Los estudios sobre ciencia, tecnología y sociedad. Una panorámica general
- La tecnociencia como
fenómeno social y los orígenes de los estudios
STS - Ciencia y
género - La
respuesta anti-relativista. Las Guerras de la
Ciencia - Referencias
bibliográficas
Usando cualquier definición razonable de
científico, podemos decir que del 80 al 90 por cien de
todos los científicos que han existido alguna vez
están todavía vivos. Alternativamente, todo
científico joven que empiece ahora su carrera y al final
de la misma, en el lapso normal de una vida, mire hacia
atrás, encontrará que del 80 al 90 por cien de
todo el trabajo
científico logrado hasta entonces habrá tenido
lugar delante de sus propios ojos, y que sólo el 10 o 20
por ciento restante será anterior a su
experiencia.
Solla Price, Little Science, Big
Science.
1. La tecnociencia
como fenómeno social y los orígenes de los estudios
STS
Es para todos evidente que la ciencia ha
experimentado en su funcionamiento profundas transformaciones en
el último siglo. Transformaciones que la han convertido en
una fuerza social,
económica y política de primera
magnitud. Ya no es concebible, como se nos ha mostrado en el
capítulo anterior, el investigador aislado que realiza
grandes descubrimientos en un laboratorio
casero; o el científico que puede despreocuparse de los
recursos para su
trabajo y de
los posibles beneficios económicos producidos por el
mismo; o la desaparición en algunas ramas de la ciencia de la
investigación realizada por encargo para la
industria y el
ejército.
Uno de los primeros autores en señalar el impacto
que estos cambios han tenido en el modo de practicar la investigación científica así
como en la imagen
pública de la ciencia fue el historiador de la ciencia
Derek J. de Solla Price. Su obra Little Science, Big
Science, publicada en 1963, ha ejercido una enorme
influencia. Las tesis de Price
han sido posteriormente desarrolladas y actualizadas por el
sociólogo John Ziman en su libro
Prometheus Bound. Ambas obras intentan mostrar cómo
muchas de las características que se suelen atribuir hoy a
la ciencia –tales como la mercantilización de los
conocimientos, la búsqueda de rentabilidad
inmediata en las aplicaciones, la inmersión en el debate
público y en la cultura de
masas, la interdisciplinariedad y la interconexión,
la desaparición de los límites
entre la investigación pura y la aplicada, el secretismo,
o la proliferación de la ciencia patológica y la
ciencia basura–
son en buena medida consecuencias de una reestructuración
general producida por un incremento acelerado del número
de investigadores y de la producción científico-técnica
acompañado de una limitación sustancial de los
recursos necesarios para desarrollar la
investigación.
Price puso el énfasis en la aparición de
un tipo de ciencia (la megaciencia o ‘Big
Science’) basada en una tecnología compleja,
grandes equipos de investigación y fuertes inversiones
públicas o privadas. En una línea semejante,
autores como Bruno Latour y Gilbert Hottois, han señalado
como el rasgo más característico de la nueva
situación la desaparición de las viejas fronteras
entre ciencia y
tecnología. En lugar de hablar de ciencia y
tecnología por separado prefieren, por ello, hablar de
tecnociencia.
El concepto de
tecnociencia ha sido empleado desde que fue propuesto con
demasiada profusión, lo cual ha provocado cierta vaguedad
en su contenido. Para mayor claridad nos atendremos a la
definición que da Javier Echeverría. Éste
define la tecnociencia como la investigación que exige
grandes recursos tecnológicos y económicos, que
presenta una interdependencia entre la ciencia y la
tecnología, que no se limita a explicar y predecir, sino
que interviene en el mundo y que frecuentemente viene
acompañada de financiación privada. Como ejemplos
cita, entre otros, el Proyecto
Manhattan, la invención del ENIAC, la física de
partículas, la meteorología, la ingeniería
genética y el proyecto genoma. (Cf. Echeverría
2001).
Keith Pavitt ha argumentado, de forma plausible en mi
opinión, que en realidad, la posibilidad de distinguir a
efectos prácticos entre ciencia y tecnología
depende del ámbito de investigación en el que nos
movamos, siendo los vínculos especialmente fuertes en la
biología
molecular, la bioquímica
y la física del estado
sólido. Al menos en este tipo de sectores el supuesto de
que la ciencia y la tecnología están
indisolublemente unidas puede ser correcto (cf. Pavitt 1997).
Coincido con Pavitt en que, aunque buena parte de la
investigación actual es tecnocientífica, las
fronteras entre ciencia y tecnología no deben ser borradas
por completo en los análisis sobre la ciencia
contemporánea, ya que se mantienen en bastantes
ámbitos.
En buena medida, los estudios sociales sobre la ciencia
deben su florecimiento actual en el mundo académico a las
inquietudes que ha despertado en amplios sectores de la población este crecimiento exponencial de
la investigación científica unida a un desarrollo
tecnológico que se percibe en muchas ocasiones como
descontrolado y peligroso. Como suele decirse, la ciencia se ha
convertido en algo demasiado importante como para dejarla solo en
manos de los científicos. La sociedad
–y en principio de forma especial los gobiernos de los
países más desarrollados– ha comenzado a
demandar un conocimiento
más profundo de esa fuerza social que hoy, para bien y
para mal, afecta a la vida cotidiana de millones de
personas.
El papel decisivo que jugó la ciencia durante la
Segunda Guerra Mundial y,
en particular, la aplicación de técnicas
científicas en el exterminio de los judíos,
el uso de científicos como consejeros militares y la
construcción de la primera bomba
atómica, fue un primer estímulo para la
reflexión sobre las consecuencias sociales de la ciencia y
sobre la necesidad de un control
ético de la investigación. A partir de ese momento,
la ciencia dejó de ser para los filósofos solo un problema
epistemológico y se convirtió también en un
problema axiológico y, desde luego, en un asunto de
interés
social. Sobre todo esto el sociólogo Robert K. Merton
escribía en 1952:
Sucesos recientes han llamado la atención hacia las implicaciones sociales
de la ciencia, no sólo de los científicos, sino
de un público más amplio. La explosión de
Hiroshima y otras explosiones atómicas experimentales
han tenido la incidental consecuencia de despertar la
aletargada preocupación pública por la ciencia.
Muchas personas que simplemente daban por supuesta la ciencia,
excepto para asombrarse ocasionalmente por sus maravillas, se
han alarmado y espantado por esas demostraciones de
destructividad humana. La ciencia se ha convertido en un
"problema social", como la guerra, la
perenne declinación de la familia o
la aparición periódica de depresiones
económicas.
Ahora bien, […] cuando algo es ampliamente definido
como un problema social en la moderna sociedad occidental, se
convierte en un objeto apropiado de estudio, particularmente en
la sociología norteamericana, y se
desarrollan nuevas ramas especiales en respuesta a nuevos
conjuntos de
problemas.
(Merton 1952/1977, pp. 297-298).
El filósofo e historiador de la ciencia Thomas S.
Kuhn participó en la Segunda Guerra
Mundial y vivió de cerca estos problemas en su
formación académica. Su mentor en la Universidad de
Harvard, el rector James B. Conant, fue uno de los directivos de
la Office of Scientific Research and Development, creada
en 1941 por el presidente Roosevelt, en previsión de la
Guerra
Fría, con el fin de movilizar recursos y personal
científico para la defensa de la nación;
y Kuhn perteneció también a esta
institución. Conant, que se mostró a favor de la
construcción y el uso de la bomba atómica,
siguió siendo en los años siguientes consejero del
gobierno
norteamericano en asuntos relacionados con la energía
nuclear y el uso de armas
atómicas (cf. Pardo 2001).
Aunque Kuhn no trató nunca explícitamente
estos asuntos, su obra de 1962 La estructura de
las revoluciones científicas –dedicada por
cierto a Conant– supuso la primera asunción clara de
que los factores sociales eran imprescindibles para entender
tanto el poder
adquirido por la ciencia como el progreso en los conocimientos
científicos. De ahí su enorme e inmediata
influencia en la sociología de la ciencia. Kuhn desmontaba
en ella la visión neopositivista de la ciencia como
acumulación de enunciados empíricamente verificados
y asimilaba las revoluciones científicas con las
revoluciones políticas.
Afirmaba que durante una revolución
científica no hay norma superior al asentimiento de la
propia comunidad
científica implicada capaz de servir de criterio para
juzgar la racionalidad del cambio
teórico producido. Este cambio era descrito como una
experiencia de conversión donde lo que importaban no eran
las pruebas ni la
percepción de errores. El conocimiento
científico era mostrado no como el producto de un
método
orientado al logro de la verdad objetiva, sino como el producto
de un grupo social
especialmente entrenado para resolver problemas concretos y, por
tanto, como algo abierto a un estudio
sociológico.
Kuhn no fue un sociólogo de la ciencia y, pese a
las interpretaciones que los sociólogos han dado a su
obra, no admitió nunca que la ciencia pudiera reducirse a
causas sociales externas. Su preocupación como historiador
estuvo más bien en el análisis del contexto
intelectual de la ciencia, muy en la línea de los trabajos
de Alexandre Koyré. Sin embargo, sus reflexiones como
filósofo desbordaron este marco y señalaron un
camino que, como veremos, otros estaban dispuestos a recorrer en
su integridad.
Si bien en 1967 la Science Studies Unit de la
Universidad de Edimburgo ya impartía docencia sobre
temas que podrían encuadrarse claramente dentro de este
ámbito, los primeros programas
académicos STS (Science, Technology and Society o
también Science and Technology Studies) se
implantaron en 1969 en la Universidad de Pensilvania y en la
Universidad de Cornell. Poco después siguieron la
Universidad Carnegie-Mellon y la Universidad de Stanford. Todas
ellas en los Estados
Unidos.
Estos programas significaron la
institucionalización académica del cambio que se
estaba operando en la imagen pública de la ciencia y de la
preocupación por las consecuencias negativas del progreso
científico y técnico. Es, en efecto, algo
más que una casualidad que estos primeros programas
coincidieran en su implantación con los años
–mediados de los 60 y principios de los
70– en que comienzan a extenderse por los Estados Unidos y
por algunos países europeos diversos movimientos
políticos y sociales de marcado carácter antimilitarista,
medioambientalista o ecologista y multiculturalista. Estos
movimientos eran muy críticos con la función
política que estaba asumiendo la ciencia y con el modo en
que se educaba a los científicos; un modo que les
incapacitaba para asumir sus responsabilidades ante la sociedad.
(cf. Edge 1995 y González et al. 1996)
Desde el primer momento, los estudios STS se
configuraron como un campo multidisciplinar con el objetivo
primario de proporcionar una "alfabetización en ciencia y
tecnología" a los que carecieran de ella, así como
de poner al alcance de los científicos una visión
humanista de su trabajo y de los efectos del mismo. En ocasiones,
sobre todo en Norteamérica, adoptaron las formas de un
auténtico movimiento
social. Perseguían fundamentalmente preparar al
público para participar en las decisiones que se han de
tomar en la sociedad actual y que exigen ciertos conocimientos de
lo que es la ciencia y de cómo funciona. Pero intentaban
también contrarrestar la imagen que de la ciencia y la
tecnología difundieron el positivismo,
el neopositivismo y el racionalismo
extremo.
Una característica común repetida desde
entonces en los programas STS es su compromiso con un enfoque
alternativo y opuesto en muchos aspectos a la visión
tradicional de la ciencia que la concibe como conocimiento
verdadero y obtenido mediante un método que justifica sus
pretensiones de verdad, objetividad y racionalidad. Por el
contrario, estos programas han solido poner el énfasis en
la ciencia entendida como actividad, así como en
los supuestos sociales y axiológicos de la
investigación científica.
Las distintas disciplinas que han confluido en este
campo multidisciplinar tienen una historia anterior, en
algunos casos muy larga. Ninguna de ellas se puede reducir, por
tanto, a la orientación que dentro de cada una más
haya contribuido a los estudios STS, si bien alguna, como la
Filosofía de la Tecnología ha recibido de estos
estudios un impulso importantísimo. Fundamentalmente se
trata de los siguientes temas u orientaciones dentro de las
siguientes disciplinas:
Sociología de la ciencia: La Nueva
Sociología de la Ciencia (Programa
Fuerte, etnometodología de la ciencia, constructivismo social).
Filosofía de la tecnología:
Filosofía social de la tecnología, impactos del
desarrollo tecnológico, tecnología y valores,
determinismo tecnológico.
Filosofía de la ciencia: Estudio sobre
valores epistémicos y no epistémicos,
filosofía de la actividad científica, ciencia y
género, ciencia y cultura, epistemología naturalizada, realismo
científico, ciencia y postmodernismo, límites de
la ciencia.
Historia social de la ciencia y de la
tecnología: Historia externa, estudios de
casos sobre la construcción social de la
ciencia.
Bioética y ética
medioambiental: Problemas éticos planteados por el
desarrollo de las biotecnologías, la responsabilidad del hombre ante
la naturaleza y
ante las generaciones futuras.
Ciencias políticas y económicas:
Política científica y tecnológica,
evaluación de tecnologías,
transferencias de tecnología, control público y
gestión de la ciencia y la
tecnología, desarrollo científico y desarrollo
económico, tecnología y democracia,
tecnología y trabajo.
Como puede apreciarse por esta enumeración, que
no pretende ser exhaustiva, los intereses actuales de los
estudios STS son muy amplios y van más allá del
propósito inicial de contribuir a la alfabetización
científica de ciertos sectores de población. Por
otra parte, esta confluencia de disciplinas no es siempre
armoniosa. Algunas orientaciones se manifiestan como
incompatibles con otras. Así, desde la Nueva
Sociología de la Ciencia se ha declarado en ocasiones
inútil cualquier enfoque filosófico o incluso
cognitivo de la ciencia.
A modo de síntesis,
el filósofo Philip Kitcher (Kitcher 1998, p. 33) ha
centrado en cuatro los objetivos
actuales de los estudios históricos, filosóficos y
sociológicos sobre la ciencia:
(1) Analizar cómo ha surgido la
comprensión científica
contemporánea.
(2) Realizar una clarificación conceptual y
metodológica, especialmente en áreas donde se
producen disputas teóricas.
(3) Incrementar nuestra conciencia
de las presiones sociales que afectan a ciertos tipos de
investigación científica.
(4) Investigar el impacto de los descubrimientos
científicos sobre los individuos y la sociedad, con el
fin de proporcionar bases más racionales a la
política científica.
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