- La Sefarad
bíblica - La Sefarad de la
época visigótica - La llegada
de los musulmanes - Las
raíces del antisemitismo - El
esplendor del califato de Córdoba - La
intolerancia bereber - Los
judíos de Castilla y Aragón: entre los mecenazgos
y las persecuciones - El
paraíso de la Granada nazarí
(1232-1492) - La Sefarad
de hoy - Los Sabios
de Sefarad - En
Mallorca se dibuja el mundo - El
misticismo sefardí - Bibliografía
complementaria
Ocho siglos de civilización en
España
y Portugal (711-1492)
El Doctor en Filosofía y Filología
Semítica de la Universidad de
Zaragoza, especializado en el pensamiento
musulmán andalusí, Joaquín Lomba Fuentes, dice
en su reciente libro La
raíz semítica de lo europeo (Ediciones Akal,
Madrid,
1997):
«Si se quiere entender en profundidad el ser de
Europa, no basta
con volver la mirada a Grecia y
Roma para
encontrar en ellas sus raíces. El mundo semita, en su
vertiente musulmana y judía, constituye una de las bases
fundamentales de nuestra historia y cultura. No en
vano "Europa", en la mitología griega, era de ascendencia
fenicia. Esas raíces semíticas de lo europeo se
detectan especialmente en la Edad Media.
Durante ese período el desnivel cultural entre Europa y el
mundo árabe fue patente. Europa estaba sumida en los
restos empobrecidos de una tardía latinidad mientras el
Islam y el
Judaísmo recuperaban lo mejor del legado griego, lo
asimilaban y lo perfeccionaban. Tanto, que empieza un ingente
flujo de trasvase cultural hacia Europa, gracias al cual
ésta rejuvenece, adopta nuevas formas de hacer ciencia,
filosofía y literatura, aprende estilos
nuevos de comportarse, de vivir la religión, de sumirse
en los abismos misteriosos de la mística, de practicar la
ascética, de amar, de disfrutar de la belleza. Reconocer
esta deuda, agradecer a la Historia este regalo, es ser europeos
auténticamente». (…) Ante todo, Europa pudo
leer por primera vez la ciencia y
filosofía griega no sólo tal como en su día
fue sino reinterpretada, elaborada y perfeccionada por musulmanes
y judíos.
(…)
Con ello y, como consecuencia, aparece emparejado el
tema,de procedencia semita, árabe y judía, cual es
el de las relaciones entre fe y filosofía, o razón,
entre religión y fe, entre pensamiento humano y
revelación. (…)
Para Averroes y Maimónides, la
filosofía y la religión no se pueden contradecir a
pesar de que son autónomas, porque apuntan y llevan a la
misma Verdad».
En la Edad Media (según la historia de Europa),
la civilización musulmana —que entonces brillaba por
el dinamismo y el prestigio de su filosofía, su literatura
y sus ciencias— ejerció una gran influencia
sobre la cultura judía.
En aquella época, sabios, eruditos, poetas y
literatos judíos escribieron en árabe la
mayoría de sus obras. También adaptaron en hebreo
los modelos
literarios árabes, muy especialmente en al-Ándalus
—la España islámica—, que
conoció el florecimiento de una espléndida cultura
judeomusulmana a lo largo de ocho centurias.
La Sefarad
bíblica
Pese a su poética resonancia oriental, la palabra
hebrea «Sefarad» no se refiere a Asia: designa a
la Península Ibérica, y
«sefaradí» quiere decir judío oriundo
de España o Portugal.
Sefarad es un toponímico bíblico. La
Biblia Hebrea se conoce por las siglas de Tanaj —la
suma de la Torá o Pentateuco, Neviím
Rishoním o Primeros Profetas, Neviím
Aharoním o Profetas Posteriores y
Ketuvím o Escrituras—. En el Libro de
Abdías (en hebreo Ovadiau), podemos leer:
«… y los cautivos de Jerusalem que están en
Sefarad» (Abdías: 1-20). Aunque, en realidad,
este profeta menor parece aludir a la región de Sardes, en
Asia Menor, la tradición la identificó
posteriormente con la Península Ibérica.
Jonatán Ben Uzziel (s. I a.C.-s. I d.C.), autor
del Targum (pl. targumím: traducción parafrástica al arameo de
los libros de la
Biblia) y el más distinguido discípulo de Hillel el
Sabio o el Viejo (Babilonia 70 a.C-Jerusalem 10 d.C.), identifica
a Sefarad como Ispamia o Ipamia. En la Peshitta (II siglo
d.C.), la primera traducción siríaca de la Biblia,
se vincula a Sefarad con la Hispania romana. Desde fines del
siglo VIII, Sefarad se convirtió en la usual
apelación hebrea de la Península Ibérica
(cfr. Enciclopaedia Judaica, 17 vols., Keter Publishing
House Jerusalem Ltd., Jerusalem, 1972, Vol. 14, Sepharad,
pág. 1163).
El arribo y asentamiento de los judíos a la
Península Ibérica están envueltos en la
leyenda, remontándose las fechas hasta la época del
Profeta Suleiman Ibn Daud (970-931 a.C.) —en hebreo
Shlomó Ben David—, cuando las naves fenicias de
Hiram de Tiro comerciaban con el mítico país de
Tarsis o Tartessos —probablemente localizado en
algún lugar entre Huelva y Ronda, en Andalucía,
España (cfr. Libro I de los Reyes, 10-22).
La Sefarad
de la época visigótica
Cuando se produjo la destrucción de Jerusalem (en
hebreo, Ierushalaiím; en árabe,
al-Quds) por las
legiones romanas —crónica narrada
vívidamente por el historiador judío romanizado
Flavio Josefo (37 d.C.-c.101)(1), núcleos de judíos
fugitivos se establecieron en Africa del Norte
y de allí se unieron a los vándalos de Genserico
(400-477), pasando luego a la Península
Ibérica.
Los primeros asentamientos judíos se
establecieron en la costa mediterránea (Ampurias,
Mataró, Tarragona y Málaga) y desde allí se
extendieron al interior de la Península. En el siglo IV,
estas comunidades debían de ser tan importantes que un
concilio celebrado en Elvira (cerca del antiguo asentamiento
romano de Ilíberis, distante unos diez kilómetros
al noroeste de la futura Granada musulmana)(2) dictó una
serie de cánones antijudíos (entre ellos, las
prohibiciones de compartir mesa con un judío y casarse con
él) para evitar el contacto de los cristianos con
ellos.
Con los reyes del período arriano(3), como
Teodorico II (m. 466), Eurico (m. 484) y Atanagildo (m. 567) los
judíos vivieron un período de tranquilidad y
bonanza en la España visigoda. Leovigildo (m. 586), que
fue un hábil guerrero, asoció en el gobierno a sus
dos hijos Hermenegildo (m. 585) y Recaredo (m. 601); el primero,
aconsejado por su tío y maestro san Leandro de Sevilla (m.
600), se convirtió al catolicismo y fue decapitado por
orden de su padre, por negarse a apostatar; el segundo
heredó el trono.
Recaredo I, que abjuró el arrianismo en el tercer
concilio toledano (587) y abrazó para sí y para
el Estado la
religión católica, y sus sucesores, como Sisebuto
(m. 621), Chintila (m. 639), Recesvinto (m. 672), Wamba (m. 688)
—destronado en 680—, y Ervigio (m. 687), fueron
feroces e intolerantes con arrianos y judíos por
igual.
A partir de Egica (m. 702)— enterado de las
maquinaciones de los judíos para liberarse y su
contubernio con los musulmanes recién llegados al
Magreb—, Witiza (m. 710) y Rodrigo (m. 711), la
situación empeoró y los judíos perdieron los
pocos derechos que
tenían y fueron reducidos a la esclavitud.
1-Historiador judío, nacido en Jerusalem, de
linaje real y sacerdotal. Su nombre original fue Iosef Ben
Matatiau Ha-Cohen. Un hombre a la
vez instruido y mundano, fue miembro del partido de los fariseos,
y también una figura pública que, antes de la
sublevación judía contra Roma (66), tuvo buenas
relaciones en la corte del emperador Nerón (37-68). El
papel que desempeñaron los zelotes en la
sublevación, así como sus oponentes los fariseos,
quienes la consideraron inútil, llevó a Flavio a
mantener una posición ambigua en el conflicto. Sus
propios escritos exponen dos informes
contradictorios sobre su misión en
la provincia de Galilea (hoy Palestina ocupada). Según uno
de ellos, tomó el mando de las fuerzas judías para
dirigir la fase galilea de la sublevación, pero en el
otro, más tardío, sostiene que intentó
reprimir la sublevación, más que dirigirla.
Cualquiera de las dos historias puede ser verdadera. Parece ser
que preparó a los galileos para la revuelta, y en el 67
rechazó con valentía el avance de Vespasiano
(9-79), el general romano que poco después se
convirtió en emperador, defendiendo la fortaleza de
Jotapata durante 47 días antes de rendirse. Pudo haber
sido enviado como prisionero a Nerón, si no hubiera tenido
la agudeza de profetizar que su captor, Vespasiano, algún
día sería emperador. Esta profecía satisfizo
las ambiciones de Vespasiano, quien le hizo permanecer a su lado.
Cuando la predicción se cumplió, Vespasiano
liberó a Flavio y éste adoptó el apellido
del emperador, pasándose a llamar Flavio Josefo.
Acompañó al futuro emperador Tito (39-81), el hijo
de Vespasiano, en el asedio de Jerusalén, en el 70.
Más tarde, disfrutó del mecenazgo imperial bajo
Tito y su sucesor, su hermano Domiciano (51-96). Vivió en
Roma hasta su muerte,
dedicándose a sus escritos. Sus obras más
destacadas, escritas en griego, son La guerra de los
judíos (en siete libros), creada para disuadir a su
pueblo y otras naciones de exponerse a la aniquilación con
otras sublevaciones contra la todopoderosa Roma;
Antigüedades judaicas (en veinte libros), la historia
del pueblo hebreo desde sus orígenes hasta el 66 d.C., que
con elocuencia demuestra cómo su pueblo había
prosperado bajo la ley de Dios; una
autobiografía, Vida, y Contra Apión,
una refutación de acusaciones contra los judíos,
hechas en el siglo I por el antisemítico gramático
griego Apión, y otros escritores de la misma
opinión. La Editorial Acervo Cultural de Buenos Aires
publicó las Obras Completas de Flavio Josefo en
cuatro volúmenes en 1961, 1688 págs.
2 Cfr. Leopoldo Eguílaz y Yanguas:
Del lugar donde fue Ilíberis, Editorial Universidad
de Granada, Granada, 1987.
3 Llamado así por la fe cristiana
instaurada por los visigodos, originada en las predicaciones del
obispo griego Arrio de Libia (256-336), nacido en Libia, defensor
de un acendrado monoteísmo que rechazaba la divinidad de
Jesús. La doctrina de la Trinidad, recordemos, fue
instaurada en la Iglesia
Católica recién a partir del Primer Concilio de
Nicea, en 325, y produjo un gran cisma entre los cristianos de
oriente, partidarios del monoteísmo, y los obispos
occidentales liderados por Osio (257-358) que a través del
llamado "pacto constantiniano" monopolizaron desde entonces la
orientación y el poder de la
Iglesia.
Página siguiente |