- Entra Sor Maripili
- La
anorexia - Adiós a la
rutina… - El campo de Licey al
Medio - Las insidias del
destino - Bibliografía
Yolanda tenía cinco otras hermanas, cuando, finalmente,
llegara al mundo en la región de la Vega Real, a fines de
la Segunda Guerra
Mundial.
Su nacimiento como la última de las hijas del matrimonio de sus
padres coincidió con el nacimiento de otro retoño,
el único varón, e hijo ilegítimo a don
José Aurelio Cepeda — el papá, y de doña
Pura Eulalia Mendoza, la depresiva, mamá — El
varón, también le "nació" a doña
Pura, porque ésta, para disfrazar sus sentimientos de
resentimiento y para acallar las lenguas
viperinas lo recibió en su casa, haciéndolo uno
más de los "sobrinos" (eufemismo asignado a los hijos
callejeros de varios de sus hermanos) que con los Cepeda
convivieran.
"Lalanda" — fue el apodo dado a Yolanda, debido a que la
pronunciación de su propio nombre le era manifiestamente
confusa, cuando era muy pequeñita. La niña, por su
parte, con todo lo del impedimento, podía, sin titubeos,
pronunciar el nombre de su hermanito Horacio, a quien todos
llamarían Jesús — y que, cuando el párroco
local protestara por el uso blasfemo del nombre del Redentor, se
convertiría en "Niño".
"Yo", "Yoli", "Lalanda" — toda una profusión de
apodos, que se resolverían a los 11 años cuando la
chiquilla fue internada en un colegio de monjas en el Santo
Cerro, donde ella demandó que la conocieran como
"José" —- "así es el segundo de mi nombres, en
honor a mi papi…" Y, así fue.
El nombre que, a menudo nos dan, nos sella el destino
De hábito marcadamente masculino, José pronto
adquirió la reputación, entre sus compañeras
de escuela de ser un
marimacho. Cualidad que, a su vez, la distinguiera en los
deportes, por ser
singularmente agresiva.
Marimacho y agresiva, vulgar y boca sucia, rodeada de hembras,
José era una persona feliz.
Hasta un día…
Entra Sor Maripili
Siendo delgada y de hábitos de comer escuetos,
José (así seguiremos llamando a Yolanda) no tuvo su
primer período menstrual hasta que celebrara sus trece
años. Cuando la Naturaleza
"llamó", lo hizo inconsideradamente. La presencia de
sangre en sus
ropas, mientras asistía a misa, llenó la
sorprendida joven de asco y la colmó de sentimientos de
furia — porque nunca había querido ser mujer — ahora
tenía que "cuidarse mucho de los varones", le
advirtió su monja favorita, la seductiva y manoseadora Sor
Maripili Acuña.
Maripili informó a José que, en su lugar de
origen, Segovia, las niñas ayunaban en la manera de Santa
Teresa de Jesús, evitando la llegada de los aborrecidos
períodos — así es como empezó la anorexia de
José.
La anorexia
José no tenía acceso a una balanza y no
podía confirmar que, lo que todas las alumnas del colegio
y las maestros le dijeran, fuera verdad: que estaba
enflaqueciendo demasiado.
Una mañana, le ordenaron que se vistiera con sus ropas
mejores, que muy flojas le quedaran, y la llevaron a la Vega a
consultar al Dr. Pepe Morillo.
El famoso galeno pensó que José sufría de
parásitos, de una forma "discreta de la tisis y de
algún fallo de la tiroides" — ¡Tantos malestares
juntos! — pero es mejor cubrirse con todo para no quedar mal
— así se pensaba entonces, y así algunos
todavía lo hacen.
Reposo en cama, enemas yodados, vitaminas,
hierro,
tónicos para estimular el apetito, y más que nada,
comer mucha carne — eso recetó el ilustre don Pepe.
¡Horror! Pensó José… ¡Nunca
lo haré!… ¡NUNCA!
Sor Maripili, mientras tanto, para asistir a su amiga,
solicitó y obtuvo permiso de la Madre Superior para
hacerse cargo de la enferma.
Por las noches, la dedicada monja rezaba el rosario junto a la
niña desmejorada a quien leía aspectos de las vidas
de tantas de las santas que abjuraron los placeres de la comida
para tener una experiencia de mayor intimidad con nuestro
Salvador.
Santa Teresa de Jesús, se convirtió en el
modelo de
ascetismo que José desearía, más que nada en
este mundo, imitar.
La cadencia rítmica de la voz de Sor Maripili invitaba
el sopor, cayendo rendida por el sueño, mientras
repetía:
"Nada te turbe, nada te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta."
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