Hospitalidad planetaria
Si se estudia un ecosistema
determinado, supongamos el ecosistema bosque seco de un
territorio específico, o si se estudia un grupo humano
como por ejemplo la nacionalidad
Cofán, la diversidad no dejará de ser restrictiva a
esos límites.
Pero gracias al ambientalismo en tanto movimiento
social y gracias a los encuentros y desencuentros entre culturas
en un mundo global, en los últimos años ha surgido
un concepto mayor,
se diría una categoría abarcadora: el planeta
Tierra. Claro
está, dicho concepto siempre existió, pero resulta
que ahora es significativo. La ecología y el
ambientalismo nos muestran con claridad que este planeta es en
sí mismo un ecosistema.
Los problemas
ecológicos como el calentamiento
global, la capa de ozono,
la crisis
hídrica, y muchos otros, incluyendo el colapso acelerado
de múltiples especies biológicas, muestran una
dimensión que antes no era clara: que los equilibrios
ecosistémicos existen o pueden ser afectados a una
escala
planetaria.
Y, desde un punto de vista cultural, especialmente a
partir de la caída de El Muro, nos encontramos con
la
globalización. Una mirada que nos aporta un nuevo
concepto cultural planetario: todos tenemos derecho a habitar en
este ecosistema único, la Tierra.
Pero resulta que este derecho hay que ejercerlo siempre con otros
y en un planeta en peligro desde la perspectiva ambiental. Y
así surge con aguda relevancia la irrupción de una
ética
un tanto distinta: las éticas de la justicia y de
la responsabilidad.
La exacerbación de los derechos individuales de la
personas (producto de
los grandes paradigmas de
la democracia
liberal) en forma progresiva cada vez se van más en contra
de dos de los mayores desafíos contemporáneos: la
convivencia entre diferentes y la preservación ambiental
del planeta. La ética que está en la base de los
derechos
humanos de las personas en su versión liberal, empieza
a tener límites. Pues, sí, yo tengo el derecho
humano como consumidor de
escoger un auto de 8 cilindros que acelera a 100 Km/hora en
apenas 5,5 segundos, pero si soy responsable con la humanidad y
con el planeta, ¿acaso debo hacerlo?
Es bajo este marco de interpretación que los conceptos de
diversidad biocultural adquieren tremenda relevancia y
contemporaneidad. Porque en efecto, la diversidad
biológica tiene tanto una mirada local como global, lo
mismo que la diversidad cultural. Es más, sólo
desde una perspectiva planetaria la diversidad puede ser
apreciada en su justo valor. Cuando
los estudios ecológicos y etnológicos solo se
ocupaban de una mirada "local", esto es, un grupo humano o un
ecosistema restringido, entonces estos estudios no podían
interpretar las interrelaciones macro. Ahora los estudios
relacionados a los conceptos de diversidad biocultural pueden
realizar importantes aportes para llenar de contenido estos
conceptos más abarcativos que parten desde una
visión planetaria.
Pero esto requiere de un esfuerzo deliberado, pues el
riesgo mayor
es caer en una racionalidad instrumental del concepto de
diversidad biocultural, esto es, como el medio para que el indio
se convierta en guardaparque de su hábitat. Así, lo que debe pelearse
en el concepto de diversidad biocultural, es más bien el
aspecto complementario de esa visión instrumental: una
ética de la responsabilidad de todos en una convivencia
planetaria en la que las diversas culturas y especies
biológicas no solo puedan mantenerse sino también
florecer. La crítica
de esta ponencia se orienta a esa racionalidad instrumental de
los conceptos, gracias a la cual lo que se consigue es más
un empobrecimiento en la comprensión de la
diversidad.
Coincidencias y contrapuntos entre dos
visiones
Desde una aproximación cultural la diversidad nos
lleva a temáticas relativas, entre otras, a la
multiculturalidad y a la interculturalidad.
Solo con el fin didáctico de mostrar la deriva
ocasionada por el concepto de diversidad biocultural, conviene
detenerse momentáneamente en el concepto de
multiculturalidad.
Veamos:
"El concepto de multiculturalidad o más bien
del ´multiculturalismo crítico´ viene sobre
todo de las tendencias anglosajonas y, en suma, trata de
responder a las situaciones de adecuada inserción
cultural en la compleja matriz
sociocultural del entorno europeo"(Moya, 2005:
71).
También puede reconocerse un enfoque de
multiculturalidad con tolerancia que
admite las diferencias y que permite conservar la herencia cultural
como "derecho privado" y la multiculturalidad pluralista "porque
reconoce en los sujetos de la diversidad sujetos de derecho
público" (EIBMAZ-UNICEF, 2006: 12).
Así, frente a un enfoque de multiculturalidad,
como una forma de adecuada inserción de los grupos en la
sociedad
mayor, el enfoque de interculturalidad dominante en América
Latina, pretende la utopía de la unidad en la
diversidad:
"En América Latina no se anhela una
asimilación suave y más equitativa al cauce
dominante o ´main stream´, ni tampoco la
consolidación de la coexistencia de lo múltiple
pero con escaso o nulo contacto entre sí, sino
más bien la utopía de la unidad en la diversidad;
y se apuesta a la búsqueda del derecho a la igualdad con
equidad, en
un nuevo tipo de democracia y ciudadanía que reconozca la conveniencia
de la articulación y la convivencia entre diferentes.
(…) Por ello, la interculturalidad interpela las
clásicas lecturas latinoamericanas en torno al
Estado–nación y a la cultura
nacional, algo que ni el multiculturalismo crítico ni la
interculturalidad europea hacen"(MOYA, 2005:
71).
Quizás si se piensa en los países europeos
como sociedades
cohesionadas y unificadas, que reciben "oleadas" de migrantes de
otras culturas, entonces resulta comprensible un concepto de
inserción democrática de estos grupos en la
sociedad mayor, y a esto debe llamarse
multiculturalismo.
Pero si en América Latina lo que se vive -y esto
en especial en Bolivia,
Ecuador y
Perú- es una fractura cultural permanente, entonces no se
trata de mestizos migrantes en la civilización Inca, ni de
indios migrantes en la cultura europea occidental; se trata de
sociedades complejas que nacieron del encuentro y de la
dominación y que viven la fractura étnica y
cultural en una ambiente
"opaco" respecto a la matriz civilizatoria, y todo esto durante
siglos (EIBMAZ, Quintero y Crespo, 2006; 7).
Pero con el concepto de diversidad cultural en el marco
de la diversidad biológica, como que se produce un
vaciamiento de sentido, al menos de los sentidos
previos de multiculturalidad y de interculturalidad. El
énfasis va de la convivencia de grupos distintos entre
sí o con la sociedad mayor, a un énfasis de sentido
donde lo que importa es la función
del grupo humano respecto a la diversidad
biológica.
Para ponerlo en términos simplistas: en los
conceptos de interculturalidad lo dominante es la relación
grupo humano – otro grupo humano. En la de diversidad
biocultural la relación dominante es grupo humano –
naturaleza, en
otras palabras, aquí, en la diversidad biocultural la
relación dominante es entre lo humano y lo no
humano.
Claro que también se puede decir que las
tendencias que promueven la diversidad biocultural, parten de una
valoración de los grupos originarios y sus
prácticas ancestrales en oposición a las
prácticas depredadoras de raíz occidental, con lo
cual aquí también se apelaría a un diálogo
intercultural.
La diversidad biológica por su parte enfatiza en
el equilibrio de
los ecosistemas
gracias a las relaciones de diversidad de ecosistemas, de
especies y genética,
con lo cual se prioriza en el concepto la diversidad de
hábitats, de plantas y de
animales. Y,
al hablar de diversidad biocultural se estaría subsumiendo
la diversidad humana en la del ambiente natural.
Si se comprende entonces un concepto fuerte de
diversidad biológica, esto es, como aquellos espacios
naturales de gran importancia por su abundante diversidad
biológica, entonces encontraríamos que el espacio
geosocial priorizado, sería el de sociedades
selváticas, pues en ellas encontraríamos
megadiversidad biológica y grupos humanos
ancestrales.
Ciertamente que en el concepto de diversidad biocultural
aparecen también los pueblos originarios andinos, o
diversidad de grupos humanos que no necesariamente habitan en
zonas megadiversas, sin embargo en el concepto fuerte de
diversidad biocultural, parecería que se destaca la
relación entre megadiversidad biológica y
diversidad humana, con lo cual las sociedades selváticas
tropicales son las más aventajadas, si se disculpa el
término.
Relaciones entre dos disciplinas: la antropología y la
ecología
¿Es posible una etnoecología?, es en parte
la pregunta de fondo. Y claro, la respuesta desde el punto de
vista de las prácticas es más que afirmativa. Ahora
casi no existe un estudio ecológico serio que no contemple
una dimensión etnográfica.
Con la excepción de la Antártica, de los abismos océanicos,
y de unos otros pocos lugares, la dimensión
antropológica no puede faltar en los estudios
ecológicos. Pero una cosa es la relación
multidisciplinar y otra es la irrupción de una
dimensión interdisciplinar o incluso transdisciplinar.
Para estas dos últimas se requiere de una nueva ciencia, es
decir, de un cuerpo de postulados desde los que puedan
interpretarse las relaciones complejas entre la cultura y el
hábitat natural. Ciertamente, existen algunos autores que
ya trabajan en esta perspectiva desde hace algunas
décadas.
En la antropología domina una mirada
extrañada del ethnos, entendido como un grupo humano
unificado y diferenciado de otros. Esta mirada extrañada
intenta descubrir la estructura
diríamos virtual que explica y mantiene cohesionado al
grupo. La relación entre los símbolos y las prácticas, las
relaciones de parentesco, la estructura de diferenciación
social, los productos
culturales, el lenguaje,
los conocimientos y las cosmovisiones.
Por su parte la ecología para estudiar las
relaciones de los seres vivos entre sí y con su
hábitat, parte del conocimiento
biológico y a partir de éste busca también
explicaciones estructurales, pues a la ecología le
interesa la trama de las relaciones. En este sentido está
a un paso más allá de la biología, pues
ésta se concentra en el estudio analítico de una
forma de vida determinada. Así, ecología y
etnología comparten un énfasis de
explicación estructural o de relaciones de un sistema
dado.
Pero existe una diferencia fundamental y es justamente
la que deriva de la cultura humana y aquí no queda otra
alternativa que introducir una dosis de metafísica. La libertad, la
conciencia, los
conflictos
sociales, y la construcción a voluntad no entran como
variables en
los estudios ecológicos. La antropología y la
etnología de algún modo también aspiran en
sus postulados a verse libres de estas variables, pero resulta
que su objeto las incorpora.
Y entonces regresamos a la vieja discusión
epistemológica sobre la tesitura científica de las
ciencias
sociales, porque en verdad estaríamos postulando una
relación entre ciencia social y ciencia biológica.
Y entonces podría suceder que a los biólogos y
ecólogos no les guste que les destruyan la solidez de su
base empírica, y los antropólogos y
etnólogos también podrían resentirse porque
se estaría constriñendo la cultura humana a una
dimensión biologicista. Como una forma soterrada de sacar
de la historia
social a los grupos humanos y enterrarlos en la historia
natural.
Así se mezclarían en forma nada
consistente dos temporalidades de interpretación: la
biológica y la cultural: invarianza versus varianza.
Historia versus naturaleza. Culturalismo versus evolucionismo.
Equilibrio ecosistémico versus transformación
antrópica.
Visión instrumental: los pueblos originarios
como guardianes de la biodiversidad,
y los bienes
culturales como parte de los bienes naturales
"Si a usted le preocupan las extinciones de las
lenguas del mundo, de las especies biológicas, o ambas,
lo invitamos a unirse a Terralingua. No hay ningún
costo para
ello, solo envíenos su nombre, dirección postal, teléfono, fax y
correo
electrónico. Sin embargo, si usted puede ayudar
económicamente a Terralingua, le pediríamos que
considerara una contribución anual de por lo menos
US$10"(,
2006).
Crece un "discurso
ecologista" del patrimonio
cultural y crece un discurso culturalista del patrimonio natural:
la conservación de la diversidad cultural, o el ser humano
entendido como una entidad biocultural. El discurso y la
legislación acerca de la comercialización de bienes culturales son
muy similares al de la comercialización de bienes
naturales. Entonces habría que preguntarse, si la
racionalidad desde la que se construye esta relación no es
también de tipo instrumental.
Si las teorías
de la frontera
podrían agrupar tanto a ecosistemas en situación
crítica, como dentro de ellos a grupos humanos
étnicamente diferenciados, entonces habría un gran
argumento para proponer un "endemismo" antropológico, lo
cual podría llevar a discusiones complejas acerca de los
límites etnoecológicos de un grupo humano
determinado.
En otras palabras, una teoría
de la frontera que termina por encapsular a un grupo humano
dentro de un ecosistema determinado. Se daría un
paralelismo paradójico: proponer que la relación
ecosistémica del jaguar con la floresta amazónica,
es determinante para la sobrevivencia del felino; y casi con la
misma argumentación, desde la etnoecología bien
podría proponerse la misma relación entre los
Haorani y el bosque amazónico.
La principal diferencia que destacaría la
etnoecología sería algo así como una
función antropológica superior de los Hao en
función de la preservación del bosque: su
dispositivo cultural, a diferencia del jaguar, favorecería
la conservación del bosque.
¿Pueblos indígenas como
guardaparques?
Así entonces se abonaría con un principio
de orden ideológico: los grupos originarios como
guardianes de la biodiversidad.
Y ciertamente pueden existir buenos argumentos para
defender este principio. Si los cofanes mantienen su
práctica gastronómica de consumir guanta, esto
seguramente garantizará la sobrevivencia de la especie,
pues si la homogenización cultural nos lleva a todos a
consumir carne de vacuno, entonces la función de
guardián de la guanta pierde sentido. Por otra parte, la
sociedad mayor obligará a una mayor destrucción de
la floresta para ampliar las pasturas.
En otras palabras la diversidad de las prácticas
culturales por parte de los grupos originarios, al fundamentarse
en la biodiversidad de su ecosistema, constituye un fuerte
argumento de su defensa y preservación. El argumento es
sencillo: imaginemos todo lo que la sociedad llamada occidental
debería hacer para garantizar la sobrevivencia de la vaca
si está de por medio la sobrevivencia de la
hamburguesa.
Pero en el principio hay un problema un tanto molesto de
tipo ético. Mantener las prácticas ancestrales de
aquellos grupos, aquellas que garantizan la función de
guardaparque, lleva una visión de negación de la
adopción
de otras prácticas, de aquellas aprendidas de la sociedad
mayor en la que estos grupos queramos o no están inmersos.
Y este problema es de tipo cotidiano y de absoluta actualidad:
desde el tránsito hacia la ganadería
y la explotación forestal, pasando por la
vinculación a modo de mano de obra de empresas
petroleras y mineras, o incluso la funcionalización de los
grupos para la cacería y el comercio
ilegal de especies en proceso de
extinción.
Y, por qué se da este problema, pues precisamente
porque se trata de humanos y no de jaguares. De forma que las
fronteras ecosistémicas para el animal humano, sobre todo
cuando aprende a manejar las herramientas
del desarrollo,
tienden a disolverse, pero al disolverse la frontera
ecosistémica resulta también una disipación,
sino disolución, de la frontera étnica.
Y aquí es donde debemos regresar a la
visión planetaria, de la ética de la
responsabilidad, para así entender la diversidad no desde
una racionalidad instrumental que solo responsabiliza (y
¿culpabiliza?) al indio en su frontera
ecosistémica, sino que mira esta relación en una
dimensión mayor.
Bibliografía
Ruth y Alba Moya,
Derivas de la interculturalidad, CAFOLIS-FUNDES, Quito,
2005.
Informe para EIBMAZ-UNICEF, María Quintero y
Patricio Crespo, Quito, 2006.
www.terralingua.com
Por
Patricio Crespo Coello
Filósofo con estudios de antropología.
Actualmente responsable de gestión del
conocimiento en el proyecto de apoyo
a la descentralización y el desarrollo local
(PDDL-INTERCOOPERATION) de la COSUDE.
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