"[Los Impíos]… dicen discurriendo
desacertadamente: "Corta es y triste nuestra vida; no hay remedio
en la muerte del
hombre ni se
sabe de nadie que haya vuelto del Hades. Por azar llegamos a la
existencia y luego seremos como si nunca hubiéramos
sido… al apagarse, el cuerpo se volverá ceniza y el
espíritu se desvanecerá como aire
inconsistente… Paso de una sombra es el tiempo que
vivimos, no hay retorno en nuestra muerte; porque
se ha puesto el sello y nadie regresa". Los impíos
tendrán la pena que sus pensamientos merecen, por
desdeñar al justo y separarse del Señor."
La Biblia, Sabiduría Capítulo 1,
versículos 1-10.
El avance actual de la ciencia
habría logrado mostrar en forma consistente con las
observaciones, el proceso
mediante el cual se forman las galaxias y los mundos en el Universo. Del
mismo modo, la evolución y selección
natural de las especies, permite comprender de forma racional
como se desarrollan seres inteligentes como nosotros. Este
progreso ha ido en detrimento de las explicaciones
teológicas históricas, las que paulatinamente se
han visto forzadas a retroceder y atrincherarse en los umbrales
del conocimiento
actual.
La pregunta que surge es porqué, aún con lo que
sabemos actualmente, cerca del 95% de la población mundial creemos ya sea en Dios o
bien en algún tipo de divinidad o ser místico que
interviene de algún modo en nuestra vida diaria?
¿Podría ser acaso que estuviésemos todos
equivocados, tal como lo estuvo el mundo antiguo al sostener que
la tierra era
plana?
Nuestra comprensión actual del universo y de las
leyes que lo
gobiernan no pudo lograrse en un día; sólo se
consiguió con el lento avance en la comprensión de
nuestro entorno. De forma análoga, la idea de un Dios o
divinidad difícilmente podría ser abandonada de
golpe, más aún, si consideramos que sólo una
fracción muy pequeña de la población mundial
posee conocimiento científicos acabados. Incluso el mismo
Albert
Einstein nunca abandonó la idea de un Dios, la que
plasmó en su célebre frase "Dios no juega a los
dados con la naturaleza" a
propósito del desarrollo de
las leyes de la mecánica
cuántica que explican con éxito
el mundo de las partículas, y donde el azar y la
incertidumbre juegan un papel preponderante.
Desde los albores de la humanidad, el hombre ha
intentado explicar su propia existencia y la del mundo que lo
rodea. Para nuestros antepasados primitivos la respuesta lógica
era que un Dios todopoderoso lo había creado todo, de modo
tal, de satisfacer a cabalidad los requisitos para la
subsistencia de nuestra supuestamente privilegiada
humanidad. De este modo, nuestro planeta ocuparía un
sitial primordial en el Universo, y tanto el aire que respiramos
como los animales que nos
dan el sustento, así como las estaciones del año,
habrían sido creados "a la carte" (es decir, a la
medida) por dicha divinidad.
Para nuestros antepasados temer, alabar y mantener contenta a
la(s) Divinidad(es) con toda clase de
sacrificios y ofrendas,
resultaba absolutamente fundamental para garantizar la
armonía y estabilidad del mundo y los cielos. Lo contrario
suponía desatar su cólera,
la que quedaría de manifiesto en catástrofes
naturales y calamidades de toda especie.
Un claro ejemplo de esta relación de "obediencia por
temor" se encuentra en la Biblia judía o antiguo
testamento, donde se aprecian numerosos pasajes alusivos a
normas del
tipo "premio-castigo" entre el pueblo judío
nómada de aquél entonces y su Dios, Yahvé:
"Si despreciáis mis normas y rechazáis mis
leyes…mandaré sobre vosotros el terror, la peste y la
fiebre…soltaré contra vosotros la fiera
salvaje que les devorará sus hijos…
¡llegaréis a comer la carne de vuestros propios
hijos e hijas! Porque yo soy Yahvé, vuestro Dios!
Levítico 26,14-45.
Hoy sabemos que los desastres
naturales corresponden a ciclos naturales según las
condiciones geográficas de un sector, y que una tormenta
eléctrica no responde a la ira desatada de algún
dios a quién se ha olvidado rendir sacrificio; hemos
comprobado en base a nuestras observaciones que nuestro lugar en
el Universo dista mucho de ser el lugar privilegiado que
supondría ser la creación predilecta de un
todopoderoso, y que muy por el contrario, nos encontramos en la
periferia de una de miles de galaxias, con un sol corriente como
cientos de miles de otros.
No obstante, la idea de un Dios creador, cuyos misteriosos
designios crean y rigen los destinos de cada uno de los elementos
y seres que componen el universo sigue siendo la creencia
más aceptada en la actualidad. Resulta evidente que desde
tiempos inmemoriales, conservamos profundamente grabado en
nuestro cerebro esta idea
de un creador divino, de un diseñador todopoderoso que nos
ha escogido y nos ha entregado deliberadamente su orden
divino.
La astrofísica descubrió que los elementos que
formaron la tierra y la
vida que ella sostiene fueron sintetizados en sucesivos ciclos de
vida de estrellas primigenias. Con el paso de millones de
años la vida ha logrado abrirse paso, evolucionar y
adaptarse a los cambios climáticos de la tierra, hasta dar
como resultado seres inteligentes como nosotros (o los delfines).
¡El calcio de nuestros huesos fue
formado hace millones de años al interior de una estrella!
Resulta muy poco probable que, el hecho que podamos respirar el
aire, se deba a que éste último hubiese sido puesto
deliberadamente allí, por alguien, para así
ajustarlo caprichosamente a nuestras funciones
pulmonares, sino que resulta mucho más plausible pensar
que simplemente las formas terrestres como nosotros, han debido
evolucionar y adaptar su metabolismo de
modo que lo puedan respirar (…o de lo contrario nos
habríamos extinguido hace mucho!).
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