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La grandeza de ser débiles




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2, 3

    Vivimos tiempos en los que muchos políticos e
    individuos igualmente marginales, piensan que ser (o mostrarse)
    fuertes, competitivos, dinámicos, agresivos, casi
    omnipotentes, constituye una garantía de supervivencia y
    éxito
    social.

    Para ellos, muy a menudo lo que desemboca en éxito
    social se convierte en fuente de satisfacción, parece que
    sólo pueden llegar a basar su seguridad y
    bienestar emocional en el carácter, la competitividad
    y la preeminencia social o económica, que otros,
    igualmente necios, les garantizan.

    El problema es que actuando según esos
    parámetros basamos la construcción de nuestra personalidad
    en criterios superficiales, engañosos y de resultados cuya
    duración será efímera. Este craso error
    tiene consecuencias de una magnitud equivalente: las consultas de
    los terapeutas están repletas de personas aparentemente
    fuertes, muy competitivas y bien situadas económica y
    socialmente que en un momento de su vida y por razones casi
    siempre ininteligibles para su entorno, han hecho un crujido y se
    han desplomado, porque los cimientos de esa falsa firmeza se han
    resquebrajado hasta el extremo de requerir la intervención
    urgente de un especialista en fundamentos. Pues no otra cosa, en
    el ámbito del desarrollo
    personal, es
    el psiquiatra.

    Moshe Dayan

    Frente a esta ficticia seguridad que nos hace vivir instalados
    en la mentira y
    causarnos graves conflictos
    personales, la alternativa más eficaz y honesta es la
    autenticidad. En otras palabras, enfrentarse a uno mismo en la
    desnudez total y con la sinceridad necesaria para reconocer los
    propios límites y
    vivirlos sin traumas y con madurez, interpretándolos como
    lo que son, una parte de nuestra realidad cotidiana. Se trata de
    sentir la debilidad como algo tan profundamente humano que supone
    una satisfacción comprobar que cuanto más aceptamos
    nuestras limitaciones, más humanos somos.

    El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad tiene dos
    dimensiones, una a nivel individual y otra social.

     

    El trabajo hacia
    dentro de nosotros mismos

    Intentaremos ajustar lo que creemos ser como persona (nuestro
    ego ideal) a lo que realmente somos (el ego real). Es un
    ejercicio que puede parecer estúpido o innecesario porque
    "cada uno se conoce perfectamente a sí mismo" — nada
    más lejos de la realidad — No nos conocemos bien, al
    menos no lo suficiente. O de tanto mentirnos hemos acabado
    creyéndonos distintos de como en realidad somos.
    Construimos la imagen que
    tenemos de nosotros mismos a partir de esa imagen nuestra que los
    demás nos trasmiten, y de nuestras ilusiones,
    sueños o proyecciones idealistas, no de nuestra manera
    real de ser, de pensar, sentir y actuar.

    ¿Ayuda para mí? ¡NUNCA JAMÁS!

    En otras palabras, que somos bien distintos de como nos vemos
    a nosotros mismos. Una prueba: propongamos a tres personas
    sinceras que nos conozcan bien que definan nuestro carácter, que nos digan, honestamente y sin
    pena alguna, cómo somos, cómo nos ven. Es casi
    seguro que
    esas tres versiones tendrán más en común
    entre ellas que con la imagen que tenemos de nosotros mismos.
    Ello sucede así porque a la hora de pensarnos, de vernos y
    definirnos como personas hilamos muy poco fino, por no decir que
    lo hacemos con cuerda de amarrar barcos.

    Cuando este acercamiento al ego real se produce (seamos
    honestos: para conseguirlo se requiere, además de mucho
    esfuerzo, un poco de introspección y un mucho de
    sinceridad y capacidad de autocrítica), se descubren esas
    debilidades que ya conocíamos, pero que nos costaba
    re-conocer y asumir porque, inevitablemente, hacerlo nos impone
    sufrimiento o, cuando menos, un reencuentro con lo que menos nos
    gusta acerca de nosotros.

    La mayoría tendemos a pensar que somos mejores de lo
    que somos, e incluso quienes transitan preferentemente por
    caminos derrotistas o casi autodestructivos acarreando un
    concepto
    crítico y negativo de sí mismos, sufren cuando
    definen explícitamente sus limitaciones y han de asumirlas
    tal como son.

    Una cosa es decir "me considero más o menos pesimista",
    con el barniz estético-ideológico que lleva
    impregnada esa afirmación, y otra bien distinta es
    reconocer como un defecto el hecho de que ante una determinada
    situación — problemática o no —, ese pesimismo
    frena, o directamente empeora, nuestra capacidad de
    reacción y de actuación.

     

    Lo
    mejor…

    Lo más conveniente, lo realmente saludable, es que el
    individuo
    reconozca sus limitaciones y las asuma con serenidad y
    espíritu de superación, entendiéndolas como
    un hecho incontestable y como parte irrenunciable de su
    peculiaridad como ser humano imperfecto, y de su propia historia personal.

    Partes: 1, 2, 3

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