Introducción
En el presente trabajo se
hace un breve seguimiento de los sentimientos, ya que para
algunos sólo son palabras, sin algún fondo o
trasfondo; para otros, son la esencia de la vida, o por lo menos
su condimento ya que son ellos los que nos motivan o mueven a
actuar de ciertas formas en determinadas circunstancias. Se
inicia haciendo un breve bosquejo de lo que es sentir y por
consiguiente los sentimientos, después, se menciona la
complejidad que existe al tratar de distinguir los sentimientos,
para los cuales no existe una definición conceptual
precisa, o, lo que es más importante, ni siquiera se sabe
cuántos son, por ello se plantea y da seguimiento al
concepto de
magma afectivo de Fernández.
[1]
Los sentimientos,
¿existen?
Sentir no es lo que uno piensa; eso es pensar. Por eso hay
que, por decirlo así, despensar un poco la idea de
los sentimientos, para aproximarse un poco a su sensación,
o sea, a sí mismos (Fernández, 2000).
Un sentimiento es el aviso de que algo sucede, de alguna
manera, en alguna parte, demasiado cerca, definición
ésta que también se puede aplicar a lo desconocido.
Podemos sentir amor, dolor de
muelas, ganas de marcharnos, la música, pasos en la
azotea, cansancio, que alguien nos está mirando, el olor a
café,
que el ambiente
está tenso, que una idea es equivocada, que el otro ya no
nos quiere.
Parecería que "sentir" es el verbo que se emplea para
informar que hubo una sacudida de la realidad
(Fernández, 2000).
Cuando se habla de sentimientos, se piensa en palabras
típicas como el amor, el
odio, el hastío, la alegría, la desesperanza, la
compasión, el rencor, la soledad, el perdón o el
remordimiento. Para empezar, tales fenómenos no existen.
Existen ciertamente las palabras, que son de lo más
socorridas, pero éstas carecen de contenido afectivo o de
correspondencia con hecho alguno; por eso nadie ha podido decir
en qué consiste el amor. Los nombres de los sentimientos
son las maneras de llamarle a algo que no se puede llamar de
ninguna manera. Por eso se oyen protestas del tipo "¿a eso
le llamas amor? (Fernández, 2000).
La gente, cuando siente algo o le incomoda o le distrae,
intenta determinar la que está sintiendo: no sabe si
aquello es amor, simpatía, soledad o mera primavera, y
cuando, tras alguna deliberación, concluye que se trata de
los primero y se lo comunica al interesado, al psicoanalista o a
sus colegas, éstos pueden deliberar o concluir otras
cosas, como que se trata de egoísmo, ternura maternal,
caridad, posesividad, inercia o, en efecto, la primavera. Lo
interesante es que todos los nombres son correctos, de
donde ha aparecido la novedosa solución de la
ambivalencia: es amor pero también es odio.
En suma, para cualquier sentimiento, cualquiera que se
interprete funciona como válido. Un mismo acontecimiento
es un asunto de rencor, dignidad,
crueldad, heroísmo. A la hora de sentir, hay una
imprecisión rampante respecto a la definición que
se va a hacer del sentimiento. Cada cosa que se siente puede ser,
en rigor, cualquier sentimiento, y cada sentimiento puede ser
cualquier cosa. Es evidente que entre las palabras amor y odio,
desesperación y tranquilidad, alegría y tristeza,
felicidad e infelicidad, hay una enorme diferencia que se
confunden y resultan el mismo.
Por eso De Saussure pudo decir que en el lenguaje no
hay términos positivos, es decir, palabras que se
diferencian de unos términos con otros; se puede hablar
del egoísmo, no porque exista tal realidad, sino solamente
porque existe la palabra altruismo. Por eso el amor no es
otra cosa que lo contrario del odio, lo diferente de la amistad y lo
similar al cariño (Fernández, 2000).
Cualquier pretensión de definición de
sentimientos, según se puede constatar en el diccionario,
cae en una serie de vaguedades, tautologías, circunloquios
y escamoteos[2] que, en el mejor de
los casos dan cuenta de que el objeto que pretende definir no
existe en realidad, no es un evento u objeto concreto y
discreto, sino un algo que puede confundirse con todo y que puede
describirse de todas las maneras. Como si cada sentimiento que se
intentara describir resultara ser todos los otros sentimientos;
es más bien una abstracción. En la realidad, los
sentimientos son una materia muy
vaga, confusa, disuelta. Cuando alguien dice a otro "te amo",
todo queda muy claro entre los dos, menos el sentimiento, y por
eso se pasan tanto tiempo juntos,
averiguándolo (Fernández, 2000).
Da la impresión de que es lo mismo decir que uno siente
vergüenza o timidez o hipocresía, de lo que es
enteramente frívolo decir "te quiero" o "estoy triste"
porque no se está diciendo nada. Sin embargo, en un
porcentaje insólitamente alto la gente dice estas cosas, y
puede afirmarse que las conversaciones verdaderamente
importantes, las significativas, son las que hablan de ello. Los
sentimientos son cuestiones acuciantes: son clasificaciones en
una polémica que intenta desentrañar lo
desconocido, comprender y maniobrar las sacudidas de la realidad,
mecerse en ellas si no hay peligro, averiguar qué fue
aquello que, por pasar tan cerca, nos atravesó
(Fernández, 2000).
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