El matrimonio de
Arnolfini (Jan Van Eyck 1436)
Antes de dar comienzo a esta ponencia, debemos de dar crédito
a la figura inmortal de Emilio Mira y López cuya obra y
título: Los Cuatro Gigantes del Alma (Ateneo), esta
lección inspirara.
Por razones de necesidad y prontitud haremos omisión en
este artículo de las bases instintivas de los afectos que
aquí proponemos estudiar, haciendo hincapié
exclusivamente en sus aspectos sociales y en las repercusiones
emocionales que ellos comportan.
Empezaremos hablando del amor como
gigante del alma. Por ello
introducimos el lienzo de Jan Van Eyck, donde se representa un
matrimonio repleto de simbolismo.
Se trata de un retrato de Arnolfini, un comerciante de Lucca
establecido en Bruselas, y su esposa Giovanna Cenami. Ambos
personajes están de pie, cogidos de la mano, él con
la derecha levantada y la mujer con la
izquierda sobre el vientre, situados en una habitación que
se abre al exterior por una ventana que permite ver los árboles
frutales del huerto o jardín próximo. A la derecha,
una cama con un dosel y a su lado un sitial de alto respaldo
rematado por una pequeña escultura de santa Margarita, de
cuya base cuelga una escobilla; una alfombra se aprecia junto a
sus pies. En la pared del fondo, un espejo convexo de forma
circular y una ristra de cuentas,
instrumento de contabilidad
propio de banqueros, prestamistas y comerciantes. Arrimado al
muro, un banco cubierto de
almohadones y una tela roja. Detrás de la figura de
Arnolfini, una mesita con frutas.
Objetos de uso personal -dos
pares de zapatillas y un perrito- completan el cuadro
doméstico de la pareja. Da la impresión como si
estuviéramos de visita en casa de los Arnolfini.
El análisis de los elementos
iconográficos de esta composición llevó a
Panofsky a formular la teoría
de que este cuadro es algo más que un retrato. El gesto de
la mano derecha de Arnolfini parece sugerir que esté a
punto de pronunciar un juramento de fidelidad, es decir, su
compromiso matrimonial con Giovanna, mientras que ella,
dándole la mano, le corresponde de la misma manera (no se
necesitaba sacerdote en la ceremonia matrimonial). El vientre
abultado de la esposa no se debe tanto a una situación de
embarazo, que
subrayaría el tema del matrimonio, cuanto a la peculiar
moda de la
indumentaria de la época; pero su mano izquierda sobre el
vientre sí que corresponde a un símbolo matrimonial
utilizado por los pintores renacentistas. La figurilla de santa
Margarita que es la protectora del matrimonio en los
Países Bajos, o la única vela de la lámpara
-a plena luz del
día no sirve para iluminar- simbolizando a Cristo que con
su presencia santifica el matrimonio, o el perrito que representa
la fidelidad y las frutas que nos recuerdan el estado de
inocencia antes del pecado
original, o el hecho de que ambos personajes estén
descalzos, lo que puede indicar que la pareja está pisando
un suelo santo y
por esto se ha descalzado…, en conjunto nos hace pensar que no
se trata sólo de un retrato, sino de un documento que
atestigua el matrimonio de Arnolfini y Giovanna. Seguramente se
llamó al pintor para que registrara este importante
momento; esto explicaría por qué puso su nombre
("Johannes de Eyck fuit hic") y la fecha.
Observemos ahora el espejo, recurso usual en la pintura
flamenca. Vemos en él toda la escena reflejada y,
posiblemente, la imagen del pintor
y testimonio de las capitulaciones nupciales. Ampliando la imagen
podemos apreciar la cuidada caligrafía gótica de
los números y los detalles de su marco, con diez
medallones que ilustran episodios de la pasión. El espejo
convexo devuelve la imagen de la habitación desde un nuevo
punto de vista: la pareja Arnolfini está de espaldas y,
delante de ellos, en el umbral de la puerta, dos personajes con
indumentaria azul y roja, uno de ellos, quizás, el propio
van Eyck, que reforzaría con este artificio óptico
su presencial en la composición, insistiendo en su
calidad de
testimonio del matrimonio.
La escena tiene lugar en la intimidad de la alcoba; y la
atmósfera
íntima de esta estancia viene dada por la luz tamizada que
entra por la ventana, una luz que, además de iluminar,
unifica los distintos objetos y dota al cuadro, a pesar de su
detallado realismo, de
un tono de espiritualidad, de magia, de misticismo. Las paredes
de la confortable habitación están bruscamente
cortadas por el marco dando la impresión de que se
extienden hacia delante, como invitando al espectador a
acercarse, a incorporarse a la escena. Esta invitación
está también sugerida por la reducida escala de la
obra, por la riqueza de detalle, por la suavidad de los vestidos
de piel y el
brillo del metal pulido.
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