2.
Causas
Se suele decir que la causa de la deflación es
que existe demasiado poco dinero para
comprar y que eso provoca la caída de los precios pero
esta es una explicación sesgada. En realidad, que haya
poco numerario puede ser una de las causas posibles pero no la
única. Si es así, bastaría con que las
autoridades monetarias inyectaran liquidez al sistema para que
el problema se resolviera.
Por regla general, lo que ocurre es algo más
complicado. Incluso cuando la causa es simplemente que hay
demasiada poca liquidez en el sistema, eso suele ser
expresión de un problema adicional. Es lo que ocurre en
Japón,
donde el sistema
financiero se encuentra en una crisis
profunda o lo que puede ocurrir si en realidad no es que haya
poco dinero sino que éste se destina a usos especulativos,
a mercados que nada
tienen que ver con la producción de bienes y
servicios.
Cuando esto ocurre, aunque se inyecte más liquidez no se
soluciona nada porque el dinero
adicional no se destinará a aumentar el empleo y la
demanda a
través de créditos al consumo o la
producción. Incluso puede agravar la
financiarización que esté detrás del
problema que se quisiera resolver.
Cuando se trata de una deflación ocasionada por
insuficiencia de la demanda el problema no es menor. Si se
quisiera resolver habría que fortalecer sobre todo las
rentas salariales, que son las que se destinan en mayor
proporción al consumo y pueden tirar hacia arriba de los
precios.
Pero esto alteraría la lógica
distributiva dominante y seguramente establecería un
precedente en el reparto de la riqueza y los ingresos que los
sectores sociales más poderosos, que financian y protegen
el pensamiento
más influyente, no aceptarían de buen
grado.
Si lo que está produciendo la deflación es
un exceso de oferta hay
también dificultades considerables para afrontarla. O bien
se recurre a aumentar la demanda, lo que no siempre es posible o
deseable como acabo de señalar, o bien hay que provocar
una importante reestructuración que implicaría la
disminución de empresas y
pérdidas de empleo e inversión, es decir, nuevos problemas de
demanda. Estas dificultades son las que explican que en las
situaciones históricas de deflación haya sido
necesario llevar a cabo actuaciones muy contundentes para salir
de ella: masiva intervención del Estado en
contra de los postulados teóricos dominantes o,
simplemente, conflictos
bélicos que absorbieran la sobreinversión existente
y abrieran nuevos mercados a la oferta.
3.
Medidas contra la deflación
Existen dos tipos de políticas,
las políticas monetarias y las políticas
fiscales:
Políticas monetarias
La primera forma de luchar contra la deflación es
bajar el precio del
dinero. Esto equivaldría a poner más dinero en
circulación (los tipos de interés
son más baratos, y compensa endeudarse) y la gente
tendería a consumir más.
El ahorro
compensa menos con los tipos de interés bajos, porque el
banco da menos
intereses por los ahorros. Eso hace que interese invertir esos
ahorros en inversiones
variables
(empresas) o, simplemente, gastarlo.
Políticas fiscales
La política
fiscal supone un aumento del gasto
público, una reducción de los impuestos y
aumente las transferencias. En el primer caso, se intenta suplir
la ausencia de demanda del sector privado con la del sector
público. En el segundo caso, la reducción de
impuestos supone más dinero para gastar en manos privadas,
y un empujón al consumo.
Ambas medidas tienen el problema de que aumentan el
endeudamiento del Estado.
4.
La deflación en la actualidad
Para entender la situación en la que actualmente
se encuentran las economías hay que tener en cuenta varias
cuestiones. Por un lado hay que señalar que, como suele
ocurrir con casi todos los problemas económicos, la
disminución de precios no es mala en sí misma.
Quizá sorprenda conocer que el país que hoy es
verdaderamente deflacionario, incluso un poco más que
Japón, es China. Sus
precios bajaron el 0,7% en 2002 pero su producto
interior bruto creció más del 8% y la
producción industrial más del 13%. Este caso sirve
para demostrar que lo que es malo no es la bajada de precios,
sobre todo cuando es realmente tan reducida, sino que vaya
acompañada de atonía productiva, de menos
crecimiento e inversión.
De hecho, y a diferencia de lo que ocurre en China, el
riesgo de
deflación en Estados Unidos o
Alemania, por
citar los casos más relevantes, se ha advertido
después de episodios de recesión, es decir,
después de que las economías se hayan encontrado en
una situación de menor rendimiento productivo. Este es el
auténtico problema.
Hay que tener en cuenta, además, que la
disminución de precios que se está produciendo es
de un nivel mucho menor del que se produjo en otras épocas
deflacionarias con las que algunos comparan la situación
actual, lo que quiere decir que la caída de precios no es
el factor seguramente más relevante. Sobre todo, cuando se
da como continuación de un proceso ya
largo de disminución de su ritmo de
crecimiento.
También me parece significativo que los
diferentes países en los que se vislumbra el riesgo
deflacionista se encuentren en esta situación por
circunstancias claramente diferenciadas, lo que indicaría
que no se trata de un mismo y generalizado fenómeno. Por
un lado, en Japón se viene produciendo un auténtico
desquiciamiento del sistema financiero, en Estados Unidos un
exceso de oferta como consecuencia de la sobreinversión
que inspiró la fiebre
especulativa y el exceso de endeudamiento de años
anteriores. Por su parte, Alemania todavía paga las
consecuencias de su acelerado proceso de unificación y
también, como los demás países europeos, los
excesos de las políticas de estabilidad de los
últimos años.
Teniendo en cuenta todo ello, y aunque es pronto para poder
establecer conclusiones definitivas sobre la situación me
parece que se pueden establecer varias ideas significativas sobre
este nuevo fantasma que recorre aunque sea aún en
mantillas la economía
internacional.
En primer lugar que más bien que un simple mal
monetario, como algunos quieren interpretar, lo que se
está produciendo es la manifestación de las
debilidades intrínsecas al modelo de
crecimiento de los últimos años. Este se ha basado
en el crecimiento débil, en las políticas de
austeridad, en la aplicación de políticas
macroeconómicas de bozal que han venido conteniendo las
rentas salariales y el consumo. Por eso, no parece muy
lógico sorprenderse ahora si la aplicación contumaz
de las políticas deflacionistas de los últimos
años termina por provocar cierto nivel de
deflación.
En segundo lugar, vuelve a ponerse de relieve que la
hipertrofia de los flujos financieros y la predominancia de las
actividades especulativas actúa como un drenaje constante
de recursos que
impide generar demanda suficiente y fortalecer como sería
necesario la creación de riqueza productiva. Es realmente
paradójico que los economistas e instituciones
más brillantes y renombrados del planeta afirmen que las
principales economías tienen un problema ocasionado porque
hay "demasiado poco dinero" cuando se calcula que entre casi dos
billones de dólares circulan diariamente en operaciones
especulativas que nada tienen que ver con la actividad
productiva.
En tercer lugar, el riesgo deflacionista vuelve a manifestar la
tremenda inconsistencia e inadecuación de las
políticas económicas dominantes. Como he
señalado más arriba, ha sido su propio impulso
deflacionista el que está en la base de la insuficiencia
actual de la demanda.
Los dirigentes europeos comienzan a reconocer la
inconveniencia de insistir en la estabilidad presupuestaria
cuando las circunstancias económicas son ya tan claramente
negativas. El problema es que no será suficiente que ahora
permitan, más o menos disimuladamente, ciertas
alegrías presupuestarias, sino que sería necesario
modificar el sentido todo de las políticas, su
filosofía deflacionista.
Por último, es de destacar las debilidades que
muestra el
pensamiento económico dominante.
Los mismos que hace unos pocos años proclamaban
la incontrovertible verdad del fundamentalismo antiinflacionista
incluso defendiendo la tasa cero de subida de precios como el
objetivo al
que había que aspirar, ahora empiezan a reconocer que es
conveniente cierta tasa de crecimiento de los precios.
En cualquier caso, no se puede despreciar el problema. Afecta a
economías muy potentes y que son, a su vez, locomotoras de
otras muchas. Como se decía en los años sesenta, un
resfriado en Estados Unidos es una pulmonía en Europa. Ahora no
es sólo el gigante norteamericano quien tose, sino
también la mayor economía europea y a
ellos se une la aletargada situación de
Japón.
Es muy posible que el déficit presupuestario
estadounidense sea suficiente para salir adelante. Aunque apostar
una vez más por el keynesianismo fiscal
reaccionario favoreciendo sólo la mejora de las rentas
altas retardará la salida al problema. Pero en Europa van
a ser necesarios estímulos mucho más importantes
que los que están detrás de la tímida
permisividad presupuestaria que se anuncia.
La deflación y la banca
Es imposible que haya una deflación que no afecte
a la banca. Si la
clasificáramos, tendríamos tres categorías:
1) mala, 2) muy mala, y 3) cerrada (quebrada, intervenida,
etc.).
La deflación comenzaría afectando a la
banca, no solamente como un reflejo de la economía
general, sino también por efecto directo de la baja de
precios.
Comúnmente, los bancos conceden
créditos sobre garantías reales.
Supongamos que Usted desea pedir un préstamo por
Bs. 60; si cumplieran con los reglamentos, le pedirán, por
ejemplo, una garantía real (inmueble, objeto de valor, etc.)
de Bs. 100. Cuando hay inflación, ese bien
aumentará a Bs.
150, 300 ó 500 en un plazo relativamente corto,
así que será fácil pagar el préstamo
(si obviamos los intereses). Pero cuando hay deflación,
ese bien pasaría a costar Bs. 50, además de que
costará venderlo (no tiene liquidez), y con los intereses
(estamos siendo injustos y muy simplificados), el préstamo
original de Bs. 60 ahora puede estar en unos 70, así que a
Usted le conviene entregar el bien (sale mejor que lo embarguen a
uno), porque después de todo, el dinero Usted lo
agarró completo, y la garantía ahora vale
menos.
El banco, a cambio de
entregar dinero, recibe cemento,
hierro y
vidrio (si fuera
una casa) que no puede convertir a dinero con facilidad, y si lo
hiciera, recuperaría menos de lo que entregó, es
decir, estaría haciendo un malísimo negocio, porque
estaría incurriendo en pérdidas. También
puede recibir una empresa
quebrada (o una granja, o animales que hay
que alimentar) o algún bien para administrar.
Y si un banco tiene pérdidas, quien pierde dinero
es el depositante (además del banquero), por lo que todos
trataremos de retirar el dinero y se producirían corridas
en los bancos a cada rato (no en todos al mismo tiempo, salvo
que la economía sea relativamente pequeña, que en
ese caso sería casi total y rápida).
Deflación e ideología
Muchas veces un grupo de
personas solemos aceptar o rechazar algo simplemente porque la
ideología lo impone. Por eso, desde que
Milton Friedman y los monetaristas atacaron el nacimiento de la
inflación en Estados Unidos, muchos llevaron esas ideas a
los extremos, a tal punto de propiciar medidas deflacionistas. Es
éxito o
fracaso de un banco central y de un gobierno no se
medía en el crecimiento
económico, en ganancias o pérdidas, ni en
ningún otro indicador más tangible, sino por el
índice inflacionario.
Como en las décadas de 1960 y siguientes los
países que tenían altas tasas inflacionarias eran
los socialistas y los populistas, mientras que los países
con gobiernos más derechistas (y también los
más comunistas) tenían la inflación bastante
controlada.
Como las políticas más derechistas se cree
que benefician a los ricos, banqueros, y poderosos, hay muchos
que adoptaron esas ideologías y las respaldaron
completamente, a ciegas. Por eso, es raro y extraño que un
banquero o un financista apoyen medidas deflacionarias, cuando
los primeros y más perjudicados serían ellos.
Alguien lo denominaría "autosuicidio
atípico".
5. El
caso del Japón
A principios de los
años 90 estallo violentamente una burbuja inmobiliaria en
Japón, entre otras cosas propiciada por una mala política del Banco
Central, que subió los tipos de interés muy
bruscamente intentando precisamente que no ocurriera lo que
ocurrió. Los precios inmobiliarios se redujeron y los valores de
la bolsa también. Esto se unió a que los bancos
habían prestado mucho dinero que ni la gente ni las
empresas pudieron pagar (puesto que dichos préstamos se
usaron para comprar bienes que valían menos dinero que
antes), con lo que el sistema financiero se tambaleó. Han
tardado 16 años en salir de esa fase de deflación,
aunque todavía los valores
inmobiliarios están por debajo del nivel que había
al principio de los 90.
La deflación es demoledora. Si las cosas bajan de
precio, la gente deja de consumir, puesto que le sale más
ventajoso esperarse un tiempo a que bajen los precios (siempre
con la premisa de que las empresas no bajen los sueldos de los
empleados). Como el consumo baja, las empresas van a peor, hay
despidos, sube el paro, lo que
baja el consumo y bajan aún más los precios. Es un
círculo con difícil salida. Japón
decidió bajar los tipos de interés hasta el cero,
para incentivar la inversión, y endeudarse hasta límites
insospechados para crear empleo (la deuda de Japón es la
más alta del mundo desarrollado, un 164,3% del PIB, aunque en
su mayor parte es deuda interna).
Así que es una buena noticia que este país
salga de su situación de deflación, aunque se
debate si el
Ministro de Finanzas se ha
excedido en su optimismo, pues si se descuenta el precio de los
alimentos y la
energía, siguen con variaciones de precios
negativas.
CONCLUSIONES
- La deflación es una caída sostenida en
todos los niveles de precios al consumo. Resulta muy
dañino para la economía, al implicar un aumento
del peso real de la deuda y desincentivar el consumo, dado que
las decisiones de gasto se aplazan ante la previsión de
una mayor caída de los precios. Ese escenario favorece
la desaceleración económica y una espiral bajista
de la economía. - La deflación es mala cuando está ligada
a un desplome de la demanda
agregada, lo que solo es posible si se produce una
contracción monetaria. Dicho esto, la posibilidad de que
se produzca una deflación-depresión similar a la de los años
treinta es remota. La hipótesis según la cual es
imposible evitar el descenso a esa sima porque no existe margen
para recortar de manera sustancial el precio del dinero carece
de sentido. No son los tipos de interés nominales los
que indican el verdadero tono de la actuación de los
bancos centrales, sino la evolución de la oferta
monetaria.
BIBLIOGRAFÍA
- Hamilton, E. J. El tesoro americano y la
revolución de los precios en España
1501-1650. Barcelona: Editorial
Ariel, 1975. Obra pionera en el estudio de la
inflación, referida a un periodo histórico
concreto. - Harris, Marvin. La cultura
norteamericana contemporánea. Madrid:
Alianza Editorial, 1986. Visión
antropológica, asequible e innovadora de la
problemática derivada de la
inflación. - Johnson, H. G. Inflación,
revolución y contrarrevolución keynesiana y
monetarista. Barcelona: Orbis, 1984. Repaso a la
evolución de las ideas sobre la inflación en la
Teoría Económica. - Rojo Duque, L. A. Renta, precios y
balanza de
pagos. Madrid: Alianza
Editorial, 1993. Estudio de uno de los mayores
especialistas españoles: de gran interés por su
rigor. - Sargent, T. J. Expectativas racionales e
inflación. Madrid: Alianza
Editorial, 1989. Obra que revolucionó la
perspectiva de la política
económica.
Luis Paolo Campos Velasquez
IV CICLO
CURSO: MACROECONOMÍA
ESCUELA DE ADMINISTRACIÓN DE NEGOCIOS
INTERNACIONALES
FACULTAD DE CIENCIAS
ADMINISTRATIVAS Y RECURSOS HUMANOS
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