- La felicidad y el sentido de la
vida - El siguiente relato puede ser
un punto de partida: El médico
- Lo primero que tenemos que
saber es qué es la felicidad - ¿Qué
hace que nuestra vida tenga sentido? ¿Cómo
logramos eso? - La clave
está en el autoconocimiento - El miedo a
conocerse - El camino hacia
la felicidad. La mujer loca: una historia acerca del miedo a la
vida - Comenzando el
viaje: afronta tus sentimientos. ¿Qué hago?
¿Qué pienso? ¿Qué
siento? - Otras formas de
autoconocimiento - Tenemos que
hilvanar nuestra historia… - ¿Cómo puedes
saber si estás siguiendo tu camino? - En
resumen - Bibliografía
La felicidad y el
sentido de la vida
Puede ser que exista por ahí alguien que nos diga
que no desea ser feliz. Sin embargo, para la inmensa
mayoría no sólo es una meta deseable, sino algo que
habitualmente luchamos por conseguir. Algunas personas se sienten
miserables, deprimidas, insatisfechas con sus vidas, con sus
relaciones, consigo mismas. No hay nada que deseen más que
librarse de ese dolor que arrastran como un saco de piedras sobre
sus espaldas que los agota un poco más cada día
hasta dejarlos exhaustos. Tal vez lo tienen todo: un trabajo, una
casa, una familia, unos
amigos… pero, a pesar de todo, no son felices.
El siguiente
relato puede ser un punto de partida: El médico
Un joven médico empezó a trabajar en un
nuevo hospital de una ciudad lejana. El primer día estaba
radiante de felicidad. Caminaba orgulloso por los largos
corredores con su bata blanca y su amplia sonrisa. El edificio
era una joya arquitectónica, con salas amplias y soleadas,
iluminadas por grandes ventanales con vistas a un silencioso
jardín. Los enfermos, cuyas dolencias no eran
especialmente graves, tenían habitaciones individuales
perfectamente equipadas y el material clínico era el
más moderno que existía.
El hospital estaba dividido en dos: el ala este, donde
fuera asignado el joven médico y el ala oeste, ambas
unidas en su centro por una gran puerta de gruesa madera maciza
que permanecía siempre cerrada. Él pasaba ante ella
cada día, pero jamás sintió curiosidad hasta
que un día sucedió algo imprevisto: al pasar por
delante, como cada mañana, escuchó unos gritos
espantosos; la puerta se abrió bruscamente de par en par y
una niña sucia y harapienta salió corriendo de su
interior, emitiendo aullidos aterradores y arañando su
cara con sus uñas hasta hacerla sangrar. Los enfermeros
que corrían tras ella la agarraron y se la llevaron en
volandas, sujetando sus brazos y sus piernas, a través de
un pasillo gris, débilmente iluminado por alguna bombilla.
Después, la puerta se cerró.
El médico tuvo tanto miedo que ni siquiera quiso
preguntar. Siguió su camino, trató de proyectar su
eterna sonrisa y se centró en el trabajo
intentando olvidar. Pasó el tiempo y
empezó a estar enfermo, dejó de sentir esa
felicidad que le había acompañado hasta entonces;
ya no encontraba en su trabajo la misma satisfacción y
extrañas pesadillas volvían insomnes sus largas
noches.
Empezó a pensar que tal vez la medicina no
era para él, que quizás se equivocó de
profesión, que ver a tantos enfermos día tras
día lo había acabado deprimiendo. No quería
pensar en aquella puerta ni quería recordarla, porque
sabía que, de hacerlo, no tendría más
remedio que atravesarla. (Véase mi ponencia: Los
Trastornos de Ansiedad y de Angustia).
Lo primero que
tenemos que saber es qué es la felicidad
La felicidad desde el punto de vista
neuropsiquiátrico
Esa felicidad ciega que se empeñaba en mantener
el médico de nuestro relato y que consiste en la
negación de todo dolor y sufrimiento es tan falso como
efímero. Sus murallas son frágiles; tarde o
temprano sucede algo que las derrumba y tenemos que gastar buena
parte de nuestra energía en reconstruirlas una y otra vez
mientras se empeñan en desmoronarse ante nuestros ojos.
Algunos recurren a las drogas y el
alcohol, a las
largas y continuas horas de diversión. Salir a la calle,
centrar su atención en otra cosa, olvidar esa
tristeza, esa insatisfacción que aguijonea sus corazones
en cuanto bajan la guardia. Desterrar de la mente todo
sufrimiento y preocupación sigue siendo una de las metas
principales de mucha gente. Vivimos en una sociedad donde
la consecución del máximo bienestar es casi un
imperativo. Pero la felicidad no es la ausencia de dolor, no es
tenerlo todo y que cualquier cosa que hagamos nos salga bien,
sino el hecho de percibir sentido en eso que tenemos y hacemos.
Es esa sensación de que nuestra vida tiene sentido la que
nos llena de satisfacción y de
energía.
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