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La Ciudad de Dios – San Agustín




Enviado por Nabih Samsón



Partes: 1, 2

    Libro-Decimonono

    Capítulo I

    En este capítulo, Agustín examina los
    argumentos que trataron otros filósofos sobre el bien y el mal, para ello
    recurre al libro
    "Filosofía" de Marco Varrón, quien era una
    estudioso del siglo I a.C. Marco Varrón afirmaba haber
    encontrado doscientas ochenta y ocho sectas y opiniones en toda
    la historia del
    pensamiento
    que versaban acerca del bien y el mal. Para este autor, de estas
    doscientas ochenta y ocho sólo rescataba tres como
    "importantes", y de esas tres, nada más que una como la
    "verdadera": la de la escuela
    peripatética de Aristóteles.

    Agustín consideraba que, en el arduo compilado de
    Varrón, los filósofos por alguna razón no
    habían errado tanto en hallar que es lo que hace al
    hombre
    bienaventurado, eso que hace al hombre feliz: el bien. Para
    Agustín el hombre
    tiende siempre a desear el bien en y por sí mismo, lo
    desea en su forma completa y evitando caer en todo
    mal.

    Cabe aclarar que para Agustín, la
    filosofía tendría como fin "el bien" y toda secta u
    opinión que no se ocupase de filosofar sobre el bien,
    pues, no era correcto llamarla una secta.

    Del libro escrito por Varrón, Agustín cita
    las cuatro cosas que apetecen los hombres: el deleite, con que se
    mueve gustosamente el sentido sensual del cuerpo; la quietud con
    la cual uno está libre y sin padecer molestia alguna del
    cuerpo; la una y la otra, tanto el deleite como la quietud
    juntas; y los principios de la
    naturaleza
    (Varrón la llamaría la "primigenia"), en donde se
    halla el deleite, la quietud y varias otras cualidades tanto en
    el cuerpo como en el alma.

    El deleite, para tres sectas dentro de la investigación de Varrón, era
    considerado como unido o enlazado a la virtud. Para las tres
    sectas que defendían ello, exponían que un hombre
    no engendraba hijos para que continuara la especie así
    porque sí, sino que tenía ese deleite en hacerlo
    gracias al gusto que trae consigo el sexo, de igual
    modo, el hombre gracias al deleite comía y bebía
    para vivir. Detrás de esta declaración
    Agustín hace su primera crítica
    en el libro decimonono a los filósofos anteriores que
    él. Para Agustín, el deleite se apetece por
    sí mismo y no porque participe de la virtud, si fuese
    así solamente se apetecería la virtud, la cual es
    superior que el deleite. La torpeza de los filósofos de
    estas tres sectas, sería juntar al deleite con la virtud,
    cuando ambas cualidades se apetecen por sí mismas y son
    ampliamente diferentes.

    Capítulo II

    En este capítulo, Agustín explica como
    Varrón va descartando sectas y opiniones hasta llegar a
    tres, que para él, son de importante
    consideración.

    Acá se discute como llegar a que el hombre sea
    por fin bienaventurado, se ponen de manifiesto tres
    géneros de vida para llegar a la bienaventuranza: el
    ocioso, el activo y el templado y mezclado del uno y del otro
    género
    de vida. Agustín, derrumbando toda la incertidumbre de con
    cual género de vida se podría llegar a la
    bienaventuranza, dice que muchos pueden vivir en cualquiera de
    los tres géneros de vida y errar en el método
    para conseguir la bienaventuranza.

    A su tiempo
    Varrón procede a descartar de doscientas ochenta y ocho
    sectas y opiniones, tan sólo tres, y también quita
    de las cuatro cualidades: el deleite, la quietud, la una y la
    otra y la llamada primigenia, a las tres primeras, ya que la
    primigenia contenía tanto el deleite como la quietud, y
    encima otras cualidades más.

    Capítulo III

    Es aquí cuando Varrón, de las tres sectas
    que buscan el sumo bien del hombre, se queda con la que le parece
    correcta.

    Para determinar cual de las tres sectas es la correcta,
    Varrón antes indagaría qué es lo que busca
    la filosofía. Encontraría que ésta tiene por
    objeto filosofar sobre el sumo bien del hombre. Pero surge otra
    interrogante, ¿Qué es el hombre? En la naturaleza
    del hombre se hallarían dos cosas, cuerpo y alma, y no se
    dudaría que el alma es superior al cuerpo, pero
    Varrón se preguntaría si sólo el alma
    constituye al cuerpo, llegando a la conclusión que tanto
    cuerpo como alma se corresponden mutuamente.

    Tras este razonamiento, Varrón opinará que
    la felicidad del hombre dependería de bienes del
    alma y bienes del cuerpo y que la virtud, el "arte de vivir",
    debería acoger la primigenia, para que el hombre desee
    todas las cosas como sí mismas y con el fin de gozar de
    todas y despreciar algunas cuando la necesidad lo
    llame.

    Agustín criticaría el fin del razonamiento
    de Varrón, alegando que la virtud no se antepone a los
    bienes ni del alma ni del cuerpo y que donde no hay virtud, no
    hay ni pueden existir bienes, de modo que no se debe de llamar
    bienes a los que se usan equivocadamente, sino a los que se usen
    con utilidad y
    virtud.

    Capítulo IV

    En este capítulo Agustín comienza
    preguntándose ¿Qué opinan los cristianos del
    sumo bien y del sumo mal?, responde que la vida eterna (el
    paraíso) es el sumo bien y que la muerte
    eterna (el infierno) es el sumo mal, y que para librarse del
    infierno y conseguir el paraíso es necesario vivir bien, o
    sea vivir con fe y credo en Dios.

    Agustín repudia a los filósofos que
    creían que la felicidad del hombre se podría
    conseguir en la vida terrena, cuando la misma sólo es
    posible hallarla en la vida eterna. Para el autor, estos
    filósofos pretendieron con mucha soberbia e ignorancia,
    ser felices en la
    tierra.

    Con respecto a lo antes dicho por Varrón, el
    hiponense cree que el cuerpo y el alma no se corresponden, sino
    que el alma es superior al cuerpo, de hecho, es evidente que si
    el alma se guiara o correspondiera al cuerpo, obligaría al
    hombre a ceder hacia el pecado.

    Establecida esta diferencia, el autor ahora se
    dedicaría a estudiar las virtudes griegas y a distinguir
    sus diferencias con el cristianismo,
    dado que ninguna virtud antigua destruye al mal, sino simplemente
    lo rechaza. Agustín critica al valor o
    fortaleza como virtud porque la distingue como sanguinaria y
    miserable y no puede entender como es que los antiguos la
    veneraban hasta el hartazgo, pero la aceptaría en ciertos
    casos como una virtud cardinal y, también, critica la
    concepción del mal de la secta peripatética, secta
    que Varrón la consideraba como la "verdadera".

    Una vez clara la critica a los antiguos, critica hacia
    creer que es posible ser bienaventurado en la vida terrestre, la
    virtud que ellos llamaban "fortaleza" y su concepción del
    mal, el joven católico explica en donde se puede hallar la
    felicidad, que es en el paraíso, en la vida futura y la
    podemos hallar por medio de la virtud de la paciencia,
    debido a que en esta vida vivimos rodeados de males que debemos
    sufrir hasta que llegue la salvación divina o, la
    también llamada, redención.

    Capítulo V

    Aquí, el hiponense hace un elogio a la política, concebida
    como la que posibilita el progreso en la Ciudad de Dios y
    mantiene la paz en la sociedad.
    Independientemente de su elogio, es menester mencionar que
    Agustín tiene una concepción negativa de la
    política, ya que ésta surge como medio para
    enlazarnos pero un día, en el día final,
    dejará de servir y quedará obsoleta, siendo los
    hombres no vistos más a obedecer a la política de
    los mismos hombres, sino al mismísimo Dios.

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