- La
familia: una fortaleza - El
amor es un jardín difícil - Un
nuevo orden - Los
héroes merecen respeto - El
deporte también es poesía - El
navegante solitario
Cada uno defiende como puede
alguna rosa propia,
es guardián de sus aguas navegables
ya sean negras o permanezcan en su azul
Joaquín Marta Sosa
La
familia: una
fortaleza
Por esta casa anda la muerte con
sus recuerdos
Poesía de los que están y de los que se fueron,
de los que ya no estarán y de los que continúan
estando, de los muertos y de los vivos de Marta Sosa, porque
todos: abuelo, padre, madre, tío, hermana, esposa e hijo,
permanecen vigentes en una propuesta poética que hace de
la familia un
fuerte inconquistable, un bastión seguro, un
fortín caribe que tuvo – del lado del poeta – sus
orígenes en un recóndito pueblo lusitano: Nogueira,
donde "echan al vuelo las campanas" de un campanario ancestral
"todavía en pie como las tumbas que / protege".
Aldea portuguesa donde "se levantaron rosas y lilas en
la tierra" por
parte de unos pobladores que hicieron del campo y del mar una
sola realidad; un mismo universo pasional
que acoge indistintamente la muerte y el
exilio, "los huesos de la
guerra" y las
cartas de
ultramar, los llantos definitivos y los adioses pasajeros, la
lápida y el bautismo, el pasado y el futuro de una familia
que el verso de Marta Sosa reúne, recoge, en franca
necesidad de arraigo espiritual y de continuidad afectiva.
Caserío lusitano, al que el escritor regresa
décadas más tarde para contemplarlo con una mirada
diferente a la que imponen, océano de por medio, la
distancia y la morriña. Sin embargo, nada distinto
acontece en la aldea de sus padres: " Las mujeres esperan
después de años y años. / Vuelven ellos.
Dejan nuevos hijos. / Se marchan otra vez. A veces para siempre.
/ Las noticias dicen
y desdicen. / Los muertos no pueden regresar / y ellas no lo
saben sino a veces".
Presente está en versos y remembranzas del poeta y de
los suyos, en la distancia definitiva , el abuelo del poeta; ese
ser atrevido y soñador que osó levantar anclas y
soltar amarras para dirigirse a un mundo nuevo y desconocido: el
Brasil, tal
como tiempo
atrás lo hicieron aquellos navegantes tercos, osados e
impenitentes, desconocedores del miedo y la prudencia, que desde
Lusitania se atrevieron a aventurarse en la mar ignota para
encontrarse con tierras inéditas y sin nomenclatura que
prontamente se denominaron: Catay, Cabo de Hornos, Cipango,
Ceilán o Tierra del
Fuego.
Abuelo iniciador de una saga de aventuras que en forma de
viajes y
nuevas tierras se extendió al padre y al hijo del poeta,
quienes en un comprensible afán de libertad se
atreven a emprender nuevos rumbos que "no son un desamor / sino
la necesidad de que los misterios / se
reduzcan". Abuelo aventurero que se despreocupó de los que
quedaron atrás, en el Nogueira de todos, sumiéndose
y sumiéndolos en el olvido; para morir muchas veces antes
de su última muerte, esa que se produjo sin que nadie lo
supiese, se enterase, porque no mandar noticias fue
también una forma de morir temprano, renunciando al
recuerdo para privilegiar el olvido de aquellos, que muy
seguramente, lo acompañaron en su desconocido lecho, en su
último respiro, porque como bien lo registra el poeta,
allá en la aldea: "las mujeres esperan y murmuran: /
hacedora de lluvias tráenos la lluvia, / y paren en el
barro, / atentas a ese cuerpo que no vuelve".
El tío y el padre de Marta Sosa, años
después, guerras
después, hambres después, esperanzas
después, también se atrevieron a "darle un
manotón / aunque sea provisorio / a las prisiones de la
vida", y emprendieron juntos un viaje en común; primero a
Brasil y luego a una Venezuela
desconocida, en la que el progenitor del poeta echó anclas
y rehizo las amarras para que, cinco años después
de su llegada, Joaquín y su madre viniesen a esta Tierra
de Gracia a re-encontrarse con el padre, y a conocer unos
hermanos nuevos, sangre de la
misma sangre de Nogueira, procreados por la soledad y la
distancia, en medio de la añoranza por campanarios y
cipreses.
Página siguiente |