(1)
Había una vez un corazón
llamado Lacór que vivía en una bonita ciudad
llamada Acáscar la cual en otros tiempos era conocida como
la ciudad de los techos rojos.
En Acáscar vivían millones de corazones
afanados la gran mayoría en su lucha por la supervivencia
ya que cada día era más difícil conseguir lo
necesario para sobrevivir.
Lacór sabía para sus adentros que para
pensar era necesario cierto bienestar y que a los
múltiples corazones, condicionados por las necesidades
vitales, se les hacía muy difícil llegar a su
verdadero yo a fin de encontrar la verdad y la libertad
interior.
Los corazones de Acáscar eran el prototipo de la
mayoría de los múltiples corazones del planeta
Arerít.
(2)
Lacór meditaba en todo esto sintiéndose
impotente para encontrar una luz.
En sus paseos al monte Lavia daba continuamente rienda
suelta a sus fantasías imaginando algún milagro que
pudiera ayudar a los múltiples corazones de Arerít
que luchaban a diario para poder
sobrevivir.
Y en uno de estos paseos Lacór se encontró
con la lámpara más bonita que había visto en
toda su vida, de un color dorado
brillante, como si tuviera luz propia. Era pequeña, como
la palma de una mano, y al recogerla Lacór entre sus manos
sintió que su interior comenzaba a latir fuertemente y
así, lleno de emoción y disparatadas
fantasías, se dirigió corriendo a la casa donde
vivía.
(3)
Al llegar a la casa, se encerró en el cuarto y
colocó la lámpara muy suavemente encima de la
mesa.
Lacór, a sabiendas que lo podía estar
engañando su imaginación, percibía que de la
lámpara emanaba como una luz, muy sutil, pero que a
Lacór en su fantasía, le parecía potente
como el
sol.
Lacór se fue dominando y tranquilizando y
tomó asiento frente a la lámpara.
Y poco a poco su mente fue llenándose de
recuerdos relativos a los tantos cuentos e
historietas que había conocido cuando pequeño y su
emoción se llenó de alegría y esperanza
cuando recordó el cuento de "La
lámpara de Aladino" de la cual, al frotarla, salía
un genio que cumplía los tres deseos de su
dueño.
(4)
Sin embargo Lacór reaccionó y
volvió a la realidad. Vivía en un mundo
completamente racional donde la imaginación y la
fantasía estaban prohibidas a menos que fueran
útiles y prácticas.
Las fantasías son fantasías y los
corazones hoy día no son lo suficientemente humildes para
creer que los buenos deseos puedan volverse realidad.
Así pensaba Lacór, pero a su pensamiento
poco a poco lo fue dominando el gran secreto de su vida: sus
sueños, y para Lacór la vida había sido
siempre un soñar contínuo pero que, a través
de una gran confianza latente en su interior, había hecho
siempre realidad todos esos sueños.
Y entonces, siguió soñando Lacór,
si he confiado, ¿Por qué no confiar en el Poder
Amoroso que da vida a todo el
Universo?
(5)
Seguidamente Lacór, confiado como un niño,
frotó la lámpara deseando que saliera de ella el
genio, a fin de pedirle incontables deseos para el bienestar de
los múltiples corazones.
Sin embargo en la fracción de segundo que
precedió el frotar de la lámpara, un pensamiento
brotó de la mente de Lacór: ¿Es
válido soñar para el bienestar de los corazones,
tan válido como el soñar para sí mismo lo
cual Lacór lo había hecho realidad?
Sí es válido, se contestó
Lacór, ya que los sueños para el bienestar de los
corazones pueden llegar a los poderes terrenos los cuales tienen
en sus manos todas las posibilidades para convertir los
sueños de Lacór en realidad.
Y, una vez tranquilo con su conciencia,
esperó.
(6)
Y tanta era la confianza de Lacór que se
quedó quieto y atento mientras del extremo de la
lámpara iba saliendo un hilo de luz que al llegar a la
altura de su vista se convirtió en una estrella
resplandeciente cuya luz lo envolvió en un sentimiento de
máximo amor.
Lacór miró serenamente a la estrella y en
este encuentro entendió que desde siempre habían
sido íntimos amigos.
Mientras la estrella resplandecía de luz y de
amor frente a sus ojos, Lacór, aunque intuía la
respuesta le preguntó: ¿Quién
eres?
Y de la luz de la estrella brotaron las siguientes
palabras: Yo soy la Luz de Arerít y he venido nuevamente a
Arerít para que tengan vida y la tengan en
abundancia.
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