- Objetivo
- El antiguo
régimen - Causas de la
Revolución - La
Revolución - El
régimen del terror - El arte
en la Francia revolucionaria - Conclusión
- Bibliografía
OBJETIVO
El trabajo
realizado tiene como finalidad conocer la vida antes, durante y
después de la revolución
francesa. La situación política,
económica y social; los aspectos culturales, la religión, los ideales
y el arte de la
sociedad del
siglo XVIII, en especial la sociedad europea, mostrando a
Francia como
ejemplo y creadora de el gran cambio en el
mundo, que trajo consigo una transformación en la historia y en la vida de la
humanidad.
EL ANTIGUO
RÉGIMEN
La organización política de Francia,
hacia 1789 era monárquica, el absolutismo
monárquico. El rey consideraba que su poder derivaba
de Dios, a quien únicamente debía cuenta de sus
actos. Sus súbditos no tenían ningún
derecho, pero sí el deber de obedecer.
El rey declaraba la guerra y
hacía la paz; comandaba los ejércitos, determinaba
los gastos y fijaba
los impuestos,
nombraba y destituía los funcionarios y dirigía
la
administración entera. Las provincias eran
administradas por los intendentes con poder omnímodo y
arbitrario.
El rey hacía las leyes y
dirigía la justicia a su
propia voluntad, si bien debía tener en cuenta "las
costumbres fundamentales del reino", las cuales eran
contradictorias y vagas, y hubiera sido difícil definirlas
claramente. La libertad
individual podía perderse por propia decisión del
rey. Existía la censura previa y no existía la
libertad de conciencia.
En la sociedad francesa se distinguían tres
estados o clases: el clero, la nobleza y el tercer estado.
El clero era la primera de las clases
sociales privilegiadas, conservaba un gran prestigio e
influencia. Disfrutaba de vergonzosas riquezas, pues
además de los diezmos que recibía de los fieles
(obligatorio), poseía extensas propiedades, que abarcaban
la cuarta parte de la superficie de Francia y para colmo no
pagaba impuestos.
Se distinguían el alto y el bajo clero. El alto
clero "vivía de arriba", reclutado en la nobleza, cobraba
rentas y administraba propiedades, solía llevar una vida
fastuosa y era partidario del antiguo régimen, el que le
permitía vivir en el lujo y las riquezas. El bajo clero
poseía escasos recursos y
llevaba una vida humilde, como la del pueblo del que
provenía y junto al cual vivía y
ayudaba.
La nobleza era la segunda clase
privilegiada que poseían tierras de parecida importancia y
extensión a la del clero. Percibían de los
campesinos que vivían en sus tierras, los antiguos
derechos
feudales, y solo pagaban impuestos en casos especiales.
Monopolizaban los cargos del ejercito, la marina y la administración. Se distinguían dos
núcleos: la alta nobleza que vivía en Versalles,
junto al rey, y llevaba una vida dispendiosa y frívola,
tenían a su alrededor las tentaciones del lujo y el poder,
y se abrazaban a este. La baja nobleza vivía en sus
posesiones en contacto con el pueblo, cuyas necesidades
entendía.
En el tercer estado, o estado llano, se
distinguían categorías, algunas de las cuales
habían logrado mínimos privilegios. La
burguesía era gente rica e ilustrados: magistrados,
negociantes, profesionales, intelectuales,
etc. Reclamaban el acceso a los puestos y equidad en las
distinciones. Pedían el arreglo de las finanzas y el
cese de despilfarro de las cortes y la supresión de los
privilegios fiscales del clero y la nobleza. Los obreros y los
campesinos constituían la inmensa mayoría de la
población eran siervos, propietarios o
jornaleros. Soportaban pesadas cargas que les privaban de las
cuatro quintas partes del fruto de su trabajo. Debían
pagar los impuestos al Estado, el diezmo a la iglesia y los
derechos feudales al señor. Era una vida miserable sumida
en la
pobreza.
Francia se encontraba, desde 1774, gobernada por Luis
XVI, hijo del tristemente célebre Luis XV. Este
último monarca había sumido al país en la
más atroz de las miserias, pues si bien Francia no era un
Estado pobre, la injusta distribución de la riqueza y los
privilegios vergonzosos que gozaba la alta clase sí la
convertían en el campo propicio para el estallido de una
revolución
de límites
y consecuencias impredecibles, además de la enorme
cantidad de dinero que la
Corte perdía apoyando a las colonias norteamericanas en su
campaña para la independencia.
La Corte del Rey vivía en la más
bochornosa opulencia, sin importarle gastar en infinidad de lujos
y placeres; en el hermoso palacio de Versalles, la corte
vivía olvidada del resto del país. No hacían
caso a las nuevas ideas que surgían en otros
países, ni en el suyo: los derechos naturales, la igualdad, el
poder popular, todo eso les parecían fantasías
novedosas, palabras, nada más. Y como contracara, el
grueso del pueblo, en especial el campesinado y los obreros, se
hundían en la miseria extrema y en el hambre. Triste
espectáculo para uno de los países naturalmente
más ricos de Europa. Pero como
lo ocurre a todo show morboso, el oprobio tenía que
terminarse y Francia debía volver a edificarse sobre
cimientos de justicia y de bienestar común.
Luis XVI con apenas veinte años se hizo cargo de
un país devastado moral y
económicamente. Hombre
dubitativo y temeroso de hacer cambios profundos y carente de
condiciones como gobernante, decidió alejarse del control real del
gobierno para
dejarlo en manos de nobles y de burgueses enriquecidos.
Así, apenas ascendido al trono francés
nombró como su Ministro de Hacienda al destacado
economista Roberto Turgot, quien proviniendo de las filas
burguesas bien se daba cuenta de que en Francia era necesario un
verdadero cambio económico, pues de lo contrario el
país zozobraría. Para esto decidió corregir
el injusto sistema
impositivo estatal, aplicando impuestos que elevaban notoriamente
las alícuotas para los nobles y grandes propietarios, la
subvención territorial; además de
solicitarle al Rey que redujera radicalmente los exorbitantes
gastos de la Corte. Pero claro, ante medidas tan extremistas la
reacción no se hizo esperar, los nobles privilegiados del
Reino se opusieron con tenacidad a tales medidas, y aquellos
súbditos que como parásitos vivían alrededor
del Rey vieron que la economía que les
pedía el ministro era descabellada; pues quien se
acostumbra a vivir lujosamente y sin trabajar, luchará
hasta el cansancio para no perder sus privilegios de
zángano.
La presión de
la nobleza y de la Corte, que a su frente tenía a la
esposa del Rey, Maria Antonieta; hizo que el Ministro Turgot
fuese depuesto y que las reformas propuestas cayeran en el
olvido.
Sin Turgot como timonel, ya que el Rey más bien
parecía pintado, el país cada día se
acercaba un poco mas al precipicio; pero claro los ruidos de los
bailes en los palacios impedían oír los gritos de
protesta que partían de todos los rincones de Francia.
Así Luis XVI llamo a otro célebre economista del
momento para que asumiera la posta dejada por Turgot: Jacobo
Necker; quien al igual que su antecesor propuso para sanear la
economía del Reino una política de verdadera
austeridad. Pero claro, tal palabra era un insulto para los ricos
y parasitarios nobles, por lo cual cayo en saco roto y
fracaso.
Una de las propuestas más atractivas de Necker
consistía en la aplicación de un impuesto
proporcional a la riqueza cobrable a todos los habitantes del
Reino, lo cual haría que quienes más poseyeran, mas
deberían tributar; y como segunda medida quería que
el Estado se
rigiera en base a un presupuesto de
gastos y recursos, de tal manera que ya nunca se volvieran a
utilizar discrecionalmente los dineros públicos. Pero como
siempre pasa, los que disfrutan de los privilegios descartan todo
aquello que ponga en peligro tales prerrogativas; y las medidas
de Necker encontraron en los nobles acaudillados por la
derrochona y nefasta Reina Maria Antonieta, a sus más
feroces opositores. Luis en cambio más proclive a escuchar
los consejos de su mujer y de sus
parientes nobles, desecho los planes del Ministro y dejo las
cosas tal cual estaban.
CAUSAS DE LA
REVOLUCIÓN.
La Revolución Francesa abarca un período
de diez años (1789 a 1799), durante los cuales se
establecieron en Europa nuevas formas de organización
política, social y económica, surgieron nuevos usos
y costumbres y triunfaron nuevos modos del pensamiento y
nuevas tendencias espirituales.
Las causas sustanciales de la Revolución no fue
una sino varias: las arbitrariedades y abusos del antiguo
régimen, ya mencionadas, y las acciones de
los filósofos y enciclopedistas, y
acontecimientos internacionales como la independencia
estadounidense.
El siglo XVIII se caracteriza por la aparición de
una nueva manera de entender al hombre, a la naturaleza y a
Dios. Si el Humanismo y
el Renacimiento,
trescientos años atrás habían ocasionado el
quiebre y fin de la medievalidad, destruyendo fundamentalmente
las bases culturales de aquel tiempo, ahora,
en el siglo XVIII, una nueva fase de ese movimiento
cultural estaba estructurándose.
Ya en el siglo XVII, y de la mano de filósofos
como Renato Descartes, los
pensadores siguieron los pasos del ideal humano-renacentista en
lo referido a la exaltación del hombre y de la
razón humana. La idea de que el hombre era
el centro de la cultura y que
su razón era el único instrumento valido para
conocer alcanzó niveles casi absolutos.
Las "nuevas ideas", que hacían de la razón
el principio, el medio y el fin del conocimiento y
de la cultura humana, empezó a gestarse en Francia, cuando
el filosofo Renato Descartes popularizó su celebre frase
"pienso, luego existo". El pensar y deducir todo era la
base fundamental de este movimiento llamado Iluminismo, en tanto
lo que pretendía era iluminar con la luz de la
razón todo lo existente; y aquello que se negara a
develarse a tal luz directamente seria negado. Así, todo
el misterio de la fe cristiana se convertiría en el
principal punto de ataque de los hombres de la modernidad
racionalista. Pero no solo en Francia empezó a incumbir
este tipo de hombres tremendamente críticos de la cultura
tradicional; también en Alemania y en
Holanda surgen filósofos que radicalizaran mas aun las
ideas de Descartes: Leibnitz,
Spinoza e Imanuel Kant
pondrán a la razón en una posición de
dominancia que antes jamás habían tenido; y tal
cual lo afirmaba Descartes:
"¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa.
¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda,
entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere y,
también, imagina y siente."
La definición habla por si misma, ya que en ella
queda claro lo que el hombre es para este grupo de
ilustrados varones: una cosa que piensa, afirma el
francés. NO solo se estaba cambiando la manera misma de
pensar y entender las cosas; se estaba cambiando la manera misma
de entender al hombre. Pero Spinoza nos dirá algo
más lapidario y que nos mostrara el grado de importancia
que estaba alcanzando la razón:
"Lo que constituye la forma del pensamiento verdadero
ha sido buscarse en el mismo pensamiento, deduciéndolo de
la naturaleza del entendimiento."
Por si quedaban dudas del origen de todo lo que sabemos
y creemos, es el mismo hombre, a través de su
razón, quien lo crea todo. Destinando a Dios a la
única función de
creador del principio, poque ese principio era imposible de
razonar. Así, a Dios le cabía solamente una
función creadora, y que por cierto ya hacia mucho tiempo
que la había realizado; pero luego de crear nada de
Él importaba, pues ya Dios no participaba del drama de la
vida humana sobre la Tierra. Un
Dios lejano y ausente del mundo fue la propuesta que los
filósofos racionalistas le hacían a los hombres de
la modernidad. Un Dios que solo creo y que luego se marcho
dejando a los hombres solos, de tal modo que pudieran hacer pleno
uso de la razón, sin interferencia de la divinidad. Lo
cual desde mi punto de vista me parece una falacia, ya que Dios
nunca nos abandona, nos inspira, nos da fuerza y
esperanzas.
Pero los filósofos seguían elaborando
teorías
que buscaban ilustrar la vida de los hombres. Esta función
ilustradora es el punto de donde este movimiento cultural toma el
otro nombre con que se le conoce: la
Ilustración.
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