- Presentación
- La
oración - El
camino hacia Dios - Tipos
de oración - Cómo se debe orar
- ¿Sobre qué debemos
orar? - El
Padrenuestro meditado - ¿Cuándo debemos
orar? - Frutos
de la oración
"Y cuando oren no sean como los hipócritas,
que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las
plazas bien plantados para ser vistos por los hombres; en verdad
les digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio,
cuando vayas a orar entra en tu aposento y, después de
cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en
lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará" (Mateo 6:5-6)
Presentación
Un día, cuando el ser humano fue consciente de
haber recibido de Dios la facultad y el don de un corazón
que podría ser a semejanza del de Dios, y cuando su mente
comenzaba a percibir la grandeza de lo que le rodeaba, fue cuando
el hombre comenzó su búsqueda de Dios, de ese Ser
que todos presentimos que existe aunque no lo veamos, y que sin
El no hubiera sido posible la perfección de lo creado, de
lo que somos y de lo que nos rodea. Y entonces quiso comunicarse
con Dios al comprender que sin esa comunicación su
corazón seguiría sintiendo un gran vacío. Y
esa comunicación directa entre Dios y el hombre es la
oración.
La
oración
La oración nació en el corazón de
cada persona al cuestionarse su soledad, aún cuando
estuviera rodeado de miles de personas. Es entonces cuando
comienza su búsqueda de la dimensión espiritual, ya
que el ser humano es más que un análisis
científico y que la simple racionalidad: el hombre
está hecho a la imagen de Dios en lo espiritual y, por
ello, Dios nos ha capacitado para vivir con Él, de quien
proviene nuestro espíritu, nuestra alma y nuestra mente,
precisamente para percibir y conocer a Dios.
Orar es abrir el canal espiritual del alma para que
ésta se llene de una espiritualidad de la que antes
carecía, y así pueda transmitir a Dios el
sentimiento de su espíritu con toda su acumulación
de sensaciones, experiencias y deseos. Además la persona,
al empezar a relacionarse con Dios por medio de la
oración, empieza una relación personal e
íntima con El que ya no abandonará porque su propio
espíritu encontró la respuesta de Dios y
sintió su amor.
No existe un tipo de oración superior a otra,
como tampoco hay una mejor y otra peor. La oración no es
un fin en sí misma sino un medio para establecer nuestra
conexión con Dios y con su amor. Si Dios es capaz de
transmitirnos su energía divina a través de la
oración, son indiferentes el credo religioso o la
filiación espiritual de la persona que ora. Lo importante
es el efecto que la oración tenga en cada persona; si
eleva su nivel espiritual, si provee paz a su corazón, o
si te llena de amor, es que tu comunicación con Dios es
efectiva.
El camino hacia
Dios
Actualmente, cuando la persona comprende que el
Espíritu Santo está en su corazón, es que el
mismo Espíritu Santo ha limpiado espiritualmente el
nuestro. Es entonces cuando deseamos abandonar nuestras
preocupaciones mundanas para así elevarnos a un plano
superior; a la dimensión espiritual donde está
Dios. Si el ser humano practica esta relación con Dios de
forma constante, ha nacido de nuevo en su mente, en su alma y en
su corazón para vivir teniendo a Dios en su vida, tal como
estaba proyectado en la voluntad divina desde la creación
del mundo. La persona que así se comporta estará
guardada para la vida en la resurrección de los muertos.
Es cierto que todas las personas resucitarán un
día, pero sólo estarán en la gloria de Dios
los que hayan vivido en la esperanza de Su
misericordia.
Tipos de
oración
En la oración el cristiano desnuda ante Dios su
alma. Glorifica a Dios por su divinidad, agradece las gracias y
los beneficios recibidos, y pide por sus necesidades y pro sus
preocupaciones. De ahí derivan las cinco principales
clases de oración: de glorificación, de
acción de gracias, de súplica, de
intercesión y de contemplación.
Glorificación es la forma
más desinteresada de oración. Cuanto más
limpia e irreprochable sea la persona, más claramente se
refleja en ella la suprema perfección de Dios y, al
reflejarse, involuntariamente suscita palabras de
glorificación y de alabanza. El obispo ortodoxo
Teófanes el recluso, conocido también como
Teófanes el eremita (Gueórgui Vasilievich
Góvorov, 1815-1894), dijo que "la oración de
glorificación no es una fría contemplación
de la naturaleza divina, sino un vivo sentir de la misma, con
goza y admiración".
La
oración de acción de gracias es expresada
por la persona por los beneficios recibidos de Dios. Ella nace
espontáneamente en un alma agradecida y sensible, como fue
el caso de que cuando Jesús sanó a los leprosos,
sólo un samaritano regresó para darle gracias al
Señor (Lucas
17:17-18).
La de
súplica es el tipo de oración más
difundida. Es suscitada en el ser humano por la plena consciencia
de su debilidad. A causa de las pasiones y de los pecados,
nuestra alma está enferma y endeble. Por ello es
imprescindible pedirle a Dios por el perdón de los pecados
y su ayuda para vencer nuestros defectos. A veces la
súplica es suscitada por un peligro amenazante que se
cierne sobre nosotros, o a causa de una gran necesidad. La
súplica en la oración en estos casos es inevitable
a causa de nuestra vulnerabilidad y es grata al Señor.
Pero si nuestras oraciones tienen preeminentemente el
carácter de una súplica y no se escucha en ellas
nuestras voces de alabanza y gratitud, ello testimonia el
insuficiente nivel de nuestro desarrollo espiritual y
moral.
La de
intercesión es la oración por otros. Un
intercesor es uno que toma el lugar o suplica por el caso de otro
y pide a Dios por aquella persona. La intercesión
evidentemente es importante debido al énfasis que
Jesús colocó en ella en su propio ministerio
terrenal. Su importancia también se revela en diferentes
partes de la Biblia, llenas de historias de hombres y mujeres que
experimentaron resultados poderosos a través de una eficaz
intercesión. A través de una intercesión
eficaz se puede entrar en el mundo espiritual desde cualquier
parte. Las oraciones de intercesión no tienen
limitación de distancia pues pueden penetrar lugares
humanamente inalcanzables e incluso pueden cruzar barreras
geográficas, culturales y políticas. Incluso puede
afectar el destino de individuos y ayudar a salvar las vidas y
almas de hombres y mujeres, y puede extender el Evangelio del
Señor alrededor del mundo mientras se intercede en
oración.
La oración de
contemplación es cuando aparece de una manera
vivenciada, como experiencia, la receptividad, la escucha, la
santa pasividad, la actitud vivenciada del hágase tu
voluntad, el estado de confianza… Entonces cesa la
verbalización, y uno queda sumergido en esa vivencia sin
palabras, sin pedir nada, solamente descansando en el estado
de quietud o en el perfume de lo sagrado. En
realidad la contemplación no es algo difícil ni de
otro mundo. Lo que es difícil es mantenerse ahí
durante las veinticuatro horas del día, durante toda la
vida… eso es ser un santo… Pero acceder a ese espacio cada
día por algunos momentos más o menos largos, no es
algo difícil. Con el paso de los años ese estado se
irá haciendo más frecuente y más
permanente.
Los restantes tipos de oración frecuentemente se
unen entre sí. La persona ruega a Dios por sus necesidades
y, simultáneamente, le glorifica por su magnificencia y
benignidad, agradeciéndole este lazo de unión que
es la oración. Otras veces simplemente le abrimos nuestro
corazón y nuestra alma, sin necesidad de palabra alguna, y
en otras oramos por nuestros semejantes. Las más solemnes
oraciones de alabanza se transforman a veces en súplicas
conmovedoras y, por el contrario, en ocasiones ruegos
plañideros a Dios pidiendo ayuda se resuelven en un
cántico de agradecimiento y de alabanza.
Además de los tipos de oración
mencionados, hay otras varias que se adecúan a nuestro
estado de ánimo en determinados momentos, como pueden ser
la oración escrita, la leída, la de acogida, la
rezada, la auditiva, la visual, la de abandono o la de
desprendimiento . Un compendio de los diferentes tipos de
oración se encuentra en los Talleres de
Oración del sacerdote jesuita Ignacio
Larrañaga.
"Cerca está Yahvé de los que lo
invocan, de todos los que lo invocan con sinceridad. Cumple los
deseos de sus leales, escucha su clamor y los libera" (Salmo
145:18-19)
Cómo se
debe orar
En primer lugar debemos indicar que existe una
diferencia abismal entre rezar y orar. Rezar es
repetir una oración que otra persona ha pensado, expresado
o escrito con anterioridad. Orar, en cambio, no es
repetir, sino hacer oración. Por
consiguiente orar es crear oración
basándonos en sentimientos propios, en emociones
íntimas, en dificultades y problemas personales, y no
solamente es reproducir las expresiones originadas en la mente de
otra persona. Orar es tener experiencia propia; no ajena. Rezar
es, al contrario, repetir la experiencia ajena sin tener, en la
mayoría de las ocasiones, esa experiencia íntima
con Dios que nos provee el hecho de orar.
Al comenzar la oración la persona debe dejar de
lado sus habituales ocupaciones y preocupaciones; concentrar sus
pensamientos dispersos como si cerrara la puerta de su alma a
todo lo terrenal y mundano, y luego dirigir toda su
atención hacia Dios. Contemplando la faz del Señor
e imaginando vívidamente su magnificencia, el orante se
compenetra necesariamente con la profunda conciencia de su
dignidad e indigencia. Recordemos siempre que "al orar es
necesario imaginar toda la creación como nada frente a
Dios, y a Dios único como todo" (Juan de Kronstadt,
1829-1908).
La humildad del cristiano no engendra desaliento ni
desesperación. Por el contrario, se une con la fe firme en
la verdad y omnipotencia del Padre celestial. Sólo la
oración con fe puede ser escuchada por
Dios (Mateo 21:22). Debemos recordar el
legado y la promesa de Jesús de que es necesario siempre
orar sin abatirse: "Yo os digo: pedid y se os dará;
buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá"
(Lucas 11:9). Los ejemplos evangélicos de la mujer cananea
rogando a Jesús por la curación de su hija (Marcos
3:8-11), de la viuda desamparada que obtuvo justicia de un juez
injusto (Lucas 18:1-8) y casos similares, dan testimonio de la
gran fuerza y poder de la oración.
Tal vez la oración no sea escuchada de inmediato.
El orante no debe perturbarse por ello ni caer en el desaliento:
se trata de una prueba, no de un rechazo. Si El no abre
prontamente las puertas de su misericordia, es necesario
"aguardar con una esperanza luminosa" (Juan
Crisóstomo, 347-407). El verdadero cristiano
continuará su oración con ahínco y con
fuerza hasta tanto logre atraer hacia sí la gracia del
Señor. Así lo hizo el patriarca Jacob, el cual
decía al Desconocido que luchaba con él: "No te
dejaré hasta tanto no me bendigas" (Génesis
32:27), y realmente recibió la bendición
divina.
Si Dios es nuestro Padre celestial, entonces todos
nosotros somos hermanos. El sólo aceptará nuestra
plegaria cuando nos encontremos en relaciones realmente
fraternales con los demás, cuando eliminemos todo rencor y
enemistad, cuando perdonemos las ofensas y nos reconciliemos con
todos nuestros hermanos: "Y cuando os pongáis de pie
para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para
que también vuestro Padre, que está en los cielos,
os perdone vuestras ofensas" (Marcos 11:25).
¿Sobre
qué debemos orar?
"No seas irracional en tus peticiones para no
provocar la ira de Dios con tu irracionalidad. Mas sé
sabio para merecer los dones gloriosos. Pide lo muy valioso a
Aquel para quien la avaricia es ajena, y recibirás de
Él lo muy valioso según tu deseo razonable.
Salomón pedía sabiduría y con ella
recibió también el reino terrenal, porque
pedía razonablemente al gran Rey. Eliseo pedía la
mayor gracia del Espíritu, comparable a aquella que
tenía su maestro, y su pedido no quedó
insatisfecho. El que pide insignificancias al Rey, rebaja su
honor" (Isaac de Nínive, monje ortodoxo,
640-700).
El supremo maestro de la oración es Jesús.
La oración acompañaba todos los acontecimientos
más importantes de su vida terrena. El Señor
oró al recibir el bautismo de Juan, pasó toda la
noche en oración antes de la elección de los
Apóstoles, también oró durante la
Transfiguración, en el huerto de Getsemaní ante su
inminente captura y cuando estaba en la Cruz. Bajo la
impresión de la figura inspirada de Cristo orando, uno de
sus discípulos se dirigió a Él con el ruego
de "Señor, enséñanos a orar" (Mateo
6:9). Y en respuesta a este pedido, Jesús les dio una
oración breve por su extensión, pero rica en
contenido. Aquella divina e incomparable oración que hasta
el día de hoy unifica por sí misma a todo el
cristianismo, es el Padrenuestro u Oración
del Señor.
El Padrenuestro nos enseña explícitamente
acerca de qué debemos pedirle a Dios en oración.
Pero el Padrenuestro debe ser orado, no rezado. Aunque sea un
texto copiado literalmente de las palabras de Jesús al
discípulo que le pidió que les enseñara a
orar, debemos hacer precisamente esto, orar. Desafortunadamente
el Padrenuestro lo hemos memorizado de tal manera que lo
recitamos casi inconscientemente, sin darnos cuenta del valor
intrínseco que por sí mismo posee. El Padrenuestro
debe ser meditado palabra por palabra y frase por frase mientras
lo estamos orando. Sólo así lograremos aplicar su
significado a nuestras vidas y comprender aquel hágase
tu voluntad que nos enseñó Jesus, y
entregarnos enteramente a la voluntad de Dios, tal como El hizo
cuando estaba orando en el Getsemaní, sabiendo ya el duro
final terrenal al que debía enfrentarse. En lugar de
rebelarse contra Dios al conocer el sufrimiento que le esperaba,
tuvo el valor de decirle al Padre: "… mas no sea como
yo quiero, sino como Tú quieras" (Mateo
26:39).
El Padrenuestro
meditado
Aquí analizaremos y meditaremos cada una de las
diferentes partes de la oración que Jesus nos dejó:
el Padrenuestro. Nuestra meditación personal debemos
efectuarla sobre las distintas partes de esa oración,
después de haber oído la lectura del texto
introductorio de cada sección del Padrenuestro. Pidamos a
Jesus que nos enseñe a rezarlo con el espíritu
filial con que El lo rezo, y con el espíritu filial con
que quiso que también lo rezáramos nosotros.
Después de cada reflexión a cada frase del
Padrenuestro, es aconsejable que elevemos al Señor nuestra
oración personal sobre aquella reflexión en
concreto.
Padre: Dios es Todopoderoso, eterno, infinito en
todo, pero quiere que al dirigirnos a Él le llamemos
Padre y pedirle que sienta que El es mi Padre. Padre que
pensando en mí y amándome, creó todas las
cosas: el sol con su luz y calor, la tierra con tanta variedad de
vida, el mar, las montañas, los ríos, las plantas,
las flores, los frutos, el aire que respiramos, los alimentos que
consumimos…. Todo lo hizo y lo sigue haciendo pensando en
mí, mirándome, amándome. El formó mi
cuerpo, con sus miembros y sentidos, y me los conserva; mi alma
con el entendimiento, memoria y voluntad. El me hizo hijo suyo
con la gracia santificante; me da su vida, me hace imagen suya
viva, su hijo, y quiere mirarse a sí mismo en mí,
como un padre cariñoso se mira en el hijo que se le
parece. El me dio a su Hijo para que me hiciera su hijo y me lo
sigue dando todos los días para que sea mi alimento,
fortalezca mi vida y perfeccione su imagen. El se me quiere dar
todo en herencia; El mismo será mi felicidad,
viéndole, poseyéndole, amándole, gozando de
Él y sintiendo el amor infinito del Padre que se vuelca en
mí.
¡Cuánto me ama mi Padre!
REFLEXION: ¿Como he correspondido a tanto
amor de Dios? ¿Me he portado como un buen
hijo?
¿Cuántas veces le he ofendido, le he
vuelto la espalda, le he desobedecido? ¿Cómo he de
corresponder a partir de ahora? Siendo un buen hijo. Debo vivir y
sentirme como un hijo muy querido de Dios, someterme del todo a
la voluntad de Dios como lo hizo Jesucristo; amarle con todo el
corazón, con toda la inteligencia, estimándolo
más que todas las cosas, prefiriendo su voluntad a todo lo
demás. Toda mi vida deberá estar dirigida solo a
Dios.
Nuestro: Dios es Padre, no solo mío, sino
también de todos. A todos ama, a todos ofrece su vida y su
gloria. Por todos se sacrifico, murió y se quedo en la
Eucaristía. Quiere que nos amemos todos como hermanos,
hijos del mismo Padre. No puedo amar a Dios si no amo a mis
hermanos, sus hijos. Amarlos con el corazón de Dios, como
Dios ama. Amar a todos, como Dios ama y derrama sus bendiciones
sobre todas las personas, buenas y malas. Quiere que pidamos por
todos para que todos pidan para cada uno. A pedir por mí
mismo me mueve la necesidad; a pedir por otros me mueve la
caridad, que es más agradable a Dios. Pediré por
todos: por los cristianos, por los que no creen y por los que
rechazan a Dios o a Jesucristo, para que pueden decir con
nosotros: Padre Nuestro.
REFLEXION: ¿He vivido ese ideal de
fraternidad? ¿Considero, amo y trato a los demás
como hijos de Dios y hermanos míos? ¡Cuántos
egoísmos y cuanta falta de amor! Buscando mi propio gusto
en vez de buscar el bien de los demás. ¿Cómo
tengo que vivir el amor a los demás? Como el buen
samaritano o, mejor aún, como Jesús, Nuestro
Señor?
Que estás en el cielo: Dios está en
todas partes, pero en el cielo muestra de un modo especial su
gloria, su bondad, su amor; allí hace felices a sus hijos
con la felicidad perfecta. Por eso quiere Jesús que
elevemos nuestra mirada al cielo cuando oramos. Allí esta
nuestro Padre. La casa del Padre será mi casa, allí
veré a mi Padre lleno de amor, le amaré, le
poseeré sin temor alguno de perderle, y sentiré el
amor infinito del Padre. Quiere Jesús que al orar elevemos
nuestros corazones al cielo, que busquemos lo de allí.
Allí estaré con Jesús, sentiré su
amor infinito y sus predilecciones conmigo. Aquella será
nuestra felicidad sin fin. El deseo de alcanzar el cielo nos
ayudará a ser más pobres al tener nuestro
corazón libre de todas las cosas; más obedientes,
buscando siempre y haciendo solo la voluntad de Dios.
REFLEXION: ¿Vivo con el corazón en el
cielo o mas bien estoy siempre mirando las cosas de la tierra?
Buscad las cosas de arriba, donde esta Cristo; saboread las cosas
de arriba, no las de la tierra.
Santificado sea tu nombre: Santificar el nombre
significa santificar a la persona. Que todos alaben, estimen y
amen a Dios; que obedezcan sus mandatos, reconozcan su majestad
y, sobre todo, su bondad y misericordia. Que con nuestra vida
santa mostremos que Dios es santo y ayudemos a otros a
santificarse y así muestren con su vida que Dios es santo.
¡Cuántos no le conocen y le niegan!
¡Cuántos de los que le conocen no le aman ni le
obedecen porque no le conocen bien! Si realmente le
conociéramos no podríamos menos que amarle. Debemos
amarle sobre todas las cosas y amarle también por su
bondad y misericordia infinita porque, siendo lo que somos, nos
ama como padre cariñoso.
REFLEXION: ¿Cómo es mi vida de
santidad? ¿Con mi vida animo a otros a que sean
santos?
Venga a nosotros tu Reino: Dios reina sobre todas
las creaturas y, de un modo especial, en las almas de los justos
por medio de la gracia; y en los bienaventurados en el cielo, por
la gloria. Reinara al fin del mundo sobre todos. Pedimos que
todos reconozcan el reinado de Dios, que vivan como fieles
súbditos suyos, que se sometan a sus leyes; que por todo
el mundo se extienda su reinado de amor, de verdad y de paz.
Pedimos que nos lleve a su Reino glorioso en el cielo.
REFLEXION: ¿Trabajo con mis palabras y mi
ejemplo por extender el Reino de Dios? ¿Ayudo a otros en
el apostolado? ¿Soy súbdito fiel a Cristo Rey?
¿Guardo sus leyes? ¿Amo y vivo su Evangelio?
¿Procuro imitarle lo más posible?
Hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo: Que todos hagamos la voluntad de Dios; todo lo que El
manda y todo lo que le agrada, con toda perfección y amor,
como lo hacen los santos en el cielo. Ellos ven a Dios cara a
cara, ven el amor infinito que les tiene y le aman con todo el
corazón. No desean otra cosa sino amarle y, por amor,
sólo quieren la voluntad de Dios. Así
también todas las personas amemos a Dios y sólo
deseemos y hagamos lo que es Su voluntad y agrado. Que en
mí y en todos se cumpla la voluntad de Dios; que aceptemos
con amor y gusto lo que Dios desee de cada uno de nosotros, sea
agradable o desagradable, con total y plena confianza en El, que
es mi Padre y que sólo desea mi bien. Que todos los
acontecimientos los recibamos de la mano de Dios, que quiere o
permite esas cosas para nuestro bien. Como Jesucristo en el
huerto, digámosle: "No se haga mi voluntad, sino la tuya";
todo como efecto del amor total a Dios.
REFLEXION: ¿Está toda mi vida centrada
en la voluntad de Dios? ¿Cuántas veces prescindo de
su voluntad y busco mi gusto, mi egoísmo, y también
me impaciento cuando las cosas no salen como yo deseo? ¿En
todas las ocupaciones diarias busco siempre lo que le agrada a
Dios, para que así se haga en mí su
voluntad?
Danos hoy nuestro pan de cada día: Tenemos
muchas necesidades corporales y espirituales mientras vivimos en
esta vida. Pedimos el pan, la comida, y todo lo que necesitamos
para el cuerpo. Pedimos que nos dé hoy nuestro pan de cada
día. Debemos fomentar la confianza en el Padre y no
angustiarnos por el futuro. A los hebreos en el desierto les dio
Dios el maná de cada día; al día siguiente
ya no servía y debían esperar el nuevo maná
de aquel día y así, de esta forma, aprendieron a
confiar en El. Jesús quiere también que confiemos
en el Padre. Es cierto que tenemos que trabajar para conseguir el
pan de cada día, pero sin ansiedad ni congoja, sino con
confianza en Dios. Pediremos también el pan espiritual,
necesario para conservar y fortalecer la vida de la gracia
santificante, que es la gracia que necesitamos para hacer el bien
y evitar el mal, y para que nuestras acciones tengan valor
sobrenatural. Pidamos que nos vaya transformando en El; para que
el Padre vea en nosotros una imagen cada día más
perfecta de Él.
REFLEXION: ¿Cómo está mi
confianza en Dios? ¿Me contento con lo que Dios me da cada
día, o ando angustiado por lo que me pueda faltar
mañana? ¿Cómo estoy con respecto a mi
trabajo, con angustia e inquietud deseando siempre ganar
más para así asegurar mi futuro, o con paz
confiando en Dios?
Perdónanos nuestras ofensas: Todos somos
pecadores y necesitamos de la misericordia de Dios. Todos tenemos
culpas y necesitamos pedir perdón. Dios, nuestro Padre,
está deseando otorgarnos ese perdón; El nos conoce
y nos ama; quiere que cada día nos arrepintamos de
nuestros pecados y ofensas y que le pidamos perdón. Y si
actualmente no encontramos en nosotros pecados más o menos
graves, si tenemos al menos defectos, debilidades, faltas e
indelicadezas con el Señor, y debemos pedir perdón
por todo ello por haber desagradado a nuestro Padre que tanto nos
ama. Una falta mía puede ser que desagrade más al
Padre que pecados más grandes en otros, por lo mucho que
me ama y siente mi desagradecimiento. Tengo que pedir
perdón, con verdadero arrepentimiento, de todo pecado y
ofensas.
REFLEXION: ¿Vivo en actitud de
arrepentimiento y detestación de mis pecados?
¿Fomento la pureza de mi alma?
Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden:
Es la condición que Jesús pone para perdonarnos a
nosotros. Quiere que tengamos un corazón grande como el de
nuestro Padre, que con tanta facilidad nos perdona; que sepamos
excusar las faltas de otros como el mismo Jesús hizo en la
cruz; que no demos vueltas en nuestra cabeza a las ofensas que
nos hayan hecho, sino que procuremos olvidarlas.
REFLEXION: ¿Cómo cumplo con mi
obligación de perdonar a todo el que me ofende?
¿Soy fácil para perdonar o soy vengativo, que deseo
que le suceda algún mal al que me ofendió y me
alegro si le sucede?
¿Niego la palabra a alguien, le trato con
indiferencia o le rehúyo si en alguna ocasión me
ofendió? Dios me perdonará así como yo
perdone. Tengo que ser generoso en perdonar, para que
también Dios sea generoso conmigo.
No nos dejes caer en la tentación: Hay
tentaciones que son pruebas de Dios y sirven para nuestro bien.
Hay tentaciones que nos inducen al pecado. Hemos de pedir siempre
que no caigamos en pecado ni en falta deliberada, ya que todo
ello ofende siempre a Dios. Somos débiles y por nuestras
propias fuerzas no podemos sostenernos sin pecar, por las muchas
inclinaciones torcidas que tenemos en nuestra naturaleza.
Necesitamos pedir gracia a Dios para no caer, pero hemos de
pedirla con humildad y con confianza.
REFLEXION: No basta con pedir, tengo que evitar las
ocasiones de pecado. Si por mi culpa o negligencia me pongo en
peligro de ser tentado, desmerezco la gracia de Dios y, entonces,
el enemigo o mi propia sensualidad me empujan al pecado.
¿Pongo yo los medios para no caer en pecado? ¿Evito
las ocasiones?
¿Sacrifico mi lengua, la vista y el
oído antes de caer en pecado? ¿Fomento pensamientos
o deseos de pecado? Sería una burla pedirle a Dios que me
libre de tentación y, al mismo tiempo, ponerme yo mismo en
peligro de pecar.
Y líbranos del mal: De todos los males,
naturales y espirituales. Que nos libre del pecado y del
infierno, que son los verdaderos males. Los males físicos,
como enfermedades, dolores, muerte, etc. pueden ser bienes para
el alma. Que nos libre del demonio, que ronda buscando a quien
conquistar; que no nos dejemos engañar ni seducir por
él. Pero debemos también ayudar a otros en cuanto
este de nuestra parte, para que tampoco caigan en ningún
mal. ¡Cuántos males de toda clase hay en esta vida
como fruto del pecado original, y de nuestros pecados personales
que cometemos, de nuestros egoísmos, soberbias e iras!
Bueno es que pidamos a nuestro Padre que nos libre de todos los
males. El nos librará de todos cuando nos lleve a su
Reino, donde no habrá ningún mal y donde gozaremos
de todos los bienes en el gozo de Dios.
REFLEXION: Esta es la mejor petición que
podemos hacer: que nos lleve a su Reino para vivir con Él.
Allí descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos
y alabaremos, alabaremos y gozaremos. Como dijo Agustin de
Hipona, "eso será el fin sin fin".
Y terminemos dándole gracias a Dios por habernos
permitido vivir esta oración del Padrenuestro de esta
forma meditada. Prometámosle al Señor poner en
práctica en nuestra vida todo aquello que El nos ha
enseñado en esta oración, y roguémosle por
su ayuda para que le seamos fieles hasta el fin de nuestros
días. Y finalicemos la oración con esta
petición:
Que el Señor nos bendiga y nos
proteja.
Que el Señor nos mire con agrado
y nos muestre su bondad. Que el Señor nos mire con amor y
nos conceda la paz.
¿Cuándo debemos
orar?
Jesús, por medio del apóstol Lucas nos
dice: "Orad sin cesar y en todo momento" (Lucas 18:11).
Es necesario orar en aquellos momentos luminosos y elevados
cuando el alma experimenta una visita de lo alto; se vuelve hacia
el cielo y siente la necesidad de la oración. Es necesario
también orar en las horas destinadas a la oración,
a pesar de que para nosotros sea un sacrificio hacerlo en aquel
momento o no estuviéramos dispuestos para hacerlo. De otra
forma se perderá la capacidad de la oración
personal, de la misma forma que una herramienta se oxida por
falta de uso.
Para que nuestra alma conserve la frescura religiosa, es
necesario fijarse la meta de orar de manera regular,
independientemente de si deseamos hacerlo o no. Además,
con la oración personal debemos comenzar y terminar cada
buena acción. Pero además de la oración
personal, íntima y privada, debemos colaborar en ocasiones
en la oración pública o de grupo. De ella
decía el Señor que "donde dos o tres se
reúnen en mi nombre, allí estoy yo entre
ellos" (Mateo 18:20). Pero debemos hacernos
partícipes de la oración en grupo glorificando y
alabando a Dios con una sola boca y con un solo corazón,
lo cual posee una gran fuerza espiritual. Pero en esas ocasiones
oremos por el bien común, por las necesidades colectivas y
del grupo, y dejemos nuestras necesidades personales para el
momento de nuestra comunión íntima y personal con
el Señor mediante nuestra oración
personal.
Frutos de la
oración
La oración prepara nuestro corazón y lo
capacita para la recepción de la influencia divina, lo
cual nos producirá frutos abundantes de virtudes y de
perfeccionamiento personal. La oración atraerá
sobre nosotros la gracia del Espíritu Santo y, con ello,
fortificará en cada uno de nosotros la fe, la esperanza y
el amor. La oración ilumina la razón, fortifica la
voluntad para las buenas intenciones y consuela el corazón
en tiempo de pruebas. Por medio de la oración nos
llegará todo aquello que sea beneficioso para nuestro
verdadero bien.
"Y todo lo que pidáis con fe en
la oración, lo recibiréis" (Mateo
21:22)
Autor:
Agustin Fabra