Vivimos tiempos en los que muchos políticos e
individuos igualmente marginales, piensan que ser (o mostrarse)
fuertes, competitivos, dinámicos, agresivos, casi
omnipotentes, constituye una garantía de supervivencia y
éxito
social.
Para ellos, muy a menudo lo que desemboca en éxito
social se convierte en fuente de satisfacción, parece que
sólo pueden llegar a basar su seguridad y
bienestar emocional en el carácter, la competitividad
y la preeminencia social o económica, que otros,
igualmente necios, les garantizan.
El problema es que actuando según esos
parámetros basamos la construcción de nuestra personalidad
en criterios superficiales, engañosos y de resultados cuya
duración será efímera. Este craso error
tiene consecuencias de una magnitud equivalente: las consultas de
los terapeutas están repletas de personas aparentemente
fuertes, muy competitivas y bien situadas económica y
socialmente que en un momento de su vida y por razones casi
siempre ininteligibles para su entorno, han hecho un crujido y se
han desplomado, porque los cimientos de esa falsa firmeza se han
resquebrajado hasta el extremo de requerir la intervención
urgente de un especialista en fundamentos. Pues no otra cosa, en
el ámbito del desarrollo
personal, es
el psiquiatra.
Moshe Dayan
Frente a esta ficticia seguridad que nos hace vivir instalados
en la mentira y
causarnos graves conflictos
personales, la alternativa más eficaz y honesta es la
autenticidad. En otras palabras, enfrentarse a uno mismo en la
desnudez total y con la sinceridad necesaria para reconocer los
propios límites y
vivirlos sin traumas y con madurez, interpretándolos como
lo que son, una parte de nuestra realidad cotidiana. Se trata de
sentir la debilidad como algo tan profundamente humano que supone
una satisfacción comprobar que cuanto más aceptamos
nuestras limitaciones, más humanos somos.
El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad tiene dos
dimensiones, una a nivel individual y otra social.
El trabajo hacia
dentro de nosotros mismos
Intentaremos ajustar lo que creemos ser como persona (nuestro
ego ideal) a lo que realmente somos (el ego real). Es un
ejercicio que puede parecer estúpido o innecesario porque
"cada uno se conoce perfectamente a sí mismo" — nada
más lejos de la realidad — No nos conocemos bien, al
menos no lo suficiente. O de tanto mentirnos hemos acabado
creyéndonos distintos de como en realidad somos.
Construimos la imagen que
tenemos de nosotros mismos a partir de esa imagen nuestra que los
demás nos trasmiten, y de nuestras ilusiones,
sueños o proyecciones idealistas, no de nuestra manera
real de ser, de pensar, sentir y actuar.
¿Ayuda para mí? ¡NUNCA JAMÁS!
En otras palabras, que somos bien distintos de como nos vemos
a nosotros mismos. Una prueba: propongamos a tres personas
sinceras que nos conozcan bien que definan nuestro carácter, que nos digan, honestamente y sin
pena alguna, cómo somos, cómo nos ven. Es casi
seguro que
esas tres versiones tendrán más en común
entre ellas que con la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Ello sucede así porque a la hora de pensarnos, de vernos y
definirnos como personas hilamos muy poco fino, por no decir que
lo hacemos con cuerda de amarrar barcos.
Cuando este acercamiento al ego real se produce (seamos
honestos: para conseguirlo se requiere, además de mucho
esfuerzo, un poco de introspección y un mucho de
sinceridad y capacidad de autocrítica), se descubren esas
debilidades que ya conocíamos, pero que nos costaba
re-conocer y asumir porque, inevitablemente, hacerlo nos impone
sufrimiento o, cuando menos, un reencuentro con lo que menos nos
gusta acerca de nosotros.
La mayoría tendemos a pensar que somos mejores de lo
que somos, e incluso quienes transitan preferentemente por
caminos derrotistas o casi autodestructivos acarreando un
concepto
crítico y negativo de sí mismos, sufren cuando
definen explícitamente sus limitaciones y han de asumirlas
tal como son.
Una cosa es decir "me considero más o menos pesimista",
con el barniz estético-ideológico que lleva
impregnada esa afirmación, y otra bien distinta es
reconocer como un defecto el hecho de que ante una determinada
situación — problemática o no —, ese pesimismo
frena, o directamente empeora, nuestra capacidad de
reacción y de actuación.
Lo
mejor…
Lo más conveniente, lo realmente saludable, es que el
individuo
reconozca sus limitaciones y las asuma con serenidad y
espíritu de superación, entendiéndolas como
un hecho incontestable y como parte irrenunciable de su
peculiaridad como ser humano imperfecto, y de su propia historia personal.
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