Indice
1.
Introducción
3.
Sudamérica
4.
Aztecas
5. Mitología
azteca
6. Imperio Inca (principios del siglo
XVI)
7.
Mitología
inca
8. Las edades del
mundo
9. Tiempo y
calendario
10. Imperio Maya
Quiché
11. Organización
económica y
social
12. Mitología
maya
13. Las últimas
moradas
14. Las letras en las culturas
precolombinas
15. La escritura
"florecida"
16. Características de la
literatura de los aztecas, incas y
mayas.
17. Literatura
maya
18. Notas
1. Introducción
" Y pues por una parte sabemos de cierto, que hay muchos
siglos que hay muchos hombres en estas partes, y por otra no
podemos negar que la Divina Escritura
claramente enseña de haber procedido todos los hombres de
un primer hombre,
quedamos sin duda obligados a confesar, que pasaron acá
los hombres de allá de Europa o de
Asia o de
África, pero el cómo y por qué camino
vinieron, todavía lo inquirimos y deseamos saber. Cierto
no es de pensar que hubo otra Arca de Noé en que aportasen
hombres a Indias, ni mucho menos que algún Ángel
trajese colgados por el cabello, como el profeta Abacuch, a los
primeros pobladores de este mundo. Porque no se trata qué
es lo que pudo hacer Dios, sino qué es conforme a
razón y al orden y estilo de las cosas humanas. (…) Cosa
cierta es que vinieron los primeros indios por una de tres
maneras a la Tierra del
Perú: porque o vinieron por mar o por tierra; y por
mar o acaso, o por determinación suya, digo acaso, echados
con alguna gran fuerza de
tempestad, como acaece en tiempos contrarios y forzosos; digo por
determinación, que pretendiesen navegar e inquirir nuevas
tierras. Fuera de estas tres maneras, no me ocurre otra posible".
#
A fines del siglo XV existían en América
culturas en diverso grado de desarrollo
como testimonian la arqueología y la antropología. Las más rudimentarias
habitaban las llanuras patagónicas en tanto que las
más adelantadas se encontraban en Perú y México. A
pesar que los lingüístas han agrupado alrededor de
veintitrés lenguas diferentes anteriores a la llegada de
Colón, sólo tres correspondieron a grupos
étnicos de gran desarrollo socio – político y
cultural: la azteca o náhualt, que ocupaba el centro y sur
de México actual; la maya – quiché, que se
extendía por parte de México, Guatemala,
Honduras y El Salvador; y la inca o quechua, que
correspondía los territorios de Perú, Ecuador, Bolivia y
parte de la República Argentina.
Entre los rasgos comunes a las grandes civilizaciones
podemos mencionar:
- Desarrollo de conocimientos científicos y
manifestaciones artísticas. - Existencia de tipos de organización social muy
avanzados. - Gran desarrollo en el cultivo de las plantas
agrícolas, especialmente el maíz, base de la
economía
indígena. - Teatro ritual y conocimiento
de la poesía (épica y lírica) y
de la prosa narrativa.
En el presente trabajo presentamos una investigación detallada de las culturas
maya, azteca e inca, donde enfocamos el análisis de estos pueblos desde dos planos:
un ‘Marco contextual’ (organización política y social,
economía, religión, arte, etc.) y un
‘Marco Cultural’, denominado ‘Las Letras en las
culturas Precolombinas’.
El Marco Contextual está dividido en cuatro
puntos:
- Pueblos indígenas Americanos.
- Imperio Azteca
- Imperio Inca
- Imperio Maya – Quiché
El Marco Cultural está desarrollado en un solo
punto (el quinto), donde presentamos la literatura que ellos
cultivaron y la temática que desarrollan, que en rasgos
generales coincide con la temática desarrollada por
escritores de épocas mas recientes.
2. Pueblos
Indígenas Americanos
Mesoamérica
Las civilizaciones se desarrollaron en México y
en la parte superior de Centroamérica a partir del
1400 a.C. Estas civilizaciones surgieron de un estilo de
vida arcaico cazador-recolector que hacia el 7000 a.C.
incluía el cultivo de pequeñas cantidades de
frijol, calabaza y maíz. Hacia el 2000 a.C. los
antiguos mexicanos dependían totalmente de las
plantaciones de estos cultivos, además de amaranto,
aguacate y otras frutas, así como del chile
(ají). Las ciudades fueron creciendo y hacia el
1400 a.C. la civilización olmeca poseía una
capital con
palacios, templos y monumentos construidos sobre una enorme
plataforma de unos 50 m de altura y cerca de 1,6 km de
longitud. Los olmecas vivían en la selva de la costa del
golfo de México; sus rutas comerciales se extendieron
hasta Monte Albán en el oeste de la República
Mexicana (en el actual estado de
Oaxaca) y el valle de México. A medida que fue
disminuyendo el poder de los
olmecas (hacia el 400 a.C.), fueron en aumento los
asentamientos en las montañas del interior y, poco antes
del comienzo de la era cristiana, la primera ciudad del
México precolombino había alcanzado dimensiones
urbanas en Teotihuacán en el valle de México. Desde
el 450 hasta el 600 Teotihuacán dominó el
Altiplano, comerciando con Monte Albán y con los reinos
mayas que
habían surgido en el suroeste de México, y
conquistando a pueblos rivales por el sur incluso en el valle de
Guatemala. Teotihuacán ocupaba unos 21 km2 con
bloques de viviendas de varios pisos, mercados,
multitud de pequeños talleres, templos sobre plataformas y
palacios cubiertos de murales.
La cultura maya
también se distinguió por desarrollar, caso
único entre los pueblos indígenas americanos, una
lengua escrita
basada en glifos.
Hacia el 700 d.C. Teotihuacán sufrió
una serie de ataques que le arrebataron su supremacía.
Más adelante, en ese mismo siglo, muchas ciudades mayas
quedaron abandonadas, tal vez arruinadas al tocar a su fin el
comercio con
Teotihuacán. Otras ciudades mayas, sobre todo en el norte
de Yucatán, no corrieron la misma suerte. Hacia el
año 1000, una nueva potencia del
México central —los toltecas— comenzaron a
formar un imperio alrededor del ya existente en el valle de
México y penetraron en el territorio maya de
Chichén Itzá. Este imperio se derrumbó en
1168. Hacia el 1433, el valle de México había
recuperado el dominio sobre la
mayor parte de México como resultado de una alianza de
tres reinos vecinos. Esta alianza garantizaba una patria a partir
de la cual el rey Moctezuma I de los aztecas
inició sus conquistas territoriales durante el siglo XV.
El imperio floreció hasta 1519, año en el que el
conquistador español Hernán Cortés
arribó a la costa oriental de México y
avanzó junto a sus aliados mexicanos, los tlaxcaltecas,
enemigos de los aztecas, en dirección a la capital azteca,
Tenochtitlán. Las luchas internas y las epidemias vinieron
a debilitar a los mexicanos, circunstancias que hicieron posible
que Cortés triunfara en su conquista.
En el momento de las primeras conquistas
españolas, los pueblos indígenas de México
formaban parte de los dominios del Imperio azteca, de los reinos
y señoríos mixtecos en el actual estado de Puebla y
de los tarascanos en el estado de
Michoacán, así como de los zapotecas en Oaxaca, los
tlaxcaltecas de Tlaxcala, los otomíes en Hidalgo, los
totonacas en Veracruz, los supervivientes del estado maya de
Mayapán en Yucatán y grupos menores de
filiación mayense en el sur, además de otros grupos
independientes en las regiones fronterizas, como los yaquis,
huicholes y tarahumaras en el norte de México. Tras la
conquista española —que tardó más de
dos siglos en abarcar a todo México— la
mayoría de los grupos indígenas se vio obligada a
sobrevivir como campesinos gobernados por la clase alta
hispano-mexicana.
El área cultural de Mesoamérica
—México, Guatemala, El Salvador, la parte occidental
de Honduras y de Nicaragua— destacaba por su
carácter agrícola, abasteciendo a los mercados de
las grandes ciudades en las que los comerciantes traficaban con
utensilios, vestidos y artículos de lujo importados a
través de las lejanas rutas terrestres y marítimas.
En las ciudades vivían los artesanos y los trabajadores,
los mercaderes, la clase opulenta, así como los sacerdotes
y eruditos que registraban las obras literarias,
históricas y científicas en textos
jeroglíficos (la astronomía estaba especialmente
desarrollada, véase Astronomía maya). Las ciudades
se decoraban con esculturas y vistosas pinturas, que
representaban los símbolos mesoamericanos del poder y el
saber: el águila, el jaguar y la serpiente.
Las áreas culturales de Sudamérica abarcan
desde la parte inferior de Centroamérica —el este de
Honduras, Nicaragua y Costa Rica—
hasta el extremo meridional de América del Sur. Cabe
distinguir cuatro áreas principales: 1) la parte norte de
Sudamérica y el Caribe; 2) los Andes centrales y
meridionales y la costa adyacente del Pacífico; 3) la
selva tropical del este de Sudamérica, y 4) la
Sudamérica meridional, un área que alberga
sólo a pueblos nómadas de
cazadores-recolectores.
El área cultural de la parte norte de
Sudamérica y el Caribe incluye tierras bajas de selva,
sabanas cubiertas de hierba, la parte septentrional de la
cordillera de los Andes, algunos territorios áridos del
oeste de Ecuador y las islas del Caribe. Debido a su
ubicación geográfica, la región
podría prestarse a servir de vínculo entre las
grandes civilizaciones de México y Perú, pero por
la dificultad que entrañan los desplazamientos por tierra
a través de la selva y las montañas de la parte
baja de Centroamérica, los contactos precolombinos entre
Perú y México se desarrollaron sobre todo por mar,
desde el golfo de Guayaquil en Ecuador hasta los puertos
occidentales de México. Los pueblos indígenas de la
parte norte de Sudamérica y el Caribe vivían en
pequeños estados independientes. Aunque comerciaban
directamente con México y Perú a través de
Ecuador, estos grandes imperios nunca entraron en contacto con
ellos. Andes centrales y meridionales
La cordillera de los Andes, que se extiende por toda la
mitad occidental de Sudamérica, junto con los angostos
valles costeros entre las montañas y el océano
Pacífico, constituyeron el territorio de una de las
grandes civilizaciones del continente.
En tiempos recientes, las excavaciones del yacimiento
del Monte Verde en el sur de Chile han proporcionado pruebas
irrefutables de la existencia humana ya por el 13.000 a.C.
Algunas excavaciones algo más al norte, en Perú,
revelan que hacia el 700 a.C. se cultivaban frijol y
ají. Algunos siglos más tarde se produjo la
domesticación de las llamas. A veces se criaban cobayas o
cuis como alimento comestible; el algodón, la papa, el
maní y otros alimentos se
fueron incorporando a la agricultura
peruana, y hacia el 2000 a.C. se introdujo el maíz
procedente de los Andes septentrionales. Los pueblos de la costa
del Pacífico, Chile, Perú y Ecuador, también
supieron aprovechar la riqueza marina, con su abundancia de
especies, así como las aves
acuáticas, las morsas, los delfines y los
crustáceos.
Después del año 2000 a.C. los pueblos
asentados en los diferentes valles costeros del Perú
central se aliaron para construir grandes templos de piedra y
adobe sobre enormes plataformas. Después del 900 a.C.
estos templos se destinaron a una nueva religión, centrada
en la ciudad de Chavín de Huantar. Esta religión
tenía como símbolos el águila, el jaguar, la
serpiente (probablemente una anaconda) y el caimán, que
simbolizaba el agua y la
fertilidad de las plantas. Estos símbolos son en cierta
forma análogos a los de las religiones de México,
pero no se conoce ningún vínculo concreto entre
ambas culturas. Después del 300 a.C. comenzó a
declinar la influencia de Chavín, o posiblemente su
dominio político. Surgió así la cultura moche
o mochica en la costa septentrional de Perú y la nazca en
la costa sur. Ambas dieron lugar a la construcción de grandes proyectos de
regadío, ciudades y templos, desarrollándose un
comercio intenso que incluía la exportación de cerámica fina. Los
moche representaron su vida cotidiana y sus mitos en
pinturas y en esculturas cerámicas; se retrataban como
feroces guerreros y también fabricaron esculturas de
cerámica modelada que representaban viviendas con
familias, plantas cultivadas, pescadores e incluso parejas de
amantes. También eran diestros trabajadores del
metal.
Hacia el 600 d.C. las culturas moche y nazca
desaparecieron y surgieron dos nuevos estados poderosos en
Perú: Huari en las montañas centrales y Tiahuanaco
en las montañas meridionales del lago Titicaca. Tiahuanaco
fue un gran centro religioso que hizo resurgir los
símbolos de Chavín, pero ambos estados duraron
pocos siglos. A partir del siglo XI volvieron a adquirir
importancia los estados costeros, especialmente Chimú en
el norte, con su amplia y esplendorosa ciudad capital
Chanchán, construida de adobe y piedra. Todo Perú
llegó a estar dominado por un estado que nació en
las montañas centrales en Cuzco; era el estado quechua,
pueblo que pasó a ser el componente más poderoso
del Imperio inca. El emperador inca de aquella época,
Pachacutec Inca Yupanqui, inició la expansión de su
Imperio en el siglo XV; hacia 1525, los incas dominaban
desde Ecuador hasta Chile y Argentina. Entre 1525 y 1532 se
desencadenó una guerra civil
en su seno y a su término desembarcó en Perú
el conquistador español Francisco Pizarro, que apenas tuvo
dificultades para conquistar al devastado Imperio
inca.
Durante este periodo, las partes central y meridional de
los Andes estaban habitadas por campesinos que cultivaban
diversas plantas. Los productos
locales, transportados en caravanas de llamas, se exportaban y se
intercambiaban hacia la costa, las montañas y la selva
tropical oriental. Los reinos de esta región estaban
gobernados por administradores auxiliados por soldados y
sacerdotes. Los peruanos carecían de lenguaje
escrito, pero utilizaban el ábaco
para sus cálculos aritméticos, y llevaban un
registro
numérico de carácter administrativo con ayuda de
unos collares anudados, parecidos a los ábacos,
denominados ‘quipus’.
Orígenes, el surgimiento de los
aztecas
Azteca o Mexica, es el nombre que recibían los
mienbros de un pueblo que dominó el centro y sur del
actual México, en Mesoamérica, desde el siglo XIV
hasta el siglo XVI y que es famoso por haber establecido un vasto
imperio altamente organizado, destruido por los conquistadores
españoles y sus aliados tlaxcaltecas. Algunas versiones
señalan que el nombre de ‘azteca’ proviene de
un lugar mítico, situado posiblemente al norte de lo que
hoy en día es México, llamado Aztlán;
más tarde se autodenominaron mexicas.
Los aztecas ocuparon un breve período de la
historia de la
civilización mesoamericana La mayoría de los
investigadores creen que los primeros habitantes de México
emigraron de Asia a Alaska por el estrecho de Bering, desde donde
se desplazaron hacia el sur. Afirman los arqueólogos que
la cultura más antigua que floreció en
Mesoamérica fue la olmeca, la cual, surgió hacia el
año 1200 a.C. y prevaleció alrededor de ochocientos
años. Pero no fue sino hasta 1200 d. C. –más
de dos milenios después- cuando empezaron a destacarse los
aztecas, cuya cultura duraría apenas trescientos
años y cuyo poderoso imperio dominaría en la zona
solo cien años antes de caer por la espada de los
invasores españoles. No obstante, en el cenit de su
gloria, el Imperio azteca reflejó un esplendor pocas veces
igualado, The World Book Encyclopedia dice de ellos los
siguiente: "Fueron los aztecas poseedores de una de las
civilizaciones más adelantadas de América.
Construyeron ciudades tan grandes como cualquier ciudad europea
de la época".
Tras la caída de la civilización tolteca
que había florecido principalmente en Tula entre los
siglos X y XI, oleadas de inmigraciones inundaron la meseta
central de México, alrededor del lago de Texcoco. Debido a
su tardía aparición en el lugar, los
aztecas-mexicas se vieron obligados a ocupar la zona pantanosa
situada al oeste del lago. Estaban rodeados por enemigos
poderosos que les exigían tributos, y la
única tierra seca que ocupaban eran los islotes del lago
de Texcoco, rodeados de ciénagas
El hecho de que, desde una base tan poco esperanzadora,
los aztecas fueran capaces de consolidar un imperio poderoso en
sólo dos siglos, se debió en parte a su creencia en
una leyenda, según la cual fundarían una gran
civilización en una zona pantanosa en la que vieran un
nopal (cactus) sobre una roca y sobre él un águila
devorando una serpiente. Los sacerdotes afirmaron haber visto
todo eso al llegar a esta zona; como reflejo de la continuidad de
esa tradición, hoy en día esa imagen representa
el símbolo oficial de México que aparece, entre
otros, en los billetes y monedas.
Al aumentar en número, los aztecas establecieron
organizaciones
civiles y militares superiores. En 1325 fundaron la ciudad de
Tenochtitlán (ubicada donde se encuentra la actual ciudad
de México, capital del país).
La capital
Tenochtitlán, capital de los aztecas, situada en
una isla del lago de Texcoco, en la actual ciudad de
México. Fue fundada en 1325 y planificada siguiendo el
esquema cuadriculado de calles y canales construidos en torno a un
recinto ceremonial formado por pirámides, templos y
palacios, entre los que destacan: el Templo Mayor, el de
Quetzalcóatl, el Juego de
Pelota y el Tzompantli o altar de sacrificios (ver ‘Recinto
sagrado de México -Tenochtitlán, pág. ).
Estaba protegida contra inundaciones mediante diques y conectada
a tierra firme por medio de varias calzadas: Xochimilco,
Iztapalapa y Tlacopan que hoy forman parte de la inmensa ciudad
de México. Desde 1376 comenzó el desarrollo de la
ciudad, bajo el soberano azteca Acamapichtli. Se
engrandeció con la anexión de Tlatelolco, y
llegó a ser una de las ciudades más bellas y
grandes del mundo (con cerca de 300.000 habitantes). El
conquistador español Hernán Cortés
capturó la ciudad en 1521, arrasándola hasta los
cimientos. Sobre sus ruinas fundó la ciudad de
México.
Las excavaciones realizadas en el Templo Mayor, llevadas
a cabo por arqueólogos mexicanos durante los años
1978-1982, han sacado a la luz los hallazgos
más espectaculares del siglo XX en México. Los
españoles habían construido la catedral de
México sobre una parte de las ruinas del Templo Mayor,
utilizando las piedras originales.
Los aztecas convirtieron el lecho del lago, que era poco
profundo, en chinampas (jardines muy fértiles, construidos
con un armazón de troncos que sostenían arena,
grava y tierra de siembra, atados con cuerdas de ixtle, para
lograr islas artificiales donde se cultivaban verduras y flores y
se criaban aves domésticas). Se hicieron calzadas y
puentes para conectar la ciudad con tierra firme; se levantaron
acueductos y se excavaron canales por toda la ciudad para el
transporte de
mercancías y personas. Las construcciones religiosas
—gigantescas pirámides escalonadas recubiertas de
piedra caliza y estuco de vivos colores, sobre
las que se construían los templos— dominaban el
paisaje.
La ciudad floreció como resultado de su
ubicación y del alto grado de organización. En la
época en la que los españoles, capitaneados por
Hernán Cortés, comenzaron la conquista en 1519, el
gran mercado de
Tlatelolco atraía a unas 60.000 personas diarias. Las
mercancías llegaban a manos aztecas gracias a los acuerdos
sobre tributos establecidos con los territorios conquistados.
Muchas de esas mercancías se exportaban a otras zonas del
Imperio azteca y a América Central.
La confederación azteca
Los aztecas-mexicas establecieron alianzas militares con
otros grupos, logrando un imperio que se extendía desde
México central hasta la actual frontera con Guatemala. A
principios del
siglo XV Tenochtitlán gobernaba conjuntamente con las
ciudades-estado de Texcoco y Tlacopan (más tarde conocida
como Tacuba y en la actualidad perteneciente a ciudad de
México) bajo la denominación de la Triple Alianza.
En un periodo de unos 100 años los aztecas lograron el
poder total y, aunque las demás ciudades-estado
continuaron llamándose reinos, se convirtieron en meros
títulos honoríficos.
Al final del reinado de Moctezuma II, en 1520, se
habían establecido 38 provincias tributarias; sin embargo,
algunos pueblos de la periferia del Imperio azteca luchaban
encarnizadamente por mantener su independencia.
Estas divisiones y conflictos
internos en el seno del Imperio azteca facilitaron su derrota
frente a Cortés en 1521, ya que muchos pueblos se aliaron
con los españoles. Además de los problemas
internos que contribuyeron a su caída, el emperador
Moctezuma había dado una bienvenida pacífica a
Cortés y lo instaló junto a sus capitanes en los
mejores palacios, desde donde se hicieron con la ciudad. Es
posible que la interpretación de antiguos presagios sobre
el regreso del dios Quetzalcóatl indujera a Moctezuma a
confundirlo con Cortés, si bien lo que más
interesaba al emperador era colmar de regalos a los
españoles para que se retiraran.
Sociedad y religión aztecas
La sociedad azteca
estaba dividida en tres clases: esclavos, plebeyos y nobles. El
estado de esclavo era similar al de un criado contratado. Aunque
los hijos de los pobres podían ser vendidos como esclavos,
solía hacerse por un periodo determinado. Los esclavos
podían comprar su libertad y los
que lograban escapar de sus amos y llegar hasta el palacio real
sin que los atraparan obtenían la libertad inmediatamente.
A los plebeyos o macehualtin se les otorgaba la propiedad
vitalicia de un terreno en el que construían su casa. Sin
embargo, a las capas más bajas de los plebeyos
(tlalmaitl), no se les permitía tener propiedades y eran
campesinos en tierras arrendadas. La nobleza estaba compuesta por
los nobles de nacimiento, los sacerdotes y los que se
habían ganado el derecho a serlo (especialmente los
guerreros).
En la religión azteca numerosos dioses
regían la vida diaria. Entre ellos Huitzilopochtli (deidad
del Sol), Coyolxauhqui (la diosa de la Luna que, según la
mitología azteca, era asesinada por su hermano el dios del
Sol), Tláloc (deidad de la lluvia) y Quetzalcóatl
(inventor de la escritura y el calendario, asociado con el
planeta Venus y con la resurrección).
Los sacrificios, humanos y de animales, eran
parte integrante de la religión azteca. Para los guerreros
el honor máximo consistía en caer en la batalla u
ofrecerse como voluntarios para el sacrificio en las ceremonias
importantes. Las mujeres que morían en el parto
compartían el honor de los guerreros. También se
realizaban las llamadas guerras
floridas con el fin de hacer prisioneros para el sacrificio. El
sentido de la ofrenda de sangre humana (y
en menor medida de animales) era alimentar a las deidades solares
para asegurarse la continuidad de su aparición cada
día y con ella la permanencia de la vida humana, animal y
vegetal sobre la Tierra.
Los aztecas utilizaban la escritura pictográfica
grabada en papel o
piel de
animales. Todavía se conserva alguno de estos escritos,
llamados códices. También utilizaban un sistema de
calendario que habían desarrollado los antiguos mayas.
Tenía 365 días, divididos en 18 meses de 20
días, a los que se añadían 5 días
‘huecos’ que se creía que eran aciagos y
traían mala suerte. Utilizaban igualmente un calendario de
260 días (20 meses de 13 días) que aplicaban
exclusivamente para adivinaciones. La educación era muy
estricta y se impartía desde los primeros años. A
las mujeres se les exhortaba a que fueran discretas y recatadas
en sus modales y en el vestir y se les enseñaban todas las
modalidades de los quehaceres domésticos que,
además de moler y preparar los alimentos,
consistían en descarozar el algodón, hilar, tejer y
confeccionar la ropa de la familia. A
los hombres se les inculcaba la vocación guerrera. Desde
pequeños se les formaba para que fueran fuertes, de modo
que los bañaban con agua
fría, los abrigaban con ropa ligera y dormían en el
suelo. A la
manera de los atenienses de la Grecia
clásica, se procuraba fortalecer el carácter de los
niños mediante castigos severos y el fomento de los valores
primordiales como amor a la
verdad, la justicia y el
deber, respeto a los
padres y a los ancianos, rechazo a la mentira y al libertinaje,
misericordia con los pobres y los desvalidos. Los jóvenes
aprendían música, bailes y
cantos, además de religión, historia, matemáticas, interpretación de los
códices, artes marciales, escritura y conocimiento del
calendario, entre otras disciplinas.
Los dioses
De carácter politeísta, el panteón
azteca abarcaba una abundante jerarquía de dioses.
Tezcatlipoca era una de las deidades principales y representante
del principio de dualidad. Portaba un espejo (su nombre significa
espejo que humea), en el que se reflejaban los hechos de la
humanidad. Divinidad aérea, representaba el aliento vital
y la tempestad y llegó a asociarse posteriormente con la
fortuna individual y con el destino de la nación azteca.
La fiesta más importante consagrada a Tezcatlipoca era el
Tóxcatl, que se celebraba en el mes quinto. En esa
ocasión se le sacrificaba un joven honrado como
representación del dios en la tierra, guarnecido con todos
sus atributos, entre ellos un silbato, con el que producía
un sonido
semejante al del viento nocturno por los caminos.
Considerado como padre de los toltecas,
Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, aparece enfrentado a
Tezcatlipoca, quien, según la leyenda, le hizo beber
varios tragos de pulque (bebida alcohólica que se obtiene
haciendo fermentar el aguamiel o jugo extraído del maguey,
una variedad del agave), supuestamente beneficioso para su
salud, pero
Quetzalcóatl, avergonzado por haber perdido su entereza,
se ocultó y finalmente desapareció, prometiendo que
volvería. Está relacionado con la enseñanza
de las artes y, por tanto, actúa como introductor de la
civilización. Sus devotos, para venerarlo, se sacaban
sangre de las venas que están debajo de la lengua o
detrás de la oreja y untaban con ella la boca de los
ídolos. La efusión de sangre sustituía el
sacrificio directo.
Huitzilopochtli, dios de la guerra, representaba los
dardos y lanzas del guerrero, la sabiduría y el poder,
símbolos que lo identifican con la serpiente. Pero
además su nombre alude al colibrí, precursor del
verano, la estación de los relámpagos y la
fertilidad. Se le honraba en el decimoquinto mes azteca, en una
ceremonia muy semejante al Tóxcatl de Tezcatlipoca, el
Panquetzaliztli, en la que el sacerdote atravesaba con una flecha
una masa preparada con sangre de personas sacrificadas para tal
ocasión.
Otro de los dioses importantes era Tláloc, dios
de la lluvia, casado con Chalchiuhtlicue (la de la falda de jade)
diosa del agua, a la que se solía representar con la
imagen de una rana, y con la que tuvo muchos hijos: los tlalocas
o nubes. Vivía en un paraíso de aguas llamado
Tlalocan, donde iban los que habían muerto en
inundaciones, fulminados por un rayo o enfermos de
hidropesía, que allí disfrutaban de una felicidad
eterna. Le ofrecían niños y doncellas en
sacrificio. Los campesinos, en previsión de
sequías, hacían fabricar ídolos a imagen de
Tláloc y los veneraban ofrendándoles maíz y
pulque. Relacionados con la agricultura había un grupo de
dioses, entre ellos Cinteotl, a los que se identificaba con
partes de la planta del maíz. La diosa principal del grupo
era Chicomecoátl, otra forma de la deidad del agua,
Chalchiuhtlicue. Su festival se celebraba entre junio y julio,
cuando la planta del maíz había madurado
completamente.
Xolotl, como dios del lucero de la tarde, representaba
las formas ascendentes y descendentes del fuego. Dios monstruoso,
aparece en algunas de sus representaciones con las cuencas de los
ojos vacías porque, según la leyenda, al
sacrificarse los dioses para dar vida al nuevo Sol, se puso tan
triste y lloró tanto que los ojos se le cayeron de las
órbitas. Tlazolteotl, diosa de la inmundicia, la lujuria y
el deseo, absolvía a los fieles de sus faltas o pecados;
representaba la basura, el abono
y, por tanto, la fecundidad de la tierra. Mictlantecuhtli era el
dios de las tinieblas y la muerte.
Vivía en una región del Mictlán, en el
Ombligo de la Tierra; a este lugar iban los muertos que no
merecían ninguno de los diversos grados de cielos, y su
castigo era el tedio.
También presente en la mitología maya, las
almas, que salían de la boca de los muertos, llevaban
jabalinas para afrontar varias pruebas antes de llegar a su
morada e iban acompañadas por la sombra de su perro
favorito: paso entre dos peñas peligrosas, lucha con una
serpiente, enfrentamiento con un caimán, travesía
por ocho desiertos y ocho montañas, superación de
un torbellino capaz de hender las rocas más
sólidas, además de una serie de demonios que le
impiden el paso.
Como contraste con esta visión heroica de la
travesía después de la muerte, el
dios Omacahtl simbolizaba el regocijo y el espíritu
festivo. Especie de Dioniso azteca, se representaba como un
gordo, en blanco y negro, tocado con una diadema de papel de la
que colgaban papeles de colores. Festejado sobre todo por los
ricos, a través de orgías y banquetes, Omacahtl
castigaba los errores en el culto con indigestiones o mareos, lo
que habla de la necesidad de un mito para
regular las reglas de urbanidad y el comportamiento
en la mesa.
El cómputo del tiempo
Derivado del maya, el calendario azteca reúne el
Tonalpohualli, ciclo ritual de 260 días, con el año
solar de 365. En cada año había cinco días
funestos, llamados nemontemi, durante los cuales no se trabajaba.
En su concepción cíclica del paso del tiempo, los
aztecas creían que pasados cincuenta y dos años el
mundo acabaría. En la víspera del final de ese
periodo, atemorizados, intentaban aplacar a los dioses con
ofrendas y
sacrificios. Si no se producía la catástrofe,
volvían a encenderse los fuegos del hogar y se reanudaba
la vida normal. En el Museo Nacional de Antropología de
México se encuentra la piedra solar del calendario azteca,
que mide casi 4 metros de diámetro y pesa 25 toneladas. En
el centro está el dios del Sol, Tonatiuh, rodeado por
cuatro secciones cuadradas que representan las encarnaciones de
la divinidad y las cuatro edades anteriores del mundo. Alrededor
del conjunto, unos signos manifiestan los veinte días del
mes azteca.
Cosmogonía y edades del cosmos
Ometecuhtli representaba la dualidad de la
generación, equivalían respectivamente al cielo, lo
masculino, y la tierra, lo femenino, y ocupaban el primer lugar
en el calendario. Los aztecas creían que cuatro mundos o
soles habían precedido al actual. Como en muchas otras
mitologías y concepciones religiosas, entre los aztecas
existía la idea de la sucesión de distintas eras o
mundos, interrumpidos y transformados a través de
cataclismos.
El primer Sol se llamaba Nahui-Ocelotl (Cuatro-Ocelote o
Jaguar), porque el mundo, habitado por gigantes, había
sido destruido, después de tres veces cincuenta y dos
años, por los jaguares, que los aztecas consideraban
nahualli o máscara zoomorfa del dios
Tezcatlipoca.
El segundo Sol, Nahui-Ehécatl (Cuatro-Viento),
desapareció después de siete veces cincuenta y dos
años al desatarse un gran huracán,
manifestación de Quetzalcóatl, que
transformó a los sobrevivientes en monos.
Durante el tercer Sol, Nahui-Quiahuitl (Cuatro-Lluvia de
fuego), al cabo de seis veces cincuenta y dos años,
cayó una lluvia de fuego, manifestación de
Tláloc, dios de la lluvia y señor del rayo, de
largos dientes y ojos enormes, todos eran niños, y los
sobrevivientes se transformaron en pájaros.
El cuarto Sol, Nahui-Atl (Cuatro-Agua), acabó con
un terrible diluvio, después de tres veces cincuenta y dos
años y del que sólo sobrevivieron un hombre y una
mujer, que se
refugiaron bajo un enorme ciprés (en realidad, ahuehuete).
Tezcatlipoca, en castigo por su desobediencia, los
convirtió en perros,
cortándoles la cabeza y colocándosela en el
trasero. Cada uno de estos soles corresponde a un punto cardinal:
Norte, Oeste, Sur y Este, respectivamente.
El Sol actual es el quinto y se llama Nahui-Ollin
(Cuatro-Movimiento),
porque está destinado a desaparecer por la fuerza de un
movimiento o temblor de tierra, momento en el que
aparecerán los monstruos del Oeste, tzitzimime, con
apariencia de esqueletos, y matarán a toda la gente.
Quetzalcóatl, junto con Xolotl, creó a la humanidad
actual, dando vida a los huesos de los
viejos muertos con su propia sangre. El Sol presente
se sitúa en el centro, quinto punto cardinal y se atribuye
a Huehuetéotl, dios del fuego, porque el fuego del hogar
se encuentra en el centro de la casa.
Arte Azteca
Sus manifestaciones (1250-1521 d.C.) se encuentran entre
las más importantes de Mesoamérica antes de la
llegada de los europeos. El término azteca, junto con los
de mexica y tenochca, se utiliza hoy día para designar a
los siete pueblos que llegaron al valle de México
procedentes de Aztlán, lugar mítico situado al
norte de Mesoamérica. El arte azteca es, fundamentalmente,
un arte al servicio del
Estado, un lenguaje utilizado por la sociedad para transmitir su
visión del mundo, reforzando su propia identidad
frente a la de las culturas foráneas. De marcado
componente político-religioso, el arte azteca se expresa a
través de la música y la literatura, pero
también de la arquitectura y la
escultura, valiéndose para ello de soportes tan variados
como los instrumentos
musicales, la piedra, la cerámica, el papel o las
plumas. Lo primero que llama la atención es la
asimilación azteca de las tradiciones artísticas
anteriores y la impronta personal que
otorgaron a sus manifestaciones. El arte azteca es violento y
rudo pero deja entrever una complejidad intelectual y una
sensibilidad que nos hablan de su enorme riqueza
simbólica.
Escultura
Era fundamentalmente monumental y aparecía
asociada a las grandes construcciones arquitectónicas. Muy
realista en su concepción, contenía un componente
simbólico y abstracto de gran importancia relacionado con
su universo
religioso. Existen piezas de gran tamaño que representan a
los dioses, los mitos, los reyes y sus hazañas. De las
obras que han llegado hasta nosotros y que se encuentran en el
Museo de Antropología de México destacaremos la
imponente Coatlicue (diosa de la tierra), de relieve plano
y repleta de símbolos; la cabeza de Coyolxauhqui (diosa de
la Luna e hija de Coatlicue); la Piedra del Sol o Calendario
azteca, enorme bloque circular trabajado en relieve y dedicado a
la divinidad solar Tonatiuh que algunos investigadores atribuyen
al monstruo de la tierra Tlaltecuhtli y la Piedra de Tizoc,
enorme disco que narra en un friso las conquistas del que fuera
famoso Tlatoani (emperador) de los aztecas entre 1481 y 1486.
Existen obras escultóricas de menor envergadura entre las
que destacaremos el llamado Caballero Águila en la que se
representa el rostro de un guerrero surgiendo del pico de un
águila y algunas imágenes
del dios Tláloc y de la diosa Chalchiuhtlicue. La
más conocida es la imagen de la diosa de las flores
Xochipilli, sentada sobre un gran taburete, con todo el cuerpo
cubierto por flores tatuadas. La escultura de pequeño
tamaño en piedra tuvo también una gran importancia.
Suele pertenecer más al ámbito de lo cotidiano,
reproduciendo, generalmente, animales y objetos comunes. Algunas
piezas conservan restos de pintura e
incrustaciones realizadas con piedras diferentes. La
técnica mexica creó obras extraordinarias con
materiales muy
difíciles de labrar. Entre ellas debemos destacar una
vasija de obsidiana que representa a un mono, o una excepcional
calavera de cristal de roca que se encuentra en el Mankind Museum
de Londres, donde se percibe el detallado conocimiento
anatómico que poseían los mexicas, así como
su pericia con el trabajo de
la piedra, presentando una pieza casi transparente de un pulido
perfecto. Los trabajos escultóricos en madera y
turquesa, aun siendo mucho menos numerosos, supusieron un aporte
interesante. Encontramos tambores con relieves muy complejos,
marcos para espejos de obsidiana y los llamados mosaicos de
turquesas (esculturas en madera cubiertas con mosaicos de
piedras) que continúan la antigua tradición
mesoamericana y de los que sólo se conservan algunas
cabezas zoomorfas y máscaras.
Orfebrería
Aunque los orfebres mixtecos que realizaron las ofrendas
de las tumbas de Monte Albán fueron los mejores de
Mesoamérica, los aztecas alcanzaron tal pericia en la
fundición, combinando oro y plata, que no se quedaron
atrás. Los metales se utilizaban
fundamentalmente para hacer joyas: collares, pendientes,
pectorales, orejeras, bezotes (adornos que se colocaban en un
orificio practicado bajo el labio inferior) y pulseras.
También se hacían figuras y recipientes. Utilizaban
la cera perdida y eran maestros en la fundición, hasta el
punto de fabricar figuras articuladas. Frecuentemente se
combinaban los metales con piedras semipreciosas como el jade, la
amatista y la turquesa, formando collares y adornos de gran
belleza.
Plumería
Fue una de las expresiones más originales y
características de los aztecas,
especialmente la elaboración de mosaicos de plumas. Las
aves utilizadas para estos trabajos procedían de los
bosques tropicales del sur de México y Guatemala, o bien
eran criadas en cautividad y cazadas con técnicas
refinadas que no dañaban el plumaje de la presa. Eran
clasificadas de acuerdo con el tamaño, calidad y
color, siendo
las más apreciadas las verdes de quetzal (sobre todo las
larguísimas caudales); las rojas del tlauquecholli,
parecido al flamenco, y las azules turquesa del
xiuhtótotl. Los especialistas dedicados a estos menesteres
se llamaban amanteca y eran muy apreciados, destacando los de
Tlatelolco, Texcoco y Huaxtepec. Se conservan buenos ejemplares
de escudos y tocados en museos de América y Europa.
Destacaremos el escudo del Dios de la Lluvia, que representa un
coyote (quizá el emblema del Tlatoani Ahuizotl), pero,
sobre todo, el gran tocado de plumas de quetzal con adornos de
oro, conocido como el Penacho (Corona) de Moctezuma, conservado
en el Museo Etnográfico de Viena.
Cerámica
Constituye la forma de expresión más
popular, sobre todo en lo relativo a las figuras de personas y
divinidades entre las que destacan figurillas femeninas de
fertilidad y representaciones de dioses. Las figurillas femeninas
aparecen de pie, con el cabello dividido en dos crestas o bucles
que se elevan sobre la cabeza, un faldellín decorado que
llega hasta los pies, y suelen llevar en sus brazos otras dos
figuras más pequeñas. Se ha interpretado como una
representación de la diosa madre azteca (Tonantzin,
Xochiquetzal, Coatlicue o Cihuacóatl), aunque en la
actualidad son consideradas como un símbolo de la
maternidad. Otras figuras son representaciones de los dioses
Tláloc y Quetzalcóatl Ehecatl.
6. Imperio Inca (principios
del siglo XVI)
Historia
Inca (del quechua, inka, ‘rey’ o
‘príncipe’), nombre genérico de los
gobernantes cuzqueños, con equivalencia a soberano,
quienes establecieron un vasto imperio en los Andes en el siglo
XV, muy poco antes de la conquista del Nuevo Mundo por los
españoles. El nombre también se aplica por
extensión, a todos los súbditos del Imperio incaico
o Incanato. Inca es, arqueológicamente, el nombre de una
cultura y un periodo prehispánico.
Los incas no eran un grupo étnico natural del
Cuzco, región que después será su
área central, se trataba de una población que emigró hacia el
año 1100 d.C., probablemente desde el Altiplano,
hacia el valle de Cusco o Cuzco, donde durante casi trescientos
años llevaron a cabo incursiones y alianzas con los
pueblos de la zona. Con el paso del tiempo se convirtieron en un
grupo muy poderoso e importante, sin embargo permanecieron en la
región hasta la invasión chanca y el gobierno de
Pachacutec Inca Yupanqui, cuando empezaron a expandirse por otras
regiones.
Cuenta la leyenda que eran años en que gobernaba
el Inca Viracocha, cuando aparecieron rodeando la ciudad del
Cuzco los chancas, un pueblo muy belicoso de la sierra central,
quienes atacaron y destruyeron la ciudad, tras de lo cual
Viracocha huyó. Frente a las ruinas del viejo templo
solar, el Inticancha, el general Yupanqui imploró su ayuda
al dios Sol, el cual convirtió a las piedras que rodeaban
la ciudad en soldados (conocidos como pururaucas) y éstos
derrotaron a los enemigos. La gente entonces aclamó a
Yupanqui como su nuevo inca y éste asumió el cargo
con el nombre de Pachacutec (‘el que transforma el
mundo’). Con el nuevo inca, el sector militar se vio
fortalecido y la expansión adquirió importancia.
Pachacutec conquistó la meseta del Collao, Arequipa, el
valle del Mantaro, a los chinchas (icas), Lima, entre otros
territorios, y organizó el Tahuantinsuyu. A Pachacutec le
sucedió Túpac Inca Yupanqui, quien como auqui
(‘príncipe heredero’) continuó la
expansión por la costa y la sierra norte, dominando a los
chachapoyas, los chimú y otros pueblos importantes hasta
el actual territorio de Ecuador. Posteriormente, ya como inca, se
dirigió al sur, donde avanzó hasta el río
Maule, punto que se convertirá en la frontera sur del
Imperio. Éste, no obstante, alcanzó su mayor
extensión con el reinado (1493-1525) del hijo de
Túpac, Huayna Cápac. Hacia 1525, el territorio bajo
control inca se
extendía por la zona más meridional de la actual
Colombia, por
Ecuador, Perú y Bolivia y por zonas de lo que hoy en
día es el norte de Argentina y Chile, abarcando un
área de más de 3.500 km de norte a sur, y de
805 km de este a oeste. Los investigadores estiman que esta
inmensa región estuvo habitada por una población de
entre 3,5 y 16 millones de personas de distintas culturas
andinas.
La muerte de Huayna Cápac en 1525, antes de que
pudiera designar a su sucesor, provocó la división
del Imperio. Sus dos hijos, los hermanastros Huáscar y
Atahualpa, aspiraban al trono. La consiguiente y encarnizada
lucha entre ambos, que finalizó en 1532 con la captura de
Huáscar, debilitó seriamente al Imperio. En este
crítico momento el conquistador español Francisco
Pizarro desembarcó en la costa con una fuerza de unos 180
hombres dotados de armas de fuego.
Pizarro, apoyado por distintos grupos de indígenas
descontentos por la dominación inca, logró
controlar el Imperio, altamente centralizado, haciendo prisionero
a su jefe, Atahualpa. Temeroso de que Pizarro pudiera ordenar su
destitución en favor de Huáscar, Atahualpa dio la
orden de ejecutar a su antiguo rival, lo que sería una de
las causas de su propia condena en el proceso al que
le sometieron los españoles un año después.
El 26 de julio de 1533, cuando todavía se estaba
acumulando un enorme depósito de ornamentos de oro
procedentes de todos los rincones del Imperio, Pizarro
ejecutó al garrote a Atahualpa.
Ese mismo año, los españoles iniciaron su
marcha a Cuzco. En Jauja (un punto intermedio) conocieron a
Túpac Hualpa (Toparpa), quien se presentó como hijo
de Huayna Cápac y legítimo heredero al cargo de
inca, Pizarro lo nombró entonces como tal. Al llegar y
ocupar Cuzco, recibieron la noticia de que Toparpa había
sido asesinado, entonces Francisco Pizarro nombró a Manco
Inca (Manco Cápac II) como nuevo soberano. Manco Inca se
rebeló contra los españoles en 1536, cercó
Lima y Cuzco por algunas semanas, hasta que finalmente fue
derrotado en Sacsahuamán. Tras la derrota huyó
hacia el oriente, fundando un centro de resistencia
conocido como Vilcabamba: por ello a él y a sus
descendientes se les conoce como incas de Vilcabamba. Al morir
Manco Inca, le sucedió en el trono su hijo Sayri
Túpac, quien firmó la paz con el virrey
Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de
Cañete, pero falleció en 1561, siendo reemplazado
por Titu Cusi Yupanqui, que reinició las hostilidades;
finalmente, en 1570, asumió el poder Túpac Amaru,
quien fue derrotado y decapitado en 1572 por orden del virrey
Francisco de Toledo.
Cultura
Los incas fueron gobernantes que recopilaron y dieron
gran extensión a una serie de costumbres que
ancestralmente existían en los Andes. Su valor no se
halla tanto en su capacidad creativa, sino en su habilidad para
difundir, ordenar y administrar el sistema andino en un amplio
territorio. La base de la cultura y la
organización andina se encuentra en el parentesco, es
decir, en el ayllu, un conjunto de personas que se consideran
parientes pues creían descender de un antepasado
común. Éstos están a su vez unidos por
vínculos de reciprocidad, es decir, están
comprometidos a ayudarse mutuamente en las labores cotidianas; a
este tipo de trabajo se le conoce con el nombre de ayni.
También tienen la obligación de trabajar juntos
para el beneficio de todo el ayllu: este trabajo se conoce como
minca. Los miembros de un ayllu responden a la autoridad de
sus curacas (caciques), que son los encargados de regular las
relaciones sociales, de ejecutar las fiestas, de almacenar
recursos,
repartir las tierras entre su gente y disponer de la mano de
obra. La economía inca no conoció ni la moneda, ni
el mercado, por lo tanto los intercambios y la fuerza laboral se
obtenían a través de lazos de parentesco o por
reciprocidad. Entre parientes existía un intercambio de
energía constante, pero también se daba trabajo
para la autoridad, conocido como mita. El inca pedía como
tributo exclusivamente mano de obra, que era enviada a trabajar
sus tierras, a hacer cerámica, a construir andenes o
grandes obras arquitectónicas. A cambio, el
inca devolvía estos servicios
organizando rituales, manteniendo los caminos, repartiendo
bienes en caso
de necesidad o en fiestas; esta relación por la cual el
inca devolvía el trabajo del ayllu se conoce como
redistribución.
En el cenit de su poderío, los incas
habían desarrollado un sistema político y
administrativo no superado por ningún otro pueblo nativo
de América. El Imperio incaico era una teocracia basada en
la agricultura y en el sistema de ayllus, o grupos de parentesco,
dominada por el inca, que era adorado como un dios viviente. En
la organización política inca llama la
atención la existencia de un sistema de poder dual, donde
todas las autoridades aparecían siempre emparejadas: por
ejemplo, en el caso del inca, se propone la existencia de dos
incas que gobiernan en simultáneo, un inca hanan
(‘arriba’) y un inca hurin (‘abajo’). De
igual forma, las autoridades a nivel local eran también
duales: a nivel de los ayllus, las máximas autoridades
fueron los curacas; todo ayllu tenía dos curacas, uno
hanan y otro hurin. Por debajo de los incas, se encontraban las
familias de los antiguos incas, las cuales formaban grupos de
parentesco conocidos como panacas (‘familia
noble’), quienes se encargaban de mantener el recuerdo del
inca fallecido, de realizar ceremonias en su nombre y de cuidar
de sus bienes y alianzas hechas en vida. Las panacas
tenían gran influencia en la decisión del
nombramiento de los sucesores al cargo de inca. Debajo de este
sector se encontraban los jefes de los pueblos conquistados por
los incas, los cuales, en caso de no ser rebeldes,
recibían una educación cuzqueña y una serie
de privilegios. El siguiente nivel de autoridad lo
constituían los curacas, jefes de los ayllus. La gente
común estaba agrupada en la categoría de hatun
runa, se trataba de campesinos miembros de un ayllu, éstos
tenían la obligación de ir a la mita (trabajo por
turnos) para el Estado inca. Algunos salían temporalmente
de esta condición y eran movilizados fuera de su lugar de
origen: a estos se les conoce como mitimaes o mitmaqunas,
población que era movilizada a distintas zonas con
diferentes objetivos,
como obtener recursos o poblar regiones. Finalmente, cabe
mencionar a los yanacona, los cuales eran separados
definitivamente de su ayllu y pasaban a depender directamente del
inca, para quien desempeñaban una labor
especializada.
Administrativamente, todo el territorio estaba dividido
en cuatro grandes regiones o suyos (‘parte’), a ello
debe su nombre Tahuantinsuyu (una palabra quechua que significa
literalmente ‘Tierra de los Cuatro Cuarteles’ o
‘de las Cuatro Partes’), que estaba, a su vez,
subdividido en cuatro: Antisuyu, Collasuyu, Cuntisuyu y
Chinchaysuyu.
Fue el inca un pueblo de agricultores avanzados: para
cada zona desarrollaron una estrategia que
permitía obtener el máximo provecho. Utilizaron
andenes o terrazas de cultivo para aprovechar las laderas de los
cerros, camellones o waru waru en zonas altas inundables,
irrigaciones, etc. Es destacable la existencia de un arado de pie
conocido como chaquitaclla. Los cultivos más importantes
fueron la papa (patata) y el maíz, además del
ají, la chirimoya, la papaya, el tomate y el frijol. Las
llamas fueron los animales básicos de transporte;
también se domesticaron las vicuñas y alpacas por
su fina lana. Otros animales domesticados fueron guanacos,
perros, cobayas y ocas. Las principales manufacturas incas fueron
la cerámica, los tejidos, los
ornamentos metálicos y las armas con bellas
ornamentaciones. A pesar de no contar con caballos, ni
vehículos de ruedas ni un sistema de escritura, las
autoridades de Cuzco lograron mantenerse en estrecho contacto con
todas las partes del Imperio. Una compleja red de caminos empedrados
que conectaban las diversas zonas de las regiones,
permitía esta comunicación; mensajeros entrenados
—los chasquis—actuando en relevos, corrían
402 km al día a lo largo de esos caminos. Los
registros de
tropas, suministros, datos de
población e inventarios
generales se llevaban a cabo mediante los quipus, juegos de
cintas de diferentes colores anudados según un sistema
codificado, que les permitía llevar la contabilidad.
Botes construidos con madera de balsa constituían un modo
de transporte veloz a través de ríos y
arroyos.
La religión tuvo un carácter de gran
formalidad. El dios supremo de los incas era Viracocha, creador y
señor de todas las cosas vivientes. Otras grandes deidades
fueron los dioses de la creación y de la vida, Pachacamac,
del Sol, Inti (padre de los incas), y las diosas de la Luna,
Mamaquilla, de la Tierra, Pachamama, y del rayo y la lluvia,
Ilapa (véase Mitología inca). Las ceremonias y
rituales incas eran numerosos y frecuentemente complejos y
estaban básicamente relacionados con cuestiones
agrícolas y de salud, en particular con el cultivo y la
recolección de la cosecha y con la curación de
diversas enfermedades.
En las ceremonias más importantes se sacrificaban animales
vivos y raramente se exigía la realización de
sacrificios humanos como ofrenda a los dioses (véase
págs. 34-36 ). Los incas produjeron un rico corpus de
folclore y música, del cual sólo perviven algunos
fragmentos.
Abarca un conjunto de creencias, normalmente de base
animista, propia de los pueblos de origen quechua y aymara que
constituyeron el imperio inca, cuya capital era la ciudad de
Cuzco.
Los dioses
El dios creador, con rasgos de héroe cultural, es
Viracocha, calificado como Anciano hombre de los cielos o
Señor maestro del universo. Por haber creado la tierra,
los animales y los seres humanos, y ser el poseedor de todas las
cosas, los incas lo adoraban. Creó, destruyó a los
hombres y volvió a crearlos a partir de la piedra.
Después los dispersó en cuatro direcciones. Como
héroe cultural, enseñó a los seres humanos
varias técnicas y oficios. Emprendió muchos
viajes hasta
que llegó a Manta (Ecuador), desde donde surcó el
océano Pacífico: según algunos, en una
embarcación hecha con su capa; según otros,
caminando sobre el agua.
Inti, el dios Sol, era la divinidad protectora de la
casa real. Su calor
beneficiaba a la tierra andina y hacía madurar las
plantas. Se representaba con un rostro humano sobre un disco
radiante. Cada soberano inca veía en Inti a su divino
antepasado. La Gran Fiesta del Sol, el Inti Raymi, se celebraba
en el solsticio de invierno. Para dar la bienvenida al sol, le
ofrecían una hoguera, en la que quemaban a la
víctima del sacrificio, coca y maíz. Culminada la
celebración, exclamaban: "¡Oh, Creador, Sol y
Trueno, sed jóvenes siempre! ¡Multiplicad los
pueblos! ¡Dejad que vivan en paz!". La mujer de Inti
se llamaba Mamaquilla, la Madre Luna, y era la encargada de
regular los ciclos menstruales de la mujer. El dios dador de
lluvia, Illapa, era una divinidad agrícola. En
época de sequía se hacían peregrinaciones a
los templos consagrados a Illapa, construidos en zonas altas. Si
la sequía era muy persistente, llegaban a ofrecerle
sacrificios humanos. Los incas creían que la sombra de
Illapa se encontraba en la Vía Láctea, desde donde
arrojaba el agua que caería en la tierra en forma de
lluvia.
Otros dioses importantes son Pachamama, la Madre Tierra,
el mundo de las cosas visibles, Señora de las
montañas, las rocas y las llanuras, y Pachacamac, dios del
fuego y del cielo, el espíritu que alienta el crecimiento
de todas las cosas, espíritu padre de los cereales,
animales, pájaros y seres humanos.
Según el testimonio del cronista peruano Felipe
Huamán Poma de Ayala en Nueva crónica y buen
gobierno (1612), entre los incas existía la creencia en la
sucesión de cinco edades. La primera, llamada Huari
Viracocha Runa (o Pakarimok Runa, ‘los habitantes de la
aurora de la humanidad’), duró ochocientos
años. Por ser la primera generación, los pobladores
no morían ni se mataban entre sí. Parían de
dos en dos, hombre y mujer. Eran nómadas, vivían en
cuevas y se cubrían con hojas de árboles y esteras
de paja. Al llegar, destruyeron a los animales (jaguares y osos)
y a los monstruos que habitaban la tierra. Adoraban como dios a
Runa Camac Viracocha. Llamaban al diluvio Uno Yaco
Pachacuti.
La segunda edad, llamada Huari Runa (‘gente
autóctona’), duró mil trescientos
años. Se caracteriza porque en ella se inició el
trabajo de la tierra y de los cultivos agrícolas,
además del aprovechamiento del agua de ríos,
lagunas y pozos. Vivían en casas semejantes a hornos,
llamadas pukullos, y se cubrían con pieles de animales.
Adoraban a un solo dios en tres personas, soberanos del cielo y
de la tierra, llamadas Yayan Illapa (‘rayo padre’),
Chaupichurin Illapa (‘rayo hijo intermedio’) y Sullca
Churin Illapa (‘rayo hijo menor’).
La tercera edad, Purun Runa, duró mil ciento
treinta y dos años y sus contemporáneos "se
multiplicaron como la arena del mar, tanto que ya no
cabían en la tierra". Construyeron casas de piedra con
tejados de paja y formaron poblados. Mejoraron las
técnicas de aprovechamiento del suelo y los sistemas de
riego. Criaron llamas y alpacas y desarrollaron los procedimientos de
teñido y tejeduría. Organizados bajo el mando de
reyes, señores y capitanes, su elevado número y sus
posesiones despertaron la codicia y las guerras. Adoraban al
señor del cielo, Pachacamac. Dicen que la tercera edad
acabó con una epidemia que no dejó a nadie con vida
y que eran tantos los muertos "que en seis meses los buitres y
cóndores no pudieron terminar con los
cadáveres".
Los indios de la cuarta edad, Auka Runa, vivieron y se
multiplicaron durante dos mil cien años. Hubo tres
periodos, que se caracterizaron por las luchas de
expansión y conquista: el primero, de guerras para
aumentar o consolidar el dominio territorial; en el segundo, la
nación Chincha sometió a las demás y las
confederó, asegurando su paz y su prosperidad; en el
tercero, los incas dominaron la confederación y
extendieron el cultivo de distintas variedades de maíz y
de patata. La expansión del imperio inca, Tahuantinsuyu,
define y da nombre a la quinta edad, que incluye además el
periodo de la conquista española.
Entre los incas, el tiempo se medía según
las fases en el curso natural de la Luna. El año, de
trescientos sesenta días, estaba dividido en doce lunas de
treinta días cada una. Los cuatro hitos del recorrido del
Sol, que coincidían con los festivales más
importantes consagrados al dios Inti, se indicaban por medio del
intihuatana, una gran roca, coronada por un cono que hacía
sombra en unas muescas de la piedra. En Cuzco los solsticios se
medían con pilares llamados pachacta unanchac o indicadores de
tiempo. La organización mítico-religiosa
determinaba la sucesión en el calendario a través
de las doce lunas, correspondientes a festividades y actividades
cotidianas:
Capac Raimi Quilla (Luna de la Gran Fiesta del Sol),
equivalente a diciembre, mes de descanso;
Huchuy Pucuy Quilla (Pequeña Luna Creciente),
enero, tiempo de ver el maíz en crecimiento;
Hatun Pucuy Quilla (Gran Luna Creciente), febrero,
tiempo de vestir taparrabos;
Pacha Pucuy Quilla (Luna de la Flor Creciente), marzo,
mes de maduración de la tierra;
Ayrihua Quilla (Luna de las Espigas Gemelas), abril,
mes de cosecha y descanso;
Aymoray Quilla (Luna de la Cosecha), mayo, el
maíz se seca para ser almacenado;
Haucai Cusqui Quilla (Luna de la Preparación),
junio, cosecha de patata y descanso, roturación del
suelo;
Chacra Conaqui Quilla (Luna del Riego), julio, mes de
redistribución de tierras;
Chacra Yapuy Quilla (Luna de la Siembra), agosto, mes
de sembrar las tierras en medio de cantos de
triunfo;
Coia Raymi Quilla (Luna de la Fiesta de la Luna),
septiembre, mes de plantar;
Uma Raymi Quilla (Luna de la Fiesta de la Provincia de
Uma), octubre, tiempo de espantar a los pájaros de los
campos cultivados;
Ayamarca Raymi Quilla (Luna de la Fiesta de la
Provincia de Ayamarca), noviembre, tiempo de regar los
campos.
Objetos de culto y fetiches
Muchos lugares naturales, como cursos de agua,
montes, cuevas, precipicios, se consideraban asiento de los
antepasados. De carácter sagrado, los incas creían
que allí se encontraban los encargados de transmitir los
oráculos y proteger a los miembros del ayllu. Los llamaban
pacariscas o pacarinas, que significa ‘lugar de
origen’. Las piedras, concebidas como los huesos de la
tierra, también merecían veneración. Se les
atribuía en algunos casos el carácter de
testimonios de su historia mítica: en la Roca de Titicaca
se habría ocultado el Sol después del gran diluvio;
otras rocas eran representaciones antropomorfas de los gigantes
que, como castigo a su desobediencia, fueron convertidos en
piedras.
También se daba el caso inverso, el de piedras
que se habían convertido en hombres, surgidos para prestar
ayuda al Inca Pachacutic. Las huacas (‘lo sagrado’)
estaban destinadas a proteger a los propios individuos, las
cosechas y a los propios muertos en forma de muñecas,
fenómeno que recuerda una costumbre similar entre los
egipcios . Las mamas (‘madres’) eran espíritus
destinados a alentar el crecimiento de las plantas: saramama
(‘maíz madre’), cocamama (‘madre de la
planta de coca’), y también encargados de regir a
fuerzas naturales como el mar (mamacocha), temido por los pueblos
del interior y considerado benévolo por los habitantes de
la costa, pues los alimentaba con sus frutos.
Arte Inca
Supuso el momento culminante de un largo proceso social
y político que se había iniciado varios milenios
antes. Más que un conjunto de formas innovadoras, sus
manifestaciones artísticas supusieron una continuidad con
las tradiciones anteriores, siendo las más elaboradas los
textiles, la orfebrería, el trabajo en piedra y la
cerámica. A partir de una experiencia local modesta, los
incas desarrollaron un arte sencillo al que fueron incorporando
las técnicas y la habilidad de los pueblos conquistados.
Respondiendo a las necesidades derivadas de un
estado tan complejo como el inca, sus manifestaciones
artísticas se convirtieron en un arma
propagandística de una gran importancia.
Desde su capital, Cuzco o Cosco, en quechua
‘ombligo del mundo’, los incas dirigieron un imperio
que se extendía por el área central andina desde
Ecuador hasta Chile. Ellos se autodenominaban tahuantinsuyo, y el
nombre de incas significaba en quechua ‘señor’
o ‘alteza’. No sólo los objetos sino
también toda la estructura de
la civilización inca sufrió una suerte similar a la
de los aztecas de México. El fervor religioso y la codicia
por los metales preciosos son responsables de la
destrucción de gran parte de los objetos incas de oro y
plata, que fundidos y convertidos en lingotes, fueron embarcados
rumbo a Europa.
De todos modos, gracias a que los españoles
entablaron contacto directo con este pueblo americano, la suya es
la civilización de Sudamérica que mejor se conoce
actualmente. Era un pueblo guerrero del altiplano, cuyo arte y
arquitectura se caracteriza por la simplicidad de formas, la
escasa decoración y la funcionalidad. Las edificaciones
incas, que presentaban una de las estructuras
más logradas de todo el periodo precolombino, estaban
construidas con aparejo de piedra, trabajada y engastada con gran
precisión y sin ninguna decoración posterior. Eran
características las puertas y ventanas
trapezoidales.
Los incas no produjeron estatuas exentas de gran
tamaño ni esculturas ornamentales. Las figurillas de metal
y las pequeñas vasijas de piedra ceremoniales con
representaciones de llamas y alpacas constituyen los ejemplos
más destacados de su escultura.
La cerámica, al igual que la chimú, se
producía mediante moldes, aunque no era de tanta calidad.
La pieza más característica fue el aribalo,
recipiente policromado para transportar líquidos. Tanto en
los textiles como en la metalurgia los
incas continuaron la tradición centroandina de alta
calidad en el diseño
y la ejecución.
Arquitectura
Entre las expresiones artísticas más
impresionantes de la civilización inca se hallan los
templos, los palacios, las obras públicas y las fortalezas
estratégicamente emplazadas, como Machu Picchu. Enormes
edificios de mampostería encajada cuidadosamente sin
argamasa, como el Templo del Sol en Cuzco, fueron edificados con
un mínimo de equipamiento de ingeniería. Otros logros destacables
incluyen la construcción de puentes colgantes a base de
sogas (algunos de casi cien metros de longitud), de canales para
regadío y de acueductos. El bronce se usó
ampliamente para herramientas y
ornamentos. Véase Arte inca.
Machu Picchu
Es un bastión inca en los Andes, situado a unos
130 km al noroeste de Cuzco, en Perú. Está
emplazado a gran altitud en una cima entre dos picos, a
600 m aproximadamente sobre el río rubamba, a unos
2.045 m de altitud. Los restos de la ciudad cubren unos
13 km2 de terrazas construidas en torno a una plaza central
y conectadas entre sí mediante numerosas escaleras. La
mayoría de los edificios, se calcula un total de
más de 150 viviendas, son casas de una sola
habitación (en la actualidad sin su correspondiente
techo), dispuestas en torno a patios interiores. Algunas de las
estructuras más grandes fueron utilizadas para ceremonias
religiosas. Dos de los edificios más destacados son la
Casa de la Ñusta, que pudo ser una zona de baños y
de la que se conservan varias puertas trapezoidales con enormes
dinteles; por otro lado, es famoso el intihuatana, u observatorio
astronómico que se levantó en uno de los lugares
más estratégicos, desde donde los incas pudieron
estudiar los movimientos del Sol. Todas esas estructuras se
caracterizan por una gran habilidad constructiva y una hermosa
artesanía. Construida seguramente después de 1450,
la ciudad fue descubierta en 1911 por el explorador
estadounidense Hiram Bingham. Machu Picchu no aparece mencionada
por las crónicas de los conquistadores españoles
del Perú y la época de su ocupación es
incierta. Bingham creyó, erróneamente, que Machu
Picchu podría haber sido Vilcabamba, el último
refugio de los altos dignatarios incas de Cuzco que huían
de los invasores españoles, pero no se conoce realmente
nada de su historia.
Tejidos
Conocieron un desarrollo espectacular. En primer lugar
se daba a las fibras (lana y algodón) un tinte con
colorantes naturales, para a continuación ser hiladas con
la ayuda de ruecas y después tejidas en diversos tipos de
telares rudimentarios. El más corriente, todavía se
sigue utilizando en los Andes, consistía en dos lienzos
colocados sobre un plano horizontal, uno fijado a un árbol
o a un poste y el otro atado a una correa que el tejedor pasaba
alrededor de los riñones. Las técnicas conocidas
eran muy variadas, pero para producir tejidos destinados a fines
ceremoniales se utilizaba el brocado, el bordado y la
tapicería, siendo las piezas salidas de los talleres de
Paracas las más apreciadas. Estas magníficas telas
podían alcanzar hasta 20 metros de longitud y estaban
decoradas con una perfecta maestría y buen gusto con
motivos zoomorfos polícromos, marcando, sin duda, uno de
los más brillantes momentos del arte universal del tejido.
Además de estas piezas, de clara inspiración
foránea, los incas dieron paso a un variado universo
propio con vistosos diseños geométricos de gran
colorido. Dividen el espacio en franjas y cuadrados donde
expresan un complejo mundo de símbolos presidido por la
disposición geométrica. Durante este periodo la
producción textil adquirió un
carácter masivo siendo los templos del Sol los lugares
destinados al abastecimiento del Inca y su corte.
Metalistería
Los objetos de metal constituyen, sin duda, la
realización más llamativa de todas cuantas llevaron
a cabo los incas. La tradición orfebre, muy antigua en la
costa peruana, ocupó un capítulo muy importante
dentro de su ajuar. Trabajaron el cobre, el
bronce, la plata y el oro siendo el repujado y calado de
láminas el procedimiento
más utilizado. Las decoraciones son eminentemente
geométricas, aunque los motivos antropomorfos y zoomorfos,
representados frontalmente conforme a los principios de
hieratismo y simetría axial, son bastante frecuentes. Los
alfileres y prendedores para sujetar las prendas de vestir, tupu
en lengua quechua, fueron elementos muy corrientes aunque de
tipología poco variada. El remate solía ser una
lámina muy desarrollada, de forma variable, que en el caso
poco habitual de ir decorada, presentaba motivos
geométricos muy simples dispuestos en bandas o cenefas. El
alfiler de cabeza laminar o circular fue el modelo
cuzqueño que alcanzó más difusión y
popularidad, pudiéndolo encontrar tanto en Cuzco como en
los últimos confines del Imperio.
Otras culturas del periodo intermedio tardío
(Chancay, Chimú, Ica-Chincha) desarrollaron un arte
figurativo muy rico a base de prendedores rematados por figuras
humanas o zoomorfas. Colgantes, collares, aretes, anillos,
brazaletes y pulseras son otros tantos objetos fabricados
según las técnicas descritas. Los vistosos y ricos
tocados que adornaban las cabezas de reyes y nobles (donde
confluían materiales como el tejido, la plumería y
los metales preciosos) son otros tantos ejemplos de la
riquísima orfebrería inca. Encontramos
también objetos rituales, utilizados como amuletos u
ofrendas, que representan animales y figuras humanas, de bulto
redondo, entre los que merece la pena destacar las figuras
antropomorfas desnudas con una estilización y
geometrización muy señalada, y los estereotipos
más comunes de llamas y vicuñas. Los objetos de
metal se encontraban a menudo incrustados de piedras preciosas o
semipreciosas. A veces se coloreaban con un ácido natural
que bruñía el cobre haciendo salir, de este modo,
el brillo del oro o la plata con que estaba aleado. La
producción se orientó hacia fines ornamentales. El
Inca, la corte y los dignatarios del Estado iban ataviados con
pectorales, brazaletes y collares, que ponían de
manifiesto su inmenso poder.
Cerámica
La ausencia del torno hacía que el alfarero
tuviera que modelar la vasija a mano, y la pasta, presentada
generalmente en forma de rulos alargados, se enroscaba sobre
sí misma para construir las paredes de la pieza.
Además de esta antigua técnica andina, la
utilización del molde permitió la
fabricación en serie, de tal forma que la
producción se incrementó notablemente. Debemos
distinguir entre el menaje doméstico y la vajilla de uso
ritual. Mientras que en el primer caso las formas y
tamaños derivaban de las necesidades cotidianas, en el
segundo, su desarrollo estuvo directamente condicionado por el
mundo de las creencias. Estilísticamente encontramos la
cerámica tipo Killke, con una cronología que va del
1200 al 1450 d.C., y la cerámica polícroma tipo
Cuzco desde 1450 hasta la Colonia. Las primeras aparecen
decoradas con motivos geométricos muy sencillos en tonos
rojos y negros mientras las segundas, decoradas de igual forma,
denotan una elaboración técnica más cuidada.
No sólo se plasmaba sobre sus paredes una rica
iconografía, sino que las piezas mismas eran colocadas
como ofrendas en las sepulturas. Los alfareros incas no
inventaron ninguna técnica que fuera desconocida en
épocas anteriores y su cerámica se
caracterizó, fundamentalmente por formas equilibradas, un
pulimento notable y la preponderancia de los motivos
geométricos. Los tipos más característicos y
propios fueron el aríbalo, una vasija globular de base
cónica, cuello cilíndrico de borde evertido con un
apéndice zoomorfo en la base del cuello y dos asas en
forma de lazo, el kero, un vaso de uso ceremonial utilizado por
el Inca y la nobleza, y una gran variedad de cuencos y platos de
muy diversas formas y decoraciones. Los keros y pajchas merecen
una mención especial. Realizados a partir de maderas muy
duras como la chonta y utilizados para libaciones rituales a la
tierra, se ornamentaba mediante incisiones o decoración
labrada sobre las que luego se aplicaban pastas resinosas
coloreadas. Los temas solían ser escenas figurativas
dispuestas en franjas o frisos horizontales que proporcionan una
riquísima información sobre la vida incaica, tanto en
época prehispánica como en tiempos de la conquista
española (encontramos escenas cortesanas, de guerra y
rituales). Estas tipologías siguieron vigentes durante la
época colonial, aunque incorporando en sus composiciones
numerosos elementos ornamentales de raíz hispana y mayores
dosis de dinamismo y profusión decorativa.
Escultura
Los trabajos realizados en piedra constituyen el otro
gran conjunto de realizaciones incaicas que merece la pena
destacar. Suele limitarse a representaciones zoomorfas de
auquénidos, llamas, vicuñas y alpacas, y
fitomorfas, mazorcas de maíz, que son conocidas como
conopas y a numerosos cuencos y recipientes llamados popularmente
morteros. Entroncados en las tradiciones artísticas
andinas, los incas supieron imprimir un carácter propio y
original a sus obras que se basó en una
simplificación de las formas por medio de volúmenes
geométricos sencillos y una esquematización de los
motivos decorativos muy próxima a una concepción
estética geometrizante y cubista. El arte inca se
caracterizó por la sobriedad, la geometría
y la síntesis, tendiendo más a lo práctico y
funcional que a lo formal.
Página siguiente |