- Proclámese
ese nombre tuyo - Llegue tu
reinado - Realícese
en la tierra tu designio del cielo - Nuestro
pan del mañana dánoslo
hoy - Y
perdónanos nuestras deudas, que también nosotros
perdonamos a nuestros deudores - Y
no nos dejes ceder a tentación, sino líbranos del
malo
Conferencia de Juan
Mateos,
Teólogo y traductor
bíblico.
Vamos a explicar el "Padre nuestro", la
oración cristiana por excelencia, la petición
cristiana por excelencia. Porque en la anterior conferencia
hablábamos de las dos clases de oración: la
oración de unión, la presencia de Dios en nosotros,
que no tiene formulario. Nosotros podemos decir lo que queramos o
no decir nada, el caso es saber que el Señor está
con nosotros.
El evangelio de Juan dice en el capítulo
14: el que me ama cumple mis mandamientos. Voy a aclarar esto un
poco, porque el Señor nunca dice cuáles son sus
mandamientos. Hay "un mandamiento", lo mismo que hay "el pecado".
El pecado y el mandamiento son dos actitudes
contrapuestas. El mandamiento es el amor como
Jesús ha amado, o sea, hasta el final, el amor a todos
como él ha amado, y el pecado es el desprecio de todos
para vivir para el propio egoísmo.
Son dos actitudes. Del mandamiento nacen los
mandamientos, que son las exigencias concretas del amor en
contextos determinados, que nunca se precisan porque son
infinitas. Y del pecado nacen los pecados, de la actitud
egoísta nacen los pecados: las injusticias, las ofensas,
el daño
que se causa a otros. El Señor da el mandamiento, que es
una actitud de amor universal, de amor hasta el final, y de
ahí sale la exigencia concreta que nunca especifica. "El
que cumple mis mandamientos", es decir, el que responde a las
circunstancias con amor, "ese es el que me ama, y, al que me ama,
mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo
demostraré y me manifestaré a él". Y dice
luego, poniendo la cosa al revés: "el que me ama", es
decir, el que está identificado conmigo, "ese cumple mis
mandamientos", ese responde al amor en cada circunstancia, "y el
Padre y yo vendremos a él y nos quedaremos a vivir con
él". Esta es la oración de
unión.
Existe también la oración de
petición, que es ocasional. Y para ésta el
Señor nos enseña el Padre nuestro. En Mateo esta
oración está colocada en una diatriba, por
así decir, del Señor contra los fariseos. Primero
ha hablado contra los letrados, los escribas, los doctos,
oponiendo los antiguos mandamientos o antiguas prescripciones de
la Ley, al nuevo
Espíritu que él trae. Y luego se dirige a los
fariseos, que eran los observantes. Los fariseos no eran gente
docta, excepto los que eran letrados. Eran gente muy observante,
tenían tres ejercicios de piedad que debían
observar. Uno era la limosna, otro la oración y el tercero
el ayuno. Esta era la espiritualidad farisea.
Entonces, el Señor, lo que hace es
denunciar el objetivo
oculto de la ostentación farisea de piedad. En realidad
ellos quieren crearse fama de santos y para eso utilizan estas
prácticas de piedad, porque la fama de santos les permite
dominar al pueblo. Por eso dice Jesús: "cuando deis
limosna, no hagáis como los hipócritas, que tocan
la trompeta antes de dar limosna para que todo el mundo se
dé cuenta", para exhibirse ante la gente. Esto pretende la
fama de santidad y esto, naturalmente, crea el dominio. La fama
de santidad es peligrosísima, porque la gente se somete a
esa persona santa,
que se llama santa. Y eso no es así. No tenemos tampoco
que dar ejemplo nunca, sino portarnos como somos, porque dar
ejemplo supone que nos sentimos superiores. Hay mil sutilezas en
el orgullo y en el deseo de dominio. "Hago esto para dar
ejemplo". Ya estás tú aquí de superior, de
alma escogida.
No, no. Tenemos que portarnos haciendo visible el Espíritu
que tenemos, sin más, como somos. Y, si eso transmite
espíritu y vida, tanto mejor. Pero sin ningún
aire de
superioridad. Yo sé y tú no sabes, yo hago y
tú no haces. Todo eso, fuera. Por eso el Señor
llama hipócritas a los que dan limosna. Naturalmente
él exagera cuando dice que tocan la trompeta para que todo
el mundo se dé cuenta. "Vosotros, cuando deis limosna, que
vuestra mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Vuestro
Padre que ve en lo secreto os recompensará. Cuando
oréis, no hagáis como los hipócritas, que se
ponen en las esquinas de las calles, con las manos levantadas",
cuando ellos tenían las horas de oración y se
ponían en medio de la calle, levantando las manos para que
todo el mundo los viera, y así todos dijeran: qué
piadoso, qué hombre tan
observante, qué bueno, no tiene respeto humano.
"No hagáis como los hipócritas que oran en medio de
la calle para exhibirse ante la gente. Ya han recibido su
recompensa, os lo aseguro". ¿Qué buscaban?
¿Fama? Ya la tienen. Pero ya no tienen más. "Cuando
vosotros oréis, entrad dentro del último cuarto de
vuestra casa, cerrad la puerta", quiere decir, en el fondo del
corazón. "Y allí pedid, que vuestro
Padre, que ve en lo escondido, os
recompensará".
Después habla del ayuno. "No hagáis
como los hipócritas, que cuando ayunan no se afeitan ni se
lavan la cara, para que todo el mundo los vea" y digan:
qué hombre más santo, que está ayunando hoy.
No. "Vosotros, cuando ayunéis, echaos colonia y afeitaos,
para que nadie lo note. Y vuestro Padre que está en lo
escondido, os recompensará". Veis qué
oposición tan tremenda, qué denuncia tan tremenda
de esa santidad exterior que quiere imponerse.
Y en medio, en el apartado de la oración,
el Señor incluye el Padre nuestro. Dice: "cuando
oréis, no seáis palabreros, como hacen los paganos,
que piensan que cuanto más hablen más caso les van
a hacer. Vuestro Padre ya sabe de lo que tenéis necesidad
antes de que se lo pidáis. Cuando oréis", es decir,
cuando queráis pedir al Padre, puesto que el verbo orar
significa pedir, "decid así: Padre nuestro del cielo…"
Esta es la invocación. Después vienen las
peticiones, que son tres y tres, es decir,
seis.
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