- Los misterios y los
fenómenos prodigiosos que nos presenta el
cerebro - La
serendipia y su rol en los descubrimientos
humanos - Cómo
se hace "desaparecer" una parte del cuerpo - Síntomas
- Teorías
explicativas - En
resumen - Bibliografía
Cien mil millones (100, 000, 000, 000, 000, 000, 000,), se
estima ser el número de células
que forman la estructura
arquitectónica del cerebro humano.
Una cantidad súper-astronómica por todos los
estándares conocidos.
En ese espacio intracraneal, tan limitado en su
dimensión, se libran campañas filosóficas
muy interesantes y de alcances muy profundos. Tenemos la
dicotomía de la mente y el cerebro a que tanto hemos
aludido en otras lecciones, la del dilema entre se nace
¿o se hace? (Nature vs nurture), la del
diseño
inteligente o creacionismo vs la teoría
de la evolución; y muchas otras cuestiones, que
el ser humano se ha propuesto, desde que aprendiera a pensar, y
que parece nunca obtendrán solución permanente.
Como sabemos, las ciencias en
general, y las neurociencias, en particular, acompañadas
por otras disciplinas — notable entre ellas, la genética
y, ahora, la epigénesis — nos han señalado la
existencias de nuevos derroteros para mejor comprender y para
descifrar los misterios de
nuestra mente como función
ancilar de la actividad cerebral.
En otros artículos ya hemos hablado de la
epigénesis, del "gen de Dios" y de los hologramas como
ejemplos de las nuevas vistas, que han sido vislumbradas, en los
campos de la ciencia,
como fuentes de
recursos para
explicarnos el cerebro y todas sus, crípticas,
actividades.
Lo que, hasta ahora no hemos encontrado, son ni el exegeta ni
la exégesis anhelada. Como, de antes lamentáramos
cuando pensáramos acerca de la existencia de la inteligencia
extraterrestre, cuando, sotto voce, dijéramos —
suspirándonos a nosotros mismos — "parece ser que
estamos solos".
Los misterios y los
fenómenos prodigiosos que nos presenta el
cerebro
Por ejemplo, uno de los animalillos más humildes y, por
su aparente insignificancia, resulta aparecernos poco
pretencioso, sería la babosa marina o la Aplisia
californica. La que, no obstante su insignificante estado en la
escala
biológica, le proporcionó al psiquiatra Eric R.
Kandel, la oportunidad de recibir el galardón del Premio
Nobel en fisiología y medicina en el
año 2004.
Los hallazgos de Kandel demostraron que el almacenaje de las
memorias
reside en las neuronas mismas. Para lograrlo, Kandel y sus
colaboradores le administraron choques eléctricos en la
cabeza de la aplisia, lo que resultó en que el molusco
retrajera su tubo de sifón y sus agallas.
A medida que el experimento se repitiera con mayor frecuencia,
muy poca estimulación sería requerida para evocar
la respuesta inicial, indicando que el molusco había
"aprendido" y "memorizado" la experiencia. Más adelante,
cuando la babosa, era irritada de nuevo, después de un
prolongado período de reposo, la respuesta
permanecería presente y estable.
Aplisia califórnica
Antes de Kandel, en los años 1920s, a famoso
neurocirujano, Wilder Penfield, estimulando el cerebro de
pacientes epilépticos, había ofrecido lo que,
entonces se consideraría evidencia convincente de que las
memorias se almacenan en regiones específicas del
cerebro.
Esta teoría perduró hasta que los experimentos de
Karl Lashley la probaran incorrecta. Este último
investigador, trabajando por treinta años en el Laboratorio
Yerkes de Biología de Primates,
por su parte, descubrió otras posibilidades que explicaban
de mejor manera los mecanismos responsables por el acopio de las
memorias.
Lo que Lashley hizo, fue entrenar un grupo de ratas
a ejecutar una variedad de tareas, como sería correr en un
laberinto. Luego, el investigador extirpó varias partes
del cerebro de las ratas y las sometió de nuevo a pruebas
físicas. Sus propósitos eran los de eliminar
progresivamente las áreas del cerebro del animal que
contenían la memoria de
correr el laberinto.
Para su asombro, Lashley descubrió que no importaba
qué parte del cerebro él eliminara, que, aún
así, no podía erradicar las memorias acumuladas.
Como consecuencia, muy a menudo, después de las ablaciones
arbitrarias efectuadas en sus cerebros, las habilidades motoras
de las ratas exhibían evidencia de haber sido arruinadas
— los roedores, moviéndose torpe y desatinadamente a
través del laberinto — pero aún con porciones
masivas del cerebro, removidas, las memorias de las ratas
permanecían obstinadamente intactas.
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