- El Liberalismo Económico o
Librecambismo - Las teorías de los
economistas británicos - Conclusión
- Bibliografía
Introducción
El liberalismo
económico o librecambismo es la teoría
que se inició a finales del siglo XVIII y rige hasta hoy
en día el comercio
internacional como la forma de realizar negocios con
la menor intervención del estado.
Si bien, el trabajo
podría presentar los avances, las aplicaciones o sus
diversos puntos de los países llamados de primer mundo y
sus contrastes con los países en desarrollo. Se
optó por realizar una investigación bibliográfica de las
diferentes teorías
que surgieron a lo largo de los últimos siglos sobre esta
nueva forma de comercio que
unió a potencias con países en
desarrollo.
Primeramente, se expone la teoría de los
economistas británicos, con su economía ortodoxa.
Luego al renombrado Adam Smith,
quien es el padre y símbolo del liberalismo. Para pasar en
el apartado tercero a la teoría de la ventaja absoluta,
con sus exponentes David Ricardo y
John Stuart Mill, y terminar con la escuela
neoclásica y el teorema de
Heckscher-Ohlin-Samuelson.
EL LIBERALISMO
ECONÓMICO O LIBRECAMBISMO
La norma que debe regir al comercio exterior
es el librecambismo, es decir aplicación del principio
laissez-faire, libertad de
acción
de los agentes económicos y reducción al
mínimo la intervención del Estado.
A través del siglo XIX se van imponiendo
paulatinamente las teorías de librecambio, apoyadas en una
serie de factores: los avances
tecnológicos, mejora de los transportes y comunicaciones, aumento de la población… que llevaron al triunfo del
librecambio.
El liberalismo económico fue formulado entre
finales del siglo XVIII y mediados del XIX por economistas
británicos: A. Smith, Tomas Robert Malthus, David Ricardo
y John Stuart Mill. En sus obras se elaboraron teorías
sobre el valor de los
bienes, los
salarios o el
crecimiento demográfico.
1. Las
teorías de los economistas
británicos.
Incluimos en este apartado el pensamiento de
Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill y de la escuela
neoclásica.
- 1.2. Adam Smith.
En La Riqueza de las Naciones, emprende un ataque
frontal contra el proteccionismo de la época mercantil,
originando así la teoría clásica del
comercio internacional. En pocos autores como en Smith
encontramos un nexo causal tan nítido entre comercio y
crecimiento. La naturaleza de
esa interacción se muestra desde los
primeros capítulos de La Riqueza, atribuyendo el progreso
de la capacidad productiva a la división del trabajo. Ahora
bien, Smith también nos aclara que "la división del
trabajo está limitada por la extensión del mercado". La
naturaleza de los beneficios proporcionados por el comercio
exterior se identifican explícitamente: "Cualesquiera sean
los sitios que entablan dicho comercio, todos ellos obtienen del
mismo dos tipos de ventajas. El comercio exterior retira la parte
excedente del producto de su
tierra y su
trabajo, para la que no existe demanda en el
país, y trae de vuelta a cambio de ella
otra cosa para la que sí hay demanda. (…). Así,
la estrechez del mercado local no impide que la división
del trabajo en ninguna rama de las artes o las manufacturas
alcance el grado más alto de perfección. Al abrir
un mercado más amplio para cualquier parte del producto de
su trabajo que pueda exceder el consumo del
país, lo estimula a mejorar sus capacidades productivas y
a expandir su producto anual al máximo, y de esta manera a
incrementar el ingreso y la riqueza reales de la sociedad".
- Idea central del párrafo de Adam Smith.
Este párrafo presenta dos ideas centrales: la
primera, consiste en la teoría de la "salida del
excedente", según la cual el comercio internacional supera
la estrechez del mercado doméstico y brinda la posibilidad
de exportar la producción no absorbida por la demanda
interna; la segunda idea da forma a la teoría de la
productividad,
la cual establece que el comercio internacional, al ampliar la
extensión del mercado, permite mejorar la división
del trabajo, elevando el nivel de productividad del país.
Por el momento nos interesa resaltar el argumento según el
cual el comercio exterior, al ampliar la extensión del
mercado, promueve el incremento de la productividad mediante la
división del trabajo. En él tienen su origen o
precedente muchos de los beneficios del comercio exterior
actualmente admitidos, con la excepción de las ganancias
estáticas derivadas de la
asignación de recursos en
función
de las ventajas comparativas ricardianas. El nexo causal entre
comercio exterior y crecimiento
económico discurre como sigue: ya que para Smith la
actividad económica sólo puede aumentar "en
proporción a su capital", el
comercio exterior, al aumentar tanto la producción como la
renta de la nación,
eleva la proporción del ingreso destinado al ahorro y, por
tanto, fomenta la acumulación de capital y la
expansión de la actividad económica.
Sin embargo, los beneficios del librecambio son
también apreciados por Smith (1) desde la óptica
de la "libertad natural", si bien, como ha notado Schumpeter,
esos beneficios son un residuo de las doctrinas del derecho
natural sin ningún valor científico; (2) como
medio de acceder a bienes inexistentes en el mercado
doméstico, argumento inmediato e irrebatible; y (3) desde
la perspectiva del consumo, conectada con el crecimiento
económico por el aumento de la renta, en lo que desde
entonces constituirá un argumento clásico en favor
del librecambio:
"El consumo es el único fin y objetivo de
toda producción, y el interés
del productor merece ser atendido sólo en la medida en que
sea necesario para promover el del consumidor.
(…). Sin embargo, en el sistema mercantil
el interés del consumidor es casi constantemente
sacrificado frente al del productor, porque parece considerarse
que la finalidad y propósito últimos de cualquier
actividad y comercio es la producción y no el consumo".
Smith explica también la pérdida del consumidor en
el caso de los aranceles a la
importación (el sobreprecio que éste
debe soportar), en las subvenciones a la exportación (doble, en este caso: el
impuesto para
financiar el subsidio más el sobreprecio) y en los
tratados
comerciales preferenciales (anticipando el concepto de
desviación de comercio, como se verá en el tema
dedicado al regionalismo). Este argumento, como hemos visto,
forma parte del paso que liga comercio y crecimiento, pero
resulta novedoso en tanto considera el interés general y
se presenta revestido de consideraciones éticas;
difícilmente podía ser de otra manera
tratándose de un profesor de
moral.
Smith también anticipa otros lugares comunes del
liberalismo de nuestros días, en una sucesión de
argumentos en favor del librecambio que sigue impresionando al
lector más de 200 años después de su
formulación. Así, encontramos enunciados liberales
tales como el carácter anti-monopólico del libre
comercio, la desconfianza hacia los gobernantes ("nunca he visto
muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien
del pueblo") y hacia los grupos de
presión formados por industriales y comerciantes, el
escepticismo frente a la tesis de la
industria
naciente y numerosas críticas al mercantilismo:
al argumento proteccionista del empleo, a la
política
de empobrecer al vecino, al fraude motivado
por las primas a la exportación y a la misma
política de promover las exportaciones
mediante subvenciones, a los tratados preferenciales, a los
impuestos a la
exportación y a lo que hoy conocemos como sesgo de
incentivos en
favor de una actividad económica determinada
(refiriéndose al colbertismo). No obstante, también
contempla la conveniencia de imponer cargas a la actividad
extranjera en caso de que ésta afecte a la defensa del
país (por ejemplo, las Leyes de
Navegación, que buscaban proteger la supremacía
naval británica) y considera discutible tal
actuación en reciprocidad (él habla de "venganza")
o cuando puede acarrear la pérdida de numerosos empleos,
si bien en estos dos últimos casos las matizaciones son
extremas y concluye recomendando una apertura gradual.
Smith, después de haber criticado las
analogías efectuadas por los mercantilistas entre la
actuación individual o familiar y la de una nación,
cae en la misma tentación en uno de los pasajes más
conocidos de su libro:
"La máxima de cualquier prudente hombre de
familia es
nunca intentar hacer en casa lo que le costaría más
hacer que comprar. (…). Lo que es prudente en la conducta de una
familia nunca será una locura en la de un gran reino. Si
un país extranjero nos puede suministrar una
mercancía a un precio menor
que el que nos costaría fabricarla, será mejor
comprársela con el producto de nuestro trabajo, dirigido
en la forma que nos resulte más ventajosa".
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