Resumen
Persistencia de los traumas causados por la
guerra
Terezín Una pesadilla blanca de
chimeneas quemando sangre para los hijos de Judea con rara
estrella y rostro de hambre. En invierno y verano es igual tras
alambres no hay estación. Terezín de los
niños jugar con la muerte común mientras pintaban
el cielo azul, mientras soñaban con corretear, mientras
creían aún en el mar, y los llevaban a caminar para
no regresar. Terezín, Terezín, Terezín,
pelota rota. Sed de tardes ya increíbles saltaron locas
las altas tapias, y el amor, irreductible, quedo colgado en
alambradas de Terezín. Terezín, Terezín,
Terezín, pelota rota.
Silvio Rodríguez
(En un presente)
La mañana se presentaba muy
agradable a través del cristal de la ventana.
El sol brillaba en lo alto y el cielo no
estaba enturbiado por ninguna nube.
Otro día de otoño más
– pensó -.
Los árboles mecían sus ramas
al compás del viento susurrante y le hacía una
suerte de escolta en su camino a la parada de
colectivos.
Siempre realizaba, día tras
día, el mismo recorrido. Los últimos veinte
años de su vida así lo atestiguaban.
Esta rutina, como tantas otras, le
hacían sentir más seguro. Como si todo así
fuera más previsible, más real.
Dejó atrás el almacén
de don Alfonso al que saludó afectuosamente a su paso
mientras éste levantaba despaciosamente las cortinas del
viejo negocio.
Solamente le faltaba transitar el largo
paredón del colegio municipal para finalmente doblar la
esquina y llegar a su meta.
Entonces vio a la GRIETA.
Podía jurar que hasta ayer no estaba
allí.
¡A él no lo iban a
engañar! Si conocía, como nadie, todos y cada uno
de los detalles de "su" cuadra.
Se detuvo para fijar más su vista y
refunfuñó.
¡Claro que antes no estaba! –
se dijo -.
La pared, antes sobriamente pintada y
decorada con los cotidianos graffitis, presentaba ahora una
profunda rajadura que la atravesaba oblicuamente.
Parecía un largo río que
buscaba afanosamente su desembocadura en alguna parte. Más
bien se trataba del cauce seco de un río, un abrupto
cañadón, reflejo de días más fecundos
y rumorosos.
De repente, como en un ensueño, se
sintió transportado a otro lugar, a otro tiempo, a otra
vida.
(En el pasado)
La oscuridad era casi absoluta.
Reinaba un pesaroso silencio que, de tanto
en tanto, era quebrado por algún sollozo descarnado o por
el ya habitual estertor que anunciaba una nueva
muerte.
El no los veía, pero estaban
allí como espectros.
Como una masa espesa de humanidad
bestializada y martirizada.
Casi podía tocar el espeso aire y a
duras penas soportar el hedor reinante.
Apretó muy fuerte la mano
desfalleciente de su madre para darse algo más de fuerza y
no gritar hasta que no pudiera más.
De repente el tren se detuvo con un
chirrido seco de frenos desgastados y todo el mundo se
movió hacia delante por esa inercia que tienen las cosas
de continuar siendo.
Finalmente, volvió el
silencio.
Apoyó su cara sobre la hendidura que
separaba los tablones que hacían de paredes del
vagón y trató de vislumbrar todo lo que alcanzaba a
sus ojos.
Habían llegado a una vieja
estación pueblerina y pudo leer, con dificultad, el nombre
del infierno en un cartel: Theresienstadt.
(Digresión – I)
"El 21 de noviembre de 1941, los alemanes
establecieron un ghetto judío en la fortaleza de la ciudad
de Terezin (antigua Checoslovaquia), una pequeña ciudad
fortificada a 50 km de Praga, edificada en 1780 por José
II y llamada así en honor de su madre, María
Teresa.
Theresienstadt, hasta su liberación
el 8 de mayo de 1945 por las tropas rusas, funcionó como
un ghetto y un campo del tránsito en la ruta a Auschwitz
(Polonia).
El régimen nazi decidió hacer
del campo, a los ojos del mundo, una "comunidad judía auto
administrada".
Theresienstadt tuvo un local de ventas,
moneda, servicio postal, cabaret, orquesta, hospital,
panadería, talleres artesanos, consejo judío
presidido por Jacob Edelstein, centro cultural en el que algunos
rabinos traducían y comentaban el Talmud; y hasta fue
reacondicionado y pintado con motivo de una visita de los
inspectores de la Cruz Roja en enero de 1944.
Detrás de esa atrayente fachada, los
prisioneros vivían en condiciones humillantes, trabajaban
como esclavos, eran duramente castigados por los SS,
morían de tifus o finalmente eran enviados a los hornos
crematorios de Auschwitz o Treblinka.
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