Indice
1.
Resumen
2. Capitulo 1
3. Capitulo 2
4. Capitulo 3
5. Capitulo 4
6. Capitulo 5
7. Bibliografia
Importancia de la idea de Progreso y de buscar su orgen,
condiciones básicas para la existencia de una idea de
progreso según Collingwood. Recorrido por los pensadores
que han creído en el progreso desde el siglo XX al siglo
XVI, lo que finalmente nos lleva a la Edad
Media.
Oposición al Progreso en la Edad Media: el
Pecado Original. Puntos a favor del Progreso: las
Cronologías Universales, los Movimientos renovadores de
Cluny y de Chartres. El historiador que conjunta todos esos
factores: Monseñor Otto von Freising, quien en su
"Historia de
duabus civitatibus" muestra al
progreso como acumulación de conocimiento.
"Mientras más avanzada es la época en que
estamos, más maduramente somos instruidos por la
progresión del tiempo y las
experiencias de las cosas. Entendiendo las cosas inventadas por
nuestros predecesores en el mismo espíritu que ellos,
podemos inventar nuevas cosas. De ahí que muchas cosas,
ocultas a nuestros predecesores, hombres de radiante
sabiduría y de eminente ingenio, nos fueran reveladas por
el proceso del
tiempo y el
curso de los sucesos".(Kahler, 1998:126).
Otto von Freising
Indudablemente, todos los que tenemos algún grado
de acercamiento a la Historiografía y a la
Filosofía, por más que éste sea muy
limitado, como es mi caso, reconocemos la trascendencia que ha
tenido el concepto de
"Progreso" para darle sentido al acontecer. Así pues,
estudiar brevemente una de las primeras obras que emplearon ese
concepto y los
factores que contribuyen o se opusieron a tal uso adquiere
también cierta relevancia.
Nuestra visión del mundo medieval puede resultar
enriquecida de este reconocimiento, dado que llegaremos hasta las
concepciones de la llamada "Edad Media"; la complejidad del
pensamiento
del medievo es generalmente subestimada, sobretodo en cuanto a la
caracterización del "Progreso", como lo vemos en la obra
de John Bury "La Idea de Progreso", que afirma tajante que el
inicio de ese concepto ocurrió durante el Renacimiento
(Bury, l971: ).
A pesar de la escasa preparación con que cuento, me
propongo exponer aquí una sencilla búsqueda del uso
del concepto de "Progreso", que aporte a la vez la
comprensión de las ideas de una época, comenzando
por definir tal idea, para luego evaluar, como dije
anteriormente, algunos factores que influyeron en su
surgimiento.
En nuestros días, tras las guerras
mundiales y las líneas de pensamiento
que, originadas en autores como Friedrich Nietszche y Arthur
Schopenhauer, desembocaron en el posmodernismo, la creencia en el
progreso humano y el optimismo han quedado prácticamente
en el olvido.
¿Qué planteaba la idea de Progreso? Las
tendencias varían, pero el punto básico era la
creencia en la superación positiva del hombre de una
etapa a otra de su Historia.
Robin G. Collingwood evidencia que ello requiere de 2
condiciones básicas:
- El valor de lo
humano. - La posibilidad de comparar las obras de las
sociedades
en momentos distintos (Colllingwood,1946: 308-309).
En un amplio recorrido por el proceso
histórico universal no es difícil encontrar
algún género de
cualidades en el hombre, en
su naturaleza, y
alguna mejoría de un momento a otro, "… la
diferencia entre el hombre de
Neanderthal o de Aurignac, y Dante o Shakespeare es la
primera prueba y la más sencilla de la evolución humana", afirmó Erich
Kahler. (Kahler, 1970: 26).
Sin embargo, cuando vemos un poco más a fondo el
panorama, notaremos que la constante no es tan sólo la
mejoría lineal ascendente, sino los retrocesos,
estancamientos, avances, etc. Esto es, difícilmente se ha
podido afirmar el progreso perfecto, lo que no tiene porque
impedir el completo el progreso, si abrimos la puerta a cierta
visión cíclica de la Historia.
Habrían entonces, fases de ascenso que
llegarían a su cenit, para dejar paso a decadencias y
estancamientos de las que saldrá un nuevo progreso.
Progreso, ciertamente, sólo en la medida en que no se
hayan olvidado los aportes de los ciclos anteriores; de donde
resulta que la Historia no es una recta ascendente, sino un
espiral ascendente.
Esta forma de darle coherencia al devenir, o
éstas debiera decir, dado que no son exclusivas de una
sola corriente, perduraron hasta bien entrado el siglo XX. En
algunos casos, como lo advirtió Johan Huizinga, progreso
se confundió con "evolución" en el sentido que emplean las
ciencias
naturales. (Huizinga, 1980: 23-36).
Ahora bien, ¿quiénes creyeron en el
progreso? Pues personajes como H.G. Wells, autor de "Outline of
History"; H.W. van Loon ("History of Mankind"); J. Harvey ("The
Mind in the Making"). Pero fue el siglo XIX el que estuvo
rebosante de progreso, basta con mencionar a la principal
corriente ideológica de la época: el positivismo de
August Comte, que vislumbra la llegada de un "Estado
Positivo", sucesor de un "estado
metafísico" y otro "teológico", y que
constituirá el esplendor de la racionalidad
humana.
Si revisamos otras tendencias decimonónicas
también encontraremos Progreso. Dentro del materialismo
histórico marxista se plantea la sucesión de
modos de
producción que llegarían al Comunismo, el
momento cumbre del Progreso. Entre los idealistas, la
dialéctica en 3 movimientos: tesis,
antítesis y
síntesis; fundamentada por Hegel, da idea
del avance del Espíritu. Un historiador independiente en
ese siglo, Gustav Droysen, por su firme creencia en la inteligencia y
los valores
humanos, es también de signo optimista. Qué
decir del romanticismo:
Fichte es el primero en plantear los pasos del proceso
dialéctico; Schiller aprecia al presente como meta del
progreso; Herder conecta la evolución de la naturaleza con la
evolución
humana. Kant, por su
parte, encuentra en la maldad de la naturaleza humana el
móvil del progreso, mismo que define como un camino a la
racionalidad.
El siglo XVIII tuvo a la Razón y su triunfo en la
sociedad como
meta del Progreso, Condorcet fue el principal exponente de esa
idea. En el siglo XVII encontramos al padre de la visión
espiral ascendente de la Historia: Giambattista Vico. Llegamos al
siglo XVI, al Renacimiento,
cuando Francis Bacon manifiesta su confianza en el futuro,
mientras que Jean Bodin expresa la idea de una Historia
Universal progresiva.
Mas luego de este rápido recorrido desde el siglo
XX al XVI parece faltar aún una verdadera búsqueda
del origen de la idea del Progreso. La mayoría de los
estudiosos de la Historiografía detienen su recorrido por
las tendencias progresistas en Jean Bodin; sin embargo, no
negando al Renacimiento la
originalidad de su pensamiento, es difícil, sobre todo en
Historia, considerar a una idea desligada de su pasado.
Así pues, buscar los orígenes del uso del progreso
nos lleva forzosamente a la Historiografía
Medieval.
¿Qué se opone al Progreso en la Edad
Media? John Bury nos lo deja en claro: el Pecado Original (Bury,
1971: 30-32).
Es de todos conocido que la mayor influencia
filosófica medieval es el Cristianismo,
y que la Historia no se encontró exenta de la
visión providencialista que esa religión
conllevaba.
En ese marco debemos preguntarnos por la
concepción temporal de la época; Evidentemente, era
una idea lineal: "el cristianismo
(…) es esencialmente una religión
histórica"; (Bloch: 1998, 28) el Antiguo Testamento no es
sino el relato de los acontecimientos que preparan al hecho
histórico por excelencia: la Encarnación,
Pasión, Resurrección y Ascención del Verbo
divino.
En la Epístola a los Gálatas de San Pablo
se hace una distinción muy estricta entre "Antes de que
llegaran los tiempos de la Fe" y "al llegar la Fe" (Gal. 4:23 y
25); la Epístola de San Pedro también insiste:
"Miren como Cristo murió una vez a causa del pecado" (1P,
3: 18).
"Luego vendrá el fin, cuando Cristo entregue a
Dios Padre el Reino" dice San Pablo (1 Cor, 15:24), esto es,
existe una evidente idea de que el devenir es la
preparación del siguiente hecho histórico
máximo: la Parusía.
¿Podrá existir el Progreso en esta
linealidad Creación – Parusía?
El Cristianismo, como el Judaísmo antes de
él, no vive la Historia, la soporta, espera a que
ésta finalice en la eternidad, que lleguen "los tiempos
del alivio", "la restauración del mundo" (He 3: 20,21). La
Historia es una condena al hombre, por
ello se espera que termine, y es producto del
Pecado Original: la condición humana de debilidad: "Todo
lo que sale del hombre, eso lo hace impuro, pues del corazón
del hombre salen las malas intenciones" (Mc. 7:21).
La Historia, desde Adán y hasta Cristo, no es
otra cosa sino una caída del hombre debida a su propia
naturaleza pecadora, y si reconocemos esa "caída" negamos
la posibilidad del progreso humano.
La esperanza cristiana contra esa caída es la
Gracia de Dios, posibilitada por la Pasión de Jesucristo y
hecha realidad por la aceptación del cristianismo, en
nuestras vidas. Tal aceptación implica la
superación del pecado, la reconciliación con dios y
la entrada a su Reino tanto en la Tierra
(Iglesia
militante) como en el Cielo (Iglesia
Triunfante). El Reino de Dios se instalará definitivamente
en la Tierra tras la
Parusía.
Así, lo único que podríamos llamar
"Progreso" en la visión cristiana es el estado del
pecador creyente, comparado con el del no creyente. Pero eso no
es progreso en el mismo sentido que explicamos anteriormente; en
principio, no se incluye a todo el género humano, sino
sólo a los creyentes; no hay valor de lo
humano por sí solamente, sino por ser creyente, mas ello
no implica una sucesión progresiva.
El Progreso, en apariencia no tenía espacio en
esta concepción; sin embargo conviene concluir este
apartado con las consideraciones de Agnes Heller respecto a este
período: "no se excluye totalmente la
interpretación del mito… (es
decir, el dogma religioso) Cuanto más consciente de los
problemas del
tiempo y el espacio reales se hace la persona, mayor es
la posibilidad de ofrecer una interpretación nueva del
tiempo y el espacio universales como ‘idealidades’ "
(Heller, 1986:23).
Ya expusimos una de las características de la idea cristiana de la
Historia: la linealidad temporal en relación a la idea de
progreso, que es nuestro tema central; ahora bien, es necesario
comentar otras características de la producción historiográfica
medieval.
Una de las innovaciones que introduce el cristianismo es
la interpretación global de la Historia (Carbonell,
1986:36) superando el etnocentrismo grecolatino. La Historia, en
principio, era importante por ser escenario de los designios
divinos y del desarrollo del
pecado, de ahí que era legítimo su estudio aunque
sin separarla de la revelación divina: las Sagradas
Escrituras. Dado que en la Historia se realizan los designios de
dios, (el Plan Divino)
enfrentados con el pecado, todo el proceso histórico
debía concordar con los libros
históricos de la Biblia, los cuales inician esa
revelación del sentido del pasado. La Historia es ahora el
enfrentamiento de la Virtud y el Pecado, conceptualizados bajo la
forma de la lucha entre las 2 ciudades agustinas: la de Dios y la
Terrena.
Así, cuando la Historiografía Medieval
Cristiana narra el proceso histórico completo, lo hace
bajo la forma de "Cronologías Universales": la exposición
de todos los acontecimientos desde la Creación, revelando
los planes de Dios y sus acciones,
así como las que el Demonio realiza para evitar el
éxito
divino. La Historia desemboca entonces en una "Teología de
la Historia" (Eliade, 1983 : 183).
Pero a la vez, las Cronologías Universales
pudieron ser el punto de cambio de la
Historiografía Medieval, los otros productos
historiográficos: las Historias eclesiásticas y las
Vidas de Santos estaban mucho más controlados por la
mentalidad religiosa dada la temática que trataban. En
cambio, las
Cronologías Universales y las obras de hazañas
políticas y militares, por tratar de
asuntos terrenales, serán el punto donde reaparezca el
humanismo y el
mejor sitio para apoyar el Progreso secular.
Al hablar del quehacer intelectual de la Edad Media nos
estamos refiriendo a una labor en la que los protagonistas eran,
por lo general, monjes; la Historia no fue la excepción,
por ello debemos recordar un poco de la Historia Monacal, lo que
además nos introducirá al principal autor que
manejaremos.
Dado que el mundo está lleno de pecado y,
según expresión de San Pablo, hay que buscar la
"vida de arriba", el modo más idóneo es la
dedicación completa a las cosas de Dios. Así lo
entienden los primeros anacoretas y mojes vagabundos, viven
absolutamente en lo de arriba, han sabido apartarse y dedicarse a
predicar, a sobrevivir con poco, en una palabra, son los nuevos
"Apóstoles", enviado por Jesús sin arma
alguna.
San Benito de Nursia protagonizó la
organización del monacato al instituir el Claustro
como el lugar de refugio común a un buen número de
monjes, donde pueden vivir con libertad sin
mezclarse con la sociedad ni dar
malos espectáculos.
Los primeros siglos de la Edad Media hasta el Imperio
Carolingio atestiguan una vida religiosa "virtuosa". Pero con la
descomposición feudal que sigue al Renacimiento
Carolingio, en los siglos IX y X, cunde cierto grado de desorden:
aparecen la simonía, el nicolaísmo; el brazo
secular traiciona la virtud que se comprometió a proteger;
los conventos, monasterios y abadías son saqueados con
cierta regularidad, la vida interior se relaja,
¿cómo salir de esa situación?
La solución la comprenden (y la emprenden)
seglares y eclesiásticios: mayor severidad. En ese marco,
Guillaume d’Auverny, duque de Aquitania, funda la
Abadía de Cluny en 910. En esa Abadía, que
madurará por todo el siglo X, y dará frutos en las
2 centurias siguientes, se promovió una vida mucho
más ordenada: se renueva el ascetismo, es decir, el trabajo
durao para purificar cuerpo y alma. La abadía posee un
amplio espacio para la agricultura,
un granero y talleres para diversos oficios; los monjes organizan
la construcción de claustros e iglesias que
dan vida a poblaciones enteras; la alimentación se
restringe; la oración es constante al igual que las Misas;
las penitencias son rígidas y estrictas. La defensa y la
expansión de la Fe por la Fe misma implican el trabajo de
lectura y
copiado de obras de la Patrística, además de la
ciega confianza en el Dogma, no se necesita del
raciocinio.
Desde allí se hace un llamado a la
autonomía de la Iglesia; al orden y disciplina
internas; a deshacerse del nicolaísmo y la simonía;
a la "Tregua de Dios"; a la limpieza del alma y el cuerpo; y a la
obediencia absoluta de la Iglesia.
La obra de Cluny la continúan en los siglos XI y
XII los Vallombrosos, Camaldulenses, Cartujos y el Císter;
así mismo, los Papas San León IX, Nicolás
II, AlejandroII, San Gregorio VII, Urbano II, Gelasio II,
Inocencio II y Eugenio III. Pero las figuras claves serían
San Gregorio VII Papa, y San Bernardo de Claraval. El primero fue
protagonista de la Querella de las Investiduras, defensor de la
autonomía eclesiástica y de la severidad en el
clero secular. San Bernardo fue interventor en los asuntos
pontificios y predicador inagotable lo mismo de la Segunda
Cruzada como contra las herejías y ataques al dogma, lo
que resultó en la persecución de Pierre Abailard,
Guilbert de la Porée y Arnoldo de Brescia.
Ya que estamos en el siglo XU, el siglo de Pierre
Abailard y Guilbert de La Porrée, conviene hablar del
movimiento
escolástico, derivado del resurgimiento de la vida urbana
propio también del Renacimiento carolingio, pues es las
principales ciudades donde se desarrollan las "Escuelas" anexas a
las Catedrales.
Para nuestros fines, nos basta recordar a uno de
aquellos movimientos, enfrentado en cierta forma con el
misticismo cluniascence: La Escuela de
Chartres.
En la sede episcopal a orillas del Eure, en el
Orleanesado francés, se desarrolla un particular movimiento
escolástico, heredero del trabajo de Constatino el
Africano (1015 – 1087) y Adelardo de Bath (1070-?) quienes se
caracterizaron, el primero por realizar viajes desde
su ciudad, Cartago, recopilando manuscritos principalmente
relacionados con temas médicos (Hipócrates, Galeno,
médicos árabes y judíos); y el segundo por
recuperar las obras de Platón e
introducir su filosofía en el ámbito de la
naturaleza.
Si San Bernardo con la abadía agustina de San
Víctor fueron los que encabezaron el movimiento
místico; Pierre Abailard y la Escuela de
Chartres inician, en cierta forma, el "humanismo".
El Obispo Fulberto de Chartres abre la escuela en el
siglo XI, continúan su obra Bernard de Cartres; Guilbert
de La Porré, quien es impugnado por San Bernardo; Thierry
de Chartres, defensor de Pierre Abaillard; Clarembaldo de Arras;
Bernardo Silvestre; Guillaume de Conches y Juan de
Salisbury.
Puntos comunes de esta amplia lista de pensadores son su
amor a las
letras, el desarrollo del
platonismo conciliado con el cristianismo, el empleo de la
lógica
aristotélica (Organon) y el estudio de la naturaleza
(Parain 1974:138).
La ciencia,
certamente, siguiendo los preceptos de Capella: las Siete Artes
Liberales, el Trivium (Gramática, Retórica y
Dialéctica) y el Quadrivium (Aritmética, Geometría,
Astronomía y Música).
Puede afirmarse inclusive que la escuela de Chartres se
guiaba por el siguiente principio: "para filosofar, el intelecto
debe estar iluminado por el cuadrivio y poseer los instrumentos
de interpretación propios del cuadrivio" (Reale y
Antiseri, 1988:437).
En fin, en el siglo XII se marca el inicio
de la fuerte contradicción entre el cristianismo
místico y el cristianismo humanista.
Si buscamos un antecesor del humanismo renacentista,
recopilador del saber clásico, conciliador con la
religión, seculareizante e interesado en el saber
científico, el movimiento de Chartres es el que sale a
nuestro paso.
Hemos ya examinado el conepto de Progreso y el problema
de su origen, lo que nos llevó a la Edad Media, donde el
Pecado Original y su influencia en la concepcón medieval
de la Historia parecen impedir la idea de Progreso, pero
también nos encontramos en la Historiografía un
canal abierto a su formación a través de las
Cronologías Universales, aún más, mediante
los movimientos de renovación mística –
ascética y de recuperación del conocimiento
clásico grecolatino que abren la puerta a los cambios de
mentalidad. ¿Quién puede conjuntar estos factores,
que parecen superar las visiones tradicionales del pensamiento
medieval, e introducirlas en la Historiografía?
Considero que la respuesta es Monseñor Otto von
Freising (1114-1158), Obispo alemán autor de "Historia de
duabus civitatibus", obra de la que no pude disponer, pero de la
que obtuve referencias por medio de los libros de
Erich Kahler, Charles Olivier Carbonell y Valdemar
Vedel.
Otto von Freising parece expresar muy bien las
contradicciones que mencionamos líneas arrba: es un
príncipe alemán de la Casa de Franconia y al mismo
tiempo un católico devoto, nada más difícil
en un nieto de Enrique IV, el Emperador que tuvo que ir a
humillarse a Canossa ante San Gregorio VII para que le levantara
la excomunión motivada por la simonía y la querella
de las investiduras (1085). Aquella querella tuvo solución
apenas unos años antes de que Urbano II convocara a la
Primera Cruzada en el Concilio de Clermont-Ferrand en 1099. Las
cruzadas fueron particularmente importantes, la segunda, que
predicara San Bernardo, cuenta entre sus participantes al propio
Otto (1147-1149).
Tiempo despúes encontramos a este hombre de
armas en el
claustro del Císter, de donde pasa a ser diocesano de
Freisingen, en ese cargo escribe la "Historia de duabus
civitatibus", e inicia una biografía de su
sobrino el Emperador Federico II; se le identificó
además con la Escuela de Chartres, pues introduce en
Alemania la
lógica
aristotélica (Hischbenger, 1971: 345).
"Historia de duabus civitatibus" es una nueva
Cronología Universal en la que se recorre, bajo los
principios
agustinos, todo el acontecer desde la Creación a lo largo
de 6 grandes épocas que llegan hasta el reinado de los
Hohenstaufen.
Habiéndose vivido una Cruzada, donde las acciones de
los hombres se subliman por sus santos propósitos; aunado
a la pertenencia a una de las familias nobles más rebeldes
a la jerarquía eclesiástica, y dedicado a
contemplar todo el desarrollo del acontecer, el Obispo puede
aprovechar el estrecho espacio de interpretación que
permite el Cristianismo, haciendo señalamientos sobre la
naturaleza de las acciones humanas y no sólo de las
divinas.
Babel y Jerusalén, la ciudad inconstante y la
ciudad inmutable, se erigen una ante la otra en la Historia del
de Freising, resultando victoriosa la Ciudad de Jerusalén.
Aquí se vierte todo el anhelo de paz y orden que vimos
emerger de Cluny dos siglos atrás, y que se explican por
ser éste un Obispo cisterciense.
El mundo, la Babel, por tanto, no es más que
vanidad, pues nada es perenne; el diocesano lamenta su
intranquilidad e inseguridad.
Su interpretación utilitaria de la Historia es muy propia
de la Edad Media: su obra sirve como un sermón que invita
al desprendimiento del mundo terrenal para buscar la
Jerusalén, a seguir el consejo de San Pablo. En suma,
anhela la eternidad.
Sin embargo, al recorrer la historia hace notar una
particular forma de cambio dentro del movimiento terrenal: se ha
ido acumulando conocimiento; piensa que el mundo va envejeciendo,
cada vez sabe más; el presente ofrece mejores condiciones
que el pasado por esa mayor comprensión del mundo. Hay
aquí un sentido progresivo de los asuntos
humanos.
¿Qué importancia tiene notar esta
acumulación, producto
seguramente de su contacto con Chartres? Pues que entonces la
inestabilidad mundana es debida no sólo al pecado
original, sino a la falta de conocimiento; el Imperio Romano
fracasa por no tener la experiencia necesaria, todo lo
perteneciente a la Babel es por ello inseguro.
Así pues, lo único que produjo la
caída del hombre fue generar el movimiento
histórico, pero no por ello se impide la
acumulación de conocimiento que se presenta como primera
modalidad del progreso. Los ámbitos de la salvación
del alma y del conocimiento del mundo están separados, no
del todo, pero lo suficiente para sostener esta
concepción.
Según el Obispo, y atendiendo a una
profecía de Daniel: "muchos habrán pasado y
será abundante el
conocimiento", el presente (su presente) es el momento para
construir finalmente algo duradero y estable, pero eso significa
la desaparición de la principal característica de
la Babel y por tanto el triunfo de Jerusalén (Kahler,
1998:143) , lo que a su vez conduce a la proximidad de la
"Parusía". Su anhelo de eternidad es también
satisfecho en su obra, y con él el del movimiento de
Cluny. A la vez, se conjuntan el "pseudoprogreso" religioso: la
llegada de la era de la salvación, y una primera
concepción del progreso humano.
El hombre sigue siendo pecador; pero independentemente
de su creencia o no en el cristianismo y gracias a la capacidaqd
humana de conocer, es capaz de PROGRESAR con lo que se cumplen
las características que establecimos como propias de una
idea de progreso.
Es más, podríamos cerrar este
pequeño artículo con estas palabras escritas en
1951, que son muy similares a las del Obispo que citamos al
inicio: "Así pues, hay progreso en el saber, en la
técnica, en los supuestos y condiciones para nuevas
posibilidades humanas, pero no en la sustancia del hombre"
(Jaspers, 1985: 324).
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