de los
Grandes Teólogos y Pensadores (342). Miami, FL:
Patmos.
6 de Andrade, C. C. (2002). Diccionario
Teológico: Con un Suplemento Biográfico de los
Grandes Teólogos y Pensadores (265–266). Miami, FL:
Patmos.
i INDULGENCIA
ICR Iglesia Católica
Romana.
7 Deiros, P. A. (1997). Diccionario
Hispano-Americano de la misión. Casilla, Argentina:
COMIBAM Internacional.
s. siglo.
ICR Iglesia Católica Romana. sig.
significa, significado.
R REFORMA
CLADE III Declaración de Quito,
Tercer Congreso Latinoamericano de
Evangelización
(Quito, Ecuador, 1992).
R REFORMA
8 Deiros, P. A. (1997). Diccionario
Hispano-Americano de la misión. Casilla, Argentina:
COMIBAM Internacional.
9 http://www.luther.de/leben/tod.html,
01.02.2005.Con las indulgencias los cristianos podían,
según la iglesia católica, comprar el perdón
de Jesús por los pecados cometidos.
10 Vol. 2: Historia del cristianismo : Tomo
2 (45–50). Miami, Fla.: Editorial Unilit.
11Las pautas
histórico-político-económico-religiosas que
marcaron estos años dieron pie para que muchos más
estudiosos se atrevieran a acercarse a la Biblia para entenderla
e interpretarla sin la tutela de la
"Ig sia" E s s tid Martí ut r s "u
hij d su ép ca" Pu d v r d ta s d d sarr d contexto que
desembocó en la Reforma de Lutero como un detonante en el
excelente trabajo de David Sua "Hist ria d a R f rma A ma ia y
sus imp icaci s para América ati a" t sis d licenciatura,
Seminario Teológico Centroamericano, Guatemala, 1984),
págs. 25–78.
12 Murphy, The Song of Songs, pág.
33.
13 92 Ibid., pág. 34. Murphy
presenta varios ejemplos del trabajo de Lutero. Véase
ibid., págs. 32 –35, y las notas 143–15 E mism
ut r critica a as tras i t rpr taci s d s r "i maduras y
xtrañas" P r s é qui r " var a s tid m s simp y a
car ct r r a d st ibr "; Murphy ibid p gs 33–34,
cita d a " ctur s th S g f S m " uth r"s W
rks v 15 d Jaroslav Pelikan (San Luis: C c rdia 197 p g 191
Tambié critica a i t rpr tació maria a É s
ña a qu "¡ bviam nte no puede haber en ninguna parte
alguna pizca de evidencia para establecer la increíble
ignorancia y ceguera d u str s adv rsari s!" Murphy ibid p g 4
148 cita d a P ika " ctur s th S g f
S m " p g 5
14 Ibid., pág. 34. Murphy presenta
varios ejemplos del trabajo de Lutero. Véase ibid.,
págs. 32–35, y las notas 143–15 E mism ut r
critica a as tras i t rpr taci s d s r "i maduras y
xtrañas" P r s
é qui r " var a s tid m s simp y a
car ct r r a d st ibr "; Murphy ibid p gs 33–34,
cita d a " ctur s th S g f S m " uth r"s W
rks v 15 d Jaroslav Pelikan (San Luis:
C c rdia 197 p g 191 Tambié critica
a i t rpr tació maria a É s ña a qu "¡
bviam t
puede haber en ninguna parte alguna pizca
de evidencia para establecer la increíble ignorancia y
ceguera
d u str s adv rsari s!" Murphy ibid p g 4
148 cita d a P ika " ctur s th S g f
S m " p g 5
15 1995 Bosquejo de hist 1 –17 catur
A As ciació para a Educació T ógica Hispa
a
16 1995 8 –9 catur A As ciació
para a Educació T ógica Hispana.
17 HENDRIX, Scott H. Las leyendas sobre
Lutero. Dsdsdsds,editorial,1992
18 MANZANARES, Cesar Vidal. Las 95 tesis de
Lutero. www.protestantedigital.com 2011
19 Martin Luther, The Bondage of the Will,
trans. J.I. Packer and O.R. Johnson (Old Tappan, N.J.:
Revell,
1970), p.63.
20 Roland Bainton, Here I Stand (Nashville:
Abingdon, 1950), p.15
21 Ibid., p.30.
22 Ibid., p.64.
23 Ibid., p.139
24 Ewald M. Plass, ed. What Luther Says
(St. Louis: Concordia, 1959), pp.1107–08.
25 Bainton, Here I Stand, p.144.
26 Ibid., p.34.
27 Ibid., p.41.
28 Ibid., p.42.
29 Ibid., p.50.
30 Sproul, R. (1998). La Santidad de Dios
(66–82). Graham, NC: Publicaciones Faro de
Gracia.
31 VILANOVA Ev. Historia de la
teología cristiana. BARCELONA, HERDER ED. 1985, Pág
525
Autor:
Diego Calvo Merino
2º TEOLOGÍA
2011-2012
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