Mato Grosso: el frente olvidado de la Guerra del Paraguay
- Guerra civil, guerra regional,
guerra internacional - El
imaginario de una guerra - Una
lejana provincia bandeirante - Captura
del Marqués de Olinda e inteligencia
previa - La
blitzkrieg guaraní: un despreocupado paseo
militar por agua y tierra - La ley del
saqueo - José
María Leite Pereyra, un Raoul Wallenberg
del siglo XIX - Reacción
brasileña: las dificultades de la
movilización - La lucha
contra los paraguayos… y contra la
geografía - La
recuperación del honor perdido de un
coronel - Reconquista y nuevo
abandono de Corumbá - Bibliografía
En nuestro imaginario colectivo la Guerra del
Paraguay
"es" determinados escenarios, canonizados a lo largo del
tiempo como
los únicos lugares de ocurrencia de la misma. Hubo sin
embargo otro escenario hoy casi olvidado, menor y
periférico sin dudas, que tuvo su propia
dinámica por casi cuatro años.
Ese escenario fue el frente del Mato Grosso.
Guerra civil, guerra regional, guerra
internacional
Con acertado poder de
síntesis el historiador brasileño
Francisco Doratioto afirma que la Guerra del Paraguay fue el
resultado de las contradicciones imperantes en la región
del Plata a mediados del siglo XIX, teniendo como última
razón de ser, la consolidación de los emergentes
Estados nacionales de esa parte de América
Latina. Estas contradicciones se cristalizaron en torno de los
episodios ocurridos en la débil República Oriental
del Uruguay,
cuando en los primeros años de la década de 1860 el
gobierno
argentino apoyó desembozadamente a la facción
colorada sublevada contra el gobierno de Montevideo detentado
entonces por la facción blanca. A esa intromisión
en la cuestión oriental por parte del mitrismo
porteño devenido tras la farsa bélica de
Pavón en gobierno de todo el hinterland argentino, se
sumó también la intervención de Brasil y
Paraguay, a favor de los colorados el primero y de los blancos el
segundo. Sin embargo esa múltiple intervención no
debía desembocar forzosamente en un conflicto
bélico. Si la guerra terminó por concretarse,
ello se debió a que esta era la salida que más
convenía a todos los Estados involucrados.
Los gobernantes de los mismos previeron una guerra de
corta duración en el cual se alcanzarían los
objetivos con
el menor costo posible.
Mala información, tanto del contexto regional
como de los potenciales enemigos, sumado (en especial en el caso
paraguayo) a un voluntarismo optimista e irreal, alimentaron esta
idea del conflicto rápido en beneficio propio.
En ese estadio de escalada de tensiones que se van
sumando desde 1863 a 1865 no existen "buenos" y "malos" como
pretende con falsa ingenuidad el revisionismo histórico,
sino simplemente intereses en pugna.
Así, para el dictador paraguayo Francisco Solano
López la guerra era vista como la herramienta con la que
podría ubicar a su país como una potencia regional
al lograr el acceso al mar por el puerto de Montevideo gracias a
su alianza con los blancos orientales y eventualmente con los
federales argentinos aglutinados en torno a la figura de
Urquiza.
Para el gobierno presidido por Bartolomé Mitre la
guerra era la forma adecuada de consolidar el Estado
centralizado en base a la hegemonía de la provincia de
Buenos Aires,
al eliminar los apoyos externos que recibían los federales
argentinos tanto de parte de Paraguay como de los blancos
orientales.
Para el gobierno blanco oriental la guerra significaba
el definitivo apoyo militar paraguayo, forzosamente necesario
para terminar con la recurrente injerencia de argentinos y
brasileños en el Uruguay. Vencida esta facción,
para los triunfantes colorados acaudillados por Venancio Flores,
la guerra era a la vez el pago al Imperio por la imprescindible
ayuda brindada por este para el acceso al poder como así
también una forma de continuar en terreno internacional la
vieja disputa con el enemigo interno, toda vez que las huestes
blancas tras su inicial dispersión no tardaron en
reagruparse en el exilio, procediendo a incorporarse a las filas
paraguayas.
Para el Imperio del Brasil, aunque la guerra no era
esperada de la manera en que estalló, una vez producido el
ataque paraguayo se la instituyó como un escenario ideal
para terminar con los problemas
limítrofes y las amenazas a la libre navegación que
tanto afectaban a su provincia de Mato Grosso, y también
como un vehículo ideal para consolidar el poder
político de la facción liberal en el gobierno desde
1862. Esta facción dentro de la vasta geografía del Imperio
se expresaba por medio de los dirigentes de Río Grande do
Sul, demasiado receptivos a los supuestos ultrajes sufridos en la
Banda Oriental por sus "comprovincianos" los hacendados
gauchos, y por ende mucho más agresivos en política exterior que
la facción conservadora compuesta en su gran
mayoría por la élite burocrática
carioca.
Son entonces estos intereses divergentes de los
flamantes Estados nacionales los que tornan a la guerra como una
expectativa deseable en pos de la rápida concreción
de tales intereses.
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