- Un peruano
en la Ciudad Luz - Mi primera
noche con soledad - Quince
años después - Una
pequeña aventura - Morir en New
Jersey - El
parisien - El
dictador - Una mujer
secreta - Con Clark
Kent en la colmena - Ahora o
nunca - El
último beso - El
último inca - El
último encuentro - Soy un
perdedor - Mi amor de
verano - Una carta
desesperada - Juez sin
rostro - Romance en
la selva - La clase del
reencuentro - El secreto
de Melody - Mi gran
noche - Mon
amour - Mi bella
alexandra - Para
Elisa - Primavera
roja
A ella la inventaron los poetas de mi generación,
por lo general, tipos solitarios, sin enamoradas ni amantes, que
gustaban de construir frases, ideales y que por exajerar se
declararon rebeldes de la sociedad y
reemplazaron a la biblia por El Capital y
dijeron que Marx era el
profeta.
Ella era, según, estos agoreros del futuro y
anunciantes de la sociedad de nuevo tipo, una muchacha liberada,
con ideas propias, usaba lentes que denotaban su intelectualidad,
no era gorda, ni tenia cuerpo espectacular, vestia jeans y ropa
casual.
Con esa descripción, todos los de mi
generación nos buscamos una mujer parecida a
la susodicha, y pocos la encontramos en una tierra donde
las intelectuales
escasean y las obesas abundan.
Por fin, una mañana de esas en que calienta
el sol,
mientras iba a comprar El Comercio para
leer los editoriales y la página deportiva,conocí a
Natalia, en el mismo lugar que yo frecuentaba desde que
llegué a Paris, porque alli vendian todos los diarios del
mundo. Me miró, hizo un mohin, atraida por mi camiseta con
el retrado del Ché, y sin esforzarse me preguntó
vous êtes péruvien ?. …si, le
contesté sin mayores comentarios.
Y luego de pedir el
periódico peruano, sentí que me observaba,
donde vivís ?, ahora me hablaba en español.
Je vis dans le quart latin.Estudiante, no ? dijo ella,
sonriendo.
No, soy obrero, casado, tengo diez hijos y mi mujer
trabaja en un bar, te gusta la historia ?, respondi sin
ganas de hablar más con ella. Y porqué tendria que
gustarme a ver ? fue su respuesta inmediata. Al darme cuenta que
estaba siendo grosero con esa muchacha tan hecha al ideal que nos
habiamos impuesto los
pensantes de mi generación, me presenté, le extendi
la mano y ella sonrió. Hablamos en francés o en
español ? me preguntó cómoda. Yo hablo
conforme me siento en el momento de expresarme, a veces me
resulta fácil decirlo en español pero si quiero
darle claridad a mis frases lo digo en francés, depende de
como te sientas bien.
Eres otro teórico ? seguía su ronda de
preguntas..No, por supuesto que no, al contrario, soy como
cualquiera, no intento teorizar para nadie, sino para mi
mismo.
Y empezamos a caminar juntos, yo, el solitario de siempre y ella,
la eterna investigadora, la que no dejaba de estudiar
ningún instante podiamos debatir nuestras ideas, sin
molestarnos, sin pelear ni declararnos enemigos.
La primavera también nos trajo un apartamento
para vivir juntos, una dirección donde recibir cartas de
nuestros paises y estudiar sin nadie alrededor, molestando, como
en la ciudad universitaria.
Cambiamos los dos un poco, y aceptamos recibir a los
comunistas los domingos en notre maison., aunque,estaba
seguro,
ninguno de los dos teniamos la minima idea de convertirnos en
militantes, los mirabamos con aprecio por su entrega y esfuerzo
por sus ideales y después de sus charlas proselitistas, a
veces ella les obsequiaba una campera o un jean, cuando eso podia
darse. Yo los comparaba a los evangelistas y Natalia se enojaba
mucho conmigo por eso.
Un dia me preguntó si eramos burgueses y le dije
no sé tú pero yo no..y nos culpamos el uno
al otro de representar a la clase opresora
de nuestros paises.
Le aclaré que solo era un becario, que a veces
enviaba dinero a mis
viejos, estaba lejos de ser un burgués o intentar serlo y
entonces, me propuso ingresar al partido.
Me negué y ella insistió incansable, sali
del apartamento para no discutir sobre eso y ya en la calle
encontré a una peruana que yo habia visto antes en la
biblioteca, le
invité un café y
conversamos media hora hasta que Natalia apareció
allí mismo y me dijo..Está bien, nada de
partidos,..ni iglesias..la presenté a mi paisana que era
marxista convicta y confesa, y seguimos hablando sobre la caida
del muro…Y me di cuenta que viviamos una primavera roja que no
nos dejaba espacio, entre el viejo Marx, Jesucristo y los
vendedores de periódicos estabamos atrapados, sin
salida..
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