1.
Introducción
2. La búsqueda de un Sistema
Educativo Nacional Francés
3. Visión y mentalidad de
Tocqueville
4. En los Estados Unidos:
educación republicana
5. De la Démocratie en
Amérique
6. Democracia y
Educación: a manera de síntesis.
7.
Conclusiones
La idea de formular esta ponencia surgió de
la lectura de
dos obras referidas a la democracia en
los Estados Unidos de
Norteamérica. La primera fue De la Démocratie en
Amérique, publicada entre 1835 y 1840 en Francia y de
inmediato traducida a los principales idiomas europeos. Su autor,
Charles-Alexis-Henri-Maurice Clérel de TOCQUEVILLE,
había nacido en Verneuil (Seine et Oise) el 29 de julio de
1805, es decir en pleno auge del primer Imperio, y será
-murió en abril de 1859- cronológicamente y por su
espíritu, un hombre del
romanticismo.
La segunda fue Democracy and Education. An Introduction
to the Philosophy of Education, del filósofo y pedagogo
norteamericano John DEWEY (1859-1952), obra publicada en 1916,
pero inserta en la atmósfera mental del
siglo XIX, siendo notable cómo, habiendo nacido el mismo
año en que muere Tocqueville y siendo por tanto un
hombre
contemporáneo de las corrientes positivistas y del
pragmatismo,
Dewey, sin proponérselo, al enunciar las ideas vigentes en
la sociedad
democrática esta-dounidense, coincidirá con lo
preanunciado por el politólogo francés, ya que,
desde una posición experimentalista, identificará
la
educación con la
comunicación democrática, con un enfoque
original respecto a la naturaleza de los
fines y la relación fines y medios en lo
educativo. Si bien Tocqueville en su obra sólo se
refirió tangencialmente a lo educativo, el análisis que hace Dewey de su realidad
circundante, facultaría el conjeturar que las
premoniciones del primero, en relación al futuro de la
democracia, se
cumplieron en los EE.UU., en buena medida, merced a las características que allí
revistió lo educativo, tema que nos proponemos analizar,
para lo cual, trataremos de mostrar las diferencias
teóricas y las diferencias sociales que tanto la
democracia como la educación,
registrarán en su evolución en uno y otro ámbito, en
el europeo y en la América
anglosajona, desde mediados del siglo XVIII hasta fines del siglo
XIX.
2. La búsqueda de
un Sistema Educativo
Nacional Francés
En 1763, Louis-René de Caradeuc de LA CHALOTAIS,
para contrarrestar el intento de los jesuítas que con el
Eusebio trataban de neutralizar la influencia del Emilio y de las
ideas de Rousseau,
redactó su Essaid'éducation nationale, atacando el
control clerical
de la educación al que critica por insistir en el estudio
de materias irrelevantes: latín y religión, en
detrimento de una buena enseñanza profesional y artesanal.
"Enseñan a leer y escribir a personas a las que
sólo debería instruirse en el manejo de la garlopa,
el serrucho y la escofina".(1: La Chalotais, en BOWEN, J., 1985,
pág. 317) Dirigido a Luis XVI, el ensayo no
preanunciaba las ideas republicanas que triunfarían luego
de 1789.
Pero las ideas de nacionalización de la
enseñanza se difundían a la par de las nuevas ideas
políticas y sociales. Quince años
antes de la Revolución
Francesa, Turgot, ministro de Finanzas del
reino, elevó al monarca una escueta Mèmoire des
Municipalités, proponiendo reemplazar el
inor-gánico sistema educativo
vigente, por un sistema nacional, sin costo para la
corona, pero sometido a la supervisión de un Conseil d'Education. En
1776 Turgot fue destituído, lo mismo que su sucesor Necker
en 1777, y en momentos en que los colonos norteamericanos
iniciaban su camino hacia una democracia republicana, en Francia, los
borbones iban, sin darse cuenta, hacia una revolución
burguesa.
El resto es bastante conocido en lo que se refiere al
proceso
revolucionario, en el que educación y democracia
transitarán caminos paralelos.
La Revolución
Francesa se extenderá, con avances y retrocesos, desde
1789 a 1799, década a lo largo de la cual los vaivenes
revolucionarios alternarán momentos jacobinos y momentos
reformistas en sus enfoques de lo democrático, pero en
todo su transcurso la educación será
motivo
de interés y
preocupación para todos los sectores revolucionarios, no
obstante que las posturas al respecto fueron constantemente
disímiles, variadas y hasta contrapuestas; más de
veinte proyectos: desde
el del abate Audrien al de Destutt de Tracy, pasando por los de
Chevallier, Talleyrand, Champagne, Condorcet, etc.
El ascenso de Napoleón, desde el consulado al imperio
burgués, concretará la estructuración de una
democracia restringida, en un Estado
políticamente centralizado y con una sociedad
liberalizada, con mayores posibilidades de realización
personal que
las existentes bajo el antiguo régimen, pero cuyos lemas:
liberté, ègalitè, fraternité,
explicablemente, no involucraban a todos los habitantes de la
nación.
La centralización a ultranza impuesta por
Napoleón con su prolija organización administrativa, tendrá
también como correlato el avasallamiento y cercenamiento
de toda autonomía capaz de disputarle espacios al poder
imperial. Este será el modelo que
fascinará a Bernardino Rivadavia a su paso por Europa y el que
su grupo
porteñista intentará imponer sin éxito
en la Provincias Unidas del Río de la Plata, en las
cuales, la extensión territorial, constituirá uno
de los males que aquejan al país, al decir de un
rivadaviano, ya que, en efecto, una cosa será gobernar
centralizadamente un país de más de veinticinco
millones de habitantes instalados en no más de quinientos
mil kilómetros cuadrados y muy otra pretender hacerlo
sobre una población de menos de un millón de
almas, dispersas en un espacio geográfico cuatro veces
superior y, para colmo de males, formada sobre bases cerradamente
localistas, a pesar de estar integradas a una misma unidad
geopolítica, virreinato o
capitanía.
Paralelamente a la centralización política y
administrativa, el régimen napoleónico
instrumentó un sistema educativo con carácter
nacional centralizado. El lycée, en la forma propuesta por
Condorcet, fue instrumentado durante el Imperio, dado que el
propio emperador ordenó que la totalidad de la
educación fuera estructurada sistemáticamente de
manera regulada. Realizar esa sistematización le fue
encargado al conde de Fourcroy, quien la llevó a cabo
sobre la base de un esquema con cuatro niveles: escuelas
primarias bajo control comunal;
escuelas secundarias
también controladas por las intendencias o por
entidades privadas (preferentemente confesionales); los Liceos,
como institutos superiores y, en la cúspide, las instituciones
de estudios especializados, vocacionales y profesionales. Los
planes de estudio, detalladamente elaborados con sentido nacional
imperial, se cumplían a partir de los seis años de
edad, desarrollándose desde los dieciseis a los veinte en
los Liceos -sólo para varones- los cuales habían
terminado por reemplazar a las antiguas Facultades de Artes,
ofreciendo con sentido actualizado, una formación
preparatoria para la Universidad.
Éstas, también habían sido reformadas en sus
orientaciones y planes, dado que, al decir de Fourcroy, "fue
preciso reformarlas conforme a la filosofía iluminista de
la Ilustración, puesto que no
respondían, ni en su pensamiento ni
en su accionar, al progreso señalado por la razón."
(2: Fourcroy, en BOWEN, J., 1985, pág. 328).
Napoleón, que en 1801 por el Concordato con la
Santa Sede había dado solución razonable a los
problemas que
planteaba la relación de la Iglesia con
el Estado, (no
obstante que en privado consideraba el rechazo de la Iglesia contra
la supremacía del Estado, como
prueba irrefutable de la retrógrada ambición
medieval de clero), llevó adelante sus objetivos de
uniformar la totalidad de la educación, con el
propósito de poseer un instrumento capaz de uniformar los
criterios políticos y sociales de la población toda.
En ese sentido, estructurará la universidad
imperial como una simple dependencia estatal para la
educación, única y completamente centralizada, tal
como surge del decreto imperial del 10-V-1806, cuyo
artículo inicial dispone:
"Art.1º. Con el nombre de universidad imperial, se
constituirá un cuerpo encargado en exclusividad de la
enseñanza y la educación pública en todo el
ámbito del Imperio". (3: Palmer, en BOWEN, J., 1985,
pág. 329)
Dos años más tarde, el decreto fue reglamentado por
ley del
17-III-08 que explicitaba:
"La enseñanza pública en el Imperio queda confiada
en exclusiva a la universidad." (4: Palmer, en BOWEN, J., 1985,
pág. 329).
Mencionemos al pasar que, también es estos aspectos de
la
organización educativa abrevará Bernardino
Rivadavia, para estructurar en Buenos Aires el
SECE, Sistema Educativo Centralizado Estatal, con arreglo al
modelo
napoleónico.
3. Visión y
mentalidad de Tocqueville
En ese ámbito europeo, continental y
francés, se formará Tocqueville en su niñez
y si bien en 1815 la Restauración con Luis XVIII y con
Carlos X significará un retroceso tanto en los aspectos
democráticos como en lo educativo, en 1830, la
entronización de Luis Felipe Igualdad
implicará el restablecimiento de algunas libertades.
Tocqueville tendrá para entonces 25 años de edad y
será durante la monarquía burguesa de julio que
llevará a cabo sus viajes, a los
Estados Unidos
primero (1831) y a Argelia, ya ocupada por Francia,
después (1841 y 1846).
Aristócrata proveniente de una familia normanda
de la antigua nobleza, ingresará a la Academia Francesa en
1840 por el prestigio obtenido con su estudio de la democracia
estadounidense y durante el resto de sus días será
un ferviente partidario de la Libertad, como
principio esencial para el progreso de los pueblos, aceptando en
la práctica las conquistas más decididas de la
Revolución
Francesa, a la que juzgaba como el anhelo imprescindible y
concreto en la
historia del
mundo para posibilitar la formación de una conciencia civil
en los ámbitos de los Estados. Defensor a ultranza de las
autonomías locales comunales, en 1839 será diputado
por La Manche, mostrando en el Parlamento un notable
espíritu de independencia
de criterio, basado siempre en los principios de
liberalismo,
especializado y orientado constantemente hacia la solución
de los problemas
planteados por el manejo de lo económico y del desarrollo de
lo educativo.
Su intelecto perspicaz, que le posibilitará
intuir para el siglo XX la preminencia internacional de Rusia y
de los EE.UU., también le permitirá anticipar el
estallido revolucionario de 1848, pasado el cual volverá
al Parlamento como Constituyente y como Legislador, cargos desde
los cuales mostrará actitudes
adversas a las ambiciones políticas
del que Víctor Hugo denominaría: Napoleón el
pequeño, Napoleón III, que encarnará
nuevamente un régimen de centralización en
detrimento de los derechos democráticos
de las autonomías locales. Será más tarde
Ministro de Negocios
Extranjeros, cargo desde el cual tenderá a apoyarse en las
políticas liberales británicas, frente a las
reaccionarias Austria yRusia.
Encarcelado por su espíritu independiente y
defensor de la democracia, al ser liberado viajará por
Italia y Alemania y al
volver a Francia vivirá retirado en su castillo de
Normandía, entregado de lleno a las investigaciones
historiográficas y a la publicación de sus
escritos.
Claro exponente de la época que le tocó
vivir, Tocqueville se formará, bien que desde un
equilibrado centrismo, a partir de las concepciones que en cuanto
al ejercicio de la democracia y respecto a los fines de la
educación, se difundieron y llevaron a la práctica
desde las Asambleas revolucionarias francesas. Conceptos tales
como universalidad, obligatoriedad y gratuidad en la
enseñanza iniciaron su camino de difusión mundial,
considerados como la base democrática sobre la cual
debían estructurarse los Estados. Napoleón
sintetizará esa simbiosis al sostener que "Antes de ser
soldado, todo francés es un individuo con derechos ciudadanos, para
el
conocimiento de los cuales será preciso educarlo como
integrante pleno de la nación; sólo entonces
podrá armarse para sostener y defender esos derechos." (5:
CRONIN, V., 1988, pág. 57). Lo cual constituye la
formulación del concepto de La
Nación en armas, que dio
origen al Servicio
Militar Obligatorio.
Es sabido que, a partir de 1789 y merced a los triunfos
de los ejércitos republicanos e imperiales, esos enfoques
de educación y democracia se difundieron y en buena medida
se aclimataron en Europa y aun
cuando el paso de la historia registrará
avances y retrocesos en la aceptación de esos esos
conceptos universales, los mismos no podrán ser ya
erradicados ni desconocidos por los Estados organizados, cierto
que con dos características precisas: el avance de los
poderes centrales sobre las autonomías locales, lo cual
podría ser considerado en otros continentes como un de-
mérito, y la constitución de sistemas
educativos nacionales, centralizados en función
del modelo de nación que se pretenda
estructurar.
Desde esa realidad europea decimonónica, desde
esa atmósfera mental progresista vigente en los
ámbitos continentales y desde su propia mentalidad liberal
en el romanticismo
vigente, formulará Tocqueville sus apreciaciones
entusiastas respecto a la democracia en América.
4. En los Estados Unidos:
educación republicana
Intentemos ahora el análisis de la evolución que lo educativo registró
en el mismo lapso en la América Anglosajona. Pero antes
aventuremos algunas reflexiones respecto a la conjunción
de educación y democracia que parecieran constituir una
ecuación lineal a través de la historia: en la
antigüedad clásica observamos una mayor
extensión de lo educativo cuando Grecia ingresa
en su etapa democrática y en la república romana a
medida que los derechos ciudadanos van extendiéndose a los
plebeyos a pesar de la estructura
rígidamente oligárquica del Estado
romano.
Acabamos de esbozar cómo en la Francia
revolucionaria la preocupación por lo educativo fue el
correlato de los intentos de democratización.
Aunque con características especiales y
variopintas, también en las colonias británicas de
América del Norte asistiremos a ecuaciones
similares que conjugarán desde el siglo XVII ciertas
formas democráticas -que no se dan por entonces en la
Europa del absolutismo–
con un permanente interés
por la educación elemental. Veamos.
Los asentamientos ingleses a lo largo de la costa este
de América del Norte se constituyeron como colonias
ligadas directamente a la corona, pero registrando localmente
variadas formas de asambleas comunales, con acentuadas
diferencias en lo que atañe a lo confesional, si tenemos
en cuenta que desde el primero, llevado a cabo por Sir Walter
Raleigh en Roanoke, Virginia con los auspicios de Isabel I y por
tanto dentro del anglicanismo oficial, se formarán
más tarde otras doce colonias inglesas todas habitadas por
colonos, hombres libres, de distintos sectores protestantes.
Así tendremos en Nueva Inglaterra
predominio de presbiterianos, puritanos y calvinistas; en el sur
las dos Carolinas, Virginia y Georgia, predominantemente
anglicanas y en el centro, Delaware, Pennsylvania, Nueva Jersey y
Rhode Island, con Nueva York
(que inicialmente, con el nombre de Nieu Amsterdam, había
sido fundada por holandeses), ciudades en las cuales la
población era mixta y las congregaciones cristianas algo
más eclécticas y abiertas, pero todas protestantes
y por ende enroladas en la búsqueda de alfabetizar al
mayor número posible de individuos, a fin de que todos
pudieran relacionarse con Dios mediante la lectura y la
interpretación personal de la
Biblia.
Tenemos así tres características
compartidas por la trece colonias, -a las que se agregará
Vermont en 1791- 1) directa relación y dependencia de la
corona; 2) asambleas locales y 3) religión protestante,
pero cada una de ellas con especiales y variadas
características y un acentuado sentido conservador de los
derechos y privilegios que habían ido adquiriendo desde
sus respectivas fundaciones, de manera tal que cuando en 1776 se
unan para enfrentarse a Inglaterra,
malgrado el nombre que adoptan de Estados Unidos, esa
unión no va más allá del propósito de
liberarse de la tutela y los impuestos
británicos.
Esos problemas que podríamos llamar de identidad
nacional, comenzarán a superarse lentamente luego del
tratado de París de 1783 y de la Convención de
1787, que dará al gobierno
provisional un Congreso unificador y una Constitución, la cual, una vez completada
registrará diez enmiendas y reunirá, en teorías
no experimentadas hasta entonces, una síntesis
del pensamiento
liberal europeo, pero con llamativas restricciones y contrapesos
para el gobierno central,
división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial)
inconcebibles por entonces en las potencias europeas, entre otras
causas por la necesidad de adoptar respuestas inmediatas y
eficaces en oportunidad de casus belli con los paìses
vecinos, circunstancias en las cuales las restricciones al
poder central
hubieran resultado suicidas por la falta de experiencia
democrática.
Con todo, la resultante en los Estados Unidos
creará un modelo democrático de nuevo cuño,
porque los Estados que decidieron la Unión, se
reservarán una apreciable cantidad de facultades no
delegadas al gobierno central instalado desde 1783 en Washington,
ciudad nueva y, -por convenio entre los Estados del norte y los
del sur- capital
federal.
Entre las facultades y prerrogativas no delegadas por
cada uno de los Estados de la flamante unión, uno fue el
relacionado con lo educativo, a pesar del generalizado
interés de todos los signatarios para que la
educación fuera objeto de un compromiso nacional,
propósito que no llegó a concretarse en un sistema
unificado muy probablemente porque los objetivos que
acreditaba la enseñanza en los distintos Estados no eran
coincidentes, salvo en la finalidad manifiesta de "formar
máquinas republicanas", tal como expresara
en llamativa y exagerada metáfora Benjamin Rush. (6: Rush,
en BOWEN, J., 1985, pág. 344).
Notemos al pasar, que mientras España
entre el siglo XVI y el XVII creó en los Reinos de Indias
casi treinta universidades con niveles similares a los de la
península Ibérica, dando limitada importancia a la
enseñanza elemental, casi íntegramente en manos del
clero y con fines eminentemente religiosos -muy en el
espíritu de la contrarreforma-, en la América
anglosajona el propósito de alfabetización
generalizada estará presente, casi sin excepción en
todos los poblados de las trece colonias también con
finalidad religiosa pero -muy en el espìritu de la reforma
luterana- y en cambio
habrá que esperar hasta las presidencias de George
Washington y de Thomas Jefferson para que se formulen proyectos para la
erección de universidades nacionales, la primera de las
cuales, fundada en 1789 en Carolina del Norte, abrirá sus
puertas recién en 1795, con el propósito de que
"los jóvenes de los EE. UU. no tuvieran que emigrar a
países extranjeros, peligrosa práctica
[ésta] para la supervivencia de la república, al
decir de Washington, que agregaba: En consecuencia, este es el
momento en el que debemos adoptar un sistema para la
educación universal en todos los Estados de la
Unión ". (7: Washingtom, en BOWEN, J., 1985, pág.
357).
Jefferson tenía otras opiniones al respecto, ya
que, por ejemplo, propugnaba que el School of William and Mary,
que funcionaba en su propio Estado, se constituyera en
Universidad.
El hecho es que de los catorce Estados iniciales la
mitad más uno aceptó encarar la educación
como responsabilidad constitucional, los seis restantes
dejaron el tema librado a la iniciativa local. Se ofrecieron
premios alentando la presentación de proyectos para un
sistema educativo nacional, pero sin resultados.
No obstante esa falta de sistematización, hubo un
evidente intento de orientar la educación por andariveles
nacionales republicanos, lo cual es comprensible si se tiene en
cuenta que el resto de Europa y aun del mundo, sólo
admitía por entonces formas monárquicas. La
legislación escolar, -aunque inorgánicamente-,
puntualizó en diversas actas, entre otras cosas, que "En
cada condado la legislatura establecerá una o varias
escuelas para la conveniente instrucción de la juventud, con
retribución adecuada para los maestros, la cual
será pagada por el público, de forma tal que los
jóvenes puedan educarse a bajo precio, y
también que Deberá alentarse toda enseñanza
que pueda resultar de utilidad,
promocionándola en una o más universidades". (8:
BOWEN, J., 1985, pág. 358). Más aun, en 1790,
Pennsylvania legisló en el sentido de que "Lo antes que se
pueda, se establecerán escuelas en todo el ámbito
estatal, de forma tal que se pueda enseñar gratis a los
pobres". (9: BOWEN, J., 1985, pág. 358).
En términos generales, las intenciones son
laudables y de un democratismo excelente, pero es preciso tener
en cuenta que cuando las normas
reglamentarias se refieren al sujeto de la educación con
un genérico todos, en la práctica sólo se
refieren a los niños y
jóvenes varones de clase media blanca. En EE.UU. como en
la Francia revolucionaria contemporánea, el ideal de
igualdad no
alcanzaba ni a las mujeres, ni a los negros, ni a los indios y
tampoco a los hijos de los trabajadores blancos.
La aristocracia rural de la flamante república
era burguesa y su revolución era discriminatoria porque no
superaba sus límites
clasistas oligárquicos, de plantadores en los Estados del
sur y de industriales y comerciantes en los del norte. Y en este
punto las similitudes con la América española son
más numerosas que las diferencias, también en
ésta, aunque con menos violencia,
estaba prohibido alfabetizar a los negros, mientras que, en las
misiones jesuíticas al menos, los indios fueron educados
en su propia lengua por
maestros aborígenes previamente formados, algo impensable
en América del Norte. En ambas Américas, tampoco
era común la educación para las niñas. La
discriminación en este caso no era tan
brutal como respecto a los negros, pero era evidente el
propósito, en uno y otro ámbito, de formar a las
mujeres para que se adecuaran a su ubicación de segundo
orden en la sociedad. Las familias de pro brindaban a sus hijas
alguna enseñanza, bien por preceptores privados, bien como
integrantes de grupos selectos,
pero el objetivo no
era darles una educación similar a la de los varones, sino
"hacerlas bien educadas." En algunas ciudades (Massachusetts,
Northampton) incluso se legisló en el sentido de no pagar
ningún gasto para la educación de las niñas
y no se las admitió en las escuelas públicas hasta
1802 y no en todos los Estados.
Tenemos entonces para el primer cuarto del siglo XIX un
país, los Estados Unidos: políticamente una
república burguesa aristócratica, con una
democracia explicablemente restringida y una educación
generalizada en el nivel elemental, pero con crecimiento lento en
los niveles superiores y variados parámetros curriculares
para cada Estado, no obstante los existentes y explicitados
propósitos de homogeneización nacional.
Esa será la realidad americana a la que
accederá Tocqueville en 1831 y de la cual quedará
evidentemente prendado por lo que se refiere a las formas que
revestía su democracia.
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