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Mato Grosso: el frente olvidado de la Guerra del Paraguay (página 2)



Partes: 1, 2

El
imaginario de una guerra

Sin embargo nada fue rápido en esa guerra. Cinco
años y medio, desde diciembre de 1864 a marzo de 1870,
imprimieron a la Guerra del Paraguay
características específicas que impiden
categorizarla en comunión a las empresas
bélicas predominantes en los siglos anteriores. Y no solo
por su duración. Fue un conflicto de
inmediata repercusión mundial, dada la magnitud
geográfica de los participantes y la puesta en marcha por
parte de estos de un esfuerzo militar que comprometió
todos sus recursos
humanos, políticos y financieros, concientes de la
trascendencia que para el desarrollo de
su historia
posterior tendría el resultado de las acciones
bélicas.

En ese sentido la Guerra del Paraguay es equiparable
solamente en el siglo XIX a la Guerra de Secesión
estadounidense. Ambas entran en el concepto moderno
de "guerra total" al movilizar directa o indirectamente a la
sociedad en su
conjunto. Los dos conflictos
fueron un formidable campo de experimentación en
armamentos, logística, conducción, sanidad,
comunicaciones, etc. En ambos se aplicaron
experiencias aprendidas en precedentes contiendas, especialmente
en la Guerra de Crimea. No en vano la prensa mundial
denominó (exageradamente) a la fortaleza de Humaitá
como la Sebastopol paraguaya en recuerdo al inexpugnable
bastión ruso. También en ambas guerras
quedó claro que por su carácter "total" y de larga
duración, detrás del ejército combatiente
debía funcionar otro en la retaguardia que le otorgara al
primero operatividad y continuidad en su poder de fuego
a través de una afiatada logística. Dato no menor
en el desarrollo de ambos conflictos es la falencia
logística de quienes finalmente resultaron vencidos: la
Confederación Sudista y la República del
Paraguay.

Todos estos ingredientes convirtieron a la Guerra del
Paraguay en una permanente fuente de interés
cuyos episodios eran reproducidos con mayor o menor grado de
fidelidad por la prensa mundial. Inmediata sucesora
cronológica de la Guerra de Secesión, la Guerra del
Paraguay suplió en los grandes diarios europeos a aquella,
con información variopinta que alternaba la
veracidad con la fabulación, el comentario simplista con
el análisis de enjundia.

Esta visibilidad mundial contemporánea a los
hechos tuvo una consecuencia que llega a nuestros días.
Para la mayoría de nuestros contemporáneos la
Guerra del Paraguay "es" determinados escenarios,
canonizados a lo largo del tiempo como
los únicos lugares de ocurrencia de la misma. Así
en nuestra comprensión de hechos ocurridos siglo y medio
atrás, las imágenes
de los mismos vuelven recurrentes sobre las misma
geografías: seguimos los avances iniciales de los
ejércitos de Francisco Solano López por Corrientes
y por Río Grande do Sul, nos replegamos con ellos a la
confluencia de los ríos Paraná y Paraguay y la
línea de defensa construida para formar lo que la historia
con geométrico sentido común denominó
Cuadrilátero, el lugar de las grandes batallas
(Curuzú, Tuyutí y Curupaytí) y las grandes
inacciones. Luego de casi dos años de estas
últimas, forzamos el paso del río con la escuadra
brasileña en Humaitá, y asistimos primero a la
caída de Asunción y luego a los últimos
combates en los que la diferencia de poder de fuego entre los
contendientes transformaron a los mismos en una serie de matanzas
asimétricas que culminan en la cacería final de
Cerro Corá.

Hubo sin embargo otro escenario, menor y
periférico sin dudas, hoy casi olvidado en el imaginario
popular de la guerra, que tuvo su propia dinámica por casi cuatro años. Ese
escenario fue el frente del Mato Grosso.

Una
lejana provincia bandeirante

Las incursiones bandeirantes que en los siglos XVII y
XVIII se aventuraron desde su base paulista hacia el poniente en
busca de oro y
diamantes, dieron origen en el siglo XIX a la provincia mas
alejada en términos geopolíticos del Imperio del
Brasil.
Situada longitudinalmente entre la selva amazónica y el
gran pantanal de llanuras permanentemente inundadas, la meseta de
tierras altas físicamente denominada Planalto del Mato
Grosso, se constituyó pasada la fiebre
aurífera en el centro de una economía pastoril que
ocupó gradualmente el espacio a partir del avance de los
establecimientos ganaderos y las pequeñas villas y
ciudades que viabilizaban el comercio y la
circulación. Hacia 1850 Matto Grosso era una inmensa
provincia casi despoblada, un ariete de penetración del
Imperio hacia el interior que por irónica paradoja de la
desaforada geografía
sudamericana encontraba su comunicación con los centros de poder
brasileños a través de una ruta fluvial que
discurría por territorio extranjero. De Río de
Janeiro o San Pablo la única forma práctica de
llegar a Cuiabá, capital de la
alejada provincia, era remontar a partir del estuario del Plata,
los ríos Paraná y Paraguay. Esto tornaba
potencialmente explosiva la relación del Imperio con los
países situados en las márgenes de esos cursos de
agua. En
especial con el Estado
Paraguayo. Ambas naciones reivindicaban como propio el territorio
situado entre los ríos Blanco y Apa, espacio
geográfico que deslindaba el sur del Mato Grosso con el
norte guaraní. Cada uno de los gobiernos exhibía
sus propios títulos sobre la zona, interpretando
discrecional y arbitrariamente a su modo los tratados
suscriptos en el siglo anterior entre las coronas de Portugal y
España.
El Imperio había tomado en los hechos la iniciativa de
ocupación efectiva al establecer en años recientes
pese a las protestas paraguayas, colonias militares en los lindes
de las tierras en litigio. Lo cual había originado
continuos incidentes y escaramuzas, que si bien menores y
localizados, mantenían en tensión permanente a la
frontera.

Por otra parte el territorio en conflicto
producía yerba mate. La disputa era entonces
también por los mercados de
consumo de la
misma. Paraguay tenía claro que la ampliación de
sus exportaciones de
yerba mate debía darse necesariamente a costa de eliminar
la competencia de
los yerbales brasileños. El avance territorial sobre la
zona de cultivo de Mato Grosso debía compensar
necesariamente la depresión
del precio por la
sobreproducción reinante.

Consecuencia de todo ello es el hecho que en la
década de 1850 se asistió a un endurecimiento en
las relaciones bilaterales, fricciones estas exteriorizadas en
los permanentes obstáculos que el presidente paraguayo
Carlos Antonio López puso a la navegación de los
navíos brasileños hacia Mato Grosso, supeditando el
libre paso de las naves imperiales a la firma de un tratado de
límites
acorde a las aspiraciones guaraníes.

El Imperio actúo con prudencia, articulando
medidas militares (que luego se evidenciarían como
insuficientes) con movimientos diplomáticos. Se
llegó entonces a una especie de status quo que por
espacio de un lustro permitió una tensa convivencia que
superó incluso el liminar año 1862 en el que en
Paraguay la muerte del
presidente vitalicio López elevó a protagonismo de
gobernante igualmente vitalicio a su hijo Francisco Solano; en el
Imperio del Brasil el gabinete conservador fue reemplazo por otro
de tinte liberal; y dato no menor, surgió un tercer
estado con
afilado apetito para intentar obtener tajada en el entuerto
aprovechando las fintas belicosas entre los otros dos: la
República Argentina, entendiendo por tal a la
burguesía mercantil porteña liderada por el joven y
antiguo artillero de Montevideo, La Paz y Santiago de Chile,
Bartolomé Mitre, que emergía presidente al frente
de una estructura
política
administrativa centralizada, aunque duramente cuestionado por las
oligarquías y élites regionales.

En esa ambigua situación enmarcada en un
explosivo contexto regional, permitiendo el mantenimiento
de un status quo de hecho que no de derecho, ganaban
brasileños y paraguayos. Pero era una solución de
circunstancia a la que los acontecimientos de 1864 pusieron
rápido fin. Los sucesos de la República Oriental
del Uruguay, no
solamente sirvieron de catalizadores de una guerra deseada por
todos los estados participantes como ya con precedencia en este
trabajo hemos
visto. También permitieron contingentemente que el larvado
conflicto de límites sostenido a lo largo de
décadas por ambos países tuviera un rápido
desenlace manu militari a favor del
Paraguay…aparentemente.

Captura
del Marqués de Olinda e inteligencia
previa

En esos años de tensa calma que precedieron a la
tempestad, ciertas voces lúcidas en el Brasil
habían llamado la atención sobre la falta de
preparación militar y la indefensión en que se
hallaban tanto Río Grande do Sul como en modo especial
Matto Grosso, donde las exiguas tropas destacadas carecían
hasta de cuarteles. El gabinete liberal escuchó y
actuó: armas y
pertrechos fueron enviados a Mato Grosso… pero sin
destinar la tropa necesaria para utilizarlos. La inmensa
provincia no contaba siquiera con un millar de soldados para
enfrentar a una posible invasión de un enemigo que
disponía (por lo menos sobre el papel) con decenas de
millares de efectivos.

El gabinete liberal tomó también algunas
otras medidas de carácter logístico y
político. Entre ellas se contaba la subvención
apenas encubierta de la Compañía de
Navegación a Vapor del Alto Uruguay
que
permitía mantener una línea fluvial regular entre
Montevideo y Cuiabá, la capital matogrossense.

Una de las naves de la Compañía, el
Marqués de Olinda, llegó el 11 de noviembre
de 1864 a Asunción. La capital paraguaya hervía
desde hacía un mes y medio atrás en rumores sobre
la consumación finalmente de la intervención
brasileña en el Uruguay, con el cruce de la frontera del
ejército imperial en carácter de decisivo brazo
auxiliar de los colorados en su guerra civil con los blancos.
Pese a tal intervención que culminaba un año de
tensiones, el Imperio no le había declarado la guerra a
Paraguay aunque Francisco Solano López fingía que
así había sido, a sabiendas que tal suceso no
había ocurrido. Es más, durante esas semanas el
representante blanco oriental en Asunción había
tratado infructuosamente que el dictador López cumpliera
su promesa de ayuda a Montevideo, negándose este bajo el
curialesco argumento de que la entrada del ejército
imperial al Uruguay "no tenía carácter
oficial".

En esa circunstancia López ordenó la
captura del Marqués de Olinda, que tras haberse
reabastecido en el puerto asunceño navegaba ya aguas
arribas rumbo a Mato Grosso. El vapor llevaba en su pasaje al
nuevo Presidente de esa provincia, Carneiro de Campos. Tanto este
como los oficiales del barco fueron hechos prisioneros hasta el
final de la guerra (al menos los que tuvieron la suerte de
sobrevivir a los malos tratos que les prodigaron los paraguayos).
La marinería en cambio fue
trasladada liberada a Buenos Aires (un
generoso rasgo humanitario que los paraguayos no
repetirían a lo largo de la guerra).

El casus belis se había consumado y sendas
cartas
enviadas por los flamantes beligerantes vía país
neutral (entonces la Argentina) confirmaron el estado de guerra
existente.

La invasión al Mato Grosso había sido
cuidadosamente planeada por el gobierno
guaraní, habiendo recogido este en los años
precedentes valiosa información sobre el territorio a
ocupar por medio del espionaje. En 1862 una patrulla paraguaya
recorrió sin ser interceptada el distrito de Miranda. Poco
después un oficial enviado por Asunción en aparente
misión
de buena voluntad fue recibido por las autoridades
brasileñas de Corumbá y Dourados, sin que estos se
percataran de la verdadera finalidad del visitante que no era
otra que la de recabar información acerca del estado de
las defensas imperiales en esos puntos. La situación
militar brasileña en la zona también era conocida
en Asunción por fuentes tan
diversas como los dudosos informes de
soldados desertores del fuerte de Coimbra, o la mas precisa que
proporcionó en 1864 el coronel Francisco Resquín
(el mismo que unos meses después comandaría una de
las columnas invasoras), que camuflado como hacendado
supuestamente interesado en comprar tierras, recorrió
amplias regiones.

Todas estas fuentes dieron al gobierno de
Asunción el convencimiento de que el potencial enemigo
brasileño apostado en la línea meridional del Mato
Grosso no contaba con capacidad de combate, no solo material sino
también moral. En
efecto y a manera de ejemplo, en el fuerte de Coimbra, epicentro
del sistema de
defensa imperial en la región, los efectivos no solo eran
escasos sino además se encontraban menoscabados en su
espíritu de lucha por el hecho de que no habían
sido relevados desde hacía cuatro años.

Todo lo cual explica la euforia que reinó en
vastos sectores de la población paraguaya cuando a fines de 1864
sus columnas militares se pusieron en marcha rumbo al
norte.

La
blitzkrieg guaraní: un despreocupado paseo militar
por agua y tierra

El 23 de diciembre de 1864 el autócrata paraguayo
Francisco Solano López pasó revista a las
tropas que al día siguiente iban a salir por vía
fluvial rumbo a Mato Grosso con el fin de capturar las
principales posiciones de dicha provincia, teniendo como primer
objetivo al
fuerte de Coimbra. Eran unos 4.200 efectivos al mando del coronel
Vicente Barrios, cuñado de López. Este,
corroborando que lo primero que muere en la guerra es la verdad,
leyó a
los soldados una proclama donde afirmaba que pese a los esfuerzos
que había hecho para mantener la paz, los mismos
habían resultado infructuosos por la perfidia de un Brasil
que le había declarado la guerra al Paraguay, no
quedándole entonces más remedio que aceptar la
contienda en salvaguarda del honor nacional ultrajado en sus
"más preciados derechos". De esta
cínica manera al negar el orden en que sucedieron los
acontecimientos, el gobierno paraguayo que había sido el
agresor se presentaba como agredido.

Al día siguiente partieron los expedicionarios a
bordo de cinco barcos a vapor (entre ellos el capturado
Marqués de Olinda) que remontaron el río
Paraguay sin encontrar oposición alguna hasta llegar en el
anochecer del 26 de diciembre al estuario situado frente al
fuerte de Coimbra. Los cañoneros tomaron posición
para bombardear la fortaleza enemiga y los cuerpos de
infantería se aprestaron para el asalto a sus
murallas.

Ese mismo día 26 partía de Villa
Concepción (última población paraguaya en la
frontera norte) un contingente de caballería de alrededor
de 3.500 hombres bajo el mando del coronel Resquín, con la
misión de ocupar los territorios comprendidos entre los
ríos Apa y Blanco. Esta fuerza
marchaba por tierra
siguiendo la línea Concepción-Bella
Vista-Nioaqué-Miranda-Coxim, y estaba destinada
inicialmente a dar apoyo a la expedición naval,
neutralizando posibles movimientos de refuerzo y abastecimiento
logístico que desde el Este pudieran intentar los
brasileños en ayuda a sus guarniciones situadas sobre el
río Paraguay.

Este contingente dividido en dos columnas fue ocupando
en los días siguientes puestos y villas que los
brasileños abandonaban precipitadamente ante la llegada de
un invasor notablemente superior en número. En su apurada
huída las tropas imperiales no tuvieron tiempo de destruir
sus arsenales, dejando entonces intactos armas y pertrechos que
pasaron a poder del atacante.

Mientras tanto en el Oeste, en el frente de operaciones
fluvial, terminados los preparativos para el bombardeo y ataque
al fuerte de Coimbra, Barrios envió el 27 de diciembre un
ultimátum al comandante brasileño, coronel
Hermenegildo Portocarrero, intimándole rendición en
el plazo de una hora, caso contrario tomaría el fuerte por
la fuerza.

Portocarrero rechazó el ultimátum y en
consecuencia los paraguayos abrieron fuego sobre la fortaleza
enemiga. La misma se encontraba defendida por una
guarnición de poco más de un centenar de hombres, a
todas luces insuficientes para operar la treintena de piezas de
artillería montadas en batería. Esa
desproporción entre elementos humanos y recursos materiales
mostraba la errónea política de defensa que
había tenido el gobierno imperial en esa región, al
proveerla de abundante armamento pero no de la tropa necesaria
para operar con eficiente poder de fuego el mismo.

El día 28, mientras los vapores agresores
proseguían el bombardeo, una tropa de reconocimiento
paraguaya llega a sobrepasar las murallas, siendo repelida a
duras penas por los defensores. Esta acción
llevó a que Portocarrero decidiera la evacuación
del fuerte, realizando la operación de retirada hacia el
norte en el mayor sigilo posible. La decisión del
comandante de guarnición brasileño fue muy
criticada en su momento por sus compatriotas. El nuevo presidente
de Mato Grosso lo hizo responsable de no haber resistido como
correspondía, argumentado que contaba con munición
suficiente y que su línea de comunicación con la
retaguardia no había sido cortada.

No obstante y visto en retrospectiva, la decisión
de Portocarrero de retirarse de la fortaleza se justifica si se
considera la gran superioridad numérica de los atacantes,
así como la imposibilidad de que los supuestos refuerzos
de Corumbá llegaran a tiempo para inclinar la balanza del
lado brasileño. Por otra parte es improbable que
sacrificar a la guarnición defensora en Coimbra hubiera
llegado a tener algún resultado militar de importancia,
salvo retardar unas horas el avance paraguayo.

El 29 de diciembre entonces, los paraguayos tomaron
Coimbra y una vez establecidas las nuevas posiciones, el Coronel
Barrios avanzó sobre las guarniciones de Albuquerque y
Corumbá. Los vapores brasileños en huída
fueron perseguidos por sus pares guaraníes, consiguiendo
estos dar alcance a la flota enemiga, batiéndola
completamente al hundir algunos barcos y apresar
otros.

Albuquerque cayó sin lucha el primer día
del año 1865. El camino fluvial quedaba libre hacia el
próximo objetivo: Corumbá. El lugar contaba con una
respetable urbanización para ese tiempo y lugar: mas de
mil habitantes, cuarteles del ejército y de la marina, y
lo más importante: una defensa constituida por medio
millar de soldados, un parque de artillería abundante en
cañones, armamento portátil y munición. Todo
ello al mando del coronel Carlos de Oliveira. Era posible
sostener la defensa de la villa manteniendo a los paraguayos
río abajo mientras que desde río arriba llegaban
los prometidos refuerzos de Cuiabá.

La resistencia
militar constituía una obligación no solo militar
sino moral, pues ella debía dar tiempo a evacuar a los
civiles en los esperados barcos de la flotilla imperial.
Más aún cuando por orden de Oliveira se
había prohibido a los civiles alejarse de Corumbá,
dando a estos la impresión que aquel iba a resistir ante
los paraguayos.

Sin embargo el 2 de enero Oliveira, su Estado Mayor y la
oficialidad de la guarnición de Corumbá,
abandonaron la plaza en el único vapor disponible, el
Anhambaí, el cual tomó el rumbo del norte
con destino a Cuiabá. Oliveira desembarcó dos
días después en el puerto de Sará y tras un
azaroso periplo terrestre llegó a la capital a principios de
marzo, donde fue destituido por el presidente de Mato Grosso,
quien calificó como "desastroso" su abandono de
Corumbá. Nunca recuperó su grado ni funciones y
finalmente fue retirado del servicio
activo por el gobierno imperial.

La huída de Oliveira resultó
trágica para la población civil y los soldados
rasos. Al verse abandonados intentaron escapar en improvisadas
lanchas que no estaban en condiciones de emprender la
travesía fluvial. Estas al no tener prácticos a
bordo, encallaban en los bajos del complicado cauce del Alto
Paraguay, quedando entonces a merced de los navíos
paraguayos que dominaban totalmente esa zona del río tras
haber avanzado hasta el puesto naval de Dourados. Este punto
situado en la margen izquierda del río Paraguay, contaba
con un astillero y un depósito de municiones de la marina
imperial, que el 6 de enero tras una breve refriega pasó a
poder de los paraguayos. Ese fue el límite septentrional
del avance fluvial paraguayo.

Las instrucciones originales de Barrios le ordenaban
tomar Cuiabá, lo cual hubiera separado en los hechos a
Mato Grosso del Imperio. Existía un camino en buenas
condiciones entre Dourados y la capital provincial. Barrios
sabía de su existencia. Era la ruta de Piquirí, por
donde se podría trasportar artillería, hombres y
pertrechos. Supuestamente defendida por 2.000 soldados
imperiales, la moral de
estos sin embargo era tan baja como la del resto de la
población matogrossense, sorprendida por las
rápidas victorias paraguayas y asustada por las
atrocidades que según contaba el creciente número
de refugiados que llegaba del sur en condiciones deplorables,
cometían las tropas invasoras.

Sea porque no se sintió seguro para
avanzar por vía terrestre y consideró a la fluvial
aún más improbable al no contar con barcos
adaptados a la difícil navegación del Alto Paraguay
hasta Cuiabá, o simplemente porque López
cambió de planes, lo cierto es que el comandante paraguayo
detuvo su avance y se limitó a ocupar el territorio en
disputa original con el Brasil.

La campaña inicial del ejército
guaraní se pareció más a un ejercicio de
entrenamiento
que a una invasión. Resistencia militar solo
encontró (y débilmente) en Coimbra y en Dourados.
Todo lo demás se reduce a tareas punitivas
asimétricas sobre tropas desmoralizadas en desbandada y
civiles abandonadas a su suerte.

Valga el ejemplo de lo ocurrido el 6 de enero de 1865,
fecha en que culmina como ya expresáramos la
blitzkrieg fluvial guaraní comenzada apenas dos
semanas antes. Ese día es capturado el
Anhambaí, que luego de poner a salvo en su
vergonzosa retirada al jefe y los oficiales de la
guarnición de Corumbá, había retornado a esa
zona tratando de ayudar a los civiles que huían del
invasor. Tras encallar por una mala maniobra, fue abordado por
los soldados paraguayos. Pocos marineros brasileños
lograron escapar con vida. A los que se encontraban a bordo, pese
a haberse rendido los degollaron con armas blancas, y a los que
intentaron ponerse a salvo nadando, los mataron a tiros. Una
muestra de lo
mucho que iba a sufrir la población civil matogrossense
bajo la dominación paraguaya.

La ley
del saqueo

A mediados de enero de 1865 las noticias de la
rápida conquista paraguaya de la zona en disputa con
Brasil, llegaron a Asunción. De inmediato mujeres de la
élite gobernante, entre ellas algunas parientes de Barrios
y de López, se dirigieron convenientemente protegidas
hacia Coimbra y Corumbá con el pretexto de cuidar a los
soldados guaraníes heridos. El objetivo real de estas
"filantrópicas" era el saqueo liso y llano.

Existía en Corumbá en palabras del
comandante paraguayo "un botín de inmenso valor" cuya
mayor parte pasaría por la vía femenina citada a
poder de la clase
dominante asunceña. Ese botín se había
obtenido por medios
violentos. Una vez ocupado Corumbá, la villa fue saqueada
en su totalidad. El conjunto de su población no
había tenido oportunidad de escapar por la
defección y huída del comando militar que
debería haber organizado la evacuación de los
civiles. Estos, capturados por los paraguayos en las improvisadas
embarcaciones que encallaban en el río, o en los montes
circundantes, fueron sometidos por el invasor a las peores
sevicias. Las mujeres sufrieron ultrajes sexuales, en muchos
casos en presencia forzada de sus esposos e hijos. El propio
coronel Barrios se quedó con una adolescente luego de
amenazar al padre de la misma con fusilarlo si oponía
resistencia. Los hombres de Corumbá fueron sometidos a
interrogatorios sobre bienes o
tesoros ocultos. Menudearon en ellos las más refinadas
torturas. Algunos fueron asesinados a lanzazos bajo la
acusación de espionaje. Esta conducta de las
tropas de ocupación se daba de bruces con las
instrucciones originales que había recibido el comandante
de las mismas en el sentido de tratar con humanidad y respeto a los
civiles si estos no cometían actos de
hostilidad.

De igual manera que Barrios se comportó el jefe
de la columna terrestre, coronel Resquín, al ordenar el
saqueo de las casas y fazendas que los matogrossenses
abandonaban apresuradamente para esconderse en los bosques y
matorrales cercanos. Cuando esta indefensa población civil
caía capturada en manos de los paraguayos, los hombres
eran sometidos a los mismos rigurosos interrogatorios para que
declararan sobre supuestos o reales tesoros escondidos y las
mujeres eran violadas y muchas veces convertidas por largo tiempo
en forzadas compañeras sexuales de oficiales y
sargentos.

Sin dudas más importantes que este botín
esquilmado violentamente a la población civil, fue la gran
cantidad de armamento tomado en la rápida campaña.
Los capturados arsenales del Mato Grosso proporcionaron al
ejército paraguayo medio centenar de cañones que
junto a las municiones y pertrechos igualmente por derecho de
conquista obtenidos, se constituirían en el material
bélico que atendería casi todas las necesidades del
Paraguay a lo largo de la guerra que comenzaba.

Prisioneros militares y cautivos
civiles

En febrero de 1865 remitidos por el general Barrios
desde Corumbá, llegaron por vía fluvial a
Asunción las primeras centenas de prisioneros de guerra
brasileños. Una parte de los mismos fue destinada a Villa
Occidental, paraje chaqueño situado frente a la capital,
donde sobrevivieron dedicándose a una muy primaria
agricultura de
subsistencia en penosas condiciones. Similar trato sufrió
el resto de la remesa, sometida a prisión rigurosa en
precarios galpones del puerto. Allí se separó a
civiles de militares, prohibiéndoseles comunicarse entre
sí.

Tanto estos como los derivados al poniente del
río Paraguay, constituyeron en el verano de 1865 la
avanzada de una modalidad que el gobierno guaraní
mantendría en los próximos tres años: la
deportación de buena parte de la población del Mato
Grosso ocupado. Fue un proceso
constante que alcanzó algunos picos. Por ejemplo en julio
de 1866 cuando por orden del dictador paraguayo ya por entonces
devenido en alucinado autócrata, a casi medio millar de
civiles matogrossenses sin distinción de sexo ni edad
se les ordenó bajo amenaza de fusilamiento embarcarse en
menos de tres horas en la flotilla guaraní. Amedrentados,
partieron al cautiverio sureño apenas con la ropa puesta,
mientras contemplaban como las tropas ocupantes saqueaban sus
bienes y propiedades. Estas redadas humanas sobre la
población vencida volvieron a efectuarse con similar
magnitud en marzo de 1867, continuado con menor intensidad hasta
febrero del siguiente año.

Los civiles brasileños cautivados no recibieron
alimento ni vestimenta de las autoridades paraguayas. Solo los
prisioneros militares obtenían a la cansada comida, por lo
general en mal estado. Avanzada la guerra estos soldados
brasileños fueron destinados a trabajar de día en
obras públicas o de defensa, regresando por la noche a la
prisión. Un comerciante italiano de Corumbá que
pese a su neutral nacionalidad
había sido obligado a residir en Asunción, en un
viaje en tren que emprendió desde esta al campamento
militar de Cerro León, pudo observar el duro trato que
recibían esos soldados a lo largo de la vía
férrea, siendo su tarea el mantenimiento operativo de la
misma, trabajando en penosas condiciones y bajo el rigor extremo
de los guardias paraguayos.

El gobierno de López no temía que los
prisioneros militares o civiles protagonizaran fugas de alguna
entidad. Asunción y sus alrededores se habían
convertido en una "Siberia Tropical". Sin mapas ni medios
de transporte,
con el río dominado en forma total hasta Humaitá
por el peligroso y omnipresente estado policial montado por el
dueño de casa y rodeados de una hostil y desconocida
geografía de montes y pantanos inaccesibles, se tornaba
imposible que los cautivos pudieran siquiera intentar llegar a
las líneas argentinas o brasileñas.

En la más completa indigencia, los civiles
matogrossenses encontraron no obstante tanto infortunio, un
ángel de la guarda…

José María Leite Pereyra, un
Raoul Wallenberg del siglo XIX

Desde 1855 Portugal mantenía un consulado en
Asunción, el que a su vez dependía de la
legación lusitana en Montevideo. En esa década el
titular del mismo había sido Francisco Correa Madruga, que
había aprovechado su cargo y las relaciones entabladas con
influyentes miembros del gobierno guaraní para convertirse
en un próspero hacendado dueño de una regular
fortuna. Tal vez para poner a salvo a la misma, en noviembre de
1865 partió a Buenos Aires, negándose a retornar a
su puesto con el curialesco argumento de que el bloqueo
brasileño le impedía hacerlo. Esa
justificación dada a las autoridades de Lisboa era falsa,
ya que por esas épocas tanto el río Paraná
como el Paraguay seguían abiertos a barcos de
países neutrales en misión oficial o
diplomática.

La deserción de Correa Madruga dejó a
cargo de la representación consular a su secretario y
yerno, José María Leite Pereyra, el cual fue
reconocido por el gobierno paraguayo como "gerente de
consulado". Existía en teoría
por arriba de ese cargo un vicecónsul. En teoría,
porque la realidad mostró que el mismo, un medroso
personaje llamado Antonio Vasconcellos, dadas las circunstancias
hizo inmediato y prudente "mutis por el foro".

Leite Pereyra venía teniendo actuación
desde la llegada de la primera remesa de prisioneros desde
Corumbá a principios de 1865. Se había ocupado de
repartir a pedido del ministerio de relaciones exteriores
brasileño con anuencia del gobierno de Portugal,
vestimenta a los soldados capturados cuyo costo fue
resarcido al consulado portugués en Buenos Aires por la
tesorería imperial.

Una vez al frente de hecho del consulado por la
deserción de su suegro, Leite Pereyra puso sus afanes en
ayudar a todos los cautivos, sin distinción de
condición o nacionalidad.
Con modestia justificó su humanitario accionar como la
simple acción de cumplir con el Reglamento Consular de
Portugal, que ordenaba a los agentes diplomáticos no solo
proteger los intereses de sus compatriotas sino de todas aquellas
personas en peligro que no tuvieran representantes consulares
propios. En la ocasión actuó como lo haría
tres cuartos de siglo después el representante sueco ante
la Hungría del régimen católico fascista en
descomposición del Almirante Horthy, sometida a los
dictados raciales de la política nazi. Si miles de seres
humanos salvaron su vida en la Budapest ocupada por los alemanes
gracias a la valentía y decisión de Raoul
Wallenberg, también la salvaron cientos en Asunción
gracias a José María Leite Pereyra. Judíos
allá, mattogrossenses acá, el compromiso con la
vida fue el mismo.

Con la media palabra afirmativa del canciller
guaraní José Bergés, convirtió a su
casa de la ciudad y a su chacra de las afueras en refugios de los
civiles más comprometidos. Decenas de estos pasaron a
habitar las mismas, hasta que en abril de 1867 la policía
paraguaya las avasalló violentamente, trasladando a los
asilados a la cárcel. Privados estos de agua y comida por
las autoridades, sobrevivieron solo gracias a los esfuerzos de
Leite Pereyra quien se las arregló utilizando
tácticas que iban desde la presencia de ánimo para
invocar su discutible rango diplomático frente a
burócratas hostiles y temerosos del imprevisible dictador
paraguayo, hasta lisa y llanamente el soborno a los guardias para
pasar alimento a los detenidos.

Con sus acciones humanitarias Leite Pereyra fue siendo
considerado cada vez más un molesto estorbo por el
gobierno paraguayo. Este apeló a diversos procedimientos
para neutralizarlo. En 1867 intentó vincularlo
infructuosamente al tráfico de monedas, abriéndole
un amañado proceso judicial. Al no poder comprobar nada,
recurrió a procedimientos más expeditivos para
terminar con la influencia del "gerente de consulado".

Curiosamente, la vulnerabilidad creciente de Leite
Pereyra se originaba en su propio superior diplomático.
Leonardo Azevedo, Barón de Souza, era el ministro
portugués destacado en Montevideo, con mandato de
representación de los intereses lusitanos ante todos los
países de la cuenca del Plata. Azevedo era también
informante pago desde 1864 del gobierno paraguayo, a quien se
había ofrecido expresamente para cumplir esa rentada
función.

En 1868 el canciller guaraní José
Bergés informó a Azevedo que su gobierno ya no
seguiría reconociendo a Leite Pereyra como "gerente de
consulado". Azevedo en lugar de defender a su subordinado,
aceptó la imposición de Bergés,
contestándole que el consulado de Portugal en
Asunción estaba acéfalo desde la partida de Correa
Madruga, y que si alguien podía eventualmente asumir la
representación del mismo era el vicecónsul, que no
era otro que el fantasmal Vasconcellos que se había
llamado a silencio tras la partida de Correa Madruga.

Leite Pereyra no fue informado por su superior de su
defenestración diplomática. Se convirtió
entonces en presa fácil de sus enemigos. Fue acusado de
participar en una conspiración contra Francisco Solano
López. Desesperado, alcanzó a refugiarse en la
única legación que aún funcionaba en
Asunción: la norteamericana. Pero sobre el jefe de la
representación yanqui, Charles Washburns, pesaba igual
acusación, por lo cual este no se sentía seguro en
su propia sede diplomática. Ante las presiones paraguayas
Washburns se vio obligado a entregar a Leite Pereyra, el que tras
un simulacro de juicio fue fusilado el 25 de agosto de 1868.
Pagó con su vida su compromiso con la vida.

Reacción brasileña: las dificultades de
la movilización

La invasión paraguaya al Mato Grosso obró
como un revulsivo en el Imperio. Una ola de indignación
recorrió el territorio brasileño ante la
perpetración de un acto considerado por la opinión
pública como una agresión traicionera e
injustificable. En esos primeros días de 1865 a medida que
llegaban las noticias del avance paraguayo, miles de
brasileños se presentaron voluntarios a alistarse para el
frente de batalla.

Sin embargo con el correr de las semanas el entusiasmo
fue decayendo y el voluntariado tuvo que ser reemplazado por el
reclutamiento
forzoso. Un problema no menor en formar una fuerza de combate
para afrontar la guerra era la mala opinión que se
tenía del Ejército, considerado un lugar marginal
de castigo y degradación donde los soldados vivían
en las peores condiciones, sin instrucción ni capacidad
bélica alguna. De allí la recurrencia del Brasil en
sus anteriores intervenciones en el Plata en la década de
1820 y a principios de la de 1850, a incorporar en sus filas a
mercenarios europeos (mayoritariamente alemanes) para suplir la
deficiencia numérica de tropa propia.

Existía también la Guardia Nacional. En
realidad su nombre se presta a equívoco pues era una
guardia regional que dependía en cada provincia de la
élite dominante. Usualmente era utilizada
políticamente tanto como fuerza de presión
local como lugar de sociabilidad y prestigio de una oficialidad
constituida por los miembros de las clases privilegiadas. Los
gobiernos provinciales fueron reacios a enviar sus efectivos a
los frentes de combate sureños. La excepción estuvo
dada por las nordestinas provincias de Bahía y Goias, que
sí cumplieron su compromiso movilizando contingentes hacia
el teatro de
operaciones.

En Bahía especialmente, la guerra generó
entusiasmo a punto tal que los cuarteles se vieron colmados de
voluntarios. Muchos de ellos se alistaban para aprovechar los
generosos sueldos y ventajas ofrecidos por el gobierno. No
sospechaban que la guerra sería larga ni preveían
en su inicial optimismo las condiciones de salubridad que les
esperaban. Provenientes del cálido y seco Sertao,
sufrirían en grado sumo el brusco cambio de temperatura.
Sin ropas ni alimentaciones adecuadas, los húmedos y
fríos inviernos de la región del Plata
causarían en ellos muchas más bajas que la metralla
paraguaya.

Con todo este elemento humano alistado voluntaria o
forzosamente en la Guardia Nacional y el Ejército, se
formó en teoría una fuerza de 50.000 hombres. En
ella se sustentaba la viabilidad de un plan elaborado
por el general de mayor prestigio militar y político del
Imperio, el marqués de Caxias.

El plan suponía la existencia de tres columnas.
La mayor de ellas, fuerte de 25.000 efectivos, debía
avanzar por Paso de los Libres y en combinación con la
Marina Imperial forzar el paso del río Paraguay
neutralizando la fortaleza de Humaitá para finalmente
tomar Asunción. Otra columna de 10.000 hombres a partir de
Río Grande do Sul debía ocupar Itapuá, desde
donde cuidaría el flanco de la columna
principal.

Finalmente la tercera columna, también de 10.000
hombres, debía avanzar por vía terrestre desde San
Pablo hasta Mato Grosso, recuperar la provincia y tomar
Concepción, evitando así una posible retirada hacia
el norte de las fuerzas paraguayas en huída desde
Asunción. Los restantes 5.000 soldados quedarían en
reserva en Brasil.

Todo este plan terminó en mera teoría, no
se cumplió en tiempo y mucho menos en forma. La guerra
discurrió por años ya convertida en conflicto
internacional de características totales que superaron la
esperanza brasileña de que una fuerza considerable en
afortunada campaña, terminase rápidamente con el
enemigo. El Plan de Caxias había nacido muerto. Veremos a
continuación como operó más allá de
la mera teoría de este plan, la realidad de las
operaciones bélicas en el frente del Mato
Grosso.

La
lucha contra los paraguayos… y contra la
geografía

En abril de 1865, en el mismo momento en que Buenos
Aires respondía al ataque paraguayo a Corrientes
declarando la guerra a Asunción y formalizando alianza con
Río de Janeiro, el gobierno imperial comenzó a
organizar la denominada Columna Expedicionaria de Mato
Grosso
convocando a guardias nacionales de las provincias de
Goias, Minas Gerais y San Pablo en la capital de esta
última. El plan de Caxias preveía 10.000 hombres,
el gobierno ordenó alistar 12.000. Sin embargo la realidad
golpeó de manera contundente las optimistas previsiones
teóricas. Menos de un millar de efectivos constituyeron la
fuerza inicial que partió de San Pablo hacia el
oeste

Llegados estos a Campinas, permanecieron allí
más de dos meses, ocupada la oficialidad en una intensa
vida social de bailes y diversiones. Toda esta inacción
ocurría en el mismo tiempo en que por distintos conductos
llegaban a Río de Janeiro los angustiosos pedidos de
auxilio del presidente de Mato Grosso, quien no contaba para
defenderse frente a una eventual reanudación del avance
paraguayo más que con 3.000 soldados pésimamente
pertrechados. En Cuiabá se había perdido todo
contacto con el resto de Brasil desde diciembre. El gobierno
matogrossense estaba junto al resto de la provincia que
aún controlaba, librado a su propia suerte.

La incomprensible demora en Campinas de la columna
expedicionaria fue acompañada por epidemias y deserciones.
Finalmente en julio retomó la marcha en dirección norte hasta Uberaba, en los
deslindes de San Pablo con Minas Gerais, donde se les unió
una brigada mineira de Ouro Preto, fuerte de 1.200 hombres. Estos
eran producto del
reclutamiento forzoso. Acompañados por sus mujeres e
hijos, estaban prontos a desertar a la primera oportunidad. De
allí el trato de prisioneros antes que de soldados que la
oficialidad les daba.

En Uberaba se repitió la extraña
detención de Campinas, perdiéndose otros dos
valiosos meses.

Finalmente en setiembre de 1865 esta fuerza exigua de
apenas 2.000 hombres (la quinta parte de lo que establecía
el plan de Caxias) dividida en dos brigadas y munida de doce
piezas de artillería, retomó el camino hacia la
capital de la provincia de Mato Grosso. Fue una marcha lenta y
exasperante por el camino más largo para evitar pasar por
Coxim, supuesta última avanzada paraguaya.

A fines de octubre recibieron nuevas órdenes. Ya
no era Cuiabá el destino de la columna sino el distrito de
Miranda, el cual debían restituir a la soberanía territorial brasileña. El
gobierno imperial había por entonces recibido
información acerca de que los paraguayos habían
retrocedido hasta el río Apa, abandonando Coxim. A este
punto llegó el cuerpo expedicionario sobre finales de
año, pasando entonces a denominarse oficialmente
Fuerzas en Operación al Sur de la Provincia de Mato
Grosso
.

Estos dos millares de combatientes junto a una cantidad
similar de agregados (la Guerra del Paraguay mantendría
pese a sus modernas innovaciones esa vieja costumbre del soldado
marchando a campaña junto con su familia),
permanecieron en Coxim más de seis meses, aislados en ese
punto por las inundaciones. En junio de 1866 cuando las
provisiones comenzaban a escasear y la pésima calidad de las
mismas las convertían en campo propicio para las
epidemias, el jefe de la columna, coronel Fonseca Galvao, se
decidió a dar cumplimiento a las órdenes recibidas
y emprendió la marcha hacia la Villa de Miranda. Era un
trayecto de cuatrocientos kilómetros de pantanos
pestilentes donde debían avanzar con el agua a la
cintura. Unos cuantos soldados y un número mayor de
mujeres y niños
murieron ahogados, tragados por las ciénagas. Terreno tan
insalubre ocasionó fiebres y epidemias que mataron a
muchos, entre ellos al coronel Galvao.

El 17 de setiembre de 1866 luego de tres meses de marcha
desde Coxim y de haber recorrido dos mil kilómetros desde
su salida año y medio atrás de San Pablo, la fuerza
brasileña recuperó sin lucha Miranda, abandonada
horas antes por los paraguayos. Si ningún combate
habían tenido con estos, ello no implicó que no
tuvieran que sufrir bajas considerables: un tercio de la columna
expedicionaria había desaparecido a consecuencia de las
epidemias, los accidentes de
la larga travesía y las deserciones.

La villa de Miranda estaba ubicada en un lugar
aún más insalubre que Coxim. Los ocupantes
paraguayos la habían saqueado prolija y concienzudamente.
Al retirarse habían destruido los edificios de
algún valor. Sin lugares para alojar a la tropa y rodeada
por bajos inundados permanentemente que favorecían las
epidemias, no se justificaba mantener al cuerpo expedicionario
allí. Sin embargo eso fue lo que hizo su nuevo jefe, el
inepto coronel Albino de Carvalho

La recuperación del honor perdido de un
coronel

Solo la llegada en enero de 1867 de un nuevo jefe, el
coronel Morais Camisao, permitió que el buen criterio de
este trasladara a la columna -ya reducida a 1.300 efectivos- a
una zona de clima agradable
poblada de bosques surcados por arroyos de agua potable.
A doscientos kilómetros de la insalubre Miranda,
Nioaqué fue el lugar elegido para establecer al cuerpo
expedicionario.

Al contrario que sus antecesores, el coronel Camisao no
quería inmovilizar la fuerza a su mando en el ocasional
lugar de guarnición manteniéndose estático
dominando solo el territorio circundante abandonado por el
invasor guaraní. Nioaqué debía constituirse
simplemente en un lugar saludable desde donde una vez recuperada
la tropa, avanzar hacia el próximo objetivo. Este no era
otro que la paraguaya Villa de Concepción, localidad esta
que dada su ubicación geográfica, resguardaba por
el norte el camino por el río Paraguay hasta
Asunción, de la misma manera que por el sur lo
hacía Humaitá.

Era un objetivo difícil de cumplimiento casi
imposible dadas las falencias numéricas de la columna y el
nulo apoyo logístico del que la misma podría
disponer. Eso no amilanó a Camisao que en febrero de 1867
se puso en marcha. Tan intrépida resolución tal vez
se originara en el hecho de que Camisao había sido uno de
los oficiales destacados en Corumbá que en enero de 1865
abandonaron a su suerte a civiles y soldados, huyendo de la
población sitiada por los paraguayos en el único
vapor disponible. Herido en su honor por ese vergonzoso episodio,
entendió que esta era una oportunidad para reivindicarse
ante la opinión pública matogrossense.

A principios de marzo la columna llegó a
inmediaciones del río Apa. Las patrullas de reconocimiento
enviadas a los alrededores sirvieron para advertir de su
presencia a los paraguayos, eliminando entonces el factor
sorpresa. En ese estadio y con el hambre acechando, Camisao
convocó a un consejo de oficiales, los cuales finalmente
decidieron seguir adelante.

En abril de 1867 la columna brasileña compuesta
por 1.600 efectivos de infantería (a los que deben sumarse
mujeres, niños y hasta comerciantes) cruzó a
territorio paraguayo. Eufórica y temerariamente
tomó el nombre de Fuerzas Expedicionarias en el Norte
del Paraguay
, una eufóricamente optimista necedad
nominativa porque en poco tiempo retrocederían a su propio
territorio. Sin artillería ni caballería, carentes
de línea de abastecimiento, los brasileños
avanzaban hacia su declarado objetivo de Concepción por
una ruta dictada antes que por la estrategia
militar, por las necesidades del hambre.

El abandonado fuerte fronterizo paraguayo de Bella Vista
fue tomado el 21 de abril. Allí tuvo Camisao noticias que
apenas a treinta kilómetros, en la hacienda de la Laguna,
una de las tantas dudosas y recientes propiedades por
"donación espontánea del pueblo paraguayo" de
Francisco Solano López (que confundía de modo
promiscuamente precapitalista, patrimonio
personal con
estatal), existía un gran rebaño de ganado y
animales de
tiro que permitirían alimentar a su tropa para seguir al
objetivo final. Pero en Laguna no encontraron ganado sino
soldados guaraníes mal armados y sometidos por los
sargentos capangas a un régimen de terror,
trabajando sin paga en esa ex "Estancia de la Patria" junto a
negros esclavos y peonaje servil indígena. Un microcosmos
demostrativo del trato que recibían las clases subalternas
en el Paraguay de los López. Sin motivación
ni temor a perder nada más que sus cadenas en ese sector
de frontera donde el largo brazo del estado policial de
Asunción pareció detenerse frente a la columna
expedicionaria, no es extraño entonces que los paraguayos
en número de 800 fueron derrotados y puestos en fuga por
600 brasileños que solo perdieron un hombre frente
al centenar de bajas del enemigo.

La victoria expresada en estos números
contundentes no pudo disimular el hecho de que se les estaban
acabando las provisiones. Careciendo de los recursos
logísticos necesarios, Camisao tuvo que abandonar su plan
de tomar Concepción y desandar el camino. El 7 de mayo de
1867 los brasileños abandonaron Laguna rumbo a
Nioaqué. Fueron hostigados permanentemente en su retirada
por las fuerzas paraguayas que les arrebataron el poco ganado que
llevaban y los sumieron en el hambre. Los expedicionarios
llegaron a verse obligados a sobrevivir comiendo raíces y
sabandijas. La mortandad fue enorme entre los niños que
acompañaban la columna. El 25 de mayo los paraguayos
atacaron el campamento brasileño pero fueron rechazados a
duras penas por estos.

La condición de la retirada era tan extrema que
se tomó la decisión de dejar atrás a 130
soldados enfermos de cólera,
con un cartel donde se pedía compasión por los
mismos. Los paraguayos hicieron caso omiso del mismo, degollando
a todos los abandonados.

Poco después el cólera acabó
también con la vida del coronel Camisao. El resto de la
fuerza expedicionaria llegó a Nioaqué el 4 de
julio. Se encontraron con la sorpresa de que la tropa que
habían dejado allí en reserva había
abandonado el lugar, el cual fue ocupado nuevamente por los
paraguayos que tras saquear la localidad la incendiaron para
luego retirarse a las cercanías. Solo quedaba en pie la
iglesia, pero
la misma había sido dejada intacta ex profeso. Al
día siguiente explotó como consecuencia de la
detonación de una bomba trampa colocada por los anteriores
ocupantes. Quince soldados brasileños murieron en este
episodio y muchos más quedaron heridos. La columna
siguió viaje, llegando finalmente el 11 de julio de 1867
al puerto de Canutos donde se hallaron a salvo de sus
perseguidores. Casi un millar de hombres (y un número
aún mayor de mujeres y niños) habían muerto
por los combates, el hambre y las epidemias en la fallida
conquista de Concepción. Entre ellos el mentor de la
peligrosa empresa, ese
coronel que con ella deseaba lavar su honor mancillado en la
huída de Corumbá.

Reconquista y nuevo abandono de
Corumbá

En febrero de 1867 el nuevo presidente de la provincia
de Mato Grosso, Couto de Magalhaes, frente a la inacción
del gobierno central se decidió a emprender por propia
iniciativa una ofensiva contra el ocupante paraguayo.
Adoptó entonces un plan que le propuso el capitán
Antonio María Coelho, el cual consistía
básicamente en atacar Corumbá por el sur
aprovechando la inundación del Pantanal, antes que hacerlo
por el norte, lugar previsible para el enemigo.

Pese a las críticas de los altos oficiales de la
guarnición de Cuiabá, Couto de Magalhaes
elevó a Coelho al grado de coronel y lo puso al frente de
una fuerza de mil hombres que embarcada en cinco naves
descendió por el inundado Pantanal hasta aguas abajo de
Corumbá, a la que atacaron desde el sudoeste el 13 de
junio de 1867.

La villa había sido en sucesivas razzias vaciada
de su población civil, la que fue deportada a
Asunción en las condiciones que con precedencia hemos
visto. La guarnición paraguaya fue sorprendida por el
ataque. Cuando se efectuó el mismo los soldados estaban
dispersos por los alrededores ocupados en tareas agrícolas
que había ordenado el comandante guaraní
Hermónegones Cabral, como parte de una estrategia de
supervivencia en un medio hostil. No obstante se reagruparon y
opusieron una tenaz resistencia hasta que el número y el
mejor armamento de los brasileños los obligó a
rendirse.

De los trescientos paraguayos que componían la
fuerza de ocupación de Corumbá, más de la
mitad fueron fusilados una vez rendidos, entre ellos el
comandante Cabral.

Los brasileños casi no tuvieron bajas en el
ataque, pero muy pronto cientos de ellos cayeron víctima
de la viruela. Ante la imposibilidad de defender la villa en esas
penosas condiciones, el presidente matogrossense ordenó el
23 de junio su evacuación. Las fuerzas en retirada
llevaron consigo un enemigo más letal que todos los
ejércitos de López: la antiquísima
enfermedad viral que los había empezado a diezmar en
Corumbá. No existiendo previamente en todo el Mato Grosso
la profilaxis de la vacunación, la viruela mató en
pocos días a más de la mitad de los 10.000
habitantes de la capital provincial. Fue tal la mortandad que
ante la imposibilidad de dar abasto a los entierros, por las
calles de Cuiabá se veían cadáveres
arrastrados por perros
hambrientos.

La abandonada Corumbá fue entonces nuevamente
ocupada por las fuerzas de Asunción. En ese estadio de
agotamiento mutuo y epidemias catastróficas, ninguno de
los contendientes intentó avanzar más allá
de las posiciones alcanzadas.

Ese quietismo que las difíciles circunstancias
imponían explica el modo en que se desarrollaron los
últimos acontecimientos de la ocupación paraguaya.
Cuando en febrero de 1868 la escuadra brasileña
forzó finalmente el paso del río Paraguay por la
fortaleza de Humaitá dejando expedito el camino a
Asunción, López ordenó la retirada de sus
efectivos en Mato Grosso para concentrar su esfuerzo
bélico en el Sur. De acuerdo a esa directiva del dictador
paraguayo Corumbá fue evacuado en abril al igual que el
fuerte de Coimbra y los restantes puntos aún sujetos a la
órbita guaraní. Pero el gobierno matogrossense
recién se enteró del hecho cuatro meses
después cuando a mediados de agosto de 1868 una patrulla
de reconocimiento entró en la sufrida villa. La
encontró desierta. Buena parte de sus antiguos habitantes
llevaban años prisioneros en el sur, y aún
seguirían en cautiverio (los que tuvieran la suerte de
sobrevivir) por mucho tiempo más.

Las comunicaciones normales entre Mato Grosso y la corte
imperial de Río de Janeiro solo se restablecerían
en febrero de 1869 cuando tras la ocupación
brasileña de Asunción llegaron los primeros vapores
a Cuiabá. Habían transcurridos más de cuatro
años desde que el anterior vapor que intentó llegar
a la capital matogrossense fuera detenido por orden de un
ambicioso presidente vitalicio paraguayo que entendió con
irreal voluntarismo a tal operación como la excusa ideal
para provocar una contienda corta y victoriosa. La rápida
conquista y ocupación de la zona del Mato Grosso en
disputa secular con el Brasil pareció darle la
razón. Sin embargo con ese ataque desencadenó la
reacción de sus enemigos que consideraron a ese frente de
combate como periférico y secundario. Las grandes
batallas, las operaciones y las campañas que decidieron
finalmente el resultado de la larga guerra ocurrieron en otros
escenarios.

Los autores de este trabajo hemos intentando dar
visibilidad a una zona olvidada en el común del imaginario
colectivo que desde hace siglo y medio se construye y reformula
permanentemente sobre la Guerra del Paraguay, ese gran conflicto
bélico que definió en la segunda mitad del siglo
XIX el incipiente destino nacional de los países del
meridión occidental americano.

BIBLIOGRAFÍA

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Grande do Sul- na Guerra do Paraguai
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DORATIOTO, Francisco. Maldita Guerra. Ed.
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HALPERIN DONGHI, Tulio. Historia contemporánea
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RESQUIN, Francisco Isidoro. La Guerra del Paraguay
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. Ed. El Lector. Asunción,
1996.

TUNAY, Alfredo. Em Mato Grosso invadido
(1866-67).
Ed. Melhoramentos. San Pablo, 1929.

 

Florencia Pagni

Fernando Cesaretti.

Escuela de Historia. Universidad
Nacional de Rosario

 

Partes: 1, 2
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