- Austria-Hungría: divergencias entre
militares y políticos - Rusia:
los deberes del gobierno - Estados Unidos, Japón y los
Aliados - Notas
- Bibliografía
Tras los primeros meses de la primera guerra
mundial, las potencias involucradas en ella comenzaron a sufrir
recortes sociales, importantes pérdidas en vidas humanas y
dificultades económicas. La guerra se convirtió en
un fenómeno de alcance universal que puso a las sociedades
civiles de las potencias enfrentadas en una serie de pruebas
sobre su vitalidad, su cohesión y su justicia interna. Las
naciones mejor organizadas y más justamente gobernadas
comenzaron a superar las pruebas cada vez más duras y
amargas que la guerra les iba imponiendo. Los países peor
dirigidos, más injustos socialmente y menos dispuestos a
asumir sacrificios colectivos, comenzaron a flaquear. El
año 1915 se convirtió así en "una hora de la
verdad" para la mayor parte de la población europea y sus
gobernantes, no sólo para los reclutas movilizados para
luchar en la primera guerra mundial.
Austria-Hungría: divergencias entre
militares y políticos
A principios de 1915, el alto mando del Imperio
Austro-Húngaro, el "A.O.K." o
"Armee-Ober-Kommando" determinó que la
intervención de las autoridades civiles para adecuar la
economía a la guerra había sido demasiado lenta,
débil e inadecuada, y que por ello suponían un
lastre para la empresa bélica austro-húngara. El
A.O.K. se vio así legitimado para suplantar a dichas
autoridades, y comenzó a conspirar para hacerse con el
control directo de Bohemia y los Sudetes, vigilando de paso
más de cerca la lealtad política de los civiles y
los soldados checos. Sin embargo, sus intenciones toparon con la
oposición del gobierno nacional austro-húngaro,
dirigido por su presidente, el conde Stürgkh. Se
llegó así al enfrentamiento entre los gobiernos de
Austria y Hungría, y entre los funcionarios civiles y los
generales. En mayo de 1915 los problemas aumentaron con la
entrada de Italia en la primera guerra mundial contra
Austria-Hungría, por la apertura de un frente
bélico muy cerca de Austria. Dado que Austria se hallaba a
retaguardia del nuevo frente italiano, el mando militar encargado
de dirigirlo se hallaba más cerca de Viena que cualquier
otro; la retaguardia de los frentes ruso y balcánico
estaba constituida por Hungría.
En mayo de 1915 el jefe del A.O.K., general Franz Conrad
von Hötzendorff, aprovechó la nueva guerra contra
Italia para aumentar su poder en el ámbito civil: detuvo a
dos importantes políticos checos antimilitaristas, y
acusó a un tercero, Karel Kramár —aliado
político del conde Stürgkh, jefe del gobierno
austro-húngaro— de reunirse clandestinamente con el
cónsul italiano en Praga a espaldas del gobierno y del
A.O.K. Su afán por demostrar que el gobierno trataba a los
checos con demasiada indulgencia lo llevó a actuar con
precipitación y a cometer varios errores políticos,
pues acusó a los tres implicados de cargos que no pudo
probar. También en mayo de 1915 el general Conrad
defendió la firma de una paz negociada con Serbia, la
incorporación al esfuerzo bélico
austro-húngaro de las comunidades eslavas de Bosnia y
Herzegovina, el otorgamiento de representación
parlamentaria a esas mismas comunidades, y la apertura de
negociaciones de paz con Rusia. El 18 de junio de 1915, el
emperador Francisco José I advirtió al general
Conrad de que si no abandonaba sus iniciativas políticas,
tomadas sin su permiso ni conocimiento, lo destituiría.
Conrad obedeció al emperador, pero lógicamente no
renunció a su ambición por ampliar el poder de las
fuerzas armadas en el gobierno del Imperio Austro-Húngaro.
Ansiaba poner el reino de Bohemia bajo control militar, y anular
los privilegios históricos de los checos en el seno del
imperio, sometiéndolos a un régimen militar
igualatorio junto a los austríacos. También mantuvo
sus iniciativas para eliminar el poder de las autoridades civiles
en la provincia polaca de Galitzia y en la de Bucovina,
convirtiéndolas en una "zona de administración
militar exclusiva". Conrad también trabajaba para poner
bajo control militar el comercio y suministro de productos
alimenticios en todo el imperio, imponer controles militares a
toda la administración civil, al sistema educativo y a
toda actividad civil susceptible de ser relacionada con el
esfuerzo de guerra. Dada la oposición del presidente del
gobierno Stürgkh a estas maniobras de Conrad, éste no
dudó en implicar al A.O.K. en una conspiración para
derrocarlo.
Conrad estaba persuadido, y así lo expresó
sin rebozo, de que las derrotas austro-húngaras frente a
Rusia y Serbia eran consecuencia de que el gobierno estaba
dividido, monopolizado por políticos ineptos y entregado a
disputas entre los reinos miembros del imperio. Esa
división provocaba una falta de coordinación en el
esfuerzo bélico que se traducía en una falta
crónica de municiones y equipos militares, que
ponían a los ejércitos austro-húngaros en
desventaja frente a sus enemigos. Por último, Conrad no
dejaba de insistir en que en Bohemia, Galitzia y las regiones
italoparlantes del imperio —las que Italia pretendía
conquistar— existían focos de colaboradores con sus
enemigos. Aunque Conrad tendía a magnificar el poder de
estos núcleos de desafectos para justificar sus intentos
de poner el Imperio Austro-Húngaro bajo
administración militar, sus críticas a la
coherencia interna de éste no estaban del todo
injustificadas. El Reino de Hungría, en particular,
llevaba tiempo actuando únicamente en pro de sus propios
objetivos bélicos, y no sentía ninguna
inclinación a subordinarlos a la política de guerra
austro-húngara. El parlamento de Budapest y el primer
ministro húngaro Tisza aprovecharon el estallido de la
guerra en julio de 1914 para arrancar concesiones crecientes a su
autonomía a cambio de su colaboración en el
esfuerzo bélico imperial. Esta falta de adhesión al
esfuerzo común liderado por Austria no tardó en
abrir un debate parlamentario sobre cuál había de
ser el grado de implicación de los diversos reinos del
imperio en él. Hungría aparecía como el
mayor productor agrícola del imperio, más deseoso
de hacer valer sus reivindicaciones políticas que de
apoyar el triunfo de las armas austro-húngaras. A Conrad
esa actitud le exasperaba, un sentimiento muy extendido entre la
oficialidad de las fuerzas armadas, mayoritariamente
austríaca.
Tisza acusó a Austria de estar eximiendo del
servicio militar a un número demasiado alto de hombres
para dedicarlos a su industria, con lo que Hungría estaba
asumiendo la mayor parte de las bajas de guerra. Esto, a parte de
ser una mentira descarada, ponía de relieve que la clase
política húngara no se sentía para nada
comprometida con el esfuerzo bélico nacional. El
presidente Stürgkh rebatió ante los medios de
comunicación las mentiras de Tisza, demostrando mediante
estadísticas que en el primer año de guerra
habían muerto muchos más austríacos que
húngaros. A medida que aumentaban las divergencias entre
la Corona de Austria y la de Hungría, el gobierno imperial
buscaba el apoyo de Alemania con mayor vehemencia, y esto era
aprovechado por los políticos y los militares alemanes,
que exigían cada vez mayores compensaciones a cambio de su
apoyo. Alemania había estado vendiendo armas y municiones
a Austria-Hungría desde julio de 1914 a cambio de
alimentos y materias primas agrícolas e industriales. En
1915, Berlín y Viena comenzaron a unificar su
producción armamentística, y la industria
austro-húngara se volvió cada vez más
dependiente de la alemana, mucho más potente y mejor
organizada. Alemania y Austria-Hungría firmaron una serie
de tratados comerciales relativas al suministro de armas y
pertrechos militares en 1915 en los que la dependencia
austro-húngara de la industria alemana se agravó
mucho a consecuencia de la desunión entre las coronas
austríaca y húngara. De hecho, en aquellos acuerdos
no fueron tenidos en cuenta una serie de problemas que afectaban
seriamente a los intereses económicos de Hungría.
La banca alemana firmó una serie de préstamos en
condiciones desventajosas al Imperio Austro-Húngaro que
permitieron a éste ofrecer, más adelante,
créditos similares al Imperio Otomano y Bulgaria, basados
en el intercambio de armas y municiones a cambio de alimentos y
marterias primas, pero en condiciones muy desventajosas para el
que compraba las armas y vendía los alimentos.
[1]
El Imperio Austro-Húngaro se vio acosado ya en
1915 por la escasez de carbón, mano de obra y medios de
transporte. La industria siderúrgica y las acerías
existentes en Austria-Hungría se adaptaron
rápidamente a la producción de material
bélico; pero otros sectores industriales y extractivos de
la economía austro-húngara prácticamente
tuvieron que cerrar. Con todo, la demanda del reclutamiento
militar agotó la reserva de obreros industriales, y la
producción de la industria de municiones hubo de recurrir
a regañadientes a la contratación de mujeres y
refugiados de guerra, y posteriormente al empleo de prisioneros
de guerra como esclavos. Pese a las larguísimas jornadas
de trabajo establecidas por ley, los obreros de la industria
bélica austro-húngara se mostraron dóciles y
asumieron grandes sacrificios salariales y laborales, debido a
que sus sindicatos se mostraban partidarios de apoyar el esfuerzo
bélico nacional. Así mismo, a despecho de las
restricciones impuestas por el gobierno con respecto al consumo
de carne a principios de 1915 —período en que se
instauraron dos días a la semana sin carne— y no
obstante el racionamiento, que provocó un alza general de
precios y la aparición del mercado negro en medio de una
marcada inflación monetaria, la sociedad civil
austro-húngara parecía resuelta a asumir
importantes mermas en su bienestar material en pro de la victoria
bélica. Prueba de ello es la respuesta favorable que
halló en mayo de 1915 el lanzamiento de un
empréstito de guerra, que mucha gente suscribió
voluntariamente.
Rusia: los
deberes del gobierno
En 1915 se hizo evidente que el paso de la paz a la
guerra exigía cambios, y que el gobierno ruso andaba muy
retrasado en la aplicación de dichos cambios. Los
políticos rusos se limitaban a importar, a precios
exorbitados, todo lo que la economía nacional no era capaz
de producir por sí misma, sin hacer nada por promover la
producción nacional; los analistas más
críticos tachaban esa actitud de "oportunista, voluble
e incoherente". [2] La retirada de la Galitzia
arrebatada a Austria-Hungría, en abril de 1915, se
sumó a las malas noticias sobre la depreciación del
rublo, la desorganización del sistema de transportes y la
falta de municiones en el frente; el descontento hizo mella en
las clases medias urbanas, que comenzaron a protestar por los
crecientes sacrificios que debían realizar en pro del
esfuerzo bélico, un esfuerzo que en su opinión
estaba mal dirigido. Si en Europa occidental y central el
gobierno había sido el primero en asumir sacrificios e
imponer cambios para hacer frente a las exigencias de la guerra,
en Rusia los políticos estaban siendo presionados por la
opinión pública para que afrontaran sus
obligaciones. Ante las críticas a la guerra que arreciaban
durante la primavera de 1915, provenientes sobre todo de hombres
de negocios de clase media, las autoridades constituyeron
comisiones encargadas de satisfacer las diversas necesidades de
abastecimiento surgidas, aunque no de intervenir en la
producción ni en las relaciones laborales, como ya se
había hecho con gran éxito en Gran
Bretaña.
En mayo de 1915 los empresarios rusos, preocupados por
la incompetencia y la corrupción que detectaban en el
gobierno y en la administración pública,
establecieron una serie de "Comisiones de la Industria
Bélica" a fin de movilizar con mayor eficiencia las
empresas asociadas al esfuerzo bélico. Tales comisiones
contaban entre sus miembros con representantes del gobierno, la
industria, el comercio y los trabajadores, y trataron de alentar
una distribución más amplia y mejor organizada de
los contratos militares. Sin embargo, en tanto que las
pequeñas y medianas empresas obtuvieron una
participación activa en los contratos de suministro
militares cumpliendo voluntariamente con sus obligaciones sin
necesidad de controles, el gobierno, las grandes empresas y los
sindicatos de izquierdas se dedicaron a perseguir intereses
particulares contrarios al esfuerzo bélico nacional. A
partir de junio de 1915 los salarios empiezan a perder poder
adquisitivo a gran velocidad, debido a que los alimentos
comienzan a escasear en las ciudades y sus precios se disparan.
Esta situación desencadenó huelgas inmediatamente,
ya que los sindicatos obreros trabajaban junto a los partidos
socialistas, aprovechando la guerra para provocar la
revolución política y social. A mediados de agosto,
las Comisiones de la Industria Bélica se vieron
respaldadas por la tardía creación de Consejos
Especiales para la Defensa Nacional, el Transporte, los
Combustibles y el Avituallamiento, integrados por representantes
del parlamento ruso, la Duma, el Consejo de Estado, la
Confederación de Zemstva (parlamentos regionales)
y la Confederación de Municipios.
El 23 de agosto de 1915, cuando apenas había
transcurrido una semana desde la creación de los Consejos
Especiales, sucedió algo que para algunos historiadores
constituye un momento decisivo en el desarrollo de la primera
guerra mundial en Rusia, si bien en realidad, aunque
trascendental no hizo sino subrayar la desorganización
existente en la élite dirigente del Imperio Ruso: el zar
Nikolai II abandonó Petrogrado
—nombre con el que fue rebautizada en 1914 San
Petersburgo, por entonces la capital de Rusia, para
neutralizar la imagen "alemana" de su nombre— para asumir
el mando supremos de las fuerzas armadas, dejando en manos de la
zarina Aleksandra —alemana de nacimiento— el
gobierno de la nación. El consejo de ministros
había implorado al zar que no abandonase la capital, pero
el joven monarca no hizo caso de tales súplicas. Esto
provocó que el zar se volcase sobre el mando militar de
manera exclusiva y desatendiese los problemas internos de Rusia,
que eran mucho más graves de lo que aparentaban.
Nikolai II tenía la esperanza de que la dividida
y enfrentada sociedad rusa, siguiendo el ejemplo de su rey,
abandonase sus querellas para centrarse en ganar la guerra. Sin
embargo, esta esperanza se reveló infundada; la zarina
Aleksandra no supo reemplazar a su marido y la
popularidad del gobierno cayó en picado, sobre todo debido
a la impopularidad del monje Rasputín
—consejero particular de la zarina al que ésta,
erróneamente, concedió demasiada influencia—
y del presidente del gobierno en funciones, el anciano y
reaccionario príncipe Goremikin, muy
desacreditado por varios escándalos de corrupción.
La zarina y sus colaboradores más directos se convirtieron
en un blanco perfecto para los partidos socialistas
revolucionarios, que se lanzaron a una campaña feroz de
desprestigio de la corona y de las fuerzas armadas.
La Duma, reunida en sesión parlamentaria
desde junio hasta septiembre de 1915, abrigaba una desconfianza
cada vez mayor en relación con el gobierno y, coincidiendo
con la formación de un bloque renovador en su seno,
comenzó a exigir la constitución de un gobierno con
responsabilidad parlamentaria. Ante esta exigencia, el gobierno
de la zarina reaccionó de la peor forma posible,
enajenándose sus ya escasos apoyos: decretó la
disolución de la Duma por criticar sus errores y
pedir más poder. Si ya se había creado una fama
deplorable a causa de su corrupción e ineptitud, con aquel
decreto para silenciar a la oposición parlamentaria no
hizo más que ahondar en su impopularidad. Las deficiencias
en los suministros militares y las malas condiciones en las que
vivían los soldados del frente, tradicionales en el
ejército ruso desde tiempos muy antiguos, comenzaron a ser
aireadas insistentemente en la capital y otras ciudades por los
periódicos, lanzados a una campaña feroz de
críticas contra el gobierno. A las unidades militares les
faltaban municiones, víveres y armas, y no porque la
industria rusa hubiese sido incapaz de producirlos en
número suficiente, sino debido a que la intendencia
militar y la administración civil eran corruptas e
ineficaces, y las deficiencias del sistema ferroviario nacional
habían sido ignoradas y desatendidas desde el principio de
la guerra en agosto de 1914. Aun así, cuando llegó
el invierno de 1915, la industria rusa de armamentos había
aumentado su producción con la ayuda de suministros
provenientes de las naciones aliadas, Gran Bretaña y
Francia. [3]
En noviembre de 1915, tras un año de intercambios
comerciales con la industria de los países aliados
—que hasta entonces no habían producido resultados
apreciables, pero sí escándalos como la
adquisición de automóviles extranjeros por valor de
300 millones de rublos— las fuerzas armadas decidieron
promover la industria militar rusa en ámbitos tan diversos
como la automoción, la aviación, la
producción química, o la fabricación de
aparatos de radio, heliógrafos y sistemas ópticos
de señales. Con el propósito de remediar el
problema más grave de todos, el de la escasez de
municiones, la Comisión de Aprovisionamiento de
Artillería se retractó de una decisión
inicial, la de centrarse en las compras en los mercados
internacionales de una serie de suministros químicos
clave, para promover la producción nacional de esos mismos
productos químicos y la fabricación nacional de
explosivos. Los científicos rusos, que habían
desdeñado en otro tiempo la investigación aplicada
en favor de las ciencias puras, respondieron al aislamiento de
Rusia con la creación de Sociedades Científicas
Nacionales semejantes a las que existían en Gran
Bretaña y Francia, y colaborando con las empresas
industriales en el desarrollo de aplicaciones prácticas
del conocimiento científico de utilidad militar.
[4]
Estados Unidos,
Japón y los Aliados
La influencia de los Estados Unidos en el éxito
logrado por los Aliados a la hora de movilizar sus recursos en
1915 fue mucho más importante de lo que pudo parecer a
simple vista. El primer banco de Nueva York, la banca J. P.
Morgan, se constituyó en agente de compras para Gran
Bretaña y Francia en el mercado norteamericano, e hizo
mucho por organizar y coordinar la producción
bélica norteamericana destinada al esfuerzo bélico
aliado. En otoño de 1915 emitió un préstamo
anglofrancés en Estados Unidos y acordó un
crédito para adquisiciones bélicas
británicas que sirvió de trampolín para el
creciente suministro de municiones al Reino Unido por parte de la
industria norteamericana, que alcanzaría cifras
récord en el bienio 1916-1917. Aun cuando oficialmente los
Estados Unidos eran neutrales en relación a la primera
guerra mundial, los efectos de los acuerdos patrocinados por J.
P. Morgan combinados con el dominio del Atlántico norte
por las flotas mercantes británicas apuntaban a que la
economía estadounidense estaba cada vez más cerca
de ponerse de parte de un bando, el de los Aliados. En enero de
1915, el presidente norteamericano Woodrow Wilson envió a
Europa a su asesor militar el coronel Edward House, a fin de
tratar de una paz negociada, pero sin éxito. Aquel mismo
mes, la norteamericana Jane Addams convocó en Washington
un encuentro al que asistieron 3.000 mujeres y del que
surgiría la fundación del Women's Peace
Party.
La prensa norteamericana condenó
unánimemente el hundimiento del trasatlántico
Lusitania por un submarino alemán a principios de
mayo de 1915, en el que murieron 128 pasajeros de nacionalidad
estadounidense. La severa advertencia del presidente Wilson al
gobierno alemán, al que aseguró que
consideraría la repetición de otro episodio como
aquél como una acción "hostil deliberada",
dejó bien claro que simpatizaba con los Aliados, y que su
neutralidad no iba a durar mucho. El secretario de estado
norteamericano William Jennings Bryan, partidario de la
neutralidad por sus principios pacifistas, presentó su
dimisión al observar que Wilson se estaba inclinando de
forma cada vez más notoria por el intervencionsimo del
lado de los Aliados. Si bien hubo quien, como el militarista
republicano Theodore Roosevelt, exigiera una respuesta más
firme, en el discurso que pronunció el 10 de mayo de 1915,
el presidente Wilson trató de quedar bien con todo el
mundo presentándose como "un hombre […]
demasiado orgulloso para luchar; una nación […]
tan recta que no necesita convencer a otros por la fuerza de
su rectitud". Sin embargo, Wilson no era tan orgulloso ni
tan recto como para defender "un estado de preparación
razonable" para entrar en la guerra mundial. Así las
cosas, la propuesta de aumentar el tamaño de las fuerzas
armadas norteamericanas y de sustituir la National Guard
por un ejército federal de 400.000 hombres, presentadas a
finales de 1915, chocaron con la resuelta oposición del
Partido Demócrata de los estados rurales del sur y el
oeste, al que preocupaba más la salvaguardia de los
derechos de los estados y la elusión del conflicto
bélico que la necesidad de enmendar las evidentes
carencias militares de los Estados Unidos, por entonces una gran
potencia económica con unas fuerzas militares muy
reducidas.
Los estadounidenses siguieron aferrándose a una
neutralidad que tenía más ventajas que
inconvenientes. La población norteamericana, que en 1917
era de unos 100 millones de habitantes, estaba experimentando un
rápido crecimiento, que había hecho que entre 1900
y 1914 aumentara en 9,5 millones de personas. La diversidad
demográfica, por otra parte, era tan considerable como su
magnitud. Los negros representaban un 10% aproximado del total
poblacional, y en tiempos recientes habían cruzado las
fronteras un número nada despreciable de europeos oriundos
de la cuenca mediterránea y los Balcanes. Aunque no
había aún más de un 50% de norteamericanos
viviendo en el campo, los Estados Unidos se estaban
industrializando y urbanizando a gran velocidad. Su sociedad
estaba marcada por un marcada desigualdad, dado que la
política y el gobierno se hallaban dominados por un
reducido grupo de empresarios acaudalados, señores de
potentes monopolios relacionados con el estado, en tanto que en
el campo y las ciudades millones de personas vivían
sumidas en unas condiciones de miseria total. Los potentados
habían optado por emplear a los inmigrantes italianos,
irlandeses y de otras naciones europeas en sus industrias antes
que contratar negros norteamericanos, de los cuales el 90%
seguía viviendo en los estados del sur agrícola que
habían sido derrotados en la Guerra Civil de 1861-1865.
Hacia 1900 esta población negra había comenzado a
emigrar hacia el norte industrial, donde vivían segregados
de los inmigrantes blancos, por más que éstos
vivieran apiñados en unas condiciones de miseria material
muy similares a las suyas, en insalubres barrios de chabolas, y
se vieran abocados a los mismos jornales de miseria por la
realización de trabajos agotadores, peligrosos y
tóxicos, en jornadas de trabajo inacabables, de 12 horas y
más. En palabras de un historiador especializado en la
sociedad norteamericana de los años de la primera guerra
mundial, "la lucha de clases, la pobreza, las enfermedades y
el sufrimiento persistían de manera ubicua."
[4]
La patronal no dudaba en recurrir a una violencia
homicida, a veces practicada por nerviosas unidades de la
National Guard, a veces por la policía, e incluso
por matones a sueldo, a fin de reventar huelgas y doblegar la
conflictividad laboral de los sindicatos obreros. Los jornaleros
agrícolas, los mineros y los trabajadores industriales se
hallaba divididos por motivos raciales, nacionalidades e
ideologías, y los sindicalistas formaban también un
mosaico muy dividido por cuestiones ideológicas e
intereses particulares. Los historiadores de los EE.UU. han
denominado Progressive Era la que va de 1900 a 1917 por
la diversidad de movimientos sociales que trataban de poner
solución a problemas como el alcoholismo, la
prostitución o la corrupción mediante la
intervención gubernamental. La misma denominación
abarca tanto la causa del sufragio femenino como la de los que se
oponían a la inmigración extranjera desde premisas
ultranacionalistas. No deja de ser curiosa la semejanza existente
entre el concepto de "progresista" que se aplica a los Estados
Unidos anteriores a 1917 y a la Europa de la belle
époque, ni tampoco el carácter inapropiado de
ambas designaciones. Las clases obreras de los países
europeos involucrados en la primera guerra mundial no conocieron
mejores condiciones materiales y sociales que los negros y los
inmigrantes en Norteamérica. Mientras que las mujeres
blancas conquistaban representación política, los
negros experimentaban un claro deterioro de sus condiciones de
vida.
Los blancos de origen anglosajón en los Estados
Unidos intensificaron entre 1900 y 1917 las medidas de
discriminación y segregación racial con
intimidaciones, así como los linchamientos de negros
aislados a manos de grupos de blancos y otras prácticas de
violencia callejera y tumultuaria a fin de aterrorizar a los
negros y plegarlos a una posición de sumisión
social total. Ni Theodore Roosevelt ni su sucesor Woodrow Wilson,
ambos autoproclamados "progresistas" por más que Roosevelt
fuera republicano y Wilson demócrata, hicieron nada
significativo por mejorar las condiciones de la comunidad negra
estadounidense mientras fueron presidentes. De hecho, la llamada
Nueva Libertad que puso en marcha Wilson no se
aplicó al colectivo negro, por cuanto su gobierno no
restituyó a los negros los cargos de que se habían
visto desposeídos, practicó la segregación
racial en lo tocante a los puestos de trabajo en la
administración pública, permitió la
presentación en el Congreso de proyectos de ley
discriminatorios en lo racial y no adoptó medida alguna
contra los linchamientos públicos de negros. De hecho, el
común de los reformistas no dio muestras de
preocupación por la grave situación en que se
hallaba la población negra estadounidense. En general,
todos los políticos norteamericanos entre 1900 y 1917
creían en la superioridad de la raza blanca y estaban
resueltos a mantener la tradición de que el poder en los
Estados Unidos estaba reservado a los llamados
"w.a.s.p.", o "white anglo-saxon Protestants",
de los que no formaban parte, desde luego, los inmigrantes
italianos, irlandeses y de otros países del sur y sudeste
de Europa, que no eran protestantes ni de origen
anglosajón. Títulos de libros como The negro is
a beast (1900) de Charles Carroll; The negro: a menace
to American civilization (1907), de Robert Shufeld, y
The Clansman (1915), exaltación descarada del
Ku Klux Klan firmado por Thomas Dixon, ilustran lo
extendidas que estaban en la "era progresista" las ideas racistas
en Norteamérica. El último de estos libros
proporcionó a D. W. Griffith la semilla de la que
surgió su película muda El nacimiento de una
nación, de 1915, un clásico en el que los
negros son representados como seres casi inhumanos, ignorantes,
violentos y depravados. Los Estados Unidos de la "era
progresista" estaban sometidos a unas tensiones sociales nada
desdeñables en lo racial, lo ético y lo
social.
En Asia, el gobierno japonés supo sacar provecho
de la guerra en Europa para perseguir los intereses
expansionistas que poseía en China. En noviembre de 1914,
tras conquistar la base naval alemana de Tsingtao eliminando
así la presencia militar y naval de Alemania en el
Pacífico occidental, Japón (aliado de Gran
Bretaña) respondió a las exigencias del presidente
chino Yuan, que había exigido la retirada japonesa de la
región china de Shantung, en el marco de sus famosas "XXI
Demandas". Éstas denunciaban no sólo la
perpetuación de las antiguas prácticas
imperialistas de las grandes potencias europeas sobre China, sino
también el ascenso de Japón a la condición
de una nueva potencia imperialista. Japón reclamaba el
derecho a hacer suyas las posesiones alemanas de la
Península de Shantung y a ampliar por 99 años sus
concesiones mineras, industriales y agrícolas en
Manchuria. Las exigencias japonesas ponían en
cuestión la soberanía de China, incluyendo el
nombramiento obligatorio de asesores financieros y
políticos japoneses para el gobierno chino y la
implantación de cuerpos policiales japoneses en las
ciudades manchúes. Lo que el gobierno japonés
pretendía a la vista de todo el mundo era dominar China, y
que las grandes potencias europeas reconocieran
jurídicamente la hegemonía japonesa en el gran
país asiático. Las aspiraciones japonesas se
centraban de forma muy concreta en reivindicaciones de contenido
económico tendentes a la explotación de China en
interés de la economía japonesa. El ejército
japonés tenía la intención de desplegarse en
China y monopolizar el poder político y militar en el
país, conspirando para derrocar el régimen
republicano del presidente Yuan Shikai a fin de provocar una
guerra civil que sirviese de excusa para justificar la
ocupación. Si bien el gobierno japonés fue
convencido por los Aliados para que retirase sus exigencias de
hegemonía en China y renunciase a una parte de los
territorios que había ocupado en 1914, su voracidad
despertó vivas reacciones tanto en China como en Estados
Unidos, que acabarían estallando en conflicto abierto
entre 1937 y 1941, llevando al Japón al doble desastre
nuclear de 1945. [5]
La élite gobernante en Japón estaba
constituida tanto por admiradores de la "civilización
anglosajona", que deseaban la instauración de un estado
parlamentario y la continuación de la alianza establecida
con Gran Bretaña en 1902, como por admiradores de
Alemania, partidarios del autoritarismo militar, la preeminencia
de la organización militar sobre la sociedad civil y la
expansión territorial que habían tenido lugar
cuando los emperadores de la Era Meiji emulaban a la
Alemania del II Reich entre 1871 y 1895. La política
japonesa durante la primera guerra mundial fue un trasunto, a
pequeña escala, del enfrentamiento europeo, entre
"germanófilos" y "anglófilos". Las negociaciones
entabladas por China y Japón en torno a las "XXI Demandas"
del presidente Yuan alcanzaron su culminación en mayo de
1915 cuando, tras algunas modificaciones por parte japonesa, los
chinos aceptaron un ultimátum nipón consentido por
Gran Bretaña, claramente desventajoso para China. En
septiembre, a instancias del ministro británico de
exteriores Edward Grey, Japón reiteró su
adhesión a la Alianza Anglo-Japonesa de 1902 y
ratificó la "Declaración de Londres" de septiembre
de 1914, por la que las potencias aliadas proclamaban su
solidaridad frente a Alemania y se comprometían a no
firmar con ella una paz separada. Los Aliados sabían que
había en Japón un fuerte partido proalemán,
con un fuerte arraigo en el ejército japonés, y que
Alemania había establecido contactos secretos con
políticos y militares japoneses en enero de 1915 con el
fin de firmar una paz separada. De hecho, fue tal conocimiento lo
que dio lugar a que se exigiera la renovación de la
Alianza de 1902 y el compromiso japonés con la Entente. El
gobierno japonés sabía que los británicos no
aprobaban su expansión en China, y que más que
actuar como sus aliados, trataban de vigilar de cerca la
expansión japonesa y limitarla.
Notas
[1] V. G. Liulevicius, War and land on the
Eastern front: culture, national identity and German occupation
in Worl War I. Cambridge, Cambridge University Press, 2000,
pp. 165-170.
[2] M. Florinsky, The end of the Russian
Empire. New York, Collier, 1961, pp. 52-53.
[3] A. Kojevnikov, The Great War, the Russian
Civil War and the invention of big science in Russia.
London, Imperial College Press, 2009, pp. 12-13.
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Neil A. Wynn, From progressivism to
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Autor:
Jorge Benavent Montoliu