Cuando se realiza el estudio de las iniciaciones en el
tiempo, se encuentra que estuvo asociado a los misterios:
"Hubo misterios instituidos en todos los pueblos conocidos
por la historia en la era precristiana: en Egipto como en la
India, en Persia, Caldea, Siria, Grecia y en todas las naciones
mediterráneas, entre los druidas, los godos, los escitas y
los pueblos escandinavos, en la China y entre los pueblos
indígenas de América. Pueden observarse trazas de
ellos en las curiosas ceremonias y costumbres de las tribus de
África y Australia, y en todos los pueblos llamados
primitivos, a los que tal vez, más justamente,
deberíamos considerar como supérstite degenerados
de razas y civilizaciones más antiguas.
Tuvieron fama especialmente los Misterios de Isis y
de Osiris en Egipto; los de Orfeo y Dionisios y los Eleusinos en
Grecia, y los de Mitra, que, desde Persia, se extendieron, con
las legiones romanas, por todos los países del imperio.
Menos conocidos y menos brillantes, especialmente en su
período de decadencia y degeneración, fueron los de
Creta y los de Samotracia, los de Venus en Chipre, los de Tammuz
en Siria y muchos otros.
También la religión cristiana tuvo en
el principio sus Misterios, como surge de los indicios de
naturaleza inequívoca que encontramos en los escritos de
los primitivos Padres de la Iglesia, enseñándose a
los más adelantados un aspecto más profundo e
interno de la religión, a semejanza de lo que hacía
el mismo Jesús, que instruía al pueblo por medio de
parábolas, alegorías y preceptos morales,
reservando al pequeño círculo elegido de los
discípulos –los que escuchaban y ponían en
práctica la Palabra- sus enseñanzas
esotéricas. La esencia de los Misterios Cristianos se ha
conservado en las ceremonias que constituyen actualmente los
Sacramentos.
Igualmente la religión musulmana, así
como el Budismo y la antigua religión brahmánica,
tuvieron y tienen sus Misterios, que han conservado hasta hoy
muchas prácticas, sin duda anteriores al establecimiento
de dichas religiones, reminiscencia de aquellos que se celebraban
entre los antiguos árabes, caldeos y arameos y
fenicios". Tomado de: Aldo Lavagnini – Manual del
Aprendiz.
La iniciación
en Egipto
Los egipcios practicaban la Iniciación en la Gran
Pirámide que es una copia fiel del cuerpo humano y se
puede decir simbólicamente que es la tumba del Dios Intimo
que se halla dentro del hombre. Y para que el hombre vuelva a la
Unidad con el Dios Intimo, debe buscar en su iniciación su
mundo Interno, para ello, el aspirante debía penetrar en
el interior de la Gran Pirámide en busca de la
Iniciación.
Pero la iniciación no era pública por lo
siguiente:
– Para velarlos a los ojos del profano y
– Para facilitar su comprensión al
candidato.
Ahora describiremos una recreación de la
iniciación en el Egipto: Amedes dice a Shetos, cuando
llegan al pie del misterioso Santuario de la
Iniciación:
Sus secretos caminos conducen a los hombres amados de
los dioses, a un término que ni siquiera puedo nombrar. Es
indispensable que ellos hagan nacer en ti el ardiente deseo de
alcanzarlo: La entrada de la Pirámide está abierta
para todo el mundo; pero compadezco a los que tienen que buscar
la salida por la misma puerta cuyos umbrales han franqueado, no
habiendo conseguido otra cosa que satisfacer su curiosidad muy
imperfectamente y ver lo poco que les es dado referir.
Pero el aspirante insiste en el propósito de
recibir la Iniciación y escala tras de su Maestro (el yo
superior) el lado norte de la Pirámide, hasta llegar a una
puertecilla cuadrada, siempre abierta, de reducidas dimensiones
(tres pies de ancho y otros tres de altura), que da acceso a un
pasadizo angosto. El discípulo y su guía recorren
arrastrándose con dificultad. El guía va delante
con una lámpara del saber humano que apenas alumbra su
camino.
La palabra Pirámide viene de "PIR" equivalente a
fuego, o sea, Espíritu.
La iniciación en la Pirámide equivale a la
comunicación con los grandes misterios del Espíritu
"La Unión en el Reino de Dios Interno con el Padre". Este
fuego no es el fuego material, ni tampoco el fuego o luz de los
soles, sino el otro fuego, mil veces más excelso, el del
PENSAMIENTO.
La gran Pirámide Iniciática dentro de la
cual penetraba el candidato, es el símbolo de nuestro
propio cuerpo. ¿Dónde, en efecto, sino en
él, nos iniciamos, más o menos a lo largo de la
vida y de las vidas?
En esta Gran Pirámide Cuerpo, estamos iniciados
evolutivamente hasta llegar a la condición de los Adeptos
Divinos, iniciadores a nuestra vez, de los seres inferiores a
nosotros.
Después de muchas angustias en pocos momentos,
que al aspirante le parecen siglos, llega a una habitación
de regulares dimensiones (dentro de la caja torácica).
Allí le reciben dos iniciados (dos intercesores: el YO
SUPERIOR Y EL ANGEL DE LA GUARDA. Ambos son creados por el mismo
hombre con lo mejor de sus aspiraciones presentes y pasadas), a
quienes no debe hacer ninguna pregunta. Pero el aspirante ignora
esta prohibición, trata de pedirles explicaciones, mas se
le informa que no debe malgastar el tiempo, ya que no
obtendrá ninguna respuesta, porque los intercesores no son
más que sus propias criaturas (y sólo el Dios
Intimo es quien puede dar respuestas verdaderas).
Estos dos intercesores conducen el pensamiento al mundo
interno y entran en un extenso corredor que conduce y termina por
fin al borde de un precipicio profundo e insondable (el
precipicio de las tentaciones de los deseos que conduce a la
parte inferior del cuerpo físico; el aspirante debe ser
tentado con esta prueba y debe bajar al pozo oscuro de su propio
cuerpo).
Una luz (emanada del Yo Soy) puesta en el borde, le
permite apreciar el peligro de una espantosa caída (cuando
el pensamiento se dirige a este mundo inferior y se deleita en
él). Mirando con atención, el aspirante distingue
unas barras empotradas en un lado de la negra sima que aunque no
sin riesgo, hacen posible el descenso (del pensamiento) por ellas
a hombres de cabeza firme y ánimo
imperturbable.
El aspirante prefiere bajar para no sufrir las
dificultades del regreso. A bastante profundidad terminan los
escalones de sus costillas, pero sin llegar todavía al
fondo. En el último escalón (del vientre) busca la
solución al terrible problema y entonces encuentra en la
pared una abertura o una estrecha ventana y por ella
podría entrar en otro corredor, todavía
descendiente, pero en forma de espiral angosto. Al final de la
pendiente del pasadizo, tropieza el neófito con una fuerte
verja; la empuja y cede; pero, al cerrarse detrás de
él, choca contra sus quicios y produce un fragor
infernal.
Sigue adelante y otra reja le corta el paso. Al
aproximarse ve que continúa un estrecho y bajo corredor
sobre cuya entrada brilla este letrero: "Todos los que recorren
este camino, solos y sin mirar atrás, serán
purificados por el fuego, por el agua y por el aire. Si consiguen
vencer el miedo (de la mente) a la muerte saldrán del seno
de la tierra (de la profundidad del cuerpo humano)
volverán a ver la luz (del Sol en el corazón) y
tendrán el derecho de preparar el alma para recibir la
revelación de los misterios de la Gran Diosa Isis" (Los
misterios de la naturaleza humana).
Hasta aquí el aspirante, desde su entrada por la
puerta de la Pirámide, o por su propio corazón,
tuvo que caminar por cuatro corredores y estos corredores se
comunican entre sí por estancias o verjas. El pensamiento
durante su penetración en el mundo interno tiene que
recorrer los cuatro corredores que unen y comunican entre los
cuatro centros mágicos y poderosos dentro del cuerpo del
hombre, que conducen a las cuatro etapas inferiores del mundo
interno, siguiendo las leyes cósmicas de la
involución; pero una vez llegado a la última etapa
comienza nuevamente su ascenso después de ser probado en
su evolución por el fuego, por el agua y por el
aire.
El aspirante sigue el camino de la
Iniciación.
Aunque nadie le ve, siempre está vigilado por sus
intercesores y a la menor debilidad, acudirán presurosos
y, por otros corredores le conducirán a la puerta de
entrada para que se reintegre a la luz y a la vida exterior, no
sin haber jurado que a nadie referiría lo ocurrido. El
perjuro será castigado terriblemente porque este descenso
a las etapas inferiores otorgan al aspirante los poderes de las
tinieblas y ¡ ay de quien se atreve a comunicar estos
poderes a los demás! y ¡ay de quien los utiliza para
sus fines personales!
Al final del oscuro corredor encuentra el aspirante a
tres iniciados que cubren sus cabezas y sus rostros con la
máscara de Anubis. (Hay tres iniciadores que nos conducen
en estas etapas antes de llegar al altar de los misterios
Mayores: El Gran Iniciador, que es el Maestro Interno; el
Iniciador Menor, que es el instructor mental y, el Iniciador
Mediano, que es nuestro Poder de voluntad.)
Aquella puerta es en la Iniciación, la puerta de
la muerte.
Uno de los enmascarados dice al aspirante: "No estamos
nosotros aquí para estorbarle el paso. "Puedes seguir tu
marcha, si los dioses te conceden el valor que necesitas. Pero
ten por sabido, que si transpuesto este lugar (y llegas hasta el
fuego sagrado de tu Divinidad), y en algún momento
retrocedes, aquí estamos para impedirte que huyas. Hasta
ahora libre eres para desandar lo andado, mas si prosigues
habrás perdido toda esperanza de salir de estos lugares
sin obtener la definitiva victoria. A tiempo estás;
decídete. Si renuncias, aún puedes salir por este
corredor (que comunica con el mundo exterior) sin volver
atrás la vista: si avanzas, sigue el camino que ves frente
a ti (que conduce al centro de la médula espinal) por
donde debes escalar hasta el CIELO. Este camino debes recorrerlo
sin vacilación (si no quieres ser retenido en vuestro
propio infierno). Escoge".
Al contestar el aspirante que nada le arredra, los tres
guardianes, dejan pasar, cerrando la puerta (la cuarta). Otra vez
queda solo en un largo pasadizo a cuyo extremo advierte un
resplandor. A medida que adelanta, su luz se hace más
intensa llegando a ser deslumbradora. Pronto llega a una estancia
abovedada donde, a un lado y a otro, arden enormes piras cuyas
llamas se entrecruzan en el centro (de la base de la columna
vertebral).
Esta parte está cubierta por un enrejado
incandescente. Los clavos apenas le permiten poner el pie en
lugar seguro de quemaduras, y al recorrerlo no era sólo el
peligro de padecer abrasado el que le amenaza, sino el morir
asfixiado en aquel ambiente irrespirable.
Cerrando los ojos, el aspirante penetra en la
ígnea habitación; pero ¡oh increíble
encanto! Al tocar sus pies el enrejado fino, (cuando el
pensamiento puro penetra sin temor en el fuego sagrado) las
llamas desaparecen, las hogueras se apagan
instantáneamente y el paso entre ellas se hace posible sin
temor a afrontar una muerte espantosa. Y no se crea que se trata
con esto de un mero símil, sino de una realidad tangible.
En las entrañas misteriosísimas de nuestro cuerpo,
como en las de nuestro Planeta arde, según la
física, un gran fuego, y duerme según la
Metafísica un fuego aún más intenso, es el
fuego del Cósmico pensamiento. Estos fuegos ocultos a la
mirada del profano, que vive fuera de su Templo, son vistas y
sentidas solamente por el Iniciado.
El dominio de los tres cuerpos es necesarísimo
para la última prueba que equivalía al coronamiento
de toda la iniciación. Significaba la completa
dejación de todo lo vulgar, lo terrenal, para alcanzar la
suprema luz; la que sólo brilla ante los ojos cerrados por
la muerte física.
Esta última prueba consistía en colocar al
discípulo dentro de un sarcófago.
Echado dentro de él, tenía que pasar
inmóvil toda una noche entregado a profunda
meditación y a especiales rezos. En estas condiciones,
realizaba la proyección de cuerpo ASTRAL, según los
métodos que le habían enseñado, y su cuerpo
invisible, arrastrado por las corrientes de los planos
superiores, ascendía a las alturas donde le era dicha la
última palabra, donde conocía el último
secreto de la absoluta verdad. Al lucir el nuevo día
levanta de la base del sarcófago un hombre distinto: un
Adepto perteneciente a la suprema jerarquía de la
INICIACION. Sus poderes eran indescriptibles, y sus obligaciones
y responsabilidades eran espantosas. Sólo un maestro de la
Secreta Sabiduría podía ser capaz de
afrontarlas.
La entrada en el mundo astral, necesita el dominio de
los tres cuerpos arriba indicados, el aspirante debe ser puro en
cuerpo físico, en cuerpo de deseos y en cuerpo de
pensamientos o en otro término, en pensamientos, deseos y
obras.
La verdad es interna y para llegar hasta ella debemos
entrar en nuestro mundo interno y hacer de nuestro cuerpo
físico un sarcófago. Por medio de la profunda
meditación y la oración mental, el espíritu
penetra en las corrientes divinas, asciende hasta el Padre quien
"al vencedor le dará maná escondido; y le
dará una piedrecilla blanca y en la piedrecilla un nombre
nuevo escrito, que no sabe ninguno sino aquel que lo
recibe".
La religión en Egipto.
La religión egipcia fue una religión
esotérica, cuyos ritos eran sustraídos de
la vista del pueblo, al menos en su parte esencial. El templo
egipcio era fundamentalmente distinto de una iglesia moderna, que
está abierta a todos, aun a los incrédulos: los
"profanos", los que no formaban parte del sacerdocio, no
podían entrar en el santuario del dios o de la
diosa.
Después de un patio público había
una sala cuyo techo soportaban numerosas columnas (sala
hipóstila, literalmente: "bajo las columnas").
Esta parte del templo, donde los fieles depositaban sus ofrendas
al dios, era accesible bajo ciertas condiciones. Luego,
seguía el santuario, al que solo podían entrar los
sacerdotes: los Colegios sacerdotales eran los
únicos depositarios de los ritos, de los símbolos y
de las doctrinas de la religión.
Los ritos de iniciación.
Isaac Asimov en su libro "Historia de los Egipcios"
dice: Es posible que el culto del sol condujera de forma
natural a la noción del ciclo de vida, muerte y
renacimiento. Cada tarde el sol se ponía por el Oeste, y
cada mañana se elevaba de nuevo. Los egipcios imaginaban
al sol como un infante que aparecía por el Este,
crecía con rapidez, alcanzando el pleno desarrollo a
mediodía, la madurez al ir cayendo hacia el Oeste, y la
vejez y la muerte al irse poniendo y desaparecer. Pero tras
realizar un peligroso viaje a través de las cavernas del
mundo subterráneo, volvía a aparecer por el Este, a
la mañana siguiente, con el aspecto fresco y joven de un
muchacho, renovando así su vida.
En los santuarios se desarrollaba un ritual sumamente
complejo, casi siempre consagrado a un mito central: la leyenda
de Osiris, cuya muerte y
resurrección simbolizaban el ritmo de las
estaciones. Osiris, el dios-hombre, y su hermana-esposa,
Isis, eran las dos divinidades más populares del
antiguo Egipto, y su culto, particularmente el de Isis,
había de difundirse más tarde en toda la cuenca del
Mediterráneo. Alrededor del mito de Osiris,
muerto y descuartizado por su hermano Seth, y luego
resucitado gracias a los poderes mágicos de su mujer
Isis, giraba la mayoría de los ritos de
iniciación. Osiris, el dios que muere y resucita,
encarnaba a un tiempo: la vegetación, que se corrompe en
la tierra y renace en primavera; el Sol, que parece desaparecer y
reaparece a la mañana siguiente; el dios que ha
conquistado la inmortalidad y, como tal, juzga a los hombres
después de muertos.
En él había de tomar ejemplo el iniciado:
después de la muerte, el hombre podía "devenir otro
Osiris", adquirir, como ese dios, existencia eterna; pero el
iniciado podía, en esta vida, deificarse, morir
simbólicamente, para renacer a una existencia
divina.
Morir para renacer, tal era la lección
que enseñaba el mito de Osiris, La leyenda se ponía
en acción en los santuarios, en el curso de ceremonias
secretas, durante las cuales los miembros de la jerarquía
sacerdotal eran actores en una serie de espectáculos
simbólicos, destinados a dar al iniciado la
sensación de que moría y luego renacía a una
existencia inefable.
Simbolismo y doctrina.
La Simbología egipcia es aún, a pesar de
los numerosos trabajos de los egiptólogos, poco conocida.
Como no podemos examinar todos los curiosos emblemas que se
encuentran en los templos egipcios mencionemos simplemente los
símbolos que más a menudo se asociaban a las
figuraciones de la diosa Isis: los cuernos, el globo, el
cántaro, la media luna, el niño al que está
amamantando, el vestido que le llega hasta los pies, la barca, la
hoz, y el Ankh, o cruz ansada (o cruz de San Antonio), cuyo
significado sigue siendo misterioso; sin embargo, se da la
siguiente interpretación: "Es el símbolo de la vida
eterna, el circuito vital irradiado por el Príncipe que
baja a la superficie (sobre la pasividad que él anima);
penetra en las profundidades hasta el infinito, lo que
está expresado por la línea vertical."
En lo que respecta a las doctrinas secretas,
citaremos algunos rasgos de esas síntesis doctrinales, en
que se hallan reunidas casi todas las doctrinas clásicas
del esoterismo: la organización del mundo por la
acción de un Demiurgo ígneo, manifestándose
fuera del caos primordial, de las Aguas tenebrosas; la
aparición de las potencias divinas por parejas sucesivas
compuestas por un dios y una diosa; la generación
múltiple de éstos en el seno de la gran Unidad, que
permanece siempre idéntica a sí misma; la
posibilidad de una identificación del alma humana con el
principio de que procede.
La teología, egipcia ejerció gran
influencia sobre el pensamiento en el mundo de entonces cuando
Alejandría llegó a ser el principal centro
intelectual; las huellas se encuentran fácilmente en
ciertas Gnosis, en los diferentes Misterios del imperio romano y,
según parece, hasta en el cristianismo: según
ciertos autores, en el culto de Isis estaría el origen del
culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era
la simbolización de la Naturaleza, siempre fecundada, pero
siempre virgen.
Las Vírgenes negras.
La tierra es de un modo natural fecunda, de una
fecundidad siempre renovada, la Diosa-Tierra era particularmente
invocada por las mujeres estériles que deseaban tener un
hijo. Más tarde, las Vírgenes Negras siguieron
teniendo esa reputación milagrosa de conceder la
fecundidad y, por extensión, de ser protectoras de los
niños de corta edad.
Las gentes sencillas, muy atadas a esas
prácticas, no hacían otra cosa que presentir la
grandiosa concepción cosmogónica y naturalista que
esta función milagrosa representaba.
En efecto, en la mayoría de los antiguos relatos
sagrados de la humanidad, todo en el universo nacía
siempre del encuentro y la síntesis de un principio
masculino y un principio femenino. Así, la Tierra, virgen
en su origen, fue fecundada por los rayos del sol, y es gracias a
esta acción bienhechora que pudo dar vida a todo lo que
existe, la Naturaleza y la Humanidad. Desde entonces, sin caer no
obstante en un politeísmo primitivo, los antiguos hicieron
de la tierra, de la Diosa-Tierra, la representación
simbólica del gran principio femenino de todas las cosas,
y del Sol, la del principio masculino por excelencia.
En todas las religiones en las que se venera a una
Diosa-Tierra, siempre aparece indisolublemente asociado con ello
un culto solar. Tanto entre los egipcios, como en el caso de los
incas, los griegos o los celtas, no hay Diosa-Tierra sin
Dios-Sol, su complemento indispensable.
¿Y el color negro? Precisamente este color es el
que se utiliza simbólicamente para representar esa tierra
primitiva que, una vez fecundada, será fuente de toda
vida. Diosa-Tierra implica color negro.
La iniciación
griega
Durante mucho tiempo se consideró a Grecia como
la tierra donde floreció lo que se llama "el
espíritu clásico"; el gusto del orden y de
la armonía, el sentido del equilibrio. En realidad hay
pocos países donde el esoterismo y las religiones de los
Misterios hayan proliferado más: al lado del
espíritu "apolíneo" floreció el
espíritu "dionisíaco" bajo sus múltiples
formas.
Dioniso.
El culto de Dioniso es una de las más
antiguas religiones de Misterios de Grecia; y se le atribuye un
substrato religioso indoiranio. (Dioniso es
Div-an-aosba, el dios ario de la "bebida de
inmortalidad", el páredro de la gran Diosa-Madre
que se encuentra en todo el Mediterráneo
prehelénico.)
El toro, la serpiente, la hiedra y el vino son los signos de
la característica atmósfera dionísica,
infundida por la insaciable vida del dios. Su numinosa presencia
significa que el dios está cerca. Dioniso está
estrechamente asociado con los sátiros, los centauros y
los silenos. Siempre porta un tirso. Además de la parra y
su alter ego salvaje estéril, la hiedra venenosa, estaba
también a él consagrada la higuera. La piña
que coronaba su tirso le relacionaba con Cibeles, y la granada
con Deméter.
Dioniso tuvo un nacimiento inusual. Su madre fue Sémele
(hija de Cadmo), una mujer mortal, y su padre Zeus, el rey de los
dioses. Cuando Dioniso creció, descubrió la cultura
del vino y la forma de extraer su precioso jugo, la leyenda narra
lo siguiente: Dioniso se encontró con un frágil
tallo de parra, sin pámpanos, racimos o fruto alguno. Le
gustó, y decidió hacer algo para preservarlo. En
primer lugar, lo introdujo en un huesecillo de pájaro. Tan
a gusto se encontró el tallo, que siguió creciendo.
Fue entonces cuando tuvo que trasplantarlo al interior de un
hueso de león. Posteriormente, hubo de pasarlo a un hueso
de asno, de mayor tamaño. Al tiempo, el tallo se
convirtió en una parra y dio su fruto. Entonces
descubrió Dioniso las propiedades del zumo fermentado, por
la génesis del tallo se interpretan los estados que
infunde el vino al bebedor. Si bebe, se encontrará alegre
y fuerte (como un pájaro y como un león,
respectivamente). Pero, en caso de excederse, el bebedor se
volverá tonto (como un asno).
Es posible que la mitología dionisíaca fuese
más tarde incorporada al Cristianismo. Hay muchos
paralelismos entre las leyendas de Dioniso y Jesús: se
decía de ambos que habían nacido de una mujer
mortal engendrados por un dios, que volvieron de entre los
muertos, y que transformaron el agua en vino.
Quizás habría que agregar fuertes
influencias egipcias, pues la pareja Dioniso-Deméter
recuerda la pareja Osiris-Isis . Sea como fuere, se comprueba la
existencia, en todas las partes del mundo helénico, de
Colegios, asociaciones secretas o tíasos, que
celebraban a Dioniso con un culto exaltado, cultos agrarios que
simbolizaban la Primavera: danzas con carácter sexual muy
acentuado, ebriedad colectiva, sacrificios sangrientos y
prácticas mágicas diversas. Análogos a esos
Misterios dionisíacos, eran los de Sabazio y su
páredra Anaitis, cuyo ritual se parecía a
los misterios frigios de Atis y de Cibeles,
cuya influencia había de ser, más tarde, tan grande
sobre el paganismo romano.
Los Misterios de Eleusis.
De carácter más oficial eran los
Misterios de Eleusis (cerca de Atenas), consagrados a
Deméter; su finalidad era celebrar la
unión de Zeus y de la diosa, es decir, del Cielo
y de la Tierra, y de renovarla místicamente para asegurar
y promover la fecundidad de la naturaleza. Lo que en ellos se
encontraba, como por lo demás en todos los Misterios
antiguos, no era una enseñanza, sino
espectáculos simbólicos, pues la parte
central de esos misterios era la reconstitución de las
bodas de Zeus y Deméter. Se distinguían los
"pequeños" y los "grandes" misterios, en los que se
hacían iniciar sucesivamente; de ahí la
distinción de dos clases de iniciados: los mistos
y los epoptos.
Los misterios estaban basados en una leyenda en
torno a Deméter. Su hija Perséfone, también
llamada Core ("la Muchacha") fue secuestrada por Hades, el dios
de la muerte y el inframundo. Deméter era la diosa de la
vida, la agricultura y la fertilidad. Descuidó sus deberes
mientras buscaba a su hija, por lo que la Tierra se heló y
la gente pasó hambre: el primer invierno. Durante este
tiempo Deméter enseñó los secretos de la
agricultura a Triptólemo. Finalmente Deméter se
reunió con su hija y la tierra volvió a la vida: la
primera primavera. Desafortunadamente, Perséfone no
podía permanecer indefinidamente en la tierra de los
vivos, pues había comido unas pocas semillas de una
granada que Hades le había dado, y aquellos que prueban la
comida de los muertos, ya no pueden regresar. Se llegó a
un acuerdo por el que Perséfone permanecía con
Hades durante un tercio del año (el invierno, puesto que
los griegos sólo tenían tres estaciones, omitiendo
el otoño) y con su madre los restantes ocho
meses.
Los misterios eleusinios celebraban el regreso de
Perséfone, pues éste era también el regreso
de las plantas y la vida a la tierra. Perséfone
había comido semillas (símbolos de la vida)
mientras estuvo en el inframundo (el subsuelo, como las semillas
en invierno) y su renacimiento es, por tanto, un símbolo
del renacimiento de toda la vida vegetal durante la primavera y,
por extensión, de toda la vida sobre la tierra.
Había dos partes en los Misterios Eleusinios: los
mayores y los menores. Los misterios menores se celebraban en
anthesterion (sobre marzo), si bien la fecha exacta no siempre
era fija y cambiaba ocasionalmente, a diferencia de la de los
mayores. Los sacerdotes purificaban a los candidatos para la
myesis de iniciación. Sacrificaban un cerdo a
Deméter y entonces se purificaban a sí mismos.
Los misterios mayores tenían lugar en boedromion (el
primer mes del calendario ático) y duraban nueve
días. El primer acto de los misterios mayores (14 de
boedromion) era el traslado de los objetos sagrados desde Eleusis
hasta el Eleusinion, un templo en la base de la Acrópolis
de Atenas. El 15 de boedromion, los hierofantes (sacerdotes)
declaraban el prorrhesis, el comienzo de los ritos.
Las ceremonias comenzaban en Atenas el 16 de boedromion con
los celebrantes lavándose a sí mismos en el mar en
Falero y sacrificando un cerdo joven en el leusinion el 17 de
boedromion.
La procesión comenzaba en el Cerámico (el
cementerio ateniense) el 19 de boedromion y la gente caminaba
hasta Eleusis, siguiendo el llamado "Camino Sagrado", balanceando
ramas llamadas bakchoi por el camino. En un determinado punto de
éste, gritaban obscenidades en conmemoración de
Yambe (o Baubo, una vieja que —contando chistes
impúdicos— había hecho sonreír a
Deméter cuando ésta lloraba la pérdida de su
hija). La procesión también gritaba "¡Iakch'
o Iakche!", refiriéndose a Yaco, posiblemente un
epíteto de Dioniso, o una deidad independiente, hijo de
Perséfone o Deméter.
Tras llegar a Eleusis, había un día de ayuno en
conmemoración al que guardó Deméter mientras
buscaba a Perséfone. El ayuno se rompía para tomar
una bebida especial de cebada y poleo llamada ciceón
(kykeon). En los días 20 y 21 de boedromion, los
iniciantes entraban en una gran sala llamada Telesterion donde
les eran mostradas las sagradas reliquias de Deméter. Esta
era la parte más reservada de los misterios y aquellos que
eran iniciados tenían prohibido hablar jamás de los
sucesos que tenían lugar en el Telesterion, so pena de
muerte.
Respecto al clímax de los misterios, hay dos
teorías modernas. Algunos sostienen que los sacerdotes
eran los que revelaban las visiones de la sagrada noche,
consistentes en un fuego que representaba la posibilidad de la
vida tras la muerte, y varios objetos sagrados. Otros afirman que
esta explicación resulta insuficiente para explicar el
poder y la longevidad de los misterios, y que las experiencias
debían haber sido internas y provocadas por un ingrediente
fuertemente psicoactivo contenido en el kykeon.
La siguiente a esta sección de los misterios era el
pannychis, un festín que duraba toda la noche y era
acompañado por bailes y diversiones. Las danzas
tenían lugar en el Campo Rhario, del que se decía
que era el primer punto en el que creció el grano.
También se sacrificaba un toro bastante tarde durante la
noche o temprano la siguiente mañana. Ese día (22
de boedromion), los iniciandos honraban a los muertos vertiendo
libaciones de vasijas especiales.
Los misterios terminaban el 23 de boedromion y
todos volvían a sus casas.
En el centro del Telesterion estaba el
Anaktoron (palacio), un pequeño edificio de
piedra al que sólo el hierofante podían entrar. Los
objetos sagrados se guardaban en él.
Había cuatro categorías de gente que
participaba en los Misterios eleusinios:
Los sacerdotes, sacerdotisas e hierofantes
Los iniciados, que se sometían a la ceremonia
por primera vezLos otros que ya habían participado al menos
una vez y eran aptos para la última
categoríaAquellos que habían alcanzado la
epopteia (revelación), que habían
aprendido los secretos de los mayores misterios de
Deméter.
Lo anterior es sólo un resumen, pues una gran
parte de los Misterios de Eleusis nunca se pusieron por escrito.
Por ejemplo, kiste y kalathos eran,
respectivamente, un cofre y una cesta con tapa sagrados, cuyos
contenidos sólo conocían los iniciados. Aún
hoy se desconocen cuáles eran, y probablemente nunca se
sabrá.
Jack Christian en su Libro "La Masonería Historia
e Iniciación" relata como los miembros de la comunidad
eleusina iniciaban a sus elegidos: "Tras tres investigaciones
el candidato se presenta a su logia para ser interrogado sobre
sus opiniones e intenciones ¿Qué se exige del
candidato? Primero una conducta moral irreprochable. Un criminal
es rechazado inmediatamente, luego un juramento por el que se
compromete a no revelar nada de lo que se le enseñe:
Finalmente se le pide que abandone su fortuna y bienes
materiales. Estas tres condiciones subsisten en la actual
masonería".
El Orfismo.
Mencionemos también los Misterios de
Orfeo, centrados alrededor del mito de Zagreo
(idéntico a Dioniso), desgarrado y resucitado. La
cosmogonía órfica se parece bastante a las
doctrinas egipcias o hindúes. En ella se ve a la
Noche producir el Huevo del mundo, cuyas dos
mitades forman el Cielo y la Tierra, y de donde nace el
Eros luminoso, principio de vida. Pero lo que da al
estudio del Orfismo el mayor interés son sus doctrinas
sobre la Salvación del alma, que, encerrada en el
cuerpo como en una prisión, transmigra continuamente de un
ser a otro en un ciclo sin fin; la iniciación, junto con
la abstinencia y renunciación, permiten romper el "ciclo
infernal" de los renacimientos: Los hombres descienden de los
titanes, nacieron de las cenizas de esos enemigos del Dios,
fulminados por Zeus en castigo de su crimen; por consiguiente, su
naturaleza comporta un elemento malo, que a veces se designa como
terrestre. Pero también comporta un elemento divino o
celeste, pues los titanes habían devorado al hijo de Zeus.
Sin admitir formalmente la noción de la caída o del
pecado original, ese dualismo atestigua la idea de una
mácula impresa a la especie humana y, por ese medio,
plantea los términos de un problema de salvación…
El ciclo sin fin de los renacimientos es la eternidad del dolor;
se trata de librarse de él, y esa liberación es la
finalidad de la vida órfica. El Orfismo parece haber
influido fuertemente en Platón, y por lo
demás podemos preguntarnos si el famoso mito de la
Caverna, en la República, no relata una
iniciación practicada por una secta órfica a la que
pertenecía Platón.
El credo órfico propone una innovadora
interpretación del ser humano, como compuesto de un cuerpo
y un alma, un alma indestructible que sobrevive y recibe premios
o castigos más allá de la muerte. Para los
órficos es el alma lo esencial, lo que el iniciado debe
cuidar siempre y esforzarse en mantener pura para su
salvación. El cuerpo es un mero vestido, un
habitáculo temporal, una prisión o incluso una
tumba para el alma, que en la muerte se desprende de esa
envoltura terrena y va al más allá a recibir sus
premios o sus castigos, que pueden incluir algunas
reencarnaciones o metempsicosis en otros cuerpos (y no
sólo humanos), hasta lograr su purificación
definitiva y reintegrarse en el ámbito divino.
El proceso de purificación puede ser largo y realizarse
en varias transmigraciones del alma o metempsicosis. De
ahí el precepto de no derramar sangre humana ni animal, ya
que también en formas animales puede latir un alma humana
(e incluso la de un pariente). Al iniciarse en los misterios, el
hombre adquiere una guía de salvación, y por eso en
el Más Allá los iniciados cuentan con una
contraseña que los identifica, y saben que deben
presentarse ante los dioses de ultratumba con un saludo amistoso,
como indican las laminillas órficas que se entierran con
ellos. Las laminillas áureas apuntan instrucciones para
realizar bien la katábasis y entrar en el Hades (no beber
en la fuente del Olvido, sí en la de la Memoria, proclamar
"también yo soy un ser inmortal", etc.).
Sin embargo, antes de entrar a comentar estas
cuestiones, conviene recordar brevemente los rasgos
arguméntales más característicos de este
mito. Para ello resulta de gran utilidad resumir la
descripción que hizo Virgilio al final de la
Geórgica IV, la primera versión de la
historia que ha llegado completa hasta nosotros.
Cuenta Virgilio, al finalizar la mencionada
Geórgica IV, que Orfeo era un cantor y
músico tracio de poderes extraordinarios, pues con los
sones de su voz y los armónicos acordes de su
música lograba que las fieras lo siguiesen, que los
árboles e, incluso, las rocas se inclinasen y moviesen a
su paso y que los hombres se calmasen al oírlo.
Precisamente su participación, junto con otros
héroes de gran prestigio y fama, en el viaje de los
Argonautas tuvo por finalidad utilizar los poderes de su
capacidad musical para marcar la cadencia de los remeros y
apaciguar las tempestades marinas con sus cantos:
Tan grande era la fuerza de su música que, cuando
la nave Argos pasó por delante de las Sirenas que
intentaban seducir a los marineros de la nave, Orfeo
utilizó un recurso distinto del de Ulises: cantando
aún mejor que ellas consiguió que los tripulantes
se mantuviesen quietos en sus bancos.
Orfeo estaba profundamente enamorado de su mujer
Eurídice. Sin embargo, la fatalidad quiso que Aristeo
persiguiese un día a Eurídice para violarla. Cuando
huía, una serpiente venenosa le mordió y
Eurídice murió. Orfeo quedó desconsolado.
Embargado por la tristeza, dejó de cantar sumiendo a la
naturaleza que le rodeaba en una profunda melancolía. Por
fin, añorando desesperadamente a su mujer decidió
ir a la puerta del Hades donde consiguió, con su
música, que hasta la más inflexible de las diosas,
la diosa del Hades (Hécate o Perséfone) se apiadase
de él hasta el extremo de que le permitió hacer
algo que estaba vetado a todos los demás mortales:
descender al Hades para recuperar a su mujer. Únicamente
le impuso una estricta condición: que cuando la encontrase
y retornase con ella al mundo terrenal, Eurídice
debía seguirle y Orfeo, en ningún caso,
podría girarse hacia atrás para comprobar si la
mujer le seguía. Si incumplía esta orden, la
perdería definitivamente. Orfeo aceptó el reto.
Caminando por el Hades consiguió paralizar con sus cantos
toda la vida y movimientos del antro infernal (la rueda
de Ixión y la piedra de Sísifo dejaron de rodar y
las Danaides abandonaron momentáneamente su inútil
trabajo de llenar de agua las jarras agujereadas) hasta que, por
fin, encontró a Eurídice. Ella, tal como
había sido prescrito, siguió sumisamente sus pasos
a lo largo del camino de retorno hacia la luz del sol. Sin
embargo, Orfeo, cuando ya estaba pisando el umbral de la salida
del Hades, no pudo contener su humana curiosidad y se giró
hacia atrás para comprobar si su mujer le seguía,
aunque tan sólo llegó a intuir como una sombra
espectral se desvanecía hacia las profundidades del abismo
infernal. La amenaza de la diosa del Hades se había
cumplido implacable.
Orfeo, ahora doblemente desconsolado, intentó
volver a buscarla. Sin embargo, la ley fijada por
Perséfone le impedía retornar al Hades.
Desesperado, no le quedó más remedio que vagar
solitario, consumido por la aflicción de su doble
desgracia. Había perdido a su mujer por dos veces
consecutivas. La última por no haber sabido contener su
curiosidad y respetar la orden divina.
Sobre lo que sucedió después hay muchas
versiones, aunque todas giran alrededor del mismo argumento: que
Orfeo volvió a su país, Tracia, y que allí
tuvo muchos problemas con las mujeres que le acosaban y
pretendían. Añorando todavía a su esposa, se
negó a mantener ningún tipo de relación con
ninguna otra mujer, hecho que las mujeres tracias interpretaron
como un insulto y un menosprecio hacia ellas. Otros testimonios
informan que sólo se rodeaba de hombres, lo que le
valió la fama de haber instaurado la homosexualidad o,
incluso de entenderse sólo con niños, circunstancia
que también le valió la fama, esta ya mucho
más dudosa en los tiempos que corren, de haber inventado
la pederastia.
Orfeo acabó su vida descuartizado por las mismas
mujeres tracias que sentían una pasión irresistible
por él. Se cuenta que su cabeza y su lira fueron a parar
al río Hebro y que, siguiendo su curso, continuaron
cantando hasta que llegaron a la isla de Lesbos. Isla que, por
este motivo, fue consagrada a la lírica.
De todas las hazañas y aventuras que jalonan el
relato hay, sin duda, una de excepcional y digna de ser
recordada: la bajada al Hades. Muy pocos héroes se
atrevieron a realizar una empresa de semejante riesgo: Ulises,
para consultar el alma de Tiresias; Hércules, para buscar
y secuestrar al Cancerbero por orden de Euristeo, y Teseo, quien
junto con su compañero Piritoo visitó el Hades para
secuestrar a la misma diosa Perséfone, acción que
frustró Hades, su marido, al simular un banquete y dejar
clavado en su asiento al intruso hasta que éste fue
liberado por Hércules.
El descensus ad inferos representa el mayor
reto con el que pueda enfrentarse un humano y su mera
realización constituye el acto heroico por excelencia.
Ningún otro desafío puede comparársele pues
ninguna otra hazaña puede equipararse con el peligro de
enfrentarse con las fuerzas de ultratumba y arrostrar los riesgos
que comporta ese acto excepcional. Desde el punto de vista de la
evolución del pensamiento occidental esta gesta resulta
decisiva porque, tras la aventura de Orfeo, se oculta el origen
de la creencia en la existencia de un mundo del más
allá relacionado con una noción nueva y
mistérica, llamada a revolucionar el pensamiento y
mentalidad religiosa del mundo griego: la inmortalidad del alma y
su posterior sometimiento a los ciclos de
reencarnaciones.
Sin embargo, y fuese cual fuese la interpretación
del viaje de ultratumba por parte de Orfeo, está fuera de
cualquier duda que su mítica bajada al Hades
representó el inicio de su prestigio y de la posterior
aparición de los grupos órficos que a él se
consagraron. La convicción de que Orfeo había
penetrado en la morada de los muertos y de que había
salido con vida de él le hizo pasar por un ser
extraordinario porque había visto y conocía los
más profundos secretos del más allá. Al
mismo tiempo, su viaje de entrada y salida del Hades simbolizaba
el ciclo de la vida-muerte-vida al que, según la creencia
órfica, estaba sometida el alma.
A pesar del renombre que le reportó a su autor el
viaje al Hades en busca de su mujer, esa acción fue
interpretada de otro modo por Platón, que mostró su
opinión discordante en el Banquete al argumentar
que Orfeo, en realidad, había actuado como un
cobarde:
"En cambio a Orfeo, el hijo de Eagro, lo despidieron
del Hades sin conseguir nada, después de que le hubiesen
mostrado el fantasma de su mujer, a quien él había
ido a buscar. No se la entregaron porque lo consideraban un
cobarde y, como citarista que era, no se atrevió a morir
por amor como Alcestis, sino que se las ingenió para
entrar vivo en el Hades".
Orfeo: El poder de la palabra.
Los testimonios más antiguos coinciden en
resaltar el carácter fascinante y encantador de la voz y
la lira de Orfeo. Los poetas y autores trágicos destacaron
algunos rasgos de su poder musical que han llegado a ser
proverbiales, como su capacidad de encantar a los animales hasta
conseguir calmarlos o, incluso, de arrastrar tras de sí a
los seres inanimados como los árboles y las
piedras:
Los poetas identificaron el poder de su música
con la fuerza de su palabra, por extensión de su capacidad
musical, el discurso, el logos de Orfeo, fue considerado
como un poder persuasivo que, como en el caso de Ifigenia, todos
envidiaban y querrían poseer para dominar a los
demás:
Tan poderoso debió de resultar su poder de
convicción que Platón llegó a comparar la
capacidad persuasiva de un sofista del renombre de
Protágoras con el poder encantador de Orfeo:
"De cada ciudad por la que pasa Protágoras,
encantándolos con su voz como Orfeo, lleva tras de
él extranjeros endulzados por su voz".
El Pitagorismo.
El cuerpo es una tumba (soma sema), dicen los
pitagóricos. Hay que superarlo, pero sin perderlo.
Aquí aparece la conexión con los órficos y
sus ritos, fundados en la manía (locura) y en la
orgía. La escuela pitagórica utiliza estos ritos y
los transforma. Así se llega a una vida suficiente,
teorética, no ligada a las necesidades del cuerpo, un modo
de vivir divino. El hombre que llega a esto es el sabio, el
sophós (parece que la palabra filosofía o amor a la
sabiduría, más modesta que sofía,
surgió por primera vez de los círculos
pitagóricos). El perfecto sophós es al mismo tiempo
el perfecto ciudadano; por esto el pitagorismo crea una
aristocracia y acaba por intervenir en política. Los
pitagóricos seguían una dieta vegetariana a la que
llamaban por aquel entonces dieta
pitagórica.
Consideraban que la muerte era una necesidad que
convenía al devenir (naturaleza) de la vida
universal, o como un incomodo bien ante las situaciones de
extrema postración humana.
Tenían una concepción de unidad de cuerpo
y alma, en donde el alma después de la muerte se separaba
del cuerpo, esa separación era la misma muerte.
Después de la muerte del individuo el alma, que es una
especie de sombra fantasmagórica, peregrinaba a
través de todo, con el fin de reencarnar sucesivamente en
otros cuerpos. Este es el fundamento de la palingenesia,
denominada también metempsicosis o
trasmigración del alma. Por esta razón los
pitagóricos no rechazaban ningún estilo de vida,
puesto que el alma podía transitar por cualquiera de ella.
El alma era considerada la antítesis del cuerpo
(negación), era el lado de la perfección humana, lo
bueno, lo puro, lo racional, y el cuerpo era todo lo que
simbolizaba lo malo o lo corruptible.
Para los Pitagóricos, no sólo la tierra
era esférica, sino que no ocupaba el centro del universo.
La tierra y los planetas giraban a la vez que el sol en torno al
fuego central o "corazón del Cosmos" (identificado con el
número uno).
Pitágoras, originario de la isla de Samos,
nació en la ciudad fenicia de Sidón, en el
año 590 antes de J. C. Llevado de un deseo ardiente de
saber, recorrió gran parte de Asia; vivió en Egipto
durante veinticinco años, y fue iniciado en los misterios
de Diaspolis después de haber salido triunfante
de austerísimas pruebas. Desde allí pasó a
la tierra de los caldeos, en donde tuvo relación con los
sacerdotes hebreos y con el segundo de los Zarathustras. De
vuelta a su país natal, dio leyes a muchas ciudades libres
de Grecia; tuvo como discípulos a más de un
soberano, fundó diversas repúblicas en Italia;
apaciguó las sediciones que arruinaban a numerosas
comunidades; restableció la calma y la paz en gran
cantidad de familias; civilizó las costumbres feroces de
muchas naciones; hizo que volviesen a florecer la religión
y la moral, y suavizó los sistemas de gobierno; en una
palabra, la felicidad germinaba doquiera se adoptaban sus
principios.
Se sabe que sus discípulos creían que las
palabras del maestro eran oráculos de un dios, y que, para
establecer un dogma, no alegaban más que esta
célebre frase: Él lo ha dicho. Su casa
recibía el nombre de santuario de la verdad, y el
patio, el templo de las musas.
De su escuela salieron Arquitas, ilustre
geómetra de quien dice Horacio que con infinitos
cálculos midió la tierra y los cielos y se
elevó hasta las regiones celestes; Lisis, el
preceptor de Epaminondas; el famoso Empédocles,
taumaturgo; Timeo de Locres, cuyos escritos
todavía se conservan; Epicarmio, de Sicilia,
quien, según afirma Cicerón, fue hombre
meritísimo, y muchos más, entre los cuales
citaremos a los tres sabios legisladores: Zaleuco, el
que dio leyes a la ciudad de Locres; Carontas, que
gobernó la de Thurium, y Zalmoxis, esclavo de
Pitágoras, que redactó un sistema de
legislación para el reino de Tracia.
Jack Christian en "La Masonería Historia e
Iniciación" de los pitagóricos relata: "Un
hermano, es otro uno mismo. Esta máxima no era
teoría, sino que se aplicaba a menudo. En ciertos
combates, por ejemplo, algunos pitagóricos pertenecientes
a ejércitos enemigos deponían las armas cuando
habían hecho el signo ritual que les permitía
identificarse". Para su iniciación "el postulante
iba desnudo. Al finalizar el ritual le entregaban una toga
blanca, signo de la rectitud y de la irradiación del bien
que penetraba en su alma", hoy los masones en forma similar
al iniciado ofrecen un delantal blanco.
Para identificarse los pitagóricos se daban
un apretón de manos a la manera egipcia, los masones
han conservado el símbolo, así como el uso de
los catecismos en el que se alternaban preguntas y respuestas
rituales.
Aldo Lavagnini en el Manual del Aprendiz dice: La
escuela establecida por Pitágoras, como comunidad
filosófico-educativa, en Crotona, en la Italia meridional
(llamada entonces Magna Grecia), tiene una íntima
relación con nuestra institución. A los
discípulos se les sometía primeramente a un largo
período de noviciado que puede parangonarse con nuestro
grado de Aprendiz, en donde se les admitía como oyentes,
observando un silencio absoluto, y otras prácticas de
purificación que los preparaban para el estado sucesivo de
iluminación, en el cual se les permitía hablar y
que tiene una evidente analogía con el grado de
Compañero, mientras el estado de perfección se
relaciona evidentemente con nuestro grado de
Maestro.
La escuela de Pitágoras tuvo una decidida
influencia también en los siglos posteriores, y muchos
movimientos e instituciones sociales fueron inspirados por las
enseñanzas del Maestro, que no nos dejó nada como
obra suya directa, en cuanto consideraba sus enseñanzas
como vida y prefería, como él mismo decía,
grabarlas (otro término característicamente
masónico) en la mente y en la vida de sus
discípulos, más bien que confiarlas como letra
muerta al papel.
Los primeros cuatro siglos de la era cristiana vieron un
gran desarrollo de los cultos de Misterios y de las
organizaciones iniciáticas de toda especie. Se
asistió a la renovación, y aun a la
resurrección, de antiguos cultos y antiguas doctrinas,
así como al nacer de nuevos movimientos. La
metrópoli intelectual de ese período había
de ser Alejandría.
La iniciación
romana
A medida que las mentes quedaban menos satisfechas con
la religión romana, muy formalista, se comprobaba la
invasión creciente del paganismo por los cultos
orientales, que respondían a la búsqueda de la
salvación; los Misterios se multiplicaban:
Misterios de Dioniso, de Hécate, de la Gran Madre, de
Serapis, de Cibeles, de Isis. El culto de Isis,
particularmente, se desarrolló, y subsistió mucho
tiempo frente al cristianismo. Conocemos el ritual de
iniciación en esos misterios de Isis sobre todo por
Plutarco, y también por Apuleyo, en su célebre
novela Las Metamorfosis o el Asno de oro. Toda una
doctrina esotérica podía apoyarse en esos
Misterios: "Los vestidos de Isis están teñidos con
toda clase de colores abigarrados, porque su poder se extiende
sobre la materia que recibe todas las formas y sufre todas las
vicisitudes, puesto que es susceptible de ser luz, tiniebla;
día, noche; fuego, agua; vida, muerte; principio y fin.
Pero la túnica de Osiris no presenta ni sombra ni
variedad; sólo tiene un color puro, el de la luz. El
Principio, en efecto, está virgen de toda mezcla, y el Ser
primordial e inteligible es esencialmente puro". Las doctrinas
isíacas ejercieron muy fuerte influencia sobre las
corrientes de pensamiento de entonces, y los ocultistas nunca
dejaron de aludir a la inscripción famosa del templo de
Isis en Sais: "Soy lo que fue, es, o será, y ningún
mortal ha levantado mi velo".
El Culto de Isis y los antiguos
misterios.
La fama de Apuleyo va unida más a su novela: El
Asno de oro que a sus obras filosóficas y oratorias. El
autor construye en once libros, un fondo
místico-religioso.
El episodio central de la obra es la
transformación por arte de magia en asno de Lucio, un
joven de Corinto, y las peripecias que sufre hasta recuperar su
forma humana gracias a la intervención milagrosa de Isis.
El joven Lucio, dominado por una malsana curiosidad por los
hechizos y encantamientos, llega a Tesalia, la supuesta patria de
la magia. Allí escucha pavorosas aventuras de
encantamientos que no hacen sino acrecentar su curiosidad. Se
hospeda en casa de un viejo usurero llamado Milón, cuya
mujer practica la magia con la colaboración de su criada;
Lucio seduce a Fotis, la criada, e intenta así conocer las
artes de hechicerías de su ama. Por un error en los
encantamientos se ve convertido en asno, conservando su facultad
de raciocinio.
Las llaves del Infierno, así como de la Puerta de
salvación, están en manos de la diosa Isis -narra
Apuleyo- la admisión a los misterios consiste en acercarse
a una especie de muerte voluntaria y tener la vida sólo a
su disposición; puesto que una vez que llega al
término la existencia de los mortales, estos se encuentran
en los límites de dos mundos, Isis escoge para sus
elegidos una nueva vida, abriendo el camino de la
salvación, porque han sabido guardar un respetuoso
silencio sobre sus augustos misterios.
Paralelamente se desarrollaban el neoorfismo y
también el neopitagorismo, cuyo profeta fue el
misterioso Apolonio de Tiana, especie de conde de Saint-Germain
griego; en templos secretos se destinaban toda una serie de ritos
misteriosos, atribuidos al propio Pitágoras, para dar al
iniciado la impresión de que se comunicaba con la esencia
divina, indivisa y sin mezcla, sustrayéndose de ese modo a
la fatalidad inexorable de las leyes físicas. En el siglo
IV, la filosofía religiosa estaba enteramente invadida por
la teúrgia, las ciencias ocultas, la alquimia y los ritos
iniciáticos extraños o terroríficos; un
inmenso trabajo místico, se producía en los
Colegios culturales del mundo mediterráneo: "Podemos
situar el lugar de esa profusa trasformación en Egipto;
los antiguos himnos, los encantamientos, las antiguas magias de
los templos, las fórmulas misteriosas, las recetas
secretas se amontonaban, llevados por las corrientes
místicas nacidas en Grecia, en Irán, en Palestina,
en el valle del Nilo. Se encuentra al dios bíblico
Iao-Sabaoth que se identificará con el dios
asiático Sabazio, Orfeo que será crucificado como
Jesucristo. Sincretismo más mágico que
filosófico, por lo demás, amontonamiento de
técnicas, de fórmulas eficaces, forma preliminar de
lo que llegará a ser la Gnosis cristiana." De esa mezcla,
confusa, pero grandiosa, de ideas, de sentimientos y de ritos, el
cristianismo no podía dejar de retener numerosos
elementos.
Mitra.
Hay que hacer un lugar aparte a la religión de
Mitra, de origen iranio, traída al Imperio por
legionarios romanos. Esta religión del dios solar fue la
mayor rival del cristianismo antes del triunfo definitivo de
éste. El culto se celebraba en santuarios
subterráneos, la mayoría de las veces grutas. Los
iniciados, que disponían de signos secretos de
reconocimiento, formaban una jerarquía de siete grados:
Buitre (corax); Oculto (cryptius); Soldado
(miles); León (leo); Persa
(perses); Correo del Sol (heliodromus); Padre
(pater). Las pruebas a que se sometía al
postulante eran conocidas por su severidad. Las mujeres no
podían ser iniciadas, en cuanto a los varones, parece que
no se requería una edad mínima para ser admitido, e
incluso fueron iniciados varios niños. La lengua utilizada
en los rituales era el griego, con algunas fórmulas en
persa, aunque progresivamente se fue introduciendo el
latín.
Esta religión fue combatida con saña por
la Iglesia cristiana triunfante, que veía en ese culto un
rival muy peligroso; como el cristianismo, el mitraísmo
interponía un mediador entre la Divinidad suprema y el
hombre; veamos la oración que el neófito
dirigía a Mitra: "¡Salve, Señor, dueño
del agua, salve, soberano de la tierra, salve, príncipe
del espíritu! Señor, vuelto a la vida, la paso en
esta exaltación, y en esta exaltación muero; nacido
al alumbramiento que da la vida, soy liberado en la muerte y paso
en la vía por ti ordenada, según la ley que has
establecido y el sacramento que has instituido."
En el mitraísmo existían siete niveles de
iniciación, que estaban relacionados con los siete
planetas de la astronomía de la época (Luna,
Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno), en este
mismo orden. La mayoría de los miembros llegaban
sólo al cuarto grado (leo), y sólo unos escogidos
accedían a los rangos superiores.
En los ritos, los iniciados llevaban máscaras de
animales relativas a su nivel de iniciación y se
dividían en dos grupos: los servidores, por debajo del
grado de leo y los participantes el resto.
Parece ser que el rito principal de la religión
mitraica era un banquete ritual, que pudo tener ciertas
similitudes con la eucaristía del cristianismo.
Según el comentarista cristiano Justino, los alimentos
ofrecidos en el banquete eran pan y agua, pero los hallazgos
arqueológicos apuntan a que se trataba de pan y vino, como
en el rito cristiano. Esta ceremonia se celebraba en la parte
central del mitreo, en la que dos banquetas paralelas
ofrecían espacio suficiente para que los fieles pudieran
tenderse, según la costumbre romana, para participar del
banquete. Los Cuervos (Corax) desempeñaban la
función de servidores en las comidas sagradas. El rito
incluía también el sacrificio de un toro, pero
también se sacrificaban otros animales.
La estatua de Mitra Tauróctonos desempeñaba sin
duda un papel en estos ritos, aunque no está muy claro
cuál. En algunos mitreos se han descubierto pedestales
giratorios, que permitirían mostrar y ocultar
alternativamente la imagen a los fieles. En algún momento
de la evolución del mitraísmo, se utilizó
también el rito del taurobolium o bautismo de los fieles
con la sangre de un toro, practicado también por otras
religiones orientales. Conocemos por Tertuliano la severa condena
cristianas a estas prácticas.
Otros ritos debieron estar relacionados con las ceremonias de
iniciación. Gracias a Tertuliano, se conoce el rito de
iniciación del Soldado (Miles): el candidato era
"bautizado" (probablemente por inmersión), se le marcaba
con un hierro candente y por último se le probaba mediante
el "rito de la corona" (se le colocaba la corona en la cabeza, y
el neófito debía dejarla caer, proclamando que
Mitra era su corona). Posteriormente los iniciados
asistían a una muerte ritual y simulada, en la que el
oficiante era un pater, posiblemente ligada a la
reencarnación como último paso de la ceremonia
iniciática. En el grado de Leo, sabemos por Porfirio, que
se colocaba miel en la lengua de los recién nacidos y que
esta práctica procede del culto iranio en la que la miel
representaba la luna. Para los iniciados mayores se vertía
la miel sobre las manos y éstos la lamían como
señal de comunión. Seguramente, cada nivel de
iniciación tendría su propio ritual.
La influencia del mitrismo en el cristianismo se debió
gracias a la Iglesia Católica, la cual adoptó
muchas ideas no bíblicas, como por ejemplo, el 25 de
diciembre como fecha de nacimiento del Mesías, aún
cuando la Biblia jamás menciona la fecha de nacimiento de
Jesucristo.
Así el mitrismo tiene las siguientes similitudes
con el cristianismo:
Tras su nacimiento, Mitra fue adorado
por pastores.El transitus (viaje de Mitra
con el toro sobre los hombros) recuerda al Vía
Crucis del relato evangélico.El mitraísmo era una
religión de salvación: el sacrificio de Mitra
tiene como finalidad la redención del género
humano.Mitra recibía los apelativos de
La Luz, La Verdad y El Buen
Pastor.El banquete ritual de los fieles de
Mitra tiene similitudes con la eucaristía
cristiana.El día sagrado del
mitraísmo era el domingo.El nacimiento de Mitra se celebraba el
25 de diciembre.Los atributos del pater
-máximo nivel de iniciación en el
mitraísmo- eran el gorro frigio, la vara y el anillo,
muy similares a la mitra, el báculo y el anillo de los
obispos cristianos.
La Gnosis, el Maniqueísmo y el
esoterismo cristiano.
Los autores católicos negaron siempre que la
religión cristiana primitiva comportara un culto secreto y
doctrinas esotéricas. Sin embargo, el Nuevo
Testamento posee ciertos textos bastante perturbadores (Ejm.
El Evangelio de San Juan y alguna Epístola de San Pablo,
así como el Apocalipsis). Sea lo que fuere de
este problema muy controvertido, no es menos cierto que ha
existido cierto número de cristianos que, deseando ir
más allá de la Fe, buscaban el Conocimiento
(Gnosis) perfecto, que va más allá de las
apariencias sensibles y permite explicar la razón de ser
de todas las cosas. ¿Qué es Gnosis sino un
conocimiento (el vocablo griego gnosis no significa otra
cosa), pero un conocimiento que no solo está enteramente
dirigido hacia la búsqueda de la Salvación, sino
además, al revelar al hombre a sí mismo y al
develarle la ciencia de Dios y de todas las cosas, le trae la
salvación, o mejor, es por sí mismo
Salvación? Es decir, que el término Gnosis
puede aplicarse a gran número de sistemas
teosóficos, que han sido sostenidos en todas las
épocas y en las más diversas religiones: las
aspiraciones "gnósticas" reaparecen sin cesar en el
pensamiento religioso, pues siempre hay hombres que quieren
librarse de los lazos de la materia para elevarse hasta la Causa
primera, hasta el Dios, desconocido. Sin embargo, en sentido
restringido, la Gnosis, o, más exactamente, el
Gnosticismo, designa el vasto movimiento que se
desarrolló, durante los primeros siglos de nuestra era, en
el seno del cristianismo. Aquellos "Gnósticos", que
decían ser los depositarios del Conocimiento perfecto y
salvador, disimulado bajo los símbolos de los Libros
santos, transmitido oral y secretamente por los Apóstoles
y las Santas mujeres (herederos de la tradición misteriosa
traída por Cristo), no formaban un cuerpo
homogéneo, sino que estaban divididos en gran
número de pequeños grupos, de cenáculos, de
capillas, de conventículos, de sociedades secretas,
manteniendo relaciones unos con otros, pero a veces opuestos
entre sí.
Por esta razón el Imperio romano debió
unificar estas, a través del Concilio de Nicea. Isaac
Asimov en su libro "El Imperio Romano" nos relata la trama
central del Concilio de Nicea y dice : Fue por esa
razón por lo que convocó el Primer Concilio
Ecuménico en Nicea. En el curso de sus sesiones,
mantenidas desde el 20 de mayo hasta el 25 de julio de 325, los
obispos se pronunciaron a favor de Atanasio. Se emitió una
declaración oficial (el "Credo de Nicea") que
mantenía la posición de Atanasio y a la que todos
los cristianos, se esperaba, debían
suscribir.
Esto fijó la posición de la Iglesia,
de modo que la concepción atanasiana fue y siguió
siendo la doctrina oficial del catolicismo y en adelante podemos
llamar a los atanasianos sencillamente los
católicos.
¿Pero en que consistía la
concepción atanasiana? Al respecto Asimov apunta: En
325 (1078 A. U. C.) los obispos se reunieron en la ciudad de
Nicea, en Bitinia, ciudad situada no muy lejos de Nicomedia, que
había sido la capital de Diocleciano y era ahora la de
Constantino. Era también un lugar de fácil acceso
desde los grandes centros cristianos del Este, particularmente
desde Alejandría, Antioquía y Jerusalén. El
Occidente estuvo escasamente representado a causa de las grandes
distancias, pero acudieron obispos hasta de
España.
El punto principal en discusión era la
herejía arriana. Cierto diácono de
Alejandría llamado Arrio había predicado desde
hacía décadas una doctrina estrictamente
monoteísta. Sólo había un Dios,
sostenía, diferente de todos los objetos creados.
Jesús, aunque superior a todo hombre y a toda cosa creada,
era sin embargo un ser creado y no era eterno en el mismo sentido
en que lo era Dios. Había aspectos de Jesús que
eran similares a Dios, pero no idénticos a él. (En
griego, las palabras que significan "similar" e "idéntico"
difieren en una sola letra, una iota, que era la letra más
pequeña del alfabeto griego. Es sorprendente los siglos de
encono, desdicha y derramamiento de sangre que provocó esa
disputa representada por la presencia o ausencia de esa
pequeña marca.)
Primer Concilio de
Nicea
La creencia alternativa, expresada de la manera
más elocuente por Atanasio, otro diácono de
Alejandría, era que los miembros de la Trinidad (el Padre,
que era el Dios del Antiguo Testamento, el Hijo, que era
Jesús, y el Espíritu Santo, que representaba las
acciones de Dios en la naturaleza y el hombre) eran todos
aspectos iguales de un solo Dios, todos ellos eternos y no
creados, y todos idénticos, no sólo
similares.
Las doctrinas gnósticas, cuyos
orígenes son aún bastante mal conocidos (se hallan
elementos egipcios, iranios, griegos, judaicos, etc.), presentan
diferencias bastante sensibles de un doctor a otro, de una secta
a otra, y se necesitarían numerosas páginas solo
para enumerarlas. No obstante, puede encontrarse en ellas cierto
número de rasgos comunes: superioridad del conocimiento
sobre la fe y las obras para asegurar la salvación del
hombre (Ejm. la distinción de Valentín entre los
"hílicos", hombres materiales entregados a la
perdición, los "psíquicos", hombres que se
salvan por sus buenas acciones, y los
"neumáticos" [del griego Pneúma =
"Espíritu"] o Gnósticos, que son los únicos
capaces de llegar a la plenitud de la iluminación);
emanación, del seno del Ser misterioso e insondable, del
universo, por muchísimos intermediarios (los
Eones), de los cuales el último es por lo general un
"Demiurgo" malo o simplemente inferior, que ha creado el mundo
sensible en que vivimos; posibilidad que tiene el iniciado de
volver a su Fuente primera desarrollando el germen divino que hay
en él, pues la iluminación interior (traída
por el Espíritu Santo, que es "Dios en su aspecto activo,
iluminador y salvador") nos da a conocer "dónde estamos y
qué somos, de dónde venimos y adonde vamos". Todas
esas especulaciones nacieron de una misma intuición
fundamental: la angustia ante el problema del también un
movimiento nacido de la Gnosis, pero que, a la inversa de
ésta, constituyó una Iglesia, animada de
un espíritu de proselitismo y de
conversión.
El Maniqueísmo.
Doctrina del reformador persa Maní (216-276),
religión universal, conquistadora, que extendió su
influencia tanto en Occidente como en Oriente, penetrando China y
el Turquestán. Los maniqueos formaban dos
categorías: los Auditores o Catecúmenos,
por una parte; los "Elegidos", por la otra, que estaban sujetos a
riguroso ascetismo. Esa división se encontrará
entre los "Creyentes" y los "Puros" en los Cataros o
Albigenses. Estamos bien informados sobre la doctrina maniquea,
la forma más radical que existe de dualismo entre los
Principios del Bien y del Mal. Los ritos, el culto secreto que
celebraban los Elegidos se conocen igualmente bastante
bien: eran ceremonias y sacramentos muy simples.
Los maniqueos creen que el espíritu del hombre es
de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio. En el hombre,
el espíritu o luz se encuentra cautivo por causa de la
materia corporal; por lo tanto, creen que es necesario practicar
un estricto ascetismo para iniciar el proceso de
liberación de la luz atrapada. Desprecian por eso la
materia, incluso el cuerpo. Los "oyentes" aspiraban a
reencarnarse como "elegidos", los cuales ya no
necesitarían reencarnarse más. Para ellos Buda y
otras muchas figuras religiosas habían sido enviadas a la
humanidad para ayudarla en su liberación
espiritual.
En la práctica, el maniqueísmo niega la
responsabilidad humana por los males cometidos porque cree que no
son producto de la libre voluntad sino del dominio del mal sobre
nuestra vida. Por esto consideraban al pavo su animal sagrado,
porque sus colores en el plumaje revelaban los distintos estados
espirituales por el que pasaba el cuerpo para lograr purificarse
y transformarse en el espíritu divino.
Por otro lado la Gnosis ha sido siempre la gran
tentación de muchos espíritus religiosos: muchos
hombres se han visto acosados .por el eterno problema del Bien y
del Mal; otros han querido poseer el Conocimiento perfecto, que
explicaría todo, respondería a todas las preguntas
"¿por qué?"; También hubo quienes sintieron
la atracción de las ceremonias misteriosas. La Iglesia
católica nunca dejó de tener que combatir esas
tendencias "heterodoxas". Si, luego de su triunfo,
consiguió destruir el mayor número de las obras
-muy numerosas- escritas por aquellos "heréticos",
resultó en vano; la tradición gnóstica
jamás dejó de ejercer su influencia, pero de manera
secreta, lejos de las miradas; y el eco lejano, siempre vivaz, se
encuentra en ciertos ritos y símbolos de la
Masonería.
Los Celtas.
En el año 476 finaliza el imperio romano de
Occidente. Una gran página de la historia ha quedado
definitivamente atrás. En este gran caos, los hombres que
siguen pensando que la vida tiene sentido no lo buscan ya en
Roma: se vuelven hacia Irlanda, patria inviolable del celtismo
que, sin embargo, entreabre sus puertas al cristianismo
traído, una vez más, por los monjes. Su encuentro
con los albañiles culdeos es positivo; los culdeos son
ahora monjes constructores organizados en colegios. Admiten el
matrimonio y no reconocen la autoridad suprema del papa romano,
al que consideran un simple obispo. Entre los culdeos
están los descendientes de los druidas y de los bardos
celtas, cuya vocación cristiana fue, sobre todo, un modo
de pasar desapercibidos. Pese a estas restricciones, los monjes
procedentes del continente y los constructores autóctonos
se entienden a las mil maravillas para crear grandes ciudades
enteramente monacales. Algunos barrios son atribuidos a los
maestros albañiles y a los maestros carpinteros que gozan,
así, de cierta autonomía. Necesitan a los monjes,
los monjes los necesitan a ellos. Se trata de edificar una nueva
civilización con la fe cristiana y de construir edificios
sagrados y profanos para que los hombres recuperen un equilibrio
social.
La herencia celta está presente siempre en el
ánimo de estos albañiles. Recuerdan el
hábito blanco ritual de los druidas, sus maestros
espirituales, los ritos iniciáticos donde el profano entra
en una piel de animal muriendo para el "hombre viejo" y
renaciendo para el "hombre nuevo". En las asambleas de
constructores, se lleva un delantal. Si alguien interrumpe con la
voz o el gesto al que tiene la palabra, un dignatario que se
encarga de este oficio avanza hacia el mal albañil y le
presenta su espada. Si se niega a callar, el dignatario le dirige
dos nuevas advertencias. Finalmente, corta en dos su delantal. El
miembro indigno es entonces expulsado de la comunidad;
tendrá que rehacer con sus propias manos otro delantal
antes de poder asistir de nuevo a las reuniones.
El celtismo es también Lug, el dios de la Luz
señor de todas las artes. Se manifiesta en la persona del
jefe del clan, poseedor del mazo. La iniciación se
traduce, primero, en la práctica de un oficio y nadie es
admitido en Tara, la Ciudad Santa de Irlanda, si no conoce un
arte. En Tara, la sala de los banquetes rituales se denomina
"morada de la cámara del medio"; recordemos que el consejo
de maestros francmasones se denomina "cámara del medio". A
través de los monjes culdeos, el gran aliento de la
iniciación céltica da una intensa vida a la
expresión cristiana; encontrará su más
perfecto símbolo en la figura de Merlín el Mago,
del que se olvida a menudo que fue Maestro de Obras.
Recurrió a guerreros y artesanos para transportar piedras
procedentes de Escocia y de Irlanda para construir un gigantesco
cementerio en honor del rey Uter Pendragon. Merlín
enseñó a los constructores que el espíritu
debe prevalecer siempre sobre la fuerza y que sólo el
Maestro de Obras, el mago de la piedra, es capaz de llevar a cabo
la Obra Total.
En el siglo VI, Bizancio es la que da a las
cofradías artesanales ocasión de expresar su genio:
de 532 a 537, se erige Santa Sofía la Magnífica.
Bajo el reinado de Justiniano (522-565), las corporaciones gozan
de numerosos privilegios y reciben abundantes encargos. En
Bizancio se forma también un lenguaje artístico
donde los símbolos procedentes de los viejos imperios de
Oriente Próximo ocupan el mayor lugar. Los escultores los
incorporan a su alma; los transmitirán a sus hijos que
preservarán su autenticidad hasta el siglo XII.
En el siglo VI se produce también la epopeya del
monje Benito. En 529, funda el gran monasterio del Monte Casino
cuyo vigor espiritual influirá en toda Europa.
Curiosamente, ese oppidum había sido antes uno de
los lugares de culto de Mitra; todo ocurre como si la
tradición iniciática de Occidente afirmara, siempre
y en todas partes, su inalterable coherencia. En el Monte Casino
nace, verdaderamente, el personaje del abad, ese Cristo hecho
visible para la comunidad de los monjes, ese Maestro que se ocupa
de cada Hermano y le proporciona los alimentos espirituales y
materiales. El abad es el primer Maestro de Obras de la Edad
Media, el modelo del Venerable de la masonería, pues
considera la herramienta como una fuerza sagrada y convierte el
trabajo en una plegaria. Los monjes de San Benito trabajan la
materia, repiten cada día las acciones de los santos y
unen la inteligencia de la mano a la intensidad de su
fe.
En 590, San Colombano funda el monasterio de Luxeuil.
Bajo su dirección, los monjes construyen personalmente los
muros que les albergarán. A fines de aquel siglo VI,
favorable a las cofradías, los monjes se convierten en
copistas y reproducen los grandes textos de la cultura antigua,
que tan abundantemente utilizarán los albañiles de
las catedrales de la Edad Media. Hacia 600, ese impulso prosigue
de modo notable; bajo la dirección de san Agustín,
los albañiles edificaron la iglesia de Canterbury y muchas
otras obras maestras. Maravillado por las obras, el papa
Bonifacio IV les liberó, en 614, de todas las cargas
locales y de los delitos regionales. En adelante, los
albañiles podrán atravesar muy fácilmente
las fronteras y viajar con pocos gastos. Esta decisión
papal fue muy importante; ratifica ya el carácter original
de las cofradías iniciáticas que, de 630 a 635,
construyen la iglesia de Cahors cuyo obispo, San Desiderio, es
uno de los primeros constructores en piedra sillar.
Durante el dominio lombardo en Italia, un edicto que
data de 643 habla de los maestros albañiles que
serían originarios de Como. Esos maestros habrían
dispuesto de amplios poderes, pudiendo pagar salarios a numerosos
obreros y redactar contratos; estaban, al parecer, a la cabeza de
algunas cofradías muy independientes y viajaban por toda
Europa sin tener que dar cuentas a nadie. Después del
siglo IX se pierde el rastro de los "Maestros de
Como".
¿Qué ocurre en Francia durante el siglo
VIII? Aparece el abad laico, es decir, un superior de monasterio
que no ha pasado por la vía eclesiástica. Carlos
Martel alienta esta tendencia; bajo su reinado, se empieza a
hablar mucho de un Maestro de Obras llamado Mamón Grecus,
encargado de iniciar a los artesanos franceses en la
albañilería o "masonería". Directamente
llegado de Oriente, habría llevado en su equipaje el
antiguo simbolismo. No se trata, a nuestro entender, de una
oposición marcada contra la Iglesia sino más bien
de una voluntad de independencia de las sociedades
iniciáticas con respecto a todas las demás
instituciones.
Bajo los merovingios, de 428 a 751, los artesanos se
agruparon, poco a poco, en las ciudades. La orfebrería es
muy apreciada y los maestros fabrican numerosos objetos valiosos
para la corte real. Sabemos con certeza que se forman algunas
asociaciones; los hermanos son llamados entonces "convidados" y
prestan juramento de ayudarse mutuamente tanto en el plano
espiritual como en el material. Celebran banquetes rituales y
nombran grandes maestros que se encargan de las relaciones con
las autoridades civiles. La Iglesia, que les había
concedido el patronazgo de un santo, les condena por
intemperancia pero no toma ninguna medida concreta para
dificultar su existencia. Sin duda, algunos obreros se entregaron
a excesivas borracheras que en nada comprometían la
reputación de las cofradías. Además, la
protección directa de los reyes impedía al clero
manifestaciones de hostilidad en exceso pronunciadas. Tampoco
debe desdeñarse la calumnia, puesto que las sociedades
iniciáticas han sido siempre objeto de acusaciones a cual
más mendaz. Insensibles a los ataques, las
cofradías merovingias vivieron días
apacibles.
En 753 estalla en Bizancio la "querella de los
iconoclastas" que dura hasta 843. Es una crisis de extremada
gravedad que alcanza su punto culminante en el Concilio de
Constantinopla, donde se condena el culto a las imágenes.
Se ordena la destrucción de las reliquias, los iconos y
las esculturas; pandillas de exaltados aprovechan la
decisión para desvalijar monasterios e iglesias y
destruir, de forma salvaje, las obras de arte que encuentran a su
paso. El destino de las corporaciones artesanales se ve
gravemente comprometido; si las "imágenes" están
prohibidas, ¿cómo va a ser posible transmitir los
símbolos y mantener vivo el ideal iniciático por
medio de las obras de arte? Rechazar el objeto sagrado significa
matar la civilización que se ha ido formando
lentamente.
Imaginables son, entonces, las angustiadas gestiones que
los maestros de las cofradías se vieron obligados a hacer
ante las autoridades religiosas y civiles para que la
decisión del Concilio de Constantinopla fuera revisada. En
843, lo lograron: el culto de las imágenes es autorizado
de nuevo, la actividad escultórica se reanuda con total
libertad.
Tal vez un gran señor de Occidente no fuera ajeno
a tan afortunado cambio de situación. Cuando Carlomagno es
coronado emperador el 25 de diciembre del año 800, concibe
la idea de un imperio grandioso en el que el arte, la
política y la religión no estén disociados.
Dora de nuevo el blasón de los monasterios donde exige,
con la mayor diplomacia, que sean formados educadores,
arquitectos y administradores. Preñados de amor a Dios y
respeto por el hombre, los monjes carolíngios acogieron a
los artesanos llegados de Oriente Próximo y el nieto de
Carlomagno, Carlos el Calvo, favorecerá la
expansión de las cofradías de albañiles. El
esplendor de la capilla palatina de Aquisgrán, donde todo
es símbolo y luz, resume muy bien el entusiasmo de aquel
tiempo en el que la construcción del templo
convertía al artesano en un auténtico
creador.
La masonería de la Edad Media es un organismo
sólido, capaz de suscitar vocaciones duraderas.
¿Sobre qué descansa su enseñanza? En primer
lugar, sobre una formación larga y rigurosa. El
aprendizaje dura siete años durante los cuales el joven
masón se inicia en la técnica y en el alma de todos
los gremios; lleva a cabo luego una vuelta a Francia, de logia en
logia, para codearse con el máximo de masones y ampliar su
conocimiento de la vida. Se convierte realmente en masón
cuando presenta una obra maestra ante una asamblea de maestros.
Culminar un aprendizaje es, esencialmente, saber servir a la
comunidad y conocer las actitudes rituales interiores y
exteriores que hacen al hombre consciente de sus deberes; el buen
aprendiz ama y respeta la herramienta que le sirve para
perfeccionar la materia y perfeccionarse a sí mismo. En
cuanto penetra en una obra, se le pide que saque las herramientas
de la caja al comenzar el trabajo y que las limpie por la noche;
las contempla, pero no tiene todavía derecho a
utilizarlas. Cuando haya percibido en su carne toda la nobleza de
la herramienta, podrá tomarlas con rectitud en sus
manos.
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