- I El Cardenal Borgia
- II Alejandro IV
- III El Pecador
- IV. Cesar Borgia
- V. Lucrezia
Borgia - VI. El fin del poder
Borgia - Bibliografía
El más interesante de los Papas de la
época del Renacimiento
nació en Játiva, España, el
1 de enero de 1431. Sus padres eran primos, ambos Borjas, una
familia noble
y de cierta influencia. Rodrigo recibió su educación en
Játiva, Valencia y Bolonia. Cuando su tío fue
ascendido a cardenal, más tarde convertido en el Papa
Calixto III, una nueva y amplia vía se abrió para
este joven ambicioso dentro de la carrera eclesiástica.
Una vez en Italia tradujo su
nombre Borja por uno de sonido más
italiano: Borgia y fue convertido en cardenal con tan sólo
veinticinco años; un año más tarde
recibió el título de vicecanciller,
convirtiéndose de tal forma, en cabeza de la Curia.
Cumplió con sus obligaciones
de forma efectiva, ganándose cierta reputación como
buen administrador,
manteniendo una vida austera y formando un importante grupo de
amistades. Hasta los treinta y siete no se ordenó
sacerdote.
Fue un hombre tan
atractivo durante su juventud,
elegante en sus maneras, persuasiva su elocuencia, y alegre de
temperamento que a las mujeres les resultaba difícil
resistírsele. Habiendo sido criado dentro de los
parámetros morales más relajados de la Italia del siglo
XV, se entregó sin reservas a los placeres de la carne,
decidiendo disfrutar de todas las bendiciones que de Dios
había recibido. Pío II le recriminó su
asistencia a "un indecente baile"(1460) pero aún
así el Papa supo disculpar al joven Rodrigo
permitiéndole continuar como vicecanciller y consejero
personal. En
ese año, su primer hijo, Pedro Luis, nació, y
probablemente también su hija Girolama quien se
casó en 1482; las madres de ambos niños permanecen
siendo desconocidas. Pedro vivió en España
hasta que, en 1488 fue llamado a Roma por su padre
muriendo poco tiempo
después. En 1464 Rodrigo acompañó a
Pío II en un viaje a Ancona, donde contrajo una enfermedad
venérea "porque -como dijo su médico- no
había dormido sólo".
Hacia 1466 formó una relación más
estrecha con Vanozza de Catanei, una muchacha de veinticuatro
años casada con Domenico d´Árignano,
quién abandonó a su esposa en 1476. Vanozza
concibió cuatro hijos de Rodrigo (se había ordenado
sacerdote en 1468), el primero Giovanni (1478), Cesar en 1476,
más tarde en 1480 nació la hermosa Lucrezia, y por
último, en 1481 Giofe. Sobre la tumba de su madre el
nombre de cada hijo fue escrito y por su padre siempre
reconocidos. Semejante unión persistente y
prácticamente monógama, en comparación con
otros eclesiásticos, podría definirse de
estabilidad y fidelidad, Roscoe decía: " Su unión a
Vanozza parece ser sincera y uniforme, y aunque su
relación necesariamente ha de ser desaprobada, él
la trataba como a su esposa legítima.
Fue un padre atento y benévolo; fue una pena que
sus esfuerzos por hacer prosperar a sus hijos no siempre
reportaran gloria a la Iglesia".
Cuando Rodrigo ambicionó el trono papal se
convirtió en un "marido" tolerante para Vanozza y le
ayudó a acrecentar su fortuna. Enviudó dos veces,
casada de nuevo, vivió en un modesto retiro disfrutando de
los triunfos de sus hijos pero lamentando el verse separada de
ellos, ganó cierta fama de piadosa y murió a los
setentiséis años de edad dejando todas sus
propiedades a la Iglesia.
León X envió a su chambelán en
representación papal el día de su
funeral.
Lo cierto es que se debería olvidar una
tradición histórica que se ha ocupado de envilecer
el nombre de Alejandro VI para juzgar a este Papa con unos
criterios más actuales y no dejarnos impresionar por el
morboso juego que ha
dado su bibliografía a numerosa literatura, incluso
erótica. Sus pecados, considerados en su tiempo como
canónicos y mortales, podrían ser calificados hoy
en día como veniales y perdonables. Tendríamos que
tener en cuenta que la opinión general en el tiempo que
Rodrigo se convirtió en Papa era más indulgente con
las libertades sexuales que se perpetraban contra el celibato
eclesiástico. El mismo Pío II abogó y
defendió la posibilidad de matrimonio para
los sacerdotes; Sixto IV tuvo varios hijos; Inocencio VIII
incluso metió a los suyos en el Vaticano. Muchos
condenaron y reprobaban la moral de
Rodrigo, pero de hecho nadie lo mencionó a la hora de
elegir al sucesor de Inocencio en el cónclave. Cinco
papas, también el virtuoso Nicolás V, le
habían otorgado lucrativos beneficios durante todos estos
años a sus servicios, le
habían confiado complicadas tareas y dado puestos de
responsabilidad sin, aparentemente, tener en
cuenta su exuberante capacidad procreadora. Por el contrario, lo
que de este hombre era
realmente remarcable en 1492 era que había sido
distinguido como vicecanciller durante treinta y cinco
años y confirmado en este cargo por cinco Papas distintos,
encargándose de administrar de forma laboriosa y
competente.
Iacopo da Voltera le describía así: " un
hombre dotado de un intelecto capaz de cualquier cosa y gran
sentido común; ávido argumentador, de naturaleza astuta
y con una maravillosa habilidad resolviendo
diligencias".
Era popular en Roma, cuando se
supo que Granada había sido conquistado por los Reyes
Católicos celebró el acontecimiento deleitando a
los romanos con una corrida de toros por todo lo alto.
Quizás los cardenales que se reunieron en el
cónclave de agosto de 1492 estaban también
interesados en su fortuna pues en tantos años se
había convertido en el cardenal más rico- a
excepción de d´Estouteville- que en Roma se pudiera
recordar. Muchos confiaron en recibir cuantiosas dádivas
en recompensa por votarle, y no les falló; Infessura
describió este proceso como
"la distribución evangélica de sus
bienes entre
los pobres" no se trataba de un método
inusual, cada candidato lo había utilizado en muchos
cónclaves pasados, hoy en día los políticos
hacen lo mismo. El voto decisivo corrió a cuenta del
cardenal Gherardo, de noventiséis años de edad, y
prácticamente falto de la entera posesión de sus
facultades. Finalmente se eligió a Rodrigo Borgia por
mayoría absoluta (10 de agosto de1492). Cuando se le
preguntó qué nombre respondería
contestó: "por el de Alejandro
Magno, el Invencible". Fue un pagano comienzo para un
pontificado pagano.
La selección del cónclave coincidió
con la opinión pública, nunca una coronación
papal había supuesto tantas celebraciones populares. El
pueblo se vio deleitado por una panorámica cabalgada de
blancos caballos, figuras alegóricas, tapices y dibujos,
caballeros y grandes, tropas de arqueros y jinetes turcos,
setecientos sacerdotes, cardenales ataviados de sus ropajes
más coloridos, y finalmente, Alejandro VI en persona, sesenta
y un años pero de figura majestuosa, rebosante de salud, energía y
orgullo, "de sereno semblante y sobresaliente dignidad" relataba
un testigo "parecía un emperador incluso cuando
bendecía a la multitud", sólo unas cuantas mentes
sobrias, como por ejemplo Giuliano della Rovere y Giovanni de
Medici, expresaron su aprehensión hacia el nuevo Papa,
conocido como un padre protector, se sospechaba acertadamente que
utilizaría todo su poder para
engrandecer a su familia
más que fortalecer a la Iglesia.
Comenzó bien. En los treinta y seis días
que corrieron entre la muerte de
Inocencio y la coronación de Alejandro VI se registraron
en Roma 220 asesinatos, el Papa hizo del primer asesino capturado
un ejemplo de escarmiento: el reo fue ahorcado junto a su hermano
y su casa destruida. La ciudad aprobó estas severas
medidas; el crimen bajó y el orden fue restaurado en Roma;
toda Italia se congratulaba de que una la Iglesia estuviera bajo
la autoridad de
un hombre estricto.
El Arte y la
Literatura eran
símbolos de su tiempo. Alejandro hizo posible la construcción de numerosos monumentos y
edificios tanto dentro como fuera de Roma; financió un
nuevo tejado para Santa María Maggiore con el oro
americano que le habían regalado los Reyes
Católicos; remodeló el Mausoleo de Adriano en el
fortificado Castillo de Sant´ Angelo, redecorando su
interior además de proporcionarle celdas para prisioneros.
Mandó construir un corredor cubierto entre el castillo y
el Vaticano, el mismo que le dio cobijo durante el ataque de
Carlos VIII en 1494 y salvó a Clemente VII de la emboscada
luterana acaecida durante el saqueo de Roma. Pinturicchio se
comprometió a adornar el Appartamento Borgia en el
Vaticano, cuatro de estos seis cuartos fueron restaurados y
abiertos para el público bajo el papado de León
XIII, una luneta en uno de estos cuartos representa un retrato de
Alejandro VI- una sonriente imagen vestida
majestuosamente.
En otro de los aposentos una Virgen enseñando al
Niño a leer fue descrita por Vasari (Vasari II,
Pinturicchio.) como el retrato de Guilia Farnese de la que
se decía ser la amante del Papa. Vasari añade que
el cuadro contenía "la cabeza del Papa Alejandro
adorándola" pero no se encuentra visible en la pintura.
Reconstruyó la Universidad de
Roma, empresa para la
que mandó llamar a distinguidos maestros. Le gustaba el
teatro, para su
diversión y entretenimiento los estudiantes de la Academia
Romana eran contratados para representar comedias y ballets para
sus festivales familiares privados. Prefería la música ligera a la
densa filosofía. En 1501 restableció la censura
sobre publicaciones bajo edicto requiriendo que ningún
libro
sería publicado sin la autorización y
aprobación del arzobispo local, sin embargo
permitió una amplia libertad para
la sátira y el debate, "Roma
es una ciudad libre" dijo el Papa al embajador Ferrarese "una
ciudad donde todo el mundo puede escribir y decir lo que le
plazca; se me critica mucho, pero a mí no me
importa"
Su oficina
administrativa fue, en los primeros años de su
pontificado, inusualmente eficaz, Inocencio VIII había
dejador grandes deudas a cargo del tesoro de la Iglesia lo cual
le supuso al nuevo Papa toda su habilidad financiera, tarea que
le llevó cerca de dos años. El número de
empleados del Vaticano fue reducido, gastos recortados
y las cuentas
estrictamente guardadas y anotadas. Alejandro representó
el laborioso ritual de sus diligencias con fidelidad pero con la
impaciencia propia de un hombre ocupado. Su maestro de ceremonias
era un alemán, Joham Burchard, que contribuyó a
perpetuar su fama e infamia anotando todo lo sucedido en un
Diarium, incluyendo muchas de las cosas que el Papa
hubiera preferido no mencionar.
A los cardenales que le apoyaron en el cónclave
el Papa obsequió y recompensó generosamente. Unos
años después de su elección creó doce
nuevos cardenalicios, mucho de ellos fueron hombres que contaban
con verdaderas habilidades, algunos fueron escogidos en virtud de
intereses políticos necesarios de conciliar; dos eran
escandalosamente jóvenes- Ipplito d´Este, de quince
años y Cesar Borgia, que tan sólo tenía 18
años; uno de ellos, Alessandro Farnese debía su
ascenso a su hermana Guilia, de quien se creía que era la
amante del Papa, los romanos, de afiladas lenguas, apodaron a
Farnesse il cardenale della gonnela, sin saber que el
mismo Alessandro se convertiría años más
tarde en Pablo III. El cardenal de más influencia entre
aquellos más ancianos, Guiliano della Rovere, se
exasperó al descubrir que, habiendo tenido gran poder sobre la
voluntad de Inocencio VIII, tenía poco que hacer con
Alejandro VI, quien hizo al Cardenal Sforza su principal
consejero. Furioso Giuliano armó una guardia en Ostia y
embarcó hacia Francia donde
embelesó a Carlos VIII animándole a invadir Roma,
reunir un concilio y deponer a Alejandro bajo la acusación
de simonía.
Mientras tanto, Alejandro trataba de plantarle cara a
los problemas
propios de un pontificado que se regía bajo los diversos
poderes que en ese momento reinaban en Italia. Los Estados
Pontificios habían caído de nuevo en manos de los
dictadores locales, quienes, llamándose a sí mismos
vicarios de la Iglesia, habían aprovechado la oportunidad
que les había proporcionado la debilidad de Inocencio VIII
para restablecer prácticamente la independencia
que habían perdido sus predecesores. Algunas de las
ciudades pontificias eran controladas por consejos locales. La
primera tarea de Alejandro consistió en unir todos los
Estados Pontificios bajo una administración centralizada: la labor fue
encomendada a Cesar Borgia, cumpliendo con su cometido con tal
eficacia y
rapidez que despertó la admiración del mismo
Maquiavelo.
En el seno de Roma latía un problema más
inmediato y alarmante, la turbulenta autonomía de los
nobles, teóricamente subjetiva pero de hecho hostil y
peligrosa. La fragilidad del papado desde Bonifacio VIII (1303)
había permitido a estos barones mantener un feudo medieval
con soberanía sobre los estados, creando sus
propias leyes y jurisprudencia, organizando ejércitos
privados, promoviendo conflictos
internos que arruinaban el comercio. Para
hacernos una idea de estos abusos baste con decir que poco
después de la ascensión de Alejandro VI
Franceschetto Cibó vendió, por la suma de 40,000
ducados los estados que su padre, Inocencio VIII le había
dejado, a Virginio Orsini.
Orsini regía un alto puesto en el ejército
napolitano, había recibido de Ferrante la mayoría
del dinero que le
permitió la compra, de hecho Nápoles había
conseguido de esta guisa dos fuertes en territorio
papal.
La respuesta de Alejandro no se hizo esperar,
formó una alianza con Venecia, Milán, Ferrara y
Siena, reuniendo un ejército y fortificando la barrera que
separaba Sant´Angelo y el Vaticano. Fernando II de
España, temiendo que un ataque combinado sobre
Nápoles acabaría con el poder de Aragón
sobre Italia persuadió al Papa para que negociara con
Ferrante. Orsini entregó a Alejandro VI 40,000 ducados en
concepto de
pago para obtener el derecho de mantener su compra, al mismo
tiempo que el Pontífice comprometía a su hijo
Giofre, de trece años, con Sancia, la preciosa nieta del
rey napolitano (1494).
En recompensa por su feliz mediación, el Papa
concedió a Fernando el Católico las dos
Américas. Colón había descubierto Las Indias
dos meses después de la sucesión de Alejandro, Juan
II de Portugal reivindicó el derecho a esas tierras en
virtud de la Bula que el Papa Calixto III le había
acreditado en 1479, la cual confirmaba su derecho sobre todas las
tierras de la costa atlántica, además de esta, el
pacto de Alçasovas que firmó España con
Portugal reconociendo estos derechos, tenían
confirmación en otras dos Bulas papales, la "Aeteris
regis" de 1481 y la Bula "Romanus pontifex" de
Nicolás V otorgada en 1455 que hacía alusión
a estos mismos temas.
Alejandro VI concedió a los Reyes
Católicos tres bulas paralelas a las que ya tenía
Portugal: una de donación de tierras e islas descubiertas
o por descubrir. Otra de concesión de privilegios en las
tierras descubiertas referentes a su evangelización y una
tercera de demarcación, que delimitase la
navegación de castellanos y portugueses en el
Atlántico.
Su publicación proporcionaba el título de
dominio y
dotaban a España de exclusividad bajo pena de
excomunión para aquellos que no las respetasen. La Bulas,
extendidas en este contexto fueron las siguientes: "Inter
Coetera"(3 mayo 1493) "Inter Coetera" (4 de mayo 1493)
"Eximiae Devotionis (3 de mayo 1493), "Piis
fidelium" (25 de junio 1493) y por último" "Dudum
siquidem" (26 de septiembre de 1493). Conocidos estos
principios,
los Reyes de Castilla podían navegar, descubrir y
apropiarse de las tierras concedidas al oeste del
Atlántico, mientras que a los portugueses les
correspondería las halladas al este.
Salvaguardados los derechos portugueses al Sur
de las Canarias y hacia la India, nadie
podía aferrarse a estas concesiones ya que se otorgaban de
motu propio por la Santa Sede. No habiendo lesión
de derechos, no hay que suponer intrigas y presiones en la
concesión de las Bulas. Sin embargo las Bulas no obligaban
a nada, concedían mucho y eran la expresión de la
habilidad diplomática exterior de Fernando el
Católico. En cualquier caso las Bulas se concedían
bajo el supuesto de que las tierras descubiertas no estuvieran
habitadas por cristianos, comprometiéndose los
conquistadores en la labor de convertir a los nuevos
súbditos a la fe verdadera. La "garantía papal"
meramente confirmaba la conquista por la espada, pero
preservó la paz entre los dos poderes peninsulares. Parece
que a nadie le preocupó que los paganos nativos tuvieran
ninguna clase de derechos. Este tema fue posteriormente
desarrollado por el Padre Las Casas, Sepúlveda y el Padre
Vitoria.
Mientras Alejandro VI se disponía a distribuir y
repartir continentes no le resultaba, en cambio, tan
fácil contener al propio Vaticano. Cuando muere Ferrante
de Nápoles (1494), Carlos VIII decide invadir Italia y
restablecer Nápoles bajo autoridad
francesa. Temiendo el Papa su deposición, Alejandro VI se
aventuró a solicitar ayuda al Sultán turco, en
julio de 1494, envió un secretario papal, Giorgio
Bocciardo para alertar a Bajazet II de la inminente
invasión de Carlos VIII, este, tomaría
Nápoles, depondría o controlaría al Sumo
Pontífice y usaría a Djem como pretendiente al
trono del Imperio Otomano en una cruzada contra Constantinopla.
Alejandro proponía al Sultán hacer causa
común frente a Francia, unido
a Nápoles y Venecia. Bajazet recibió al emisario
con toda la cortesía propia de oriente, y le mandó
de regreso con los 40,000 ducados que supondrían la
manutención de Djem y saludos a Alejandro. En la ciudad de
Seniagallia Bocciardo fue apresado por Giovanni della Rovere,
hermano del ofendido cardenal; los 40,000 ducados fueron
confiscados junto a las cinco cartas del
sultán para el Papa. Una de estas cartas
proponía a Alejandro ordenar la muerte de Djem
y enviar su cadáver a Constantinopla, además de
prometerle la suma de 3000,000 ducados "con los que Su alteza
podrá comprar dominios para sus hijos", el Cardenal della
Rovere se apresuró en hacer copias de estas cartas y
enviarlas al rey francés. Alejandro alegó una
conspiración en su contra, diciendo que las cartas
habían sido falsificadas y la historia inventada. La
evidencia histórica mantiene la autenticidad de la misiva
papal pero sostiene que las contestaciones fueron probablemente
falsificadas. (Cambrige, Modern History, I) Venecia y
Nápoles habían entrado en negociaciones similares
con los turcos.
Carlos VIII marchó hacia Italia, avanzó
por Milán y Florencia hasta que llegó hasta Roma en
diciembre de 1494; una escuadra naval asedió el puesto de
Ostia- el importante puerto romano en la boca de Tiber-
amenazando con sabotear el envío de grano desde Sicilia.
Mucho cardenales, incluso Ascanio Sforza, se declararon a favor
del Rey; la mitad de los cardenales en Roma se aliaron con
él en un intento para deponer al Papa. Alejandro se
refugió en el Castillo de Sant´Angelo, enviando
delegados para tratar con el conquistador. Carlos no
pretendía deponer al Papa ya que esta acción
supondría enemistarse con España, su meta era
Nápoles. Pactó la paz con Alejandro VI bajo la
condición de proporcionarle un salvoconducto para su
ejército a través del Latium y el perdón
para todos los cardenales que le hubieran apoyado. Alejandro
retornó al Vaticano, disfrutó de las tres
genuflexiones que Carlos VI hizo ante él mientras de
él recibía obediencia formal y todos los planes
para deponer al Papa fracasaron. El 25 de enero de 1494 Carlos se
trasladó a Nápoles llevándose consigo a Djem
quien murió un mes después de bronquitis, la
leyenda negra cuenta que fue el mismo Alejandro quien
envenenó al turco, pero hoy en día esta tesis
está completamente rechazada.
Una vez los franceses hubieran marchado, Alejandro
recuperó su valentía y se convenció de la
necesidad de fortalecer los Estados Pontificios creando un
importante ejército con un ejemplar general al mando que
librara a los papas de dominación secular. Junto a
Venecia, Alemania y
España formó la Santa Liga (31 de marzo de 1495)
para mutua defensa y protección frente a los turcos, y
secretamente, con el fin de expulsar a los franceses de Italia.
Carlos VIII sospechando las intenciones del Papa volvió a
Roma a través de Pisa; Alejandro, para evitarle,
permaneció refugiado en Orvieto y Perugia, una vez
embarcó Carlos hacia Francia, volvió triunfante el
Papa a Roma; demandó de Florencia su unión a la
Santa Liga y silenció a Savonarola, fiel aliado del rey
francés. Reorganizó el ejército papal,
poniendo al frente a su hijo mayor Giovanni enviándole a
reconquistar para su mayor gloria las insurrectas fortalezas de
Orsini (1496). Pero no era Giovanni el hijo destinado a cumplir
la labor de general: fue vencido en Soriano y retornó a
Roma hundido en la desgracia muriendo poco
después.
Alejandro recobró los dominios vendidos a Orsini
además de capturar el puerto de Ostia
arrebatándoselo a los franceses, fue entonces, triunfante
y victorioso sobre todos los obstáculos, cuando
mandó a Pinturicchio pintar sobre las paredes de los
aposentos papales del Castillo de Sant´Ángelo los
frescos que representaban el triunfo del Papa sobre el
Rey.
Roma aplaudía su labor dentro de la administración interna además de su
carrera diplomática, sin embargo le reprobaba sus
escarceos amorosos, criticaba la forma en la que hacía a
sus hijos prosperar y le escandalizaba que se hubiera rodeado de
españoles despreciando a los italianos dentro de la curia.
Un centenar de familiares españoles del Papa se
había congregado en Roma, un observador comentaría:
"Ni siquiera diez papados hubieran bastado para dar cobijo a
tanto primo" El mismo Alejandro era a estas alturas de la
Historia
completamente italiano en su cultura,
política y
maneras, pero seguía amando España: hablaba en
español constantemente con sus hijos Lucrezia y Cesar,
elevó a diecinueve españoles a la categoría
de cardenal y se rodeó de sirvientes catalanes. Los
romanos, heridos en su orgullo, le apodaron "el Papa marrano"
haciendo burla de su ascendencia judía conversa; Alejandro
se excusaba explicando que muchos italianos, especialmente
aquellos del Colegio Cardenalicio, le habían traicionado,
cuando no, habían sido desleales, y que debía
apoyarse sobre un núcleo de fieles colaboradores que le
debieran lealtad.
Según Creighton: " en las precarias condiciones
en las que se encontraba la política italiana los
aliados no eran dignos de confianza a no ser que su fidelidad
estuviera fundamentada en motivos interesados; de tal forma,
Alejandro VI utilizó el matrimonio de sus
hijos como método
para asegurarse la lealtad de un partido político a su
alrededor que fuera fuerte e influyente. En realidad él no
confiaba en nadie salvo en sus hijos a quienes veía como
instrumentos políticos para llevar a cabo sus planes" (M.
Creighton, History of the Papacy During the period of the
Reformation )
Durante un tiempo mantuvo la esperanza de que su hijo
Giovanni le ayudara a defender y proteger los Estados
Pontificios, pero Giovanni había heredado el gusto de su
padre por las mujeres, no su capacidad de mando, percibiendo que
de sus hijos el único competente para participar en el
juego de la
política italiana en aquella época tan violenta era
Cesar, Alejandro le concedió todo lo necesario para
financiar el creciente poder de su hijo.
También fue la dulce Lucrezia instrumento de sus
fines. El cariño que el padre procesaba por la hija le
llevó a tales demostraciones de ternura que las lenguas
viperinas le acusaron de incesto e imaginaron una mórbida
historia que le situaban como un competidor más, que junto
a los hermanos de Lucrezia, luchaban por su amor. En dos
ocasiones el Papa tuvo que ausentarse de Roma dejando a su hija
encargada de sus aposentos en el Vaticano, con autoridad para
abrir su correspondencia y atender todo el trabajo
rutinario, semejante delegación de poder a una mujer era
frecuente en las casas reinantes- tales como Ferrara, Urbino,
Mantua- pero en Roma era motivo de shock y
escándalo.
La ciudad le había perdonado su relación
amorosa con Vanozza, incluso se maravillaba con Guilia; la
Farnese nació con el don de la belleza, causaba
admiración y fascinación allí por donde
pasaba, pero aún más su cabellera dorada que,
cuando la dejaba suelta, llegándole hasta los pies,
contaban que hacía hervir la sangre de
cualquier hombre. Sus amigos la llamaban "La Bella". Sanudo
hablaba de ella como "la favorita del Papa, una joven de
extraordinaria belleza, comprensiva, graciosa y gentil"; en 1493
Infessura la describió como la concubina del Papa en el
relato que hizo sobre el banquete nupcial que se celebró
en el Vaticano con motivo de la boda de Lucrezia; el Historiador
Matarazzo utilizó el mismo término para Giulia y un
ingenioso florentino la tildó sposa di Cristo, un
adjetivo normalmente reservado para la Iglesia. Guilia dio
luz a una
hija, Laura, registrada oficialmente como concebida por el marido
de esta, Orsino Orsini, pero reconocida por el cardenal
Alessandro Farnese como la hija de Alejandro VI. No existe
ninguna duda sobre la sensualidad del Papa español, un
síntoma incompatible con el celibato. Él era un
hombre y como tal se sentía; parece ser que creía,
junto a muchos eclesiásticos de su época, que el
celibato clerical era un error, y que deberían tener
permitido gozar de la compañía de una mujer.
En el otro lado, la devoción que sentía
por sus hijos, muchas veces olvidándose de sus deberes
para con la Iglesia, podría bien utilizarse como argumento
para defender la sabiduría con la que el canon del
celibato fue escrito.
¿Fue su fe pretendida? Probablemente no; en sus
cartas, incluso aquellas que mandaba a Giulia, están
llenas de frases piadosas que no son indispensables en la
correspondencia privada. Él era un hombre de
acción, había absorbido la moral laxa y
relajada de la época, sólo esporádicamente
notaba cierta contradicción entre la ética
cristiana y su vida. Parece que él sentía que, en
sus circunstancias, la Iglesia necesitaba un estadista y no un
santo; él admiraba la santidad pero creía que
pertenecía más al mundo monacal y la vida privada
que al hombre que cada día debía atender a
diplomáticos sin escrúpulos y déspotas
expansionistas. Acabó utilizando sus mismas armas.
Necesitaba financiación para su gobierno y sus
guerras:
vendió cargos eclesiásticos, se apoderó de
los dominios de los cardenales difuntos y explotó el
año jubileo de 1500 al máximo. Dispensaciones y
divorcios eran concedidos como la parte lucrativa de un negocio
político: si Enrique VIII de Inglaterra
hubiera tenido que tratar sobre su anulación con Alejandro
probablemente la Iglesia Anglicana como tal no existiría
hoy en día.
Aparte de alargar el jubileo asegurando indulgencia
plenaria a todos los cristianos que a Roma peregrinaran, para
enriquecer sus arcas nombró doce nuevos cardenales cuya
asignación no se debía a sus méritos sino
más bien hasta cuanto ascendía la suma que
podían ofrecer, pagando en total 120,000 ducados al
Papa.
En contra de la opinión general que alegaba el
envenenamiento de aquellos cardenales o enemigos que se tomaban
demasiado tiempo para fallecer de muerte
natural, por orden tanto de Alejandro como de Cesar Borgia,
podemos aceptar provisionalmente la conclusión a la que ha
llegado las más recientes investigaciones–
"no hay evidencia de que Alejandro VI envenenara a nadie", esta
teoría
no le libra enteramente de culpa pues sigue bajo sospecha; en
realidad estas sospechas nacieron de las sátiras,
panfletos y demás que se utilizaban como armas arrojadizas
entre familias enfrentadas: Infessura servía a los Colonna
con su pluma, Mancione valía tanto como un regimiento para
los Savelli. Alejandro, como parte de la campaña contra
los nobles, publicó en 1501 una bula detallando todos los
vicios y pecados de los Savelli y los Colonna. Como podemos
observar estos "documentos" bien
valieron para crear la leyenda negra que persigue al Papa Borgia
dibujándole como un monstruo de perversión y
crueldad. Alejandro ganó la batalla armada, pero sus
nobles enemigos encabezados por el Papa Julio II ganaron la
batalla de la palabra, convirtiendo de esta forma la leyenda en
Historia.
Pero Alejandro tenía debilidades y la mayor de
ellas era su hijo Giovanni a quien quería incluso
más que a Lucrezia, el Duque de Gandía era guapo,
simpático, y un buen hijo. Cuando Alejandro conoció
la noticia de su muerte se sintió tan lleno de dolor que
se encerró y dejó de alimentarse, se decía
que sus lamentos se podían oír en las calles.
Ordenó la busca y captura de sus asesinos pero pronto se
dio por vencido y dejó que el crimen permaneciera en el
misterio. Cuando el Papa recobró el autocontrol
reunió a los cardenales (19 de junio de 1497),
recibió las condolencias y les dijo: "He querido al Duque
de Gandía más que a nada en este mundo"
atribuyó la pena como la carga más pesada que
hubiera podido recibir del cielo y posteriormente anunció:
"Nos, estamos dispuestos a resolver y enmendar nuestra vida, y
reformar la Iglesia…en lo sucesivo los beneficios se
otorgarán sólo a aquellos que los merecen y de
acuerdo con los votos de los cardenales. Renunciaremos a todo
nepotismo. Comenzaremos por reformarnos a nosotros mismos y
procederemos después con cada parte de la Iglesia hasta
que nuestra labor sea completada"
Un comité de seis cardenales fue elegido para
crear un programa de
reforma. Esta labor fue tan clarividente y la bula de reforma
presentada a Alejandro tan excelente que, sus previsiones puestas
en práctica hubieran, probablemente, salvado a la Iglesia
tanto de la Reforma como de la Contrarreforma. Sin embargo, la
necesidad de financiar el ambicioso proyecto
político de Alejandro no permitió llevar a cabo
este programa.
IV. Cesar Borgia
Alejandro tenía sobrados motivos para estar
orgulloso de su hijo: Cesar era un atractivo hombre de cabellos
rubios, alto, fuerte y valiente. Pensar que este personaje era
más bien un monstruo es no profundizar en la evidencia.
Uno de sus contemporáneos le describía como: "un
joven de gran inteligencia y
excelente disposición, alegre y siempre de buen humor"
otro escribía que era: "incluso más guapo que su
hermano el Duque de Gandía"
La gente no podía dejar de apreciar su garbo,
destreza en el mando y una actitud
superior que tiene todo aquel que cree haber heredado el mundo,
las mujeres le admiraban pero encontraban difícil
enamorarse de él puesto que, al contrario que su padre y
sus hermanos, no era el sexo femenino
lo principal en su escala de
prioridades. Estudió derecho en la Universidad de
Perrugia y, aunque no dedicaba demasiado tiempo a los libros
considerados "culturizantes", escribía versos de vez en
cuando y tenía buen gusto para el arte: cuando el
Cardenal Raffaello Riario desdeñó el cuadro de un
cupido, obra de un joven y desconocido artista florentino
llamado Miguel Ángel Buonarroti, fue Cesar quien
pagó una buena suma por obtener la obra.
Claramente su carrera eclesiástica no era
vocacional, Alejandro le hizo arzobispo de Valencia en 1492 y
cardenal un año después, en realidad Cesar nunca se
ordenó sacerdote. Desde que una ley
canónica prohibía ordenar cardenales a hijos
bastardos, Alejandro en una Bula publicada el 19 de Septiembre de
1482 lo declaró hijo legítimo de Vanozza y
d´Arignano. En 1497, poco después de la muerte de
Giovanni, Cesar fue a Nápoles como delegado papal en la
coronación del Rey de Nápoles; quizás le
impresionara este acto porque a la vuelta le pidió
insistentemente a su padre que le dejara renunciar sus votos y a
su carrera eclesiástica. No había forma de escapar
a este destino a no ser que Alejandro admitiera
públicamente que Cesar era su hijo ilegítimo, cosa
que hizo consiguiendo que inmediatamente la ordenación de
cardenal fuera invalidada (17 agosto de 1498). Restaurada su
ilegitimidad, Cesar retornó al juego
político.
El matrimonio de Cesar se solucionó cuando Louis
XII pidió al Papa la anulación de su matrimonio, al
que había sido forzado, y que según él,
nunca había sido consumado. En octubre de1498, Alejandro
envió a Cesar partir hacia Francia con el decreto de
divorcio para
el Rey. Encantado con el divorcio y
más feliz aún ante la posibilidad de casarse con
Anne de Bretaña, viuda de Carlos VIII, Louis
ofreció a Cesar la mano de Charlotte d´Albret,
hermana del Rey de Navarra; además hizo del hijo del Papa
duque de Valentinois y Diois, dos territorios franceses sobre los
que el papado tenía ciertos derechos.
El matrimonio selló una alianza entre el
Pontífice y un Rey que planeaba abiertamente invadir
Italia para tomar bajo su poder Milán y Nápoles.
Este pacto rompió la alianza de la Santa Liga que
Alejandro había ayudado a formar en 1495, preparando de
este modo el escenario propicio para las guerras de
Julio II.
Alejandro por fin había encontrado al general que
tanto ansiaba para que llevara a las fuerzas armadas de la
Iglesia hacia la reconquista de los Estados
Pontificios.
Louis XII contribuyó a la causa con
ejército bien equipado, aunque pequeño para luchar
contra una docena de déspotas, pero Cesar estaba ansioso
por partir hacia la victoria. Para añadir un arma
espiritual, el Papa proclamó una solemne Bula declarando
que: Caterina Sforza y su hijo Octavio dominaban Imola y
Forlí– Pandolfo Malatesta dominaba Rimini– Giulio Varano
dominaba Camerino—Astorre Manfredi dominaba
Faenza—Guidobaldo dominaba Urbino—Giovanni Sforza
dominaba Pesaro—sólo porque habían usurpado
todas estas tierras, propiedades y derechos a la Iglesia,
perpetrando la justicia y la
ley; eran
tiranos que habían explotado a sus súbditos y
abusado de sus poderes, y como tales debían ser
expulsados, si no por su propia resignación, por la
fuerza de la
espada.
Posiblemente lo que Alejandro pretendía era
unificar un reinado para dejárselo en herencia a su
hijo. El mismo Cesar soñaba con esta posibilidad; Maquiavelo
así lo hubiera deseado, enorgulleciéndose ante la
visión de una Italia unida y bajo el poder de un hombre
fuerte e inteligente que echara a todos los invasores. Al final
de su vida, Cesar, lamentaría no tener otra meta que
recuperar los estados de la Iglesia para la Iglesia, y que se
contentaría con que el gobernador de la Romagna fuera
vasallo del Papa.
En enero de 1500, Cesar y su ejército
marchó a través de los Apeninos hacia Forlí
e Imola donde ganó el pulso del asedio a Caterina Sforza.
La reconquista pasó por ofrecer una convincente suma de
dinero a Paolo
Orsini para que se uniera a las fuerzas papales con su
ejército; Paolo le apoyó junto a otras familias
nobles que siguieron su ejemplo, de la misma forma reclutó
los soldados de Baglioni, señor de Perugia, y
comprometió a Vitelli para liderar la artillería.
Louis XII le envió un pequeño regimiento pero Cesar
no necesitaba ya de la ayudada francesa. En septiembre de 1500
atacó los castillos ocupados por los hostiles Colonna y
Savelli en el Latium. Uno tras otro fueron entregándose. A
lo largo del siguiente año Cesar guió sus tropas
con valentía, coraje y audacia, demostrando tener grandes
dotes de mando y estrategia
militar, utilizó la astucia para seducir al enemigo,
ganarse aliados, persuadió a los más reticentes
para que le apoyaran, trató con cortesía a los
vencidos y se ganó una merecida fama de brillante militar.
El 20 de julio se rindió el último enemigo del
Papa, Camerino, y por fin todos los Estados Pontificios volvieron
a ser Pontificios. Entusiasmado Maquiavelo escribió sobre
él: "Es un Señor espléndido y
magnífico y tan audaz que cualquier empresa por
difícil que sea la maneja como si fuera sencilla . Par
ganar gloria y dominios se roba a sí mismo su reposo, y no
conoce ni el peligro ni la fatiga. Llega antes que sus
propósitos hayan sido comprendidos. Se hace querer entre
sus soldados, eligiendo para ello a los mejores de toda Italia.
Estas cosas son las que le han hecho victoriosos y formidable,
junto a la ayuda perpetua de la buena
suerte".
Por el otro lado Italia estaba plagado de personas que
deseaban su desgracia. Venecia, aunque le había convertido
en ciudadano honorífico (gentiluomo di Venezia) le
molestaba ver cómo los Estados Pontificios eran de nuevo
fuertes y controlaban la costa Adriática. Pisa y Florencia
le temían, los Colonna y Savielli, y en menor grado
Orsini, habían sido arruinados por sus conquistas, creando
una coalición en su contra. Incluso sus propios hombres
que habían liderado brillantemente sus tropas, no estaban
tan seguros de que no
fueran sus dominios los próximos en ser atacados. Vitelli
reunió a todos estos hombres y familias resentidas y
amenazadas para crear una organización cuyo fin era volver las tropas
en contra de su general, capturarle y asesinarle, terminando con
su dominio sobre
la Romagana y los marquesados, restaurando a sus antiguos
señores.
La conspiración comenzó con brillantes
victorias, sin embargo Cesar actuó con rapidez
apropiándose de la herencia que
había dejado el Cardenal Ferrari, financiando un nuevo
ejército de 6000 hombres. Mientras tanto Alejandro
negoció individualmente con los conspiradores,
haciéndoles solemnes promesas, y ganándo de muchos
de ellos su obediencia. A finales de octubre la conjura
había fracasado y todos sellaron la paz con
Cesar.
En cuanto a la vida marital del general esta fue
prácticamente nula, Cesar veía su matrimonio como
una cuestión de estado y por
lo tanto no se sentía obligado a mostrar ningún
amor por su
esposa. La había dejado con su familia en Francia a donde
ocasionalmente escribía y le mandaba regalos, esta le
había dado una hija durante las guerras pero no
volvió a verla. La Duquesa de Valentinois vivió una
modesta y retirada vida en Bourges, esperando que su marido la
mandara llamar, cuando Cesar, al final de su vida, se
encontró arruinado y desertado ella intentó llegar
hasta él y a su muerte vistió la casa de luto donde
permaneció encerrada hasta su muerte.
Parece que el único afecto real que Cesar
sentía era por su hermana Lucrezia , a quien amaba tanto
como se puede amar a una esposa. A pesar de los peligros que para
él representaba el ir a visitarla a Ferrara donde ella se
encontraba enferma, Cesar se desvió de su camino hasta
llegar a su casa donde en sus brazos la sostuvo mientras los
médicos la sangraban y no se apartó de su lecho
hasta que Lucrezia mejoró considerablemente. Cesar no
estaba hecho para el matrimonio; tuvo muchas amantes pero ninguna
le duró excesivo tiempo, estaba demasiado consumido por el
ansia de poder que no podía permitir que ninguna mujer le
apartara de su camino.
En Roma vivía retiradamente, trabajando de noche
y asistiendo a pocos actos diurnos. Trabajaba muy duro en los
asuntos pertinentes a los Estados de la Iglesia y siempre
encontraba tiempo para asistir las necesidades de sus dominios.
Aquellos que le conocían le admiraban y respetaban, era
popular entre sus soldados a pesar de su severidad y la disciplina que
les imponía.
Su vida apartada le hacía blanco de sospechas y
sátiras, sobre todo de feos rumores que embajadores
hostiles y aristócratas enemigos inventaban o
extendían. Muchos de estos rumores acusaban a los Borgia
de envenenar a ricos cardenales para heredar sus fortunas, uno de
estos asesinatos fue confesado por un sirviente bajo tortura,
quien contó que había asesinado al cardenal Micheli
por orden de Alejandro y Cesar. Un historiador del siglo veinte
no daría ningún tipo de credibilidad a las
confesiones arrancadas bajo tortura.
La estadística prueba que la mortalidad entre
cardenales fue tan elevada durante el papado de Alejandro como en
el de sus predecesores y sucesores, pero no hay duda de que en
aquella época era peligroso ser cardenal y rico. Isabella
d´Este escribió a su marido previniéndole
contra Cesar de quien no creía tuviera ningún
escrúpulo incluso con su propia familia, parece ser que la
cuñada creyó la historia que acusaba a Cesar de
haber asesinado a su hermano, el Duque de Gandía. Los
cotilleos en Roma hablaban de cierto veneno, con base de
arsénico, que vertido sobre la bebida o la comida, actuaba
lentamente sin posibilidad de ser detectado en una autopsia. Los
historiadores han rechazado comúnmente la teoría
de los famosos venenos del Renacimiento como
parte de una leyenda, pero creen que efectivamente existieron
algunos casos de envenenamiento por orden del Papa a pesar de la
falta de evidencia.
Algunas historias aún peores se contaban sobre
Cesar: para divertir a Lucrezia y a su padre, éste
organizaba una fila de reos de muerte a los que atravesaba con
sus flechas en un acto de destreza. A estas leyendas
podríamos añadir múltiples orgías con
cortesanas desnudas correteando por los aposentos de Cesar,
además de la acusación de incesto, puesto que se
creía que el amor que
Lucrezia y Cesar sentía el uno por el otro era algo menos
casto que puramente filial
Alejandro admiraba y hasta temía a su hijo, pero
adoraba a su hija con todo la intensidad con la que era capaz.
Parece ser que se deleitaba con su moderada belleza, su precioso
y largo cabello color sol (tan
pesado que incluso le daba dolores de cabeza) y en la
devoción que la hija sentía por su padre. No era
particularmente bella, pero fue descrita en su juventud como
dolce ciera (dulce rostro) una expresión que
permanecería hasta su muerte a pesar de los horrores que
tuvo que vivir: divorcios, asesinatos, intrigas…
Como todas las italianas de su tiempo que lo
podían permitir fue a un convento para recibir una
completa educación. Auna edad
que desconocemos se trasladó de la casa de su madre a la
casa de una prima de su padre, Donna Adriana Mila, donde
conoció a la nuera de su tía, Guilia Farnese, con
quien entabló una sincera amistad que
duraría hasta el resto de sus días. Favorecida por
la buena fortuna, Lucrecia vivió una infancia feliz
y acomodada.
Esta sensación de felicidad duraría hasta
su primer matrimonio. Probablemente no se sintió ofendida
cuando su padre le escogió un marido; este era el procedimiento
normal para todas las mujeres de su clase. Alejandro, como
cualquier otro soberano, pensaba que los matrimonios de sus hijos
debían avanzar al mismo son con el que los intereses de su
estado.
Nápoles era por entonces hostil a Roma y Milán era
enemiga de Nápoles; de tal forma que su primer matrimonio,
a la edad de trece años, fue con Giovanni Sforza, de
veintiséis, Señor de Pesaro y sobrino de Ludovico,
regente de Milán (1493) Alejandro preparó la casa
de los recién casados en un lugar cerca del Vaticano para
poder tener a su hija próxima a él. Pero Sforza
debía vivir en Pesaro buena parte del año
llevándose con él a su joven esposa. Ella
languidecía en tan lejanas costas, tan remotas de su padre
y más aún de la vida bulliciosa y cosmopolita que
Roma le ofrecía; después de unos meses
volvió de nuevo a la capital donde
se reencontraría con su marido más tarde. El 14 de
julio de 1497 Alejandro pidió a Sforza que consintiera en
la anulación de su unión matrimonial a causa de su
impotencia—la única causa reconocida por la ley
canónica para la anulación de un matrimonio
legítimo. Lucrezia, quizás por pena, quizás
por vergüenza se retiró a un convento. Unos
días más tarde el Duque de Gandía era
asesinado, las malas lenguas sugirieron que el crimen
había sido cometido bajo las órdenes de Sforza,
quien celoso se vengaba de Giovanni Borgia por haber intentado
seducir a su esposa. El marido negó su impotencia y
acusó a Alejandro de tener relaciones incestuosas con su
hija. El Papa congregó un comité de investigación, liderado por dos cardenales,
para averiguar si el matrimonio había sido consumado.
Lucrezia con todo el aplomo del que fue capaz se sometió a
las pruebas, y se
le aseguró a Alejandro que Lucrezia era todavía
virgen. Ludovico propuso a su sobrino demostrar que no era
impotente delante de una delegación papal en Milán,
Giovanni declinó la oferta pero
firmó una admisión formal en la que declaraba que
el matrimonio nunca había sido consumado, le
devolvió a Lucrezia su dote de 31,000 ducados y en
diciembre de 1497 el enlace era anulado.
Es posible que Alejandro hubiera roto el matrimonio con
la intención de hacer mejores alianzas políticas,
pero es más probable que Lucrezia contara la verdad acerca
de la consumación. En cualquiera de los casos el Papa no
iba a dejar a su hija soltera. Con la intención de
acercarse a su enemigo, Alejandro, propuso al Rey Federico la
unión de Lucrezia con Don Alfonso, Duque de Bisceglie. El
Rey accedió y un documento oficial fue firmado en junio de
1498, en agosto la boda era celebrada en el Vaticano.
Lucrezia facilitó enormemente las cosas
enamorándose de su marido. Ella tenía entonces
dieciocho años y él diecisiete, pero las cosas
empeorarían por culpa de la mala fortuna y la
política. Cesar Borgia rechazado en Nápoles,
buscó novia en Francia (octubre de 1498); Alejandro
entraba de esta forma en una alianza con Louis XII, el declarado
enemigo de Nápoles. El joven Duque de Bisceglie enfermaba
viendo como la Roma en donde vivía se llenaba de agentes
franceses: marchó hacia Nápoles. A Lucrezia se le
rompió el corazón,
para entretenerla Alejandro la hizo regente de Spoleto (agosto
1499); Alfonso se reunió allí con ella; Alejandro
les fue a visitar a Nepi y se los llevó con él a
Roma donde Lucrezia tuvo su primer hijo, al que llamaron Rodrigo
en honor de su padre.
Pero el mayor problema de la joven pareja residía
el odio acérrimo que se procesaban los dos cuñados.
, quizás por el carácter temperamental de Alfonso o
tal vez porque Cesar representaba la alianza con los franceses.
En la noche del 15 de julio de 1500 unos bandidos atacaron a
Alfonso cuando volvía de la catedral de San Pedro, fue
herido de gravedad pero se las arregló para llegar hasta
la casa del Cardenal de Santa María en Portico. Lucrezia
se desmayó al ver las condiciones en las que se hallaba su
joven marido, le atendió día y noche junto a su
hermana Sancia. Alejandro envió una guardia de
dieciséis hombres para protegerle de posibles nuevos
ataques. Cierto día mientras Cesar paseaba por un
jardín cercano, Alfonso convencido de que aquel era
el hombre que
había contratado a la banda que le había intentado
asesinar, tomó arco y flecha disparando a Cesar en el
corazón. La flecha falló su
propósito por muy poco y Cesar no estaba dispuesto a darle
una segunda oportunidad a su enemigo: mandó sus guardias
al cuarto de Alfonso, teóricamente a darle una
lección, pero le ahogaron con una almohada hasta que
murió. Alejandro aceptó la muerte de Alfonso
según la versión que le dio Cesar, encargó
para Alfonso un pequeño funeral, e hizo lo imposible por
animar a la inconsolable Lucrezia.
Se retiró a Nepi, donde escribió cartas
firmándolas como la infelicissima principessa,
ordenando misas para el descanso del alma de su difunto marido.
Aunque parezca extraño, Cesar la fue a visitar a Nepi
solamente dos meses y medio después del asesinato de
Alfonso. Lucrezia era influenciable y paciente; parece ser que
ella entendía la muerte de Alfonso como la defensa que su
hermano tenía que hacer frente al que había
atentado contra su vida. No parece que ella creyera que hubiera
sido Cesar el hombre que
contratara a los infructuosos bandidos que intentaron matar a su
marido, aunque esta la posible explicación de otro de los
misterios del Renacimiento. Durante el resto de su vida dio
muestras más que suficientes de que quería a su
hermano, quizás porque, como su padre, él
también la adoraba con intensidad. Pudiera ser que por
estos motivos tanto en Roma como en la rencorosa Nápoles
la siguieron acusando de incesto; un de las plumas de la
época la llamó: "La hija del Papa, esposa y nuera"
Estas perfidias se las tomó también con cierta
resignación. Todos los estudiosos de la época
actualmente coinciden en que todos estos cargos fueron crueles
calumnias, pero semejantes acusaciones tan escabrosas han
perdurado a través de los tiempos. (Cambrige,
Modern History)
Que Cesar matara a Alfonso con la intención de
confirmar una nueva alianza política es improbable. Tras
un periodo de luto Lucrezia fue ofrecida en noviembre de 1500 al
Duque Ercole de Ferrara para casarla con su hijo Alfonso, y no
fue hasta septiembre de 1501 que sonaron las campanas de boda.
Como ni Ercole ni su hijo habían visto a Lucrecia,
siguieron los trámites diplomáticos acostumbrados
de la época, pidiendo a Ferrarese, embajador en Roma, que
enviara un informe sobre su
persona,
morales y virtudes. El embajador contestó con lo
siguiente:
Ilustrísimo Señor: Hoy durante la cena,
Don Gerardo Saraceni y yo, hemos ido a ver a la Ilustre Madonna
Lucrezia para presentarle nuestros respetos en el nombre de su
Excelencia y Su Majestad Don Alfonso. Hemos tenido una larga
conversación sobre distintos aspectos. Es una mujer de lo
más amable e inteligente además de estar dotada de
todas las bendiciones. Su Excelencia y el Ilustre Don
Alfonso—según nuestra más humilde
opinión—estará encantado con ella. Aparte de
ser extremamente bondadosa en todos los aspectos, es modesta,
tierna y decorosa. Además es una piadosa y devota
cristiana, temerosa de Dios. Mañana irá a confesar
y en Navidades recibirá la comunión. Es una mujer
realmente hermosa, pero su encanto es aún más
cautivador. Resumiendo, su carácter es tal que es
imposible sospechar que exista algo "siniestro" en
ella.
Don Alfonso fue convencido y envió un
magnífico cortejo de caballeros para escoltar a la novia
de Roma a Ferrara. Cesar Borgia equipó doscientos
cavaliers para acompañarla, además de
músicos y bufones para entretenerla durante el arduo
camino. Alejandro, orgulloso y feliz, le procuró un
cortejo de 180 personas incluyendo a cinco obispos.
Vehículos especialmente diseñados para la
ocasión, y 150 mulas, trasladaban su ajuar. El 6 de enero
de 1502, Lucrezia comenzó su viaje por Italia para
reunirse con su prometido Roma jamás había
presenciado semejante espectáculo y probablemente tampoco
Ferrara. Después de veintisiete días de viaje,
Lucrezia fue recibida a las afueras de la ciudad por el Duque
Ercole y Don Alfonso con una soberbia cabalgada de nobles,
profesores, setenticinco arqueros montados, ochenta trompeteros y
catorce carros llevando a las mujeres de la alta aristocracia
elegantemente vestidas. Cuando la procesión llegó
hasta la catedral, dos trovadores cantaron la belleza de su nueva
señora. Al pasar por el palacio ducal todos los
prisioneros fueron liberados, la gente se regocijaba por la
llegada de la futura duquesa; y Alfonso se sentía radiante
ante su encantadora prometida.
Los últimos años de la vida
de Alejandro se desarrollaron en relativa calma y
prosperidad.
Su hija estaba casada felizmente con un duque y era
respetada por todos sus súbditos; su hijo había
cumplido brillantemente con la misión de
reunificar y administrar los Estados Pontificios que
además florecían bajo excelente gobierno. El
embajador veneciano describe al Papa, en esos últimos
años, alegre y activo, con la conciencia
tranquila y sin preocupaciones. En aquel momento contaba con
setenta años de edad, pero en enero de 1501, el embajador
decía de él que cada día parece
rejuvenecer.
La tarde del 5 de agosto de 1503, Alejandro, Cesar,
acompañados por algunas personas cenaron en los jardines
de la villa del Cardenal Adriano da Corneto, no lejos del
Vaticano. Todos permanecieron en los jardines hasta medianoche
pues el calor era
insoportable dentro de las casas. Seis días más
tarde el Cardenal cayó enfermo con náuseas,
vómitos y fiebre
hasta que pereció tres días más tarde,
inmediatamente después, tanto Alejandro como su hijo,
tuvieron que guardar cama sufriendo los mismo síntomas que
el malogrado Cardenal. Roma, como le era ya costumbre,
habló de veneno; Cesar, decían las
habladurías, había querido envenenar al Cardenal
para asegurarse su fortuna, pero por error casi toda la comida
había sido envenenada y tomada por prácticamente
todos los invitados Los historiadores coinciden con los
médicos que en su día trataron al Papa, quienes
diagnosticaron malaria, debida a la exposición prolongada
a la brisa nocturna. En el mismo mes la malaria atacó a la
mitad de los sirvientes papales, probándose muchos casos
como fatales, en Roma hubo cientos de muertes debidos a la misma
infección durante aquella estación.
Alejandro deliró trece días
batiéndose entre la vida y la muerte, de vez en cuando
recobraba el sentido hasta el punto que era capaz de recitar de
memoria los
discursos
diplomáticos; el 13 de agosto estaba jugando a las cartas.
Los médicos le sangraron en repetidas ocasiones, tanto que
el hombre perdió todas sus fuerzas muriendo el 18 de
agosto. La leyenda cuenta que se pudo ver cómo el diablo
se llevaba su alma hasta los abismos infernales.
Los romanos se alegraron de que por fin el Papa
español les hubiera dejado, comenzaron las revueltas, y
los "catalanes" fueron perseguidos, incluso asesinados; la ciudad
perdió el control de tal
forma que fue necesario que entraran las tropas armadas de
Colonna y Orsini el 22 de agosto acudiendo ante las protestas del
colegio cardenalicio.
Guicciardini, el florentino narraba:
"Toda la ciudad de Roma corrió con presteza
hasta llegar hasta la iglesia de San Pedro donde la muchedumbre
rodeó el cuerpo, no eran capaces de satisfacer su vista
regocijándose ante el cadáver de quien, en su
inmoderada ambición y detestable perfidia, con manifiestas
actuaciones de horrible crueldad y monstruosa lujuria, vendiendo
sin distinción tanto lo profano como lo sagrado,
había intoxicado el mundo entero."
Maquiavelo de acuerdo con Guicciardini
decía:
"Nada hizo sino decepcionar, y en nada pensó
más durante toda su vida; nunca hubo hombre alguno que
tanto prometiera y nada cumplió. No obstante, en todo
triunfó, pues estaba bien informado sobre su parte del
mundo."
Estas condenas estaban basadas en dos suposiciones: que
las historias contadas en Roma sobre Alejandro eran verdad, y que
los métodos
utilizados por el Papa para recuperar los Estados de la Iglesia
deslegitimizaban su conquista. Los historiadores
católicos, aún defendiendo el derecho de Alejandro
para restaurar su poder temporal, condenan sus métodos y
moral,
decía Pastor:
"Fue universalmente descrito como un monstruo,
además de ser acusado de cualquier tipo de crimen. La
investigación crítica moderna le ha
juzgado con más justicia y ha
rechazado gran parte de las acusaciones que se hicieron en su
contra"
Los historiadores protestantes han demostrado generosa
indulgencia con Alejandro VI. William Roscoe, en su ya
clásica obra: "Vida y Pontificado de León X"
(1827), fue de los primeros que tuvo palabras amables para
definir al Papa Borgia:
"Cualesquiera fueran sus crímenes, no hay que
dudar por un momento que todos fueron, sin duda, exagerados. El
que fuera devoto a engrandecer su familia, y que empleara la
autoridad de su elevada posición para establecer un
dominio permanente sobre Italia en la persona de su hijo, es
innegable; pero cuando prácticamente la totalidad de los
soberanos europeos utilizaban básicamente los mismos
métodos criminales para gratificar sus ambiciones, resulta
injusto atribuir a Alejandro la extraordinaria infamia que le ha
perseguido durante toda la Historia. Mientras que Louis de
Francia y Fernando de España conspiraban conjuntamente
para repartirse el reino de Nápoles, Alejandro seguramente
se sentía justificado para derrocar a los turbulentos
Barones, quienes, durante años, habían arrendado
las tierras eclesiásticas y usado de campo de batalla para
sus guerras intestinas, subyugando a sus súbditos de la
Romagna, sobre quienes Alejandro tenía
supremacía.
Con respecto a las acusaciones tan generalmente
creídas, sobre relaciones incestuosas entre Alejandro y su
propia hija… no debería ser muy difícil probar su
improbabilidad. En segundo lugar, los vicios de Alejandro fueron
acompañados, cuando no compensados, por sus muchas
virtudes."
Aquellos que pueden comprender la sensibilidad de
Alejandro hacia los encantos femeninos no pueden arrojar piedras
para sepultar sus pecados amorosos. Sus desviaciones no fueron
más escandalosas que aquellas de Aeneas Sylvius, quien tan
buena reputación tuvo con los historiadores, o las de
Julio II, al que el tiempo perdonó. No se escribió
tanto sobre el apoyo que prestaron ambos papas a sus familias,
pero sin duda lo hicieron. Lo cierto es que la Historia hubiera
sido pintada de otro color si la
Italia renacentista hubiera permitido el matrimonio de sus
sacerdotes como sí lo hizo más adelante la Alemania
protestante y la Inglaterra
anglicana, sus pecados no fueron contra la naturaleza humana
sino contra el voto de castidad, el celibato rechazado por la
mitad de la Cristiandad.
Para juzgar el papel
desempeñado por Alejandro en cuestiones políticas
debemos distinguir entre sus propósitos y sus
métodos. La meta era
completamente legítima—recobrar el "Patrimonio de
Pedro", que comprendía esencialmente el antiguo Latium, de
los Barones feudales, tomando de los déspotas usurpadores
aquello que tradicionalmente había sido los Estados de la
Iglesia. Los métodos utilizados por Alejandro y su hijo
Cesar eran usados por todos los estados conocidos—guerra,
diplomacia, violación de tratados,
deserción de aliados, traiciones etc. Cualquiera que fuera
el peligro que corrió la Iglesia Católica al ser
dominada por fuerzas temporales, ganó en
compensación aquellos territorios de desde largo tiempo le
pertenecían. Quizás nuestras mentes actuales
piensen que la Iglesia debería volver a sus principios y
estar en las manos pescadores galileos sin más voto que el
de la pobreza y
obediencia a Dios, pero en el mundo de intrigas en el que se
movía la Iglesia tenía necesidad de un hombre
fuerte y dominante: ganó un reino, perdió a la
mitad de sus creyentes. La Reforma identificó los pecados
de una Iglesia arruinada moralmente con la necesidad de cambiar
aquello que más la alejaba de Dios, el Ser Supremo al que
sirve.
Quizás fuera este el legado que dejara Alejandro
VI, sin embargo no fue este Papa el único que
contribuyó a la pobreza de
principios de la Iglesia.
Csar Borgia se recuperó lentamente de la
enfermedad que había matado a su padre. Mientras los
médicos le sangraban las tropas de los Colonna y Orsini
rápidamente recuperaban castillos y fortalezas perdidas y
los señores depuestos de la Romagna, animados por Venecia,
reclamaron sus antiguas tierras.
Pío III fue elegido para suceder al difunto
Borgia el 22 de septiembre de 1503, un hombre íntegro,
sobrino de Aeneas Sylvius, padre de una gran familia y de sesenta
y cuatro años de edad. Su amistad con Cesar
permitió a este regresar a Roma, sin embargo, el 18 de
octubre Pío II murió.
Cesar no pudo evitar que su máximo enemigo, el
Cardenal della Rovere, fuera escogido Papa el 31 de octubre de
1503 y coronado el 26 de noviembre. El fin del general estaba
próximo, traicionado por Gonzalo de Córdoba, bajo
órdenes de Fernando el Católico, Cesar fue enviado
a España donde fue confinado en una prisión. Julio
II temía una guerra civil
en Italia, y apoyado por el rey español, se ocupo de aquel
que podía acaudillar el fin del nuevo Papa no regresara a
Italia. Recuperó su libertad en la
Corte de Navarra, donde murió el 12 de marzo de 1507
luchado fieramente, sólo y desertado.
Lucrezia pudo descansar por fin en Ferrara, lejos de las
habladurías y las falsas acusaciones, respetada y
admirada. En Ferrara intentó olvidar todos los horrores y
tribulaciones del pasado. Ariosto, Tebaldeo, Bembo, Tito y Ercole
Stonzzi la alabaron a través de sus versos. Brindó
a su tercer marido cuatro niños y una niña y
continuó su educación aprendiendo varios idiomas.
Su marido la dejaba a cargo como regente en su ausencia,
cumpliendo con sus obligaciones
con tan buen juicio que sus súbditos se inclinaron a
perdonar a Alejandro por haberla dejado en alguna ocasión
encargada del Vaticano. En los últimos años de su
vida se dedicó a educar a sus hijos y atender a su
respetado marido, pero también encontró tiempo para
la solidaridad,
empleándose en trabajos caritativos.
El 24 de junio de 1519, a los treinta y nueve
años de edad, moría Lucrezia como consecuencia de
su séptimo parto.
Will Durant; The story of Civilization,
tomo V
Gustavo Sacerdote; Cesare Borgia: La sua vita,
la sua famiglia, i suoi tempi. Milán 1950
Eugenio Garín y otros; El Hombre del
Renacimiento. Madrid 1990
María Pilar Perez Cantó y Esperanza
Mó Romero; De Reinos a Repúblicas.
Madrid 1998
Cambrige Modern History, Nueva York
1907
M.B. Bennassar/ J. Jacquart/ F. Lebrun/ M. Denis/
N.Blayau ; Historia moderna. Akal Textos
Juan Antonio Vallejo Nájera; Perfiles
Humanos. Editorial Planeta
Maquiavelo; El Príncipe. Alianza
editorial.
Autor:
Belén Suárez de Lezo
Cultura
Católica y cultura Protestante
3º HISTORIA