Lugares abandonados
La encantadora decadencia de las
cosas
Hoteles, fábricas y hospitales, teatros,
estaciones ferroviarias y manicomios, mansiones,
«cortijos»[1] e incluso pueblos y
ciudades, acumulan a lo largo del mundo el polvo y la decadencia
propias del abandono.
Por múltiples motivos, que van desde decisiones
empresariales, guerras locales, accidentes (como el caso de
Chernobyl, en la ex Unión Soviética), crisis
económicas o simple desidia, centenares de complejos
edilicios se desmoronan poco a poco ante nuestros ojos,
despertando sensaciones ambivalentes; mezclando la extraña
belleza que todas las decadencias exhiben junto a la tristeza y
desazón que nacen frente a la inexorable impermanencia de
todas las cosas.
Fig.1
Explorar esos sitios constituye una experiencia
única, intransferible y aleccionadora. La adrenalina se
dispara hasta cotas inimaginables al advertir cómo los
elementos reclaman, siempre exitosamente, aquellos espacios
colonizados por el hombre y sus construcciones.
Investidos de un aura especial, los lugares abandonados
se recrean a sí mismos al convertirse en
«ruinas»; transfigurándose en algo que
sólo eran en potencia. Son el futuro materializado; la
prueba más tangible de lo efímero. El reino
omnipresente del cartón.
Fig.2
Todo se retuerce, se quiebra, se descascara, tambalea y
cruje. Todo es mentira, ilusión. El monarca de la mente es
una mera fantasía afirmada en un trono de clavos oxidados
y sedas que se pudren y deshacen por el abandono. Meras vigas que
se sintieron eternas y hoy son un amasijo de pintura caída
y blanda. Aquel que soñó con la perennidad, se ve
subsumido en el ocaso; muchas veces antes de lo imaginado o
previsto.
Fig.3
Como si fueran los fotogramas de una película
antigua que no terminó de proyectarse, o tal vez las
últimas escenas de un optimismo irreal e ingenuo, el
devenir de los sitios abandonados nos enseña que todos
estamos condenados a ser recuerdo y después
olvido.
Fig.4
En ellos, la imaginación se dispara y las
teorías más descabelladas irrumpen a cada paso,
sabiendo que rara vez podremos confirmarlas. Miedos irracionales
se hacen presentes y no es casual que el imaginario los decore
con historias truculentas y fantasmas.
Fig.5
Los sitios abandonados se revelan como espacios que
resguardan leyendas casi siempre inmorales, repletas de
crímenes, traiciones y acciones «non
sanctas» que, a la postre, se demuestran falsas. Pero
no importa. Los sitios lúgubres requieren de historias
aún más lúgubres.
Fig.6
¿Quién puede permanecer impasible ante una
ruina? ¿Quién no ve en ellas su propio e ineludible
porvenir? ¿Acaso no será ése el motivo por
el cual tantos rehúyen de ellas, ignorándolas y
quitándoselas de la mente?
Fig.7
Sitios de implícitos contrastes, los lugares
abandonados apenas revelan su antigua y perdida hegemonía,
sólo visible a través de los ojos exigidos de la
imaginación.
Fig.8
Materializaciones concretas de la decadencia y, al mismo
tiempo objeto de belleza, los espacios abandonados combinan el
claroscuro y las sombras para destacar en ellas el
mismísimo Reino del Moho, los gusanos y el
escombro.
Fig.9
Hay una clara relación entre los sitios
abandonados y la nostalgia. En ellos se vuelve concreta una idea:
la del tiempo irreversible. Lo que pasó ya no podrá
ser alcanzado nunca más. El Paraíso se
perdió y esa verdad erosiona una de las fantasías
más divulgadas de la modernidad occidental: aquella que
sostiene la noción lineal del Progreso.
Fig.10
Nos despiertan a la cruda realidad de vernos frente a
frente con nuestros deseos incumplidos. Las modernas ruinas
urbanas irrumpen con fuerza en nuestro imaginario porque nos
transmiten la muerte de las promesas de un futuro diferente y
mejor (idea arraigada a lo largo del siglo XVIII y
XIX).
Fig.11
Nostalgia y reflexión se amalgaman entre los
hierros retorcidos; y de ellos surge el trauma de la inocencia
perdida, del optimismo en ruinas.
Fig.12
Un recorrido por el planeta nos coloca ante lugares
abandonados que sorprenden. No son patrimonio exclusivo de los
países en «vías de desarrollo» (
subdesarrollados, para decirlo sin eufemismos). Los selectos
estados del Primer Mundo, rubios y cultos,
también los poseen. Inglaterra, Alemania, Escocia, Estados
Unidos, por nombrar algunos, son depositarios de muchos de estas
ruinas posmodernas, muestrarios de la transición al ocaso
y contemporáneo «memento mori» que
nos anticipa la indefectibilidad de algo: que toda historia puede
ser, finalmente, aplastada por la naturaleza.
Fig.13
Dice Vanessa Graell: «Los lugares abandonados
son la voz del olvido, de lo que permanece a los márgenes
del progreso. Escenarios de fracasos utópicos. Nostalgia
periurbana».
Fig.14
Decadencia hecha poesía. Misterio transmutado en
ruinas.
Inmediatez de lo que ya fue.
Fig.15
Es mucho más inquietante un
jardín abandonado que la selva virgen.
Fig.16
Hay belleza aún en un cuarto
destruido. Siempre y cuando no haya un ser humano durmiendo en
él.
Fig.17
Símbolos de la inútil arrogancia humana,
las «ruinas urbanas» develan lo inconstante que son
las obras del hombre frente al poder imparable de la simple
humedad. El romántico significado de las enredaderas
partiendo los muros de un edificio o la descontrolada fuerza de
las raíces destruyendo el pavimento, cobran nuevo sentido
ante nuestra atónita mirada, enseñándonos
cuán delgada es la seguridad ante el solo paso del
tiempo.
Fig.18
Olvidados, hechos a un lado desde hace décadas,
los lugares abandonados son el pasado materializado y puesto a
mano. Prefiguran la muerte y añaden a la vida una cuota de
novedad, modificándola y ampliándola.
Fig.19
Quien no se ha entregado a las voluptuosidades del
óbito, quien nunca ha gustado del aniquilamiento, no se
curará jamás de la obsesión y temor que
produce la muerte. Estará atormentado por haberse
resistido a su inevitabilidad.
Fig.20
Los lugares abandonados nos obligan a meditar en nuestra
propia podredumbre, materializando el precio infinito de cada
instante.
Algo es más que cierto, dice Cioran:
Rejuvenecemos en contacto con ellos.
Fig.21
¡Cuán precisa resulta la
destrucción! ¡Qué grosero muestrario de lo
finito! ¡Qué claro repertorio de sabiduría,
amargura y farsa!
Fig.22
En los sitios abandonados se nos abre el verdadero
sentido de nuestra dimensión temporal. Sin ellos
—sin la muerte que se destila por sus rajaduras—
estar en el tiempo no significa nada para todos
nosotros.
Autor:
Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
[1] El Cortijo es una propiedad única,
con independencia del número de edificios que lo
conformen y personas que lo habiten. Está vinculado a
una única explotación agrícola, usualmente
de gran tamaño.