Indice
1.
Intróito
2. La alquimia comienza siendo
literatura.
3. Un gran libro de
alquimia
4. Lo gótico
occidental
5. Literatura, Cábala y
Alquimia
Cuando la lógica
(esto que se tiene como un camino hacia lo cierto) no da los
resultados previstos, cosa que suele suceder cuando lo tenido
como bueno carece de asombro y genera poca curiosidad, el hombre
regresa a lo marginal. Y allí, sintiendo que renace,
vuelve a comenzar. Todo hay que iniciarlo de nuevo revisando bajo
otra óptica
cada paso, admitiendo en este reinicio lo inadmisible como
posibilidad, lo inservible como servible, lo oscuro como una
posible manifestación de lo claro, etc. La ruptura con lo
habido, el manejo de lo que todavía está lejano, la
nueva incertidumbre, genera ánimos y comienza la
renovación: ese camino asombroso que se construye por el
error para llegar a la verdad.
La palabra alquimia viene del árabe Al Kimiya (la
química).
Y Kimiya viene del egipcio kimi, que traduce negro del Nilo. Limo
negro que todo lo renueva trayendo consigo la vida. Alquimia,
entonces, sería la renovación, la vuelta a la
creación, el entendimiento recuperado. Y todo este
proceso se
inicia en la palabra, símbolo de todos los
símbolos, comienzo de todos los comienzos. Al principio
fue la palabra que designaba , la palabra que ordenaba el mundo y
luego dividía los elementos mediante clasificaciones.
Palabra memoria, palabra
reflexión, palabra asombro, palabra curiosidad resuelta o
al menos definida en un punto fijo, camino a la verdad.
La alquimia tiene como objeto lograr, o al menos intentar a
través de un complicado pensamiento o
codificación laberíntica, el proceso que
lleva a purificar lo impuro. Y, mediante esta
purificación, obtener el
conocimiento de lo absoluto.
2. La alquimia
comienza siendo literatura.
En el principio fue la poeia, esa creación que
lentamente y siguiendo un proceso de memoria habida en
la experiencia de los sentidos, en
las curiosidades y los asombros, permite una comprensión
inicial del mundo. Esta primera interpretación tiene su
origen en el mito y la
leyenda. Son los días de la poesía.
Cuando Cronos repartió el mundo entre sus hijos, a Zeus le
dio el cielo, a Poseidón el mar y a Hefestos lo
subterráneo y la oscuridad. Los dos primeros tuvieron la
luz, la del
día y la de la noche. El último, Hefestos, tuvo que
crearla. Y cuando la creó, se hizo herrero y transformador
de metales.
Allí, en el Hades helado y oscuro, este dios, como el mago
del tarot, mezcló los elementos y los valoró
encontrándoles analogías y simpatías. En
este proceso, inició la purificación de lo impuro:
de lo negro de esa noche eterna heredada de Cronos, Hefestos (el
herrero cojo), iniciaba su camino hacia la luz a
través de la fragua, fuego siempre vivo para para fundir y
alear, para ver hervir y oler todas las aromas de los minerales. Y
aquí, en el Hades, comienza el ascenso del hombre. Una
leyenda, una literatura, una poeia que no
se ha detenido desde entonces, que cada vez es más amplia
y que no finalizará nunca porque Cronos vigilará
para que su herencia no se
desvirtúe: Hefestos en el Hades, con su forja siempre
encendida y el crisol hirviente y rojo vomitando metales
eternamente.
A Europa llega la
alquimia en el siglo X, luego de traducir al latín las
teorías
de los alquimistas árabes, en especial a los alquimistas
de Alejandría que, se creía, eran los poseedores de
los secretos de la mítica biblioteca de esa
ciudad y de las tonalidades de la luz del faro tremendo que
iluminaba medio mar, al decir de los navegantes. Y lo primero que
reciben los iniciados a la alquimia en Europa es un
poema que determina, ya en sí, el ejercicio del Opus
Nigrum, antigua fórmula alquímica que
establecía la fase de separación y
disolución de la materia. Este
momento era el que mayor preparación exigía por su
alto nivel de dificultad y por su condición de inicio
hacia la Gran Obra u Opus Magna.
Decía el poema: Es verdad sin mentira/ cierto y muy
verdadero/ lo de abajo es igual a lo de arriba/ y lo de arriba
igual a lo de abajo/ Para obtener el milagro de una única
cosa./Así como todas las cosas proceden del
Uno/también todas las cosas nacen de este Uno mediante
conjugación.
Estos versos son conocidos como la esencia de la Tabla
de la Esmeralda, texto que, de
acuerdo con la leyenda, compuso Hermes Trimegistos, personaje
mítico que habitó historias en Grecia y
Egipto,
siempre contradiciéndose debido a su pensamiento
laberíntico. Hermes, conocido en el mundo latino como
Mercurio, era el mensajero de los dioses y a la vez el dios de
los ladrones, los comerciantes y la inteligencia.
En Egipto, Hermes
se convierte en tres veces el grande (trimegistus) porque tiene
la virtud de manejar los elementales (la física), el cosmos
(las matemáticas) y el intelecto (el pensamiento
abstracto), es decir, de entender el todo por su conjunto y por
sus partes. Y a este Hermes se le acredita La Tabla de la
Esmeralda, llamada así porque estaba hecha con la
esmeralda que llevaba Lucifer en la frente y que pierde (la
esmeralda cae a las profundidades) cuando es vencido por el
arcángel Gabriel. Esta esmeralda, según una hadit
(leyenda) de la sunna islámica, contenía el
conocimiento
de todo lo que fue, es y será, y su depositario es Hermes,
que la codifica para los iniciados y los maestros de alquimia en
versos de muy difícil entendimiento si no se tiene
imaginación.
La misma leyenda de la Tabla de la esmeralda le
será aplicada al santo Grial, copa fabricada en esmeralda
para depositar en ella la sangre
(transparente) de Jesús crucificado; sangre que
salió del costado, lugar donde, de acuerdo con la figura
del Adam Kadmón de los cabalistas, estaba depositado
el
conocimiento de la divinidad. Conocimiento
que todo lo aclara para que la muerte no
exista. En la literatura, el Grial está conectado con el
rey Arturo y con Merlín, mago (sabio) concebido por un
íncubo en el vientre de una monja. Es de anotar que
Merlín es un personaje nacido de una leyenda Celta (los
celtas miraban a la noche, en contraposición a las
demás culturas que miran al sol) tejida en las tierras
brumosas de Irlanda, donde habita el señor de los Anillos,
alquimista excelso.
En el Medioevo, la alquimia es un ejercicio de la forja,
la filosofía escolástica (donde se es
discípulo de un maestro), las religiónes (la
judeocristiana y la islámica, y las viejas religiones, en especial la
celta) y la literatura. Y aunque se dice que la alquimia
tenía como fin transmutar el plomo en oro, la verdad es
que los alquimistas buscaban convertir lo impuro en puro, lo que
tenía errores en perfección, para así ser
como dioses, tal como aseveraba el salmo. Pretendían
llegar a ser por el hacer del ser, es decir, obtener la pureza
suprema por el entendimiento de las cosas, por sus semejanzas e
imágenes, por sus analogías y
conexiones, por los principios y los
opuestos. A través de la manipulación y manejo
debido de la naturaleza,
el alquimista
buscaba tener un sentido completo de la vida. Y esa vida
implicaba que materia era
forma (esencia y manifestación en términos
aristotélicos), que alma era cuerpo y que acto era
potencia.
Todos estos conceptos conformaban el absoluto y cada uno de
ellos, por si mismo, contenía a todos los otros. Frente a
esto, hombres tan sabios como santo Tomás de
Aquino, se dejan seducir e intentan el proceso
alquímico (santo Tomás escribe un opúsculo
sobre los metales y los planetas). Y
no sólo hacen uso de sus sentidos externos (la
visión, el tacto, etc.) sino, y en especial, de los sentidos
internos: memoria, sentido común, imaginación y
estimación. Frente a la resolución de todo lo
anterior, el alquimista se
convertía en el más intrincado personaje literario:
en un creador, en un soñador, en un maldito. Y en alguien
muy atractivo para describirlo en su pensamiento y sus actos, en
sus maravillas y sus infiernos.
Los musulmanes (al fin y al cabo grandes imaginadores)
son los primeros que se ayudan de la literatura para espacializar
la alquimia, para territorializarla y darle un lugar en la
lúdica del entendimiento humano. A mediados del siglo XIV,
corre por las manos de los alquimistas el relato místico-
esotérico titulado "De cosas extrañas y
maravillosas que he visto y contemplado con mis ojos en la isla
Verde, situada en el mar Blanco", cuyo autor es el sheik
iraní Alí Ibn Fazel Mazandarani. Este relato
epopeyo-iniciático busca el imán oculto que
está en la fuente de la vida y a la sombra el
paraíso. Imán que permite entenderlo todo y vencer
a la muerte. Y
aunque el texto
pertenece a uno de esos mundos imaginables de oriente, los
alquimistas occidentales (por esos días los moros
también hacían parte de occidente: España,
Sicilia, Bosnia, Venezia etc.) se nutren de él con
pasión. Y allí abundan palabras árabes como
alambique, elíxir, atanor, que la alquimia europea
utilizará hasta el sin sentido.
El poeta islámico Al- Toghri, conocido entre los
latinos como Artefio el alquimista, no admitirá otra
alquimia que no sea la espiritual, la kimyá al
saadá (la alquimia de la felicidad). Este aspecto es bien
interesante porque, para que la alquimia sea atractiva,
según Artefio, lo que el alquimista debe buscar es dar
solución a la imaginería y literatura populares:
conversión de lo innoble en noble, obtención del
reconocimiento, rebelión contra lo establecido, dicho de
otra manera, ascender a la cúpula por caminos marginales
(laberínticos, diría Umberto Eco) donde lo
científico se confunde con lo literario, siendo lo
literario lo más importante porque es allí donde
están legitimados los deseos populares (amores entre
patricios y plebeyos, reyes sin raíces, ayuda de los seres
invisibles etc.) que, sino sufren un proceso alquímico,
serán imposibles de lograr.
Artefio y por extensión los alquimistas como
Raimundo Lullio, quien además de la filosofía, la
teología y la literatura también ejerció la
alquimia, hacen más literatura que ciencia al
describir los utensilios y procesos
necesarios para la transmutación. Esto sucede porque sus
referentes son literarios. De aquí que sus manuales mezclen
la ciencia
conocida con sus propios miedos. Veamos: La Gran Obra (Opera
Magna) comenzaba con el atanor, hornillo alquímico
activado con calor de
leña o aceite, donde se cocinaba el aludel o huevo
filosofal. Este recipiente tenía forma ovoide (del huevo
nace la vida, esta era la referencia) y era de barro, vidrio o cristal,
sobre todo de estos dos ultimas, para que el alquimista pudiera
ver y testificar la cocción de la materia prima,
lo que quedaba (Opus Nigrum) y lo que se evaporaba. Este huevo
filosofal era su alambique, la retorta de cristal, a donde
llegaba el material a cocinar a través de un crisol que
tenía la boca en forma de cruz para evitar cualquier tipo
de contaminación demoniaca. El huevo filosofal
era cerrado con el sello de Hermes, a fin de que nada pudiera
escapar y así el alquimista vivenciara todo el proceso de
la creación. O el de la destrucción, que por su
calidad de
opuesto tenía un valor similar
(se entiende lo blanco por el negro, lo gordo por lo flaco, lo
alto por lo bajo etc.). Este sello de Hermes, como lo atestigua
uno que fue publicado en 1599, es un texto donde se especifica,
de manera mínima (esto permitía la creación
de imaginarios), la correspondencia simbólica entre la
astrología, la alquimia y la cosmología, apoyada
por una frase que decía: "visita el interior de la tierra y
rectificando, encontrarás la piedra escondida (Visita
Interiora Terrrae. Rectificando Invenies Occultum Lapidem)". Las
iniciales de cada palabra producían el anagrama VITRIOL,
referenciando su uso alquímico. Vitriolo era el nombre que
los alquimistas daban a las sales residuales (hoy las conocemos
como sulfatos) que veían arder en el interior del huevo
filosofal de vidrio, que no
era otra cosa que ácido sulfúrico concentrado. Este
vitriolo era azul cuando hacía referencia al sulfato de
cobre, blanco
cuando se trataba de sulfato de zinc y verde cuando era sulfato
de hierro. Con
base en el conocimiento de estos procesos, la
literatura ubica el laboratorio
del alquimista en las puertas del infierno. Y no era para
más, pues los olores y vapores terribles así lo
acreditaban. Lo anterior permitió la producción interminable de relatos, que
iban desde el que cuenta la creación del reloj fabricado
por el monje Gerberto con la ayuda del diablo (este relato renace
hoy con el título de El Reloj Mecánico, escrito por
Paul Pullman) hasta los científicos locos de Orwell y
Huxley.
La alquimia le ha servido a la literatura para
establecer umbrales con lo terrible o con los opuestos
básicos (buena parte del entendimiento del mundo lo
hacemos con base en opuestos). También para escribir
relatos con ambientes rondados por el demonio, que a fin de
cuentas es el que
vaga por la eternidad buscando la piedra esmeraldina que
cayó de su frente cuando se rebeló contra Dios. Y
para darle un carácter
mágico a ciertas escenas. Hay rememoración
alquímica en El Quijote cuando Cervantes escribe: "Los
altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las
estrellas os fortifican" (Primera parte, cap. I). También
cuando en este mismo capítulo el flaco hidalgo se coloca
encima un nombre mágico y le pone otro a su caballo.
Cervantes, a pesar de su burla a las novelas de
caballería, es un hombre de su
época y de sus sueños y, para hacer de la novela un
espejo de la imaginería popular, a su caballero le coloca
el yelmo de Mambrino, le da el bálsamo de fiebrabás
y lo coloca en camino hacia la ínsula Barataria. En Ese
don Quijote de la
Mancha (Opus Nigrum), la intención es la Opera Magna,
el todo absoluto de la vida a través del absurdo. No es de
extrañar entonces que en El Quijote se evidencie lo que
Umberto Eco ha llamado pensamiento laberíntico.
Pensamiento que establece que a través de la
contradicción se puede llegar al acierto y que en
términos científicos no es otra cosa que el
método
ensayo-error,
ya filosofado por Karl Popper. Y puesto en la práctica por
Jaim Weissmann, en su libro "Por el
Error a la Verdad", curiosa y acertadamente.
Dante estructura la
Divina Comedia haciendo uso de sus conocimientos
alquímicos. El gran poema sigue el camino del huevo
filosofal, se alambica: del frío del infierno donde se
coccionan todas las impurezas, opus nigrum en frío como
era el sueño de los alquimistas, se llega al cielo, pureza
absoluta, ser total, Beatrice Fortinari, Opera Magna (alquimia de
la felicidad, sueño de Artefio). Y es que en la Divina
Comedia se evidencia la estructura
alquímica: materia prima,
lo que existe en frío, donde Dante desecha lo impuro;
luego es fuego que purifica lo bueno de esa materia prima;
después el cielo a donde van los aciertos y un limbo donde
queda aquello que presenta error pero que aún se considera
como bueno. Para el hombre
medioeval, lector de la naturaleza y de
lo improbable, que nada dejaba de lado porque a diario lo
acechaban las pestes y los infortunios, la alquimia le daba la
posibilidad de la esperanza. Verde la esperanza, como la
esmeralda luciferina donde estaba encerrado todo el
conocimiento.
El libro de las "Mil Noches y una Noche", que es un
tratado de las mutaciones donde un cuento produce
otro después de una serie de dificultades, llega tarde a
Europa y los alquimistas no pueden usar los planteamientos que
allí se hacen. Y mal traducido, que la moralidad de
traductores como Galland plantearon un contexto distinto al
esencial, que era inteligente, erótico y creador de vida.
Esta traducción, que fue la que más le
agradó a Borges,
quizás por la curiosidad que le generó lo
traducido, que Galland había tenido la virtud de
afrancesar a los árabes y esto ya era todo un proceso de
alquimia, apenas fue rebatida a finales del siglo XIX. En la
traducción íntegra de Sir Richard Burton (traductor
inglés
acusado de pornógrafo, cuestión que en un principio
demeritó la traducción pues se aseguraba que Burton
era más un enfermo sexual que un arabista), los lectores
occidentales accedimos a toda la magia y alquimia que asisten a
estos relatos, donde la alquimista es Scherezada y tiene por
encargo purificar el corazón
negro del Califa Al Rachid. Magia, porque lo mágico
consiste en observar para entender. Y alquimia por la
línea que sigue el texto: detener la impureza de una
actitud
criminal para concluir en la exaltación de la pureza. Y en
ese proceso, se recurre a la poesía,
el erotismo, la crueldad, el humor y a toda clase de estratagemas
(logos y frónesis). En las Mil Noches y una Noche, el
constructo del conocimiento, construir sobre la cosa sabida, es
el que lleva al logro del objetivo. En
otros términos, es con base en el conocimiento positivo
como se llega al imaginario probable.
En la cultura
religiosa semita, la mujer carga
con la impureza. A ella se le debe el pecado y el que lo
evidencie cada 28 días con la menstruación y la
presencia de la luna. Y Scherezada, la impura, es quien legitima
esas mil noches y una noche, porque ella es la materia prima
donde se imagina y se crean semejanzas, donde se establecen las
conexiones y se buscan resultados. Al finalizar la Opera Magna,
la impureza se ha vuelto pura y la sabiduría a vencido a
la ignorancia. Es bien sabido que los árabes fueron los
creadores del álgebra,
alquimia de la lógica.
Y ese proceso algebráico se aplica en las Mil Noches y una
Noche, donde la noche y el día se unen con una
incógnita que se debe despejar a como dé lugar
(Scherezada deja, cada amanecer, el relato que cuenta en su punto
más interesante, lo que obliga al califa a no matarla
porque desesperaría de no saber el resultado de lo que
ella le está contando). Hay una ecuación que
requiere una respuesta, hay un alquimista que vislumbra el final
positivo de todo aquello que macera y cuece en el huevo
filosofal: es que lo disperso se une luego de la
purificación y así se logra la felicidad (estado de
máxima pureza entre los creyentes del Islam) y el
placer eterno. Por esto no es raro que en el libro, cuando
alguien está feliz, deba esta felicidad a una serie de
acciones
desfavorables (errores). Pasa igual que con los personajes de la
Biblia, donde la dicha es fruto de maceraciones y cocciones, de
dolor. Así se justifica un José, un David, un Job,
que son los preámbulos sagrados de un par de paganos como
Simbad o Aladino, buscadores
hábiles estos dos, pero siempre asustados por las
desmesuras que tienen que enfrentar para lograr su objetivo, lo
que los obliga a usar artimañas de todos los pelambres
(engañar a las apariencias y a las estimaciones es un
principio básico el la alquimia). Pero los dos tienen fe
absoluta en sus creencias, lo que lleva a que el supremo bien se
acabe imponiendo sobre el mal. Así mismo, se notan en el
texto los juegos
cabalísticos y los poemas
aclaradores (descripción de procesos) como el de Docta
Simpatía y el poeta de la corte, Abu Nowas, que
tenían el poder de la
palabra para que la felicidad se hiciera realidad. Personajes
alquímicos que discurren entre lo impuro y lo puro, entre
los vapores de los azogues que envenenan el aire a la vez que
maravillan porque el azogue (mercurio) es un metal vivo que no se
deja atrapar fácil. Es que viene del cinabrio, que tiene
el interior rojo.
En la noche 895, Scherezade cuenta la historia de un libro
mágico que hace reír y llorar al mismo tiempo, libro que
ningún hombre es capaz de interpretar y que se guarda en
el olvido para que la Destructora de Felicidad y la Constructora
de Tumbas no se hagan presentes. Es claro que aquí hay una
crítica a los buscadores de
imposibles, quizás a los alquimistas que lo sacrificaban
todo en el deseo de obtener algo vano, pues la felicidad en
sí no es nada al igual que la muerte, que
todo final es un principio y en la vida, como sucede con el
mito de
Sísifo, la tarea total de un hombre nunca se cumple. Es
que alguien, a partir de ahí, seguirá construyendo.
Libro contradictorio este d las Mil Noches y una Noche,
legitimador del pensamiento laberíntico dentro de un
pensamiento de línea.
En la literatura occidental, el papel del
alquimista o su reflejo, ha permitido asumir lo gótico. Y
con base en estos vapores y brumas, se han escrito novelas y
cuentos,
capítulos y párrafos verdaderamente maestros.
Veamos unos ejemplos: "Todo el mundo había podido observar
las interminables horas que él (Claude Frollo)
solía pasar sentado en el pretil de atrio calculando el
ángulo de la mirada de aquel cuervo situado en el
pórtico izquierdo, dirigida hacia un punto misterioso al
interior de la iglesia donde
probablemente estaría oculta la piedra filosofal". Este
párrafo
hace parte de Nuestra Señora de París y allí
Victor Hugo seguramente se inspiró en la imagen de
Nicolás Flamel, el más conocido de los alquimistas
franceses de la Edad Media. O
también en la suma de Cagliostro (José
Bálsamo, aventurero, médico, farsante y alquimista
italiano, nacido en Palermo en 1743) y en el conde de Saint
Germain, misterioso personaje que, al igual que Aschaverus,
habita el tiempo y
sólo habrá final de él cuando ya no exista
nada. Sin embargo, todo apunta a que el diácono Claude
Frollo, que tenía su laboratorio en
una de las torres de la Catedral de Nôtre Dame, sea una
extensión literaria de Nicolás Flamel.
Después de todo, a este curioso personaje lo asiste la
leyenda dorada de la alquimia.
Nicolás Flamel logró fama en los medios
alquimistas porque se sabía que él era el
depositario del libro de Abraham, el judío. En ese texto,
dice la leyenda, se encontraba el secreto de la
transmutación de los metales innobles, como el plomo, en
metales preciosos. De la formulación que se planteaba en
el libro, salía el oro con que las comunidades hebreas
pagaban los cada vez más crecientes impuestos al papa
y a los reyes. Pero Flamel no entiende los nombres y definiciones
de Abraham y se ve en la necesidad de encontrar a alguien que se
lo descifre, ojalá un judío español
(por aquello de que la cábala se desarrollaba en las
juderías españolas, especialmente en Girona).
Flamel encuentra el maestro descifrador en un converso llamado
Canchés, pero este muere antes de lograr la
traducción total del libro por lo cual Nicolás
Flamel se queda sin el secreto y sin el libro, porque a medida
que iba siendo traducido, el original desaparecía. Toda,
una trageia, así como el amor de
Cuasimodo por la bella Esmeralda, verdadero proceso de
transformación de lo feo en bello, que Victor Hugo lleva a
cabo para asombrarnos. Igual que nos asombra el último
alquimista conocido: Fulcanelli, quien escribió dos
libros, el
Misterio de las Catedrales y las Moradas Filosofales. Lo
interesante es que hasta el día de hoy no se sabe
quién fue Fulcanelli, aunque se conocen los libros, y las
pocas pistas que se tienen de él sólo conducen a
vapores sulfurosos. ¿Será acaso el diácono
aquel que se pasaba tardes enteras tratando de establecer
cuál era la geometría
secreta que existía entre el grifo de la catedral y el
paso de los cuervos?
Charles Maturin, escritor inglés,
también toma la alquimia como referente para su libro
Melmoth el Errabundo, considerado la más grande de las
novelas góticas. Melmoth es un hombre que habita las
oscuridades y lo sórdido y allí, en ese medio que
lo convierte en sombra y en fantasma, donde es perseguido por
herejía, intenta trasmutar el infierno en cielo. Pero al
fin es la derrota, porque el sino del alquimista es la
confinación a la confusión, la locura y el horror.
Quizás esto se deba a haber retado a Dios, que la
divinidad no perdona a quien trabaja para restituirle el
conocimiento a Lucifer, acto que igualaría al Maldito con
el Señor del universo.
El siglo XIX tentó a la literatura con la
alquimia y escritores como Honorato de Balzac intentaron dar con
la piedra filosofal. En "La Indagación de lo Absoluto",
Balthazar (el personaje), dilapida su fortuna buscando dar con la
gran verdad alquímica. Pero sólo logra entenderla
cuando está agonizando: "…y con voz tronante,
clamó la famosa frase de Arquímedes:
¡Eureka!, y murió exhalando un quejido espantoso; y
sus convulsos ojos expresaron, hasta el momento de
cerrárselos el médico, el pesar de no haberle
podido legar a la ciencia la
clave de un enigma cuyo velo desgarrábase
tardíamente bajo los descarnados dedos de la muerte". La
luz al final, cuando ya no existe la posibilidad del
reconocimiento, este es el premio del alquimista. O quizás
si exista el reconocimiento porque al morir se ingresa en un
espacio de conocimiento pleno donde la alquimia no es necesaria.
Como es de suponer que le pasó a Yehuda Halevi, que
murió en el mismo instante que pisaba la tierra de
Israel,
última pieza que necesitaba encajar para lograr la
felicidad, el fin de su trasegar por las sefirot.
5. Literatura,
Cábala y Alquimia:
Es evidente que la cábala y la alquimia tienen
como punto de unión la transmutación de la palabra,
la mezcla de valores y
conceptos, la ruptura de la línea. Quizás por esta
razón, Jorge Luis Borges
y Adolfo Bioy Casares se dieron a la tarea de recopilar
literaturas fantásticas donde hay verdaderos procesos
alquímicos, como los usados por los chinos (cultura que
descubre la pólvora y le da otro valor a la luz) y por
Franza Kafka en ese relato maravilloso que es La
Metamorfosis (traducido al castellano por
Borges). Y a
tal punto llega la curiosidad de estos dos escritores argentinos
que, como resultado de sus investigaciones
en ese laboratorio de la palabra que es la Biblioteca
Nacional de Buenos Aires,
componen "El Libro del Cielo y el Infierno" donde intentan dar
una razón del bien y el mal. Y lo que es más
interesante, del camino que hay del uno al otro. En
términos de cábala y alquimia, esto no es
más que la igualación de los contrarios, la
negación de lo bueno y lo malo en Dios, como
sostenía Baruj Spinoza. Se lee allí, en El Libro
del Cielo y el Infierno: "si un hombre no comprende el infierno,
no comprende su propio corazón",
frase de Marcel Jouhandean, escrito en el Álgebra de
los Valores
Morales. Todo un opus nigrum, sin lugar a dudas. Igual al
opus nigrum de Adrián Levenkhün, personaje de El
Doctor Faustus (de Tomas Mann), donde se da todo, incluso el alma
al diablo, para llegar a la música suma, a esas
esferas donde sólo Dios habita. La misma Marguerite
Yourcenar, mujer negadora de
vida porque quizás ella misma se estaba buscando, se
refugia en la magia de la alquimia, en ese observar y leer de
manera diversa cada proceso, y escribe "Opus Nigrum", donde
Zenón, médico alquimista del siglo XVI, representa
los sueños y terrores, los asombros y las desdichas del
alquimista. Del alquimista que fue Paracelso con sus hadas y sus
elfos; del que fue Miguel de Servet con sus estudios sobre la
circulación de la sangre; del que fue Leonardo Da
Vinci cuando, bajo el amparo de
Ludovico El Moro, miraba podrir animales delante
de él para que se le ocurrieran ingenios y respuestas a
sus preguntas. "Opus Nigrum", de Marguerite Yourcenar es un texto
contra la intolerancia, el peor de los demoniosque tuvieron que
enfrentar los alquimistas. Y como la intolerancia es ignorancia,
resulta peor que la hoguera.
En este siglo XX tan repleto de respuestas
tecnológicas y de miles de procesos evidenciados como
útiles cuando hasta hace poco se los tenía como
mera brujería, no alcanzamos una noción más
alta de libertad
porque no hubo respuestas a las preguntas espirituales del hombre
moderno. O si las hubo, pero están camufladas en la
literatura y por ahí vagan como Leviatán,
escondidas entre las olas, siguiendo su ritmo, creando un scorzo
que apenas se delinea, dormidas hasta que alguno las despierte
sin obligarlas a la ira. Por esto es válido el
Melquíades de García
Márquez, único poseerdor de la razón de
ser de ese microcosmos que es Macondo. Y son válidos los
rabinos cabalistas y los dibbucks de Isaac Bashevis Singer, seres
que lo habitan todo y no habitan nada, criados en esa
confusión donde lo puro y lo impuro se miran
reflejándose, construyéndose y
destruyéndose. Igual que en la obra de Shmuel Joseph
Agnón (premio Nobel 1966), donde para construirse hay que
volver a los inicios, al yo enfrentado a la nada (en hebreo,
aní=ain) y reflejado en ella.
Para concluir, citaré a Elias Canetti,
quizás el último escritor que logró hacer
una novela con
criterio alquímico, "Auto de Fe". Este texto tiene que ver
con el fuego y con un hombre libro que se llama Kien y que pudo
haber sido Kant o Brand,
como anota Canetti en "La Conciencia de las
Palabras". Kant, porque este
filósofo buscó la razón pura con la misma
pasión que un buscador de la piedra filosofal. Brand
(palabra que en alemán significa incendio) porque las
llamas todo lo purifican y, cuando ya nada impuro queda, lo puro
se hace presente y aparece un gallo rojo (nombre del
último capítulo de "Auto de Fe") anunciador del
nuevo día, de ese día donde Dios habló y se
hicieron las cosas mediante el sonido. Canetti,
en su novela, quema al
hombre libro con la totalidad de su biblioteca. Y en ese opus
nigrum generado por el fuego, revuelve aire, tierra y
agua en una
orgía loca donde abundan los ruidos, los crujidos, las
carcajadas. Todos los sonidos mezclados en uno solo, en el
incendio, intento último de llegar al Shem HaMeforash,
nombre impronunciable de D-s, con el que se crea la nueva vida,
la que no es dolor sino gloria de la creación.
Elias Canetti confiesa que el elemento ordenador de "Auto de Fe",
el que no permitía que los elementos se desbordaran, fue
Sthendal. El autor de Rojo y Negro, fue la luz a seguir; la
Metamorfosis de Kafka, el corpus a lograr. Con la lectura de
ambos, mezcla laberíntica, obtuvo el rigor: "…me
incliné ante semejante modelo (la
Metamorfosis) sabiendo que era inalcanzable, pero me dio
fuerzas".
Lo esotérico es aquello que, organizado con las mismas
leyes del
cosmos, vibra al interior de las cosas que vemos o que nos
conforman la memoria.
Sólo percibimos lo exterior, sólo eso. Intus
Legere, leer al interior de las cosas, esto significa la palabra
inteligencia.
"Creo que mi familiaridad con la química, con sus
procesos y sus fórmulas, incidió también en
este rigorismo…"
El primer libro; Auto de Fe. La conciencia de las
Palabras.
Elias Canetti.
Autor:
José Guillermo Anjel R.