Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Literatura y Alquimia




Enviado por jgangel



    Indice
    1.
    Intróito

    2. La alquimia comienza siendo
    literatura.

    3. Un gran libro de
    alquimia

    4. Lo gótico
    occidental

    5. Literatura, Cábala y
    Alquimia

    1.
    Intróito

    Cuando la lógica
    (esto que se tiene como un camino hacia lo cierto) no da los
    resultados previstos, cosa que suele suceder cuando lo tenido
    como bueno carece de asombro y genera poca curiosidad, el hombre
    regresa a lo marginal. Y allí, sintiendo que renace,
    vuelve a comenzar. Todo hay que iniciarlo de nuevo revisando bajo
    otra óptica
    cada paso, admitiendo en este reinicio lo inadmisible como
    posibilidad, lo inservible como servible, lo oscuro como una
    posible manifestación de lo claro, etc. La ruptura con lo
    habido, el manejo de lo que todavía está lejano, la
    nueva incertidumbre, genera ánimos y comienza la
    renovación: ese camino asombroso que se construye por el
    error para llegar a la verdad.

    La palabra alquimia viene del árabe Al Kimiya (la
    química).
    Y Kimiya viene del egipcio kimi, que traduce negro del Nilo. Limo
    negro que todo lo renueva trayendo consigo la vida. Alquimia,
    entonces, sería la renovación, la vuelta a la
    creación, el entendimiento recuperado. Y todo este
    proceso se
    inicia en la palabra, símbolo de todos los
    símbolos, comienzo de todos los comienzos. Al principio
    fue la palabra que designaba , la palabra que ordenaba el mundo y
    luego dividía los elementos mediante clasificaciones.
    Palabra memoria, palabra
    reflexión, palabra asombro, palabra curiosidad resuelta o
    al menos definida en un punto fijo, camino a la verdad.
    La alquimia tiene como objeto lograr, o al menos intentar a
    través de un complicado pensamiento o
    codificación laberíntica, el proceso que
    lleva a purificar lo impuro. Y, mediante esta
    purificación, obtener el
    conocimiento de lo absoluto.

    2. La alquimia
    comienza siendo literatura.

    En el principio fue la poeia, esa creación que
    lentamente y siguiendo un proceso de memoria habida en
    la experiencia de los sentidos, en
    las curiosidades y los asombros, permite una comprensión
    inicial del mundo. Esta primera interpretación tiene su
    origen en el mito y la
    leyenda. Son los días de la poesía.
    Cuando Cronos repartió el mundo entre sus hijos, a Zeus le
    dio el cielo, a Poseidón el mar y a Hefestos lo
    subterráneo y la oscuridad. Los dos primeros tuvieron la
    luz, la del
    día y la de la noche. El último, Hefestos, tuvo que
    crearla. Y cuando la creó, se hizo herrero y transformador
    de metales.
    Allí, en el Hades helado y oscuro, este dios, como el mago
    del tarot, mezcló los elementos y los valoró
    encontrándoles analogías y simpatías. En
    este proceso, inició la purificación de lo impuro:
    de lo negro de esa noche eterna heredada de Cronos, Hefestos (el
    herrero cojo), iniciaba su camino hacia la luz a
    través de la fragua, fuego siempre vivo para para fundir y
    alear, para ver hervir y oler todas las aromas de los minerales. Y
    aquí, en el Hades, comienza el ascenso del hombre. Una
    leyenda, una literatura, una poeia que no
    se ha detenido desde entonces, que cada vez es más amplia
    y que no finalizará nunca porque Cronos vigilará
    para que su herencia no se
    desvirtúe: Hefestos en el Hades, con su forja siempre
    encendida y el crisol hirviente y rojo vomitando metales
    eternamente.

    A Europa llega la
    alquimia en el siglo X, luego de traducir al latín las
    teorías
    de los alquimistas árabes, en especial a los alquimistas
    de Alejandría que, se creía, eran los poseedores de
    los secretos de la mítica biblioteca de esa
    ciudad y de las tonalidades de la luz del faro tremendo que
    iluminaba medio mar, al decir de los navegantes. Y lo primero que
    reciben los iniciados a la alquimia en Europa es un
    poema que determina, ya en sí, el ejercicio del Opus
    Nigrum, antigua fórmula alquímica que
    establecía la fase de separación y
    disolución de la materia. Este
    momento era el que mayor preparación exigía por su
    alto nivel de dificultad y por su condición de inicio
    hacia la Gran Obra u Opus Magna.
    Decía el poema: Es verdad sin mentira/ cierto y muy
    verdadero/ lo de abajo es igual a lo de arriba/ y lo de arriba
    igual a lo de abajo/ Para obtener el milagro de una única
    cosa./Así como todas las cosas proceden del
    Uno/también todas las cosas nacen de este Uno mediante
    conjugación.

    Estos versos son conocidos como la esencia de la Tabla
    de la Esmeralda, texto que, de
    acuerdo con la leyenda, compuso Hermes Trimegistos, personaje
    mítico que habitó historias en Grecia y
    Egipto,
    siempre contradiciéndose debido a su pensamiento
    laberíntico. Hermes, conocido en el mundo latino como
    Mercurio, era el mensajero de los dioses y a la vez el dios de
    los ladrones, los comerciantes y la inteligencia.
    En Egipto, Hermes
    se convierte en tres veces el grande (trimegistus) porque tiene
    la virtud de manejar los elementales (la física), el cosmos
    (las matemáticas) y el intelecto (el pensamiento
    abstracto), es decir, de entender el todo por su conjunto y por
    sus partes. Y a este Hermes se le acredita La Tabla de la
    Esmeralda, llamada así porque estaba hecha con la
    esmeralda que llevaba Lucifer en la frente y que pierde (la
    esmeralda cae a las profundidades) cuando es vencido por el
    arcángel Gabriel. Esta esmeralda, según una hadit
    (leyenda) de la sunna islámica, contenía el
    conocimiento
    de todo lo que fue, es y será, y su depositario es Hermes,
    que la codifica para los iniciados y los maestros de alquimia en
    versos de muy difícil entendimiento si no se tiene
    imaginación.

    La misma leyenda de la Tabla de la esmeralda le
    será aplicada al santo Grial, copa fabricada en esmeralda
    para depositar en ella la sangre
    (transparente) de Jesús crucificado; sangre que
    salió del costado, lugar donde, de acuerdo con la figura
    del Adam Kadmón de los cabalistas, estaba depositado
    el
    conocimiento de la divinidad. Conocimiento
    que todo lo aclara para que la muerte no
    exista. En la literatura, el Grial está conectado con el
    rey Arturo y con Merlín, mago (sabio) concebido por un
    íncubo en el vientre de una monja. Es de anotar que
    Merlín es un personaje nacido de una leyenda Celta (los
    celtas miraban a la noche, en contraposición a las
    demás culturas que miran al sol) tejida en las tierras
    brumosas de Irlanda, donde habita el señor de los Anillos,
    alquimista excelso.

    En el Medioevo, la alquimia es un ejercicio de la forja,
    la filosofía escolástica (donde se es
    discípulo de un maestro), las religiónes (la
    judeocristiana y la islámica, y las viejas religiones, en especial la
    celta) y la literatura. Y aunque se dice que la alquimia
    tenía como fin transmutar el plomo en oro, la verdad es
    que los alquimistas buscaban convertir lo impuro en puro, lo que
    tenía errores en perfección, para así ser
    como dioses, tal como aseveraba el salmo. Pretendían
    llegar a ser por el hacer del ser, es decir, obtener la pureza
    suprema por el entendimiento de las cosas, por sus semejanzas e
    imágenes, por sus analogías y
    conexiones, por los principios y los
    opuestos. A través de la manipulación y manejo
    debido de la naturaleza,
    el alquimista
    buscaba tener un sentido completo de la vida. Y esa vida
    implicaba que materia era
    forma (esencia y manifestación en términos
    aristotélicos), que alma era cuerpo y que acto era
    potencia.
    Todos estos conceptos conformaban el absoluto y cada uno de
    ellos, por si mismo, contenía a todos los otros. Frente a
    esto, hombres tan sabios como santo Tomás de
    Aquino, se dejan seducir e intentan el proceso
    alquímico (santo Tomás escribe un opúsculo
    sobre los metales y los planetas). Y
    no sólo hacen uso de sus sentidos externos (la
    visión, el tacto, etc.) sino, y en especial, de los sentidos
    internos: memoria, sentido común, imaginación y
    estimación. Frente a la resolución de todo lo
    anterior, el alquimista se
    convertía en el más intrincado personaje literario:
    en un creador, en un soñador, en un maldito. Y en alguien
    muy atractivo para describirlo en su pensamiento y sus actos, en
    sus maravillas y sus infiernos.

    Los musulmanes (al fin y al cabo grandes imaginadores)
    son los primeros que se ayudan de la literatura para espacializar
    la alquimia, para territorializarla y darle un lugar en la
    lúdica del entendimiento humano. A mediados del siglo XIV,
    corre por las manos de los alquimistas el relato místico-
    esotérico titulado "De cosas extrañas y
    maravillosas que he visto y contemplado con mis ojos en la isla
    Verde, situada en el mar Blanco", cuyo autor es el sheik
    iraní Alí Ibn Fazel Mazandarani. Este relato
    epopeyo-iniciático busca el imán oculto que
    está en la fuente de la vida y a la sombra el
    paraíso. Imán que permite entenderlo todo y vencer
    a la muerte. Y
    aunque el texto
    pertenece a uno de esos mundos imaginables de oriente, los
    alquimistas occidentales (por esos días los moros
    también hacían parte de occidente: España,
    Sicilia, Bosnia, Venezia etc.) se nutren de él con
    pasión. Y allí abundan palabras árabes como
    alambique, elíxir, atanor, que la alquimia europea
    utilizará hasta el sin sentido.

    El poeta islámico Al- Toghri, conocido entre los
    latinos como Artefio el alquimista, no admitirá otra
    alquimia que no sea la espiritual, la kimyá al
    saadá (la alquimia de la felicidad). Este aspecto es bien
    interesante porque, para que la alquimia sea atractiva,
    según Artefio, lo que el alquimista debe buscar es dar
    solución a la imaginería y literatura populares:
    conversión de lo innoble en noble, obtención del
    reconocimiento, rebelión contra lo establecido, dicho de
    otra manera, ascender a la cúpula por caminos marginales
    (laberínticos, diría Umberto Eco) donde lo
    científico se confunde con lo literario, siendo lo
    literario lo más importante porque es allí donde
    están legitimados los deseos populares (amores entre
    patricios y plebeyos, reyes sin raíces, ayuda de los seres
    invisibles etc.) que, sino sufren un proceso alquímico,
    serán imposibles de lograr.

    Artefio y por extensión los alquimistas como
    Raimundo Lullio, quien además de la filosofía, la
    teología y la literatura también ejerció la
    alquimia, hacen más literatura que ciencia al
    describir los utensilios y procesos
    necesarios para la transmutación. Esto sucede porque sus
    referentes son literarios. De aquí que sus manuales mezclen
    la ciencia
    conocida con sus propios miedos. Veamos: La Gran Obra (Opera
    Magna) comenzaba con el atanor, hornillo alquímico
    activado con calor de
    leña o aceite, donde se cocinaba el aludel o huevo
    filosofal. Este recipiente tenía forma ovoide (del huevo
    nace la vida, esta era la referencia) y era de barro, vidrio o cristal,
    sobre todo de estos dos ultimas, para que el alquimista pudiera
    ver y testificar la cocción de la materia prima,
    lo que quedaba (Opus Nigrum) y lo que se evaporaba. Este huevo
    filosofal era su alambique, la retorta de cristal, a donde
    llegaba el material a cocinar a través de un crisol que
    tenía la boca en forma de cruz para evitar cualquier tipo
    de contaminación demoniaca. El huevo filosofal
    era cerrado con el sello de Hermes, a fin de que nada pudiera
    escapar y así el alquimista vivenciara todo el proceso de
    la creación. O el de la destrucción, que por su
    calidad de
    opuesto tenía un valor similar
    (se entiende lo blanco por el negro, lo gordo por lo flaco, lo
    alto por lo bajo etc.). Este sello de Hermes, como lo atestigua
    uno que fue publicado en 1599, es un texto donde se especifica,
    de manera mínima (esto permitía la creación
    de imaginarios), la correspondencia simbólica entre la
    astrología, la alquimia y la cosmología, apoyada
    por una frase que decía: "visita el interior de la tierra y
    rectificando, encontrarás la piedra escondida (Visita
    Interiora Terrrae. Rectificando Invenies Occultum Lapidem)". Las
    iniciales de cada palabra producían el anagrama VITRIOL,
    referenciando su uso alquímico. Vitriolo era el nombre que
    los alquimistas daban a las sales residuales (hoy las conocemos
    como sulfatos) que veían arder en el interior del huevo
    filosofal de vidrio, que no
    era otra cosa que ácido sulfúrico concentrado. Este
    vitriolo era azul cuando hacía referencia al sulfato de
    cobre, blanco
    cuando se trataba de sulfato de zinc y verde cuando era sulfato
    de hierro. Con
    base en el conocimiento de estos procesos, la
    literatura ubica el laboratorio
    del alquimista en las puertas del infierno. Y no era para
    más, pues los olores y vapores terribles así lo
    acreditaban. Lo anterior permitió la producción interminable de relatos, que
    iban desde el que cuenta la creación del reloj fabricado
    por el monje Gerberto con la ayuda del diablo (este relato renace
    hoy con el título de El Reloj Mecánico, escrito por
    Paul Pullman) hasta los científicos locos de Orwell y
    Huxley.

    La alquimia le ha servido a la literatura para
    establecer umbrales con lo terrible o con los opuestos
    básicos (buena parte del entendimiento del mundo lo
    hacemos con base en opuestos). También para escribir
    relatos con ambientes rondados por el demonio, que a fin de
    cuentas es el que
    vaga por la eternidad buscando la piedra esmeraldina que
    cayó de su frente cuando se rebeló contra Dios. Y
    para darle un carácter
    mágico a ciertas escenas. Hay rememoración
    alquímica en El Quijote cuando Cervantes escribe: "Los
    altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las
    estrellas os fortifican" (Primera parte, cap. I). También
    cuando en este mismo capítulo el flaco hidalgo se coloca
    encima un nombre mágico y le pone otro a su caballo.
    Cervantes, a pesar de su burla a las novelas de
    caballería, es un hombre de su
    época y de sus sueños y, para hacer de la novela un
    espejo de la imaginería popular, a su caballero le coloca
    el yelmo de Mambrino, le da el bálsamo de fiebrabás
    y lo coloca en camino hacia la ínsula Barataria. En Ese
    don Quijote de la
    Mancha (Opus Nigrum), la intención es la Opera Magna,
    el todo absoluto de la vida a través del absurdo. No es de
    extrañar entonces que en El Quijote se evidencie lo que
    Umberto Eco ha llamado pensamiento laberíntico.
    Pensamiento que establece que a través de la
    contradicción se puede llegar al acierto y que en
    términos científicos no es otra cosa que el
    método
    ensayo-error,
    ya filosofado por Karl Popper. Y puesto en la práctica por
    Jaim Weissmann, en su libro "Por el
    Error a la Verdad", curiosa y acertadamente.

    Dante estructura la
    Divina Comedia haciendo uso de sus conocimientos
    alquímicos. El gran poema sigue el camino del huevo
    filosofal, se alambica: del frío del infierno donde se
    coccionan todas las impurezas, opus nigrum en frío como
    era el sueño de los alquimistas, se llega al cielo, pureza
    absoluta, ser total, Beatrice Fortinari, Opera Magna (alquimia de
    la felicidad, sueño de Artefio). Y es que en la Divina
    Comedia se evidencia la estructura
    alquímica: materia prima,
    lo que existe en frío, donde Dante desecha lo impuro;
    luego es fuego que purifica lo bueno de esa materia prima;
    después el cielo a donde van los aciertos y un limbo donde
    queda aquello que presenta error pero que aún se considera
    como bueno. Para el hombre
    medioeval, lector de la naturaleza y de
    lo improbable, que nada dejaba de lado porque a diario lo
    acechaban las pestes y los infortunios, la alquimia le daba la
    posibilidad de la esperanza. Verde la esperanza, como la
    esmeralda luciferina donde estaba encerrado todo el
    conocimiento.

    3. Un gran libro de
    alquimia:

    El libro de las "Mil Noches y una Noche", que es un
    tratado de las mutaciones donde un cuento produce
    otro después de una serie de dificultades, llega tarde a
    Europa y los alquimistas no pueden usar los planteamientos que
    allí se hacen. Y mal traducido, que la moralidad de
    traductores como Galland plantearon un contexto distinto al
    esencial, que era inteligente, erótico y creador de vida.
    Esta traducción, que fue la que más le
    agradó a Borges,
    quizás por la curiosidad que le generó lo
    traducido, que Galland había tenido la virtud de
    afrancesar a los árabes y esto ya era todo un proceso de
    alquimia, apenas fue rebatida a finales del siglo XIX. En la
    traducción íntegra de Sir Richard Burton (traductor
    inglés
    acusado de pornógrafo, cuestión que en un principio
    demeritó la traducción pues se aseguraba que Burton
    era más un enfermo sexual que un arabista), los lectores
    occidentales accedimos a toda la magia y alquimia que asisten a
    estos relatos, donde la alquimista es Scherezada y tiene por
    encargo purificar el corazón
    negro del Califa Al Rachid. Magia, porque lo mágico
    consiste en observar para entender. Y alquimia por la
    línea que sigue el texto: detener la impureza de una
    actitud
    criminal para concluir en la exaltación de la pureza. Y en
    ese proceso, se recurre a la poesía,
    el erotismo, la crueldad, el humor y a toda clase de estratagemas
    (logos y frónesis). En las Mil Noches y una Noche, el
    constructo del conocimiento, construir sobre la cosa sabida, es
    el que lleva al logro del objetivo. En
    otros términos, es con base en el conocimiento positivo
    como se llega al imaginario probable.

    En la cultura
    religiosa semita, la mujer carga
    con la impureza. A ella se le debe el pecado y el que lo
    evidencie cada 28 días con la menstruación y la
    presencia de la luna. Y Scherezada, la impura, es quien legitima
    esas mil noches y una noche, porque ella es la materia prima
    donde se imagina y se crean semejanzas, donde se establecen las
    conexiones y se buscan resultados. Al finalizar la Opera Magna,
    la impureza se ha vuelto pura y la sabiduría a vencido a
    la ignorancia. Es bien sabido que los árabes fueron los
    creadores del álgebra,
    alquimia de la lógica.
    Y ese proceso algebráico se aplica en las Mil Noches y una
    Noche, donde la noche y el día se unen con una
    incógnita que se debe despejar a como dé lugar
    (Scherezada deja, cada amanecer, el relato que cuenta en su punto
    más interesante, lo que obliga al califa a no matarla
    porque desesperaría de no saber el resultado de lo que
    ella le está contando). Hay una ecuación que
    requiere una respuesta, hay un alquimista que vislumbra el final
    positivo de todo aquello que macera y cuece en el huevo
    filosofal: es que lo disperso se une luego de la
    purificación y así se logra la felicidad (estado de
    máxima pureza entre los creyentes del Islam) y el
    placer eterno. Por esto no es raro que en el libro, cuando
    alguien está feliz, deba esta felicidad a una serie de
    acciones
    desfavorables (errores). Pasa igual que con los personajes de la
    Biblia, donde la dicha es fruto de maceraciones y cocciones, de
    dolor. Así se justifica un José, un David, un Job,
    que son los preámbulos sagrados de un par de paganos como
    Simbad o Aladino, buscadores
    hábiles estos dos, pero siempre asustados por las
    desmesuras que tienen que enfrentar para lograr su objetivo, lo
    que los obliga a usar artimañas de todos los pelambres
    (engañar a las apariencias y a las estimaciones es un
    principio básico el la alquimia). Pero los dos tienen fe
    absoluta en sus creencias, lo que lleva a que el supremo bien se
    acabe imponiendo sobre el mal. Así mismo, se notan en el
    texto los juegos
    cabalísticos y los poemas
    aclaradores (descripción de procesos) como el de Docta
    Simpatía y el poeta de la corte, Abu Nowas, que
    tenían el poder de la
    palabra para que la felicidad se hiciera realidad. Personajes
    alquímicos que discurren entre lo impuro y lo puro, entre
    los vapores de los azogues que envenenan el aire a la vez que
    maravillan porque el azogue (mercurio) es un metal vivo que no se
    deja atrapar fácil. Es que viene del cinabrio, que tiene
    el interior rojo.

    En la noche 895, Scherezade cuenta la historia de un libro
    mágico que hace reír y llorar al mismo tiempo, libro que
    ningún hombre es capaz de interpretar y que se guarda en
    el olvido para que la Destructora de Felicidad y la Constructora
    de Tumbas no se hagan presentes. Es claro que aquí hay una
    crítica a los buscadores de
    imposibles, quizás a los alquimistas que lo sacrificaban
    todo en el deseo de obtener algo vano, pues la felicidad en
    sí no es nada al igual que la muerte, que
    todo final es un principio y en la vida, como sucede con el
    mito de
    Sísifo, la tarea total de un hombre nunca se cumple. Es
    que alguien, a partir de ahí, seguirá construyendo.
    Libro contradictorio este d las Mil Noches y una Noche,
    legitimador del pensamiento laberíntico dentro de un
    pensamiento de línea.

    4. Lo gótico
    occidental

    En la literatura occidental, el papel del
    alquimista o su reflejo, ha permitido asumir lo gótico. Y
    con base en estos vapores y brumas, se han escrito novelas y
    cuentos,
    capítulos y párrafos verdaderamente maestros.
    Veamos unos ejemplos: "Todo el mundo había podido observar
    las interminables horas que él (Claude Frollo)
    solía pasar sentado en el pretil de atrio calculando el
    ángulo de la mirada de aquel cuervo situado en el
    pórtico izquierdo, dirigida hacia un punto misterioso al
    interior de la iglesia donde
    probablemente estaría oculta la piedra filosofal". Este
    párrafo
    hace parte de Nuestra Señora de París y allí
    Victor Hugo seguramente se inspiró en la imagen de
    Nicolás Flamel, el más conocido de los alquimistas
    franceses de la Edad Media. O
    también en la suma de Cagliostro (José
    Bálsamo, aventurero, médico, farsante y alquimista
    italiano, nacido en Palermo en 1743) y en el conde de Saint
    Germain, misterioso personaje que, al igual que Aschaverus,
    habita el tiempo y
    sólo habrá final de él cuando ya no exista
    nada. Sin embargo, todo apunta a que el diácono Claude
    Frollo, que tenía su laboratorio en
    una de las torres de la Catedral de Nôtre Dame, sea una
    extensión literaria de Nicolás Flamel.
    Después de todo, a este curioso personaje lo asiste la
    leyenda dorada de la alquimia.

    Nicolás Flamel logró fama en los medios
    alquimistas porque se sabía que él era el
    depositario del libro de Abraham, el judío. En ese texto,
    dice la leyenda, se encontraba el secreto de la
    transmutación de los metales innobles, como el plomo, en
    metales preciosos. De la formulación que se planteaba en
    el libro, salía el oro con que las comunidades hebreas
    pagaban los cada vez más crecientes impuestos al papa
    y a los reyes. Pero Flamel no entiende los nombres y definiciones
    de Abraham y se ve en la necesidad de encontrar a alguien que se
    lo descifre, ojalá un judío español
    (por aquello de que la cábala se desarrollaba en las
    juderías españolas, especialmente en Girona).
    Flamel encuentra el maestro descifrador en un converso llamado
    Canchés, pero este muere antes de lograr la
    traducción total del libro por lo cual Nicolás
    Flamel se queda sin el secreto y sin el libro, porque a medida
    que iba siendo traducido, el original desaparecía. Toda,
    una trageia, así como el amor de
    Cuasimodo por la bella Esmeralda, verdadero proceso de
    transformación de lo feo en bello, que Victor Hugo lleva a
    cabo para asombrarnos. Igual que nos asombra el último
    alquimista conocido: Fulcanelli, quien escribió dos
    libros, el
    Misterio de las Catedrales y las Moradas Filosofales. Lo
    interesante es que hasta el día de hoy no se sabe
    quién fue Fulcanelli, aunque se conocen los libros, y las
    pocas pistas que se tienen de él sólo conducen a
    vapores sulfurosos. ¿Será acaso el diácono
    aquel que se pasaba tardes enteras tratando de establecer
    cuál era la geometría
    secreta que existía entre el grifo de la catedral y el
    paso de los cuervos?

    Charles Maturin, escritor inglés,
    también toma la alquimia como referente para su libro
    Melmoth el Errabundo, considerado la más grande de las
    novelas góticas. Melmoth es un hombre que habita las
    oscuridades y lo sórdido y allí, en ese medio que
    lo convierte en sombra y en fantasma, donde es perseguido por
    herejía, intenta trasmutar el infierno en cielo. Pero al
    fin es la derrota, porque el sino del alquimista es la
    confinación a la confusión, la locura y el horror.
    Quizás esto se deba a haber retado a Dios, que la
    divinidad no perdona a quien trabaja para restituirle el
    conocimiento a Lucifer, acto que igualaría al Maldito con
    el Señor del universo.

    El siglo XIX tentó a la literatura con la
    alquimia y escritores como Honorato de Balzac intentaron dar con
    la piedra filosofal. En "La Indagación de lo Absoluto",
    Balthazar (el personaje), dilapida su fortuna buscando dar con la
    gran verdad alquímica. Pero sólo logra entenderla
    cuando está agonizando: "…y con voz tronante,
    clamó la famosa frase de Arquímedes:
    ¡Eureka!, y murió exhalando un quejido espantoso; y
    sus convulsos ojos expresaron, hasta el momento de
    cerrárselos el médico, el pesar de no haberle
    podido legar a la ciencia la
    clave de un enigma cuyo velo desgarrábase
    tardíamente bajo los descarnados dedos de la muerte". La
    luz al final, cuando ya no existe la posibilidad del
    reconocimiento, este es el premio del alquimista. O quizás
    si exista el reconocimiento porque al morir se ingresa en un
    espacio de conocimiento pleno donde la alquimia no es necesaria.
    Como es de suponer que le pasó a Yehuda Halevi, que
    murió en el mismo instante que pisaba la tierra de
    Israel,
    última pieza que necesitaba encajar para lograr la
    felicidad, el fin de su trasegar por las sefirot.

    5. Literatura,
    Cábala y Alquimia:

    Es evidente que la cábala y la alquimia tienen
    como punto de unión la transmutación de la palabra,
    la mezcla de valores y
    conceptos, la ruptura de la línea. Quizás por esta
    razón, Jorge Luis Borges
    y Adolfo Bioy Casares se dieron a la tarea de recopilar
    literaturas fantásticas donde hay verdaderos procesos
    alquímicos, como los usados por los chinos (cultura que
    descubre la pólvora y le da otro valor a la luz) y por
    Franza Kafka en ese relato maravilloso que es La
    Metamorfosis (traducido al castellano por
    Borges). Y a
    tal punto llega la curiosidad de estos dos escritores argentinos
    que, como resultado de sus investigaciones
    en ese laboratorio de la palabra que es la Biblioteca
    Nacional de Buenos Aires,
    componen "El Libro del Cielo y el Infierno" donde intentan dar
    una razón del bien y el mal. Y lo que es más
    interesante, del camino que hay del uno al otro. En
    términos de cábala y alquimia, esto no es
    más que la igualación de los contrarios, la
    negación de lo bueno y lo malo en Dios, como
    sostenía Baruj Spinoza. Se lee allí, en El Libro
    del Cielo y el Infierno: "si un hombre no comprende el infierno,
    no comprende su propio corazón",
    frase de Marcel Jouhandean, escrito en el Álgebra de
    los Valores
    Morales. Todo un opus nigrum, sin lugar a dudas. Igual al
    opus nigrum de Adrián Levenkhün, personaje de El
    Doctor Faustus (de Tomas Mann), donde se da todo, incluso el alma
    al diablo, para llegar a la música suma, a esas
    esferas donde sólo Dios habita. La misma Marguerite
    Yourcenar, mujer negadora de
    vida porque quizás ella misma se estaba buscando, se
    refugia en la magia de la alquimia, en ese observar y leer de
    manera diversa cada proceso, y escribe "Opus Nigrum", donde
    Zenón, médico alquimista del siglo XVI, representa
    los sueños y terrores, los asombros y las desdichas del
    alquimista. Del alquimista que fue Paracelso con sus hadas y sus
    elfos; del que fue Miguel de Servet con sus estudios sobre la
    circulación de la sangre; del que fue Leonardo Da
    Vinci cuando, bajo el amparo de
    Ludovico El Moro, miraba podrir animales delante
    de él para que se le ocurrieran ingenios y respuestas a
    sus preguntas. "Opus Nigrum", de Marguerite Yourcenar es un texto
    contra la intolerancia, el peor de los demoniosque tuvieron que
    enfrentar los alquimistas. Y como la intolerancia es ignorancia,
    resulta peor que la hoguera.

    En este siglo XX tan repleto de respuestas
    tecnológicas y de miles de procesos evidenciados como
    útiles cuando hasta hace poco se los tenía como
    mera brujería, no alcanzamos una noción más
    alta de libertad
    porque no hubo respuestas a las preguntas espirituales del hombre
    moderno. O si las hubo, pero están camufladas en la
    literatura y por ahí vagan como Leviatán,
    escondidas entre las olas, siguiendo su ritmo, creando un scorzo
    que apenas se delinea, dormidas hasta que alguno las despierte
    sin obligarlas a la ira. Por esto es válido el
    Melquíades de García
    Márquez, único poseerdor de la razón de
    ser de ese microcosmos que es Macondo. Y son válidos los
    rabinos cabalistas y los dibbucks de Isaac Bashevis Singer, seres
    que lo habitan todo y no habitan nada, criados en esa
    confusión donde lo puro y lo impuro se miran
    reflejándose, construyéndose y
    destruyéndose. Igual que en la obra de Shmuel Joseph
    Agnón (premio Nobel 1966), donde para construirse hay que
    volver a los inicios, al yo enfrentado a la nada (en hebreo,
    aní=ain) y reflejado en ella.

    Para concluir, citaré a Elias Canetti,
    quizás el último escritor que logró hacer
    una novela con
    criterio alquímico, "Auto de Fe". Este texto tiene que ver
    con el fuego y con un hombre libro que se llama Kien y que pudo
    haber sido Kant o Brand,
    como anota Canetti en "La Conciencia de las
    Palabras". Kant, porque este
    filósofo buscó la razón pura con la misma
    pasión que un buscador de la piedra filosofal. Brand
    (palabra que en alemán significa incendio) porque las
    llamas todo lo purifican y, cuando ya nada impuro queda, lo puro
    se hace presente y aparece un gallo rojo (nombre del
    último capítulo de "Auto de Fe") anunciador del
    nuevo día, de ese día donde Dios habló y se
    hicieron las cosas mediante el sonido. Canetti,
    en su novela, quema al
    hombre libro con la totalidad de su biblioteca. Y en ese opus
    nigrum generado por el fuego, revuelve aire, tierra y
    agua en una
    orgía loca donde abundan los ruidos, los crujidos, las
    carcajadas. Todos los sonidos mezclados en uno solo, en el
    incendio, intento último de llegar al Shem HaMeforash,
    nombre impronunciable de D-s, con el que se crea la nueva vida,
    la que no es dolor sino gloria de la creación.
    Elias Canetti confiesa que el elemento ordenador de "Auto de Fe",
    el que no permitía que los elementos se desbordaran, fue
    Sthendal. El autor de Rojo y Negro, fue la luz a seguir; la
    Metamorfosis de Kafka, el corpus a lograr. Con la lectura de
    ambos, mezcla laberíntica, obtuvo el rigor: "…me
    incliné ante semejante modelo (la
    Metamorfosis) sabiendo que era inalcanzable, pero me dio
    fuerzas".
    Lo esotérico es aquello que, organizado con las mismas
    leyes del
    cosmos, vibra al interior de las cosas que vemos o que nos
    conforman la memoria.
    Sólo percibimos lo exterior, sólo eso. Intus
    Legere, leer al interior de las cosas, esto significa la palabra
    inteligencia.
    "Creo que mi familiaridad con la química, con sus
    procesos y sus fórmulas, incidió también en
    este rigorismo…"
    El primer libro; Auto de Fe. La conciencia de las
    Palabras.
    Elias Canetti.

     

     

    Autor:

    José Guillermo Anjel R.

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter