2. Principios
Bioéticos
3. Principio de la Autonomía o el
respeto de las personas
4. Principio de la
Beneficencia
5. Principio de la
Justicia
6. Desarrollo tecnologico y
problemas bioeticos de la tecnologia medica
7.
Conclusiones
8. Revision
Bibliografica
9.
Resumen
1. Bioetica: surgimiento y
desarrollo
En 1970, el oncólogo norteamericano V.R.Potter,
estableció por vez primera el término bioética
con la intención de dar a entender una forma de
acción para la sobrevida y, simultáneamente para un
mejor vivir en un medio natural desarrollado gracias al progreso.
Como es de suponer, este término ha sido objeto de
múltiples definiciones de entonces acá, existiendo
en la actualidad múltiples controversias acerca de una
cabal significación del mismo.1
En el contexto de las ciencias
biológicas, la bioética resulta muy similar al
cuestionamiento moral que
surgió después de la segunda guerra
mundial ante la perspectiva de las potentes y terribles
armas
nucleares, capaces de destruir la humanidad, en cuanto a los
límites que la sociedad
debía, en definitiva imponer al desarrollo de
la ciencia en
su proyección tecnológica. Así mismo, el
interés
en este campo se ha intensificado considerablemente desde que se
descifro el código genético humano y se plantearon
nuevas posibilidades y surgieron nuevas perspectivas de
manipulación científica de la naturaleza.
Dentro del vasto campo de la bioética caben cuestiones tan
diversas como la liberación en el medio ambiente
de compuestos basados en la tecnología del ADN recombinante,
las ciencias biomédicas y la guerra, las
investigaciones sobre y con niños, la
ética
sexual, el suicidio, la
política
del control
obligatorio de la natalidad y la deshumanización e
institucionalización de la
atención.7
La Bioética no se la debe limitar solamente al
ejercicio de la medicina, de su
práctica en el contexto más amplio, sino
ésta debe pretender encontrar todas aquellas vías
que expliquen la relación más acabada y completa
existente entre el ser humano y las denominadas ciencias de
la
salud. Sin dejar de ser una potente herramienta moral,
cuyo uno de sus objetivos es
encontrar el nuevo marco racional y creativo que sustenta a cada
nuevo avance en el
conocimiento, científico debe ser capaz, al mismo
tiempo, de
integrar tales avances al quehacer médico diario, para el
bien y en aras de la conservación de la vida.
La Bioética se la puede considerar surgida como
en un intento por profundizar en la necesaria búsqueda de
la verdad, de todo aquello relacionado con el bien integral del
paciente, es decir con las esferas psicológicas,
biológicas y social de éste y así
posibilitar la potenciación y expresión, con la
mayor fuerza posible
de todos los elementos de la persona.
La Bioética toma y considera al ser humano en su
relación estrecha con sus factores ambientales, como
naturaleza, cultura,
religión,
política y sociedad, entre otros. Su campo es mucho
más amplio y, sobre todo más interdisciplinario que
el de la ética biomédica, la cual se circunscribe
más a los temas relacionados con los pacientes y el
personal de la
salud que los
atiende.1
La Bioética no es sólo un código de
derechos y
obligaciones,
sino una imprescindible herramienta que posibilita la ayuda a
nuestros semejantes a realizarse a plenitud como personas, sobre
la base de las leyes que rigen
el movimiento y
desarrollo de las ciencias de la salud, que guíen a la
persona y la conduzcan al enfrentamiento de la posibilidad
técnica con la licitura
ética.8
En el horizonte bioético la regulación en
virtud de las prescripciones interdisciplinarias del comportamiento
racionable y humano en lo concerniente a la investigación, a las terapéuticas y
a las aplicaciones de las biotecnologías, es la norma. En
él se va mucho más allá del conjunto de
normas
jurídicas que ordenan a los ciudadanos y a la sociedad y,
más allá aún de todas aquellas
deontologías que definen, en su esencia, los principios y
normas de la buena conducta entre
los médicos y los pacientes.8
La bioética, en un sentido operativo, se presenta
como un laboratorio
experimental de la ética en el campo de la vida y por lo
tanto comprende una metabioética racional de principios y
una bioética normativa, dirigida específicamente
hacia la praxis. En ella la racionalidad científica
encuentra su debido lugar en nombre de la objetividad al tiempo
que la sugestividad, la tradición, la moral y los
sentimientos resultan, por si solos incapaces de fundamentarla y,
mucho menos, establecerlas.1
El avance tecnológico y científico de
nuestros tiempos, sin lugar a dudas, le ha proporcionado al ser
humano la posibilidad de intervenir sobre otros seres y sobre su
medio, lo cual ha producido modificaciones esenciales, profundas
y de un efecto aún no conocido hasta el presente en
el
campo científico y en el momento actual, de gran
expansión tecnológica, no se puede preveer
cuáles serán los limites de esas
modificaciones; de aquí, que desde la introducción
de la tecnología en la asistencia médica, en
sentido general, se haya determinado el surgimiento de numerosos
problemas
jurídicos, éticos, morales y sociales que
estimularon, en su momento, la creación de Comités
de Etica interdisciplinarios encargados de introducir y hacer
cumplir principios de moderación y de prudencia en
indicaciones éticas, en lugar de las morales juzgadas
anticuadas; es decir, se convirtieron en motores
impulsores del desarrollo, indetenible, de la
bioética.9
En una ocasión Mc Farlane Burnet, premio Nobel de
medicina en 1952 expresó: "El propósito
de
la medicina en el más amplio de los sentidos, es
proporcionar a cada ser humano, desde el momento de su
concesión hasta su muerte, salud,
en toda su magnitud y la expectativa de vida que le permitan su
constitución genética y
los accidentes
implicados en el vivir" 10 y en consecuencia con este
magnifico planteamiento la Bioética ha de hacer lo posible
por respetar escrupulosamente y, al mismo tiempo, la
autonomía, la beneficencia y la justicia del
individuo. Está obligada a ello aunque en la
práctica resulte muy difícil y a veces
rigurosamente imposible. Ella obliga a extremar las precauciones
y fundamentar del modo más estricto los posibles criterios
de decisión con independencia
de la urgencia de los problemas concretos y
cotidianos.
En el surgimiento y desarrollo de la bioética
están presentes, vigentes y palpitantes todas aquellas
cuestiones que son tan graves como para que intervengan en la
definición y duración de la vida de los individuos
y las sociedades,
como sucede con frecuencia en medicina; entonces, más que
nunca antes es preciso aguzar la racionalidad al máximo y
dedicar todo el tiempo necesario a los problemas de
fundamentación.
En el devenir de los muchos siglos en que
prevaleció la filosofía griega del orden natural,
que pronto cristianizaron los teólogos, la entonces
llamada ética médica la hicieron los moralistas y
la aplicaron, en definitiva, los confesores. En estos tiempos, al
médico se le suministraba todo hecho pidiéndole o
exigiéndole que simple y llanamente lo cumpliera,
así mismo tampoco se comprendía muy bien que los
casos concretos, de esencia definida, pudieran ser la causa o
provocar conflictos
graves, sustantivos, ya que una vez establecidos los denominados
principios generales, de carácter inmutable, lo
único que podían cambiar eran las circunstancias;
dicho con
otras palabras: a lo largo de todos esos siglos de
regencia filosófica griega no existió una verdadera
ética médica, si por ella entendemos la moral
autónoma de los médicos y los enfermos;
existió otra cosa, la concesión aristotélica
principista heteronómica, que muy bien pudiera denominarse
ética de la medicina. Todo esto explica porqué los
médicos no han sido por lo general ni muy duchos y, mucho
menos competentes, en cuestiones de ética, la cual
quedó reducida a una actividad propia del ámbito de
los ascético y de etiqueta. 11
En la actualidad el panorama que se percibe es muy
diferente al descrito. Estamos inmersos en una sociedad en que
todos sus miembros integrantes son, mientras no se compruebe lo
contrario, agentes morales autónomos, con criterios
bastantes diferentes sobre que es lo bueno y lo que es
malo, con una relación médica que, por
tratarse de una relación interpersonal, puede ser no ya
accidentalmente conflictiva, sino esencialmente de esa
naturaleza.1
Así mismo, el conflicto sube
de grado y se profundiza si se toma en consideración que
en la relación sanitaria pueden intervenir, además
del médico y el paciente, la enfermera, la dirección de la unidad asistencial de que
se trate, la seguridad
social, la familia,
autoridades competentes, entre otros factores. Todos estos
agentes de la relación médico-paciente pueden
reducirse al final a tres: el médico, el enfermo y la
sociedad, cada uno de ellos con una significación moral
específica. Así el enfermo actúa guiado por
el principio moral de autonomía; el médico,
por el de beneficencia y la sociedad por el de
justicia. De forma natural, la familia se
proyecta en relación al enfermo por el principio de
beneficencia y en este sentido actúa desde el punto de
vista moral, de una forma muy parecida a la del médico, en
tanto que la dirección de la unidad asistencial, los
gestores del seguro de
enfermedad (de existir éste) y las autoridades
competentes, tendrán que mirar y preocuparse, sobre todo,
por salvaguardar el principio de justicia. Esto pone en
evidencia, de manera irrefutable, que en la relación
médico-enfermo están siempre presente,
interactuando entre sí, si se quiere de forma
dialéctica y necesaria, esas tres dimensiones: la de
autonomía, beneficencia y justicia, y que es bueno que
así sea 1,4. Así las cosas, si el
médico y la familia se pasarán o intercambiaran con
armas y bagajes de la beneficencia a la justicia, sin lugar a
dudas la relación sanitaria sufriría de modo
irremisible, como sucedería también si el enfermo
renunciara a actuar como sujeto moral autónomo. Una vez
más: los tres factores son esenciales, lo cual no
significa que siempre hayan de resultar complementarios entre
sí, pudiendo en ocasiones resultar conflictivos; por
ejemplo no siempre es posible respetar por completo la
autonomía sin que sufra la beneficencia y respetar esta
sin que se resienta la justicia. Esto pone en evidencia la
necesidad
de tener siempre presente los tres principios ponderados
de manera adecuada en cada situación
concreta.4,11-13
3. Principio de la
Autonomía o el respeto de las
personas
En este principio se toma en consideración, por
lo menos, dos vertientes ético-morales fundamentales:
14
- El respeto por la autonomía del individuo, que
se sustenta, esencialmente, en el respeto de la capacidad que
tienen las personas para su autodeterminación en
relación con las determinadas opciones individuales de
que disponen. - Protección de los individuos con deficiencias
o disminución de su autonomía en el que se
plantea y exige que todas aquellas personas que sean
vulnerables o dependientes resulten debidamente protegidas
contra cualquier intención de daño o abuso por
otras partes.
La aparición y puesta en práctica del
principio de autonomía ha influido profundamente en el
desarrollo de la bioética, tanto desde el punto de vista
sociopolítico como legal y moral. El mismo a cambiado
indiscutiblemente el centro de la toma de
decisiones del médico al paciente y a su vez a
reorientado la relación del médico con el enfermo
hacia un acto mucho más abierto y más profundamente
franco, en el que se respeta y toma como centro de referencia la
dignidad del paciente como persona.4,15 En la
actualidad se plantea que el auge del principio de la
autonomía en la práctica biomédica ha
protegido a los enfermos contra las flagrantes violaciones de su
autonomía e integridad que en el pasado, por simples
razones éticas eran tan ampliamente aceptadas como
permisibles.
No obstante, lo planteado el principio bioético
de autonomía, como es de suponer, no resulta lo
suficientemente fuerte, no basta para garantizar el respeto a las
personas en las transacciones y hechos médicos en los
cuales éstas puedan verse involucradas con todos los
matices y significados que ello entraña. Al respecto del
fundamento de las relaciones médicas, el concepto de
integridad es más rico y fundamental. El mismo está
más estrechamente ligado a lo que significa esencialmente
el ser humano completo en sus aspecto psicológicos,
biológicos y espiritual. Este concepto resulta más
exigente y difícil de captar en un contexto legal o en lo
relativo a los llamados procedimientos de
consentimiento informado. En definitiva la autonomía
depende de la preservación de la integridad de las
personas, y tanto una como la otra dependen de
la integridad del médico, pudiéndose
asegurar que la integridad sin conocimiento
es débil e inútil y el conocimiento sin integridad
es peligroso y temible.15
4. Principio de la
Beneficencia
La esencia de este principio consiste en la
obligación ética de aumentar, tanto como ello sea
posible, los beneficios y reducir al mínimo los
daños y prejuicios que el individuo pueda
recibir.
El ejercicio de la medicina está orientado por
principios éticos que tienen sus raíces en
conceptos filosóficos, el no causar daños y hacer
el bien al paciente. En la mayoría de los textos
clásicos de medicina también se establecen
limitaciones, claras y precisas, en cuanto al empleo de los
conocimientos médicos para determinados objetivos. Los
actos como la eutanasia,
como el
aborto, la tortura, el ejercicio del poder o
incluso la manipulación de las personas por medio de una
intervención médica completa pueden ser excluidas
de la práctica, no sólo idónea sino
también hábil de la medicina por esas restricciones
de la conducta profesional. Es un hecho de tradición que
tanto la ética como la pericia se aúnen en el campo
de la medicina; no obstante ello debe recordarse que la
ética sin la debida pericia nunca puede resultar eficaz
pero que la pericia, por muy grande que esta sea sin la
correspondiente dosis de ética nunca redundará en
beneficio del paciente.11
Del principio bioético de la beneficencia se
derivan normas que exigen el establecimiento de los riesgos de la
investigación, que éstos sean del todo razonables,
tomando en consideración los beneficios que se esperan
obtener, que la concepción de la investigación que
se pretende realizar sea sensata y atinada y que los
investigadores que habrán de intervenir en la misma tengan
el grado de idoneidad requerido para llevar a cabo debidamente
sus tareas, al tiempo que salvaguarden el bienestar de los
sujetos de la investigación. 14
Cuando se trata del cuidado de los enfermos, nunca debe
ser olvidado el ambiente
cargado de valores de
todo tipo en que se realiza o ejecuta la intervención
médica de que se trate. Es por esta simple y llana
razón que deben ser elaboradas listas de
verificación de datos no
científicos con el objeto de abordar como es debido las
cuestiones personales y el conocimiento de aquellos valores que
resultan imprescindibles para el establecimiento de una correcta
relación médico-paciente y determinar, en
definitiva, lo que es mejor para el
mismo.12,13
La intervención médica no se puede basar
única y exclusivamente en datos científicos, por la
compleja naturaleza de la explicación médica en
sí, por la incertidumbre inherente al diagnóstico y al pronóstico y, sobre
todo, porque la ética de la medicina es, en primera y
última instancia, tratar al paciente como un todo y no lo
síntomas o enfermedades aislados. Nunca
debe olvidarse que los conceptos de salud, bienestar objetivo y
subjetivo y felicidad, al igual que sus opuestos, son mucho
más inclusivos y dicen mucho más de la realidad
objetiva del individuo que los datos de él obtenidos en el
laboratorio.2
Implícitamente contenida en la letra del
principio bioético de la beneficencia está la
prohibición de infligir deliberadamente daños a
otras personas. Esta importante y trascendental aspecto de la
beneficencia se expresa a veces, por algunos autores e
investigadores en este campo, como un
principio separado de la Bioética, al cual se le
ha dado la denominación de principio de la
no-maleficencia, o lo que es lo mismo, no ocasionar daño
alguno.
Este principio se sustenta en la obligación
ética de dar a cada una de las personas lo que
verdaderamente necesita o corresponde, en consecuencia con lo que
se considera correcto y apropiado desde el punto de vista
moral.14 La aplicación consecuente de este
principio puede suscitar el surgimiento de problemas
éticos, que últimamente se presentan con gran
frecuencia en la práctica médica y que están
en relación directa con los adelantos tecnológicos
de carácter diagnóstico y terapéutico. El
alto costo de estos
recursos obliga,
la más de las veces, a utilizarlos de manera selectiva y
es entonces cuando surge el conflicto de decidir quiénes
deben beneficiarse de ellos y quiénes no. Además,
también en los últimos años se han
incrementado y arreciado las críticas por el indebido uso
de esas tecnologías y las repercusiones negativas que ello
puede tener entre los costos y los
beneficios obtenidos.9,16 Es indudablemente una
desgracia que su empleo tienda a aumentar de manera sostenida, en
forma indiscriminada y, como resultado, se encarezca
significativamente la atención de salud, lo cual reduce el
número de personas que reciben lo correcto y apropiado en
un momento determinado. El principio bioético de justicia
para todos le permite al médico que este pueda distinguir
entre sus obligaciones médicas como profesional de sus
deberes cívicos como ciudadano.
En la ética de las investigaciones con seres
humanos el principio de la justicia se refiere principalmente al
concepto de la llamada justicia distributiva, el cual establece
una distribución equitativa de las cargas y de
los beneficios de la participación en las investigaciones
realizadas, aceptándose diferencias en tales
distribuciones si las mismas se basan en distinciones moralmente
pertinentes entre las personas, como puede ser la de la
vulnerabilidad que no es más que la incapacidad de
proteger los propios intereses debido a impedimentos tales como
la falta de capacidad para prestar un consentimiento informado o
la ausencia de alternativas lógicas para recibir una
atención médica de calidad o
satisfacer otras necesidades psicológicas,
biológicas o
espirituales, ser menor de edad o un miembro subordinado
dentro de un grupo
jerárquico, todo lo cual conlleva definir las medidas
especiales que habrán de tomarse para la protección
adecuada y correcta de los derechos y el bienestar de la personas
vulnerables. 14
La solidaridad
humana exige que se preste asistencia y se proteja del
sufrimiento al prójimo aún cuando existan profundas
diferencias ideológicas, religiosas o de cualquier otro
tipo entre los individuos, lo cual pudiera muy bien ser o
constituir un punto más de apoyo o sustentación del
principio bioético de la justicia.
Página siguiente |